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AÑO 1 
NÚMERO 1
La cosa misma, la cosa en sí misma, por fuera 
de interpretaciones, vinculaciones o relaciones 
que podamos establecer con la cosa, es la cosa. 
La cosa misma. Cosa siempre fantaseada por 
los estudiantes de letras. Desde ALALetra 
–como agrupación de estudiantes de letras-decidimos 
solamente impulsarlo para que la 
cosa pueda materializarse. Se trata de abrir un 
espacio que se irá consolidando, esto es sólo el 
primer número, una pequeña tirada. Está 
abierto a una sección para cartas de lectores, 
columnas específicas, dibujos y cualquier tipo 
de producción artística propia de los 
estudiantes. 
Este sencillo formato autogestionado que 
consensuamos en llamar revista, tendrá el 
precio del costo de la fotocopia -con excepción 
de este primer número que es gratuito-. Por eso 
sugerimos que envíen textos breves para que 
más gente pueda publicar sin elevar demasiado 
los costos. 
Esperamos propuestas y textos, serán 
bienvenidos. 
Mayo 2014
Ajedrez 
De María José Casasola 
Con tan solo una mirada podía hacerlo sentir como si estuviese 
en otro mundo, un lugar para ellos dos, el cual consistía en una 
habitación bastante amplia, con pisos de madera y donde 
solamente había una mesa y dos sillas. Sobre la mesa se 
encontraba un tablero de ajedrez y todas las piezas preparadas 
para el comienzo de la partida. Él era las blancas y ella las negras. 
Siempre que jugaban ella ganaba. Todo tenía un significado. 
Todo era un juego. Había que pensar con atención cual sería el 
siguiente movimiento, debido a que una vez jugado, no había 
vuelta atrás. No en el juego de la vida. 
Sacudió un poco su cabeza, volviendo a la realidad, otra vez 
había perdido más tiempo del necesario en aquellos 
pensamientos, en aquella partida. Ahora el juego se había 
trasladado a la realidad. Era algo tácito, pero los dos lo sabían. Al 
final uno perdería. Uno caería. 
Necesitaba prepararse. Era el turno de ella. Sabía muy bien que 
tras ese movimiento sería un jaque. Llevaban dieciocho años 
jugando el mismo juego de una forma muy reñida. Todo había 
comenzado con la primera palabra que ella le dijo a él. - 
Juguemos.- Y así es como fueron trascurriendo los años, jugando 
y jugando, ya llevaba perdiendo bastante, necesitaba dar vuelta 
la partida. 
Sus amigos jamás habían comprendido con exactitud a que se 
refería con todo ese tema del juego. Lo consideraban como un ida 
y vuelta. Pero había más en ello. El simple hecho de caer, 
significaba perderlo todo. 
No sabía que la partida ya estaba ganada. Aunque hiciera 
cualquier intento, en vano sería. Ella ganaría. La cuestión era 
cómo. Pero unos días más tarde él lo supo y cayó de rodillas al 
suelo con lágrimas en los ojos. Había caído. Perdido 
absolutamente todo. Y el movimiento de ella solamente había 
constado en pronunciar dos simples palabras. 
-Me aburrí.- 
Jaque mate.
ALBA 
De Renzo Sanfilippo 
Las aguas se habían calmado y quedaba esa sensación de silencio, 
sensación puesto que el silencio no existe y basta apenas pensarlo para 
darse cuenta de que incluso en la sumersión más profunda del sueño, las 
voces nos persiguen incansablemente y entonces, una resignación que es 
como una tregua para poder seguir viviendo, pero eso en caso de que 
realmente sean importantes estas cosas. Lo que importa es hacer el intento 
de captarlo, sí, captar esos momentos(como éste) en que las sensaciones 
nos muestran otro camino, y tomarlo hasta que la fatalidad de las 
obligaciones cotidianas, esa prisión que nos fueron tejiendo por los siglos de 
los siglos, sea como el agua fría de la mañana un lunes antes de ir a trabajar. 
Alba no me estaba mirando, dormía como un gatito enrollada en mi pecho y a 
lo mejor, quién sabe, soñaba con grandes playas en donde el cielo y el mar se 
confundían simétricamente y quedaba la arena esperando con su colchón de 
sueños y de risas que tendamos allí otro tiempo, un tiempo sin relojes ni 
oficinas, un tiempo en donde nada podría valer más que sonreír 
estúpidamente luego de hacer el amor. Pero dormía, Alba dormía y creo que 
lo que acabo de contar es apenas una pizca del sueño que tuve antes de 
despertarme, hace un rato. Lo cierto es que la quiero tanto y, a veces, me 
quedo como un tonto perdido en el aire porque en verdad no sé cómo 
decírselo. Hace ya 15 años que estamos juntos y ella sigue siendo como los 
dos golpecitos secos para destapar el mate amargo cebado con tanta 
ternura, esa primera luz del día que entre un dulce: "despertate, Oso, ya puse 
la pava" y otros susurros me anima a seguir adelante con mi vida, a 
despertarme una vez más entre las cenizas de vidas muertas, nuevamente a 
vivir con Alba que siempre ha sido luz, que siempre lo será porque esas 
cosas no cambian. 
Tuve ganas de despertarla, y dudé al notar que ahora era como una 
cachorrita arropada a mi piel. Sin embargo, tomé coraje y con el mayor de los 
cuidados posibles me despegué con tristeza de Alba y bajé de la habitación 
sin otra compañía que mi último cigarro. Luego de cruzar la puerta de 
entrada, fui caminando con esa sensación de silencio y me fumé el último 
pucho sentado en la arena, de frente al mar. Casi que me duermo de vuelta 
antes de la llegada del amanecer, pero ahí estaba el primer mate cebado y el 
beso en la mejilla, la sonrisa que nunca se borraba y menos ahora que el 
silencio era música, que el cielo y el mar aun no se confundían 
simétricamente porque llegaba a nosotros la primera luz del alba con sus 
ritmos y colores anaranjados y ese momento valía por todo.
Alfonsina. 
De Leonela Esteve Broun 
Que tu cadencia silenciosa me acompañe, 
como un susurro en mi oído, 
que tu sabor salado se deshaga 
en mi lengua entumecida 
y reviva este corazón cansado 
de tantas noches de despedidas. 
Que tu oleaje infinito me arrulle 
con sus brazos de espuma, 
liberando a mi alma 
de sus cadenas enmohecidas. 
Que tu inmensidad me desborde, 
con su fuerza marina 
y consuele con melodías, 
a mis esperanzas perdidas. 
Feed your head 
De Leonela Esteve Broun 
Persigo al conejo blanco, 
sin siquiera saberlo. 
¿Me dará aquello 
que estoy buscando? 
El reloj no para 
y yo tropiezo. 
Ojalá la reina 
no corte mi cabeza. 
Enero 
De André Silvestri 
Un pájaro aúlla en la ventana 
una zamba de memoria sórdida 
nunca lo creí posible… 
Pero el mundo canta eternamente 
hasta que alguien escucha 
en ese momento se detiene 
y el que canta es ese alguien.
Paseo y Reloj (que desea) 
De 
André Silvestri 
Estas calles son de vómito 
estas percepciones cromáticas 
estas puertas dopadas de su esquizofrenia 
todo sangra sol de jeringas 
Guirnaldas van al incipiente son del gris 
tristes bocas marchan buscándose 
siempre sucias y rotas cargando margaritas 
resuenan leves con sus fibras putrefactas 
Estas lenguas y estas llagas 
estos golpes en la mejilla olvidada 
estos odios desconocidos y de familia 
carnes rancias, no hacen más que esperar 
...y pudrir... y fluir... ¿y qué más? 
Yo fluyo cual el todo 
En eternas ganas de matar 
como animal a la sedienta 
sedienta y delgada aguja que corre y corre 
en un reloj de barro en la plaza 
reloj que desea... ¡ah, como desea! 
a la hermosa muerte 
y en su deseo llora 
y en su lágrima una puta 
una droga 
un árbol 
un canto 
una molécula 
una idiotez 
una desesperación 
puedo verlo: 
él desespera incrédulo 
inmerso en su tormento inmenso 
de grandes moscas y mosquitos como nubes 
carcomiéndolo todo a su alrededor 
él oye por ahí que el nocturno cielo 
se luce esplendido hoy 
como delirio de náufrago 
él no logra ver al nocturno 
a medida que su aguja se arrastra 
por la putrefacción 
él solo busca en el suelo quizás un billete 
para morir de una vez, otra vez y otra vez 
a sabiendas de que ya no puede. 
como delirio de náufrago 
él no logra ver al nocturno 
a medida que su aguja se arrastra 
por la putrefacción 
él solo busca en el suelo quizás un billete 
para morir de una vez, otra vez y otra vez 
a sabiendas de que ya no puede.
Sueño con una señorita 
De André Silvestri 
El avispero se azotaba en mi boca 
por mi cama nadaban cucarachas 
salté en el terror, desnudé aterrado 
un reloj me rompió los dientes 
me hice nido de gigantes moscas verdes 
corrí por la habitación de ese cielo 
el piso era cuero de serpientes vivas 
vomitaban bajo tierra como cigarras 
y en el techo sus mismas cabezas rugían 
mi piel resbalaba en los besos de la sombra 
mi carne se derretía como hielo de pantano 
se abrió en mi espalda una rapsodia filosa 
desde adentro me brotaron mariposas subacuáticas 
devoraron mis entrañas con sus sopapas voraces 
mi nuez fue arrancada por un ave ácida de metal 
lloraban mis perros al ver mis ojos en bruces 
aullaban y buscaban mi sangre, no había 
solo un poco de agua derramada en el pasillo 
-mi alma huyendo de aquel cielo, volvió 
y ahora canto mientras espero un taxi- 
De la forma 
De Alito Reinaldi 
Sólo la fragilidad desde su forma, 
imperceptible, forma gris. 
La sangre gota que se quiebra, 
el labio inmóvil, 
la frontera de aire, 
la saliva que se pierde. 
Todo tiñéndose de sueño, 
y el semen desbordado, 
y esta hija, 
y esta lágrima. 
Todo tiñéndose de forma.
De la contemplación 
De Alito Reinaldi 
Así, ver detrás de la espuma, 
de esa historia de humo 
que desprende y se revuelve amorfa, 
y sólo hallar un brillo de ébano, 
desesperanza de guerra, 
sólo el llanto, 
sólo la sonrisa temerosa. 
Ay! 
Contemplar así 
esa contradicción infatigable, 
lo eterno en la palabra, 
en el disfraz, 
en lo vasto de ese mar 
de máscaras atroces. 
Ay! 
Asistir, 
como si de un deber se tratase, 
al teatro mismo del descenso, 
a la propia creación de lo mundano, 
de la lejanía. 
De la indefinición del objeto 
De Alito Reinaldi 
Quién quisiera la cosa 
cuando antes está el fuego, 
el combustible y el inabarcable fuego? 
Quién quisiera la cosa 
si hay brillo, y hay muerte, 
si hay un pasado reflejo, una esperanza? 
Quién quisiera la cosa, les pregunto, 
si la distancia espera, allí, 
donde no hay nada?
Desnudos. 
De Nerina Ariaca 
Los raros, 
naciendo a la vida para comenzar a morir. 
Dicen que somos la figuración de un género muerto, 
cargado de balas inquilinas capaces de terminar con el fuego. 
Que vinimos a la palabra, desde la palabra insistiendo en el cuerpo. 
Que terminamos con la humedad, con la confesión equivoca del 
desterrado. 
Subalternos detrás de la plaga, 
entre carcajadas mutiladas 
nos sangran las encías al grito de ¡bandera! 
y cargamos los fusiles de retórica. 
Los insulados, 
sufriendo la carne para dejar de ser, en el ser, una huella de 
confesión. 
Dicen que pintamos la estación en el delirio de hablar, 
que somos trapecistas paralelos 
que emergen hacia la soledad para confrontar el duelo. 
Los hijos, 
momentáneos espejos en la rebelión de los convictos, 
el cáncer en todo carnaval flotante de intensa agonía. 
Los que luchan desde la ceniza bajo un mismo terrorismo 
de pertenecer al estigma polo lengua. 
Los asesinos inacabados de la incertidumbre. 
Hablan de nosotros cuando nos tildan de absurdos. 
Como si fuéramos errores ópticos de la historia, 
como si serlo nos alejara de la hoja. 
Pero, qué pueden entender ellos de nosotros 
si los parlantes del sistema enmudecen al bohemio. 
Pero, qué pueden saber ellos de las máscaras 
si en el circo del idioma pocos sobreviven. 
"Todos de pie que ahí vienen los raros", se oye. 
Todos de pie 
incluso nosotros, los escritores.
DES-ORACIONES 
De Santiago Salemme. 
Planteo me yo, 
muy estoy pensativo, 
lo pienso y pienso ello lo, 
de hacer trato, 
incoherencias, desquiciadas éstas. 
Des-oraciones, des-hora-ciones, 
no sentido quiero expresar. 
Hora-ciones, 
en perdido tiempo el estarán ayer, 
no tiempo tienen, 
no sentido buscan encontrar. 
Sólo son eso, 
des-oraciones, 
en que ordinario lo forman quieren no. 
Mundo otra, otro cosa, 
no sentido acá hay, 
nada no es, todo. 
De Santiago Salemme 
Como el arco de la vida, 
armonizada por opuestos, 
a todos nos llega su flecha, 
flecha que abre muerte en el aire. 
Como la cuerda del arco, 
necesitamos una ley oculta. 
La vida sin muerte no es vida, 
y la muerte sin vida no es muerte. 
Sin una de ellas, 
¿Sería vida algo sin fin?, 
Sin haber vivido una vida, ¿Habría muerte?, 
Pero, ¿Muerte de qué?, si nunca se tuvo nada.
EL TAMBORIL DE LA LLUVIA 
De Edgardo García 
EL TAMBORIL DE LA LLUVIA no cesa; 
ella espera junto a la ventana. 
La tarde en que las ideas 
del teclado parecen lejanas 
y sus papeles se tornan oscuros. 
Piensa en su novio y dice: " boludo". 
Si en los labios de una mujer 
la palabra boludo se enuncia, 
se refiere a un hombre inmaduro 
aferrado a su infancia en penumbras, 
que de toda responsabilidad 
prefiere seguir siendo ajeno 
y sólo puede afrontar la vida 
cuando viste su disfraz de juego. 
Guarda ella los libros de historia 
y repliega también el teclado: 
seguirá escribiendo mañana 
su novela sobre la guerra. 
Percibe junto a la ventana 
que la lluvia ya no suena. 
ENGAÑOS 
De Edgardo García 
Fue en Empalme Graneros donde se conocieron. 
El pasaba a la tarde relojeando la ochava 
con el ansia en el pecho y avivando en secreto 
su romance prohibido con la piba que amaba. 
Tras los muchos encuentros, la pareja de novios 
se encontró con la férrea resistencia en los padres: 
le impusieron a ella que viajara muy pronto 
a vivir con los tíos, debiendo separarse. 
Con la música pudo mejorar él su suerte, 
fue cantante de cumbia hasta cuando la muerte 
mutilara el camino del artista ascendente. 
A Rosario regresa, divorciada hace un año. 
Escuchando esa cumbia, sumergida en el llanto 
hoy recuerda al cantante del conjunto Engaños.
En ti 
De Cintia Elizabeth 
Hoy me levante pensando en ti... 
Como otras mañanas del pasado. 
Me pregunte como estaría tu perro, 
tu hermana... 
Me pregunte si seguirías estudiando lo mismo 
o si como todos, 
habías abandonado la carrera por una mera epifanía nocturna, 
[que a los de nuestra clase, hubiera aparecido una noche de 
ensoñación... 
Me pregunte como sería vivir sin mi... 
Al parecer no es nada difícil... 
Al mismo tiempo recordé, 
esas viejas preguntas en aquellas frías noches de Mayo... 
Aquellas épocas donde me preguntaba que sería de mi sin mi 
[dosis diaria de ti. 
Me preguntaba cuanta dificultad me llevaría 
volver a darle a mi vida un rumbo normal.... 
Al parecer no es nada difícil... 
Al parecer nunca fuimos nada. 
Y sin embargo, 
quizás un poco en vano, 
debo admitir que de a ratos te extraño... 
Aunque seamos tan obstinados; 
esa sensación de extrañar aquello que nunca pudo ser.
Clase de griego 
De Florencia Giusti 
Salí un viernes a la noche de la clase de griego 
vi la luna con una neblina gris . 
Vuelvo a mi casa, 
me acuerdo de que me invitaste a cenar, 
va a ser muy difícil 
no contarte de dónde vengo, 
es una estrategia para 
hacerte pensar que soy interesante. 
Quiero estar en otro lugar, 
corriendo hacia un cuarto oscuro. 
Pienso en el espacio abierto 
y cerrado de mi paladar 
cuando pronuncio 
la a , 
la e , 
La o. 
Estudiar griego no es para mí 
camino el pasillo de la facultad, 
un trayecto insoportable. 
Me siento 
liberada, 
desde la salida 
hasta mi casa. 
De Gabriel Lovera 
Puertas que se cierran 
hielos que se derriten 
focos que se queman 
libros que se acaban 
trenes que se pierden 
sueños interrumpidos 
lentes que se rayan, 
vos 
en brazos de otro. 
yo. 
Cosas 
que ya no tienen arreglo.
De Gabriel Lovera 
En un instante 
la luz golpeó 
el vidrio, 
el espejo, 
la cinta sensible. 
Creen, 
que ciertas formas de mirar, 
crean. 
Las cosas que se hacen 
presentes 
en un instante, 
esperan ser reveladas. 
Un instante congelado 
es una burla momentánea 
al devenir. 
Pronto, 
habrá que inventar 
para recordar. 
Lo minúsculo 
De Lucía Desuque 
Descubrirme tan sola 
en un mundo enormemente 
pequeño 
confuso 
difuso. 
¿Qué me dirías de eso? 
Los bailarines se ejecutan en silencio. 
La piadosa luz los contiene, 
los admira. 
La conjunción difiere justamente en que están juntos 
(la luz piadosa y los bailarines) 
Sus débiles sombras no me proyectan, 
no me dibujan en el auditorio 
no me incluyen. 
Es así que la niña tonta se atonta más 
en la situación 
La mirada, (mi mirada) 
se acorta, 
se diluye, 
se empeña en no mostrar 
la otra cara 
(la oculta) 
que llora en silencio
De Guillermo Bisutti 
-¡Sátrapas, quijotescos jinetes de una rocinante perogrullada! Espíritus metatizados que 
viajan al noúmeno para robarle un nombre a la cosa en sí kantiana... 
-qué cosa en sí kantiana? 
-esa, la cosa misma que se nos escapa, que nos hace empeñar nuestra subjetividad de 
idiotas en cada intento fútil de nombrarla, de interpretarla. Si la palabra que se dice es, para 
estar de acuerdo con Montaigne, "mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha", algo 
de todos los nombres que damos nos pertenece, algo de los que recibimos es nuestro, y la 
mitad ajena es al menos un acierto que se tiene con el otro, una simpatía, una equivalencia 
que nos equilibra como iguales. La palabra escrita sin duda es otra cosa, la cosa misma del 
que tiene la virtud -o la desgracia- de no ser una mera cosa. La palabra que escribo tiene la 
osadía de ser toda mía, pesada en la hoja blanca, es esa parte de la palabra hablada que 
me pertenece, que en el intento de desujetarme, en la fauce hueca, vacía, con que está 
agujereada mi carne, produce una resonancia que aporta lo suyo en la vibración de su 
cuerpo, el testimonio de una diferencia. 
-El cuerpo es las palabras, la escritura. Se escribe en el terror de volverse una cosa, pero 
jugando perversamente con esa muerte que cosifica nuestro cuerpo. Esa famosa 
clarividencia griega del Sema-Soma, pues ellos no hablaban del hombre vivo como una 
totalidad, siempre es una referencia a una parte del cuerpo para señalar un hombre vivo, y 
solo con el cadáver tienen una palabra para abarcarlo como un todo, solo en la muerte se es 
un cuerpo, solo al morir nos pertenecemos por entero, triunfamos de una alienación que 
nos hacía ruido. La cosa es aquello que ya no es susceptible de interpretación, que solo 
puede ser hablado por una subjetividad, por un ser desdoblado en esa parte que es real y 
aquella otra imaginaria, que dobla el espacio y el tiempo para poder sonar en una 
articulación con lo otro que lo aliena. Por eso hablas de la escritura como una experiencia 
que linda con la muerte. Escribir es aventurarse en la cuerda tendida entre lo real, la 
muerte, y la vida, el mundo. ¿No es así? 
-Es algo así, a medias, en la mitad que me pertenece de tus palabras estás en lo cierto. 
-Y en la otra mitad digo la misma cosa. 
-Sí, pero no es la cosa misma, ¿entiendes? 
-Supongo que soy un eco tergiversado que pone algo de su cuerpo en la voz que hace 
retornar, en la respuesta. 
-Sí, sería más sencillo desarrollar esto si me dejaras hablar solo a mí. 
-¿Me estás pidiendo que me vaya o que solo me quede para escuchar? 
-Irte, eso sería lo mejor para que yo pueda decir las cosas sin que me interrumpas o 
confundas lo que digo con lo que es. No tendría sentido un diálogo en que los dos que 
dialogan dice lo mismo, y puesto que crees decir lo mismo.... pienso que lograrías mejor 
eso si no dijeras nada y me dejaras monologar. 
-¿Te das cuenta que solo tiene sentido que digas las cosas si yo estoy ahí para creerte, para 
vibrar de credibilidad, para sentir la vida que las palabras hace estremecer en la 
profundidad humana de lo que teme morir a la vez que lo desea? 
-Es evidente que entendiste cualquier cosa. ¡Por cortesía, esfúmate! 
Al esfumarse, al irse, este personaje es quien mejor expresó la cosa misma, a pesar de 
todas las cosas que el otro dijo sobre las cosas y las palabras y lo real y... bueno, he aquí el 
fin de la cosa.
I 
De Marcelo Debailleux 
Cuando esta solo eso 
No hay nada 
No hay aire ni furia 
Ni oído ni agua. 
El tiempo no es tiempo, 
Nada tiene gusto ni color 
No hay forma en las cosas 
Nada ilumina el espacio 
Ahora vacío. 
Estas solo tú 
Germen de un poema 
Tú ves y sientes 
Tú quieres ser, eres. 
El viento, los grillos 
El suspirar de mi pecho 
Te recuerdan perdido 
Y aquí estas ahora conmigo 
Contigo. 
La mancha 
Noche en tinta 
Cuenco volcado sobre mi hoja 
Ingenua proteiforme. 
El grito del papel 
La hendidura, la herida 
La mellada pluma que penetra. 
La mentira... 
ojoSojo 
De Marcelo Debailleux 
Despojos, despojos 
¡Oh! ojos míos ojos 
Ojos de espejos 
Despojados espejos 
Desposeídos de deseos. 
Encadenados 
Viejos trapos encadenados 
desol 
Son insolazes ,solocos 
Jubilentos y incansables, 
Son perdidos 
Son los faros de mi fadre 
Son la lagrisima espera 
De un bestuyo. 
Lazos incansables 
De desilenceo celo.
Oigo una mosca zumbar 
De Marcela Gómez 
Moscas, hedor animalizado semejante a una ficción, capaz de alcanzar sus máximos poderes. 
Rodean la casa, creo que al final de todo nos han atrapado. En nuestro intento por privarlas de 
cualquier acceso posible, nos han tendido la trampa. Ahora son nuestros cuerpos los que 
carecen de libertad. Su astucia, experta en hallar el orificio indicado, es nuestra perdición. 
Semanas atrás entraban de a poco y podíamos aplastarlas. Pero el veneno estaba en falta en 
toda la ciudad, los que viven entre murallas lo habían adquirido en grandes cantidades, de 
modo que no quedaron más en circulación. A los pocos días eran tantas que no había forma de 
matarlas. Entonces salimos, necesitábamos respirar. Por suerte ninguna de sus compañeras 
se percató de nuestra presencia en la calle, fue todo muy rápido. Salieron detrás nuestro y 
como nos habíamos escondido tardaron en rastrearnos. La casa quedó vacía, así que vimos la 
oportunidad de entrar rápidamente, y así lo hicimos. Pero tal hazaña terminó mojando el piso 
con lastimeras lágrimas, aunque no fueron las mías. Mamá no podía correr (no sé si alguna vez 
pudo hacerlo), y Fermín, un primo de Larroque que vivía con nosotros hacía ya algunos años, 
entendió que no podía esperar a que entre para cerrar la puerta, habría sido como esperar a un 
gorila hambriento con el cuerpo ya desnudo para facilitarle la tarea. Mis dos hermanas, María y 
Jazmín, lo golpeaban para que abriera la puerta hasta no tener más fuerzas, por cansancio, tal 
vez de los mismos golpes o del incesante llanto. Nunca lo perdonaron, así como nunca 
volvimos a ver a mamá Cora (le decíamos así porque si hubo un día en que al levantarse no 
haya visto su película favorita, fue por circunstancias mayores como tener que ir al banco o a 
comprar pan fresco). Por suerte las ventanas estaban ya completamente clausuradas y no nos 
permitieron observar su trágico desenlace. Enseguida Fermín selló la puerta con la resistente 
cinta que le habían vendido en la tienda del loco del once (decía haber acudido a un festín sobre 
algo parecido a ruidos ensordecedores e hipnotizantes y prostitutas bailando que lo habían 
dejado medio loco cuando vivía en once); yo no confié nunca en ese mamarracho de cuello 
ancho y ojos sospechosos, siempre quejábase de no tener un mango pero el tipo era un 
despilfarro, hediondo a cloaca y de camisa manchada (lo hacía a propósito para que las viejas 
ingenuas se compadecieran de su aspecto mugroso). Pero se llevaba bien con Fermín, a quien 
también le gustaban tanto los billetes mas nunca había hecho algo para conseguirlos, y yo no le 
hablaba mucho del tema porque teníamos que convivir juntos y prefería no escuchar sus 
reproches a cerca de la propiedad. Es cierto que gracias a su padre, mi dichoso tío Felipe, 
habíamos tenido una casa en donde vivir, y en realidad no era incumbencia del hocico húmedo 
de mi primo pero él se regocijaba con su discurso diciendo que le pertenecía más que a nuestra 
familia y que nos podía echar si quería. Así que un día Fermín llegó gritando sonriente "¡eh, 
Marito, mirá lo que conseguí, nuestra salvación, no deja entrar ni una ráfaga de aire!". Entonces 
terminé de cubrir los espacios de alguna que otra ventana que se nos había olvidado, de la 
puerta del fondo y de la rejilla del resumidero, tan apresurado que los monstruos no tuvieron 
tiempo de encontrar las rendijas que faltaban aislar. 
Fue así también como quedó sellado nuestro destino al infierno. Era nuestro hogar uno de los 
pocos que quedaba en el barrio, y los vecinos que todavía no habían muerto pero estaban 
agonizantes, arrastraban sus cuerpos y nos golpeaban la puerta de una forma que parecía que 
la estructura toda iba a derrumbarse. No sé de dónde sacaban tanta energía para los golpes. 
Tampoco sé por qué las moscas no terminaban de matarlos, debiendo perecer quizá de dolor, 
quizá de hambre, porque una vez que los maléficos bichos se habían apoderado del sujeto, 
algunos quedaban en su interior y se alimentaban, además de sus vísceras, de cualquier cosa 
que entrara en su organismo. A María y Jazmín las tuvimos que atar en la cama durante dos 
días, porque insistían en salir a buscar a mamá y corríamos el peligro de que inauguraran la
puerta de calle para las moscas. Ese tiempo me odiaron también a mí, y yo era consciente de 
que habíamos sido un poco egoístas en dejar a mamá afuera, pero también era cierto que 
estaba por sucumbir en cualquier momento, el cáncer de piel se había apropiado, hace 
mucho tiempo, de hasta uno de sus ojos, y la pobre vieja ya estaba tuerta y medio ciega del 
que le quedaba. Y tener a un muerto pudriéndose en la casa hubiese sido algo abominable, la 
pestilencia de un cuerpo en putrefacción atraía a los monstruos más que alguna otra cosa, 
parecían entrar en un estado de éxtasis dionisíaco que les turbaba la mente y sólo tenían la 
idea de hacer lo que fuere para conseguir la materia infecta. Ambas me escuchaban 
decírselo y lo comprendían, pero sentían ser las asesinas de su propia madre. 
María estaba terminando la escuela, era muy linda pero le gustaba leer historias de amor de 
vampiros y creía que si moría naturalmente por causa de la vejez iba a lograr la inmortalidad 
de esas criaturas y a encontrar una especie de príncipe azul; por eso no me llevaba muy bien 
con ella, creo que ya estaba medio obsesionada con ese tema y que buscaba entre sus 
amigos alguno que tuviese filosos colmillos. Jazmín, en cambio, era de mi agrado. Tenía 14 o 
15 años pero desde los 11 que comenzó a creer en mi teoría de la revolución de la fe, todo lo 
eclesiástico se derrumbaría de una vez, y la propaganda comenzaría en un parque de 
diversiones ambulante y seguiría en los shoppings de las grandes ciudades, y 
continuamente buscaba argumentos y me ayudaba a construirla. Nada de eso fue necesario. 
Había esperanzas, pero éstas radicaban en la utopía de algún insecticida mortal que rociara 
al mundo entero; no hubo muchos suicidios, pero la gente ahora salía a las calles y aullaba 
ante su Dios que era una blasfemia, que a nadie brindaba su salvación y que preferían que 
Satanás los visitase antes de volver a creer en él, el mayor pecado. También los señores de la 
iglesia participaban en esta desdivinización: apuntando hacia el cielo y llenos de ira y de 
decepción irrevocable, rompían los rosarios que siempre los habían acompañado y recitaban 
contra el agravio y la deshonra del Hombre de los cielos unos versos que en la Santa Biblia se 
injurian de "los ángeles que no guardaron su propia dignidad": 
Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se 
apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles 
otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman 
su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la 
oscuridad de las tinieblas. 
Hasta que los sollozos les cerraban la garganta. Aunque admito que hubiese sido mejor y 
más cruel oír las palabras y promesas de castigos de un Zeus encolerizado. De todas 
maneras me alegraba enterarme de tales escenas de traición. Mejor aún, de tan acogida 
desmitificación. 
Fermín estaba cada día más insoportable. En los tiempos en que no cuidaba que alguna 
alimaña lograse entrar me dedicaba a leer las obras completas de Rimbaud y Mallarmé. Al 
embustero le gustaba hablar y mis hermanas no le dirigían la palabra ni yo fui nunca tan 
charlatán, pero llegado un momento me rebalsó los tímpanos con sus historias de 
adquisiciones, de sus amantes y que se yo que otras tonterías más, hasta que logré idear un 
sistema para que su voz no penetrara en mí. Sin embargo me hubiese gustado despejar las 
salidas para que las moscas se deshicieran de él lo más velozmente posible.Cuando era yo 
pequeño veía a las moscas más grandes de lo que en realidad fueron siempre; a pesar de 
tanto alimento humano, nunca aumentaron de tamaño. Pero sí descubrieron algo alguna vez 
que las fortaleció. Inmunes casi a cualquier cosa, lo más fiable para aniquilarlas era 
aplastarlas, pero si nunca fue fácil para el hombre tal labor, menos en esos tiempos donde 
aparecían rodeadas de cientos de sus compañeras. Nada las aplastaba, nada las capturaba, 
nada las ahogaba, nada, nada, ¡nada!. Peor que la peste desatada por Apolo sobre el
campamento aqueo, las moscas se duplicaban y triplicaban incesantemente, la verdadera 
plaga que acabaría con el hombre. Sus ojos compuestos y de un color repugnante todo lo veían; 
sus antenas eran capaces de percibir el más mínimo movimiento de un cuerpo, como un radar 
de defensa; en las piezas bucales contenían el secreto para inmovilizar casi por completo al 
individuo el tiempo que necesitara para su tortura; las alas quemaban la piel al mínimo roce; el 
tórax sólo les servía para su equilibrio y en sus patas se encontraba el martirio: los filamentos se 
clavaban en la piel y el veneno que contenían se liberaba quemando primero las células de la 
sangre y seguidamente las capas musculares. 
No comprendo por qué no habían actuado antes. Pero creo que los cuatro tratábamos de 
ignorar que mientras más pasaban los días, más crecía el tormento de lo que significaba la gran 
espera. Era la hora de la siesta, casi ni dormíamos por las noches, cuando comenzamos a sentir 
el ruido de la muerte. Toda la cinta que habíamos utilizado empezaba a deshacerse y las 
moscas a entrar en la casa. Se la estaban comiendo con el placer con que un niño come un 
dulce caramelo, su favorito. Fermín luchaba con el matamoscas en mano, María lloraba y corría 
por todas las habitaciones, Jazmín me abrazó y me pidió que la escondiera, y la llevé al armario 
de mamá, el que mejor se cerraba. Acto seguido -y último- agarré un lápiz que se encontraba a 
mi pies y un trozo de papel. Si hubiésemos salido a la calle hubiera sido en vano, y tal vez más 
desagradable. 
Rondaban miles y miles por toda la casa. Yo permanecí sentado y escribí lo más rápido posible. 
De a poco, algunas fueron depositándose sobre mí... El dolor es bastante, debo admitirlo, pero 
logro aguantarlo. Puedo sentir al veneno entrar por los poros y seguir con mis pensamientos su 
recorrido, casi inacabable; deforma la superficie de la piel, las extremidades y la garganta arden 
tanto como los cielos en los bellos días de sol que alguna vez había pasado en el campo y que 
por las noches los rayos asediaban. La mente me sangra. Las entrañas se despedazan en mi 
interior con lentitud. Moscas, se han robado mi aliento. Una catástrofe desatada por la batalla de 
sentidos, pero no lograré saber si percibo más el calor abrazador o el frío abismal. Lo último en 
dañárseme es el corazón, pero de la forma más cruel y lenta que algo puede perecer. Y el 
susurro de un alarido desconocido brama que no afirme los pensamientos en tal aflicción, pero 
ya me es incontrolable, cual la fuerza activa del destino gobernante sobre el hombre, que ha 
existido alguna vez. 
Y tal vez mi padre lo había dicho ya: el más diminuto y astuto insecto podrá contra la enormidad 
de la criatura más cretina. No me acordaba de ellos hasta que sentí gritar a María y me dio un 
poco de pena, no sé que habrá pasado con Fermín ni con Jazmín. Mientras, me veo envuelto 
por la tóxica muerte como por pequeñas cosas negras que se mueven sobre mí. Algo me 
mastica por dentro y creo morir.
Ritalina. 
de María Sofía Borsini. 
1 
En un estado de depresión tal, las palabras son basura. 
Basura. 
Yo soy basura. Y todo lo que me rodea. 
Me rodea basura, poética y literalmente. 
Las ratas. Las ratas caminan por doquier. Las ratas no me dejan dormir. Su sonido. Su 
[insistente sonido. Insomnio, ahora insomnio. 
Junio 12 
2 
Era martes. Odio los martes. 
No sabía que lo era hasta que me lo dijeron en la clínica. Martes. Martes. Tosco como 
[un día martes. No está al principio ni al final de nada. Es un no día. Es nada, pero es 
horrible. Odio el martes. Odio ese martes. 
Irrumpen en mi paz. En mi silencio. Mi silencio que era tan perfecto. 
La entrevista del martes no tuvo posibilidad. No iba a dársela. 
No me importa tu café. Tu bolígrafo insistente. Veo como me observa el rabillo de tu ojo 
[detrás del tercio superior izquierdo de tus gruesos lentes negros. Tus lentes insistentes. 
Preguntas. Tantas, y ninguna tuvo un sentido. ¿Respondí? ¿Sí? ¿No? No recuerdo. No 
[es importante. Tu carraspera me disturba. 
Alzas tus lentes sobre la nariz dos veces antes de preguntarme de vuelta. 
Todo pasó tan len-to. 
Elena, debió ser Elena. 
Una receta por psicofármacos. Y mi suciedad que ya no era tal. 
Ya no era mía. Habían penetrado en mi suciedad. 
No quiero vivir más. 
No quería vivir antes. Y ahora no tengo ni mi suciedad. 
3 
Me habla. Me habla y no escucho nada. Ella habla mientras la pólvora se fuma su 
[cigarrillo. Lo alza, sacude la colilla y sigue hablando. No lo fuma, o sí. Se termina. Prende 
otro y sigue hablando. 
Ella vino a quitarme lo que quedaba de mi suciedad. 
4 
¿Cuándo termina? ¿Cuándo se va? 
5 
Una terapeuta mujer porque me va a hacer bien. 
Con ella vas a hablar, dijo. En algún momento. 
Nunca hablé. En mi vida nunca hablé. No con mujeres. No con hombres. No hablé. No 
[me agradó nunca hablar. No hablé con quien conocía. No voy a hablar con vos. 
Ni con esta amorosa-amorosa terapeuta mujer. No. 
Más polución. Pero esta no es mía. 
Ácaros. Me ponen muy nervioso los ácaros.
6 
Una dosis cada 12 horas y listo. 
¡Lis-to! 
A veces necesito estar triste. 
Enmucede. A quien pa-de-ce. 
No vas a notar la diferencia. 
Sentir. 
El placer de estar triste. 
La cabeza. La migraña. La intoxicación. 
¿Quéfueloquehiceanoche? 
Anoche. ¿Qué? 
El dolor. Profundo. 
Persiste. Perdura. 
Incrementa. Escarba. Penetra. 
El dolor. Adentro es parte. 
Me complementa y me desintegra. 
El dolor no cesa. 
7 
Y ella que 
Noparadehablardecosas. 
8 
Siempre 
Siempre tuviste problemas de sueño. 
Desde chiquito. 
Desde que yo estaba embarazada. 
Siempre. 
A vos nunca te gustó dormir. 
Ritual 
De Tomás Sufotinsky 
Entro en el angosto corredor que es la cocina, demasiado familiar para reparar en los objetos que la 
componen. Tomo la pava y abro la canilla de agua caliente. La lleno hasta que al mirar en su interior el 
nivel del agua llegue hasta la mitad del orificio del pico. La deposito sobre la hornalla delantera 
derecha que enciendo con el encendedor. Busco el mate con la mirada, está al lado del secaplatos. Lo 
llevo junto al tacho de basura y lo vacío del contenido viejo que empieza a negrear. Lo lavo de restos, lo 
mismo que a la bombilla que estaba clavada en la yerba. Dejo correr el agua fría un poco y ayudo con 
una mano a que los restos de yerba se vayan por el desagüe. Voy hasta el ropero que oficia de 
despensa junto a la heladera y de él obtengo el yerbero. Vierto yerba hasta la mitad del mate. Tomo el 
mate con una mano y con la otra le tapo la boca. Sosteniéndolo así, lo inclino hacia un costado de 
modo que la yerba quede en forma de pendiente. Agrego un poquito más de yerba sobre la parte más 
profunda para rellenar un poco y vuelvo a realizar la operación para formar la colina verde. Tomo la 
pava cuya agua estará, presumo, a mitad de camino de obtener la temperatura deseada y vierto un 
chorrito sobre la parte profunda del mate para ir preparando la yerba para la introducción de la 
bombilla.Vuelvo a poner la pava sobre el fuego y me quedo esperando. En silencio miro hacia la 
ventana octogonal del lavadero contiguo a la cocina por donde penetra toda la luz que la ilumina. El sol 
todavía alto de las tres y media de la tarde da de lleno sobre los edificios. Es agosto, no hace ni frio ni 
calor. Unas palomas, o las mismas palomas de siempre, reposan en el antepecho de una ventana del
edificio de enfrente, presumiblemente, la ventana de la escalera o de un palier. Sólo miro alrededor 
de dos minutos. Lo único que rompe el silencio y la quietud, lo único que da la impresión del paso del 
tiempo es la vaga percepción de mi propia respiración y el ruido del motor de la heladera que se pone 
en marcha. Veo que del pico de la pava empieza a subir un hilito de vapor. La retiro y vierto otro 
chorrito de agua durante uno o dos segundos sobre el mismo punto antes mojado de la yerba y 
vuelvo a depositarla sobre el fuego. Durante diez o quince segundos más voy viendo cómo se va 
ensanchando la columna de vapor y cómo va surgiendo del silencio el ruido que precede a la 
temperatura de hervor. Apago la hornalla en el momento justo. Busco con la mirada el termo, está 
junto al secaplatos, junto al espacio que el mate dejó tras de sí. Un poco trabajosamente le saco el 
tapón de goma y tiro el agua vieja y fría por la pileta. Voy hacia la pava, la tomo y vierto su contenido 
en el termo. Observo durante los quince segundos que dura la acción el vapor que se desprende y se 
remonta del chorro de agua que se curva desde la punta del pico de la pava hasta el anillo de espejo 
empañado que es la boca del termo. Miro el interior y compruebo que el agua llegó hasta donde se 
angosta el cuello del termo. Lo tapo haciendo presión en el tapón de goma. A pesar de que no quedó 
espacio para que entre aire, tiro el primer chorrito de agua sobre la pileta para evitar un accidente. 
Ruido hueco de agua sobre chapa. Le echo, ahora desde el termo, un tercer chorrito de agua al 
mismo punto del fondo de la yerba al que le había echado antes y en el que se fue formando un 
pocito. Espero que el agua se absorba. Vuelvo a repetir la acción dos veces más. Los chorritos deben 
ser siempre cortos. La yerba empieza a inflase y el pocito se anega dando lugar a un charquito 
espumoso y humeante en el fondo de la colina verde en donde ha de penetrar, casi sin esfuerzo, la 
bombilla. Tomo la bombilla y la hago penetrar en la yerba mojada. Lo hace sin esfuerzo. 
Tomo los elementos: en una mano el termo y un repasador que estaba colgando en la manija de la 
puerta de la heladera, y, en la otra, mate con bombilla. Salgo de la cocina, entro en el comedor. Me 
siento en la mesa despejada de frente al balcón. La puerta ventana está abierta pero no penetra 
ningún tipo de brisa en la casa. Veo continuar hacia la izquierda la misma escena que veía desde la 
ventana del lavadero. No existen, en verdad, instrumentos para medir. Imagino la visión de las 
terrazas de las casas de enfrente, obstruida por el balcón y veo el largo, a mitad de manzana, del 
edificio recientemente construido, inhabitado. La yerba absorbió el agua. Vierto un nuevo chorro de 
agua y llevo el mate hacia la boca. El agua espesa, amarga, entra en mi boca. La lengua resiste la 
temperatura del agua. El trago se aclimata en mi boca, comienzo a sentir la superficie de la lengua 
más áspera. Trago y el trago calienta la garganta. Lo siento bajar hasta el estómago. Vuelvo a cebar. 
Espero a que la boca, la garganta, el estómago se aplaquen de sensaciones y espero unos segundos 
más. Soy consciente de que tengo la mirada, como se dice, perdida, ausente, viendo o mirando hacia 
el paisaje que se proyecta en el rectángulo de la puerta-ventana del balcón. Vuelvo a sorber. Las 
sensaciones son menos fuertes esta vez, indescifrables. Tomo el mate y el gusto ya es más nítido, 
más claro, más familiar. Pienso que ayer conversaba con un viejo amigo, viejo, más que por la 
cantidad de años de la amistad, por la densidad de su tiempo. Repasábamos lo que fue de cada uno, 
porque antes éramos más, cuando me dijo "Vos hiciste un ritual."… Su comentario pasó 
sospechosamente, ahora que lo pienso, desapercibido. 
Es verdad, lo hice. Y lo sostengo acá entre mis manos. Y en su constitución, en el acto, se signa, se 
articula, para mí, otra vez, después de roto, el mundo. Y siento que secretamente me lleno de 
energía.
Soplar de una vela. 
De 
Agustín Larrañaga. 
Nunca sabrás lo que es renacer, si nunca contemplas un amanecer. Tal vez sientas 
lo que es morir, y un leve escalofrío mute de tu cuerpo, cuando veas al ocaso partir, 
y parir la noche, la sabía noche, que tanto amo, como un caliente baño después de 
un día agitado, como esos en donde el cuerpo responde a los fáciles y agobiantes 
estímulos cotidianos. Obedecer a cambio de un miserable pago, el que llena los 
estómagos pero no los corazones, como los llena un sincero te quiero o un sincero 
te amo, o un cálido y reconfortante abrazo, un beso robado o uno deseado. 
Y cuando nuestra vela se apague irrelevantemente, como el candor del primer 
beso o la primera promesa incumplida, yo ya no te amaré, pero si mi ser. Él te 
amara, como un grato recuerdo, el que adornaré parte de mi alma...Y en ella 
brillaré, o tal vez con el tiempo se atenué y deje de brillar. Pero aún que las tinieblas 
polaricen nuestra luz, y hoscas nubes se expandan en nuestro cielo, siempre 
quedara el momento, volverá y quemará como hiel, cabalgando vigorosamente, 
volviendo del ayer... Grabado, tatuado en nuestra piel... Esos hermosos 
momentos... Los que con el tiempo irán cicatrizando y quedarán... Tal vez... En el 
olvido... En los minutos, horas, y días que pase contigo. En el viento, el que 
acarició nuestros cabellos en esas noches donde el crepúsculo fue testigo de 
nuestro trágico amorío. En los soles de nuestros amaneceres, en las estrellas 
infinitas, en cada lugar donde cumplimos lo pedido, donde cedimos y fuimos 
sumisos, siempre llevare parte de vos, en mi aire, en mi voz... Y en mis ojos, los que 
te vieron crispar por primera y ultima vez. 
Siempre tuve una bocota increíble. 
De María Sofía Borsini 
Siempre tuve una bocota increíble. Yo lo sabía. Siempre lo supe. 
Esa necesidad imperiosa de decir lo que pensaba. Todo lo que pensaba al primer 
pelotudo que tuviera al lado. 
Yo siempre supe, o siempre debí saber que esa habilidad no iba a conducirme a 
ningún lado. Por mi bocota, suprema, libre y orgullosa había perdido mi trabajo 
anterior. Y por mi bocota estaba a punto de perder mucho más que el próximo a 
conseguir. 
¡Mira que caer tan bajo como para venir a pedirle empleo a este hijo de puta! A este 
cuervo sin alma que me gozó siempre. A este pija corta que se cojía a mi mujer 
cuando yo tuve aquello con Elena. ¿Quién me manda a arrodillarme así frente al 
enemigo? 
Mi mujer, claro, mi mujer me manda. Y yo soy un sometido más con una boca que 
puede causar motines pero que no puede oponerse al capricho de esa gorda 
acéfala que es la madre de mis hijos. Y yo acá, suplicándole por trabajo a este 
energúmeno. Que espere un momento en el patio. Encima me dice que lo espere y
encima manda a otro a justificarme su demora. Criados sin alma que se someten a 
la miseria de este millonario. Y tener que arrodillarme ante él me provoca nauseas. 
Me suda el cuello. Me baja la presión. 
Estoy en desventaja. Este infeliz podría decirme que no y reírseme en la cara. Este 
infeliz podría pisotear mi dignidad como pisotea de la todos esto norteños idiotas. 
No será así. Mi nombre no es un nombre que quepa bajo las botas de nadie. 
-¿El baño? 
- Apenas entra a la casa, doblando a su izquierda. 
Volver a entrar a esa casa. A esa mansión inmensa. A esa oda al consumismo 
estupro. 
Volver atrás cuando creía haber salido de esto. 
El baño era enorme. Incluso desproporcional para semejante casa. 
Desproporcional para cualquier construcción de la existencia. Rebalsado de 
espejos y pulcros mosaicos, refregados por las manos de mil bolivianos. 
-Ninguno de tus lujos te los ganaste en buena ley. 
¿Qué se podía pensar de un hombre que le dedica tanto lugar al espacio donde 
deposita la mierda? Incluso su baño tenía quizás más lujos que la completad de mi 
casa. 
-Señor, quería saber si se encuentra bien. Lleva ahí un rato. 
-Sí, me encuentro bien. Ya salgo. 
Una casa rodeada de criados para atender la soledad de su persona. Venir a tener 
tanto y no querer compartirlo con nadie solo habla peor del ser patético al que 
vengo a pedirle empleo. 
Y hacerme esperar acá, entre la tierra blanda de la construcción de una pileta, 
también irrisoriamente desproporcional para su soledad. ¿Pero para que puede 
querer tanto si este tipo esta tan solo? 
Estos pibes sin alma y sin sueño laburando de sol a sol para satisfacer los lujos de 
este parásito. Las injusticias de la vida. 
Estos pibes a los que no confiaría ni una tijera, manipulando palas brillosas 
manchadas con la tierra húmeda de un verano con mangueras mal aprovechado. 
Esta tierra húmeda, esas palas brillosas, estos pibes sin alma y nadie para 
preguntar por el paradero del cuerpo. 
-Che, ¿Y es fácil cavar acá? 
Yo y mi bocota. Y la rapidez mental de estas lacras sin alma.
Te besaría 
De 
Agustín Larrañaga. 
Te besaría en cada turno, diurno, vespertino y nocturno. 
Cada hora, cada minuto, cada segundo. 
En cada suspiro, en cada instante, en cada trance. 
Con el mar, con la nieve y la lluvia. 
Con el alba de testigo y el crepúsculo de espía. 
Sintiendo el vértigo, parando el tiempo. 
Aunque seas insensata y no sientas lo que siento. 
Pecaría más de una vez por esos labios. 
Haría trampa y burlaría el azar si fuera necesario. 
Por más que no sea digno de tan lujosa apreciación. 
Daría mi propia vida con tal de sentir la sensación. 
De probar esos labios, de recorrerlos de explorarlos. 
Pecaría en el propio paraíso, me burlaría de cada deidad, 
vendería mi alma al de abajo, egocentricamente trataría al de arriba. 
Aunque llegue al límite de la desolación, del camino y del sendero, 
No dejaria que nadie me arrebatara tan hermosa creación. 
Si pudiera negociar con el viento para que sea mi mensajero, 
te enviaría cada beso reprimido, te haría sentir en cada brisa, 
cada hora, cada minuto, cada segundo, cada suspiro, cada instante. 
Lo que he guardado diez décadas, cien siglos y mil milenios. 
Zonceras 
De Federico Areste 
Un martes 13 a las 21.30, 
una reunión de consorcio, 
unas campanas de un templo órfico devenido en boliche celestial, 
la tristeza de una moza que juega a las escondidas atrás de un delantal, 
un perro atado que quiere correr, 
un semáforo en rojo que se ríe de la emoción al ser traspasado por una vida que está 
[llegando, 
las hojas del otoño que se desgastan cada vez que se apoya un lápiz en un papel, 
una paloma encandilada, 
un borracho perdido, 
un útero sometido que quiere romper con la crucifixión y quiere volar, 
un cronómetro del mundial del 86`sin pilas, 
el silbato de un réferi trabajado por los años, 
este café sin azúcar, 
unos barriletes de Boca tapados con tierra de los 90`. 
tu cuadro que se abraza fuerte a la remera de San Lorenzo y no la suelta nunca. 
Me pienso, pienso en el progreso que se vuelve reaccionario, 
pienso en todas las luchas que confluyen en mi cuerpo, 
pienso en toda esa sangre derramada que se chorrea con mi tinta egoísta y cómoda. 
¿Que sería de los hombres sin las letras y las guerras? 
¿Qué hubiese sido de mí sin los guisos de mondongo que me regalo mi abuelo? 
¿Qué sería de mí sin mis contradicciones inmortales? 
Te lo juro que no existe el olvido.
Tiresias 
De Victoria Lucero 
Benditos tus ojos que 
De la ceguera van llenos 
Pues nombran 
en vano 
Realidades que a los míos son ajenas 
Profeso en el aire 
El espontáneo humor 
Y el espontáneo sabor 
De esos minutos de 
Vida que ya se fueron 
Aunque lamentablemente 
Aún no han pasado 
Lo intenso ha desaparecido 
De vez en cuando 
Vuelve como un monstruo enorme 
Y feo 
A tirarme de los pies bajo las sábanas 
Las sábanas revueltas 
Revuelven también 
El tiempo muerto de la rutina diaria 
¿Podremos vernos esta noche? 
Levantarse es ajeno 
Dormir también lo es 
Todo es ajeno al final 
Nos han robado todo 
Y Sin embargo 
la curiosa Luna 
Me habla al oído 
Se ríe de mí 
Deseo volver a la cama 
Y arrancar el techo 
Para poder mirar el cielo 
Que hoy me aplasta 
No sé si habrá cambiado para mañana 
No sé si habrá amor mañana 
Estas manos ya no son mías 
Nada es mío y nada es tuyo 
Ni el orden ni la jerarquía 
¡Eso sí que es burlarse de la gente! 
El contratiempo siguió nuestros actos 
Y la melodía conversaciones cotidianas ¿Quién podría quejarse? 
De La poesía de la que no sabemos nada…
Ilustración de tapa: Giselle Imboden 
Ilustración de contratapa: Walter Belotti 
Contacto: lacosamisma@outlook.com 
Grupo de facebook: Revista La Cosa Misma
La Cosa Misma. Número 1

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La Cosa Misma. Número 1

  • 1. LacOsamisMa AÑO 1 NÚMERO 1
  • 2. La cosa misma, la cosa en sí misma, por fuera de interpretaciones, vinculaciones o relaciones que podamos establecer con la cosa, es la cosa. La cosa misma. Cosa siempre fantaseada por los estudiantes de letras. Desde ALALetra –como agrupación de estudiantes de letras-decidimos solamente impulsarlo para que la cosa pueda materializarse. Se trata de abrir un espacio que se irá consolidando, esto es sólo el primer número, una pequeña tirada. Está abierto a una sección para cartas de lectores, columnas específicas, dibujos y cualquier tipo de producción artística propia de los estudiantes. Este sencillo formato autogestionado que consensuamos en llamar revista, tendrá el precio del costo de la fotocopia -con excepción de este primer número que es gratuito-. Por eso sugerimos que envíen textos breves para que más gente pueda publicar sin elevar demasiado los costos. Esperamos propuestas y textos, serán bienvenidos. Mayo 2014
  • 3. Ajedrez De María José Casasola Con tan solo una mirada podía hacerlo sentir como si estuviese en otro mundo, un lugar para ellos dos, el cual consistía en una habitación bastante amplia, con pisos de madera y donde solamente había una mesa y dos sillas. Sobre la mesa se encontraba un tablero de ajedrez y todas las piezas preparadas para el comienzo de la partida. Él era las blancas y ella las negras. Siempre que jugaban ella ganaba. Todo tenía un significado. Todo era un juego. Había que pensar con atención cual sería el siguiente movimiento, debido a que una vez jugado, no había vuelta atrás. No en el juego de la vida. Sacudió un poco su cabeza, volviendo a la realidad, otra vez había perdido más tiempo del necesario en aquellos pensamientos, en aquella partida. Ahora el juego se había trasladado a la realidad. Era algo tácito, pero los dos lo sabían. Al final uno perdería. Uno caería. Necesitaba prepararse. Era el turno de ella. Sabía muy bien que tras ese movimiento sería un jaque. Llevaban dieciocho años jugando el mismo juego de una forma muy reñida. Todo había comenzado con la primera palabra que ella le dijo a él. - Juguemos.- Y así es como fueron trascurriendo los años, jugando y jugando, ya llevaba perdiendo bastante, necesitaba dar vuelta la partida. Sus amigos jamás habían comprendido con exactitud a que se refería con todo ese tema del juego. Lo consideraban como un ida y vuelta. Pero había más en ello. El simple hecho de caer, significaba perderlo todo. No sabía que la partida ya estaba ganada. Aunque hiciera cualquier intento, en vano sería. Ella ganaría. La cuestión era cómo. Pero unos días más tarde él lo supo y cayó de rodillas al suelo con lágrimas en los ojos. Había caído. Perdido absolutamente todo. Y el movimiento de ella solamente había constado en pronunciar dos simples palabras. -Me aburrí.- Jaque mate.
  • 4. ALBA De Renzo Sanfilippo Las aguas se habían calmado y quedaba esa sensación de silencio, sensación puesto que el silencio no existe y basta apenas pensarlo para darse cuenta de que incluso en la sumersión más profunda del sueño, las voces nos persiguen incansablemente y entonces, una resignación que es como una tregua para poder seguir viviendo, pero eso en caso de que realmente sean importantes estas cosas. Lo que importa es hacer el intento de captarlo, sí, captar esos momentos(como éste) en que las sensaciones nos muestran otro camino, y tomarlo hasta que la fatalidad de las obligaciones cotidianas, esa prisión que nos fueron tejiendo por los siglos de los siglos, sea como el agua fría de la mañana un lunes antes de ir a trabajar. Alba no me estaba mirando, dormía como un gatito enrollada en mi pecho y a lo mejor, quién sabe, soñaba con grandes playas en donde el cielo y el mar se confundían simétricamente y quedaba la arena esperando con su colchón de sueños y de risas que tendamos allí otro tiempo, un tiempo sin relojes ni oficinas, un tiempo en donde nada podría valer más que sonreír estúpidamente luego de hacer el amor. Pero dormía, Alba dormía y creo que lo que acabo de contar es apenas una pizca del sueño que tuve antes de despertarme, hace un rato. Lo cierto es que la quiero tanto y, a veces, me quedo como un tonto perdido en el aire porque en verdad no sé cómo decírselo. Hace ya 15 años que estamos juntos y ella sigue siendo como los dos golpecitos secos para destapar el mate amargo cebado con tanta ternura, esa primera luz del día que entre un dulce: "despertate, Oso, ya puse la pava" y otros susurros me anima a seguir adelante con mi vida, a despertarme una vez más entre las cenizas de vidas muertas, nuevamente a vivir con Alba que siempre ha sido luz, que siempre lo será porque esas cosas no cambian. Tuve ganas de despertarla, y dudé al notar que ahora era como una cachorrita arropada a mi piel. Sin embargo, tomé coraje y con el mayor de los cuidados posibles me despegué con tristeza de Alba y bajé de la habitación sin otra compañía que mi último cigarro. Luego de cruzar la puerta de entrada, fui caminando con esa sensación de silencio y me fumé el último pucho sentado en la arena, de frente al mar. Casi que me duermo de vuelta antes de la llegada del amanecer, pero ahí estaba el primer mate cebado y el beso en la mejilla, la sonrisa que nunca se borraba y menos ahora que el silencio era música, que el cielo y el mar aun no se confundían simétricamente porque llegaba a nosotros la primera luz del alba con sus ritmos y colores anaranjados y ese momento valía por todo.
  • 5. Alfonsina. De Leonela Esteve Broun Que tu cadencia silenciosa me acompañe, como un susurro en mi oído, que tu sabor salado se deshaga en mi lengua entumecida y reviva este corazón cansado de tantas noches de despedidas. Que tu oleaje infinito me arrulle con sus brazos de espuma, liberando a mi alma de sus cadenas enmohecidas. Que tu inmensidad me desborde, con su fuerza marina y consuele con melodías, a mis esperanzas perdidas. Feed your head De Leonela Esteve Broun Persigo al conejo blanco, sin siquiera saberlo. ¿Me dará aquello que estoy buscando? El reloj no para y yo tropiezo. Ojalá la reina no corte mi cabeza. Enero De André Silvestri Un pájaro aúlla en la ventana una zamba de memoria sórdida nunca lo creí posible… Pero el mundo canta eternamente hasta que alguien escucha en ese momento se detiene y el que canta es ese alguien.
  • 6. Paseo y Reloj (que desea) De André Silvestri Estas calles son de vómito estas percepciones cromáticas estas puertas dopadas de su esquizofrenia todo sangra sol de jeringas Guirnaldas van al incipiente son del gris tristes bocas marchan buscándose siempre sucias y rotas cargando margaritas resuenan leves con sus fibras putrefactas Estas lenguas y estas llagas estos golpes en la mejilla olvidada estos odios desconocidos y de familia carnes rancias, no hacen más que esperar ...y pudrir... y fluir... ¿y qué más? Yo fluyo cual el todo En eternas ganas de matar como animal a la sedienta sedienta y delgada aguja que corre y corre en un reloj de barro en la plaza reloj que desea... ¡ah, como desea! a la hermosa muerte y en su deseo llora y en su lágrima una puta una droga un árbol un canto una molécula una idiotez una desesperación puedo verlo: él desespera incrédulo inmerso en su tormento inmenso de grandes moscas y mosquitos como nubes carcomiéndolo todo a su alrededor él oye por ahí que el nocturno cielo se luce esplendido hoy como delirio de náufrago él no logra ver al nocturno a medida que su aguja se arrastra por la putrefacción él solo busca en el suelo quizás un billete para morir de una vez, otra vez y otra vez a sabiendas de que ya no puede. como delirio de náufrago él no logra ver al nocturno a medida que su aguja se arrastra por la putrefacción él solo busca en el suelo quizás un billete para morir de una vez, otra vez y otra vez a sabiendas de que ya no puede.
  • 7. Sueño con una señorita De André Silvestri El avispero se azotaba en mi boca por mi cama nadaban cucarachas salté en el terror, desnudé aterrado un reloj me rompió los dientes me hice nido de gigantes moscas verdes corrí por la habitación de ese cielo el piso era cuero de serpientes vivas vomitaban bajo tierra como cigarras y en el techo sus mismas cabezas rugían mi piel resbalaba en los besos de la sombra mi carne se derretía como hielo de pantano se abrió en mi espalda una rapsodia filosa desde adentro me brotaron mariposas subacuáticas devoraron mis entrañas con sus sopapas voraces mi nuez fue arrancada por un ave ácida de metal lloraban mis perros al ver mis ojos en bruces aullaban y buscaban mi sangre, no había solo un poco de agua derramada en el pasillo -mi alma huyendo de aquel cielo, volvió y ahora canto mientras espero un taxi- De la forma De Alito Reinaldi Sólo la fragilidad desde su forma, imperceptible, forma gris. La sangre gota que se quiebra, el labio inmóvil, la frontera de aire, la saliva que se pierde. Todo tiñéndose de sueño, y el semen desbordado, y esta hija, y esta lágrima. Todo tiñéndose de forma.
  • 8. De la contemplación De Alito Reinaldi Así, ver detrás de la espuma, de esa historia de humo que desprende y se revuelve amorfa, y sólo hallar un brillo de ébano, desesperanza de guerra, sólo el llanto, sólo la sonrisa temerosa. Ay! Contemplar así esa contradicción infatigable, lo eterno en la palabra, en el disfraz, en lo vasto de ese mar de máscaras atroces. Ay! Asistir, como si de un deber se tratase, al teatro mismo del descenso, a la propia creación de lo mundano, de la lejanía. De la indefinición del objeto De Alito Reinaldi Quién quisiera la cosa cuando antes está el fuego, el combustible y el inabarcable fuego? Quién quisiera la cosa si hay brillo, y hay muerte, si hay un pasado reflejo, una esperanza? Quién quisiera la cosa, les pregunto, si la distancia espera, allí, donde no hay nada?
  • 9. Desnudos. De Nerina Ariaca Los raros, naciendo a la vida para comenzar a morir. Dicen que somos la figuración de un género muerto, cargado de balas inquilinas capaces de terminar con el fuego. Que vinimos a la palabra, desde la palabra insistiendo en el cuerpo. Que terminamos con la humedad, con la confesión equivoca del desterrado. Subalternos detrás de la plaga, entre carcajadas mutiladas nos sangran las encías al grito de ¡bandera! y cargamos los fusiles de retórica. Los insulados, sufriendo la carne para dejar de ser, en el ser, una huella de confesión. Dicen que pintamos la estación en el delirio de hablar, que somos trapecistas paralelos que emergen hacia la soledad para confrontar el duelo. Los hijos, momentáneos espejos en la rebelión de los convictos, el cáncer en todo carnaval flotante de intensa agonía. Los que luchan desde la ceniza bajo un mismo terrorismo de pertenecer al estigma polo lengua. Los asesinos inacabados de la incertidumbre. Hablan de nosotros cuando nos tildan de absurdos. Como si fuéramos errores ópticos de la historia, como si serlo nos alejara de la hoja. Pero, qué pueden entender ellos de nosotros si los parlantes del sistema enmudecen al bohemio. Pero, qué pueden saber ellos de las máscaras si en el circo del idioma pocos sobreviven. "Todos de pie que ahí vienen los raros", se oye. Todos de pie incluso nosotros, los escritores.
  • 10. DES-ORACIONES De Santiago Salemme. Planteo me yo, muy estoy pensativo, lo pienso y pienso ello lo, de hacer trato, incoherencias, desquiciadas éstas. Des-oraciones, des-hora-ciones, no sentido quiero expresar. Hora-ciones, en perdido tiempo el estarán ayer, no tiempo tienen, no sentido buscan encontrar. Sólo son eso, des-oraciones, en que ordinario lo forman quieren no. Mundo otra, otro cosa, no sentido acá hay, nada no es, todo. De Santiago Salemme Como el arco de la vida, armonizada por opuestos, a todos nos llega su flecha, flecha que abre muerte en el aire. Como la cuerda del arco, necesitamos una ley oculta. La vida sin muerte no es vida, y la muerte sin vida no es muerte. Sin una de ellas, ¿Sería vida algo sin fin?, Sin haber vivido una vida, ¿Habría muerte?, Pero, ¿Muerte de qué?, si nunca se tuvo nada.
  • 11. EL TAMBORIL DE LA LLUVIA De Edgardo García EL TAMBORIL DE LA LLUVIA no cesa; ella espera junto a la ventana. La tarde en que las ideas del teclado parecen lejanas y sus papeles se tornan oscuros. Piensa en su novio y dice: " boludo". Si en los labios de una mujer la palabra boludo se enuncia, se refiere a un hombre inmaduro aferrado a su infancia en penumbras, que de toda responsabilidad prefiere seguir siendo ajeno y sólo puede afrontar la vida cuando viste su disfraz de juego. Guarda ella los libros de historia y repliega también el teclado: seguirá escribiendo mañana su novela sobre la guerra. Percibe junto a la ventana que la lluvia ya no suena. ENGAÑOS De Edgardo García Fue en Empalme Graneros donde se conocieron. El pasaba a la tarde relojeando la ochava con el ansia en el pecho y avivando en secreto su romance prohibido con la piba que amaba. Tras los muchos encuentros, la pareja de novios se encontró con la férrea resistencia en los padres: le impusieron a ella que viajara muy pronto a vivir con los tíos, debiendo separarse. Con la música pudo mejorar él su suerte, fue cantante de cumbia hasta cuando la muerte mutilara el camino del artista ascendente. A Rosario regresa, divorciada hace un año. Escuchando esa cumbia, sumergida en el llanto hoy recuerda al cantante del conjunto Engaños.
  • 12. En ti De Cintia Elizabeth Hoy me levante pensando en ti... Como otras mañanas del pasado. Me pregunte como estaría tu perro, tu hermana... Me pregunte si seguirías estudiando lo mismo o si como todos, habías abandonado la carrera por una mera epifanía nocturna, [que a los de nuestra clase, hubiera aparecido una noche de ensoñación... Me pregunte como sería vivir sin mi... Al parecer no es nada difícil... Al mismo tiempo recordé, esas viejas preguntas en aquellas frías noches de Mayo... Aquellas épocas donde me preguntaba que sería de mi sin mi [dosis diaria de ti. Me preguntaba cuanta dificultad me llevaría volver a darle a mi vida un rumbo normal.... Al parecer no es nada difícil... Al parecer nunca fuimos nada. Y sin embargo, quizás un poco en vano, debo admitir que de a ratos te extraño... Aunque seamos tan obstinados; esa sensación de extrañar aquello que nunca pudo ser.
  • 13. Clase de griego De Florencia Giusti Salí un viernes a la noche de la clase de griego vi la luna con una neblina gris . Vuelvo a mi casa, me acuerdo de que me invitaste a cenar, va a ser muy difícil no contarte de dónde vengo, es una estrategia para hacerte pensar que soy interesante. Quiero estar en otro lugar, corriendo hacia un cuarto oscuro. Pienso en el espacio abierto y cerrado de mi paladar cuando pronuncio la a , la e , La o. Estudiar griego no es para mí camino el pasillo de la facultad, un trayecto insoportable. Me siento liberada, desde la salida hasta mi casa. De Gabriel Lovera Puertas que se cierran hielos que se derriten focos que se queman libros que se acaban trenes que se pierden sueños interrumpidos lentes que se rayan, vos en brazos de otro. yo. Cosas que ya no tienen arreglo.
  • 14. De Gabriel Lovera En un instante la luz golpeó el vidrio, el espejo, la cinta sensible. Creen, que ciertas formas de mirar, crean. Las cosas que se hacen presentes en un instante, esperan ser reveladas. Un instante congelado es una burla momentánea al devenir. Pronto, habrá que inventar para recordar. Lo minúsculo De Lucía Desuque Descubrirme tan sola en un mundo enormemente pequeño confuso difuso. ¿Qué me dirías de eso? Los bailarines se ejecutan en silencio. La piadosa luz los contiene, los admira. La conjunción difiere justamente en que están juntos (la luz piadosa y los bailarines) Sus débiles sombras no me proyectan, no me dibujan en el auditorio no me incluyen. Es así que la niña tonta se atonta más en la situación La mirada, (mi mirada) se acorta, se diluye, se empeña en no mostrar la otra cara (la oculta) que llora en silencio
  • 15. De Guillermo Bisutti -¡Sátrapas, quijotescos jinetes de una rocinante perogrullada! Espíritus metatizados que viajan al noúmeno para robarle un nombre a la cosa en sí kantiana... -qué cosa en sí kantiana? -esa, la cosa misma que se nos escapa, que nos hace empeñar nuestra subjetividad de idiotas en cada intento fútil de nombrarla, de interpretarla. Si la palabra que se dice es, para estar de acuerdo con Montaigne, "mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha", algo de todos los nombres que damos nos pertenece, algo de los que recibimos es nuestro, y la mitad ajena es al menos un acierto que se tiene con el otro, una simpatía, una equivalencia que nos equilibra como iguales. La palabra escrita sin duda es otra cosa, la cosa misma del que tiene la virtud -o la desgracia- de no ser una mera cosa. La palabra que escribo tiene la osadía de ser toda mía, pesada en la hoja blanca, es esa parte de la palabra hablada que me pertenece, que en el intento de desujetarme, en la fauce hueca, vacía, con que está agujereada mi carne, produce una resonancia que aporta lo suyo en la vibración de su cuerpo, el testimonio de una diferencia. -El cuerpo es las palabras, la escritura. Se escribe en el terror de volverse una cosa, pero jugando perversamente con esa muerte que cosifica nuestro cuerpo. Esa famosa clarividencia griega del Sema-Soma, pues ellos no hablaban del hombre vivo como una totalidad, siempre es una referencia a una parte del cuerpo para señalar un hombre vivo, y solo con el cadáver tienen una palabra para abarcarlo como un todo, solo en la muerte se es un cuerpo, solo al morir nos pertenecemos por entero, triunfamos de una alienación que nos hacía ruido. La cosa es aquello que ya no es susceptible de interpretación, que solo puede ser hablado por una subjetividad, por un ser desdoblado en esa parte que es real y aquella otra imaginaria, que dobla el espacio y el tiempo para poder sonar en una articulación con lo otro que lo aliena. Por eso hablas de la escritura como una experiencia que linda con la muerte. Escribir es aventurarse en la cuerda tendida entre lo real, la muerte, y la vida, el mundo. ¿No es así? -Es algo así, a medias, en la mitad que me pertenece de tus palabras estás en lo cierto. -Y en la otra mitad digo la misma cosa. -Sí, pero no es la cosa misma, ¿entiendes? -Supongo que soy un eco tergiversado que pone algo de su cuerpo en la voz que hace retornar, en la respuesta. -Sí, sería más sencillo desarrollar esto si me dejaras hablar solo a mí. -¿Me estás pidiendo que me vaya o que solo me quede para escuchar? -Irte, eso sería lo mejor para que yo pueda decir las cosas sin que me interrumpas o confundas lo que digo con lo que es. No tendría sentido un diálogo en que los dos que dialogan dice lo mismo, y puesto que crees decir lo mismo.... pienso que lograrías mejor eso si no dijeras nada y me dejaras monologar. -¿Te das cuenta que solo tiene sentido que digas las cosas si yo estoy ahí para creerte, para vibrar de credibilidad, para sentir la vida que las palabras hace estremecer en la profundidad humana de lo que teme morir a la vez que lo desea? -Es evidente que entendiste cualquier cosa. ¡Por cortesía, esfúmate! Al esfumarse, al irse, este personaje es quien mejor expresó la cosa misma, a pesar de todas las cosas que el otro dijo sobre las cosas y las palabras y lo real y... bueno, he aquí el fin de la cosa.
  • 16. I De Marcelo Debailleux Cuando esta solo eso No hay nada No hay aire ni furia Ni oído ni agua. El tiempo no es tiempo, Nada tiene gusto ni color No hay forma en las cosas Nada ilumina el espacio Ahora vacío. Estas solo tú Germen de un poema Tú ves y sientes Tú quieres ser, eres. El viento, los grillos El suspirar de mi pecho Te recuerdan perdido Y aquí estas ahora conmigo Contigo. La mancha Noche en tinta Cuenco volcado sobre mi hoja Ingenua proteiforme. El grito del papel La hendidura, la herida La mellada pluma que penetra. La mentira... ojoSojo De Marcelo Debailleux Despojos, despojos ¡Oh! ojos míos ojos Ojos de espejos Despojados espejos Desposeídos de deseos. Encadenados Viejos trapos encadenados desol Son insolazes ,solocos Jubilentos y incansables, Son perdidos Son los faros de mi fadre Son la lagrisima espera De un bestuyo. Lazos incansables De desilenceo celo.
  • 17. Oigo una mosca zumbar De Marcela Gómez Moscas, hedor animalizado semejante a una ficción, capaz de alcanzar sus máximos poderes. Rodean la casa, creo que al final de todo nos han atrapado. En nuestro intento por privarlas de cualquier acceso posible, nos han tendido la trampa. Ahora son nuestros cuerpos los que carecen de libertad. Su astucia, experta en hallar el orificio indicado, es nuestra perdición. Semanas atrás entraban de a poco y podíamos aplastarlas. Pero el veneno estaba en falta en toda la ciudad, los que viven entre murallas lo habían adquirido en grandes cantidades, de modo que no quedaron más en circulación. A los pocos días eran tantas que no había forma de matarlas. Entonces salimos, necesitábamos respirar. Por suerte ninguna de sus compañeras se percató de nuestra presencia en la calle, fue todo muy rápido. Salieron detrás nuestro y como nos habíamos escondido tardaron en rastrearnos. La casa quedó vacía, así que vimos la oportunidad de entrar rápidamente, y así lo hicimos. Pero tal hazaña terminó mojando el piso con lastimeras lágrimas, aunque no fueron las mías. Mamá no podía correr (no sé si alguna vez pudo hacerlo), y Fermín, un primo de Larroque que vivía con nosotros hacía ya algunos años, entendió que no podía esperar a que entre para cerrar la puerta, habría sido como esperar a un gorila hambriento con el cuerpo ya desnudo para facilitarle la tarea. Mis dos hermanas, María y Jazmín, lo golpeaban para que abriera la puerta hasta no tener más fuerzas, por cansancio, tal vez de los mismos golpes o del incesante llanto. Nunca lo perdonaron, así como nunca volvimos a ver a mamá Cora (le decíamos así porque si hubo un día en que al levantarse no haya visto su película favorita, fue por circunstancias mayores como tener que ir al banco o a comprar pan fresco). Por suerte las ventanas estaban ya completamente clausuradas y no nos permitieron observar su trágico desenlace. Enseguida Fermín selló la puerta con la resistente cinta que le habían vendido en la tienda del loco del once (decía haber acudido a un festín sobre algo parecido a ruidos ensordecedores e hipnotizantes y prostitutas bailando que lo habían dejado medio loco cuando vivía en once); yo no confié nunca en ese mamarracho de cuello ancho y ojos sospechosos, siempre quejábase de no tener un mango pero el tipo era un despilfarro, hediondo a cloaca y de camisa manchada (lo hacía a propósito para que las viejas ingenuas se compadecieran de su aspecto mugroso). Pero se llevaba bien con Fermín, a quien también le gustaban tanto los billetes mas nunca había hecho algo para conseguirlos, y yo no le hablaba mucho del tema porque teníamos que convivir juntos y prefería no escuchar sus reproches a cerca de la propiedad. Es cierto que gracias a su padre, mi dichoso tío Felipe, habíamos tenido una casa en donde vivir, y en realidad no era incumbencia del hocico húmedo de mi primo pero él se regocijaba con su discurso diciendo que le pertenecía más que a nuestra familia y que nos podía echar si quería. Así que un día Fermín llegó gritando sonriente "¡eh, Marito, mirá lo que conseguí, nuestra salvación, no deja entrar ni una ráfaga de aire!". Entonces terminé de cubrir los espacios de alguna que otra ventana que se nos había olvidado, de la puerta del fondo y de la rejilla del resumidero, tan apresurado que los monstruos no tuvieron tiempo de encontrar las rendijas que faltaban aislar. Fue así también como quedó sellado nuestro destino al infierno. Era nuestro hogar uno de los pocos que quedaba en el barrio, y los vecinos que todavía no habían muerto pero estaban agonizantes, arrastraban sus cuerpos y nos golpeaban la puerta de una forma que parecía que la estructura toda iba a derrumbarse. No sé de dónde sacaban tanta energía para los golpes. Tampoco sé por qué las moscas no terminaban de matarlos, debiendo perecer quizá de dolor, quizá de hambre, porque una vez que los maléficos bichos se habían apoderado del sujeto, algunos quedaban en su interior y se alimentaban, además de sus vísceras, de cualquier cosa que entrara en su organismo. A María y Jazmín las tuvimos que atar en la cama durante dos días, porque insistían en salir a buscar a mamá y corríamos el peligro de que inauguraran la
  • 18. puerta de calle para las moscas. Ese tiempo me odiaron también a mí, y yo era consciente de que habíamos sido un poco egoístas en dejar a mamá afuera, pero también era cierto que estaba por sucumbir en cualquier momento, el cáncer de piel se había apropiado, hace mucho tiempo, de hasta uno de sus ojos, y la pobre vieja ya estaba tuerta y medio ciega del que le quedaba. Y tener a un muerto pudriéndose en la casa hubiese sido algo abominable, la pestilencia de un cuerpo en putrefacción atraía a los monstruos más que alguna otra cosa, parecían entrar en un estado de éxtasis dionisíaco que les turbaba la mente y sólo tenían la idea de hacer lo que fuere para conseguir la materia infecta. Ambas me escuchaban decírselo y lo comprendían, pero sentían ser las asesinas de su propia madre. María estaba terminando la escuela, era muy linda pero le gustaba leer historias de amor de vampiros y creía que si moría naturalmente por causa de la vejez iba a lograr la inmortalidad de esas criaturas y a encontrar una especie de príncipe azul; por eso no me llevaba muy bien con ella, creo que ya estaba medio obsesionada con ese tema y que buscaba entre sus amigos alguno que tuviese filosos colmillos. Jazmín, en cambio, era de mi agrado. Tenía 14 o 15 años pero desde los 11 que comenzó a creer en mi teoría de la revolución de la fe, todo lo eclesiástico se derrumbaría de una vez, y la propaganda comenzaría en un parque de diversiones ambulante y seguiría en los shoppings de las grandes ciudades, y continuamente buscaba argumentos y me ayudaba a construirla. Nada de eso fue necesario. Había esperanzas, pero éstas radicaban en la utopía de algún insecticida mortal que rociara al mundo entero; no hubo muchos suicidios, pero la gente ahora salía a las calles y aullaba ante su Dios que era una blasfemia, que a nadie brindaba su salvación y que preferían que Satanás los visitase antes de volver a creer en él, el mayor pecado. También los señores de la iglesia participaban en esta desdivinización: apuntando hacia el cielo y llenos de ira y de decepción irrevocable, rompían los rosarios que siempre los habían acompañado y recitaban contra el agravio y la deshonra del Hombre de los cielos unos versos que en la Santa Biblia se injurian de "los ángeles que no guardaron su propia dignidad": Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas. Hasta que los sollozos les cerraban la garganta. Aunque admito que hubiese sido mejor y más cruel oír las palabras y promesas de castigos de un Zeus encolerizado. De todas maneras me alegraba enterarme de tales escenas de traición. Mejor aún, de tan acogida desmitificación. Fermín estaba cada día más insoportable. En los tiempos en que no cuidaba que alguna alimaña lograse entrar me dedicaba a leer las obras completas de Rimbaud y Mallarmé. Al embustero le gustaba hablar y mis hermanas no le dirigían la palabra ni yo fui nunca tan charlatán, pero llegado un momento me rebalsó los tímpanos con sus historias de adquisiciones, de sus amantes y que se yo que otras tonterías más, hasta que logré idear un sistema para que su voz no penetrara en mí. Sin embargo me hubiese gustado despejar las salidas para que las moscas se deshicieran de él lo más velozmente posible.Cuando era yo pequeño veía a las moscas más grandes de lo que en realidad fueron siempre; a pesar de tanto alimento humano, nunca aumentaron de tamaño. Pero sí descubrieron algo alguna vez que las fortaleció. Inmunes casi a cualquier cosa, lo más fiable para aniquilarlas era aplastarlas, pero si nunca fue fácil para el hombre tal labor, menos en esos tiempos donde aparecían rodeadas de cientos de sus compañeras. Nada las aplastaba, nada las capturaba, nada las ahogaba, nada, nada, ¡nada!. Peor que la peste desatada por Apolo sobre el
  • 19. campamento aqueo, las moscas se duplicaban y triplicaban incesantemente, la verdadera plaga que acabaría con el hombre. Sus ojos compuestos y de un color repugnante todo lo veían; sus antenas eran capaces de percibir el más mínimo movimiento de un cuerpo, como un radar de defensa; en las piezas bucales contenían el secreto para inmovilizar casi por completo al individuo el tiempo que necesitara para su tortura; las alas quemaban la piel al mínimo roce; el tórax sólo les servía para su equilibrio y en sus patas se encontraba el martirio: los filamentos se clavaban en la piel y el veneno que contenían se liberaba quemando primero las células de la sangre y seguidamente las capas musculares. No comprendo por qué no habían actuado antes. Pero creo que los cuatro tratábamos de ignorar que mientras más pasaban los días, más crecía el tormento de lo que significaba la gran espera. Era la hora de la siesta, casi ni dormíamos por las noches, cuando comenzamos a sentir el ruido de la muerte. Toda la cinta que habíamos utilizado empezaba a deshacerse y las moscas a entrar en la casa. Se la estaban comiendo con el placer con que un niño come un dulce caramelo, su favorito. Fermín luchaba con el matamoscas en mano, María lloraba y corría por todas las habitaciones, Jazmín me abrazó y me pidió que la escondiera, y la llevé al armario de mamá, el que mejor se cerraba. Acto seguido -y último- agarré un lápiz que se encontraba a mi pies y un trozo de papel. Si hubiésemos salido a la calle hubiera sido en vano, y tal vez más desagradable. Rondaban miles y miles por toda la casa. Yo permanecí sentado y escribí lo más rápido posible. De a poco, algunas fueron depositándose sobre mí... El dolor es bastante, debo admitirlo, pero logro aguantarlo. Puedo sentir al veneno entrar por los poros y seguir con mis pensamientos su recorrido, casi inacabable; deforma la superficie de la piel, las extremidades y la garganta arden tanto como los cielos en los bellos días de sol que alguna vez había pasado en el campo y que por las noches los rayos asediaban. La mente me sangra. Las entrañas se despedazan en mi interior con lentitud. Moscas, se han robado mi aliento. Una catástrofe desatada por la batalla de sentidos, pero no lograré saber si percibo más el calor abrazador o el frío abismal. Lo último en dañárseme es el corazón, pero de la forma más cruel y lenta que algo puede perecer. Y el susurro de un alarido desconocido brama que no afirme los pensamientos en tal aflicción, pero ya me es incontrolable, cual la fuerza activa del destino gobernante sobre el hombre, que ha existido alguna vez. Y tal vez mi padre lo había dicho ya: el más diminuto y astuto insecto podrá contra la enormidad de la criatura más cretina. No me acordaba de ellos hasta que sentí gritar a María y me dio un poco de pena, no sé que habrá pasado con Fermín ni con Jazmín. Mientras, me veo envuelto por la tóxica muerte como por pequeñas cosas negras que se mueven sobre mí. Algo me mastica por dentro y creo morir.
  • 20. Ritalina. de María Sofía Borsini. 1 En un estado de depresión tal, las palabras son basura. Basura. Yo soy basura. Y todo lo que me rodea. Me rodea basura, poética y literalmente. Las ratas. Las ratas caminan por doquier. Las ratas no me dejan dormir. Su sonido. Su [insistente sonido. Insomnio, ahora insomnio. Junio 12 2 Era martes. Odio los martes. No sabía que lo era hasta que me lo dijeron en la clínica. Martes. Martes. Tosco como [un día martes. No está al principio ni al final de nada. Es un no día. Es nada, pero es horrible. Odio el martes. Odio ese martes. Irrumpen en mi paz. En mi silencio. Mi silencio que era tan perfecto. La entrevista del martes no tuvo posibilidad. No iba a dársela. No me importa tu café. Tu bolígrafo insistente. Veo como me observa el rabillo de tu ojo [detrás del tercio superior izquierdo de tus gruesos lentes negros. Tus lentes insistentes. Preguntas. Tantas, y ninguna tuvo un sentido. ¿Respondí? ¿Sí? ¿No? No recuerdo. No [es importante. Tu carraspera me disturba. Alzas tus lentes sobre la nariz dos veces antes de preguntarme de vuelta. Todo pasó tan len-to. Elena, debió ser Elena. Una receta por psicofármacos. Y mi suciedad que ya no era tal. Ya no era mía. Habían penetrado en mi suciedad. No quiero vivir más. No quería vivir antes. Y ahora no tengo ni mi suciedad. 3 Me habla. Me habla y no escucho nada. Ella habla mientras la pólvora se fuma su [cigarrillo. Lo alza, sacude la colilla y sigue hablando. No lo fuma, o sí. Se termina. Prende otro y sigue hablando. Ella vino a quitarme lo que quedaba de mi suciedad. 4 ¿Cuándo termina? ¿Cuándo se va? 5 Una terapeuta mujer porque me va a hacer bien. Con ella vas a hablar, dijo. En algún momento. Nunca hablé. En mi vida nunca hablé. No con mujeres. No con hombres. No hablé. No [me agradó nunca hablar. No hablé con quien conocía. No voy a hablar con vos. Ni con esta amorosa-amorosa terapeuta mujer. No. Más polución. Pero esta no es mía. Ácaros. Me ponen muy nervioso los ácaros.
  • 21. 6 Una dosis cada 12 horas y listo. ¡Lis-to! A veces necesito estar triste. Enmucede. A quien pa-de-ce. No vas a notar la diferencia. Sentir. El placer de estar triste. La cabeza. La migraña. La intoxicación. ¿Quéfueloquehiceanoche? Anoche. ¿Qué? El dolor. Profundo. Persiste. Perdura. Incrementa. Escarba. Penetra. El dolor. Adentro es parte. Me complementa y me desintegra. El dolor no cesa. 7 Y ella que Noparadehablardecosas. 8 Siempre Siempre tuviste problemas de sueño. Desde chiquito. Desde que yo estaba embarazada. Siempre. A vos nunca te gustó dormir. Ritual De Tomás Sufotinsky Entro en el angosto corredor que es la cocina, demasiado familiar para reparar en los objetos que la componen. Tomo la pava y abro la canilla de agua caliente. La lleno hasta que al mirar en su interior el nivel del agua llegue hasta la mitad del orificio del pico. La deposito sobre la hornalla delantera derecha que enciendo con el encendedor. Busco el mate con la mirada, está al lado del secaplatos. Lo llevo junto al tacho de basura y lo vacío del contenido viejo que empieza a negrear. Lo lavo de restos, lo mismo que a la bombilla que estaba clavada en la yerba. Dejo correr el agua fría un poco y ayudo con una mano a que los restos de yerba se vayan por el desagüe. Voy hasta el ropero que oficia de despensa junto a la heladera y de él obtengo el yerbero. Vierto yerba hasta la mitad del mate. Tomo el mate con una mano y con la otra le tapo la boca. Sosteniéndolo así, lo inclino hacia un costado de modo que la yerba quede en forma de pendiente. Agrego un poquito más de yerba sobre la parte más profunda para rellenar un poco y vuelvo a realizar la operación para formar la colina verde. Tomo la pava cuya agua estará, presumo, a mitad de camino de obtener la temperatura deseada y vierto un chorrito sobre la parte profunda del mate para ir preparando la yerba para la introducción de la bombilla.Vuelvo a poner la pava sobre el fuego y me quedo esperando. En silencio miro hacia la ventana octogonal del lavadero contiguo a la cocina por donde penetra toda la luz que la ilumina. El sol todavía alto de las tres y media de la tarde da de lleno sobre los edificios. Es agosto, no hace ni frio ni calor. Unas palomas, o las mismas palomas de siempre, reposan en el antepecho de una ventana del
  • 22. edificio de enfrente, presumiblemente, la ventana de la escalera o de un palier. Sólo miro alrededor de dos minutos. Lo único que rompe el silencio y la quietud, lo único que da la impresión del paso del tiempo es la vaga percepción de mi propia respiración y el ruido del motor de la heladera que se pone en marcha. Veo que del pico de la pava empieza a subir un hilito de vapor. La retiro y vierto otro chorrito de agua durante uno o dos segundos sobre el mismo punto antes mojado de la yerba y vuelvo a depositarla sobre el fuego. Durante diez o quince segundos más voy viendo cómo se va ensanchando la columna de vapor y cómo va surgiendo del silencio el ruido que precede a la temperatura de hervor. Apago la hornalla en el momento justo. Busco con la mirada el termo, está junto al secaplatos, junto al espacio que el mate dejó tras de sí. Un poco trabajosamente le saco el tapón de goma y tiro el agua vieja y fría por la pileta. Voy hacia la pava, la tomo y vierto su contenido en el termo. Observo durante los quince segundos que dura la acción el vapor que se desprende y se remonta del chorro de agua que se curva desde la punta del pico de la pava hasta el anillo de espejo empañado que es la boca del termo. Miro el interior y compruebo que el agua llegó hasta donde se angosta el cuello del termo. Lo tapo haciendo presión en el tapón de goma. A pesar de que no quedó espacio para que entre aire, tiro el primer chorrito de agua sobre la pileta para evitar un accidente. Ruido hueco de agua sobre chapa. Le echo, ahora desde el termo, un tercer chorrito de agua al mismo punto del fondo de la yerba al que le había echado antes y en el que se fue formando un pocito. Espero que el agua se absorba. Vuelvo a repetir la acción dos veces más. Los chorritos deben ser siempre cortos. La yerba empieza a inflase y el pocito se anega dando lugar a un charquito espumoso y humeante en el fondo de la colina verde en donde ha de penetrar, casi sin esfuerzo, la bombilla. Tomo la bombilla y la hago penetrar en la yerba mojada. Lo hace sin esfuerzo. Tomo los elementos: en una mano el termo y un repasador que estaba colgando en la manija de la puerta de la heladera, y, en la otra, mate con bombilla. Salgo de la cocina, entro en el comedor. Me siento en la mesa despejada de frente al balcón. La puerta ventana está abierta pero no penetra ningún tipo de brisa en la casa. Veo continuar hacia la izquierda la misma escena que veía desde la ventana del lavadero. No existen, en verdad, instrumentos para medir. Imagino la visión de las terrazas de las casas de enfrente, obstruida por el balcón y veo el largo, a mitad de manzana, del edificio recientemente construido, inhabitado. La yerba absorbió el agua. Vierto un nuevo chorro de agua y llevo el mate hacia la boca. El agua espesa, amarga, entra en mi boca. La lengua resiste la temperatura del agua. El trago se aclimata en mi boca, comienzo a sentir la superficie de la lengua más áspera. Trago y el trago calienta la garganta. Lo siento bajar hasta el estómago. Vuelvo a cebar. Espero a que la boca, la garganta, el estómago se aplaquen de sensaciones y espero unos segundos más. Soy consciente de que tengo la mirada, como se dice, perdida, ausente, viendo o mirando hacia el paisaje que se proyecta en el rectángulo de la puerta-ventana del balcón. Vuelvo a sorber. Las sensaciones son menos fuertes esta vez, indescifrables. Tomo el mate y el gusto ya es más nítido, más claro, más familiar. Pienso que ayer conversaba con un viejo amigo, viejo, más que por la cantidad de años de la amistad, por la densidad de su tiempo. Repasábamos lo que fue de cada uno, porque antes éramos más, cuando me dijo "Vos hiciste un ritual."… Su comentario pasó sospechosamente, ahora que lo pienso, desapercibido. Es verdad, lo hice. Y lo sostengo acá entre mis manos. Y en su constitución, en el acto, se signa, se articula, para mí, otra vez, después de roto, el mundo. Y siento que secretamente me lleno de energía.
  • 23. Soplar de una vela. De Agustín Larrañaga. Nunca sabrás lo que es renacer, si nunca contemplas un amanecer. Tal vez sientas lo que es morir, y un leve escalofrío mute de tu cuerpo, cuando veas al ocaso partir, y parir la noche, la sabía noche, que tanto amo, como un caliente baño después de un día agitado, como esos en donde el cuerpo responde a los fáciles y agobiantes estímulos cotidianos. Obedecer a cambio de un miserable pago, el que llena los estómagos pero no los corazones, como los llena un sincero te quiero o un sincero te amo, o un cálido y reconfortante abrazo, un beso robado o uno deseado. Y cuando nuestra vela se apague irrelevantemente, como el candor del primer beso o la primera promesa incumplida, yo ya no te amaré, pero si mi ser. Él te amara, como un grato recuerdo, el que adornaré parte de mi alma...Y en ella brillaré, o tal vez con el tiempo se atenué y deje de brillar. Pero aún que las tinieblas polaricen nuestra luz, y hoscas nubes se expandan en nuestro cielo, siempre quedara el momento, volverá y quemará como hiel, cabalgando vigorosamente, volviendo del ayer... Grabado, tatuado en nuestra piel... Esos hermosos momentos... Los que con el tiempo irán cicatrizando y quedarán... Tal vez... En el olvido... En los minutos, horas, y días que pase contigo. En el viento, el que acarició nuestros cabellos en esas noches donde el crepúsculo fue testigo de nuestro trágico amorío. En los soles de nuestros amaneceres, en las estrellas infinitas, en cada lugar donde cumplimos lo pedido, donde cedimos y fuimos sumisos, siempre llevare parte de vos, en mi aire, en mi voz... Y en mis ojos, los que te vieron crispar por primera y ultima vez. Siempre tuve una bocota increíble. De María Sofía Borsini Siempre tuve una bocota increíble. Yo lo sabía. Siempre lo supe. Esa necesidad imperiosa de decir lo que pensaba. Todo lo que pensaba al primer pelotudo que tuviera al lado. Yo siempre supe, o siempre debí saber que esa habilidad no iba a conducirme a ningún lado. Por mi bocota, suprema, libre y orgullosa había perdido mi trabajo anterior. Y por mi bocota estaba a punto de perder mucho más que el próximo a conseguir. ¡Mira que caer tan bajo como para venir a pedirle empleo a este hijo de puta! A este cuervo sin alma que me gozó siempre. A este pija corta que se cojía a mi mujer cuando yo tuve aquello con Elena. ¿Quién me manda a arrodillarme así frente al enemigo? Mi mujer, claro, mi mujer me manda. Y yo soy un sometido más con una boca que puede causar motines pero que no puede oponerse al capricho de esa gorda acéfala que es la madre de mis hijos. Y yo acá, suplicándole por trabajo a este energúmeno. Que espere un momento en el patio. Encima me dice que lo espere y
  • 24. encima manda a otro a justificarme su demora. Criados sin alma que se someten a la miseria de este millonario. Y tener que arrodillarme ante él me provoca nauseas. Me suda el cuello. Me baja la presión. Estoy en desventaja. Este infeliz podría decirme que no y reírseme en la cara. Este infeliz podría pisotear mi dignidad como pisotea de la todos esto norteños idiotas. No será así. Mi nombre no es un nombre que quepa bajo las botas de nadie. -¿El baño? - Apenas entra a la casa, doblando a su izquierda. Volver a entrar a esa casa. A esa mansión inmensa. A esa oda al consumismo estupro. Volver atrás cuando creía haber salido de esto. El baño era enorme. Incluso desproporcional para semejante casa. Desproporcional para cualquier construcción de la existencia. Rebalsado de espejos y pulcros mosaicos, refregados por las manos de mil bolivianos. -Ninguno de tus lujos te los ganaste en buena ley. ¿Qué se podía pensar de un hombre que le dedica tanto lugar al espacio donde deposita la mierda? Incluso su baño tenía quizás más lujos que la completad de mi casa. -Señor, quería saber si se encuentra bien. Lleva ahí un rato. -Sí, me encuentro bien. Ya salgo. Una casa rodeada de criados para atender la soledad de su persona. Venir a tener tanto y no querer compartirlo con nadie solo habla peor del ser patético al que vengo a pedirle empleo. Y hacerme esperar acá, entre la tierra blanda de la construcción de una pileta, también irrisoriamente desproporcional para su soledad. ¿Pero para que puede querer tanto si este tipo esta tan solo? Estos pibes sin alma y sin sueño laburando de sol a sol para satisfacer los lujos de este parásito. Las injusticias de la vida. Estos pibes a los que no confiaría ni una tijera, manipulando palas brillosas manchadas con la tierra húmeda de un verano con mangueras mal aprovechado. Esta tierra húmeda, esas palas brillosas, estos pibes sin alma y nadie para preguntar por el paradero del cuerpo. -Che, ¿Y es fácil cavar acá? Yo y mi bocota. Y la rapidez mental de estas lacras sin alma.
  • 25. Te besaría De Agustín Larrañaga. Te besaría en cada turno, diurno, vespertino y nocturno. Cada hora, cada minuto, cada segundo. En cada suspiro, en cada instante, en cada trance. Con el mar, con la nieve y la lluvia. Con el alba de testigo y el crepúsculo de espía. Sintiendo el vértigo, parando el tiempo. Aunque seas insensata y no sientas lo que siento. Pecaría más de una vez por esos labios. Haría trampa y burlaría el azar si fuera necesario. Por más que no sea digno de tan lujosa apreciación. Daría mi propia vida con tal de sentir la sensación. De probar esos labios, de recorrerlos de explorarlos. Pecaría en el propio paraíso, me burlaría de cada deidad, vendería mi alma al de abajo, egocentricamente trataría al de arriba. Aunque llegue al límite de la desolación, del camino y del sendero, No dejaria que nadie me arrebatara tan hermosa creación. Si pudiera negociar con el viento para que sea mi mensajero, te enviaría cada beso reprimido, te haría sentir en cada brisa, cada hora, cada minuto, cada segundo, cada suspiro, cada instante. Lo que he guardado diez décadas, cien siglos y mil milenios. Zonceras De Federico Areste Un martes 13 a las 21.30, una reunión de consorcio, unas campanas de un templo órfico devenido en boliche celestial, la tristeza de una moza que juega a las escondidas atrás de un delantal, un perro atado que quiere correr, un semáforo en rojo que se ríe de la emoción al ser traspasado por una vida que está [llegando, las hojas del otoño que se desgastan cada vez que se apoya un lápiz en un papel, una paloma encandilada, un borracho perdido, un útero sometido que quiere romper con la crucifixión y quiere volar, un cronómetro del mundial del 86`sin pilas, el silbato de un réferi trabajado por los años, este café sin azúcar, unos barriletes de Boca tapados con tierra de los 90`. tu cuadro que se abraza fuerte a la remera de San Lorenzo y no la suelta nunca. Me pienso, pienso en el progreso que se vuelve reaccionario, pienso en todas las luchas que confluyen en mi cuerpo, pienso en toda esa sangre derramada que se chorrea con mi tinta egoísta y cómoda. ¿Que sería de los hombres sin las letras y las guerras? ¿Qué hubiese sido de mí sin los guisos de mondongo que me regalo mi abuelo? ¿Qué sería de mí sin mis contradicciones inmortales? Te lo juro que no existe el olvido.
  • 26. Tiresias De Victoria Lucero Benditos tus ojos que De la ceguera van llenos Pues nombran en vano Realidades que a los míos son ajenas Profeso en el aire El espontáneo humor Y el espontáneo sabor De esos minutos de Vida que ya se fueron Aunque lamentablemente Aún no han pasado Lo intenso ha desaparecido De vez en cuando Vuelve como un monstruo enorme Y feo A tirarme de los pies bajo las sábanas Las sábanas revueltas Revuelven también El tiempo muerto de la rutina diaria ¿Podremos vernos esta noche? Levantarse es ajeno Dormir también lo es Todo es ajeno al final Nos han robado todo Y Sin embargo la curiosa Luna Me habla al oído Se ríe de mí Deseo volver a la cama Y arrancar el techo Para poder mirar el cielo Que hoy me aplasta No sé si habrá cambiado para mañana No sé si habrá amor mañana Estas manos ya no son mías Nada es mío y nada es tuyo Ni el orden ni la jerarquía ¡Eso sí que es burlarse de la gente! El contratiempo siguió nuestros actos Y la melodía conversaciones cotidianas ¿Quién podría quejarse? De La poesía de la que no sabemos nada…
  • 27. Ilustración de tapa: Giselle Imboden Ilustración de contratapa: Walter Belotti Contacto: lacosamisma@outlook.com Grupo de facebook: Revista La Cosa Misma