1. CURSO: La Educación para el desarrollo desde el P.A.T.
I.E.S. 4, 5, 6, 12 de Septiembre de 2007
El Rincón
Textos divertidos: Cuentos políticamente correctos
Erase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su
madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con
fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor
propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que
contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma;
antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de
cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas
personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se
aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su
incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan
obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le
preguntó qué llevaba en la cesta.
- Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz
de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.
- No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer
sola estos bosques.
Respondió Caperucita:
- Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de
ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -
en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te
ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición
de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de
Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir
bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta
completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas
nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y
se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
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- Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento
a tu papel de sabia y generosa matriarca.
- Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
- ¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un
topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
- Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
- Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y su
modo indudablemente atractiva.
- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
- Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo: - Soy feliz de ser quien soy y lo que soy -y, saltando de la cama,
aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el
travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnicos en
combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al
entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su
hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus
labios.
- ¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar
su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita-.
¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son
capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo,
arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea,
Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos,
decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el
respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
Autor James Finn Garner
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LA CENICIENTA
Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda
impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros
de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la
llamaban Cenicienta.
Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a
todas las jóvenes casaderas del reino.
- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y
preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras
hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus
sollozos.
- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada
Madrina.
- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una
condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar
sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.
La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de
baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus
hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un
zapato, que el Rey recogió asombrado.
Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que
pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las
doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el
zapatito.
Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron
calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba
perfecto.
Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.
FIN
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BLANCANIEVES
En un país muy lejano vivía una bella princesita llamada Blancanieves, que tenía una
madrastra, la reina, muy vanidosa.
La madrastra preguntaba a su espejo mágico y éste respondía:
- Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres.
Y fueron pasando los años. Un día la reina preguntó como siempre a su espejo
mágico:
- ¿Quién es la más bella?
Pero esta vez el espejo contestó:
- La más bella es Blancanieves.
Entonces la reina, llena de ira y de envidia, ordenó a un cazador:
- Llévate a Blancanieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi
encargo, tráeme en este cofre su corazón.
Pero cuando llegaron al bosque el cazador sintió lástima de la inocente joven y
dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí.
Blancanieves, al verse sola, sintió miedo y lloró. Llorando y andando pasó la
noche, hasta que, al amanecer llegó a un claro en el bosque y descubrió allí una
preciosa casita.
Entró sin dudarlo. Los muebles eran pequeñísimos y, sobre la mesa, había siete
platitos y siete cubiertos diminutos. Subió a la alcoba, que estaba ocupada por siete
camitas. La pobre Blancanieves, agotada tras caminar toda la noche por el bosque,
juntó todas las camitas y al momento se quedó dormida.
Por la tarde llegaron los dueños de la casa: siete enanitos que trabajaban en unas
minas y se admiraron al descubrir a Blancanieves.
Entonces ella les contó su triste historia. Los enanitos suplicaron a la niña que se
quedase con ellos y Blancanieves aceptó, se quedó a vivir con ellos y todos estaban
felices.
Mientras tanto, en el palacio, la reina volvió a preguntar al espejo:
- ¿Quién es ahora la más bella?
- Sigue siendo Blancanieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos...
Furiosa y vengativa como era, la cruel madrastra se disfrazó de inocente viejecita y
partió hacia la casita del bosque.
Blancanieves estaba sola, pues los enanitos estaban trabajando en la mina. La
malvada reina ofreció a la niña una manzana envenenada y cuando Blancanieves dio
el primer bocado, cayó desmayada.
Al volver, ya de noche, los enanitos a la casa, encontraron a Blancanieves tendida
en el suelo, pálida y quieta, creyeron que había muerto y le construyeron una urna de
cristal para que todos los animalitos del bosque pudieran despedirse de ella.
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En ese momento apareció un príncipe a lomos de un brioso corcel y nada más
contemplar a Blancanieves quedó prendado de ella. Quiso despedirse besándola y de
repente, Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el
príncipe rompió el hechizo de la malvada reina.
Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina y desde entonces
todos vivieron felices.
FIN
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CAPERUCITA ROJA
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la
muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro
lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el
bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña
tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo
porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se
ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le
lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y
la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había
observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en
la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó
enseguida, toda contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre
la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las
malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa
de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la
puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que
estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita
estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo
volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y
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se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó
en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero
Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con
ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría
las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
FIN
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RAPUNZEL
Habia una vez una pareja que hacía mucho tiempo deseaba tener un bebé. Un día, la
mujer sintió que su deseo ¡por fin! se iba a realizar. Su casa tenía una pequeña ventana
en la parte de atrás, desde donde se podía ver un jardín lleno de flores hermosas y de
toda clase de plantas. Estaba rodeado por una muralla alta y nadie se atrevía a entrar
porque allí vivía una bruja.Un día, mirando hacia el jardín, la mujer se fijó en un árbol
cargadito de espléndidas manzanas que se veían tan frescas que ansiaba comerlas. Su
deseo crecía día a día y como pensaba que nunca podría comerlas, comenzó a
debilitarse, a perder peso y se puso enferma. Su marido, preocupado, decidió realizar
los deseos de la mujer. En la oscuridad de la noche el hombre cruzó la muralla y entró
en el jardín de la bruja. Rápidamente cogió algunas de aquellas manzanas tan rojas y
corrió a entregárselas a su esposa. Inmediatemente la mujer empezó a comerlas y a
ponerse buena. Pero su deseo aumentó, y para mantenerla satisfecha, su marido decidió
volver al huerto para recoger mas manzanas. Pero cuando saltó la pared, se encontró
cara a cara con la bruja.
"¿Eres tu el ladrón de mís manzanas?" dijo la bruja furiosa.
Temblando de miedo, el hombre explicó a la bruja que tubo que hacerlo para salvar la
vida a su esposa.
Entonces la bruja dijo, "Si es verdad lo que me has dicho, permitiré que recojas cuantas
manzanas quieras, pero a cambio me tienes que dar el hijo que tu esposa va a tener. Yo
seré su madre."
El hombre estaba tan aterrorizado que aceptó. Cuando su esposa dio a luz una pequeña
niña, la bruja vino a su casa y se la llevó. Era hermosa y se llamaba Rapunzel.Cuando
cumplió doce años, la bruja la encerró en una torre en medio de un cerrado bosque. La
torre no tenía escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en lo alto. Cada vez que la
bruja quería subir a lo alto de la torre, se paraba bajo la ventana y gritaba: "¡Rapunzel,
Rapunzel, lanza tu trenza!Rapunzel tenía un abundante cabello largo, dorado como el
sol. Siempre que escuchaba el llamado de la bruja se soltaba el cabello, lo ataba en
trenzas y lo dejaba caer al piso. Entonces la bruja trepaba por la trenza y se subía hasta
la ventana.Un día un príncipe, que cabalgaba por el bosque, pasó por la torre y escuchó
una canción tan gloriosa que se acercó para escuchar. Quien cantaba era Rapunzel.
Atraído por tan melodiosa voz, el príncipe buscó entrar en la torre pero todo fue en
vano. Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que lo hizo
regresar al bosque todos los días para escucharla.Uno de esos días, vio a la bruja
acercarse a los pies de la torre. El príncipe se escondió detrás de un árbol para observar
y la escuchó decir:"!Rapunzel! ¡Rapunzel!, ¡lanza tu trenza!"Rapunzel dejó caer su
larga trenza y la bruja trepó hasta la ventana. Así, el principe supo como podría subir a
la torre.
Al día siguiente al oscurecer, fue a la torre y llamó: "¡Rapunzel!, ¡Rapunzel!, "¡lanza tu
trenza!"El cabello de Rapunzel cayó de inmediato y el príncipe subió.Al principio
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Rapunzel se asustó, pero el príncipe le dijo gentilmente que la había escuchado cantar y
que su dulce melodía le había robado el corazón. Entonces Rapunzel olvidó su temor.
El príncipe le preguntó si le gustaría ser su esposa a lo cual accedió de inmediato y sin
pensarlo mucho porque estaba enamorada del príncipe y porque estaba deseosa de salir
del dominio de esa mala bruja que la tenía presa en aquel tenebroso castillo. El príncipe
la venía a visitar todas las noches y la bruja, que venía sólo durante el día, no sabía
nada. Hasta que un día, cuando la bruja bajaba por la trenza oyó a Rapunzel decir que
ella pesaba mas que el príncipe. La bruja reaccionó gritando: "Así que ¿has estado
engañándome?" Furiosa, la bruja decidió cortar todo el cabello de Rapunzel,
abandonándola en un lugar lejano para que viviera en soledad.
Al volver a la torre, la bruja se escondió detrás de un árbol hasta que vió llegar al
príncipe y llamar a Rapunzel. Entonces enfurecida, la bruja salió del escondite y le dijo:
"Has perdido a Rapunzel para siempre. Jamas volverás a verla". Por lo que el principe
se quedó desolado. Además, la bruja le aplicó un hechizo dejando ciego al principe.
Incapacitado de volver a su castillo, el principe acabó viviendo durante muchos años en
el bosque hasta que un día por casualidad llegó al solitario lugar donde vivia Rapunzel.
Al escuchar la melodiosa voz, se dirigió hacia ella. Cuando estaba cerca, Rapunzel lo
reconoció.
Al verlo se volvió loca de alegría, pero se puso triste cuando se dio cuenta de su
ceguera. Lo abrazó tiernamente y lloró.Sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe
ciego y de inmediato los ojos de él se llenaron de luz y pudo voler a ver como antes.
Entonces, felizes por estaren reunido con su amor, los dos se casaron y vivieron muy
felices.
FIN
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El Rincón
LA BELLA DURMIENTE
Èrase una vez... una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al bautismo invitó a
todas las hadas de su reino, pero se olvidó, desgraciadamente, de invitar a la más
malvada. A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al
pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te
pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio,
pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de
morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven
príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se
convirtió en la muchacha más hermosa del reino. El rey había ordenado quemar todos
los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No
obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo
que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la
prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que
le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Mas si tienes paciencia
te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa
se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron
llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena
sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina. La encontró
llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá!
¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha
un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena
pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar
encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y
trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se
durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar."
dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo
sueño.En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes
repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido
realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por
encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como
una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la
maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que
perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su
perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el
castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino.
Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto
de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al
castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas,
entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el
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El Rincón
patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que
solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano.
Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde
dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y
belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano.
Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó...
Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del
larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En
mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había
roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el
castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo
que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más
hermosa y feliz que nunca. Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en
el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.
FIN