2. Hazte de vez en cuando esta pregunta:
- ¿Para qué estoy yo en la vida? -
Quizá no te la hagas por temor de que te quite el
sueño. Te puedo asegurar, que es todo lo contrario.
Cuando uno no sabe a ciencia cierta para qué está en
el mundo, indudablemente no tiene la paz suficiente
para conciliar el sueño; al menos un sueño reparador.
Mientras que, cuando se tiene lúcido el horizonte,
cuando se sabe a ciencia cierta de dónde se viene y a
dónde se va, la tranquilidad del espíritu se trasvasa al
mismo cuerpo y éste puede entregarse al descanso
y gozar de él de un modo más profundo y reparador.
Es preciso fijarse metas, mirar hacia el futuro y no
ahogarse con las limitaciones del presente.
Es preciso recordar que sobre la tierra está el cielo;
y el azul del firmamento es siempre más hermoso que
el ocre de la tierra.
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3. Nada se busca hoy, nada se anhela tanto, como la paz.
La paz para el mundo, la paz para nuestras familias, la
paz para cada uno de nosotros.
Pero hay varias clases de paz: la paz de los cipreses
del cementerio; la paz de los silencios; la paz envuelta
en el canto de los pájaros.
Ninguna de ellas es comparable a la paz que produce
en el interior de todo hombre, el saber que en su vida se
está cumpliendo la voluntad de Dios.
Porque entonces la vida cobra sentido, la vida está
fundamentada, asegurada, se halla pacífica.
Cuando todo se halla en su sitio, cumpliendo con su
función, es cuando se goza de paz; si todo en mí se halla
ordenado según la voluntad del Creador, podré gozar de
una profunda y auténtica paz interior.
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4. Todos anhelamos la alegría, una verdadera alegría,
pero no siempre la conseguimos.
Si quieres estar triste, piensa solamente en ti; si
quieres estar alegre, piensa en Dios. Al pensar en ti,
encontrarás sobrados motivos para la tristeza, porque
tú eres muy poca cosa, muy limitada y muy débil; en
cambio, al pensar en Dios, hallarás razones serias para
alegrar tu espíritu, ya que Dios es bondad y amor, y la
bondad y el amor no pueden menos de producir una
sana alegría.
El que está lejos de Dios, el que vive lejos de Dios o
prescindiendo de Dios, está alejado de la fuente de la
alegría y de la paz; en cambio, el que vive en Él y con
Él, queda absorbido por la paz del Señor, que colma
sus deseos de felicidad.
Y entonces es cuando uno descubre que la vida
merece vivirse; y que uno puede tener paz, aún en los
fracasos y en las propias deficiencias.
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5. Las palabras de Dios pasan muchas veces sobre
nosotros sin tocarnos.
Las palabras de Dios llaman con frecuencia a nuestro
oído, siéndonos a menudo molestas.
Las palabras de Dios llegan al corazón para que
meditemos sobre ellas.
Las palabras de Dios nos tocan como un rayo y nos
hacen temblar.
Las palabras de Dios se graban en nuestra memoria
como saetas en la carne y quedamos iluminados.
Las palabras de Dios nos cautivan y ya no hay
resistencia.
Las palabras de Dios se adueñan de nosotros y somos
transformados.
Por eso se ha podido afirmar que el bien mayor de la
mente es el conocimiento de Dios; y a ese conocimiento
podremos llegar únicamente escuchando, meditando y
viviendo la palabra de Dios.
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6. Tomás de Aquino define la paz como la tranquilidad
en el orden; y Agustín nos habla de la belleza, como
algo intrínsecamente relacionado con el orden.
Es que el orden entra en los planes del Creador.
Mira sobre tu cabeza y verás millones de estrellas
admirablemente ordenadas; contempla bajo tus pies y
admirarás el sabio equilibrio de todos los seres, que
sirven para tu sustento o tu recreación.
Tu vida ha de ser ordenada en todo nivel; el desorden
y la desorganización no pueden serte útiles, no pueden
entrar dentro de los planes de Dios sobre ti.
Que el orden rija desde tus cabellos, hasta tus
sentimientos; desde tus ropas, hasta tus ideas; desde
tus actos más íntimos, hasta tus relaciones con los
demás.
Sé en toda tu vida un reflejo del orden que Dios puso
en la creación.
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7. Indudablemente la prueba convincente de que uno ama
de veras, es cuando sufre por la persona o por el ideal
que ama.
El sufrimiento acrisola el amor y lo hace más puro y
generoso; no debemos quejarnos nunca de que
debamos sacrificarnos por aquellas cosas o personas
que amamos.
Si no quieres sufrir, renuncia a amar.
Pero si no amas, ¿me puedes decir para qué quieres
vivir?
Ahí tienes tres realidades, que en último término no
son más que una sola: sufrir, amar, vivir.
Cámbialas, si deseas, de orden: vivir, amar, sufrir... o
como tú quieras; pero siempre habrá entre ellas una
conexión que las vuelve inseparables.
No te fijes tanto en que estás sufriendo; fíjate más bien
en que estás amando, o en que estás viviendo; entonces
el sufrimiento tendrá otro sentido y tú cobrarás mayores
fuerzas.
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8. Fue una realización de
E.E.R.R.A.A.
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