1. Elección de imágenes y análisis, a la luz de
la teoría de J. Berger, sobre el modo de ver
que encarnan las mismas.
En el jardín de infantes donde nos desempeñamos laboralmente con un
grupo de colegas, muchas y diversas son las imágenes que los niños
perciben, con las que conviven y las cuales van contribuyendo a la
construcción mental que los pequeños generan del mundo que los rodea.
De entre todas las imágenes presente, elegimos analizar la imagen del
espejo. El motivo por el cual elegimos esa imagen y no otra se debe a
que la misma, en comparación con el resto de las imágenes que habitan
la sala, es diferente, ya que su interior es dinámico. El rol de quien la
percibe (y por ende su reflejo) es dinámico. Puede jugar con ella,
experimentar y elegir qué quiere ver, qué imagen quiere que ese “cuadro”
le devuelva. Y ser protagonista de esa imagen. En palabras de John
Berger, “nunca miramos sólo una cosa; siempre miramos la relación
entre las cosas y nosotros mismos” (Berger, 2000:14), y la relación que
nos une a la imagen de un espejo no sólo está estrechamente ligada a
nosotros y nuestra acción, sino que además, elegimos qué queremos ver
en ella, aun cuando no aparezcamos en ella, gracias al juego de
perspectiva. El movimiento gana relevancia y deja al niño “espectador”
librada a su decisión la imagen que quiera elegir.
Así, se construye en una relación compleja la mirada del “otro”. El espejo
nos traspola a la inevitable sensación de que otro me está mirando al
mismo tiempo que yo lo miro. Es una construcción reciente de los
principios que rigen la visión de los niños, en la cual tratan de comenzar
a analizar cómo interactuar con eso que perciben. Esa relación dialógica
comienza desde edad temprana.
Distinta es la percepción de una fotografía. La elección de la imagen está
impuesta. El fotógrafo eligió una imagen según un criterio propio y
decidió plasmarla en una fotografía. Sin embargo, la percepción de una
imagen fotografiada no implica un registro mecánico. Como lo describe
Berger, “cada vez que miramos una fotografía somos conscientes,
aunque sólo sea débilmente, de que el fotógrafo escogió esa vista de
entre una infinidad de otras posibles.” (Berger, 2000:16). Y aunque
parezca que los niños no cuentan con dicha idea, su modo de ver las
2. fotografías es generalmente acompañado (al menos en la mayoría de los
casos que se dan en el jardín) de movimientos con la mirada y hasta con
la cabeza y el cuerpo, buscando ver más allá de lo que la fotografía
muestra. Intentan ver qué hay más al costado, más atrás, investigan, se
interesan por ver la parte de atrás de la fotografía, para ver si encuentran
algo más. La necesidad de interactuar con la imagen se evidencia aun
siendo una fotografía, por más estática que ésta resulte.
Otro aspecto que diferencia las fotografías de las imágenes de un espejo
es que la fotografía evoca algo que no existe en el presente. “Las
imágenes se hicieron al principio para evocar la apariencia de algo
ausente” (Berger, 2000:16), permitiendo también crear conciencia del
pasado, de la historia. El espejo muestra una imagen hoy, ahora,
evidencia el estado de alguien en este preciso instante. Es por ello que
ante el llanto de un niño, la reacción del adulto es distraerlo con otra
cosa, alejándolo lo más posible de lo que le está pasando para que esa
sensación pase rápido.
Desde nuestro punto de vista como adultos, habiendo sido atravesados
por tantas imágenes y por tantas situaciones que les otorgan diversos
sentidos, una simple imagen puede dar lugar a múltiples interpretaciones.
Desde la mirada de un niño que comienza a crear su propio universo de
interpretaciones y construcciones, tal vez libre de las ataduras culturales
que nos brinda el paso del tiempo y la vida en sociedad.
Bibliografía
BERGER, J. (2000), Capítulo I, Modos de ver, Barcelona, GG.