1. LA SABIDURÍA CISTERCIENSE
SEGÚN SAN BERNARDO
TEMA XII. –
LA LIBERTAD RECUPERA SU FORMA
La búsqueda mutua del espíritu creador y
de su criatura espiritual sería inútil sin la
iniciativa divina del Amor, que viene al
encuentro del corazón que le busca al buscar
la paz. El semejante busca con gusto a su
semejante, le reconoce y le ama. La mirada de
la fe reconoce espontáneamente al que busca,
ya que ha sido creado a su semejanza, como
los ojos están hechos para la luz. La simple
acogida de la verdad salva a la criatura
espiritual de la situación desesperada en que
se haya por haber rechazado a Dios, cuando
su libertad quiso ser autónoma e
independiente de él. En la conversión de la
libertad está su salvación, porque dicha
libertad es a la vez el fondo mismo de su ser y la huella más cierta de la imagen divina. En su
situación de desgracia todo el mérito del hombre consiste en poner su esperanza -dice san
Bernardo- en el que salva a todo el hombre 1. El encuentro del Salvador y el salvado se
inscribe en el cuadro de su doctrina sobre la Imagen que es Cristo, a cuya imagen ha sido
hecha la humanidad y a cuya imagen será rehecha. Evocando el misterio de la Encarnación
dice:
“Apareció el que permanecía oculto. Se revistió de forma humana, para que a través de
ella fuera posible reconocer al que, en su forma divina, habita en una luz inaccesible. No
desdice de su majestad aparecer en aquella misma semejanza suya que había creado
desde el principio; ni es indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes no
1
SLXC 15, 5.
2. 2
pueden reconocerle en su identidad (substantia). De este modo el que había creado al
hombre a su imagen y semejanza, se hizo hombre para manifestarse a los hombres” 2.
El rasgo más neto y evidente de la semejanza divina en el alma humana es la libertad. La
pérdida de la semejanza para el alma reside en la desviación de este don, al apropiárselo ella
por el orgullo. Como hemos visto, en la situación de alejamiento de Dios en que se halla, es
incapaz de dar a su Creador lo que le debe. El alma pierde por ello la comprensión de su
dignidad de ser libre y su amor para con Dios, el cual en su absoluta libertad le había hecho
digna de participar de ello. La imagen se ha vuelto irreconocible, deforme y fea, ante todo
para ella misma. El Creador viene al encuentro de su criatura espiritual para devolverle su
belleza original y para que sea consciente de ella. Donde mejor habla san Bernardo de la
postración y grandeza del espíritu humano es cuando trata específicamente del libre albedrío y
de la gracia. Allí analiza ampliamente cómo la condición del libre albedrío, que es el fondo
inamisible de lo divino en nosotros, en lo que es absolutamente incondicionable, escapa por
su naturaleza a toda clase de coacción exterior o interior. Después muestra cómo este libre
albedrío se halla impedido para obrar por los lazos del pecado o por los límites y debilidades
de la condición humana y terrena. Entre este libre albedrío natural y la libertad divina, a la
cual pueden revivir los que han nacido de Dios, tienen lugar dos acontecimientos en la
conciencia: la irrupción en ella de la gracia y el consentimiento de su voluntad.
Ya hemos descrito la articulación de la gracia y de la libertad (cap I, 3); escuchemos ahora
a san Bernardo que nos dice cómo se realiza el encuentro de la gracia con el Mediador. Como
Cristo, el único plenamente libre de pecado y de miseria por ser imagen perfecta de Dios, es el
único Salvador, Él solo podía restaurar en el hombre la semejanza divina. La parábola de la
dracma perdida sirve muy bien para significar la redención. La semejanza seguiría perdida, si
esta mujer de que habla el Evangelio no hubiera encendido la lámpara, es decir, si la
Sabiduría no hubiera aparecido en la carne, si no hubiera revuelto toda la casa -los vicios-, si
no hubiera buscado la moneda que había perdido, esto es, su propia imagen manchada y
escondida entre el polvo. Una vez encontrada la limpió, y la cambió de su desemejanza a la
belleza original, haciéndola conforme a la Sabiduría, cuya efigie se halla impresa y marcada
en ella. Cristo es el único que ha devuelto a la imagen humana su semejanza divina, pues él es
el esplendor y la imagen de la sustancia del Padre (Heb 1, 3) 3. Y aquí es donde la palabra
“forma”, por su repetición, cobra toda su fuerza:
2
Adv III, 1.
3
Gr 32.
3. 3
“Vino, pues, esa misma forma a la cual se debía conformar el libre albedrío; porque para
recuperar la forma primitiva, sólo podía ser reformado por aquella de la cual había sido
formado. La forma es la sabiduría. La conformación consiste en que la imagen realice en
el cuerpo lo que la forma hace en el mundo”4.
Sorprende la afinidad entre la imagen y el cuerpo, pero una mejor comprensión de lo que
san Bernardo entiende por forma nos ayudará a comprender este punto esencial. La forma es
un elemento extremadamente importante en su espiritualidad. La misma palabra forma
aparece más de ciento treinta veces en sus escritos, y nos desborda la fuerza y contenido de la
expresión. De manera algo semejante a la sicología actual de las formas5, el concepto de
forma viene de la filosofía griega; pero el sentido de la palabra cambia con la escolástica al
prescindir de su referencia a la belleza. Sin embargo, en la oposición entre forma y
deformidad se trata de la belleza y de la fealdad. La libertad se deforma al abandonar su
dependencia, es decir, cuando la imagen ha perdido su semejanza con la libertad absoluta de
Dios. El simbolismo de la belleza física para significar la belleza de la conciencia lo utiliza
san Bernardo al comentar la frase del Cantar: Soy negra pero hermosa (Cant 1, 4). La belleza
procede de la forma (formosa), que es esencial al ser, y la recuerda a quienes no la conocían;
mientras que el color es accidental y puede cambiar de significado. La niña de los ojos o los
cabellos negros tienen su encanto, y hay cosas hermosas que no tienen color. Ls forma es la
“compositio”, la unidad interna de un ser, su armonía, lo que le confiere su belleza. En este
sentido: “Los santos están seguros de que nada agrada tanto a Dios como su propia imagen
restaurada en su belleza original” 6. La libertad fundamental, el libre albedrío intenta gobernar
el cuerpo, esto es, todo el ser, lo mismo que la Sabiduría gobierna el universo de un extremo
al otro (Sab 8,1). Domina sus sentidos y sus miembros para no ser ya esclavo del pecado, se
libera hasta poder “reivindicar su dignidad a medida que se reviste de la imagen divina que
lleva en sí mismo, con la semejanza que le conviene, o más bien, vuelve a recuperar su
hermosura original”7.
Como el espíritu humano se alejó de Dios por un acto de la voluntad libre y así quería
pertenecerse sólo a sí mismo, y no podía liberarse de esta nueva situación por sus propias
fuerzas, la obra de salvación se orienta sobre todo a la liberación de la libertad por Cristo.
4
Id 33.
5
Pueden verse algunas indicaciones sobre el concepto medieval de la “forma” en C DUMONT,
Sagesse ardente (Pain de Cîteaux 8), en el cap. XII: “La formación cisterciense”. Para una filosofía de
la Gestalt, p. 290 y la aplicación del principio de forma a la arquitectura cisterciense por R. Pernoud,
p. 304.
6
SC 25, 3.7.
7
Gr 34.
4. 4
“Primeramente fuimos creados en Cristo (Ef 2, 10), para llegar a la libertad de la
voluntad. Después somos reformados por Cristo para llegar al espíritu de libertad. Y
finalmente, seremos consumados con Cristo en el estado de la eternidad”8.
La libertad humana recupera su forma y belleza cuando le invade el esplendor de la
libertad divina y la conforma a su imagen y semejanza. Sólo tiene que consentir en ello para
llegar a la adhesión total y definitiva. ¿Existe mayor belleza moral que un ser libre?
8
Id. 49.