José Luis Corral y Santiago Posteguillo interpretan “Vivir La Muerte: misteri...
Las masía del matarranya. un pasado con futuro ha 01.febrero 2015
1. 4 HERALDODOMINGO 1 de febrero de 2015
Teruel Matarraña
EXALTACIÓN DE LA MASÍA
Un estudio de una periodista alemana y una fotógrafa holandesa resalta el valor
patrimonial del hábitat disperso del Matarraña y sus posibilidades de futuro con la
llegada de nuevos pobladores que introducen usos alternativos como el turismo
L
a periodista alemana Veronika
Schmidt y la fotógrafa holandesa
Monique Van Rossum han reco-
gido durante dos años testimo-
nios orales y fotográficos de las
formas de vida del hábitat disper-
so del Matarraña para reivindicar
elvalorpatrimonialdeloscientos
de masías de esta comarca turo-
lense y también sus posibilidades
de futuro de la mano de nuevos
usosypobladores.Sutrabajo,que
combina los aspectos antropoló-
gicos, culturales y sociológicos,
recalca la necesidad de preservar
estas casas de campo centenarias
que estuvieron habitadas hasta
mediados del siglo XX pero que
actualmenteestán,ensugranma-
yoría, abandonadas. Las autoras,
residentestambiénenmasías,han
entrevistado a antiguos masove-
ros y a neorrurales que han dado
unasegundaoportunidadamasa-
das que, de otro modo, estaban
abocadas a la ruina.
El estudio contrasta el recuer-
do de un estilo de vida definitiva-
mente desaparecido tras el aban-
dono de las masías en la segunda
mitad del siglo XX con nuevas al-
ternativas de aprovechamiento
que, al menos, garantizan la pre-
servación del patrimonio arqui-
tectónico.Enlamayorpartedelos
casos, los nuevos habitantes han
llegado de grandes ciudades y,
muchos de ellos, de otros países
europeos en busca de un contac-
to directo con la tierra.
Elestudioabordalascaracterís-
ticas generales de las masías y
profundiza en las condiciones
particulares de cada una de estas
explotaciones a través de los tes-
timoniosdesusantiguosmorado-
res.Losmasoverosrecuerdanepi-
sodios que marcaron su vida, co-
mo el maquis o la catastrófica he-
lada del olivar en 1956.
VeronikaSchimdtexplicaqueal
entrevistarseconlosantiguosma-
soveros le sorprendió la nostalgia
con la que hablaban de las masías,
donde la vida era, aparentemente,
mucho más dura e incómoda que
enlaspoblacionesdondevivenac-
tualmente.Unaantiguamasovera,
Josefina Roda, explica que su ma-
dre alumbró sin la ayuda de nin-
gún médico, «a lo bruto», porque
la masada estaba aislada en medio
de una nevada. Cuando el faculta-
tivo llegó, no pudo hacer nada por
restañar las heridas que causó el
nacimiento. Antonio Anglés, del
MasdeChuchim,enRáfales,resal-
ta por su parte un recuerdo más
festivo. En invierno sacrificaban
«un cerdo que llegaba a pesar 200
kilos, con jamones de 20». Invita-
ban a los masoveros vecinos y es-
tos devolvían la invitación. «Era la
fiesta de invierno y todos estába-
mos contentos», relata.
La dureza del trabajo, la escasa
rentabilidad económica y las me-
jorescondicionesdevidaqueofre-
cíanpueblosyciudadesdespobla-
ron las masías a partir de los años
cuarenta del siglo XX. De las más
de cien masadas que estuvieron
habitadas en Valderrobres –la ca-
becera comarcal– en las primeras
décadas del siglo XX, solo media
docenaestánocupadasactualmen-
te.
A pesar de las dificultades que
desembocaron en el abandono de
las masías, los masoveros recuer-
danconañoranzaaquellaformade
vida. «Son gente equilibrada a la
que le gusta recordar el pasado»,
diceVeronikaSchmidt.«Lamayo-
ría –continúa– agradecen que al-
guien escuche sus historias, por-
que los jóvenes no les dedican
atención». Schmidt dice que «tra-
bajar mucho» tenía como contra-
partida «disfrutar mucho más de
las fiestas y los banquetes».
Los antiguos masoveros, ahora
vecinosdelospueblosmáscerca-
nos, recuerdan el duro trabajo co-
tidiano, igual para hombres que
para mujeres. A los trabajos del
campo –todos manuales en una
época aún sin mecanizar– había
que sumar las interminables ta-
reas domésticas, que recaían so-
breloshombrosdelasmujeres.El
cuidado de la casa incluía amasar
ycocerelpan,alimentaralosani-
males del corral, acarrear agua y
coser la ropa; una auténtica «odi-
sea», según una masovera.
Para ir a la escuela, los niños se
desplazaban a pie a los pueblos
más próximos. Antonio Anglés
explica que tenía que madrugar
cada día para ir al colegio de La
Portellada. En invierno, salía de
clase media hora antes que el res-
to de sus compañeros para llegar
a su hogar antes de que anoche-
ciera. «Desde la masía –cuenta–
no bajaba nadie a buscarme».
Veronika Schmidt tiene la im-
presión de que el patrimonio ma-
El Mas de Vicentó, actualmente deshabitado, fue utilizado como puesto de mando durante las guerras carlistas.