La mirada de Jesús: Una mirada que traspasa el corazón
La sabiduría cisterciense según san bernardo (8)
1. LA SABIDURÍA CISTERCIENSE
SEGÚN SAN BERNARDO
TEMA VIII. –
EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO, INICIACIÓN EN LA
CONVERSIÓN
La ciencia verdadera
consiste en reconocer que
nuestra dignidad de criatura
libre es un don del Creador.
Ignorar la dependencia como
ser creado nos hace olvidar a
Dios, y en eso consistió
nuestra perdición. Por la
ciencia volvemos a Él, porque
sólo con un claro conocimiento de nuestro verdadero ser podemos acercarnos a un
Salvador. En esto consiste la conversión.
En un largo comentario al verso del Cantar: Si te ignoras, oh la más bella de las
mujeres, sal y vete tras el rebaño (Cant 1,8), san Bernardo nos ha dado un breve tratado
sobre la conversión. Son los sermones SC 34-39, de los cuales el 36 es el más conocido,
porque en él trata de la ciencia escolar o universitaria, que parece rechazar.
Desgraciadamente sólo solemos fijarnos en un párrafo de este sermón, lleno de
elocuencia y humor, sea para recrearnos o para escandalizarnos. Pero cuando se sitúa
esta diatriba en el contexto de toda la exposición, se ve que sólo alza la voz contra una
ciencia estéril, fuente de vanidad, totalmente impropia de los monjes. Además afirma
sin rodeos que la Iglesia necesita siempre de hombres de ciencia, y que toda ciencia es
buena si se subordina a la verdad. Pero el abad de Claraval habla a monjes, y para ellos
el negocio principal es la salvación. La vida es breve y conviene ser sabio con
moderación, es decir, realizar la salvación en el temor y temblor (Flp 2, 12). Escoger lo
2. 2
que conviene saber, en su debido orden y medida, como el enfermo toma sus remedios,
esa es la ciencia que debemos adquirir1.
Toda ciencia va a la conquista de la verdad. ¿Y cuál es la verdad que busca el monje
sino la de la imagen de Dios en él? San Bernardo tiene prisa de llegar al verdadero
sentido de la palabra de Dios al alma: Si te ignoras, sal (Cant 1, 8)... ¿Qué otra
ignorancia mayor que ignorarse a sí mismo? ¿El conocimiento más importante para el
monje no es conocerse a sí mismo? Así se desarrolla el proceso de la conversión: del
conocimiento de sí al conocimiento de Dios.
Ante todo debemos conocernos a nosotros mismos, porque ante todo existimos para
nosotros mismos2. Y es también lo más útil, porque este conocimiento realista de lo que
somos lleva a la humildad, que es el fundamento de toda conversión espiritual. Cuando
la conciencia se sitúa lealmente ante sí misma, no puede menos de reconocer que está en
“la región de la desemejanza”, que se halla lejos de la perfección de su causa ejemplar,
que es una desgraciada. La conciencia se siente abrumada por la distancia que palpa
entre lo que sabe que puede ser y lo que es en realidad; pero en lugar de seguir con los
ojos clavados en su miseria, se vuelve a la oración, se vuelve (convertetur) al Señor, repite
san Bernardo, y le grita: Sana mi alma porque he pecado (Sal 40, 5); y vuelta (conversa)
así hacia el Señor, será liberada, consolada y salvada 3. Comprobamos aquí el gesto
inverso del alma que volvía hacia sí misma su libre voluntad, queriendo ignorar su
condición de criatura finita y dependiente4.
En este momento crucial, la reacción es determinante.
“Siempre que me miro a mí mismo, mis ojos se cubren de tristeza. Pero si miro hacia
arriba, levantando los ojos hacia el auxilio de la misericordia divina, la gozosa visión
de mi Dios alivia al punto la triste visión de mí mismo, y le digo: Mi alma acongojada se
repliega sobre mí, por eso te recordaré desde la tierra del Jordán (Sal 41, 7). No es una
visión pobre de Dios experimentarle como tierno y compasivo... porque Dios se da a
conocer saludablemente con esta experiencia y esta disposición, si el hombre se descubre
a sí mismo en su indigencia radical y clama al Señor, que le escuchará y le responderá:
Yo te libraré y tú me darás gloria (Sal 49, 15). De esta manera -insiste el abad- el
conocimiento de ti mismo es un paso hacia el conocimiento de Dios; y por la imagen
suya, que se renueva en ti, se hará ver él, pues a medida que lleves la cara descubierta y
1
SC 36, 2.
2
Id. 36, 5.
3
Id. 36, 5.
4
Véase lo que dijimos en el cap. I, 3, en las notas 45 y 46 sobre los verbos retorquet e intorquet.
3. 3
reflejes la gloria del Señor, te transformarás en esta misma imagen con resplandor
creciente por el Espíritu del Señor ( cf 2 Cor 3, 18)”5.
Tratando en otro lugar sobre la conversión del monje, comenta este mismo verso del
salmo: Mi alma acongojada se vuelve sobre mi, y por eso me acordaré de ti (Sal 41, 7). Y
nos da una exposición clara y concisa del espíritu de nuestra vocación:
“En estas dos cosas consiste toda nuestra vida espiritual: fijarnos en nosotros mismos
para llenarnos de un temor y tristeza saludables; y mirar a Dios para alentarnos y
recibir el consuelo gozoso del Espíritu Santo. Por una parte fomentamos el temor y la
humildad, y por otra la esperanza y el amor”6 .
La vida monástica es una vida espiritual, y toda vida espiritual es una vida de
conversión. Los dos movimientos esenciales de iniciación a esa vida son conocerse a sí
mismo, y de ese modo llegar al conocimiento y amor de Dios:
“Visión de sí y de Dios, la contemplación es a fin de cuentas la plenitud casi alcanzada
de esta sabiduría esencial a la vida cristiana, y con más razón de la vida monástica; lo
cual consiste en conocerse a sí mismo y conocer a Dios, a la luz de la Revelación. En
esto consiste incluso la vida del espíritu”7.
Se trata de una iniciación a la sabiduría, como temor existencial de Dios. Pero
debemos volver a la división ternaria, en que la caridad fraterna, segundo grado de
verdad, se presenta en la escuela cisterciense como paso obligado hacia la plenitud de
esta sabiduría cristiana y evangélica del amor.
5
SC 36, 6.
6
Div 5, 5.
7
P.-Y. ÉMERY, en la introducción a Sermons divers, tomo I, París, Desclée de Brouwer, 1982, p. 21.