2. 1
El presente trabajo pretende contextualizar los acontecimientos golpistas que se dieron lugar
a mediados de la década del 60 a.C. en Roma, bautizado el del 66 por Salustio como la
conjuración de Catilina. Para ello, en primer lugar, se revisarán las fuentes de primera mano que
han permanecido. Después se hará una presentación histórica del momento haciendo hincapié
en los sucesos precedentes. A continuación se expondrán las revueltas de 66 y 63 a.C. Por
último, se darán algunas conclusiones generales.
Las fuentes
En lo relativo a la historia antigua este es siempre un apartado complejo relativamente
árido: bien existe una falta notable de testimonio escrito, bien este es parcial y/o literario por lo
que resulta difícil desligar la realidad histórica de la parcialidad del autor. En este caso la
situación es razonablemente favorable: hay dos autores contemporáneos cuyas referencias
directas de las conjuraciones tienen puntos de vista distintos. Además, el modo en que estas
obras se escribieron (y el objetivo al que sirven) permiten creer sin demasiada distancia su
contenido:
-Contra Catilina o Catilinarias: Cuatro famosos discursos del entonces cónsul Cicerón
pronunciados en el 63 a.C. Es evidente que, como fueron publicados mucho después que las
revueltas fueran sofocadas y Catilina yaciera muerto, se alteraron notablemente para enaltecer al
propio Cicerón. No obstante, incluso si el cónsul pretendía mediante mecanismos retóricos dar
relevancia a su figura y al papel que cumplió en la protección del estado, hay que recordar que
muchos de sus lectores eran contemporáneos y vivieron el terror de aquellos días en sus propias
carnes.
Este dato permite suponer que Cicerón tuvo que ceñirse, no a la literalidad de las palabras
que pronunció ante el senado y el pueblo romanos, sino a los hechos históricos, quedando
limitada su capacidad para la hipérbole. En particular destaca el primer discurso, que pronunció
ante el senado el 8 de noviembre, estando presente Catilina, porque la raíz de la conclusión de la
revuelta que casi acaba con su vida residió en los apoyos políticos que se procuró gracias a este
discurso. En efecto, incluso si se desconoce la respuesta de Catilina o el tono en que se dirigió a
los senadores y en particular al magistrado enemigo, es evidente que el efecto del discurso fue
directo: Catilina tuvo que huir de Roma y fue acogido por el ejército de Manlio.
En líneas generales diremos que el sesgo parcial de Cicerón, en tanto que estuvo
directamente implicado en los acontecimientos es relevante a la hora de acercarse al modo en
que trata al supuesto protagonista: [Cat. I, 5] “Si te iam, Catilina, comprehendi, si interfici
iussero, credo, erit verendum mihi, ne non potius hoc omnes boni serius a me quam quisquam
crudelius factum esse dicat.[…]Tum denique interficiere, cum iam nemo tam inprobus, tam
perditus, tam tui similis inveniri poterit, qui id non iure factum esse fateatur.” “Si ahora
ordenara que te prendieran y mataran, Catilina, creo que nadie me tacharía de cruel, y temo que
los buenos ciudadanos me juzgaran tardío. Pero lo que ha tiempo debí hacer, por importantes
motivos no lo realizo todavía. […] Morirás, Catilina, cuando no se pueda encontrar ninguno tan
malo, tan perverso, tan semejante a ti, que no confiese la justicia de tu castigo.”
Es tan solo una imagen de la capacidad para la hipérbole que mencionaba antes; la
demonización de Catilina solo puede entenderse en un contexto en que este ya ha sido vencido
y, por tanto, el vencedor puede recrearse con la imagen de una quimera decapitada. Pero ante el
resto de senadores resulta poco verosímil que esta retahíla pueda ser sostenida sin que se
censure al cónsul de, para empezar, demagogo: Catilina no era el agente de su conjuración, tan
3. 2
solo la cabeza visible que destacó sea porque Manlio así lo quiso, sea por su influencia familiar.
Hay que recordar que de fondo existe una lucha política razonablemente sangrienta y que de una
de sus facciones más radicales, los populares, Catilina solo es un exponente.
-De coniuratione Catilinae: Escrita ca. 43 a.C. (aunque de datación dudosa: terminus post
quem la muerte de César1
y, tal vez, la de Cicerón, como señala J.M. Pabón), es una monografía
historiográfica que tiene como tema fundamental la revuelta del 63 a.C. Sobresale el trato que
Salustio da a la figura de Catilina, que resulta equilibrada, desde un punto de vista que pretende
poner de relieve los defectos morales del delator:
(V, 1) “L. Catilina, nobili genere natus, fuit magna vi et animi et corporis, sed ingenio malo
pravoque. Huic ab adulescentia bella intestina, caedes, rapinae, discordia civilis grata fuere
ibique iuventutem suam exercuit. Corpus patiens inediae, algoris, vigiliae supra quam
quoiquam credibile est. Animus audax, subdolus, varius, quoius rei lubet simulator ac
dissimulator, alieni appetens, sui profusus, ardens in cupiditatibus; satis eloquentiae, sapientiae
parum. Vastus animus immoderata, incredibilia, nimis alta semper cupiebat.” “Lucio Catilina,
oriundo de noble linaje, estaba dotado de gran fortaleza tanto de alma como de cuerpo, pero su
naturaleza era malvada y retorcida. Le agradaban desde su juventud las guerras civiles, las
muertes, las rapiñas y las querellas entre ciudadanos: en todo se ejerció durante sus primeros
años. Su cuerpo resistía de sobremanera el ayuno, el frío y el insomnio; su espíritu era osado,
insidioso, múltiple, le gustaba disimular y engañar, ávido de lo ajeno, pródigo de lo propio,
ardiente de deseos; con no escasa elocuencia, aunque poco conocimiento. Su ánimo extenso
continuamente deseaba lo desmedido, lo increíble, lo demasiado elevado.”
Resulta difícil ignorar que entre sus atributos físicos destaque aquellos que son propios del
linaje de un guerrero corpus patiens inediae; las capacidades mentales y retóricas también se
presentan positivamente animus audax, ardens in cupiditatis esa excelencia, que le viene de
familia, queda corrompida por sus ansias desmedidas de poder. Estas quedan plasmadas con los
sustantivos caedes, rapinae, y discordia civilis que están recogidas en bella intestina a modo de
preludio de lo que su conjuración supuso para el estado. Probablemente Salustio ve a Catilina
como un joven prometedor que ha tomado las decisiones equivocadas y está dispuesto a lograrlo
todo. Es, en resumen, una descripción más humana y, por tanto, más cercana a la figura
histórica.
El punto más favorable que tiene tomar como referencia estos dos autores es el hecho de
que políticamente pertenecieran a facciones distintas: Salustio, como él mismo deja caer en más
de una ocasión en su obra2
, es popular y seguidor de César (destacan en particular sus apoyos en
la guerra civil, que le valieron la reincorporación al senado sobre 48 a.C.); su carrera, no
obstante, no carece de irregularidades: fue cuestor (54 a.C.) y tribuno de la plebe (52 a.C.), pero
en el 46 lo encontramos ya como pretor con César en África. Por esto debemos suponer que su
alianza política con el aún joven Julio le ayudó a estimular su carrera. En su obra, la figura de
César queda puesta de relieve y la de su enemigo político, entonces cónsul, prefiere disimularla:
1
En 54, 1 se refiere a él: “Igitur iis genus, aetas, eloquentia prope aequalia fuere, magnitudo animi
par, item gloria, sed alia alii. Caesar beneficiis ac munificentia magnus habebatur, integritate vitae Cato.”
y especialmente en “In altero miseris perfugium erat, in altero malis pernicies.” que parece usarse como
fórmula de reverencia póstuma.
2
Cf. Coniurat. Cat. 51: discurso de César; especialmente el modo en que se le introduce en 50 y las
descripciones sentenciosas de 53 - 54: “Sed memoria mea ingenti virtute, divorsis moribus fuere viri duo,
M. Cato et C. Caesar. Quos quoniam res obtulerat, silentio praeterire non fuit consilium, quin utriusque
naturam et mores, quantum ingenio possum, aperirem.”
4. 3
de hecho, así resume la intervención en la que pronunció su primera Catilinaria Cicerón: [31]
“Tum M. Tullius consul, sive praesentiam eius timens sive ira conmotus, orationem habuit
luculentam atque utilem rei publicae, quam postea scriptam edidit.” “Entonces el cónsul Marco
Tulio, enfadado bien por su presencia, bien por su propia ira, pronunció un discurso brillante y
efectivo para el estado, que más adelante publicó escrito.” No se puede decir que sea una
valoración particularmente dura ni exhaustiva; tan solo los adjetivos luculentam y utilem, que
son neutros dan, a entender que acepta la capacidad política del contenido de este discurso.
En cuanto a Cicerón, a pesar de que practica una política que se adapta a la conveniencia del
momento, defiende los intereses del partido optimate durante su consulado, esto queda
subrayado por el hecho de que se interpone en la conjura de un radical popular, repudiado por su
propio partido3
, lo que hace que destaque aún más su enemistad política. Destaca en él que,
como Salustio y a diferencia de Catilina, es un homo novus, hecho por el que es tachado y él
mismo menciona que Catilina se considera superior a él.
No obstante, es necesario recordar que la mayoría de historias de Roma han tenido estos dos
testimonios como referencia fundamental (por ejemplo, Amiano Marcelino cita a Cicerón
directamente más de treinta veces), por ello nuestro objetivo no es otro que releer las fuentes y,
situando el acontecimiento en su momento histórico, extraer cuál pudo ser la verdadera realidad
de la conjuración golpista y qué papel jugaba Catilina en ella: si realmente fue nuclear o tan solo
fue inculpado injustamente por sus enemigos políticos. Es decir, separar el mito arraigado en la
conciencia colectiva de la realidad.
El contexto
Destaca la época por ser realmente convulsa tanto en Roma como fuera de ella; pero las
conjuraciones de la década del 60 a.C. no suponen un hecho aislado, sino que sigue a una serie
de episodios en los que las vicisitudes de la guerra política dan como resultado que un sector de
la población, que no tiene acceso al poder, trate de revelarse contra la clase dominante que
acapara, monopoliza y vierte sangre por ese poder. Uno de los sucesos que mayor relevancia
tuvo en el contexto histórico de Catilina fue el golpe de estado dictadura de Sila (81-80 a.C.),
cuyas consecuencias resumo en pocas líneas:
De un lado, la llamada constitución silana, que es el conjunto de reformas que aprobó
durante su dictadura y que pretendía:
- Reducir el poder de los magistrados cum imperio dentro del ager romanus. En especial
quería evitar que los ejércitos provinciales fuesen demasiado poderosos como para
poder enfrentarse a Roma y, en definitiva, pudiera volver a darse una situación tal como
la que su levantamiento militar produjo. A esto ayudó una reorganización del sistema
territorial de las provincias y de su administración desde Roma; no solo limitaba el
poder de los magistrados a cada provincia, sino también sus efectivos inmediatos.
3
Este es un tema controvertido, ya que Craso parece apoyar a Catilina y fue él quien aportó una
ayuda considerable en su primera campaña al consulado, como señala Pabón. No obstante, que Craso
fuese quien denunciara la conjura ante Cicerón, hace pensar que este ya tenía en mente una futura alianza
con Pompeyo y pretendía buscarse aliados en el senado. No obstante cf. praeterea se missum a M. Crasso,
qui Catilinae nuntiaret, ne eum Lentulus et Cethegus aliique ex coniuratione deprehensi terrerent eoque
magis properaret ad urbem accedere, quo et ceterorum animos reficeret et illi facilius e periculo
eriperentur. Y el modo en que se menciona a Craso en 48: Alii Tarquinium a Cicerone inmissum aiebant,
ne Crassus more suo suspecto malorum patrocinio rem publicam conturbaret. Ipsum Crassum ego postea
praedicantem audivi tantam illam contumeliam sibi ab Cicerone inpositam.
5. 4
- Intervenir el sistema de las magistraturas acotando las funciones de las ya existentes y
creando nuevos puestos con atribuciones específicas. A parte de modificar la edad
mínima en que se podía entrar a formar parte del cursus honorum, privó de imperium
militiae a las magistraturas superiores cum imperio en Italia. La limitación del poder
militar quedaba restringida a Roma y, por tanto, su ampliación, dotó de mayor
importancia jurídica a los territorios itálicos. A este punto es recomendable recordar que
Sila en los años 91-89 a.C. frenó una serie de revueltas, conocidas como la guerra
social, que fueron causadas por ciudades aliadas de Roma que, debido a la distinción
jerárquico-categórica de las ciudades itálicas, se revelaron y declararon independientes
de Roma.
Sila pretendía evitar que esto volviese a suceder y, a la serie de concesiones de
ciudadanía romana que se dio durante la propia guerra (como la lex iulia de 90 a.C., que
premiaba a todos los aliados no sublevados con), añadió las restricción del imperium lo
que las hacía semejantes a Roma.
- Cambiar el control de los tribunales de justicia. Desde la reforma de Gayo Graco (123
a.C.), esto habían pasado a ser controlados por el ordo equester4
para limitar la
capacidad de los senadores. No obstante, en un intento por reestructurar las bases del
poder de la nobilitas, estas atribuciones les fueron devueltas al ordo senatorialis.
También limitaba las rogationes tal como las establecía la lex hortensia (127 a.C.)
- Limitar las capacidades del tribunado de la plebe. Este no solo perdía su capacidad
legislativa, al no poder presentar propuestas de ley a la asamblea de la plebe sin la
ratificación y aprobación del Senado; sino que también excluía a los tribunos de la plebe
del acceso a cualquier magistratura del cursus honorum, prohibiendo además que un
tribuno de la plebe pudiera ser reelegido; también se privaba a la magistratura del
derecho de veto (ius intercessionis) que tantaas veces llegó a paralizar la política
senatorial.
En resumen, las reformas de Sila pretendían guiar la república y evitar una actuación militar
desmedida que fortaleciese a un solo individuo que pudiese marchar sobre Roma y reformular el
sistema republicano para rehacer la oligarquía. Pues sus características tradicionales habían sido
recortadas en el último siglo de tal modo que el poder de la nobilitas fue reduciéndose. De
hecho, el sistema permitía destacar a los individuos por encima del poder senatorial, haciendo
posibles regímenes de una marcada autocracia militar, como los que vendrían a darse en los
años siguientes hasta el principado.
Aunque los principios legislativos que Sila aprobó brindaban al Senado la posibilidad de
tomar las riendas, el ejército encabezó revueltas en los años siguientes5
y magistrados como
Emilio Lépido, perteneciente a la facción popular, derogó algunas de sus reformas (haciendo
que volviese a repartirse trigo entre la población romana, lo que indudablemente llevaba a cabo
una compra masiva de votos y de apoyos populares) y expulsó de las tierras concedidas en
Etruria a muchos de los veteranos de Sila.
En efecto una de los cambios que mayor relevancia tuvo para la revueltas de 66 y 63 a.C. y
que fue consecuencia directa del régimen de Sila fue la concesión de tierras itálicas a más de
4
En realidad, la reforma judicial del tribuno de la plebe era más lata, ya que dictaba que los jueces no
podrían ser reclutados del orden senatorial; aunque la consecuencia clara fue que el ordo equester acabó
por monopolizar estos cargos.
5
Destacaremos, por ejemplo, la de Sertorio en Hispania en 83 - 78 a.C., que fue de una gran crueldad
y pudo considerarse una verdadera guerra civil en territorio provincial.
6. 5
setenta mil veteranos. La mayoría de estas tierras fueron expropiadas, pero los legionarios allí
situados no mediaron en el proceso, tan solo percibieron el pago por sus servicio militar (es
necesario recordar que licenciar a todos estos soldados era algo necesario para poder pacificar
Roma, después de la gran movilización de tropas que llevó a cabo Sila). No obstante, como
señalábamos, Lépido recuperó para sus antiguos propietarios algunas de estas tierras suscitando
tensión con los veteranos, cuyas inclinaciones políticas pasaron a acercarse al sector más
radical. Esta situación de inestabilidad se vio acentuada por la crisis económica, fruto de la
sucesión de las guerras.
La década de 60 a.C.
Podríamos resumir la situación de esta época en palabras de Salustio:
(Yug. 41) “Namque coepere nobilitas dignitatem, populus libertatem in libidinem vertere,
sibi quisque ducere trahere rapere. Ita omnia in duas partis abstracta sunt, res publica, quae
media fuerat, dilacerata.” “En efecto, la nobleza comenzó a forzar hasta los límites de lo
soportable su derecho a la dignitas, y el pueblo su derecho a la libertas; cada uno trataba de
cobrarlo todo o de arrebatarlo para sí mismo. Y, así, todo caía hacia una u otra parte y la res
publica, que era el elemento de discordia, quedó destrozada.”
Salustio se refiere a los continuos intentos de la nobleza por hacerse con el poder de manera
individual: el más claro ejemplo lo constituye Pompeyo (en 66-63 a.C.), quien tras vencer a
Mitrídates en el Ponto, acumuló en su persona un gran poder militar ya que tuvo bajo control
todo oriente. Esto contribuyó a que acumulase también poder económico (en forma de clientela
influyente y de dinero como botín de guerra). El Senado no podía refrenarlo ya que la mayoría
de personajes ambiciosos del momento, como Cesar o Cicerón, requerían del apoyo de
Pompeyo y de sus seguidores y compañeros. En este caso, la imagen del magistrado queda
desdibujada a favor del privatus que combate por sus propios medios: el estado le dio facultades
para esgrimir tal poder militar, pero sus victorias le permitieron doblar el alcance de su
ambición y hacerse con mucho más.
La nobleza, para obtener dignitas y su materialización, la elección en las más altas
magistraturas o la obtención de poderes extraordinarios (que era el método más utilizado a partir
de las limitaciones de las magistraturas que ordenó Sila), se valió de todos los recursos
disponibles. Hasta el uso de la violencia y la sedición. La cuestión es si Catilina forma parte de
ese grupo de nobles ambiciosos que pretenden acumular en sí todo el poder posible. Lo cierto es
que las fuentes apuntan en esa dirección y lo tachan de partidario de Sila, tiranófilo y ambicioso,
como hemos visto. No obstante, su conjura probablemente no era suya, es decir, Catilina no era
la cabeza de la conjuración de Catilina6
.
La conjura del 66 a.C.
En primer lugar hay que decir que las fuentes son confusas respecto a su implicación en este
intento de golpe de estado. Faltan datos y es conocido que las fuentes más alejadas confunden la
conjura del 66 con la de 63; lo que parece seguro es que se presentó como candidato a cónsul en
6
Nos referimos como culpables al grupo de conjurados, entre los que destacan senadores,
ajusticiados por Cicerón sin posibilidad de apelar, tras el episodio de los alóbroges. Cicerón incluso llega
a insinuar que destacados senadores, como César, participaron a favor de esta revuelta golpista (hay que
recordar que él pide el exilio para los nobles ajusticiados); probablemente se trate de consideraciones
partidistas.
7. 6
66 a.C. pero por sospechas hacia personas afines a él y, sobre todo, porque los otros candidatos
a cónsul (entre los que destaca el heredero de los pisones) obtuvieron el apoyo de Pompeyo y de
sus partidarios, no fue elegido. También se le acusa de haber intentado una pequeña revuelta
demagógica para atraerse el apoyo del pueblo, pero fue absuelto. Probablemente Catilina solo
haya sido incluido en base a rumores, ya que era Craso, conocido detractor de la política
pompeyana, quien era entonces censor.
El 64 a.C., Catilina había sido llevado de nuevo a juicio, aunque en esta ocasión por su
papel en la represión de Sila. A instancias del cuestor Marco Porcio Catón, todos los hombres
que se habían aprovechado de la represión fueron llevados a juicio. Catilina fue acusado de
asesinar a Marco Mario Gratidiano, y por pasear la cabeza de éste por las calles de Roma. Otros
le acusaban de haber asesinado a muchos otros hombres notables de la ciudad. Entre las
acusaciones contaba que había asesinado a su propio cuñado, y había pedido su proscripción
posteriormente a Sila para hacer de su muerte un acto legítimo. A pesar de todo esto, Catilina
fue de nuevo exculpado, aunque algunos conjeturan que esta exculpación se debió a la
influencia de César, quien presidía el tribunal. No es, de hecho, más que una prueba de la
implicación de otros altos cargos senatoriales en las revueltas golpistas.
Catilina eligió de nuevo presentarse al consulado. En las elecciones del año 62 a. C.,
Catilina fue derrotado nuevamente, esta vez por Décimo Junio Silano y Lucio Licinio Murena,
lo que quebró definitivamente sus ambiciones políticas. La única posibilidad de obtener el
consulado era ya a través de medios ilegítimos: la conspiración o la revolución.
El 63 a.C.
En las elecciones del 64 a.C. Catilina fue derrotado por Cicerón y Gayo Antonio Hybrida.
El problema que Catilina planteaba al Senado era su inclinación política: era popular, pero muy
extremista. Como demostró durante los meses posteriores en su exilio con Manlio, Catilina
hablaba de reparto de tierras y de una política agraria incompatible con el régimen nobiliario.
Esa política económica que chocaba con los planes de la aristocracia terrateniente, llevó a
descartarlo del consulado y a conceder a un homo novus la magistratura superior.
Durante ese año, Catilina preparó la que sería su última campaña propagandística y
demagógica legal. Ya era al menos la tercera vez que se le negaba la máxima magistratura y la
política tanto externa como interna de Roma no había mejorado: La guerra contra Mitrídates aún
duraría dos años más y la crisis económica no remitía. Para la sección más radical del partido de
los populares, la plebe podía ser más fácilmente manipulada en épocas de escasez. Así, se
presentó a las elecciones del 63 (para ocupar el consulado en 64 a.C.); pero perdió (en su lugar
fueron elegidos Murena y Silano). Esto desencadenó la revuelta golpista. Los acontecimientos
se produjeron en los últimos tres meses del año 66; desde la asamblea curia en el campo de
Marte a mediados de octubre, hasta la muerte de Catilina y Manlio el cinco de enero en la
batalla de Pistoya.
Aunque, desde el momento en que pierde las elecciones, se supone que ya se pone en
marcha el conjunto de las influencias de Catilina para dar muerte a Cicerón (recordemos que el
otro cónsul, Hybrida, era aliado suyo y fue sospechoso de participar en la conjura), los
acontecimientos para los ciudadanos que viven en Roma no están claros: pues que Manlio salió
a reclutar a Etruria no se supo hasta un mes más tarde (la información que Cicerón da en su
8. 7
primera catilinaria no es del todo precisa7
). De hecho la controversia sobre la partida exacta de
Manlio y los motivos por los que esta se da, no están claros. Es evidente, de un lado, que a
mediados de noviembre Manlio debía de tener apoyo en la zona de Etruria, porque Catilina,
fallado su golpe de estado, huye allí para ser acogido. Pero, además, se desconoce con cuánto
apoyo contó en realidad; las menciones de Salustio y Cicerón hacen suponer que debían tratarse
de unos nueve mil hombres; la mayoría veteranos de Sila, descontentos con la política senatorial
que no solo les había arrebatado sus tierras (estipendio con el que se licenciaron), sino que
también había concedido poderes especiales a Pompeyo para continuar la guerra en el Ponto al
menos tres años más a pesar de que en Roma la situación era pésima.
El intento de asesinato se dio el 7 de noviembre, apenas un mes después del fracaso
electoral; antes de que este se diera lugar, hubo una reunión en casa de Porcio Laeca, un
senador popular. El atentado consistiría en que dos sicarios acudiesen de madrugada a casa de
Cicerón, con un supuesto mensaje para el cónsul. Iban armados y esperaban que, ya que Cicerón
esperaba noticias sobre la convulsión romana, ellos le llevasen información testimonial. No
obstante, Cicerón se procuró una escolta en su casa (Salustio habla de una pequeña comitiva)
que interceptó a los dos jinetes, los detuvo y consiguió saber el motivo de su ataque. El intento
de golpe de estado que casi se cobra la vida del cónsul fue la mecha que incitó a Cicerón a
pronunciar su primer discurso; cabe suponer que el miedo que sintió le hizo ser tenaz y lo
bastante contundente para que, la misma noche del 8 de noviembre, Catilina tuviese que huir de
la ciudad. Afirma Salustio que, cuando huyó, se llevó consigo: “Dum ea Romae geruntur,
Catilina ex omni copia, quam et ipse adduxerat et Manlius habuerat, duas legiones instituit,
cohortis pro numero militum complet.” Mientras pasaba esto en Roma, Catilina forma dos
legiones con las tropas que había traído consigo y las que Manlio tenía ya de antes, y dota cada
cohorte hasta donde lo permite el número de soldados.
Se trata de una exageración, pero el dato de que quam et ipse adduxerat hace plantearse que
no huyó solo. En efecto en Roma Catilina tenía no poco aliados; los populares, cercanos a la
clase más desfavorecida de Roma, contaban con el apoyo de la plebe: no obstante, como noble
que era, tenía de su lado también las influencias propias de su clase (los clientes y los intereses
políticos) que le permitieron poder costearse un ejército. Aunque resulta difícil saber hasta qué
punto lo apoyaba la plebe (o si realmente tenía un contingente de voluntarios desahuciados), la
relación es recíprocamente beneficiosa: Catilina les prometía reparto de tierras y un precio
estable del trigo en Roma (que es la baza fundamental del sector popular8
).
7
La afirmación de Catilinaria 1, V, no es una afirmación que pueda considerarse exacta, ni que
asegure que Cicerón poseyese toda la información referente a las tropas que Manlio estuviera reclutando.
No obstante la mención es relevante porque sí fue información importante para los senadores populares
que aún confiaban en la inocencia de Catilina: “Castra sunt in Italia contra populum Romanum in
Etruriae faucibus conlocata, crescit in dies singulos hostium numerus; eorum autem castrorum
imperatorem ducemque hostium intra moenia atque adeo in senatu videmus intestinam aliquam cotidie
perniciem rei publicae.” Hay acampado en Italia, en los desfiladeros de Etruria, un ejército dispuesto
contra la república crece día por día el número de los enemigos: el general de ese ejército, el jefe de esos
enemigos está dentro de la ciudad y hasta lo vemos dentro del Senado maquinando sin cesar algún daño
interno a la república.
8
Cf. la política agraria de los Graco a mediados del siglo II a.C. en especial la lex frumentaria cuyos
detractores calificarían de populista.
9. 8
En efecto los sectores más pobres de la sociedad romana, como señala Wulff, toman como
líder a quien les asegure el sustento inmediato y esté dispuesto a hacer pequeñas concesiones
que mejoren la situación acuciante; por ello lo acompañaban: todos aquellos que debido a la
mala situación agraria, propiciada por la guerra contra Mitrídates creían en que el reparto de
tierra que Catilina ofrecía era una solución aceptable. La población urbana de Roma siempre
dependió del trigo que le llegaba de las zonas de labranza y la situación de expropiación que
habían sufrido muchos, primero obra de Sila, después de la reorganización territorial que
pretendía devolver lo expropiado, pasaron factura. Sumado esto al hecho de que el ejército se
hallaba presente en el Ponto, creyó Catilina que la victoria militar era posible.
El 9 de noviembre fue también convulso para el estado: el senado, enterado de la huida de
Catilina, lo nombró enemigo público9
. Pero los conjurados que aún permanecían en Roma (y
que, gracias a que Catilina se había atraído para sí toda la atención, podían actuar en la sombre)
aprovecharon que unos embajadores de los galos alóbroges estaban en la ciudad y les ofrecieron
un pacto: su cooperación para derrocar el régimen actual de Roma a cambio del cumplimiento
de la misiva que los había enviado allí: relajar la situación que el gobernador romano en la Galia
había impuesto sobre su pueblo. Menciona Salustio al conjurado Léntulo Sura como principal
interesado en procurarse esta alianza. No obstante, los alóbroges decidieron procurarse el favor
del senado; acudieron a Cicerón con la información de que unos conjurados les habían ofrecido
marchar contra Roma y este, sabedor de lo complejo de la situación jurídica, les ordenó aportar
pruebas. El 2 de diciembre los conspirados escribieron cartas alentadoras al pueblo galo para
hacerles ver que la conspiración era un hecho y, gracias a que fueron interceptadas, la mayoría
de los conjurados fueron apresados o matados en asechanzas alrededor de Roma (en alguna los
alóbroges participaron directamente, haciendo a los golpistas quedar descubiertos).
El 5 de diciembre aparece mencionado tanto por Cicerón, como por Salustio desde
perspectivas distintas: En su habitual línea aparentemente imparcial Salustio presenta el hecho
de la siguiente manera: Catón propone y defiende la pena de muerte para los conjurados
capturados por los crímenes que han cometido contra el estado. Él representa el factor optimate.
César le responde que es un mal mayor para el estado adjudicar semejante pena a los senadores
y propone la cadena perpetua o el exilio y confiscación de sus bienes. La suya es la respuesta
popular. Salustio afirma que ellos son los mejores hombres del estado en ese momento y que sus
discursos (que él transcribe siguiendo el método aproximativo tucidideo en los cap. 52 y 53). No
obstante hay un tercer interlocutor cuya intervención no recoge, pero que fue de gran
importancia en esta decisión sumaria: Pues Cicerón pronunció el 5 de diciembre su cuarto
discurso contra Catilina; él se hallaba en una posición muy comprometida ya que, a pesar de
que, como juez, tenía que mostrarse imparcial y podía demostrar su inclinación por la propuesta
de Catón, en su cuarta Catilinaria se vale de todo tipo de mecanismos retóricos para hacer ver a
los senadores cuál es la pena adecuada para esos prisioneros golpistas: la pena de muerte.
El resultado fue duro y sumario: los conjurados fueron asesinados en la prisión sin
posibilidad de apelación. Tan solo quedaba, por tanto, un foco de revuelta; el ejército de pobres
y veteranos descontentos que Manlio y Catilina tenían cerca de Etruria. El asunto finalizó
9
El término que le aplica Cicerón es hostis que tiene un gran valor peyorativo, refiriéndose a un
romano: cf. Catilinaria: 1, II eorum autem castrorum imperatorem ducemque hostium intra moenia atque
adeo in senatu videtis; 3, VII: cum ille in urbe hostis esset, tantis periculis rem publicam tanta pace, tanto
otio, tanto silentio liberassemus; 4, VIII: et summo nati loco, non patriam suam sed urbem hostium esse
iudicaverunt. También 1, XI; 3, VI o 4, VII, con un valor más descriptivo del tipo de amenaza que supone
un hostis.
10. 9
rápidamente, pues en enero el ejército consular interceptó y puso en fuga a las tropas enemigas
matando a Catilina y a Manlio la batalla. La muerte de Catilina no carece de impacto visual y
emotivo: (61, 4) “Catilina vero longe a suis inter hostium cadavera repertus est, paulum etiam
spirans ferociamque animi, quam habuerat vivos, in voltu retinens.” Catilina fue hallado lejos
de los suyos, entre los cadáveres enemigos, todavía expirante y conservando en su rostro la
fiereza del alma que siempre tuvo.
Conclusión
La conjuración de Catilina tiene dos posibilidades de análisis: puede ser presentada como el
intento de un noble más por hacerse con el poder total en una república romana que está dando
sus últimos coletazos hacia el poder absoluto de una sola persona. En esa línea no sería más que
una conspiración como tantas otras; mas en este caso falta un elemento que tanto en el caso de
Sila, como de César, como del propio Augusto, fue esencial: el ejército. Catilina no contó con el
apoyo de las tropas regulares romanas (ni con un sector manifiesto de estas); de hecho sus
combatientes eran veteranos ya licenciados o personas carentes de recursos.
Por ello, parece más coherente pensar en Catilina como un reformista demonizado por las
figuras más poderosas de su época: los aristócratas. Él también parte de esa clase que gobernaba
a todo un imperio, Catilina fue apartado continuamente del poder, no solamente porque formase
parte de un sector popular radical que aterrorizaba a la clase senatorial patricio-plebeya que
fundamenta su superioridad en el control de los medios de producción; Catilina representó la
posibilidad de un nuevo futuro para la república cambiante: en lugar de inclinarse hacia el poder
unipersonal de los emperadores, la aristocracia podría hacer concesiones a ese conjunto que era
el mayoritario en Roma: la plebe.
No obstante, esa y otras cuestiones pertenecen a esa historia de perdedores que Roma no
concedió ni a los Graco ni a Catilina. Cicerón se recreó sobre los restos de una conspiración que
pudo detener gracias a la suerte y a unos galos que decidieron serle fieles, para ello publicó
varios años después unos discursos en los que, a pesar de su verborrea, se pueden llegar a
vislumbrar los hechos históricos. Salustio pretendió moldear una historia de valores y moralidad
intachable, pero fue incapaz de llegar a los principios de sus enemigos y, cegado por los celos
hacia su enemigo, Cicerón, creyó que acallándolo podría olvidar que llegó a cónsul y él no.
Ambos enemigos que tomaron un acontecimiento minúsculo, tan solo un intento de asesinato, y
lo utilizaron para propaganda de sus propios intereses partidistas. En medio estaba Catilina,
intentando demostrarles a esos novi que no toda la política romana se hace en el senado.
Bibliografía:
-Cicerón (1969) Catilinarias, texto traducido por Francisco Campos Rodríguez, Gredos,
Madrid
-González, C. (1990) La república tardía: cesarianos y Pompeyanos, Akal, Madrid
-Salustio (1954) Catilina y Yugurta; traducción e introducción por José Manuel Pabón,
Alma Mater, Barcelona
-Wulff, A. (2002) Roma e Italia de la Guerra Social a la retirada de Sila (90-79 a.C.),
Latomus, Revue d'Études Latines, Bruselas