Este documento narra la historia de Ana y su hijo Samuel. Ana oraba fervientemente por un hijo a pesar de las burlas de su rival Peninna. Dios le concedió el hijo que pidió, Samuel, a quien dedicó a servir en el tabernáculo desde niño. Samuel creció siendo obediente y piadoso bajo la guía del sacerdote Elí, y llegó a ser un gran profeta de Israel.
1. CAPÍTULO 55. El Niño Samuel
ELCANA, un levita del monte de Efraín, era hombre rico y de mucha influencia, que
amaba y temía al Señor. Su esposa, Ana, era una mujer de piedad fervorosa. De
carácter amable y modesto, se distinguía por una seriedad profunda y una fe muy
grande.
A esta piadosa pareja le había sido negada la bendición tan vehementemente deseada
por todo hebreo. Su hogar no conocía la alegría de las voces infantiles; y el deseo de
perpetuar su nombre había llevado al marido a contraer un segundo matrimonio, como
hicieron muchos otros. Pero este paso, inspirado por la falta de fe en Dios, no significó
felicidad. Se agregaron hijos e hijas a la casa; pero se había mancillado el gozo y la
belleza de la institución sagrada de Dios, y se había quebrantado la paz de la familia.
Peninna, la nueva esposa, era celosa e intolerante, y se conducía con mucho orgullo e
insolencia. Para Ana, toda esperanza parecía estar destruida, y la vida le parecía una
carga pesada; no obstante, soportaba la prueba con mansedumbre y sin queja alguna.
Elcana observaba fielmente las ordenanzas de Dios. Seguía subsistiendo el culto en
Silo, pero debido a algunas irregularidades del ministerio sacerdotal no se necesitaban
sus servicios en el santuario, al cual, siendo levita, debía atender. Sin embargo, en
ocasión de las reuniones prescritas, subía con su familia a adorar y a presentar su
sacrificio.
Aun en medio de las sagradas festividades relacionadas con el servicio de Dios, se hacia
sentir el espíritu maligno que afligía su hogar. Después de presentar las ofrendas,
participaba toda la familia en un festín solemne aunque placentero. En esas ocasiones,
Elcana daba a la madre de sus hijos una 615 porción para ella y otra para cada uno de
sus hijos; y en señal de consideración especial para Ana, le daba a ella una porción
doble, con lo cual daba a entender que su afecto por ella era el mismo que si le hubiera
dado un hijo. Entonces la segunda esposa, encendida de celos, reclamaba para sí la
preferencia como persona altamente favorecida por Dios, y echaba en cara a Ana su
condición de esterilidad como evidencia de que desagradaba al Señor. Esto se repitió
año tras año hasta que Ana ya no lo pudo soportar. Siéndole imposible ocultar su dolor,
rompió a llorar desenfrenadamente y se retiró de la fiesta. En vano trató su marido de
consolarla diciéndole: "Anna, ¿por qué lloras? y ¿por qué no comes? y ¿por qué está
afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?" (Véase 1 Samuel 1; 2: 1-11.)
Ana no emitió reproche alguno. Confió a Dios la carga que ella no podía compartir con
ningún amigo terrenal. Fervorosamente pidió que él le quitase su oprobio, y que le
otorgase el precioso regalo de un hijo para criarlo y educarlo para él. Hizo un solemne
voto, a saber, que si le concedía lo que pedía, dedicaría su hijo a Dios desde su
nacimiento. Ana se había acercado a la entrada del tabernáculo, y en la angustia de su
espíritu, "oró a Jehová, y lloró abundantemente." Pero hablaba con el Señor en silencio,
sin emitir sonido alguno. Rara vez se presenciaban semejantes escenas de adoración en
aquellos tiempos de maldad. En las mismas fiestas religiosas eran comunes los festines
irreverentes y hasta las borracheras; y Elí, el sumo sacerdote, observando a Ana, supuso
que estaba ebria. Con la idea de dirigirle un merecido reproche, le dijo severamente:
"¿Hasta cuándo estarás borracha? digiere tu vino."
Llena de dolor y sorprendida, Ana le contestó suavemente: "No, señor mío: mas yo soy
una mujer trabajaba de espíritu: no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi
alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía: porque por la
magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora." 616
El sumo sacerdote se conmovió profundamente, porque era hombre de Dios; y en lugar
de continuar reprendiéndola pronunció una bendición sobre ella: "Ve en paz, y el Dios
de Israel te otorgue la petición que le has hecho."
2. Le fue otorgado a Ana lo que había pedido; recibió el regalo por el cual había suplicado
con tanto fervor. Cuando miró al niño, lo llamó Samuel, "demandado de Dios." Tan
pronto como el niño tuvo suficiente edad para ser separado de su madre, cumplió ella su
voto. Amaba a su pequeñuelo con toda la devoción de que es capaz un corazón de
madre; día tras día, mientras observaba su crecimiento, y escuchaba su parloteo infantil,
sus afectos lo enlazaban cada vez más íntimamente. Era su único hijo, el don especial
del Cielo, pero lo había recibido como un tesoro consagrado a Dios, y no quería privar
al Dador de lo que le pertenecía.
Una vez más Ana hizo el viaje a Silo con su esposo, y presentó al sacerdote, en nombre
de Dios, su precioso don, diciendo: "Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí.
Yo pues le vuelvo también a Jehová: todos los días que viviere, será de Jehová."
Elí se sintió profundamente impresionado por la fe y devoción de esta mujer de Israel.
Siendo él mismo un padre excesivamente indulgente, se quedó asombrado y humillado
cuando vio el gran sacrificio de la madre al separarse de su único hijo para dedicarlo al
servicio de Dios. Se sintió reprendido a causa de su propio amor egoísta, y con
humildad y reverencia se postró ante el Señor y adoró.
El corazón de la madre rebosaba de gozo y alabanza, y anhelaba expresar toda su
gratitud hacia Dios. El Espíritu divino la inspiró "y Anna oró, y dijo:
"Mi corazón se regocija en Jehová,
Mi cuerno es ensalzado en Jehová;
Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos,
Por cuanto me alegré en tu salud.
No hay santo como Jehová; 617
Porque no hay ninguno fuera de ti;
Y no hay refugio como el Dios nuestro.
No multipliquéis hablando grandezas, altanerías;
Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca;
Porque el Dios de todo saber es Jehová.
Y a él toca el pesar las acciones. . . .
Jehová mata, y él da vida:
El hace descender al sepulcro, y hace subir.
Jehová empobrece, y él enriquece:
Abate, y ensalza.
El levanta del polvo al pobre,
3. Y al menesteroso ensalza del estiércol,
Para asentarlo con los príncipes;
Y hace que tengan por heredad asiento de honra:
Porque de Jehová son las columnas de la tierra,
Y él asentó sobre ellas el mundo.
El guarda los pies de los santos,
Mas los impíos perecen en tinieblas;
Porque nadie será fuerte por su fuerza.
Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios,
Y sobre ellos tronará desde los cielos:
Jehová juzgará los términos de la tierra,
Y dará fortaleza a su Rey,
Y ensalzará el cuerno de su Mesías."
Las palabras de Ana eran proféticas, tanto en lo que tocaba a David, que había de reinar
como soberano de Israel, como con relación al Mesías, el ungido del Señor.
Refiriéndose primero a la jactancia de una mujer insolente y contenciosa, el canto
apunta a la destrucción de los enemigos de Dios y al triunfo final de su pueblo redimido.
De Silo, Ana regresó quedamente a su hogar en Ramatha, dejando al niño Samuel para
que, bajo la instrucción del sumo sacerdote, se le educase en el servicio de la casa de
Dios. Desde que el niño diera sus primeras muestras de inteligencia, la madre le había
enseñado a amar y reverenciar a Dios, y a considerarse a sí mismo como del Señor. Por
medio de todos los objetos familiares que le rodeaban, ella había tratado de dirigir sus
pensamientos hacia el Creador. Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud de la
madre fiel por el niño. Era 618 el tema de las oraciones diarias de ella. Todos los años
le hacía con sus propias manos un manto para su servicio; y cuando subía a Silo a
adorar con su marido, entregaba al niño ese recordatorio de su amor. Mientras la madre
tejía cada una de las fibras de la pequeña prenda rogaba a Dios que su hijo fuese puro,
noble, y leal. No pedía para él grandeza terrenal, sino que solicitaba fervorosamente
que pudiese alcanzar la grandeza que el cielo aprecia, que honrara a Dios y beneficiara a
sus conciudadanos.
¡Cuán grande fue la recompensa de Ana! ¡Y cuánto alienta a ser fiel el ejemplo de ella!
A toda madre se le confían oportunidades de valor inestimable e intereses infinitamente
valiosos. El humilde conjunto de deberes que las mujeres han llegado a considerar
como una tarea tediosa debiera ser mirado como una obra noble y grandiosa. La madre
tiene el privilegio de beneficiar al mundo por su influencia, y al hacerlo impartirá gozo a
su propio corazón. A través de luces y sombras, puede trazar sendas rectas para los pies
de sus hijos, que los llevarán a las gloriosas alturas celestiales. Pero sólo cuando ella
procura seguir en su propia vida el camino de las enseñanzas de Cristo, puede la madre
4. tener la esperanza de formar el carácter de sus niños de acuerdo con el modelo divino.
El mundo rebosa de influencias corruptoras. Las modas y las costumbres ejercen sobre
los jóvenes una influencia poderosa. Si la madre no cumple su deber de instruir, guiar y
refrenar a sus hijos, éstos aceptarán naturalmente lo malo y se apartarán de lo bueno.
Acudan todas las madres a menudo a su Salvador con la oración: "¿Qué orden se tendrá
con el niño, y qué ha de hacer?" Cumpla ella las instrucciones que Dios dio en su
Palabra, y se le dará sabiduría a medida que la necesite.
"Y el joven Samuel iba creciendo, y adelantando delante de Dios y delante de los
hombres." Aunque Samuel pasaba su juventud en el tabernáculo dedicado al culto de
Dios, no estaba libre de influencias perversas ni de ejemplo pecaminoso. Los hijos de
Elí no temían a Dios ni honraban a su padre; pero 619 Samuel no buscaba la compañía
de ellos, ni tampoco seguía sus malos caminos. Se esforzaba constantemente por llegar
a ser lo que Dios deseaba que fuese. Este es un privilegio que, tiene todo joven. Dios
siente agrado cuando aun los niñitos se entregan a su servicio.
Samuel había sido puesto bajo el cuidado de Elí, y la amabilidad de su carácter le
granjeó el cálido afecto del anciano sacerdote. Era bondadoso, generoso, obediente y
respetuoso. Elí, apenado por los extravíos de sus hijos, encontraba reposo, consuelo y
bendición en la presencia de su pupilo. Samuel era servicial y afectuoso, y ningún
padre amó jamás a un hijo más tiernamente que Elí a este joven. Era cosa singular que
entre el principal magistrado de la nación y un niño sencillo existiera tan cálido afecto.
A medida que los achaques de la vejez le sobrevenían a Elí, y le abrumaba la ansiedad y
el remordimiento por la conducta disipada de sus propios hijos, buscaba consuelo en
Samuel.
No era costumbre que los levitas comenzaran a desempeñar sus servicios peculiares
antes de cumplir los veinte y cinco años de edad, pero Samuel había sido una excepción
a esta regla. Cada año se le encargaban responsabilidades de más importancia; y
mientras era aún niño, se le puso un efod de lino como señal de consagración a la obra
del santuario.
Aunque era muy joven cuando se le trajo a servir en el tabernáculo, Samuel tenía ya
entonces algunos deberes que cumplir en el servicio de Dios, según su capacidad. Eran,
al principio, muy humildes, y no siempre agradables; pero los desempeñaba lo mejor
que podía, con corazón dispuesto. Introducía su religión en todos los deberes de la vida.
Se consideraba como siervo de Dios, y miraba su obra como obra de Dios. Sus
esfuerzos eran aceptados, porque los inspiraban el amor a Dios y un deseo sincero de
hacer su voluntad. Así se hizo Samuel colaborador del Señor del cielo y de la tierra. Y
Dios le preparó para que realizara una gran obra en favor de Israel. 620
Si se les enseñara a los niños a considerar el humilde ciclo de deberes diarios como la
conducta que el Señor les ha trazado, como una escuela en la cual han de prepararse
para prestar un servicio fiel y eficiente, ¡cuánto más agradable y honorable les parecería
su trabajo! El cumplimiento de todo deber como para el Señor rodea de un encanto
especial aun los menesteres más humildes, y vincula a los que trabajan en la tierra con
los seres santos que hacen la voluntad de Dios en el cielo.
El éxito que se ha de obtener en esta vida, el éxito que nos asegurará la vida futura,
depende de que hagamos fiel y concienzudamente las cosas pequeñas. En las obras
menores de Dios no se ve menos perfección que en las más grandes. La mano que
suspendió los mundos en el espacio es la que hizo con delicada pericia los lirios del
campo. Y así como Dios es perfecto en su esfera, hemos de serlo nosotros en la nuestra.
La estructura simétrica de un carácter fuerte y bello, se edifica por los actos individuales
en cumplimiento del deber. Y la fidelidad debe caracterizar nuestra vida tanto en los
detalles insignificantes como en los mayores. La integridad en las cosas pequeñas, la
5. ejecución de actos pequeños de fidelidad y bondad alegrarán la senda de la vida; y
cuando hayamos acabado nuestra obra en la tierra, se descubrirá que cada uno de los
deberes pequeños ejecutados fielmente ejerció una influencia benéfica imperecedera.
Los jóvenes de nuestro tiempo pueden hacerse tan valiosos a los ojos de Dios como lo
fue Samuel. Si conservan fielmente su integridad cristiana, pueden ejercer una
influencia poderosa en la obra de reforma. Hombres tales se necesitan hoy. Dios tiene
una obra especial para cada uno de ellos. Jamás lograron los hombres resultados más
grandes en favor de Dios y de la humanidad que los que pueden lograr en esta época
nuestra quienes sean fieles al cometido que Dios les ha confiado. 621
6. ejecución de actos pequeños de fidelidad y bondad alegrarán la senda de la vida; y
cuando hayamos acabado nuestra obra en la tierra, se descubrirá que cada uno de los
deberes pequeños ejecutados fielmente ejerció una influencia benéfica imperecedera.
Los jóvenes de nuestro tiempo pueden hacerse tan valiosos a los ojos de Dios como lo
fue Samuel. Si conservan fielmente su integridad cristiana, pueden ejercer una
influencia poderosa en la obra de reforma. Hombres tales se necesitan hoy. Dios tiene
una obra especial para cada uno de ellos. Jamás lograron los hombres resultados más
grandes en favor de Dios y de la humanidad que los que pueden lograr en esta época
nuestra quienes sean fieles al cometido que Dios les ha confiado. 621