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I1.
Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación
dium et spes 22; Ad gentes 7; N ostra aetate 1s). Ante nuestro cono-
cimiento actual de la extensión espacial y sobre todo temporal de la
historia de la humanidad, no puede suponerse con seriedad y sin pos-
tulados arbitrarios que todos los hombres, para poder creer y así sal-
varse, han estado y tienen que estar unidos con la concreta revelación
histórica por la palabra en sentido estricto, o sea, con la tradición
explícita de una paradisíaca revelación originaria o con la revelación
bíblica del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pero unaacción salví-
,[tca sin fe es imposible, y una fe sin encuentro cón el Dios que se
revela personalmente es un falso concepto.
Así, en concreto no puede pensarse sino una fe que sea simple-
mente la aceptación obediente de la autotrascendencia del hombre ele-
vada en forma sobrenatural, la aceptación obediente de la referencia
trascendental al Dios de la vida eterna, referencia que como modali-
dad apriorística de la conciencia reviste de todo punto el carácter de
una comunicación divina. Esta experiencia trascendental sobrenatural,
que ya en sí realiza a su manera el concepto de una revelación divina y
por eso en su historia constituye también una historia de la revelación,
ciertamente requiere una mediación histórico-categorial; pero ésta no
tiene que hacer temática necesariamente y en todas partes de manera
explícita la experiencia trascendental como efecto de una sobrenatural
acción reveladora de Dios.
4. RELACIÓN ENTRE LA HISTORIA GENERAL DE LA
REVELACIÓN TRASCENDENTAL Y LA HISTORIA CATEGORIAL
ESPECIAL DE LA REVELACIÓN
Así pues, la historia de la salvación y de la revelación, como
comunicación auténticarnente gratuita de Dios mismo, es coexistente
y coextensiva con la historia del mundo, del espíritu y también de la
religión en general. Porque hay una autotrascendencia -con carácter
de revelación- del hombre por la autocomunicación ontológica de
Dios, acontece historia de la revelación siempre que esta experiencia
trascendental tiene su historia, o sea, en la historia del hombre en ge-
neral. La pregunta de dónde y cómo esta historia de la revelación y de
la salvación -postulada hasta ahora en forma más bien apriorística+
acontece en la historia del hombre, y la pregunta de cómo la historia
188
Interpretación histórica de la experiencia trascendental
general sobrenatural de la salvación deja subsistir junto a ella -o, me-
jor, en ella misma- como necesaria aquella historia de la revelación
que en general se llama simplemente historia de la revelación, son
cuestiones cuya respuesta puede pensarse en una reflexión.
La autointerpretación histórica esencialmente necesaria de la experiencia
trascendental (sobrenatural)
La experiencia sobrenatural-trascendental tiene una historia, y sólo
aparece como enmarcada una y otra vez en ella, porque dicha expe-
riencia tiene una historia que se identifica con la historia de la humani-
dad y no acontece sólo en algunos puntos de ésta.
Para ver desde aquí el nexo, la necesidad y la diferencia entre
esta historia trascendental de la salvación y de la revelación, por una
parte, y la historia categorial, particular y oficial de la salvación, por
otra, han de pensarse sobre todo dos cosas: la historia categorial del
hombre como un sujeto espiritual es siempre y en todas partes la nece-
saria, pero histórica, objetivante, autointerpretación de la experiencia
trascendental, que constituye la realización de la esencia del hombre.
Esta realización esencial del hombre no acontece junto a los sucesos
de la vida histórica, sino en esa vida histórica. La autointerpretación
histórico-categorial de lo que es el hombre no acontece sólo ni primor-
dialmente mediante una antropología explícita, formulada en frases,
sino en la historia entera del hombre, en su hacer y padecer la vida in-
dividual; en lo que llamamos simplemente historia de la cultura, de la
socialización, del Estado, del arte, de la religión, de la externa domi-
nación técnica y económica de la naturaleza. En dicha historia -y no
cuando los filósofos comienzan por primera vez a desarrollar una an-
tropología- acontece esta autointerpretación histórica del hombre.
Aquella reflexión teórica en una antropología metafísica o teológica
que llamamos generalmente autointerpretación del hombre, constituye
un momento sin duda necesario, pero a la vez relativo y secundario, el
cual está ligado a la historia entera de la humanidad. Esa autointerpre-
ración debe pensarse como algo que acontece en una historia auténti-
ca, no como una evolución biológica, determinista. Ella es historia, o
sea, libertad, riesgo, esperanza, proyección hacia el futuro y posibili-
dad de fracaso. Y sólo en todo ello y de esta manera tiene el hombre
189
-r
Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación Interpretación histórica de la experiencia trascendental
su experiencia trascendental como evento y a una con ello su esencia,
que subjetivamente no puede poseerse junto a esa realización de la his-
toria. Por esto, la propia interpretación de la experiencia trascendental
. en la historia reviste un carácter de necesidad esencial, pertenece a la
constitución de la experiencia trascendental, aunque ambas cosas no
son simplemente lo mismo en una identidad dada de antemano.
Si, por tanto, hay una historia como necesaria autointerpreta-
ción objetivante de la experiencia trascendental, en consecuencia se
da una historia reveladora de la experiencia trascendental como nece-
saria autointerpretación histórica de aquella originaria experiencia
trascendental que está constituida por la comunicación de Dios mis-
mo. Esta auto comunicación histórica de Dios puede y debe entender-
se como historia de la revelación. En efecto, esta historia es la conse-
cuencia y objetivación de la originaria comunicación de Dios mismo,
por la que él se revela, es la interpretación de la misma y con ello su
historia. En consecuencia, sólo puede llamarse historia de la revela-
ción a la historia de la propia interpretación explícita de la experiencia
trascendental sobrenatural en la vida del hombre y de la humanidad y
en la antropología teológica, formulada en frases, que sigue a ello.
la naturaleza de la cosa, allí se da historia de la revelación en el senti-
do que normalmente se da a esta expresión. De todos modos, este tipo
de historia de la revelación es sólo una especie, un sector de la historia
general, categorial de la revelación; es el caso más logrado de la nece-
saria autointerpretación de la revelación trascendental o, mejor dicho,
la plena realización esencial de ambas revelaciones -la trascendental y
la categorial- y de su historia una en una unidad y pureza de esencia.
Con ello tenemos un concepto de historia categorial de la revela-
ción que no coincide todavía simple e inequívocamente con el de his-
toria de la revelación en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Todavía
no hemos llegado tan lejos. Pues lo que hemos. mencionado como una
especie de definición de una historia categorial de la revelación en sen-
tido estricto -y por ello es aplicable univocamente al Antiguo y al
Nuevo Testamento- no tiene que estar dado con necesidad sólo en el
Antiguo y el Nuevo Testamento. Si decimos que un profeta veterotes-
tarncnrario cumple realmente en la palabra de Dios que él anuncia este
sentido estricto de lo que llamamos historia categorial de la salvación
(al decir que ésta se sabe como la historia de la salvación explícitamen-
te querida y dirigida por Dios), con ello no se ha respondido todavía
a la pregunta de si algo así no se ha dado también fuera de la historia
de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Si la experiencia trascendental de Dios de tipo sobrenatural se
despliega necesariamente a lo largo de la historia y forma así una his-
toria categorial de la revelación y está así dada en todas partes, enton-
ces está dicho también que esa historia es siempre una historia no lo-
grada plenamente, inicial, que todavía se busca a sí misma y, sobre
todo, por la culpa del hombre, está siempre cruzada por una situación
condicionada por la culpa, es una historia obscurecida y ambigua de la
revelación.
Por tanto, la historia de la revelación en el sentido usual y -so-
bre todo- pleno de la palabra se da allí donde esta autointerpretación
de la propia comunicación trascendental de Dios mismo en la historia
se logra de tal manera y de tal manera llega con seguridad a sí misma
y a una pureza genuina, que se sabe con razón como dirigida por Dios
y se encuentra a sí misma (con conciencia de estar protegida por Dios
contra toda transitoriedad que tiende a petrificarse y contra la depra-
vación).
Concepto de una historia categorial y especial de la revelación
La historia categorial de la revelación puede ciertamente, de una ma-
nera no temática, a través de todo lo que acontece en la historia huma-
na, la mediación histórica de la experiencia trascendental sobrenatural
de Dios como revelación sobrenatural. Pero la historia de la revela-
ción trascendental de Dios volverá con necesidad a mostrarse una y
, otra vez como la historia que acontece con dirección irreversible hacia
una suprema y envolvente autointerpretación del hombre, y así será
cada vez más intensamente una explícita autointerpretación religiosa
de la experiencia trascendental sobrenatural de Dios, la cual tiene ca-
rácter de revelación.
Ahora bien, partiendo de este punto podemos decir: Donde esa
historia de la revelación, explícitamente religiosa, categorial, como
historia de la revelación trascendental por la comunicación de Dios
mismo, se sabe como querida y dirigida positivamente por Dios y se
cerciora de la legitimidad de este saber en la manera preceptuada por
190 191
Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación
Posibilidad de una historia auténtica de la revelaciónfuera del Antiguo y
del Nuevo Testamento
No pretendemos decir que tal pureza de la esencia de la revelación se
halla sólo en el ámbito del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por lo
menos en la historia individual de la salvación no hay ninguna razón
en contra, pero sí muchas a favor, de que se dan momentos históricos
en esta historia individual de la salvación y la revelación en los que la
acción de Dios y la pura rectitud de la autointerpretación de la expe-
riencia trascendental de Dios se convierten en dato y en certeza pro-
pia para el individuo mismo. .
- Pero también en la historia colectiva de la humanidad, en su his-
toria de la religión fuera de la economía salvífica del Antiguo y del
Nuevo Testamento, puede haber historias parciales y breves de tal his-
toria categorial de la revelación, en las que está dado un trozo de la re-
velación general y de su historia en forma refleja. Pero la mayoría de
las veces estas historias parciales carecerán para nosotros de una conti-
nuidad perceptible en sus elementos. En una historia de la culpa y de
la desfiguración de la religión aquellas historias estarán siempre cruza-
das por una historia de la interpretación errónea, culpable o meramen-
te humana de esta originaria experiencia trascendental, que se hace
presente por doquier en la historia temática y atemáticamente.
Comoquiera que de hecho se presente esta posibilidad, no debe
ser impugnada en principio. Lo que se presupone es solamente que
esta historia categorial de la revelación se entiende (o puede entender-
se) como una autointerpretación de la experiencia trascendental de
Dios -con carácter de revelación-; y tal interpretación, cuando es
recta, ha de pensarse en virtud de la real voluntad salvífica de Dios,
como querida y dirigida positivamente por él. A este respecto la "di-
rección" no se concibe como adicional y venida de fuera, sino como
fuerza inmanente de la propia comunicación de Dios, la cual, como
libre por parte de Dios y dada al hombre histórico, es una auténtica
historia, cuyo curso concreto no puede deducirse a priori desde un
principio abstracto cualquiera, sino que, como la restante autointerpre-
tación histórica del hombre, debe ser experimentada, sufrida y recibi-
da en la historia.
El historiador cristiano de las religiones no tiene que concebir la
historia de la-sreligiones no bíblicas o cristianas como mera historia de
192
Jesucristo como criterio de distinción
la acción religiosa del hombre, o como mera depravación de las posi-
bilidades humanas de constituir una religión. También en la historia
de las religiones no cristianas puede observar sin reparos, describir y
analizar los fenómenos, interpretarlos de cara a sus últimas intencio-
nes, y si ve allí en acción al Dios de la revelación del Antiguo y del
Nuevo Testamento, a pesar del prirnitivismo y de las depravaciones
que se dan en la historia de las religiones, de ningún modo atenta con-
tra el carácter absoluto del cristianismo. Pero, como existe también
una historia de la condenación, el historiador cristiano está obligado a
no perder de vista la historia de la caída (de la antirrevelación) en la
historia de la humanidad y de los fenómenos religiosos. Pero si él des-
cubre una real y auténtica historia sobrenatural de la revelación -la
cual, naturalmente, no puede estar consumada, pues sólo se consuma
en Jesucristo, el crucificado y resucitado+, no hay que contradecirle a
priori en nombre de la dogmática desde el carácter absoluto del cris-
tianismo, sino que hay que incitarle a trabajar con objetividad en su
historia de las religiones y a ver al hombre tal como éste es: como el
ser que se halla siempre y por doquier bajo la exigencia de la gracia y
revelación de Dios mismo y que es siempre y en todas partes el peca-
dor, que en su historia recibe esta gracia de Dios y por su culpa vuelve
a corromperla una y otra vez. Aquí se plantea, naturalmente, la pre-
gunta de los criterios concretos de distinción.
Jesucristo como criterio de distinción
Por primera vez en el suceso pleno e insuperable de la propia objetiva-
ción histórica de la comunicación de Dios mismo al mundo en J esu-
cristo, se da un acontecimiento que como escatológico está sustraído
en principio y absolutamente a una depravación histórica, a una inter-
pretación corruptora en la historia ulterior de la revelación categorial
y de la desfiguración de la religión. En el sexto paso aduciremos las
bases teológicas de esta afirmación. Por eso, a partir de Jesucristo, el
crucificado y resucitado, se da un criterio para distinguir en la historia
concreta de la religión entre lo que es una tergiversación humana de la
experiencia trascendental de Dios y lo que constituye su interpretación
legítima. Sólo a partir de Jesucristo es posible tal discreción de espíri-
tus en sentido último.
193
Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación Función de los portadores de la revelación
De hecho los cristianos sólo desde Cristo podemos distinguir ra-
dicalmente en el contenido de la revelación veterotestamentaria entre
la historia categorial de la revelación en pleno sentido y pureza, por
una parte, y los sustitutivos y desfiguraciones humanos, por otra. Si
nosotros, como simples historiadores y científicos de la religión, inde-
pendientemente de nuestra fe en Jesucristo, intentamos acercamos en
un plano puramente histórico al Antiguo Testamento y a los fenóme-
nos allí atestiguados como datos históricos, no tendremos ningún cri-
terio último para distinguir entre lo que bajo el prisma de la esencia de
la autocomunicación trascendental de Dios es pura y legítima manifes-
tación y objetivación histórica de esta autocomunicación, de un lado,
y lo que es rnutilante depravación humana, de otro. Y a este respecto
debería distinguirse más exactamente (cosa a .su vez imposible sin la
mirada puesta en Jesucristo) entre lo que allí es legítimo como una fase
de objetivación de la experiencia trascendental de Dios propia de una
época aunque sólo sea como una interpretación transitoria que ostenta
una dinámica interna hacia la plena revelación en Jesús, y lo que repre-
senta ya una auténtica depravación, medido incluso en la situación
coetánea del Antiguo Testamento.
com? hombres en los q~e acontece en acción y palabra-la autointerpre-
racion de la expenenCla trascendental sobrenatural y de su historia.
Por tanto, en ellos se hace palabra algo que en principio está dado en
todos, también en nosotros, los que no nos llamamos profetas. Una
autointerprctación y objetivación histórica de la trascendentalidad so-
brenatural del hombre y de su historia no necesita ni puede ser inter-
pretada como un proceso meramente humano y natural de reflexión y
objetivación. Se trata de la propia interpretación de aquella realidad
que está constituida por la propia comunicación personal de Dios, o
sea, por Dios mismo. Si ésta se interpreta históricamente, entonces es
Dios el que se interpreta a sí mismo en la historia, y los portadores
históricos concretos de tal autointerpretación están en sentido auténti-
co autorizados por Dios. Esa autointerpretación no es un suceso acce-
sorio, sino un elemento histórico esencial en esta trascendentalidad so-
brenatural, la cual está constituida por la propia comunicación de
Dios. Esta autocornunicación no es, ni desde Dios ni desde el hombre,
una realidad estática, sino que tiene su historia en la historia de la hu-
manidad misma. Por tanto, la objetivación histórica y la propia inter-
pretación de la autocomunicación trascendental de Dios, se halla bajo
la misma voluntad salvífica absoluta y sobrenatural de Dios y de su
providencia salvadora que aquella autocomunicación divina por la que
el hombre es constituido en su esencia y desde la que es enviado a su
historia más auténtica, a la historia de esta auto comunicación trascen-
dental, a la historia de la salvación y de la revelación.
T eológicamente hablando, la "luz. de la fe", que se ofrece a cada
hombre, y la luz bajo la cual los "profetas" aprehenden y anuncian el
mensaje divino desde el centro de su existencia, es la misma luz, sobre
todo porque el mensaje-sólo puede oírse en forma adecuada bajo la luz.
de la fe, que a su vez no es sino la subjetividad divina del hombre, la
cual se constituye por la auto comunicación de Dios. Sin duda, la luz.
profética implica una configuración histórica concreta de la luz de la
fe en su concepto, donde la experiencia trascendental de Dios se
media rectamente a través de la historia concreta y de su interpretación.
El profeta, visto debidamente en el plano teológico, no es en esencia
otra cosa que el creyente que puede enunciar con acierto su experien-
cia trascendental de Dios. Dicha experiencia se enuncia en el profeta,
quizá a diferencia de otros creyentes, de tal manera que se hace tam-
bién para otros una objerivación recta y pura de la propia experiencia
195
La función de los portadores de la revelación
Aunque no se pone en duda la posibilidad y facticidad de una historia
de la salvación y de la revelación dada fuera del cristianismo reflejo, sin
embargo, permanece en pie la posibilidad de que, junto a una historia
categorial general de la salvación y revelación como interpretación de
la experiencia trascendental sobrenatural de Dios, se conceda también
vigencia a una especial historia "oficial" de la revelación, la cual se
identifica realmente con la del Antiguo y Nuevo Testamento. Esta
historia categorial de la revelación en ambos testamentos puede y
debe concebirse como interpretación válida de la comunicación tras-
cendental de Dios mismo al hombre y como tematización de la his-
toria categorial general de esta comunicación, la cual no tiene que
hacerse temática con necesidad siempre y en todas partes en manera
sacralizada. Aquellos hombres que en la terminología tradicional de-
signamos como profetas, en cuanto portadores originarios -comisiona-
dos por Dios- de tal comunicación reveladora, han de concebirse
194
, I
Grado quinto: historia d. la salvación y d. la revelación
trascendental de Dios y puede conocerse en esta rectitud y pureza.
Tal revelación especial, categorial, así esbozada, y un acontecer
de la revelación que se produce en los profetas y está destinado a otros
presuponen, naturalmente, en su concepto, que no es cualquiera el
lugar profético de esa auto interpretación categorial e histórica de la
revelación trascendental de Dios por su propia comunicación, sino que
muchos reciben y deben recibir de otros tal autointerpretación, no
porque ellos no tengan esta experiencia trascendental de Dios, sino
porque pertenece a la esencia del hombre el que su propia experiencia
de sí mismo, humana y a su vez debida a la gracia, se realice en la his-
toria de la comunicación de los hombres entre sÍ.
Una autointerpretación realmente lograda, que halla una forma
viva, acontece en el hombre de manera que ,para ello determinados
hombres, con sus experiencias y su propia interpretación, significan
para otros un prototipo productivo, una fuerza que despierta y tam-
bién una norma. Con ello el profeta no queda relativado. En efecto,
esta autointerpretación, que se produce en una pura objetivación, es
una historia de la autocomunicación trascendental de Dios mismo y,
por ello, no sólo es una historia gnoseológica de una teoría pura, sino
una realidad de la historia misma. El hombre, en cuanto situado junto
a otros hombres, sólo tiene su propia autointerpretación concreta
-por más que ésta proceda de dentro y vaya hacia dentro- en la au-
tointerpretación del mundo en que se halla inserto, en la participación
y en la recepción de la tradición de la propia interpretación histórica
de los hombres, que forman su mundo ambiental desde el pasado, a
través del presente y hacia el futuro. En todo momento, el hombre
sólo forma su propia inteligencia de sí mismo, también la profana, en
la comunidad de los hombres, en la experiencia de su historia, que
nunca hace solo, en el diálogo, en la experiencia reproductiva de tal
autointerpreración productiva de otros hombres. Por eso el hombre,
también en su experiencia religiosa, es hasta en la última singularidad
de su subjetividad un hombre junto a otros. La autointerpretación his-
tórica, también de la propia existencia religiosa, no es un negocio so-
lipsista, sino que se produce necesariamente también a través de la ex-
periencia histórica de la autointerpreración religiosa del propio entor-
no, de la "comunidad religiosa". Sus figuras singulares creadoras, los
profetas, logran en forma especial objetivar históricamente la autoco-
municación trascendental de Dios en el material de su historia y por la
196
Orientación hacia la universalidad
fuerza de esa comunicación divina, y así posibilitan a-los otros miem-
bros de tal co-mundo histórico el propio hallazgo histórico de la expe-
riencia religiosa trascendental.
No significa ninguna dificultad real el que con ello se dé una
transición fluida entre los profetas creyentes y los "simples" creyentes.
En tanto se trata de establecer una norma crítica y una legitimación
para el carácter logrado de la aurointerpretación histórica de la expe-
riencia trascendental de Dios en la acción y el hablar históricos de un
profeta, puede darse todavía una diferencia "absoluta" entre un profe-
ta y un "simple creyente". Tal criterio y legitimación no corresponden
a cualquier autointerpretación de cada creyente por sí solo; en todo
caso no pueden demostrarse para los demás, pues el "milagro", de
cuyo sentido y función corno legitimación y criterio tenemos que ha-
blar todavía, no corresponde a cualquier autointerpretación. Donde
acontece tal autointerpretación legitimada y destinada a muchos otros
de la experiencia trascendental sobrenatural de Dios, tenemos un suce-
so de la historia de la revelación en el sentido pleno y usual de la pala-
bra. Allí, estos sucesos guardan entre sí suficiente continuidad, sufi-
ciente nexo de referencia causal; allí las auto interpretaciones particula-
res -en cuanto tales limitadas en el tema y la profundidad- reciben
una unidad con otras y así una forma intersubjetivada, que agrupa las
interpretaciones particulares.
La orientación hacia la universalidad en la historia particular lograda de
la revelación
Con lo dicho sin duda resultan cornprensibles la peculiaridad, el nexo
y la diferencia que median entre la historia general, trascendental y ea-
tegorial, de la revelación, por una parte, y la historia particular, regio-
nal de la revelación, por otra. Ambas historias no se excluyen entre sí,
sino que se condicionan mutuamente. En la historia particular, regio-
nal, categorial de la revelación halla su esencia plena y su objetivación
histórica completa la primera, la historia general de la revelación, de
tipo trascendental y categorial, sin que por ello deba decirse que haya
de pasarse por alto la primera historia porque existe la segunda. Si la
historia particular, categorial de la revelación, en la que la revelación
trascendental se interpreta para un círculo de hombres espacial o tern-
197
Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación
poralrnente limitado, sólo puede pensarse, en primer lugar, por la sim-
ple razón de que también hay otras autointerpretaciones del hombre,
culturalmente limitadas según factores de espacio y tiempo, en cultu-
ras particulares y épocas limitadas, se deduce en consecuencia que
toda autointerpretación recta de la trascendentalidad sobrenatural del
hombre como el elemento fundamental de la constitución de toda
existencia humana también significa algo en principio para todos los
hombres. Así toda autointerpretación histórica recta, regional o tem-
poralmente limitada, de la relación sobrenatural del hombre con Dios,
lleva en sí una dinámica interna -aunque quizá oculta para ella misma
hacia el universalismo, hacia la mediación de una autointeligencia reli-
giosa cada vez más adecuada de todos los hombres.
En qué medida la destinación mencionada, en principio univer-
sal, de una historia categorial de la revelación, regional o temporal-
mente limitada, tiene de hecho repercusiones bajo la providencia salví-
fica de Dios, bajo qué forma explícitamente. palpable o bajo qué ano-
nimato histórico sucede eso, son cuestiones que evidentemente sólo
pueden experimentarse a posreriori por la historia misma y no pueden
deducirse a priori. Si los "profetas" que aparecen en tal historia parti-
cular de la salvación y las instituciones religiosas así originadas tienen
una "autoridad" para el hombre particular en su propia interpretación
religiosa, entonces podemos y debemos hablar también de una historia
"oficial", particular, categorial de la revelación.
La "revelaciónprimitiva"
5. ESTRUC~URA DE LA HISTORIA FÁCTICA DE LA REVELACIÓN
La constitución del hombre se produce a través de la creación y de la
c~municación de Dios mismo, por un distanciamiento y diferencia ra-
d.lcales,de Dios en cuanto misterio absoluto en el acto de la creación y,
simultáneamente, por una cercanía absoluta respecto de este misterio
en la gracia. En tanto esta constitución trascendental del hombre su
principio, también es siempre una posición en una historicidad concre-
ta como principio y horizonte previamente dados del hombre en su li-
bertad, y en tanto esta constitución lógica y objetivamente -si bien
no de manera palpable en un plano temporal= precede a su autointer-
pretación libre y, además, culpable, podemos hablar del principio pa-
radisíaco de la revelación trascendental y categorial de Dios, de la ori-
ginaria revelación trascendental y categorial. En este concepto, ha de
permanecer abierto, por el momento, el problema de en qué medida y
manera la "revelación primitiva" ha sido transmitida por sus primeros
portadores mundanos. "Adan y Eva", a las futuras generaciones. Re-
velación primitiva no significa sino que, allí donde está dado realmen-
te el hombre como hombre, es decir, como sujeto, como libertad y res-
P?~s~bilidad, é~t~s, por la comunicación de Dios mismo, estaban ya
dlr1g.ld~s ontológicarnente al Dios de la cercanía absoluta y que su
movrmiento, en el plano de la historia individual y de la colectiva, se
inició con esta finalidad. En qué medida esa trascendentalidad sobre-
natural estaba dada ya reflejamente y era ya temática en forma religio-
sa,. consti:uye una pregunta diferente por completo, que puede dejarse
a.bterta, Sl~ tener que poner en duda por ello el auténtico núcleo y sen-
tido de dicho concepto de revelación primitiva.
Ahora bien, en tanto la voluntad salvífica de Dios como autoco-
municación ofrecida permanece a pesar de la claudicación inicial del
hombre en su culpa, y cada hombre recibe su naturaleza humana -lla-
mada por Dios a través de su propia comunicación- de la humanidad
una en la unidad de su historia, puede hablarse sin reparos de la trans-
misión de la revelación trascendental originaria. Primeramente hemos
de hablar así en el sentido de que el hombre existe siempre como pro-
cedente de otros y de una historia conjunta, y en el sentido de que re-
cibe la trascendentalidad agraciada en esta y desde esta historia. De
acuerdo con ello, puede hablarse de una transmisión de la revelación
trascendental primitiva como tal, aunque ésta se transmita a través de
Para esclarecer un poco más lo dicho hasta ahora y transportarlo de su
abstracción conceptual a una cierta comprensión histórica, pregunte-
mos ahora si y cómo los conceptos formales logrados son aptos para
proporcionar por lo menos a grandes rasgos una representación de la
estructura de la historia fáctica de la revelación. Miraremos ahora a la
historia oficial de la salvación y revelación, a saber, a la historia del
Antiguo y Nuevo Testamento como última preparación para el suceso
absoluto de la revelación en Jesucristo.
198 199

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  • 1. I1. Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación dium et spes 22; Ad gentes 7; N ostra aetate 1s). Ante nuestro cono- cimiento actual de la extensión espacial y sobre todo temporal de la historia de la humanidad, no puede suponerse con seriedad y sin pos- tulados arbitrarios que todos los hombres, para poder creer y así sal- varse, han estado y tienen que estar unidos con la concreta revelación histórica por la palabra en sentido estricto, o sea, con la tradición explícita de una paradisíaca revelación originaria o con la revelación bíblica del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pero unaacción salví- ,[tca sin fe es imposible, y una fe sin encuentro cón el Dios que se revela personalmente es un falso concepto. Así, en concreto no puede pensarse sino una fe que sea simple- mente la aceptación obediente de la autotrascendencia del hombre ele- vada en forma sobrenatural, la aceptación obediente de la referencia trascendental al Dios de la vida eterna, referencia que como modali- dad apriorística de la conciencia reviste de todo punto el carácter de una comunicación divina. Esta experiencia trascendental sobrenatural, que ya en sí realiza a su manera el concepto de una revelación divina y por eso en su historia constituye también una historia de la revelación, ciertamente requiere una mediación histórico-categorial; pero ésta no tiene que hacer temática necesariamente y en todas partes de manera explícita la experiencia trascendental como efecto de una sobrenatural acción reveladora de Dios. 4. RELACIÓN ENTRE LA HISTORIA GENERAL DE LA REVELACIÓN TRASCENDENTAL Y LA HISTORIA CATEGORIAL ESPECIAL DE LA REVELACIÓN Así pues, la historia de la salvación y de la revelación, como comunicación auténticarnente gratuita de Dios mismo, es coexistente y coextensiva con la historia del mundo, del espíritu y también de la religión en general. Porque hay una autotrascendencia -con carácter de revelación- del hombre por la autocomunicación ontológica de Dios, acontece historia de la revelación siempre que esta experiencia trascendental tiene su historia, o sea, en la historia del hombre en ge- neral. La pregunta de dónde y cómo esta historia de la revelación y de la salvación -postulada hasta ahora en forma más bien apriorística+ acontece en la historia del hombre, y la pregunta de cómo la historia 188 Interpretación histórica de la experiencia trascendental general sobrenatural de la salvación deja subsistir junto a ella -o, me- jor, en ella misma- como necesaria aquella historia de la revelación que en general se llama simplemente historia de la revelación, son cuestiones cuya respuesta puede pensarse en una reflexión. La autointerpretación histórica esencialmente necesaria de la experiencia trascendental (sobrenatural) La experiencia sobrenatural-trascendental tiene una historia, y sólo aparece como enmarcada una y otra vez en ella, porque dicha expe- riencia tiene una historia que se identifica con la historia de la humani- dad y no acontece sólo en algunos puntos de ésta. Para ver desde aquí el nexo, la necesidad y la diferencia entre esta historia trascendental de la salvación y de la revelación, por una parte, y la historia categorial, particular y oficial de la salvación, por otra, han de pensarse sobre todo dos cosas: la historia categorial del hombre como un sujeto espiritual es siempre y en todas partes la nece- saria, pero histórica, objetivante, autointerpretación de la experiencia trascendental, que constituye la realización de la esencia del hombre. Esta realización esencial del hombre no acontece junto a los sucesos de la vida histórica, sino en esa vida histórica. La autointerpretación histórico-categorial de lo que es el hombre no acontece sólo ni primor- dialmente mediante una antropología explícita, formulada en frases, sino en la historia entera del hombre, en su hacer y padecer la vida in- dividual; en lo que llamamos simplemente historia de la cultura, de la socialización, del Estado, del arte, de la religión, de la externa domi- nación técnica y económica de la naturaleza. En dicha historia -y no cuando los filósofos comienzan por primera vez a desarrollar una an- tropología- acontece esta autointerpretación histórica del hombre. Aquella reflexión teórica en una antropología metafísica o teológica que llamamos generalmente autointerpretación del hombre, constituye un momento sin duda necesario, pero a la vez relativo y secundario, el cual está ligado a la historia entera de la humanidad. Esa autointerpre- ración debe pensarse como algo que acontece en una historia auténti- ca, no como una evolución biológica, determinista. Ella es historia, o sea, libertad, riesgo, esperanza, proyección hacia el futuro y posibili- dad de fracaso. Y sólo en todo ello y de esta manera tiene el hombre 189
  • 2. -r Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación Interpretación histórica de la experiencia trascendental su experiencia trascendental como evento y a una con ello su esencia, que subjetivamente no puede poseerse junto a esa realización de la his- toria. Por esto, la propia interpretación de la experiencia trascendental . en la historia reviste un carácter de necesidad esencial, pertenece a la constitución de la experiencia trascendental, aunque ambas cosas no son simplemente lo mismo en una identidad dada de antemano. Si, por tanto, hay una historia como necesaria autointerpreta- ción objetivante de la experiencia trascendental, en consecuencia se da una historia reveladora de la experiencia trascendental como nece- saria autointerpretación histórica de aquella originaria experiencia trascendental que está constituida por la comunicación de Dios mis- mo. Esta auto comunicación histórica de Dios puede y debe entender- se como historia de la revelación. En efecto, esta historia es la conse- cuencia y objetivación de la originaria comunicación de Dios mismo, por la que él se revela, es la interpretación de la misma y con ello su historia. En consecuencia, sólo puede llamarse historia de la revela- ción a la historia de la propia interpretación explícita de la experiencia trascendental sobrenatural en la vida del hombre y de la humanidad y en la antropología teológica, formulada en frases, que sigue a ello. la naturaleza de la cosa, allí se da historia de la revelación en el senti- do que normalmente se da a esta expresión. De todos modos, este tipo de historia de la revelación es sólo una especie, un sector de la historia general, categorial de la revelación; es el caso más logrado de la nece- saria autointerpretación de la revelación trascendental o, mejor dicho, la plena realización esencial de ambas revelaciones -la trascendental y la categorial- y de su historia una en una unidad y pureza de esencia. Con ello tenemos un concepto de historia categorial de la revela- ción que no coincide todavía simple e inequívocamente con el de his- toria de la revelación en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Todavía no hemos llegado tan lejos. Pues lo que hemos. mencionado como una especie de definición de una historia categorial de la revelación en sen- tido estricto -y por ello es aplicable univocamente al Antiguo y al Nuevo Testamento- no tiene que estar dado con necesidad sólo en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Si decimos que un profeta veterotes- tarncnrario cumple realmente en la palabra de Dios que él anuncia este sentido estricto de lo que llamamos historia categorial de la salvación (al decir que ésta se sabe como la historia de la salvación explícitamen- te querida y dirigida por Dios), con ello no se ha respondido todavía a la pregunta de si algo así no se ha dado también fuera de la historia de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento. Si la experiencia trascendental de Dios de tipo sobrenatural se despliega necesariamente a lo largo de la historia y forma así una his- toria categorial de la revelación y está así dada en todas partes, enton- ces está dicho también que esa historia es siempre una historia no lo- grada plenamente, inicial, que todavía se busca a sí misma y, sobre todo, por la culpa del hombre, está siempre cruzada por una situación condicionada por la culpa, es una historia obscurecida y ambigua de la revelación. Por tanto, la historia de la revelación en el sentido usual y -so- bre todo- pleno de la palabra se da allí donde esta autointerpretación de la propia comunicación trascendental de Dios mismo en la historia se logra de tal manera y de tal manera llega con seguridad a sí misma y a una pureza genuina, que se sabe con razón como dirigida por Dios y se encuentra a sí misma (con conciencia de estar protegida por Dios contra toda transitoriedad que tiende a petrificarse y contra la depra- vación). Concepto de una historia categorial y especial de la revelación La historia categorial de la revelación puede ciertamente, de una ma- nera no temática, a través de todo lo que acontece en la historia huma- na, la mediación histórica de la experiencia trascendental sobrenatural de Dios como revelación sobrenatural. Pero la historia de la revela- ción trascendental de Dios volverá con necesidad a mostrarse una y , otra vez como la historia que acontece con dirección irreversible hacia una suprema y envolvente autointerpretación del hombre, y así será cada vez más intensamente una explícita autointerpretación religiosa de la experiencia trascendental sobrenatural de Dios, la cual tiene ca- rácter de revelación. Ahora bien, partiendo de este punto podemos decir: Donde esa historia de la revelación, explícitamente religiosa, categorial, como historia de la revelación trascendental por la comunicación de Dios mismo, se sabe como querida y dirigida positivamente por Dios y se cerciora de la legitimidad de este saber en la manera preceptuada por 190 191
  • 3. Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación Posibilidad de una historia auténtica de la revelaciónfuera del Antiguo y del Nuevo Testamento No pretendemos decir que tal pureza de la esencia de la revelación se halla sólo en el ámbito del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por lo menos en la historia individual de la salvación no hay ninguna razón en contra, pero sí muchas a favor, de que se dan momentos históricos en esta historia individual de la salvación y la revelación en los que la acción de Dios y la pura rectitud de la autointerpretación de la expe- riencia trascendental de Dios se convierten en dato y en certeza pro- pia para el individuo mismo. . - Pero también en la historia colectiva de la humanidad, en su his- toria de la religión fuera de la economía salvífica del Antiguo y del Nuevo Testamento, puede haber historias parciales y breves de tal his- toria categorial de la revelación, en las que está dado un trozo de la re- velación general y de su historia en forma refleja. Pero la mayoría de las veces estas historias parciales carecerán para nosotros de una conti- nuidad perceptible en sus elementos. En una historia de la culpa y de la desfiguración de la religión aquellas historias estarán siempre cruza- das por una historia de la interpretación errónea, culpable o meramen- te humana de esta originaria experiencia trascendental, que se hace presente por doquier en la historia temática y atemáticamente. Comoquiera que de hecho se presente esta posibilidad, no debe ser impugnada en principio. Lo que se presupone es solamente que esta historia categorial de la revelación se entiende (o puede entender- se) como una autointerpretación de la experiencia trascendental de Dios -con carácter de revelación-; y tal interpretación, cuando es recta, ha de pensarse en virtud de la real voluntad salvífica de Dios, como querida y dirigida positivamente por él. A este respecto la "di- rección" no se concibe como adicional y venida de fuera, sino como fuerza inmanente de la propia comunicación de Dios, la cual, como libre por parte de Dios y dada al hombre histórico, es una auténtica historia, cuyo curso concreto no puede deducirse a priori desde un principio abstracto cualquiera, sino que, como la restante autointerpre- tación histórica del hombre, debe ser experimentada, sufrida y recibi- da en la historia. El historiador cristiano de las religiones no tiene que concebir la historia de la-sreligiones no bíblicas o cristianas como mera historia de 192 Jesucristo como criterio de distinción la acción religiosa del hombre, o como mera depravación de las posi- bilidades humanas de constituir una religión. También en la historia de las religiones no cristianas puede observar sin reparos, describir y analizar los fenómenos, interpretarlos de cara a sus últimas intencio- nes, y si ve allí en acción al Dios de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento, a pesar del prirnitivismo y de las depravaciones que se dan en la historia de las religiones, de ningún modo atenta con- tra el carácter absoluto del cristianismo. Pero, como existe también una historia de la condenación, el historiador cristiano está obligado a no perder de vista la historia de la caída (de la antirrevelación) en la historia de la humanidad y de los fenómenos religiosos. Pero si él des- cubre una real y auténtica historia sobrenatural de la revelación -la cual, naturalmente, no puede estar consumada, pues sólo se consuma en Jesucristo, el crucificado y resucitado+, no hay que contradecirle a priori en nombre de la dogmática desde el carácter absoluto del cris- tianismo, sino que hay que incitarle a trabajar con objetividad en su historia de las religiones y a ver al hombre tal como éste es: como el ser que se halla siempre y por doquier bajo la exigencia de la gracia y revelación de Dios mismo y que es siempre y en todas partes el peca- dor, que en su historia recibe esta gracia de Dios y por su culpa vuelve a corromperla una y otra vez. Aquí se plantea, naturalmente, la pre- gunta de los criterios concretos de distinción. Jesucristo como criterio de distinción Por primera vez en el suceso pleno e insuperable de la propia objetiva- ción histórica de la comunicación de Dios mismo al mundo en J esu- cristo, se da un acontecimiento que como escatológico está sustraído en principio y absolutamente a una depravación histórica, a una inter- pretación corruptora en la historia ulterior de la revelación categorial y de la desfiguración de la religión. En el sexto paso aduciremos las bases teológicas de esta afirmación. Por eso, a partir de Jesucristo, el crucificado y resucitado, se da un criterio para distinguir en la historia concreta de la religión entre lo que es una tergiversación humana de la experiencia trascendental de Dios y lo que constituye su interpretación legítima. Sólo a partir de Jesucristo es posible tal discreción de espíri- tus en sentido último. 193
  • 4. Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación Función de los portadores de la revelación De hecho los cristianos sólo desde Cristo podemos distinguir ra- dicalmente en el contenido de la revelación veterotestamentaria entre la historia categorial de la revelación en pleno sentido y pureza, por una parte, y los sustitutivos y desfiguraciones humanos, por otra. Si nosotros, como simples historiadores y científicos de la religión, inde- pendientemente de nuestra fe en Jesucristo, intentamos acercamos en un plano puramente histórico al Antiguo Testamento y a los fenóme- nos allí atestiguados como datos históricos, no tendremos ningún cri- terio último para distinguir entre lo que bajo el prisma de la esencia de la autocomunicación trascendental de Dios es pura y legítima manifes- tación y objetivación histórica de esta autocomunicación, de un lado, y lo que es rnutilante depravación humana, de otro. Y a este respecto debería distinguirse más exactamente (cosa a .su vez imposible sin la mirada puesta en Jesucristo) entre lo que allí es legítimo como una fase de objetivación de la experiencia trascendental de Dios propia de una época aunque sólo sea como una interpretación transitoria que ostenta una dinámica interna hacia la plena revelación en Jesús, y lo que repre- senta ya una auténtica depravación, medido incluso en la situación coetánea del Antiguo Testamento. com? hombres en los q~e acontece en acción y palabra-la autointerpre- racion de la expenenCla trascendental sobrenatural y de su historia. Por tanto, en ellos se hace palabra algo que en principio está dado en todos, también en nosotros, los que no nos llamamos profetas. Una autointerprctación y objetivación histórica de la trascendentalidad so- brenatural del hombre y de su historia no necesita ni puede ser inter- pretada como un proceso meramente humano y natural de reflexión y objetivación. Se trata de la propia interpretación de aquella realidad que está constituida por la propia comunicación personal de Dios, o sea, por Dios mismo. Si ésta se interpreta históricamente, entonces es Dios el que se interpreta a sí mismo en la historia, y los portadores históricos concretos de tal autointerpretación están en sentido auténti- co autorizados por Dios. Esa autointerpretación no es un suceso acce- sorio, sino un elemento histórico esencial en esta trascendentalidad so- brenatural, la cual está constituida por la propia comunicación de Dios. Esta autocornunicación no es, ni desde Dios ni desde el hombre, una realidad estática, sino que tiene su historia en la historia de la hu- manidad misma. Por tanto, la objetivación histórica y la propia inter- pretación de la autocomunicación trascendental de Dios, se halla bajo la misma voluntad salvífica absoluta y sobrenatural de Dios y de su providencia salvadora que aquella autocomunicación divina por la que el hombre es constituido en su esencia y desde la que es enviado a su historia más auténtica, a la historia de esta auto comunicación trascen- dental, a la historia de la salvación y de la revelación. T eológicamente hablando, la "luz. de la fe", que se ofrece a cada hombre, y la luz bajo la cual los "profetas" aprehenden y anuncian el mensaje divino desde el centro de su existencia, es la misma luz, sobre todo porque el mensaje-sólo puede oírse en forma adecuada bajo la luz. de la fe, que a su vez no es sino la subjetividad divina del hombre, la cual se constituye por la auto comunicación de Dios. Sin duda, la luz. profética implica una configuración histórica concreta de la luz de la fe en su concepto, donde la experiencia trascendental de Dios se media rectamente a través de la historia concreta y de su interpretación. El profeta, visto debidamente en el plano teológico, no es en esencia otra cosa que el creyente que puede enunciar con acierto su experien- cia trascendental de Dios. Dicha experiencia se enuncia en el profeta, quizá a diferencia de otros creyentes, de tal manera que se hace tam- bién para otros una objerivación recta y pura de la propia experiencia 195 La función de los portadores de la revelación Aunque no se pone en duda la posibilidad y facticidad de una historia de la salvación y de la revelación dada fuera del cristianismo reflejo, sin embargo, permanece en pie la posibilidad de que, junto a una historia categorial general de la salvación y revelación como interpretación de la experiencia trascendental sobrenatural de Dios, se conceda también vigencia a una especial historia "oficial" de la revelación, la cual se identifica realmente con la del Antiguo y Nuevo Testamento. Esta historia categorial de la revelación en ambos testamentos puede y debe concebirse como interpretación válida de la comunicación tras- cendental de Dios mismo al hombre y como tematización de la his- toria categorial general de esta comunicación, la cual no tiene que hacerse temática con necesidad siempre y en todas partes en manera sacralizada. Aquellos hombres que en la terminología tradicional de- signamos como profetas, en cuanto portadores originarios -comisiona- dos por Dios- de tal comunicación reveladora, han de concebirse 194 , I
  • 5. Grado quinto: historia d. la salvación y d. la revelación trascendental de Dios y puede conocerse en esta rectitud y pureza. Tal revelación especial, categorial, así esbozada, y un acontecer de la revelación que se produce en los profetas y está destinado a otros presuponen, naturalmente, en su concepto, que no es cualquiera el lugar profético de esa auto interpretación categorial e histórica de la revelación trascendental de Dios por su propia comunicación, sino que muchos reciben y deben recibir de otros tal autointerpretación, no porque ellos no tengan esta experiencia trascendental de Dios, sino porque pertenece a la esencia del hombre el que su propia experiencia de sí mismo, humana y a su vez debida a la gracia, se realice en la his- toria de la comunicación de los hombres entre sÍ. Una autointerpretación realmente lograda, que halla una forma viva, acontece en el hombre de manera que ,para ello determinados hombres, con sus experiencias y su propia interpretación, significan para otros un prototipo productivo, una fuerza que despierta y tam- bién una norma. Con ello el profeta no queda relativado. En efecto, esta autointerpretación, que se produce en una pura objetivación, es una historia de la autocomunicación trascendental de Dios mismo y, por ello, no sólo es una historia gnoseológica de una teoría pura, sino una realidad de la historia misma. El hombre, en cuanto situado junto a otros hombres, sólo tiene su propia autointerpretación concreta -por más que ésta proceda de dentro y vaya hacia dentro- en la au- tointerpretación del mundo en que se halla inserto, en la participación y en la recepción de la tradición de la propia interpretación histórica de los hombres, que forman su mundo ambiental desde el pasado, a través del presente y hacia el futuro. En todo momento, el hombre sólo forma su propia inteligencia de sí mismo, también la profana, en la comunidad de los hombres, en la experiencia de su historia, que nunca hace solo, en el diálogo, en la experiencia reproductiva de tal autointerpreración productiva de otros hombres. Por eso el hombre, también en su experiencia religiosa, es hasta en la última singularidad de su subjetividad un hombre junto a otros. La autointerpretación his- tórica, también de la propia existencia religiosa, no es un negocio so- lipsista, sino que se produce necesariamente también a través de la ex- periencia histórica de la autointerpreración religiosa del propio entor- no, de la "comunidad religiosa". Sus figuras singulares creadoras, los profetas, logran en forma especial objetivar históricamente la autoco- municación trascendental de Dios en el material de su historia y por la 196 Orientación hacia la universalidad fuerza de esa comunicación divina, y así posibilitan a-los otros miem- bros de tal co-mundo histórico el propio hallazgo histórico de la expe- riencia religiosa trascendental. No significa ninguna dificultad real el que con ello se dé una transición fluida entre los profetas creyentes y los "simples" creyentes. En tanto se trata de establecer una norma crítica y una legitimación para el carácter logrado de la aurointerpretación histórica de la expe- riencia trascendental de Dios en la acción y el hablar históricos de un profeta, puede darse todavía una diferencia "absoluta" entre un profe- ta y un "simple creyente". Tal criterio y legitimación no corresponden a cualquier autointerpretación de cada creyente por sí solo; en todo caso no pueden demostrarse para los demás, pues el "milagro", de cuyo sentido y función corno legitimación y criterio tenemos que ha- blar todavía, no corresponde a cualquier autointerpretación. Donde acontece tal autointerpretación legitimada y destinada a muchos otros de la experiencia trascendental sobrenatural de Dios, tenemos un suce- so de la historia de la revelación en el sentido pleno y usual de la pala- bra. Allí, estos sucesos guardan entre sí suficiente continuidad, sufi- ciente nexo de referencia causal; allí las auto interpretaciones particula- res -en cuanto tales limitadas en el tema y la profundidad- reciben una unidad con otras y así una forma intersubjetivada, que agrupa las interpretaciones particulares. La orientación hacia la universalidad en la historia particular lograda de la revelación Con lo dicho sin duda resultan cornprensibles la peculiaridad, el nexo y la diferencia que median entre la historia general, trascendental y ea- tegorial, de la revelación, por una parte, y la historia particular, regio- nal de la revelación, por otra. Ambas historias no se excluyen entre sí, sino que se condicionan mutuamente. En la historia particular, regio- nal, categorial de la revelación halla su esencia plena y su objetivación histórica completa la primera, la historia general de la revelación, de tipo trascendental y categorial, sin que por ello deba decirse que haya de pasarse por alto la primera historia porque existe la segunda. Si la historia particular, categorial de la revelación, en la que la revelación trascendental se interpreta para un círculo de hombres espacial o tern- 197
  • 6. Grado quinto: historia de la salvación y de la revelación poralrnente limitado, sólo puede pensarse, en primer lugar, por la sim- ple razón de que también hay otras autointerpretaciones del hombre, culturalmente limitadas según factores de espacio y tiempo, en cultu- ras particulares y épocas limitadas, se deduce en consecuencia que toda autointerpretación recta de la trascendentalidad sobrenatural del hombre como el elemento fundamental de la constitución de toda existencia humana también significa algo en principio para todos los hombres. Así toda autointerpretación histórica recta, regional o tem- poralmente limitada, de la relación sobrenatural del hombre con Dios, lleva en sí una dinámica interna -aunque quizá oculta para ella misma hacia el universalismo, hacia la mediación de una autointeligencia reli- giosa cada vez más adecuada de todos los hombres. En qué medida la destinación mencionada, en principio univer- sal, de una historia categorial de la revelación, regional o temporal- mente limitada, tiene de hecho repercusiones bajo la providencia salví- fica de Dios, bajo qué forma explícitamente. palpable o bajo qué ano- nimato histórico sucede eso, son cuestiones que evidentemente sólo pueden experimentarse a posreriori por la historia misma y no pueden deducirse a priori. Si los "profetas" que aparecen en tal historia parti- cular de la salvación y las instituciones religiosas así originadas tienen una "autoridad" para el hombre particular en su propia interpretación religiosa, entonces podemos y debemos hablar también de una historia "oficial", particular, categorial de la revelación. La "revelaciónprimitiva" 5. ESTRUC~URA DE LA HISTORIA FÁCTICA DE LA REVELACIÓN La constitución del hombre se produce a través de la creación y de la c~municación de Dios mismo, por un distanciamiento y diferencia ra- d.lcales,de Dios en cuanto misterio absoluto en el acto de la creación y, simultáneamente, por una cercanía absoluta respecto de este misterio en la gracia. En tanto esta constitución trascendental del hombre su principio, también es siempre una posición en una historicidad concre- ta como principio y horizonte previamente dados del hombre en su li- bertad, y en tanto esta constitución lógica y objetivamente -si bien no de manera palpable en un plano temporal= precede a su autointer- pretación libre y, además, culpable, podemos hablar del principio pa- radisíaco de la revelación trascendental y categorial de Dios, de la ori- ginaria revelación trascendental y categorial. En este concepto, ha de permanecer abierto, por el momento, el problema de en qué medida y manera la "revelación primitiva" ha sido transmitida por sus primeros portadores mundanos. "Adan y Eva", a las futuras generaciones. Re- velación primitiva no significa sino que, allí donde está dado realmen- te el hombre como hombre, es decir, como sujeto, como libertad y res- P?~s~bilidad, é~t~s, por la comunicación de Dios mismo, estaban ya dlr1g.ld~s ontológicarnente al Dios de la cercanía absoluta y que su movrmiento, en el plano de la historia individual y de la colectiva, se inició con esta finalidad. En qué medida esa trascendentalidad sobre- natural estaba dada ya reflejamente y era ya temática en forma religio- sa,. consti:uye una pregunta diferente por completo, que puede dejarse a.bterta, Sl~ tener que poner en duda por ello el auténtico núcleo y sen- tido de dicho concepto de revelación primitiva. Ahora bien, en tanto la voluntad salvífica de Dios como autoco- municación ofrecida permanece a pesar de la claudicación inicial del hombre en su culpa, y cada hombre recibe su naturaleza humana -lla- mada por Dios a través de su propia comunicación- de la humanidad una en la unidad de su historia, puede hablarse sin reparos de la trans- misión de la revelación trascendental originaria. Primeramente hemos de hablar así en el sentido de que el hombre existe siempre como pro- cedente de otros y de una historia conjunta, y en el sentido de que re- cibe la trascendentalidad agraciada en esta y desde esta historia. De acuerdo con ello, puede hablarse de una transmisión de la revelación trascendental primitiva como tal, aunque ésta se transmita a través de Para esclarecer un poco más lo dicho hasta ahora y transportarlo de su abstracción conceptual a una cierta comprensión histórica, pregunte- mos ahora si y cómo los conceptos formales logrados son aptos para proporcionar por lo menos a grandes rasgos una representación de la estructura de la historia fáctica de la revelación. Miraremos ahora a la historia oficial de la salvación y revelación, a saber, a la historia del Antiguo y Nuevo Testamento como última preparación para el suceso absoluto de la revelación en Jesucristo. 198 199