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Washington Irving
en su itinerario por Granada
Rutas de El legado andalusí
Gran Itinerario Cultural del Consejo de Europa
n los agrestes pasos de estas montañas, la contemplación de las ciudades
y pueblos amurallados, construidos como nidos de águilas entre riscos y rodea-
dos por almenas moras o ruinosas atalayas asentadas sobre altos picos, nos ha-
ce retroceder con el pensamiento a los tiempos caballerescos de la guerra en-
tre moros y cristianos, y la romántica pugna por la conquista de Granada.
Así escribió Washington Irving sobre esta Ruta en su recorrido por tierras
granadinas. Prototipo puro de viajero romántico que pasó la mayor parte de
su vida recorriendo Europa, acabando, naturalmente, atraído por el
«exotismo» que ofrecía entonces España, donde llegó a ser embajador de los
Estados Unidos de América entre 1842 y 1846. De origen escocés, Washington
Irving en 1829, realizó entre las ciudades de Sevilla y Granada un viaje idéntico
al que usted puede llevar a cabo. Fascinado por la riqueza de la civilización
árabe en España, dieron como frutos la Historia de la Conquista de Granada, y
tres años más tarde, sus célebres Cuentos de la Alhambra, en los que narra
varias leyendas granadinas: sobre Boabdil, un astrólogo árabe y la Torre de las
Infantas, entre otras.
Un camino real que se esta-
blece, por vez primera, como
tal vía comercial, entre los
reinos de Granada y Castilla
después del Tratado de 1244,
para que los nazaríes, en tiem-
pos de paz, pudiesen avituallarse
en tierras cristianas de algunos productos
de subsistencia. Ruta marcada, pues, con un carácter netamente fronterizo.
El camino de Irving cuenta con el prólogo extraordinario de un viaje sugeri-
do en homenaje al rey poeta al-Mutamid, itinerario que, partiendo desde la ciu-
dad de Sevilla atraviesa su provincia, estando jalonado por poblaciones que ha-
bían pertenecido con anterioridad a diferentes coras, iqlim o distritos árabes. A
partir del siglo XII, llegaban a Granada, fuertemente protegidos por un rosario
de fortalezas, productos alimenticios y ganados, gentes e ideas, especias, colo-
rantes, hierbas medicinales, granos, frutas, telas, paños y sobre todo seda, entre
otras manufacturas artesanales.
La riqueza y variedad de lugares de este itinerario granadino, determina
una gran diversidad de aspectos que interesan al viajero, como la gastronomía
(fundamentada en la riqueza agrícola de sus huertas, desarrolladas en época
andalusí), la artesanía (rica y variada, herencia de la potente actividad gremial
desde la Edad Media), las compras, las fiestas (muestran algunas de las más ge-
nuinas facetas de la Andalucía tradicional, que tanto fascinara, por su autenticidad
y pintoresquismo, a los románticos), el disfrute de la naturaleza o el cante fla-
menco. Loja, Montefrío…, poseen monumentos asombrosos que, además, deben
buena parte de sus vestigios a la herencia árabe.
Hasta llegar a Granada definida exquisitamente por Víctor Hugo (1802-1885):
«Sea próxima o lejana / española o sarracena / no hay una ciudad tan sólo
/ que a disputarse se atreva / con Granada, la bonita, / el premio de la belleza, /
ni ninguna que despliegue / con más gracia y más risueña / más orientales des-
tellos / bajo esfera más serena».
También abundan los parajes naturales de primerísimo rango, como los
cercanísimos del Torcal de Antequera: sin duda uno de los más espectacula-
res de Andalucía. La erosión de las aguas, de los vientos y de los días ha la-
brado caprichosas formas en la roca, inverosímiles equilibrios de piedra, tur-
bantes o cabezotas de caliza flotando en la luz irreal del atardecer. La Laguna
Salada de Fuente Piedra, la Laguna de la Ratosa, la Sierra de Loja y el Desfila-
dero de los Infiernos, que tanto impresionó a Irving tras la pintura que una
mesonera le realizara sobre estos Infiernos, en una sobremesa de venta, en-
tre romances de contrabandistas, historias de salteadores y leyendas moris-
cas. No debemos olvidar el techo de la Península Ibérica, localizado en Sierra
Nevada, el Mulhacén que debe su nombre al penúltimo rey nazarí de Granada,
Muley Hacen.
Desde el punto de vista
histórico, las ciudades
amalgamadas por
este cordón vial
presentan soberbios
estigmas de todas las
civilizaciones históri-
cas de Andalucía. Tam-
bién de las prehistóricas
como la llamada Peña de los
Gitanos, cerca de Montefrío,
donde existen dólmenes y tumbas mega-
líticas. Historia, arte, naturaleza y también literatura, no en vano la Ruta está
bautizada por un padrino de excepción, Washington Irving. Estas tierras inspi-
raron su mente y su pluma, como la de otros muchos: la franja fronteriza fue
el semillero de muchos romances de la conquista o de amores imposibles en-
tre enemigos, con los que el Romancero inició sus balbuceos. Y esa vena po-
pular le llegaría, siglos más tarde, a un hijo del terruño, Federico García Lorca.
Emilio García Gómez comparaba la Ruta de Washington Irving, arrancando
de la Andalucía baja de Frasquita Larrea y subiendo a la Sevilla de Fernán Ca-
ballero, como el «camino francés» que desemboca en la Compostela del Após-
tol como aquel otro andaluz en la Alhambra de Muhammad V. El del norte lo
hicieron año tras año los peregrinos; el del sur estaba trazado con múltiples
atajos o desviaciones pero lo descubrió Irving, que no iba a la caza de las ar-
quitecturas sino de las literaturas.
E
2 3
«Es agreste y pintoresca,
hallándose construida en la
falda de una árida montaña.
Las ruinas de un alcázar mo-
ro coronan un rocoso montí-
culo que se yergue en el cen-
tro de la ciudad. El río Genil
baña su pie…».
Se comprende que Loja fuera «puerta y
llave del reino granadino» para los Re-
yes Católicos. Está enclavada entre dos
sierras, en el extremo occidental de la
vega granadina, donde el Genil asesta
un tajo a las últimas estribaciones sub-
béticas, formando el desfiladero de los
Infiernos, antes de entrar en el embalse
de Iznájar. El agua filtrada en la Sierra
de Loja, al margen del cauce del Genil,
hace brotar numerosos manantiales en
fuentes centenarias, siempre frescas.
El perfil de esta ciudad estratégica
(no sólo militarmente:
ha sido también de siempre un centro
de mercado), con su alcazaba andalusí
escoltada por campanarios cristianos
sobre un mogote peñascoso, sigue pro-
duciendo un golpe de efecto en la retina
del viajero.
Según el mito, habría sido fundada por
el nieto de Noé, Túbal, con el nombre
de Alfeia. Lo cierto es que los fenicios,
que la llamaron Tricolia, le dieron auge
comercial hacia el s. VIII a.C. Los roma-
nos de Cneo Escipión cambiaron su
nombre de Tricolia por el de Lascivis
(lugar de muchas aguas y delicias); y
los árabes transformaron éste en Medi-
na Lawsa. Fueron precisamente los mu-
sulmanes quienes le dieron verdadera
dimensión urbana; ocupó lugar desta-
cado en las guerras civiles del califato
de Córdoba y posteriormente adquirió
un carácter marcadamente militar, con
la función de custodiar la Vega, antesa-
la del reino nazarí.
5
Loja

Vista general con la Iglesia
de la Encarnación y
al fondo la alcazaba
Fernando el Católico la asedió en
1482, pero en vano; cercada de
nuevo en 1486, logró final-
mente su capitulación,
acontecimiento que tuvo
un gran eco psicológico
en el avance de la con-
quista. Más de 5.000 mu-
sulmanes abandonaron la
ciudad dirigiéndose a Gra-
nada; la caída de ésta y de
todo el reino nazarí estaba a
punto, y así lo recogieron con
júbilo los romanceros anónimos.
La Alcazaba, centro militar y adminis-
trativo de la urbe medieval, mantiene su
perfil ruinoso desde los tiempos de Feli-
pe II. Queda en ella buena parte de la
cerca medieval, la torre Ochavada, un
aljibe muy bien conservado y restos del
edificio nuclear. Cuesta trabajo imagi-
nar su aspecto cuando se consideraba
prácticamente inaccesible.
Arropando este perfil desmigajado, se
yergue la torre de Santa María de la En-
carnación, levantada sobre la mezquita
medieval, con parte gótico-mudéjar,
otra parte barroca y otra neoclásica,
debida ésta a Ventura Rodríguez; la igle-
sia de San Gabriel, uno de los más be-
llos ejemplos de renacimiento granadi-
no, obra de Diego de Siloé; y la iglesia
de Santa Catalina, ss. XVI y XVII.
Habría que mencionar además el con-
vento de Santa Clara, y varias ermitas;
el caserón de los Alcaides Cris-
tianos, del s. XVII, junto a la
Alcazaba, cuyo perfil urba-
no refuerza y matiza; el
pósito nuevo, del s. XVI,
la Antigua Casa de Cabil-
dos y el palacio de Nar-
váez, construcción
afrancesada del s. XIX,
así como los jardines de
Narváez, cortijo rural, en
el paraje de Plines, con mo-
biliario isabelino.
Loja, que ya era presentada por
al-Idrisi como importante nudo de co-
municaciones, ha sabido mantener y
cuidar una buena cantidad de usos
y tradiciones. Habría que destacar las
de orden gastronómico: sobreusa de
habas, remojón de naranja, porra, gaz-
pacho y los célebres roscos y huesos
de santo. Pero también variedades del
cante, como el fandango lojeño, o el
trovo (existe un popular certamen fla-
menco, llamado «la Volaera»). También
cabe mencionar el Festival de Teatro,
en verano, y los «incensarios» de Se-
mana Santa.
La cocina popular y las artes culinarias
más elaboradas conviven en la oferta
gastronómica de Loja. De modo especial,
hay que señalar la importancia de la tru-
cha que tiene su particular paraíso en el
anejo de Riofrío unida a la reciente co-
mercialización del esturión y su caviar, y
la tradicional repostería artesana.
6
Interior de la Iglesia Mayor
Fuente de los Veinticinco Caños
Cascada de los Infiernos
Los incensiarios de la Semana Santa

Campanario de San Gabriel
Iglesia de la Encarnación
Iglesia de San Gabriel
Campanario de San Gabriel
Iglesia de la Encarnación
Iglesia de San Gabriel
El trayecto se dulcifica al de-
jar los angostos desfiladeros
de Loja y explayarse en el fe-
raz valle del río Genil. La en-
calada figura del pueblo de
Huétor Tájar se vislumbra en-
tre el verdor de arboledas,
huertos y campos.
Formada por dos núcleos de población
que no llegaron a fusionarse hasta 1483,
precisamente el mismo año en que vol-
vía —una vez más— a ser devastada por
el rey Fernando en sus escaramuzas de
conquista. Ambas poblaciones cuentan
con un antiguo origen: Huétor sería co-
rrupción de un nombre romano y Tájar
de uno árabe; Ibn al-Jatib la nombra Ta-
rayat, de ahí Taxara, Táhara, Tájar.
Conquistada definitivamente en 1497, si-
guió viviendo en ella su población mo-
risca y ha conservado como herencia
una torre árabe —asfixiada ahora por el
caserío— y, sobre to-
do, el magnífico
sistema de rega-
dío de la Vega; don-
de antes había more-
ras y seda, hoy se
cultivan, sobre todo, espárra-
gos, protagonistas indiscutible
de la gastronomía de Huétor
Tájar, alcanzando en sus huertas una
calidad insuperable y que se preparan
de mil maneras, en tortilla, sopa, salsa…
Para conocer en directo tan delicioso
fruto, puede uno acercarse a alguna de
las cooperativas que lo producen.
En la misma plaza del ayuntamiento se
sitúa la iglesia parroquial de Santa Isa-
bel, con un hermoso campanario de la-
drillo. Merece la pena deambular a ori-
llas del Genil en dirección al barrio de la
Esperanza por caminos entre huertas y
vergeles refrescados por el rumor del
río y las acequias.
Huétor Tájar
9

Iglesia parroquial de
Santa Isabel
En su guía viajera, Richard
Ford apunta que, a continua-
ción de Loja, «pasando por un
torrente de montañas llega-
mos a la Venta de Cacín, y
luego se abre ante nosotros
como una tierra prometida la
famosa Vega de Granada».
El tramo de la Ruta continúa paralelo al
Genil, al que se le unen las aguas del río
Cacín. El camino transita ahora por el
término de Moraleda de Zafayona, viejo
partido rural recostado en los escalones
de la meseta que crece hacia Alhama.
Aquí se situaban los límites entre la tie-
rra de Loja y la de Granada, en el Campo
de Zafayona, o Campo de las Fuentes,
del árabe Fa al-uyun, por donde discu-
rría uno de los principales ramales que
conectaban Málaga con la capital nazarí.
Área con campos de labor en el valle y
pastos ganaderos en las alturas, en épo-
ca andalusí estuvo habitada por clanes
árabes, al igual que los contornos, insta-
lados en asentamientos dispersos que,
tras la conquista y la repoblación, die-
ron lugar a cortijos como los de Luján,
la Duquesa o la Venta de Cacín. Ya en el
s. XIX, la localidad contaba con un nú-
cleo, germen de la población actual, for-
mado por «80 cuevas que sirven de al-
bergue al vecindario, hallándose cons-
truidas en su base algunas casas…».
La esbelta torre de la iglesia parroquial
señala el corazón del casco urbano, que
ocupa una loma descendente hasta las
orillas del río Cacín. En los alrededores
del pueblo es digno de mención el cerro
de la Mora, antiguo poblado íbero-ro-
mano cuya excavación ha deparado una
amplia secuencia cultural que abarca
desde el segundo milenio antes de
nuestra era a la época medieval. Tam-
bién destaca por su curiosidad el museo
de automóviles antiguos.
MoraledadeZafayona
10

Iglesia parroquial
«Salimos de Vélez para Al-
hammah, o las Termas, o
Alhama, villa pequeña, con
una mezquita muy bien situa-
da y muy bien construida.
Posee una fuente de agua ca-
liente a la orilla de su río, y a
la distancia de cerca de una
milla de la población. Se ve
allí una casa para los baños
de los hombres y otra para
los de las mujeres».
Alhama se cuelga desde sus casas so-
bre un barranco imponente. Su origen
se pierde, como se suele decir, en la no-
che de los tiempos. Íbera primero, des-
pués fenicia, cartaginense más tarde,
acogió a todas las culturas mediterrá-
neas. Plinio la llamó Stici y los
romanos Artigi, pero fueron
los árabes quienes le dieron
su nombre actual, al-hammam, aguas
termales, o el baño.
Se la disputaron moros y cristianos y
fueron las tropas de los Reyes Católicos
las que, en un golpe de audacia, la arre-
bataron a los musulmanes en 1482. Cuen-
tan los cronistas de la época que «murie-
ron 800 moros y fueron presos 3.000,
que dejaron un rico botín de oro y plata
e aljófar, e sedas e alhajas e caballos e
acémilas, e infinito trigo y cebada».
De aquellos tiempos gloriosos todavía
se conserva la torre vigía de Torresola-
na, y el Pósito, que, situado en la plaza
de Los Presos, es hoy uno de los edifi-
cios más emblemáticos de la Alhama
medieval. Fue, además, sinagoga en el
s. XIII, convirtiéndose en el s. XVI en pó-
sito, granero comunal de la población
Pero donde más se conserva la impron-
ta andalusí es, como su propio nombre
indica, en el llamado barrio árabe, una
AlhamadeGranada
13

Iglesia del Carmen,
antiguo convento de
carmelitas
apretada muestra del urbanismo hispa-
no-musulmán.
Tras la iglesia mayor destaca la man-
sión del s. XV, de estilo gótico-flamíge-
ro denominada Casa de la Inquisición,
con una impresionante fachada de can-
tería rematada por una artística venta-
na geminada.
La Cárcel y el Hospital de la Reina son
otros de los edificios públicos de las in-
mediaciones de la plaza. Una ins-
cripción, de 1674, en su facha-
da nos recuerda su cons-
trucción durante el reinado
de Carlos II. Las influen-
cias mudéjares, góticas y
renacentistas son las
combinaciones arquitec-
tónicas del hospital inicia-
do en 1485 y fundado como
primer hospital de sangre
del reino de Granada por los
Reyes Católicos.
La Iglesia del Carmen forma parte de
un extinto convento de carmelitas, su
obra va del sobrio clasicismo manierista
al barroco más recargado. El templo es
de planta rectangular, con techo de ar-
madura de madera y capillas laterales;
en sus portadas campean los escudos
de la nobleza de Alhama, y cúpula sobre
el crucero decorada con pinturas al
fresco. Particular interés revisten el ca-
marín de la Virgen, detrás del altar ma-
yor, y la capilla de Jesús Nazareno, típi-
cas realizaciones del barroco churrigue-
resco granadino del s. XVIII.
La poderosa torre de la Iglesia Mayor
de Santa María de la Encarnación, esta-
blecida probablemente sobre la mezqui-
ta mayor, es el punto de referencia vi-
sual de Alhama. Comenzada a fines del
s. XV e inicios del XVI, su estructura ge-
neral es gótica, con una sola nave de
amplias proporciones bajo bóvedas es-
trelladas de nervadura y potentes con-
trafuertes al exterior. A la fábrica gótica
del templo se añadieron después ele-
mentos de estilo renacentista, como el
coro y los cuerpos superiores de la to-
rre, y el detalle renacentista de la porta-
da meridional, antepuesta a la original
de líneas góticas.
El balneario local es de gran interés,
aparece al final de una pintoresca gar-
ganta rodeado de un paisaje de riscos,
aguas y vegetación exuberante. El apro-
vechamiento de sus aguas termales, in-
dicadas para afecciones traumatológi-
cas (reuma, artrosis, artritis…) y vías
respiratorias, se remonta a los romanos.
Sobre la obra de éstos construye-
ron los musulmanes hacia el si-
glo XII los magníficos baños
que todavía perviven, con
una hermosa sala central,
donde surge el manantial
con arcos de herradura y
bóvedas esquifadas.
La cocina de Alhama ofre-
ce una excepcional calidad
en las leguminosas de su
comarca, sobre todo garban-
zos, y en los derivados del cer-
do. Entre pucheros, migas y otros
guisos, destaca la olla jameña. Han de
señalarse, además, la repostería, con
los finos dulces de las monjas clarisas
de San Diego.
15
Calle típica con la Iglesia Mayor de
Santa María de la Encarnación al fondo
Interior de los baños de Alhama
Casa de la Inquisición
Dulces de las monjas
La potencia visual, la monu-
mentalidad geográfica y ar-
quitectónica de Montefrío se-
ducen al recién llegado desde
el primer instante. El casco
del pueblo tiende una cinta
blanca entre la peña con la
iglesia de la Villa y el cerro
del Calvario.
La carretera enfila hacia el norte y co-
mienza a ascender. Aparece de pronto,
casi amenazante, Montefrío, encarama-
da en una ola geológica que parece fue-
ra a volcarla; uno de los perfiles más
pintorescos, sin duda, de la geografía
granadina.
Fue rica ya en la antigüedad: el Mons
Frigus de los latinos, Montefrid de los
árabes, debió jalonar una ruta comer-
cial desde Torre del Mar y Vélez-Málaga,
pasando por Alhama y este lugar, hacia
las campiñas y valle del Guadalquivir. El
rey nazarí Ismail III fue coronado aquí
por los Abencerrajes, y aquí permane-
cieron siete años temerosos de volver a
la corte granadina, donde reinaba Mo-
hammed X (1445-1453). El rey Juan II
ayudó a Ismail y a los Abencerrajes a si-
tiar Granada; el astuto Mohammed lla-
mó a estos últimos en embajada y los
hizo degollar en la hoy llamada Sala de
los Abencerrajes de la Alhambra. Ismail
huyó a las Alpujarras donde más tarde
sería proclamado rey de Granada con el
nombre de Yusuf V.
Montefrío sería tomada por los Reyes
Católicos en 1486. Éstos levantaron, en-
tre las murallas de la fortaleza árabe,
que comprende un castillo y sus mura-
llas donde permanecen todavía algunas
torres, lienzos de la original muralla, el
aljibe y diversos restos constuidos a me-
diados del s. XIV, sobre cimientos ante-
riores. La iglesia de la Villa es el monu-
mento más llamativo de Montefrío por
su emplaza-
miento al
Montefrío
17

Casas blancas de
Montefrío y al fondo, sobre la
peña, la Iglesia de la Villa
filo de la peña; de estilo gótico-renacen-
tista y edificada sobre una antigua mez-
quita entre 1549 y 1570, atribuida a Die-
go de Siloé asistido por Francisco Her-
nández. Un heraldo de los Reyes donó el
hospital de San Juan de los Reyes del
s. XVI. Extramuros se levantó la impo-
nente iglesia de San Antonio («la Pane-
ra», por ocupar una fábrica de harina el
antiguo convento franciscano), enclava-
da en el cerro del Calvario con una
fachada barroca a modo de re-
tablo de piedra tallada, con
amplia nave y bóveda. El
Ayuntamiento está instala-
do en una casa solariega
de 1787 y el Pósito, un al-
macén de granos labrado
en 1795 de estilo neoclási-
co. A este estilo pertenece
también la iglesia de la En-
carnación, un sólido, original y
voluminoso edificio en sillería de
planta central, llamada popularmen-
te «la rotonda» importantísimo expo-
nente del neoclasicismo andaluz, figu-
rando entre los mejores proyectos que
Ventura Rodríguez dejó por tierras gra-
nadinas. En ella se venera a la patrona
local, la Virgen de los Remedios.
Al pie del mirador del castillo, las casas
se incrustan en la roca y descienden
por San Sebastián hasta la plaza de Es-
paña, el centro urbano con el Ayunta-
miento, la Casa de Oficios, armónico
edificio de 1579, y la Encarnación. De
aquí, largas calles onduladas llevan al
altozano del otro extremo del pueblo,
con la iglesia de San Antonio, en cuyas
inmediaciones se encuentra el sobrio
edificio neoclásico del Pósito.
Los montuosos alrededores son ideales
para el paseo y los deportes, en bici, a
caballo, de escalada, etc. De sus rinco-
nes de interés se señalan el puente ro-
mano, aún en uso, a 1,5 km. hacia Algari-
nejo, y, a unos 5 km. en dirección a Íllo-
ra, el paraje de la Peña de los Gitanos,
una extensa área de terrazas entre ro-
quedales calizos donde se han excavado
más de un centenar de enterramientos
megalíticos y poblados, un extraordina-
rio conjunto arqueológico.
Aceite, gastronomía: el clima, los
suelos y las variedades cultiva-
das –predominan las picual,
picuda y hojiblanca junto con
algunas autóctonas– contri-
buyen a la excepcional cali-
dad del aceite de oliva vir-
gen extra de Montefrío,
cuyos olivares constituyen
el principal capítulo de su
agricultura. Además de esta
rica grasa vegetal y los quesos,
la gastronomía local depara un
jugoso repertorio de recetas tradi-
cionales, con platos como el choto con
ajos, el relleno de carnaval, sesos al
mojeteo, los potajes, tortillas de papas,
espárragos y collejas, el remojón –ensa-
lada de tomates y pimientos asados,
naranja, cebolla, huevos y atún–, y hor-
nazos, sin olvidar las especialidades de
caza, la charcutería y la repostería, con
bollos de manteca, de aceite con pasas,
roscos de sartén, borrachuelos, cuajaos
y pestiños.
19
Iglesia de la Encarnación
Dolmen de la Peña de los Gitanos
Iglesia de San Antonio
Aceite virgen extra de Montefrío

Vista general de Montefrío
«El ojo derecho de Granada»:
así se llamó a esta privilegia-
da fortaleza asentada en un
refajo de la Sierra de Para-
panda y asomada a la Vega.
Plinio la menciona como Ilur-
co; pero fueron los suevos,
visigodos y árabes, los naza-
ríes en especial, quienes hi-
cieron la potente fortaleza en
torno a la cual fue cuajando
el pueblo.
El recorrido por los Montes Occidentales
prosigue a lomos de la sierra de Para-
panda hasta re-
calar en Íllo-
ra, asen-
tada
en su regazo. Ante la vista del viajero se
despliega el multicolor paisaje de oliva-
res, tierras de labor y huertas que des-
cienden por la Vega del Genil; al fondo,
a oriente, Sierra Nevada.
El blanco caserío de Íllora se agarra a
las laderas del peñón rocoso donde es-
tuvo su germen. Si en los alrededores
proliferan los hallazgos prehistóricos,
en el casco urbano se han descubierto
los restos de unas termas romanas que
desvelan los antecedentes de una loca-
lidad consolidada en época musulmana.
Sus noticias se remontan a los ss. X y
XI, cuando al-Udri la cita con el nombre
de Illywra al referirse a la provincia de
Elvira. Ubicada cerca de varios pasos
entre el norte y la Vega, a partir del
s. XIII se convirtió en uno de los princi-
pales baluartes de la frontera nazarí,
en primera línea tras la caída
de Alcalá la
Real en 1341.
Íllora
20

Vista general con la iglesia de la
Encarnación y el cerro con los
restos del castillo
Illywra reforzó en esos tiempos su fiso-
nomía de villa fortificada con castillo,
recinto amurallado y arrabales, mere-
ciendo el sobrenombre de «ojo derecho
de Granada» por su importancia como
enclave defensivo. Protagonista de in-
cesantes hechos de armas, fue conquis-
tada por los Reyes Católicos en la pri-
mavera de 1486. Con motivo de esta
conquista, el cronista Hernando del Pul-
gar la describe con las siguientes pala-
bras: «Esta villa está puesta en un valle
donde hay una vega muy extendida, y
en aquel valle está una peña alta que
señorea todo el circuito; y en lo alto de
aquella peña está fundada la villa, de
fuertes torres e muros…».
Después de sitiarla y atacar los arraba-
les, el cañoneo de dieciocho lombar-
das decidió la capitulación de los
musulmanes, que salieron ca-
mino de Granada. Su primer
alcaide fue Gonzalo Fernán-
dez de Córdoba, el Gran Ca-
pitán, del que se conservan
los restos de su mansión
con su escudo de armas en
la fachada. En su nueva eta-
pa, Íllora fue una de las Siete
Villas que servían de granero
y despensa de la capital; poco a
poco, mientras el cerro de la villa
se despoblaba, crecía a sus pies el nú-
cleo de la población actual, en torno a
la plaza y la iglesia.
En la elevación rocosa que sobresale en
medio del pueblo aparecen las fortifica-
ciones de la villa medieval el castillo y
murallas, obra musulmana con elemen-
tos califales y taifas, de los ss. X y XI, re-
vestidos por las reformas del s. XIV de
los nazaríes, que le dieron su configura-
ción definitiva. En la cúspide se distin-
guen las torres del castillo, los «dientes
de la vieja», y más abajo, los vestigios
de otros dos recintos amurallados que
protegían el área, hoy despoblada, por
donde se hallaba la mezquita aljama.
La iglesia de la Encarnación constituye
una espléndida muestra de la arquitec-
tura de transición del gótico al renaci-
miento, que predomina en los templos
levantados después de la conquista en
la comarca de los Montes. Proyectada
por Diego de Siloé con la intervención
de su discípulo Juan de Maeda y otros
maestros, se construyó básicamente
entre 1542 y 1573, empleándose piedra
«almendrilla», de tono tostado, extrai-
da de los pagos cercanos. Es un edificio
de rotunda volumetría, una sencilla y
monumental estructura de proporcio-
nes renacentistas, con un sólido cam-
panario y elegantes portadas con es-
culturas clasicistas de Diego de Pes-
quera. El interior presenta una nave de
notable amplitud con bóvedas de cru-
cería, pilastras adosadas y capillas late-
rales, por donde se distribuyen dos me-
22
ritorios retablos barrocos, pinturas
–como la Virgen con el Niño, cercana al
estilo de Alonso Cano–, imágenes y pie-
zas de orfebrería, así como enseres y
reliquias del culto a San Rogelio, pa-
trón de la villa.
La plaza de San Rogelio es el punto de
encuentro tradicional de Íllora, con la
voluminosa iglesia parroquial, que do-
mina el centro del pueblo, y el antiguo
ayuntamiento, habilitado para museo
de historia local. A su espalda se eleva
el accidentado peñasco con las ruinas
de las murallas y el castillo, arran-
cando del mismo caserío; en-
trando por la calle Almeni-
llas, se encuentra una de
las puertas más añejas
de la fortaleza, del s. X.
Las calles Real, de la
Cárcel, la cuesta del Pi-
lar Alto, articulan las
principales vías de un
casco urbano donde lla-
man la atención algunas
casonas y el nuevo ayun-
tamiento, en el antiguo con-
vento franciscano de la orden
de San Pedro Alcántara.
El término ofrece paisajes de indudable
interés. Aún se observan los restos de
la atalaya de la Mesa, hacia Alcalá la
Real, y de las torres de Tocón y la En-
cantada, en Brácana. Excelentes vistas
panorámicas se obtienen a lo largo de
la carretera de Montefrío, que sube por
las sierras de Parapanda y Pelada. La de
Parapanda, con sus 1.604 m. de altitud,
ocupa un lugar destacado en la vi-
da de la Vega, considerándose
su barómetro, de ahí el di-
cho «cuando Parapanda
tiene montera, llueve
aunque Dios no quiera».
Mención especial mere-
cen el paraje del molino
del Rey, en la zona del
Soto de Roma, con un
espectacular acueducto
de principios del s. XIX, y
el núcleo de Alomartes,
con su iglesia neoclásica del
XVIII, sus mesones y el molino
de la Torre, uno de los mejores
ejemplos conservados de molinos hi-
dráulicos tradicionales. Bien vale dete-
nerse aquí y echar un rato de conversa-
ción arrullado por los rumores de la co-
rriente del agua.
23
Fachada porticada del molino de la Torre
Torre de la iglesia de la Encarnación

Calle típica
Portada con relieve escultórico
Iglesia de la Encarnación
«En este pueblo tuve mi pri-
mer ensueño de lejanía. En es-
te pueblo yo seré tierra y flo-
res». Federico García Lorca na-
cía el 5 de junio de 1898 en la
casa de la maestra del pueblo,
doña Vicenta Lorca, su madre.
Estas tierras formaron parte del Sitio
Real que la Corona se reservó después
de la conquista, con densos bosques y
plantíos donde se construyó una Casa
Real. Tras varias vicisitudes, en 1813 el
Soto de Roma fue cedido al duque de
Wellington como recompensa por los
servicios prestados durante la guerra
de Independencia.
La plaza del ayuntamiento es el
centro del que irradian las princi-
pales vías que estructuran el
casco urbano de Fuente Va-
queros: la avenida de Anda-
lucía, al este, la avenida del
Genil, que baja hasta el
río, el paseo del
Prado, con el mo-
numento a Gar-
cía Lorca de Ca-
yetano Aníbal, que se prolonga hacia el
norte por el paseo de la Reina. Aquí se
sitúa un lugar de peregrinación obliga-
da para el viajero de esta Ruta: la Casa-
Museo de Federico García Lorca, donde
nació el poeta un 5 de junio de 1898.
Restaurada con gusto y acierto, sus ha-
bitaciones evocan el ambiente de su ju-
ventud en la decoración y mobiliario,
mientras en la planta primera, que fue
granero, se dispone una sala para expo-
siciones y actos culturales. Los alrede-
dores, punteados de cortijos, con los
anejos de la Paz, con su sencilla ermita,
y Pedro Ruiz, invitan también a la poéti-
ca magia de un paseo por la Vega entre
umbrosas choperas y parcelas verdean-
tes, arrulladas por el eterno
fluir de las acequias.
Fuente Vaqueros
25

Patio y fachada de la casa
natal de Federico García Lorca
Iglesia de la Paz
27
Iglesia parroquial
En el siglo XIV el lojeño Ibn
al-Jatib menciona ya el lugar,
transcrito como Yay´yana.
Más documentada está una
fortaleza de su término, la
torre de Roma, a la que debió
acogerse la población en los
convulsos momentos finales
del medievo.
En plena Vega del Genil, la vinculación
de Chauchina con su feraz entorno es
tal que hay quien sostiene que su deno-
minación deriva del vocablo latino san-
cius, corrupción de salix, sauce, dada su
abundante presencia en la vegetación
natural de ribera. En todo caso, sí se ha
demostrado la remota presencia huma-
na en la zona gracias al hallazgo de di-
versos restos –cerámicas, útiles, mone-
das– cuya cronología abarca desde el
neolítico a época ibérica. El poblamien-
to se consolidó, sin embargo, en el pe-
ríodo musulmán. En la le-
gendaria torre de Roma,
que prestó su nombre al
Soto de Roma –vergel
que, en palabras de
Washington Irving,
«era un retiro fundado
por el conde Julián para
consuelo de su hija Florinda»–, prota-
gonizó diversos hechos de armas.
El centro del pueblo oscila entre la pla-
za del Ayuntamiento y la iglesia parro-
quial, un edificio iniciado a fines del
s. XV que aún conserva el campanario
de la obra primitiva. A su lado llama la
atención «la Peana», fragmento de una
columna extraída de las canteras de Lo-
ja destinada al palacio de Carlos V de la
Alhambra. Particular atractivo tiene la
histórica Torre de Roma, baluarte de-
fensivo nazarí del s. XV.
Chauchina
28
La villa, fundada en 1491, sir-
vió de cuartel a los Reyes Ca-
tólicos durante el asedio a la
ciudad. Fue trazada a cordel,
con planta rectangular y una
puerta en cada lado.
Santa Fe sirvió de sede exclusiva de la
corte de los Reyes Católicos, simultane-
ando este papel con Granada hasta la
partida de los reyes en mayo de dicho
año, convirtiéndose durante meses en
un escenario histórico privilegiado. En
la modesta Casa Real de la ciudad se fir-
maron el 25 de noviembre de 1491 las
capitulaciones entre el rey Boabdil e
Isabel y Fernando en las que acordaban
la entrega del reino nazarita y se deta-
llaba el futuro de sus pobladores. Asi-
mismo, en su recinto se llevaron a cabo
las decisivas conversaciones con Cristó-
bal Colón que condujeron a las capitula-
ciones con el almirante, firmadas «en
Sancta Fee a diez y siete de abril de mill
y quatrocientos noventa e dos años…»,
hito angular que llevaría al descubri-
miento de América y a una nueva época
marcada por la apertura de relaciones.
Al dejarla los reyes, fue nombrado alcai-
de don Francisco de Bobadilla, siguien-
do la villa una historia pausada, inmersa
en las faenas agrícolas propias de una
localidad de la Vega, sacudida tan sólo
en 1806 por un violento terremoto que
le causó graves daños.
El propio casco urbano de Santa Fe
constituye en sí mismo un objeto de vi-
sita, en el sector correspondiente al es-
tablecimiento original realizado en 1491.
La construcción de la vi-
lla efectuada ‘ex novo’
por mandato de los
Reyes Católicos fue
encomendada a
Santa Fe

Iglesia parroquial
de la Encarnación
las ciudades de Se-
villa, Jerez, Cór-
doba y Andújar,
a cuyos conce-
jos se les asig-
nó cada uno de
los cuatro cuar-
teles en que que-
dó dividida. Su
planta adoptó el mo-
delo castrense de Briviesca, sobre un
solar rectangular con calles trazadas a
cordel cortándose perpendicularmente,
rodeándose de foso, muros, torres y ba-
luartes de defensa. Cuentan las cróni-
cas que en su ejecución se invirtieron
ochenta días. En el centro de la retícula
urbana se emplazaron los edificios pú-
blicos, la Casa Real, la parroquia y, en
sus inmediaciones, un hospital, la al-
hóndiga y otros. En la actualidad, a un
lado de la plaza de España, en el solar
de la Casa Real, se ubica la casa del pá-
rroco, que la sustituyó en el s. XVIII. En-
frente se alza el pósito, el granero co-
munal, fundado por Carlos III. En el flan-
co oriental de la plaza aparece el Ayun-
tamiento, levantado en 1923 en estilo
neomudéjar, con fachada de ladrillo y
emblemas de azulejería de los países
hispanoamericanos.
Los dos ejes centrales que articulan el
casco histórico terminan en cuatro
puertas monumentales. Son éstas las
de Granada, al este, Sevilla, al sur, Jaén,
al norte y Loja, al oeste. La de Loja fue
realizada en 1652, mientras las otras
tres obedecen a esquemas del s. XVIII,
alojando sobre el hueco de paso central
sendas capillas.
La Iglesia Parroquial: bajo la advoca-
ción de Nuestra Señora de la Encarna-
ción, el templo primitivo fue sustituido
en el s. XVIII por la monumental obra
neoclásica que hoy se contempla. Fue
concebida por el arquitecto Domingo
Lois de Monteagudo, con el asesora-
miento de Ventura Rodríguez, y dirigida
por Francisco Quintillán, concluyéndose
en 1785. Es de planta de cruz latina con
cúpula en el crucero, y una elegante ca-
pilla del Sagrario, hoy baptisterio. Des-
taca su imponente fachada con dos to-
rres ochavadas y diversos elementos
alusivos al tiempo de su fundación.
La visita al casco histórico, con sus edi-
ficios y monumentos, y el paseo por al-
gunos puntos de interés inmediato, co-
mo la ermita de los Gallegos o del Se-
ñor de la Salud, y el barroco convento
de los Agustinos, completan un atracti-
vo itinerario. Más allá quedan las fera-
ces tierras de la vega, regadas por el
curso del Genil y una multitud de ace-
quias que recorren los densos campos
de cultivos intensivos, maizales, chope-
ras, huertas, punteadas de caserías y
secaderos de tabaco.
La gastronomía local se basa en las ex-
celentes verduras y frutas de las huer-
tas de la vega. Gran arraigo tienen los
platos elaborados con tomillo y hierbas
aromáticas, así como el dulce emblemá-
tico de Santa Fe, los piononos. De sus
artesanías, cabe citar la taxidermia, to-
davía presente en algún taller.
30

Puerta de LojaRetrato de Isabel la Católica
Escudo de Santa Fe
Plato elaborado con tomillo
33
Washington Irving, en sus cé-
lebres Cuentos de la Alham-
bra, deja patente sus impre-
siones en las líneas que escri-
biera al salir de Granada en
1829: «pude ahora compren-
der en parte los sentimientos
del infortunado Boabdil cuan-
do se despidió del paraíso
que dejaba tras de sí…».
Los anhelos del viajero se colman ple-
namente al culminar la Ruta y vislum-
brar la capital, como les sucediera a los
viajeros románticos hace dos siglos. Su
denso pasado no es ajeno a este irresis-
tible magnetismo. Todo empezó en el
pequeño poblado ibérico de Ilibe-
ris, que prosperó en época
romana y visigoda con el
nombre de El-
vira. Tras la
llegada de los
musulmanes, el enclave creció hasta
convertirse en el s. XI en un principado
de al-Andalus. La dinastía berebere de
los ziríes rigió sus destinos sucumbien-
do ante el imperio norteafricano de los
almorávides, que tuvieron en Garnata
uno de sus principales puntos de apoyo
hasta su ocaso en la primera mitad del
s. XIII. Es entonces cuando Granada ad-
quiere gracias a Muhammad Ibn al-Ahma
su singularidad, alumbrando una brillan-
te etapa de esplendor artístico y cultu-
ral, cuajado de sucesos que habrían de
subyugar la imaginación de los román-
ticos hasta 1492, convirtiéndola los Re-
yes Católicos en cristiana, proliferando
iglesias, monasterios, palacios y otros
edificios que sumaron al legado anda-
lusí un majestuoso conjunto de arte
gótico, renacentista y barroco. En el
s. XIX, los
Granada
Casa morisca
viajeros románticos airearon a los cua-
tro vientos su «descubrimiento» y la
elevaron a la categoría de paraíso, atra-
yendo desde entonces a un torrente de
visitantes.
A continuación se propone una breve
serie de paseos que evocan las huellas
del protagonista de la Ruta, Washington
Irving, y los rincones favoritos de los
románticos. Según el itinerario habi-
tual de los viajeros de antaño ve-
nidos por el camino de Santa Fe
resalta el Hospital Real manda-
do construir por los Reyes Ca-
tólicos y erigido en el s. XVI, en
el que destaca un delicioso
claustro renacentista. Conti-
nuando hacia el centro por la Gran
Vía, principal arteria de Granada, has-
ta recalar en el Corral del Carbón, la
antigua Alhóndiga Yidida, obra nazarí
de mediados del s. XIV con una primo-
rosa portada con arco de herradura y
patio porticado. En sus inmediaciones
se sitúan la plaza del Carmen, con el
Ayuntamiento, y la encrucijada de
Puerta Real, así como la enrevesada
trama de calles y plazas rebosantes de
sabor y actividad como la plaza Bib-
Rambla, la calle del Zacatín, la Alcaice-
ría, la calle Oficios, la plaza del
Cabildo, aquí se yergue la Madraza, el
centro de estudios fundado por Yusuf I
en 1349, dedicada a la teología, filosofía,
medicina, matemáticas y otros saberes.
Enfrente, al costado de la Catedral y en
el lugar que ocupaba la mezquita, están
la Lonja y la Capilla Real, símbolo de los
Reyes Católicos en la ciudad que con-
quistaron, encontrándose su panteón,
obra señera del s. XVI. Al lado de la Ca-
pilla crece el cuerpo de la Catedral,
grandioso templo renacentista donde
participó Diego de Siloé y remató con la
fachada barroca Alonso Cano. En los al-
rededores de la catedral se desgrana
una sucesión de agradables barrios con
reductos llenos de recuerdos románti-
cos, como la casa de Eugenia de Montijo
de la calle Gracia e innumerables refe-
rencias monumentales, desde la Iglesia
de los santos Justo y Pastor, a San
Juan de Dios, pieza magistral del
barroco, y San Jerónimo.
Después del callejeo por el cen-
tro, Irving se dirige de inmedia-
to a la Alhambra, ‘sancta sanc-
torum’ del viajero romántico.
Tras cruzar la plaza de Isabel la
Católica y Plaza Nueva, flanqueada
por la armónica fachada de la Chanci-
llería edificada en 1531, subimos por la
calle de los Gomeres, nombre de una fa-
milia mora famosa en crónicas y roman-
ces, hasta la Puerta de las Granadas. So-
bre un espolón al sur sobresale el castillo
de Torres Bermejas, que remonta su ori-
gen al s. XI; adelante trepan los empina-
dos senderos a través del bosque entre
murmullos de acequias hasta el pilar de
Carlos V y la puerta de la Justicia, man-
dada edificar por Yusuf I en 1348. Ostenta
en su fachada la mano de Fátima, talis-
mán de los musulmanes alusivo a los
preceptos coránicos, y la llave, emblema
del poder de la fe usado con frecuencia
por los nazaríes. Al fin, la Alhambra, del
árabe ‘al-hamra’, la roja, «Como siempre,
el sol poniente derramaba un melancóli-
co fulgor sobre las rojizas torres de la Al-
hambra…» W. Irving, frente al Albayzín. A
lo largo de los ss. XIII y XIV, sus suceso-
res, en especial Yusuf I y Muhammad V,
continuaron la labor constructiva, aña-
34 35
diendo murallas, torres, puertas, mezqui-
tas, palacios y jardines, hasta completar
el más extenso complejo militar y palati-
no del orbe musulmán.
Tras el pasadizo en recodo de la Puerta
de la Justicia, una rampa lleva a la
puerta del Vino, muestra del refina-
miento de la arquitectura nazarí. A su
lado se abre la plaza de los Aljibes y el
palacio de Carlos V, majuestuoso edifi-
cio del renacimiento pleno, trazado por
Pedro Machuca a comienzos del XVI, con
un patio porticado circular que se ins-
cribe en la planta cuadrada.
La Alcazaba, levantada a mediados del
s. XIII, consta de un fuerte perímetro
amurallado, patio de armas, barrio cas-
trense y varias torres, como la del Ho-
menaje, primera residencia regia, de las
Armas, sobre una puerta, y de la Vela, o
de la Campana, la más adelantada, inme-
jorable mirador sobre Granada y la Vega.
En la Casa Real Vieja se instala una su-
cesión de núcleos palatinos como el
Mexuar, lugar de reunión de la Sura
(Consejo de ministros), con un oratorio
y el Cuarto Dorado, en cuyo patio el
Sultán recibía a sus súbditos, con una
rica fachada con yeserías mandada ha-
cer en 1370 por Muhammad V. Flanquea
el paso al patio de los Arrayanes o de
la Alberca, manso estanque que refleja
la torre de Comares, sede del fabuloso
salón de Embajadores, bajo la simbólica
armadura que representa los siete cie-
los que llevan a Allah, en uno de los es-
pacios más importantes de todo el re-
cinto. A continuación se halla el palacio
de los Leones, distribuido en torno a un
patio con una galería con 124 columnas
de mármol y una fuente sobre 12 leones.
Al sur, la sala de los Abencerrajes, don-
de se cuenta que perecieron los nota-
bles de este clan, bajo fastuosa bóveda
de mocárabes; al norte, la sala de las
dos Hermanas y el mirador de Lindara-
ja, que asoma a un jardincillo junto a los
apartamentos de Carlos V, sector donde
se alojó Washington Irving durante su
estancia en Granada, y cerca del toca-
dor de la Reina, privilegiado mirador
Balcón de la Madraza
La Alhambra 
Fachada de la Capilla Real
Retrato de Washington Irving
Patio del Corral del Carbón
hacia el Albayzín; entre Comares y los
Leones, los Baños Reales; al este, la lu-
josa sala de los Reyes, ámbito de re-
cepciones y banquetes. El palacio del
Partal, el más antiguo, edificado a prin-
cipios del s. XIV, con la torre de las Da-
mas, y el Oratorio, alrededor todos del
estanque central. Varias torres,
como las de la Cautiva y
de las Infantas se su-
ceden camino del Ge-
neralife, el palacio de
verano construido
entre fines del XIII y
comienzos del XIV que re-
crea un paradisíaco universo
de verdor y agua, con una espléndida
residencia entre jardines y huertas.
El descenso del hechizante «palacio en-
cantado» de la Alhambra conduce al pa-
seante a otros rincones no menos ro-
mánticos. Desde Plaza Nueva, con el
pórtico de la iglesia de Santa Ana, sín-
tesis de renacimiento y mudéjar, sube la
carrera del Darro; junto al río encauza-
do se alinean el Bañuelo, los baños ára-
bes del Nogal, el convento de santa Ca-
talina y la casa de Zafra, la casa de Cas-
tril, sede del Museo Arqueológico, y la
iglesia de san Pedro y Pablo, hasta el
paseo de los Tristes. Río arriba se inter-
na una senda entre sotos y arboledas,
rumbo a la fuente del Avellano, reposa-
do enclave de resonancias literarias
donde acostumbraban a reunirse escri-
tores y artistas granadinos. En el barrio
del Albayzín, que se alza sobre la colina
que bordea la margen derecha del Da-
rro y salpicado de miradores y cipreses,
cuestas, callejas empedradas y plazue-
las con aljibes, de casas y cármenes –las
residencias de recreo con jardines ate-
rrazados tan del gusto nazarí–, de igle-
sias que fueron mezquitas, de conven-
tos, murallas y puertas, de esquinas, ta-
lleres artesanos y tabernas de ambiente
popular, se descubren las más genuinas
esencias granadinas. Entre palacios y
casas andalusíes, la cuesta del Chapiz
remonta las laderas, dejando
a un lado el camino del
Sacromonte, el cerro
con la abadía y el fa-
moso barrio gitano
de cuevas, escapara-
te del tipismo folclóri-
co y costumbrista que
tanto apreciaron los románti-
cos. Un reguero de lugares de interés
jalonan el paseo por el Albayzín, como
la iglesia de San Juan de los Reyes y la
del Salvador, en la parte alta, que pre-
serva el patio de abluciones de la mez-
quita mayor del barrio. En la cúspide se
yergue la Iglesia de San Nicolás, con su
plaza, su aljibe y su mirador desde don-
de se presencian los «más bellos atarde-
36
ceres del mundo…», mientras en sus cer-
canías se suceden el arco de las Pesas,
el convento de Santa Isabel la Real y el
palacio de Daralhorra, la refinada «casa
de la sultana» construida en el s. XV en
el recinto de la antigua alcazaba de los
reyes ziríes del s. XI. Hacia el oeste y el
norte bajan las calles, como la pintores-
ca de la Calderería, hasta encontrar la
línea de la vieja muralla urbana, señala-
da por la formidable puerta de Elvira,
de factura nazarí, la puerta de Monaita
y las murallas de la cuesta de
Alhacaba, que delimitaban el perímetro
de la alcazaba zirí. San Cristóbal y San
Miguel Alto, con sus iglesias y sus es-
pectaculares miradores, coronan, por
último, las alturas al oeste y al norte del
Albayzín y la Alhambra.
Tomando la Alhambra como eje central
para estos paseos por Granada, se pro-
longan ahora hacia el sur y el este, por
los barrios del Mauror, que fue judería,
y la Antequeruela, dulces vericuetos
embellecidos por el carmen de la funda-
ción Rodríguez Acosta, la casa museo
del compositor Manuel de Falla, el Audi-
torio y el carmen de los Mártires, don-
de se respira una vez más la celestial
placidez de los jardines granadinos. Más
abajo se extienden el campo del Prínci-
pe, un abierto y acogedor espacio de
reunión, y el barrio del Realejo hasta el
Campillo Bajo. Palacios, como la casa
de los Tiros y la casa del Padre Suárez,
iglesias como la de Santo Domingo, en-
claves como la plaza de Mariana Pineda,
de directa alusión romántica, y el cuar-
to Real de Santo Domingo, o Palacio de
Almanxarra, restos de una residencia
real nazarí, son algunos de sus hitos de
mayor relevancia. La carrera del Genil,
presidida por las puntiagudas torres de
la barroca Iglesia de las Angustias, pa-
trona de la ciudad, se deselvuelve has-
ta el paseo del Salón y el cauce del río
Genil. En la orilla izquierda, por el pa-
seo del Violón, surgen dos recordato-
rios finales: la ermita de San
Sebastián, antiguo morabito u oratorio
musulmán, a extramuros de la ciudad,
una obra de fina albañilería, y el Alcá-
zar del Genil, el suntuoso palacete ro-
deado de albercas y huertos que perte-
neció a las reinas nazaríes, con exquisi-
tas salas recubiertas de delicadas yese-
rías e inscripciones.
La ciudad es todavía
un importante cen-
tro artesano des-
tacando en las la-
bores de madera —
como la taracea—,
cerámica, metal,
joyería, piedra y vi-
drio. En la alfarería y la cerámica tam-
bién se mantiene la herencia tradicional
en todas sus variedades, distinguiéndo-
se la cerámica de inspiración andalusí,
la de reflejos metálicos, la de cuerda se-
ca, y la granadina o de Fajalauza.
El fascinante recorrido por la ciudad se
completa con el monasterio de la Cartu-
ja y la lorquiana huerta de San Vicente.
Aguas arriba del Genil, por la carretera
de Sierra Nevada, Solair o «montañas de
la nieve», se llega al techo de la Penín-
sula Ibérica, dominado por la cima de
3.482 metros del pico Mulhacén. Hace
más de un siglo y medio, Richard Ford no
dudó en recomendar esta excursión: «El
amante del paisaje alpino debiera, por
todos los medios a su alcance, ascender
a Sierra Nevada…».
37
Iglesia de San Cristóbal
Cerámica
Sierra Nevada con Granada a los pies

Patio de la Iglesia del Salvador
Baile con la Alhambra al fondo
Muralla zirí
San Cecilio
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  • 1. Washington Irving en su itinerario por Granada Rutas de El legado andalusí Gran Itinerario Cultural del Consejo de Europa
  • 2. n los agrestes pasos de estas montañas, la contemplación de las ciudades y pueblos amurallados, construidos como nidos de águilas entre riscos y rodea- dos por almenas moras o ruinosas atalayas asentadas sobre altos picos, nos ha- ce retroceder con el pensamiento a los tiempos caballerescos de la guerra en- tre moros y cristianos, y la romántica pugna por la conquista de Granada. Así escribió Washington Irving sobre esta Ruta en su recorrido por tierras granadinas. Prototipo puro de viajero romántico que pasó la mayor parte de su vida recorriendo Europa, acabando, naturalmente, atraído por el «exotismo» que ofrecía entonces España, donde llegó a ser embajador de los Estados Unidos de América entre 1842 y 1846. De origen escocés, Washington Irving en 1829, realizó entre las ciudades de Sevilla y Granada un viaje idéntico al que usted puede llevar a cabo. Fascinado por la riqueza de la civilización árabe en España, dieron como frutos la Historia de la Conquista de Granada, y tres años más tarde, sus célebres Cuentos de la Alhambra, en los que narra varias leyendas granadinas: sobre Boabdil, un astrólogo árabe y la Torre de las Infantas, entre otras. Un camino real que se esta- blece, por vez primera, como tal vía comercial, entre los reinos de Granada y Castilla después del Tratado de 1244, para que los nazaríes, en tiem- pos de paz, pudiesen avituallarse en tierras cristianas de algunos productos de subsistencia. Ruta marcada, pues, con un carácter netamente fronterizo. El camino de Irving cuenta con el prólogo extraordinario de un viaje sugeri- do en homenaje al rey poeta al-Mutamid, itinerario que, partiendo desde la ciu- dad de Sevilla atraviesa su provincia, estando jalonado por poblaciones que ha- bían pertenecido con anterioridad a diferentes coras, iqlim o distritos árabes. A partir del siglo XII, llegaban a Granada, fuertemente protegidos por un rosario de fortalezas, productos alimenticios y ganados, gentes e ideas, especias, colo- rantes, hierbas medicinales, granos, frutas, telas, paños y sobre todo seda, entre otras manufacturas artesanales. La riqueza y variedad de lugares de este itinerario granadino, determina una gran diversidad de aspectos que interesan al viajero, como la gastronomía (fundamentada en la riqueza agrícola de sus huertas, desarrolladas en época andalusí), la artesanía (rica y variada, herencia de la potente actividad gremial desde la Edad Media), las compras, las fiestas (muestran algunas de las más ge- nuinas facetas de la Andalucía tradicional, que tanto fascinara, por su autenticidad y pintoresquismo, a los románticos), el disfrute de la naturaleza o el cante fla- menco. Loja, Montefrío…, poseen monumentos asombrosos que, además, deben buena parte de sus vestigios a la herencia árabe. Hasta llegar a Granada definida exquisitamente por Víctor Hugo (1802-1885): «Sea próxima o lejana / española o sarracena / no hay una ciudad tan sólo / que a disputarse se atreva / con Granada, la bonita, / el premio de la belleza, / ni ninguna que despliegue / con más gracia y más risueña / más orientales des- tellos / bajo esfera más serena». También abundan los parajes naturales de primerísimo rango, como los cercanísimos del Torcal de Antequera: sin duda uno de los más espectacula- res de Andalucía. La erosión de las aguas, de los vientos y de los días ha la- brado caprichosas formas en la roca, inverosímiles equilibrios de piedra, tur- bantes o cabezotas de caliza flotando en la luz irreal del atardecer. La Laguna Salada de Fuente Piedra, la Laguna de la Ratosa, la Sierra de Loja y el Desfila- dero de los Infiernos, que tanto impresionó a Irving tras la pintura que una mesonera le realizara sobre estos Infiernos, en una sobremesa de venta, en- tre romances de contrabandistas, historias de salteadores y leyendas moris- cas. No debemos olvidar el techo de la Península Ibérica, localizado en Sierra Nevada, el Mulhacén que debe su nombre al penúltimo rey nazarí de Granada, Muley Hacen. Desde el punto de vista histórico, las ciudades amalgamadas por este cordón vial presentan soberbios estigmas de todas las civilizaciones históri- cas de Andalucía. Tam- bién de las prehistóricas como la llamada Peña de los Gitanos, cerca de Montefrío, donde existen dólmenes y tumbas mega- líticas. Historia, arte, naturaleza y también literatura, no en vano la Ruta está bautizada por un padrino de excepción, Washington Irving. Estas tierras inspi- raron su mente y su pluma, como la de otros muchos: la franja fronteriza fue el semillero de muchos romances de la conquista o de amores imposibles en- tre enemigos, con los que el Romancero inició sus balbuceos. Y esa vena po- pular le llegaría, siglos más tarde, a un hijo del terruño, Federico García Lorca. Emilio García Gómez comparaba la Ruta de Washington Irving, arrancando de la Andalucía baja de Frasquita Larrea y subiendo a la Sevilla de Fernán Ca- ballero, como el «camino francés» que desemboca en la Compostela del Após- tol como aquel otro andaluz en la Alhambra de Muhammad V. El del norte lo hicieron año tras año los peregrinos; el del sur estaba trazado con múltiples atajos o desviaciones pero lo descubrió Irving, que no iba a la caza de las ar- quitecturas sino de las literaturas. E 2 3
  • 3. «Es agreste y pintoresca, hallándose construida en la falda de una árida montaña. Las ruinas de un alcázar mo- ro coronan un rocoso montí- culo que se yergue en el cen- tro de la ciudad. El río Genil baña su pie…». Se comprende que Loja fuera «puerta y llave del reino granadino» para los Re- yes Católicos. Está enclavada entre dos sierras, en el extremo occidental de la vega granadina, donde el Genil asesta un tajo a las últimas estribaciones sub- béticas, formando el desfiladero de los Infiernos, antes de entrar en el embalse de Iznájar. El agua filtrada en la Sierra de Loja, al margen del cauce del Genil, hace brotar numerosos manantiales en fuentes centenarias, siempre frescas. El perfil de esta ciudad estratégica (no sólo militarmente: ha sido también de siempre un centro de mercado), con su alcazaba andalusí escoltada por campanarios cristianos sobre un mogote peñascoso, sigue pro- duciendo un golpe de efecto en la retina del viajero. Según el mito, habría sido fundada por el nieto de Noé, Túbal, con el nombre de Alfeia. Lo cierto es que los fenicios, que la llamaron Tricolia, le dieron auge comercial hacia el s. VIII a.C. Los roma- nos de Cneo Escipión cambiaron su nombre de Tricolia por el de Lascivis (lugar de muchas aguas y delicias); y los árabes transformaron éste en Medi- na Lawsa. Fueron precisamente los mu- sulmanes quienes le dieron verdadera dimensión urbana; ocupó lugar desta- cado en las guerras civiles del califato de Córdoba y posteriormente adquirió un carácter marcadamente militar, con la función de custodiar la Vega, antesa- la del reino nazarí. 5 Loja Vista general con la Iglesia de la Encarnación y al fondo la alcazaba
  • 4. Fernando el Católico la asedió en 1482, pero en vano; cercada de nuevo en 1486, logró final- mente su capitulación, acontecimiento que tuvo un gran eco psicológico en el avance de la con- quista. Más de 5.000 mu- sulmanes abandonaron la ciudad dirigiéndose a Gra- nada; la caída de ésta y de todo el reino nazarí estaba a punto, y así lo recogieron con júbilo los romanceros anónimos. La Alcazaba, centro militar y adminis- trativo de la urbe medieval, mantiene su perfil ruinoso desde los tiempos de Feli- pe II. Queda en ella buena parte de la cerca medieval, la torre Ochavada, un aljibe muy bien conservado y restos del edificio nuclear. Cuesta trabajo imagi- nar su aspecto cuando se consideraba prácticamente inaccesible. Arropando este perfil desmigajado, se yergue la torre de Santa María de la En- carnación, levantada sobre la mezquita medieval, con parte gótico-mudéjar, otra parte barroca y otra neoclásica, debida ésta a Ventura Rodríguez; la igle- sia de San Gabriel, uno de los más be- llos ejemplos de renacimiento granadi- no, obra de Diego de Siloé; y la iglesia de Santa Catalina, ss. XVI y XVII. Habría que mencionar además el con- vento de Santa Clara, y varias ermitas; el caserón de los Alcaides Cris- tianos, del s. XVII, junto a la Alcazaba, cuyo perfil urba- no refuerza y matiza; el pósito nuevo, del s. XVI, la Antigua Casa de Cabil- dos y el palacio de Nar- váez, construcción afrancesada del s. XIX, así como los jardines de Narváez, cortijo rural, en el paraje de Plines, con mo- biliario isabelino. Loja, que ya era presentada por al-Idrisi como importante nudo de co- municaciones, ha sabido mantener y cuidar una buena cantidad de usos y tradiciones. Habría que destacar las de orden gastronómico: sobreusa de habas, remojón de naranja, porra, gaz- pacho y los célebres roscos y huesos de santo. Pero también variedades del cante, como el fandango lojeño, o el trovo (existe un popular certamen fla- menco, llamado «la Volaera»). También cabe mencionar el Festival de Teatro, en verano, y los «incensarios» de Se- mana Santa. La cocina popular y las artes culinarias más elaboradas conviven en la oferta gastronómica de Loja. De modo especial, hay que señalar la importancia de la tru- cha que tiene su particular paraíso en el anejo de Riofrío unida a la reciente co- mercialización del esturión y su caviar, y la tradicional repostería artesana. 6 Interior de la Iglesia Mayor Fuente de los Veinticinco Caños Cascada de los Infiernos Los incensiarios de la Semana Santa Campanario de San Gabriel Iglesia de la Encarnación Iglesia de San Gabriel Campanario de San Gabriel Iglesia de la Encarnación Iglesia de San Gabriel
  • 5. El trayecto se dulcifica al de- jar los angostos desfiladeros de Loja y explayarse en el fe- raz valle del río Genil. La en- calada figura del pueblo de Huétor Tájar se vislumbra en- tre el verdor de arboledas, huertos y campos. Formada por dos núcleos de población que no llegaron a fusionarse hasta 1483, precisamente el mismo año en que vol- vía —una vez más— a ser devastada por el rey Fernando en sus escaramuzas de conquista. Ambas poblaciones cuentan con un antiguo origen: Huétor sería co- rrupción de un nombre romano y Tájar de uno árabe; Ibn al-Jatib la nombra Ta- rayat, de ahí Taxara, Táhara, Tájar. Conquistada definitivamente en 1497, si- guió viviendo en ella su población mo- risca y ha conservado como herencia una torre árabe —asfixiada ahora por el caserío— y, sobre to- do, el magnífico sistema de rega- dío de la Vega; don- de antes había more- ras y seda, hoy se cultivan, sobre todo, espárra- gos, protagonistas indiscutible de la gastronomía de Huétor Tájar, alcanzando en sus huertas una calidad insuperable y que se preparan de mil maneras, en tortilla, sopa, salsa… Para conocer en directo tan delicioso fruto, puede uno acercarse a alguna de las cooperativas que lo producen. En la misma plaza del ayuntamiento se sitúa la iglesia parroquial de Santa Isa- bel, con un hermoso campanario de la- drillo. Merece la pena deambular a ori- llas del Genil en dirección al barrio de la Esperanza por caminos entre huertas y vergeles refrescados por el rumor del río y las acequias. Huétor Tájar 9 Iglesia parroquial de Santa Isabel
  • 6. En su guía viajera, Richard Ford apunta que, a continua- ción de Loja, «pasando por un torrente de montañas llega- mos a la Venta de Cacín, y luego se abre ante nosotros como una tierra prometida la famosa Vega de Granada». El tramo de la Ruta continúa paralelo al Genil, al que se le unen las aguas del río Cacín. El camino transita ahora por el término de Moraleda de Zafayona, viejo partido rural recostado en los escalones de la meseta que crece hacia Alhama. Aquí se situaban los límites entre la tie- rra de Loja y la de Granada, en el Campo de Zafayona, o Campo de las Fuentes, del árabe Fa al-uyun, por donde discu- rría uno de los principales ramales que conectaban Málaga con la capital nazarí. Área con campos de labor en el valle y pastos ganaderos en las alturas, en épo- ca andalusí estuvo habitada por clanes árabes, al igual que los contornos, insta- lados en asentamientos dispersos que, tras la conquista y la repoblación, die- ron lugar a cortijos como los de Luján, la Duquesa o la Venta de Cacín. Ya en el s. XIX, la localidad contaba con un nú- cleo, germen de la población actual, for- mado por «80 cuevas que sirven de al- bergue al vecindario, hallándose cons- truidas en su base algunas casas…». La esbelta torre de la iglesia parroquial señala el corazón del casco urbano, que ocupa una loma descendente hasta las orillas del río Cacín. En los alrededores del pueblo es digno de mención el cerro de la Mora, antiguo poblado íbero-ro- mano cuya excavación ha deparado una amplia secuencia cultural que abarca desde el segundo milenio antes de nuestra era a la época medieval. Tam- bién destaca por su curiosidad el museo de automóviles antiguos. MoraledadeZafayona 10 Iglesia parroquial
  • 7. «Salimos de Vélez para Al- hammah, o las Termas, o Alhama, villa pequeña, con una mezquita muy bien situa- da y muy bien construida. Posee una fuente de agua ca- liente a la orilla de su río, y a la distancia de cerca de una milla de la población. Se ve allí una casa para los baños de los hombres y otra para los de las mujeres». Alhama se cuelga desde sus casas so- bre un barranco imponente. Su origen se pierde, como se suele decir, en la no- che de los tiempos. Íbera primero, des- pués fenicia, cartaginense más tarde, acogió a todas las culturas mediterrá- neas. Plinio la llamó Stici y los romanos Artigi, pero fueron los árabes quienes le dieron su nombre actual, al-hammam, aguas termales, o el baño. Se la disputaron moros y cristianos y fueron las tropas de los Reyes Católicos las que, en un golpe de audacia, la arre- bataron a los musulmanes en 1482. Cuen- tan los cronistas de la época que «murie- ron 800 moros y fueron presos 3.000, que dejaron un rico botín de oro y plata e aljófar, e sedas e alhajas e caballos e acémilas, e infinito trigo y cebada». De aquellos tiempos gloriosos todavía se conserva la torre vigía de Torresola- na, y el Pósito, que, situado en la plaza de Los Presos, es hoy uno de los edifi- cios más emblemáticos de la Alhama medieval. Fue, además, sinagoga en el s. XIII, convirtiéndose en el s. XVI en pó- sito, granero comunal de la población Pero donde más se conserva la impron- ta andalusí es, como su propio nombre indica, en el llamado barrio árabe, una AlhamadeGranada 13 Iglesia del Carmen, antiguo convento de carmelitas
  • 8. apretada muestra del urbanismo hispa- no-musulmán. Tras la iglesia mayor destaca la man- sión del s. XV, de estilo gótico-flamíge- ro denominada Casa de la Inquisición, con una impresionante fachada de can- tería rematada por una artística venta- na geminada. La Cárcel y el Hospital de la Reina son otros de los edificios públicos de las in- mediaciones de la plaza. Una ins- cripción, de 1674, en su facha- da nos recuerda su cons- trucción durante el reinado de Carlos II. Las influen- cias mudéjares, góticas y renacentistas son las combinaciones arquitec- tónicas del hospital inicia- do en 1485 y fundado como primer hospital de sangre del reino de Granada por los Reyes Católicos. La Iglesia del Carmen forma parte de un extinto convento de carmelitas, su obra va del sobrio clasicismo manierista al barroco más recargado. El templo es de planta rectangular, con techo de ar- madura de madera y capillas laterales; en sus portadas campean los escudos de la nobleza de Alhama, y cúpula sobre el crucero decorada con pinturas al fresco. Particular interés revisten el ca- marín de la Virgen, detrás del altar ma- yor, y la capilla de Jesús Nazareno, típi- cas realizaciones del barroco churrigue- resco granadino del s. XVIII. La poderosa torre de la Iglesia Mayor de Santa María de la Encarnación, esta- blecida probablemente sobre la mezqui- ta mayor, es el punto de referencia vi- sual de Alhama. Comenzada a fines del s. XV e inicios del XVI, su estructura ge- neral es gótica, con una sola nave de amplias proporciones bajo bóvedas es- trelladas de nervadura y potentes con- trafuertes al exterior. A la fábrica gótica del templo se añadieron después ele- mentos de estilo renacentista, como el coro y los cuerpos superiores de la to- rre, y el detalle renacentista de la porta- da meridional, antepuesta a la original de líneas góticas. El balneario local es de gran interés, aparece al final de una pintoresca gar- ganta rodeado de un paisaje de riscos, aguas y vegetación exuberante. El apro- vechamiento de sus aguas termales, in- dicadas para afecciones traumatológi- cas (reuma, artrosis, artritis…) y vías respiratorias, se remonta a los romanos. Sobre la obra de éstos construye- ron los musulmanes hacia el si- glo XII los magníficos baños que todavía perviven, con una hermosa sala central, donde surge el manantial con arcos de herradura y bóvedas esquifadas. La cocina de Alhama ofre- ce una excepcional calidad en las leguminosas de su comarca, sobre todo garban- zos, y en los derivados del cer- do. Entre pucheros, migas y otros guisos, destaca la olla jameña. Han de señalarse, además, la repostería, con los finos dulces de las monjas clarisas de San Diego. 15 Calle típica con la Iglesia Mayor de Santa María de la Encarnación al fondo Interior de los baños de Alhama Casa de la Inquisición Dulces de las monjas
  • 9. La potencia visual, la monu- mentalidad geográfica y ar- quitectónica de Montefrío se- ducen al recién llegado desde el primer instante. El casco del pueblo tiende una cinta blanca entre la peña con la iglesia de la Villa y el cerro del Calvario. La carretera enfila hacia el norte y co- mienza a ascender. Aparece de pronto, casi amenazante, Montefrío, encarama- da en una ola geológica que parece fue- ra a volcarla; uno de los perfiles más pintorescos, sin duda, de la geografía granadina. Fue rica ya en la antigüedad: el Mons Frigus de los latinos, Montefrid de los árabes, debió jalonar una ruta comer- cial desde Torre del Mar y Vélez-Málaga, pasando por Alhama y este lugar, hacia las campiñas y valle del Guadalquivir. El rey nazarí Ismail III fue coronado aquí por los Abencerrajes, y aquí permane- cieron siete años temerosos de volver a la corte granadina, donde reinaba Mo- hammed X (1445-1453). El rey Juan II ayudó a Ismail y a los Abencerrajes a si- tiar Granada; el astuto Mohammed lla- mó a estos últimos en embajada y los hizo degollar en la hoy llamada Sala de los Abencerrajes de la Alhambra. Ismail huyó a las Alpujarras donde más tarde sería proclamado rey de Granada con el nombre de Yusuf V. Montefrío sería tomada por los Reyes Católicos en 1486. Éstos levantaron, en- tre las murallas de la fortaleza árabe, que comprende un castillo y sus mura- llas donde permanecen todavía algunas torres, lienzos de la original muralla, el aljibe y diversos restos constuidos a me- diados del s. XIV, sobre cimientos ante- riores. La iglesia de la Villa es el monu- mento más llamativo de Montefrío por su emplaza- miento al Montefrío 17 Casas blancas de Montefrío y al fondo, sobre la peña, la Iglesia de la Villa
  • 10. filo de la peña; de estilo gótico-renacen- tista y edificada sobre una antigua mez- quita entre 1549 y 1570, atribuida a Die- go de Siloé asistido por Francisco Her- nández. Un heraldo de los Reyes donó el hospital de San Juan de los Reyes del s. XVI. Extramuros se levantó la impo- nente iglesia de San Antonio («la Pane- ra», por ocupar una fábrica de harina el antiguo convento franciscano), enclava- da en el cerro del Calvario con una fachada barroca a modo de re- tablo de piedra tallada, con amplia nave y bóveda. El Ayuntamiento está instala- do en una casa solariega de 1787 y el Pósito, un al- macén de granos labrado en 1795 de estilo neoclási- co. A este estilo pertenece también la iglesia de la En- carnación, un sólido, original y voluminoso edificio en sillería de planta central, llamada popularmen- te «la rotonda» importantísimo expo- nente del neoclasicismo andaluz, figu- rando entre los mejores proyectos que Ventura Rodríguez dejó por tierras gra- nadinas. En ella se venera a la patrona local, la Virgen de los Remedios. Al pie del mirador del castillo, las casas se incrustan en la roca y descienden por San Sebastián hasta la plaza de Es- paña, el centro urbano con el Ayunta- miento, la Casa de Oficios, armónico edificio de 1579, y la Encarnación. De aquí, largas calles onduladas llevan al altozano del otro extremo del pueblo, con la iglesia de San Antonio, en cuyas inmediaciones se encuentra el sobrio edificio neoclásico del Pósito. Los montuosos alrededores son ideales para el paseo y los deportes, en bici, a caballo, de escalada, etc. De sus rinco- nes de interés se señalan el puente ro- mano, aún en uso, a 1,5 km. hacia Algari- nejo, y, a unos 5 km. en dirección a Íllo- ra, el paraje de la Peña de los Gitanos, una extensa área de terrazas entre ro- quedales calizos donde se han excavado más de un centenar de enterramientos megalíticos y poblados, un extraordina- rio conjunto arqueológico. Aceite, gastronomía: el clima, los suelos y las variedades cultiva- das –predominan las picual, picuda y hojiblanca junto con algunas autóctonas– contri- buyen a la excepcional cali- dad del aceite de oliva vir- gen extra de Montefrío, cuyos olivares constituyen el principal capítulo de su agricultura. Además de esta rica grasa vegetal y los quesos, la gastronomía local depara un jugoso repertorio de recetas tradi- cionales, con platos como el choto con ajos, el relleno de carnaval, sesos al mojeteo, los potajes, tortillas de papas, espárragos y collejas, el remojón –ensa- lada de tomates y pimientos asados, naranja, cebolla, huevos y atún–, y hor- nazos, sin olvidar las especialidades de caza, la charcutería y la repostería, con bollos de manteca, de aceite con pasas, roscos de sartén, borrachuelos, cuajaos y pestiños. 19 Iglesia de la Encarnación Dolmen de la Peña de los Gitanos Iglesia de San Antonio Aceite virgen extra de Montefrío Vista general de Montefrío
  • 11. «El ojo derecho de Granada»: así se llamó a esta privilegia- da fortaleza asentada en un refajo de la Sierra de Para- panda y asomada a la Vega. Plinio la menciona como Ilur- co; pero fueron los suevos, visigodos y árabes, los naza- ríes en especial, quienes hi- cieron la potente fortaleza en torno a la cual fue cuajando el pueblo. El recorrido por los Montes Occidentales prosigue a lomos de la sierra de Para- panda hasta re- calar en Íllo- ra, asen- tada en su regazo. Ante la vista del viajero se despliega el multicolor paisaje de oliva- res, tierras de labor y huertas que des- cienden por la Vega del Genil; al fondo, a oriente, Sierra Nevada. El blanco caserío de Íllora se agarra a las laderas del peñón rocoso donde es- tuvo su germen. Si en los alrededores proliferan los hallazgos prehistóricos, en el casco urbano se han descubierto los restos de unas termas romanas que desvelan los antecedentes de una loca- lidad consolidada en época musulmana. Sus noticias se remontan a los ss. X y XI, cuando al-Udri la cita con el nombre de Illywra al referirse a la provincia de Elvira. Ubicada cerca de varios pasos entre el norte y la Vega, a partir del s. XIII se convirtió en uno de los princi- pales baluartes de la frontera nazarí, en primera línea tras la caída de Alcalá la Real en 1341. Íllora 20 Vista general con la iglesia de la Encarnación y el cerro con los restos del castillo
  • 12. Illywra reforzó en esos tiempos su fiso- nomía de villa fortificada con castillo, recinto amurallado y arrabales, mere- ciendo el sobrenombre de «ojo derecho de Granada» por su importancia como enclave defensivo. Protagonista de in- cesantes hechos de armas, fue conquis- tada por los Reyes Católicos en la pri- mavera de 1486. Con motivo de esta conquista, el cronista Hernando del Pul- gar la describe con las siguientes pala- bras: «Esta villa está puesta en un valle donde hay una vega muy extendida, y en aquel valle está una peña alta que señorea todo el circuito; y en lo alto de aquella peña está fundada la villa, de fuertes torres e muros…». Después de sitiarla y atacar los arraba- les, el cañoneo de dieciocho lombar- das decidió la capitulación de los musulmanes, que salieron ca- mino de Granada. Su primer alcaide fue Gonzalo Fernán- dez de Córdoba, el Gran Ca- pitán, del que se conservan los restos de su mansión con su escudo de armas en la fachada. En su nueva eta- pa, Íllora fue una de las Siete Villas que servían de granero y despensa de la capital; poco a poco, mientras el cerro de la villa se despoblaba, crecía a sus pies el nú- cleo de la población actual, en torno a la plaza y la iglesia. En la elevación rocosa que sobresale en medio del pueblo aparecen las fortifica- ciones de la villa medieval el castillo y murallas, obra musulmana con elemen- tos califales y taifas, de los ss. X y XI, re- vestidos por las reformas del s. XIV de los nazaríes, que le dieron su configura- ción definitiva. En la cúspide se distin- guen las torres del castillo, los «dientes de la vieja», y más abajo, los vestigios de otros dos recintos amurallados que protegían el área, hoy despoblada, por donde se hallaba la mezquita aljama. La iglesia de la Encarnación constituye una espléndida muestra de la arquitec- tura de transición del gótico al renaci- miento, que predomina en los templos levantados después de la conquista en la comarca de los Montes. Proyectada por Diego de Siloé con la intervención de su discípulo Juan de Maeda y otros maestros, se construyó básicamente entre 1542 y 1573, empleándose piedra «almendrilla», de tono tostado, extrai- da de los pagos cercanos. Es un edificio de rotunda volumetría, una sencilla y monumental estructura de proporcio- nes renacentistas, con un sólido cam- panario y elegantes portadas con es- culturas clasicistas de Diego de Pes- quera. El interior presenta una nave de notable amplitud con bóvedas de cru- cería, pilastras adosadas y capillas late- rales, por donde se distribuyen dos me- 22 ritorios retablos barrocos, pinturas –como la Virgen con el Niño, cercana al estilo de Alonso Cano–, imágenes y pie- zas de orfebrería, así como enseres y reliquias del culto a San Rogelio, pa- trón de la villa. La plaza de San Rogelio es el punto de encuentro tradicional de Íllora, con la voluminosa iglesia parroquial, que do- mina el centro del pueblo, y el antiguo ayuntamiento, habilitado para museo de historia local. A su espalda se eleva el accidentado peñasco con las ruinas de las murallas y el castillo, arran- cando del mismo caserío; en- trando por la calle Almeni- llas, se encuentra una de las puertas más añejas de la fortaleza, del s. X. Las calles Real, de la Cárcel, la cuesta del Pi- lar Alto, articulan las principales vías de un casco urbano donde lla- man la atención algunas casonas y el nuevo ayun- tamiento, en el antiguo con- vento franciscano de la orden de San Pedro Alcántara. El término ofrece paisajes de indudable interés. Aún se observan los restos de la atalaya de la Mesa, hacia Alcalá la Real, y de las torres de Tocón y la En- cantada, en Brácana. Excelentes vistas panorámicas se obtienen a lo largo de la carretera de Montefrío, que sube por las sierras de Parapanda y Pelada. La de Parapanda, con sus 1.604 m. de altitud, ocupa un lugar destacado en la vi- da de la Vega, considerándose su barómetro, de ahí el di- cho «cuando Parapanda tiene montera, llueve aunque Dios no quiera». Mención especial mere- cen el paraje del molino del Rey, en la zona del Soto de Roma, con un espectacular acueducto de principios del s. XIX, y el núcleo de Alomartes, con su iglesia neoclásica del XVIII, sus mesones y el molino de la Torre, uno de los mejores ejemplos conservados de molinos hi- dráulicos tradicionales. Bien vale dete- nerse aquí y echar un rato de conversa- ción arrullado por los rumores de la co- rriente del agua. 23 Fachada porticada del molino de la Torre Torre de la iglesia de la Encarnación Calle típica Portada con relieve escultórico Iglesia de la Encarnación
  • 13. «En este pueblo tuve mi pri- mer ensueño de lejanía. En es- te pueblo yo seré tierra y flo- res». Federico García Lorca na- cía el 5 de junio de 1898 en la casa de la maestra del pueblo, doña Vicenta Lorca, su madre. Estas tierras formaron parte del Sitio Real que la Corona se reservó después de la conquista, con densos bosques y plantíos donde se construyó una Casa Real. Tras varias vicisitudes, en 1813 el Soto de Roma fue cedido al duque de Wellington como recompensa por los servicios prestados durante la guerra de Independencia. La plaza del ayuntamiento es el centro del que irradian las princi- pales vías que estructuran el casco urbano de Fuente Va- queros: la avenida de Anda- lucía, al este, la avenida del Genil, que baja hasta el río, el paseo del Prado, con el mo- numento a Gar- cía Lorca de Ca- yetano Aníbal, que se prolonga hacia el norte por el paseo de la Reina. Aquí se sitúa un lugar de peregrinación obliga- da para el viajero de esta Ruta: la Casa- Museo de Federico García Lorca, donde nació el poeta un 5 de junio de 1898. Restaurada con gusto y acierto, sus ha- bitaciones evocan el ambiente de su ju- ventud en la decoración y mobiliario, mientras en la planta primera, que fue granero, se dispone una sala para expo- siciones y actos culturales. Los alrede- dores, punteados de cortijos, con los anejos de la Paz, con su sencilla ermita, y Pedro Ruiz, invitan también a la poéti- ca magia de un paseo por la Vega entre umbrosas choperas y parcelas verdean- tes, arrulladas por el eterno fluir de las acequias. Fuente Vaqueros 25 Patio y fachada de la casa natal de Federico García Lorca Iglesia de la Paz
  • 14. 27 Iglesia parroquial En el siglo XIV el lojeño Ibn al-Jatib menciona ya el lugar, transcrito como Yay´yana. Más documentada está una fortaleza de su término, la torre de Roma, a la que debió acogerse la población en los convulsos momentos finales del medievo. En plena Vega del Genil, la vinculación de Chauchina con su feraz entorno es tal que hay quien sostiene que su deno- minación deriva del vocablo latino san- cius, corrupción de salix, sauce, dada su abundante presencia en la vegetación natural de ribera. En todo caso, sí se ha demostrado la remota presencia huma- na en la zona gracias al hallazgo de di- versos restos –cerámicas, útiles, mone- das– cuya cronología abarca desde el neolítico a época ibérica. El poblamien- to se consolidó, sin embargo, en el pe- ríodo musulmán. En la le- gendaria torre de Roma, que prestó su nombre al Soto de Roma –vergel que, en palabras de Washington Irving, «era un retiro fundado por el conde Julián para consuelo de su hija Florinda»–, prota- gonizó diversos hechos de armas. El centro del pueblo oscila entre la pla- za del Ayuntamiento y la iglesia parro- quial, un edificio iniciado a fines del s. XV que aún conserva el campanario de la obra primitiva. A su lado llama la atención «la Peana», fragmento de una columna extraída de las canteras de Lo- ja destinada al palacio de Carlos V de la Alhambra. Particular atractivo tiene la histórica Torre de Roma, baluarte de- fensivo nazarí del s. XV. Chauchina
  • 15. 28 La villa, fundada en 1491, sir- vió de cuartel a los Reyes Ca- tólicos durante el asedio a la ciudad. Fue trazada a cordel, con planta rectangular y una puerta en cada lado. Santa Fe sirvió de sede exclusiva de la corte de los Reyes Católicos, simultane- ando este papel con Granada hasta la partida de los reyes en mayo de dicho año, convirtiéndose durante meses en un escenario histórico privilegiado. En la modesta Casa Real de la ciudad se fir- maron el 25 de noviembre de 1491 las capitulaciones entre el rey Boabdil e Isabel y Fernando en las que acordaban la entrega del reino nazarita y se deta- llaba el futuro de sus pobladores. Asi- mismo, en su recinto se llevaron a cabo las decisivas conversaciones con Cristó- bal Colón que condujeron a las capitula- ciones con el almirante, firmadas «en Sancta Fee a diez y siete de abril de mill y quatrocientos noventa e dos años…», hito angular que llevaría al descubri- miento de América y a una nueva época marcada por la apertura de relaciones. Al dejarla los reyes, fue nombrado alcai- de don Francisco de Bobadilla, siguien- do la villa una historia pausada, inmersa en las faenas agrícolas propias de una localidad de la Vega, sacudida tan sólo en 1806 por un violento terremoto que le causó graves daños. El propio casco urbano de Santa Fe constituye en sí mismo un objeto de vi- sita, en el sector correspondiente al es- tablecimiento original realizado en 1491. La construcción de la vi- lla efectuada ‘ex novo’ por mandato de los Reyes Católicos fue encomendada a Santa Fe Iglesia parroquial de la Encarnación
  • 16. las ciudades de Se- villa, Jerez, Cór- doba y Andújar, a cuyos conce- jos se les asig- nó cada uno de los cuatro cuar- teles en que que- dó dividida. Su planta adoptó el mo- delo castrense de Briviesca, sobre un solar rectangular con calles trazadas a cordel cortándose perpendicularmente, rodeándose de foso, muros, torres y ba- luartes de defensa. Cuentan las cróni- cas que en su ejecución se invirtieron ochenta días. En el centro de la retícula urbana se emplazaron los edificios pú- blicos, la Casa Real, la parroquia y, en sus inmediaciones, un hospital, la al- hóndiga y otros. En la actualidad, a un lado de la plaza de España, en el solar de la Casa Real, se ubica la casa del pá- rroco, que la sustituyó en el s. XVIII. En- frente se alza el pósito, el granero co- munal, fundado por Carlos III. En el flan- co oriental de la plaza aparece el Ayun- tamiento, levantado en 1923 en estilo neomudéjar, con fachada de ladrillo y emblemas de azulejería de los países hispanoamericanos. Los dos ejes centrales que articulan el casco histórico terminan en cuatro puertas monumentales. Son éstas las de Granada, al este, Sevilla, al sur, Jaén, al norte y Loja, al oeste. La de Loja fue realizada en 1652, mientras las otras tres obedecen a esquemas del s. XVIII, alojando sobre el hueco de paso central sendas capillas. La Iglesia Parroquial: bajo la advoca- ción de Nuestra Señora de la Encarna- ción, el templo primitivo fue sustituido en el s. XVIII por la monumental obra neoclásica que hoy se contempla. Fue concebida por el arquitecto Domingo Lois de Monteagudo, con el asesora- miento de Ventura Rodríguez, y dirigida por Francisco Quintillán, concluyéndose en 1785. Es de planta de cruz latina con cúpula en el crucero, y una elegante ca- pilla del Sagrario, hoy baptisterio. Des- taca su imponente fachada con dos to- rres ochavadas y diversos elementos alusivos al tiempo de su fundación. La visita al casco histórico, con sus edi- ficios y monumentos, y el paseo por al- gunos puntos de interés inmediato, co- mo la ermita de los Gallegos o del Se- ñor de la Salud, y el barroco convento de los Agustinos, completan un atracti- vo itinerario. Más allá quedan las fera- ces tierras de la vega, regadas por el curso del Genil y una multitud de ace- quias que recorren los densos campos de cultivos intensivos, maizales, chope- ras, huertas, punteadas de caserías y secaderos de tabaco. La gastronomía local se basa en las ex- celentes verduras y frutas de las huer- tas de la vega. Gran arraigo tienen los platos elaborados con tomillo y hierbas aromáticas, así como el dulce emblemá- tico de Santa Fe, los piononos. De sus artesanías, cabe citar la taxidermia, to- davía presente en algún taller. 30 Puerta de LojaRetrato de Isabel la Católica Escudo de Santa Fe Plato elaborado con tomillo
  • 17. 33 Washington Irving, en sus cé- lebres Cuentos de la Alham- bra, deja patente sus impre- siones en las líneas que escri- biera al salir de Granada en 1829: «pude ahora compren- der en parte los sentimientos del infortunado Boabdil cuan- do se despidió del paraíso que dejaba tras de sí…». Los anhelos del viajero se colman ple- namente al culminar la Ruta y vislum- brar la capital, como les sucediera a los viajeros románticos hace dos siglos. Su denso pasado no es ajeno a este irresis- tible magnetismo. Todo empezó en el pequeño poblado ibérico de Ilibe- ris, que prosperó en época romana y visigoda con el nombre de El- vira. Tras la llegada de los musulmanes, el enclave creció hasta convertirse en el s. XI en un principado de al-Andalus. La dinastía berebere de los ziríes rigió sus destinos sucumbien- do ante el imperio norteafricano de los almorávides, que tuvieron en Garnata uno de sus principales puntos de apoyo hasta su ocaso en la primera mitad del s. XIII. Es entonces cuando Granada ad- quiere gracias a Muhammad Ibn al-Ahma su singularidad, alumbrando una brillan- te etapa de esplendor artístico y cultu- ral, cuajado de sucesos que habrían de subyugar la imaginación de los román- ticos hasta 1492, convirtiéndola los Re- yes Católicos en cristiana, proliferando iglesias, monasterios, palacios y otros edificios que sumaron al legado anda- lusí un majestuoso conjunto de arte gótico, renacentista y barroco. En el s. XIX, los Granada Casa morisca
  • 18. viajeros románticos airearon a los cua- tro vientos su «descubrimiento» y la elevaron a la categoría de paraíso, atra- yendo desde entonces a un torrente de visitantes. A continuación se propone una breve serie de paseos que evocan las huellas del protagonista de la Ruta, Washington Irving, y los rincones favoritos de los románticos. Según el itinerario habi- tual de los viajeros de antaño ve- nidos por el camino de Santa Fe resalta el Hospital Real manda- do construir por los Reyes Ca- tólicos y erigido en el s. XVI, en el que destaca un delicioso claustro renacentista. Conti- nuando hacia el centro por la Gran Vía, principal arteria de Granada, has- ta recalar en el Corral del Carbón, la antigua Alhóndiga Yidida, obra nazarí de mediados del s. XIV con una primo- rosa portada con arco de herradura y patio porticado. En sus inmediaciones se sitúan la plaza del Carmen, con el Ayuntamiento, y la encrucijada de Puerta Real, así como la enrevesada trama de calles y plazas rebosantes de sabor y actividad como la plaza Bib- Rambla, la calle del Zacatín, la Alcaice- ría, la calle Oficios, la plaza del Cabildo, aquí se yergue la Madraza, el centro de estudios fundado por Yusuf I en 1349, dedicada a la teología, filosofía, medicina, matemáticas y otros saberes. Enfrente, al costado de la Catedral y en el lugar que ocupaba la mezquita, están la Lonja y la Capilla Real, símbolo de los Reyes Católicos en la ciudad que con- quistaron, encontrándose su panteón, obra señera del s. XVI. Al lado de la Ca- pilla crece el cuerpo de la Catedral, grandioso templo renacentista donde participó Diego de Siloé y remató con la fachada barroca Alonso Cano. En los al- rededores de la catedral se desgrana una sucesión de agradables barrios con reductos llenos de recuerdos románti- cos, como la casa de Eugenia de Montijo de la calle Gracia e innumerables refe- rencias monumentales, desde la Iglesia de los santos Justo y Pastor, a San Juan de Dios, pieza magistral del barroco, y San Jerónimo. Después del callejeo por el cen- tro, Irving se dirige de inmedia- to a la Alhambra, ‘sancta sanc- torum’ del viajero romántico. Tras cruzar la plaza de Isabel la Católica y Plaza Nueva, flanqueada por la armónica fachada de la Chanci- llería edificada en 1531, subimos por la calle de los Gomeres, nombre de una fa- milia mora famosa en crónicas y roman- ces, hasta la Puerta de las Granadas. So- bre un espolón al sur sobresale el castillo de Torres Bermejas, que remonta su ori- gen al s. XI; adelante trepan los empina- dos senderos a través del bosque entre murmullos de acequias hasta el pilar de Carlos V y la puerta de la Justicia, man- dada edificar por Yusuf I en 1348. Ostenta en su fachada la mano de Fátima, talis- mán de los musulmanes alusivo a los preceptos coránicos, y la llave, emblema del poder de la fe usado con frecuencia por los nazaríes. Al fin, la Alhambra, del árabe ‘al-hamra’, la roja, «Como siempre, el sol poniente derramaba un melancóli- co fulgor sobre las rojizas torres de la Al- hambra…» W. Irving, frente al Albayzín. A lo largo de los ss. XIII y XIV, sus suceso- res, en especial Yusuf I y Muhammad V, continuaron la labor constructiva, aña- 34 35 diendo murallas, torres, puertas, mezqui- tas, palacios y jardines, hasta completar el más extenso complejo militar y palati- no del orbe musulmán. Tras el pasadizo en recodo de la Puerta de la Justicia, una rampa lleva a la puerta del Vino, muestra del refina- miento de la arquitectura nazarí. A su lado se abre la plaza de los Aljibes y el palacio de Carlos V, majuestuoso edifi- cio del renacimiento pleno, trazado por Pedro Machuca a comienzos del XVI, con un patio porticado circular que se ins- cribe en la planta cuadrada. La Alcazaba, levantada a mediados del s. XIII, consta de un fuerte perímetro amurallado, patio de armas, barrio cas- trense y varias torres, como la del Ho- menaje, primera residencia regia, de las Armas, sobre una puerta, y de la Vela, o de la Campana, la más adelantada, inme- jorable mirador sobre Granada y la Vega. En la Casa Real Vieja se instala una su- cesión de núcleos palatinos como el Mexuar, lugar de reunión de la Sura (Consejo de ministros), con un oratorio y el Cuarto Dorado, en cuyo patio el Sultán recibía a sus súbditos, con una rica fachada con yeserías mandada ha- cer en 1370 por Muhammad V. Flanquea el paso al patio de los Arrayanes o de la Alberca, manso estanque que refleja la torre de Comares, sede del fabuloso salón de Embajadores, bajo la simbólica armadura que representa los siete cie- los que llevan a Allah, en uno de los es- pacios más importantes de todo el re- cinto. A continuación se halla el palacio de los Leones, distribuido en torno a un patio con una galería con 124 columnas de mármol y una fuente sobre 12 leones. Al sur, la sala de los Abencerrajes, don- de se cuenta que perecieron los nota- bles de este clan, bajo fastuosa bóveda de mocárabes; al norte, la sala de las dos Hermanas y el mirador de Lindara- ja, que asoma a un jardincillo junto a los apartamentos de Carlos V, sector donde se alojó Washington Irving durante su estancia en Granada, y cerca del toca- dor de la Reina, privilegiado mirador Balcón de la Madraza La Alhambra Fachada de la Capilla Real Retrato de Washington Irving Patio del Corral del Carbón
  • 19. hacia el Albayzín; entre Comares y los Leones, los Baños Reales; al este, la lu- josa sala de los Reyes, ámbito de re- cepciones y banquetes. El palacio del Partal, el más antiguo, edificado a prin- cipios del s. XIV, con la torre de las Da- mas, y el Oratorio, alrededor todos del estanque central. Varias torres, como las de la Cautiva y de las Infantas se su- ceden camino del Ge- neralife, el palacio de verano construido entre fines del XIII y comienzos del XIV que re- crea un paradisíaco universo de verdor y agua, con una espléndida residencia entre jardines y huertas. El descenso del hechizante «palacio en- cantado» de la Alhambra conduce al pa- seante a otros rincones no menos ro- mánticos. Desde Plaza Nueva, con el pórtico de la iglesia de Santa Ana, sín- tesis de renacimiento y mudéjar, sube la carrera del Darro; junto al río encauza- do se alinean el Bañuelo, los baños ára- bes del Nogal, el convento de santa Ca- talina y la casa de Zafra, la casa de Cas- tril, sede del Museo Arqueológico, y la iglesia de san Pedro y Pablo, hasta el paseo de los Tristes. Río arriba se inter- na una senda entre sotos y arboledas, rumbo a la fuente del Avellano, reposa- do enclave de resonancias literarias donde acostumbraban a reunirse escri- tores y artistas granadinos. En el barrio del Albayzín, que se alza sobre la colina que bordea la margen derecha del Da- rro y salpicado de miradores y cipreses, cuestas, callejas empedradas y plazue- las con aljibes, de casas y cármenes –las residencias de recreo con jardines ate- rrazados tan del gusto nazarí–, de igle- sias que fueron mezquitas, de conven- tos, murallas y puertas, de esquinas, ta- lleres artesanos y tabernas de ambiente popular, se descubren las más genuinas esencias granadinas. Entre palacios y casas andalusíes, la cuesta del Chapiz remonta las laderas, dejando a un lado el camino del Sacromonte, el cerro con la abadía y el fa- moso barrio gitano de cuevas, escapara- te del tipismo folclóri- co y costumbrista que tanto apreciaron los románti- cos. Un reguero de lugares de interés jalonan el paseo por el Albayzín, como la iglesia de San Juan de los Reyes y la del Salvador, en la parte alta, que pre- serva el patio de abluciones de la mez- quita mayor del barrio. En la cúspide se yergue la Iglesia de San Nicolás, con su plaza, su aljibe y su mirador desde don- de se presencian los «más bellos atarde- 36 ceres del mundo…», mientras en sus cer- canías se suceden el arco de las Pesas, el convento de Santa Isabel la Real y el palacio de Daralhorra, la refinada «casa de la sultana» construida en el s. XV en el recinto de la antigua alcazaba de los reyes ziríes del s. XI. Hacia el oeste y el norte bajan las calles, como la pintores- ca de la Calderería, hasta encontrar la línea de la vieja muralla urbana, señala- da por la formidable puerta de Elvira, de factura nazarí, la puerta de Monaita y las murallas de la cuesta de Alhacaba, que delimitaban el perímetro de la alcazaba zirí. San Cristóbal y San Miguel Alto, con sus iglesias y sus es- pectaculares miradores, coronan, por último, las alturas al oeste y al norte del Albayzín y la Alhambra. Tomando la Alhambra como eje central para estos paseos por Granada, se pro- longan ahora hacia el sur y el este, por los barrios del Mauror, que fue judería, y la Antequeruela, dulces vericuetos embellecidos por el carmen de la funda- ción Rodríguez Acosta, la casa museo del compositor Manuel de Falla, el Audi- torio y el carmen de los Mártires, don- de se respira una vez más la celestial placidez de los jardines granadinos. Más abajo se extienden el campo del Prínci- pe, un abierto y acogedor espacio de reunión, y el barrio del Realejo hasta el Campillo Bajo. Palacios, como la casa de los Tiros y la casa del Padre Suárez, iglesias como la de Santo Domingo, en- claves como la plaza de Mariana Pineda, de directa alusión romántica, y el cuar- to Real de Santo Domingo, o Palacio de Almanxarra, restos de una residencia real nazarí, son algunos de sus hitos de mayor relevancia. La carrera del Genil, presidida por las puntiagudas torres de la barroca Iglesia de las Angustias, pa- trona de la ciudad, se deselvuelve has- ta el paseo del Salón y el cauce del río Genil. En la orilla izquierda, por el pa- seo del Violón, surgen dos recordato- rios finales: la ermita de San Sebastián, antiguo morabito u oratorio musulmán, a extramuros de la ciudad, una obra de fina albañilería, y el Alcá- zar del Genil, el suntuoso palacete ro- deado de albercas y huertos que perte- neció a las reinas nazaríes, con exquisi- tas salas recubiertas de delicadas yese- rías e inscripciones. La ciudad es todavía un importante cen- tro artesano des- tacando en las la- bores de madera — como la taracea—, cerámica, metal, joyería, piedra y vi- drio. En la alfarería y la cerámica tam- bién se mantiene la herencia tradicional en todas sus variedades, distinguiéndo- se la cerámica de inspiración andalusí, la de reflejos metálicos, la de cuerda se- ca, y la granadina o de Fajalauza. El fascinante recorrido por la ciudad se completa con el monasterio de la Cartu- ja y la lorquiana huerta de San Vicente. Aguas arriba del Genil, por la carretera de Sierra Nevada, Solair o «montañas de la nieve», se llega al techo de la Penín- sula Ibérica, dominado por la cima de 3.482 metros del pico Mulhacén. Hace más de un siglo y medio, Richard Ford no dudó en recomendar esta excursión: «El amante del paisaje alpino debiera, por todos los medios a su alcance, ascender a Sierra Nevada…». 37 Iglesia de San Cristóbal Cerámica Sierra Nevada con Granada a los pies Patio de la Iglesia del Salvador Baile con la Alhambra al fondo Muralla zirí San Cecilio