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Marilda Villela Iamamoto. 
Servicio Social en tiempo de capital fetiche. Capital financiero, 
trabajo y cuestión social. 
2da. Edición. Cortez Editora. San Pablo, 2008. 
Traducción: Lic. Juliana Andora, Mg. Silvina Cavalleri 
Capítulo II. Capital fetiche, cuestión social1 y Servicio Social. 
Tem verdade 
Que se carece de aprender, 
Do encoberto, 
E que ninguém nao ensina: 
O beco para a liberdade se fazer. 
Guimaraes Rosa*2 
El propósito de este capítulo es establecer orientaciones que permitan delinear 
las nuevas determinaciones que inciden en el capital financiero en el actual contexto 
de mundialización de la economía3, teniendo en vista resaltar las determinaciones 
históricas que redimensionan la cuestión social en la escena contemporánea y sus 
particularidades en Brasil. El trae también el debate sobre el tema en el universo 
profesional y estrategias de su enfrentamiento en los cuadros de las fuerzas sociales 
que inciden en las políticas gubernamentales. 
La estructuración de la economía capitalista mundial, después de la Guerra 
Fría y en el inicio del siglo XXI, sobre la hegemonía del imperio norteamericano, sufre 
profundas mudanzas en su conformación. La efectiva mundialización de la “sociedad 
global” es accionada por los grandes grupos industriales transnacionales articulados al 
mundo de las finanzas. Este tiene como soporte las instituciones financieras que 
1 Cursivas de la autora. 
2 Rosa, G. Grande sertão: veredas. In: João Guimarães Rosa. Ficción completa en dos 
volúmenes, v. II. Río de Janeiro: Nova Aguilar, 1994, p. 197. 
3 El presente texto se encuentra apoyado en los análisis de Chesnais (1996; 1999; 2001); 
Chesnais y Duménil y Levy y Wallerstein (2003); Husson (1999); Harvey (1993; 2004; 2005a; 
2005b); Wallerstein (2002); y Mandel (1985), Petras (2002) y Anderson (1995; 2002). El 
propósito aquí es bastante limitado: apenas indicar algunas líneas-fuerza de la financierización 
de la economía mundial- cuya profundización escapa el alcance de este trabajo- para identificar 
los nuevos determinantes de de la producción y reproducción de la cuestión social en la 
actualidad. 
1
pasan a operar con el capital que rinde réditos (bancos, compañías de seguros, fondos 
de pensión, fondos mutuos y sociedades financieras de inversión), apoyadas en la 
deuda pública y en el mercado accionario de las empresas. Ese proceso impulsado 
por los organismos multilaterales captura los Estados nacionales y el espacio mundial, 
atribuyendo un carácter cosmopolita a la producción y consumo de todos los países; y, 
simultáneamente, radicaliza el desarrollo desigual y combinado, que estructura las 
relaciones de dependencia entre naciones en el escenario internacional. El capital 
financiero asume el comando del proceso de acumulación y, mediante inéditos 
procesos sociales, envuelve la economía y la sociedad, la política y la cultura, 
marcando profundamente las formas de sociabilidad y el juego de las fuerzas sociales. 
Lo que es oscurecido en esa nueva dinámica del capital es su opuesto: el universo del 
trabajo –las clases trabajadoras y sus luchas-, que crea riqueza para otros, 
experimentando la radicalización de los procesos de explotación y expropiación. Las 
necesidades sociales de las mayorías, la lucha de los trabajadores organizados por el 
reconocimiento de sus derechos y sus refracciones en las políticas públicas, arenas 
privilegiadas del ejercicio de la profesión, sufren una amplia regresión en la 
prevalencia del neoliberalismo, en favor de la economía política del capital. En otros 
términos, se tiene el reino del capital fetiche en la plenitud de su desarrollo y 
alienación. 
En este nuevo momento de desarrollo del capital, la inserción de los países 
“periféricos” en la división internacional del trabajo carga las marcas históricas 
persistentes que presidieron su formación y desarrollo, las cuales se actualizan 
redimensionadas en el presente. Esas nuevas condiciones históricas metamorfosean 
la cuestión social inherente al proceso de acumulación capitalista complejizándola con 
nuevas determinaciones y relaciones sociales históricamente producidas, e imponen el 
desafío de elucidar su significado social en el presente. En este capítulo se retoma la 
profesionalización del Servicio Social en el ámbito de la división social y técnica del 
trabajo en sus vínculos con la cuestión social. Se dialoga con diferentes 
interpretaciones sobre el tema, presentes en el universo académico y profesional del 
Servicio Social, con énfasis en los debates recientes de mayor incidencia en la 
literatura especializada: la producción francesa (especialmente Robert Castel y Pierre 
Rosanvallon) y parte representativa de ese debate en el universo del Servicio Social 
en el País. Finalmente son identificadas estrategias presentes en la arena política 
como respuestas a la radicalización de la cuestión social en la sociedad brasileña. 
2
1. Mundialización de la economía, capital financiero y cuestión social 
La mundialización de la economía está anclada en los grupos industriales 
transnacionales, resultantes de procesos de fusiones y adquisiciones de empresas 
en un contexto de desregulación y liberalización de la economía. Esos grupos 
asumen formas cada vez más concentradas y centralizadas del capital industrial y 
se encuentran en el centro de la acumulación. Las empresas industriales se 
asocian a las instituciones financieras (bancos, compañías de seguros, fondos de 
pensión, sociedades financieras de inversiones colectivas y fondos mutuos), que 
pasan a comandar el conjunto de la acumulación, configurando un modo 
específico de dominación social y política del capitalismo, con el soporte de los 
Estados Nacionales. 
Los inversores financieros institucionales, por medio de las operaciones 
realizadas en el mercado financiero, se tornan, en la sombra, propietarios 
accionarios de las empresas transnacionales y pasan a actuar independientemente 
de ellas. Interfieren en el nivel y en el ritmo de las inversiones de las empresas –en 
la creación de nuevas capacidades de producción y en la extensión de las 
relaciones sociales capitalistas volcadas a la extracción de plusvalía-, en la 
distribución de sus recetas y en la definición de las formas de empleo asalariado, 
en la gestión de la fuerza de trabajo y en el perfil del mercado de trabajo. 
Como recuerda Husson (1999:99), el proceso de financierización indica un 
modo de estructuración de la economía mundial. No se reduce a la mera 
preferencia del capital por aplicaciones financieras especulativas en detrimento de 
aplicaciones productivas4. El discurso de la “economía de casino”, es prisionero del 
fetiche de las finanzas, como si fuese posible fructificar una masa de rendimientos 
independiente de la producción directa. El fetichismo de los mercados financieros, 
que presenta las finanzas como potencias autónomas frente a las sociedades 
nacionales, esconde el funcionamiento y la dominación operada por el capital 
transnacional e inversores financieros, que actúan mediante el efectivo respaldo de 
los Estados nacionales sobre la orientación de los organismos internacionales, 
portavoces del gran capital financiero y de las grandes potencias internacionales. 
4 “Del punto de vista teórico, es crucial ligar el proceso de financierización a su base material y 
evitar hacer como si la economía se tornase de cierto modo `virtual´. Solo esa articulación 
permite comprender como se puede conducir una política de austeridad salarial sin naufragar 
en una crisis crónica sin salidas y porque también el ascenso del desempleo es indisociable de 
los rendimientos financieros. ” (Husson, 1999: 101) 
3
La esfera estricta de las finanzas, por si misma, nada crea. Se nutre de la 
riqueza creada por la inversión capitalista productiva y por la movilización de la 
fuerza de trabajo en su ámbito, aunque aparezca de una forma fetichizada, como 
ya se ha anteriormente elucidado. En esa esfera, el capital aparece como si fuese 
capaz de crear “huevos de oro”, esto es, como si el capital-dinero tuviese el poder 
de generar más dinero en el circuito cerrado de las finanzas, independiente de la 
retención que hace de los lucros y de los salarios creados en la producción. El 
fetichismo de las finanzas solo es operante si existe producción de riquezas, 
aunque las finanzas minen sus bases al absorber parte sustancial del valor 
producido. 
Es sobre los grupos industriales que reposa la actividad de valorización del capital en la 
industria, los servicios, el sector energético y la gran agricultura, de la cual depende tanto la 
existencia material de las sociedades en las cuales campesinos y artesanos fueron casi 
totalmente destruidos cuanto la extracción de plusvalía destinada a pasar a manos de los 
capitales financieros (Chesnais, 2001: 20) 
Esa dominación es impensable sin la intervención política y el apoyo efectivo 
de los Estados nacionales, pues solo en la vulgata neoliberal el Estado es externo 
a los “mercados”5. El triunfo de los mercados es inconcebible sin la activa 
intervención de las instancias políticas de los Estados nacionales, con base en los 
tratados internacionales como el Consenso de Washington, el Tratado de 
Marrakech, que crea la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Acuerdo de 
Libre Comercio Americano (ALCA), y el Tratado de Maastricht, que crea la 
“unificación” europea. Esto es, se establece el cuadro jurídico y político de la 
liberalización y de la privatización, por los agentes financieros, del conjunto de los 
países de la Unión Europea. El espacio mundial se torna espacio del capital6, que 
se hace totalidad, elemento de diferenciación al interior de una unidad. (Marx, 
1974; Lenin, 1976; Harvey, 1993, 2005a, 2005b) 
Para Ianni (2004b), en ese escenario de la historia del siglo XXI, el nuevo ciclo 
de expansión del capitalismo transnacional rediseña el mapa del mundo. El desafía 
la comprensión de la llamada “sociedad global”: una sociedad en la cual se 
subordinan las sociedades nacionales en sus segmentos locales y composiciones 
regionales, con sus potencialidades y negatividades, considerando sus 
dinamismos y contradicciones. En ella se confrontan el neoliberalismo, el 
5 Una síntesis de la teoría marxista del Estado puede ser encontrada en Harvey (2005b: 75-94). 
6 Chesnais (2001) esclarece que la globalización fue un término utilizado en las business 
schoolls (escuelas de negocios) americanas, en la década del 80, para hacer referencia a la 
acción estratégica de los grandes grupos industriales y a la necesidad de “conductas globales”, 
dirigiéndose a los mercados de “demandas solventes”, a las fuentes de abastecimiento y a los 
movimientos de los grupos rivales oligopólicos. Más tarde, con la globalización financiera, el 
término se extiende al inversor financiero. 
4
nazifascismo y el neosocialismo7. En ese nuevo estadio del desarrollo del capital 
se redefinen las soberanías nacionales, con la presencia de corporaciones 
transnacionales y organizaciones multilaterales –el Fondo Monetario Internacional, 
el Banco Mundial u la Organización Mundial de Comercio, “la santísima trinidad del 
capital en general”- principales portavoces de las clases dominantes en escala 
mundial. El autor levanta la polémica hipótesis que está en curso un nuevo ciclo 
de la revolución burguesa en escala mundial, dentro de la cual se fermentan, 
simultáneamente, nuevas condiciones para una globalización desde abajo, para un 
nuevo ciclo de la revolución socialista, vistas como revoluciones mundiales (Ianni, 
2004b: 17). En esa visión optimista, afirma que, de ese proceso, también redundan 
“las condiciones sociales, simultáneamente económicas, políticas y culturales, 
sobre las cuales se recrean los ideales, las prácticas y organizaciones empeñadas 
en la socialización de la propiedad y del producto del trabajo colectivo ahora vistos 
en perspectiva mundial”. (Ianni, 2004b: 34) 
En un mercado mundial realmente unificado, se impulsa la tendencia a la 
homogeneización de los circuitos del capital, de los modos de dominación 
ideológica y de los objetos de consumo –por medio de la tecnología y de la 
multimedia. Homogeneización ésta apoyada en la más completa heterogeneidad y 
desigualdad de las economías nacionales. Se acelera pues, el desarrollo desigual, 
a los saltos, entre empresas, ramas de producción de la industria y de diferentes 
naciones, y, en el interior de los países, a favor de las clases y grupos dominantes, 
reafirmando las tendencias afirmadas por Lenin (1976). La transferencia de riqueza 
entre clases y categorías sociales y entre países está en la raíz del aumento del 
desempleo crónico, de la precariedad de las relaciones de trabajo, de las 
exigencias de contención salarial, de la llamada “flexibilidad” de las condiciones y 
relaciones de trabajo, más allá del desmoronamiento de los sistemas de protección 
social. 
7 El autor anota que se trata de neosocialismo, en la organización de la lucha contra las 
desigualdades y contradicciones sociales, porque incorpora la evaluación crítica de los 
regímenes socialistas instalados en la Unión Soviética, en países de Europa central, China, 
Angola, Mozambique, entre otros. “De forma breve, se puede decir que el neosocialismo es una 
corriente de pensamiento y práctica con raíces muy profundas en las tensiones y 
contradicciones que se forman y desarrollan con el globalismo. Una corriente y práctica 
diversificada en tendencia múltiples, más que se expresa en movimientos sociales, partidos 
políticos y sindicatos, sin olvidar actividades artísticas, científicas y filosóficas.” Está 
fuertemente influenciada y dinamizada por las tensiones y contradicciones sociales producidas 
con el desempleo estructural, las xenofobias, los etnicismos, los racismos, los 
fundamentalismos, las desigualdades entre la mujer y el hombre, la privatización y destrucción 
de la naturaleza por empresas conglomeradas, el pauperismo, la lumpenización y la formación 
de subclases. Implica la reflexión crítica sobre la dinámica del capitalismo, la lógica del capital, 
la creciente potencialización de la fuerza productiva del trabajo por medios técnicos y 
organizativos y el desarrollo de las desigualdades de todo tipo.” (Ianni, 2004b: 361) 
5
La desregulación, iniciada en la esfera financiera, invade paulatinamente el 
conjunto del mercado de trabajo y todo el tejido social, en la contratendencia de las 
manifestaciones del crecimiento lento y de la superproducción endémica, que 
persiste a lo largo de los años 90. La superproducción es siempre relativa y, lejos 
de expresar un excedente absoluto de riqueza, es expresión de un régimen de 
producción cuyos fundamentos imponen límites a la acumulación en razón de los 
mecanismos de distribución de la riqueza que le son propios. En otros términos, 
expresa el conflicto entre producción y distribución, apuntado por Marx. El capital 
internacionalizado produce la concentración de la riqueza, en un polo social (que 
es, también, espacial) y, en el otro, la polarización de la pobreza y de la miseria, 
potenciando exponencialmente la ley general de acumulación capitalista, en que 
se sustenta la cuestión social. 
La reducción del ritmo de crecimiento y la superproducción en una “onda larga 
de tonalidad recesiva” (Mandel, 1985) impulsan el desplazamiento espacial de 
capitales, su movilidad geográfica, mediante la producción de nuevos espacios 
para la explotación capitalista, combinando formas de plusvalía absoluta y relativa. 
Se produce la incorporación de nuevas tecnologías en la producción acompañadas 
del eclecticismo de las formas de organización del trabajo. Junto con formas 
específicamente capitalistas y de nuevos sectores incorporados a lógica de 
valorización, objeto de inversiones externas directas entre los cuales el de los 
servicios-, se revigorizan las formas arcaicas del trabajo doméstico, artesanal, 
familiar y el renacimiento de economías subterráneas e “informales” –también en 
países centrales- resucitando viejos trazos paternalistas impresos a las relaciones 
de trabajo. La subcontratación de pequeñas empresas y/o del trabajo en tiempo 
parcial son encubiertas con el manto de la moderna “flexibilización”. La 
intensificación de la competencia internacional e interregional estimula respuestas 
flexibles en el mercado y procesos de trabajo y en los productos y patrones de 
consumo. (Harvey, 1993) 
Lo nuevo en este contexto de liberalización y desregulación del capital es que 
los bancos pierden el monopolio de la creación de crédito, y los grandes fondos de 
inversiones pasan a realizar operaciones de préstamos a las empresas, que eran 
clientes preferenciales del sistema bancario, con él compitiendo en la búsqueda de 
réditos elevados. Los grandes bancos comerciales y los bancos de inversión –dos 
segmentos del mercado financiero mundial –se suman a las compañías de seguro, 
actualmente las instituciones no bancarias más poderosas. No teniendo la 
responsabilidad de crear créditos, ellas se dedican a hacer crecer los rendimientos 
6
monetarios que concentran en sus manos, oriundos de contribuciones patronales 
sobre el salario y ahorro forzado de los asalariados a partir de los cuales se 
sustentan. Esos grandes fondos de inversiones incluyen los seguros de vida, 
fondos de previsión privada por capitalización (fondos de pensión), fondos mutuos 
de inversiones y administradores de carteras de títulos- mutual funds. 
Otro elemento inédito, que alimenta la mundialización es el crecimiento de la 
deuda pública, que se convierte en fuente de poder de los fondos de inversiones 
engrosando el capital ficticio. Como las tasas de réditos son superiores al 
crecimiento global de la economía –al producto bruto interno- tales rendimientos 
crecen como una bola de nieve. En especial, a partir de la década del 80, los 
fondos de previsión privada y los fondos de inversiones pasan a aplicar cerca de 
un tercio de sus carteras en títulos de la deuda pública, tomados como inversiones 
más seguras. (Chesnais, 1996) El aumento de la deuda pública combina con la 
desigual distribución de la renta y la menor tributación de las altas rentas, por 
razones de orden político, haciendo que la mayor carga tributaria recaiga sobre los 
trabajadores. 
La desigual distribución de la renta hace que el ahorro pueda ser “invertido”, 
esto es, transformado en acciones, que representan expectativas de participación 
futura en los lucros a ser realizados por las empresas, y en créditos sobre las 
recetas futuras de los Estados. 
Traduciendo esos mecanismos, se tiene que el capital financiero avanza sobre 
lo que Oliveira (1998) denomina fondo público, formado por parte de los lucros de 
los empresarios y del trabajo necesario de trabajadores, que son apropiados por el 
estado sobre la forma de impuestos y tasas. Por un lado, se refuerza la desigual 
distribución de rendimientos, estimulando los ahorros de los altos rendimientos por 
medio de elevadas tasas de réditos, que consumen partes importantes de la 
producción del valor, enyesando la producción. Considerando la tributación 
regresiva –tributos menores para los altos rendimientos-, el peso de la deuda 
pública recae sobre la gran mayoría de los trabajadores activos- e, inclusive, 
inactivos-, cuyos rendimientos son consumidos por medio de la tributación pública 
directa o de tributos inscriptos en el precio de los productos; inclusive aquellos 
esenciales a la reproducción de la fuerza de trabajo (o, de manera más restricta, 
en aquellos productos que componen la canasta básica de alimentos de los 
trabajadores). 
7
De otro ángulo, la inversión especulativa en el mercado de acciones apuesta 
en la extracción de plusvalía presente y futura de los trabajadores, para alimentar 
las expectativas de lucratividad de las empresas, según patrones internacionales 
que parametran el mercado financiero. Ello impone mecanismos de ampliación de 
la tasa de explotación vía: políticas de gestión; “enjuague de mano de obra”; 
intensificación del trabajo y aumento de la jornada sin el correspondiente aumento 
de salarios; estímulo a la competencia entre trabajadores en un contexto recesivo, 
que dificulta la organización sindical; llamados a la participación para garantía de 
las metas empresarias; ampliación de las relaciones de trabajo no formalizadas o 
“clandestinas”, con amplia regresión de los derechos; entro otros mecanismos, con 
los perfeccionamientos técnicos y la incorporación de la ciencia y de la tecnología 
en el ciclo de producción en sentido lato (producción, circulación, intercambio, 
consumo) 
Lo que se pretende insinuar es que la mundialización financiera sobre sus 
distintas vías de efectivización unifica, dentro de un mismo movimiento, procesos 
que vienen siendo tratados por los intelectuales como si fuesen aislados o 
autónomos: la ”reforma” del Estado, tenida como específica de la arena política; la 
reestructuración productiva, referente a las actividades económicas empresariales 
y a la esfera del trabajo; la cuestión social, reducida a los llamados procesos de 
exclusión e integración social, generalmente circunscriptos a dilemas de la eficacia 
de la gestión social; la ideología neoliberal y concepciones pos-modernas, 
atinentes a la esfera de la cultura. Sin desmerecer las particularidades de los 
procesos económicos, políticos e ideológicos –que no pueden ser diluidas- lo que 
se olvida y oscurece es que el capitalismo financiero integra, en la expansión 
monopolista, procesos económicos, políticos e ideológicos, que alimentan el 
creciente movimiento de valorización del capital, realizando la “subsunción real de 
la sociedad al capital”, en términos de Finelli (2003). Atribuir visibilidad a los hilos 
intransparentes arriba señalados, que tejen la totalidad del proceso de 
mundialización, es de la mayor importancia para comprender la génesis de la 
(re)producción de la cuestión social, que se esconde por detrás de sus múltiples 
expresiones específicas, que condensan una unidad de diversidades. Aquellas 
expresiones aparecen sobre la forma de “fragmentos” y “diferenciaciones”, 
independientes entre sí, traducidas en autónomas “cuestiones sociales”. 
La historia reciente de la formación del régimen de acumulación financiera, 
como indica Chesnais (2001, 1999), se encuentra en la ruptura unilateral, por parte 
de los Estados Unidos de América, de las tasas de cambio fijas, negociadas 
8
internacionalmente, de conversión del dólar en oro. Las tasas de cambio fijas 
fueron establecidas por el Tratado de Bretton Woods (EE.UU), en 1944- cuyo 
objetivo era superar la crónica inestabilidad monetaria y financiera mundial, que 
arrastraba desde las décadas de 20-30. Cuarenta y cuatro países, representados 
en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, crean el Banco 
Internacional para la Reconstrucción y Desarrollo (BIRD) que da origen al Banco 
Mundial, y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los Estados Unidos de América 
no podrían alterar las tasas de cambio sin la expresa concordancia de los demás 
países signatarios del Tratado. Eso significaba que, siendo el dólar la moneda 
mundial anclada en el oro, las tasas de cambio de otras monedas nacionales eran 
definidas por referencia al dólar, considerando la hegemonía norteamericana, en 
tensión con la creciente resistencia del Bloque Comunista en el contexto de la 
Guerra Fría. 
El acuerdo monetario de Bretton Woods expresó el inicio de una estrategia 
unificada comercial e ideológica, que se desdobló en los Planes Marshall8 y 
Dodge9 para la reconstrucción de Europa y Japón, en la creación de la 
Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO/OTAN)10 y del Acuerdo 
General de Tarifas y Comercio (GATT), culminando con la creación de la 
Organización de la Comunidad Económica Europea (OCDE). (Anderson, 2002: 
18). La ideología oficial del Este durante el período de la Guerra Fría (1946-1989) 
no fue volcada a la defensa de la nación, más de la exaltación del “mundo libre” en 
la confrontación con la Unión Soviética. Como nos recuerda el autor, esa 
hegemonía sufre las tensiones del nacionalismo, de carácter antiimperialista, que 
se tornó dominante en escala mundial luego de la Segunda Guerra (1939-1945), 
socialmente mucho más heterogéneo que las formas de nacionalismo europeo. 
Nacionalismo de expresiones ideológicas híbridas y variadas, geográficamente 
localizado en Asia, Africa y América Latina, a ejemplo de los movimientos de 
8 El Plan Marshall, conocido como Programa de Recuperación Europea, fue la principal 
iniciativa de los Estados Unidos de América para la reconstrucción de los países aliados de 
Europa, en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. La iniciativa recibió el nombre del 
Secretario de estado de los Estados Unidos de América, George Marshall. Creado en 1947, 
preconizaba la política del laissez-faire volcada a la estabilización de los mercados a través del 
crecimiento económico. El Plan permaneció en vigencia durante cuatro años fiscales y los 
países reunidos en la Organización Europea para la Cooperación y Desarrollo recibieron 
asistencia técnica y económica. 
9 El Plan Dodge fue el plan de estabilización japonés en la posguerra, con el apoyo de los 
estados Unidos de América. 
10 La OTAN, también llamada Alianza Atlántica, es una organización internacional de 
colaboración militar, creada en 1949, en el contexto de la Guerra Fría, con el objetivo de 
constituir un frente de oposición al bloque comunista, contrapartida militar de lo que representó 
el plan Marshall en el dominio político-económico. 
9
liberación nacional y/o de las revoluciones contra el capital. Pueden ser 
recordadas, entre otras, las revoluciones de China, de Vietnam, de Cuba y también 
las revoluciones Iraní y Nicaragüense. 
Los años 60 son palcos de profundas mudanzas en las relaciones entre 
Estados y países con los avances del capitalismo mundial: el desarrollo de 
Alemania, de Francia e Italia reconstruídas y consolidadas; el crecimiento de la 
economía japonesa más rápida que la americana; el peso de poder de las 
corporaciones multinacionales y de los mercados financieros con su vasto circuito 
de especulación e inversiones intercontinentales. Las bases de acuerdo de 
Bretton Woods estaban siendo erosionadas. La ruptura unilateral de ese acuerdo 
es realizada, en 1971, por parte del gobierno de EE.UU. Ella fue impulsada por la 
explosión de la deuda y del creciente déficit de la balanza de pagos, reforzada por 
la emisión de dólares para financiamiento de la Guerra de Vietnam, generando el 
vaciamiento de las reservas norteamericanas. Esa coyuntura es agravada por el 
letargo económico con estagnación e inflación elevadas y por el embate del 
petróleo en 1973 (cf. Husson, 1999 Harvey, 1993). El gobierno crea, entonces, 
instrumentos de liquidez para financiar la deuda, dando origen a la economía de 
endeudamiento, con el refuerzo del dólar en relación a otras monedas, pasando a 
alimentar los euromercados y los mercados financieros. 
El mercado de eurodólares expresaba la concentración de capitales 
industriales de las multinacionales americanas, realizados en Europa, que allí 
permanecían sobre la forma de dinero, y buscaban obtener lucros sin abandonar la 
esfera financiera frente a la caída de la rentabilidad del capital invertido en la 
industria, en el inicio de los años 70 del siglo XX. La quiebra de las legislaciones 
nacionales protectoras impulsa los euromercados, que tienen un boom en 1973, 
siguiendo una trayectoria de crecimiento hasta 1980. Ella es retomada, 
posteriormente, con la ampliación de la liberalización monetaria por parte de los 
gobiernos neoliberales, ya en la estela de la crisis del Este Europeo y la caída del 
muro de Berlín, en la década del 80, y de la consecuente reordenación de las 
relaciones del poder mundial. 
En función del crecimiento de la deuda pública americana, en los inicios de la 
década del 80, los EE.UU atribuyen a los bonos del tesoro americano el estatuto 
de activo financiero, atrayendo fondos líquidos en busca de inversiones financieras 
rentables y seguras. Esto representó el financiamiento de los déficits 
presupuestarios mediante aplicación, en los mercados financieros, de bonos del 
10
tesoro y otros activos de la deuda. Esas medidas se extienden a los países de la 
OCDE y, en los años 90, a los países de “economía de transición” (Rusia y países 
del Este) y a los países de industrialización reciente de Asia y de América Latina. 
La concentración y centralización de los grandes bancos internacionales crean 
un mercado interbancario, por ellos dominados. Sobre la forma de un mercado “al 
por mayor”, pasa a realizar préstamos conjuntos a los países “en desarrollo”. 
Como esclarece Chesnais (1999), la naturaleza de los créditos a los países del 
Tercer Mundo surge de una “convención ficticia de liquidez”, no habiendo 
transferencia de ahorro que representase sacrificio a los que concedieron el 
préstamo. 
Con las tasas de cambio fluctuantes, un pequeño número de los mayores 
operadores privados pasa a disponer de un papel decisivo en la determinación de 
los precios relativos de las monedas nacionales, o tasas de cambio. El comité de 
los creadores impone planes de escalonamiento de la deuda estatal y exigencias 
de privatización y venta de empresas públicas, para convertir títulos de la deuda 
en títulos de propiedad entregados a los acreedores. Está abierto el camino para la 
abolición de control sobre flujos de capitales, acompañado de la apertura del 
mercado de títulos públicos. La movilidad permanente de los capitales en 
búsqueda de mayores rendimientos expone las economías nacionales, a ella 
sujetas, a los impactos de la especulación financiera. 
Así, la primera etapa de la liberalización y desregulación de los mercados 
financieros (de 1982 a 1994) tuvo en la deuda pública su principal ingrediente. El 
poder de las finanzas fue construido con el endeudamiento de los gobiernos, con 
inversiones financieras en los Títulos emitidos por el Tesoro, creándose la industria 
de la deuda. La deuda pública fue y es el mecanismo de creación de crédito; y los 
servicios de la deuda, el mayor canal de transferencia de ingresos en beneficio de 
los rentistas. Sobre el efecto de las tasas de rédito elevadas, superiores a la 
inflación y al crecimiento del producto bruto interno, el endeudamiento de los 
gobiernos crece exponencialmente. El aumento de las tasas de réditos representa 
una solución de reparto de la plusvalía a favor de la oligarquía financiera rentista, 
permitiendo su redistribución social y geográfica. El endeudamiento genera 
presiones fiscales sobre las empresas menores y repartos más débiles, la 
austeridad presupuestaria y la parálisis de los gastos públicos (incentivos y 
créditos a la industria y agricultura, políticas sociales y servicios públicos, entre 
otros). 
11
Recursos financieros oriundos de la producción, recaudados y centralizados 
por los mecanismos fiscales, por medio de la deuda pública, se tornan cautivos de 
las finanzas, que se apropian del Estado, paralizándolo. Este pasa a ser “reducido” 
en la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías, visto que el fondo 
público es canalizado para alimentar el mercado financiero. Se tiene así el 
significado de los programas de ajuste estructural contra el desarrollo, impuesto 
por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y por el Banco Mundial, a los países 
deudores. Ellos imponen al re-escalonamiento de los préstamos condicionados a 
la aplicación de políticas económicas favorecedoras de la entrada de divisas 
necesarias al pago de la deuda. Todas las medidas están volcadas para la 
maximización del flujo líquido de capitales, teniendo en vista la industria de la 
deuda y los programas de ajuste son erigidos como un modelo universal de 
crecimiento. Buscan abrir la economía de los países, priorizando las 
exportaciones, apoyados en el “abordaje monetario de la balanza de pagos”, que 
preconiza a los países endeudados a no protegerse, no estimular la emisión de 
monedas, no controlar la salida de capitales. Imponen la reducción de la masa 
salarial pública y del gasto público, afectando los programas sociales, la 
eliminación de empresas públicas no rentables, exacerbando las desigualdades de 
rendimientos y el aumento de la pobreza. (Husson, 1999) 
En una segunda etapa, a partir de 1994, los mercados de las bolsas de valores 
(compra y venta de acciones) ocupan el escenario económico, con la compra de 
acciones de los grupos industriales por las instituciones financieras, que apuestan 
en la lucratividad futura de esas empresas. Pasan, entonces, a imponer, más allá 
del mantenimiento del monopolio tecnológico y de los estímulos al “trabajo de 
concepción creativa” sobre su control (Tauille, 2001; Carmo, 2003), normas de 
rentabilidad, exigencias relativas a la productividad y a la intensificación del trabajo, 
bajos salarios, cambios organizacionales en las estrucuturas productivas, 
“flexibilidad” de las formas de remuneración, etc. El peso recae sobre el aumento 
del desempleo estructural y el consecuente retroceso del poder sindical, cuya 
desarticulación fue parte de una estrategia política ultraliberal, como condición de 
viabilizar la rebaja salarial y estimular la competitividad entre los trabajadores 
(Anderson, 1995). Se amplía el alargue de la jornada de trabajo, estimulada por las 
formas participativas de gestión volcadas a capturar el consentimiento pasivo del 
trabajador a las estrategias de elevación de la productividad y de rentabilidad 
empresarial. La reducción del trabajo protegido tiene en su contracara la expansión 
12
del mercado precario, temporario, subcontratado, con la pérdida de derechos y 
ampliación de la rotatividad de la mano de obra. 
Ese proceso provoca la polarización de la clase trabajadora11. Por un lado, un 
grupo central, proporcionalmente restringido, de trabajadores regulares, con 
cobertura de seguros y derechos de pensión, dotados de una fuerza de trabajo de 
mayor especialización y salarios relativamente más elevados. Por otro, un amplio 
grupo periférico, formado por un contingente de trabajadores temporarios y/o de 
tiempo parcial, dotados de habilidades fácilmente encontrables en el mercado, 
sujetos a los ciclos inestables de la producción y de los mercados. La ampliación 
de trabajadores temporarios expresa el aumento de la subcontratación de 
pequeñas empresas, que actúan como escudo protector de las grandes 
corporaciones, en cuanto transfieren los costos de las fluctuaciones de los 
mercados a la externalización de la producción. 
La contención salarial, sumada al desempleo y a la inestabilidad del trabajo, 
acentúa las alteraciones en la composición de la fuerza de trabajo, con la 
expansión del contingente de mujeres, jóvenes, migrantes, minorías étnicas y 
raciales, sujetos al trabajo inestable e invisible, legalmente clandestino. Crece el 
trabajo desprotegido y si expresión sindical, así como el desempleo de larga 
duración. Los segmentos del proletariado excluídos del trabajo envuelven 
trabajadores de edad avanzada o poco calificados y jóvenes pobres, cuyo ingreso 
en el mercado de trabajo es vetado (Bihr, 1999: 83-86) Tales mudanzas se 
encuentran en el origen del sufrimiento del trabajo y de la falta de este, que 
conduce a la ociosidad forzada de enormes segmentos de trabajadores aptos 
para el trabajo, más alejados del mercado de trabajo, engrosando la 
sobrepoblación relativa a las necesidades medias del capital. 
El crecimiento mundial lento impulsa, al mismo tiempo, un fantástico 
movimiento de fusión empresarial, de compra de empresas, que pasan a 
monopolizar el valor creado en otras estructuras terciarizadas. Los agrandes 
grupos industriales aumentan su concentración para salvaguardar tasas de lucro, 
más allá de ampliar su poder económico y político. De ahí las estrategias de 
destrucción de los puestos de trabajo, austeridad presupuestaria de los gobiernos, 
agravando la estagnación de las economías y el desplazamiento de la parcela de 
lucros para la aplicación financiera. 
11 Cf. Harvey (1993); Bihr (1999); Antunes (1995, 1997, 2003); Alves (2000); Mattoso (1995); 
Larangeira (1999); Motta y Amaral (1998), entre otros. 
13
En ese cuadro, los países que disponen de un “mercado financiero emergente” 
–un número limitado de cerca de diez países en el escenario mundial- pasan a ser 
objeto de interés, en función del tamaño de su mercado interno, de las fuentes de 
materias primas y del costo de su mano de obra. 
Es importante acentuar el papel que cumple el Estado en ese modo de 
dominación. El Estado tiene el papel clave de sustentar la estructura de clases y 
las relaciones de producción. El marxismo clásico ya establecía las funciones que 
pertenecen al dominio del Estado: crear las condiciones generales de la 
producción, que no pueden ser aseguradas por las actividades privadas de los 
grupos dominantes, a través de su brazo represivo (ejército, policía, sistema 
judicial y penitenciario); e integrar las clases dominantes, garantizando la difusión 
de su ideología para el conjunto de la sociedad. Esas funciones coercitivas se 
unen a las funciones integradoras, destacadas por el análisis gramsciano, 
ejercidas por la ideología y efectuadas por medio de la educación, cultura, de los 
medios de comunicación y categorías de pensamiento. Para Mandel (1985), las 
funciones represivas e integrativas se entrelazan para proveer las condiciones 
generales de la producción. 
La concurrencia capitalista “determina la autonomización del aparato estatal, de 
manera que pueda funcionar como `capitalista total ideal´, por encima y al contrario 
de los intereses conflictivos del `capitalista total real´, constituido por los muchos 
capitales del mundo real ” (Idem: 336). Aunque el Estado trascienda los intereses 
en conflicto, tiene efectos sobre los mismos, en especial por medio de sus 
funciones económicas, (mantenimiento de relaciones legales universalmente 
válidas, emisión de monedas fiduciarias, expansión del mercado local y regional, 
defensa del capital nacional ante el extranjero), cuyos gastos deben ser mínimos, 
considerados por la burguesía como puro desperdicio de plusvalía. El Estado 
requiere grupos capitalistas políticamente activos para articular sus intereses de 
clase y defender sus intereses particulares. La expansión monopolista, en su 
tendencia a la superacumulación permanente, la exportación de capital y la 
división del mundo en áreas de influencia imperialistas, aumenta el aparato estatal 
y los gastos correspondientes. Los gastos en armamentos, el financiamiento de 
las condiciones generales de producción, el aumento de los gastos para hacer 
frente a la ampliación de la legislación social –que determina redistribución 
considerable de valor a favor del presupuesto público- requieren mayor 
canalización de rendimientos sociales para el Estado. El Estado funciona como 
pilar del capital privado, ofreciéndole, por medio de subsidios estatales, 
14
posibilidades de inversiones lucrativas en las industrias de armamento, protección 
al medio ambiente, préstamos a los países extranjeros e infraestructura. La 
hipertrofia del Estado propicia mayor control sobre los rendimientos sociales, lo 
que amplía los intereses de los grupos capitalistas en interferir en las decisiones 
del Estado12. 
La tesis de Mandel (1985: 341) es que, en el capitalismo tardío, la mayor 
susceptibilidad a las crisis atribuye al Estado la función de administración de las 
crisis con políticas anticíclicas, esto es, el establecimiento de políticas volcadas a 
evitar las crisis, proporcionando garantías económicas a los procesos de 
valorización y acumulación. Esa función estatal es acompañada de una vasta 
ofensiva ideológica para integrar el trabajador a la sociedad como “consumidor”, 
buscando, también, transformar cualquier rebelión en “reformas” que el estado 
pueda absorber. Para el citado autor, “la hipertrofia y autonomía del Estado 
capitalista tardío son un corolario histórico de las dificultades crecientes de 
valorizar el capital y realizar la plusvalía de manera regular” (Idem). Esas 
dificultades se encuentran asociadas a la intensificación de la lucha de clases, la 
presencia de la clase operaria como fuerza política independiente, al agravamiento 
de las contradicciones entre los países imperialistas metropolitanos y entre estos y 
los demás Estados nacionales. 
La mundialización no suprime las funciones del Estado de reproducir los 
intereses institucionalizados entre las clases y grupos sociales, más modifica las 
condiciones de su ejercicio, en la medida en que profundiza el fraccionamiento 
social y territorial. El Estado pasa a presidir los “grandes equilibrios” sobre la 
vigilancia estricta de las instituciones financieras supranacionales, consonante a su 
necesaria sumisión a los constreñimientos económicos, sin que desaparezcan sus 
funciones de regulación interna (Husson, 1999; Ianni, 2004b). 
En la misma línea de análisis, Petras (2002) sustenta que el actual Estado 
imperialista –como EE.UU, Inglaterra, Unión Europea, con Alemania y Francia al 
frente, y Japón- es particularmente activo en la concentración del poder en el 
interior de la nación y en su proyección externa. El extiende su poder a las 
instituciones financieras internacionales, por medio del apoyo económico, de la 
12 “Esa `re-privatización´ no oficial, por así decir, de la articulación de los intereses de la clase 
burguesa es una contrapartida de la concentración y centralización creciente del capital. Es la 
sombre inseparable de la autonomía y de la hipertrofia cada vez mayores del Estado burgués 
tardío” (Mandel, 1985: 344) 
15
influencia en la elección de sus líderes y de la interferencia a favor de políticas 
favorables a las empresas multinacionales de sus países. 
A pesar de la máxima neoliberal sobre la “declinación” del Estado o del mito de 
un “mundo sin Estado-Nación”, difundido por los teóricos de la globalización, se 
afirma la centralidad del Estado, pieza clave de la expansión global de las 
empresas multinacionales. El Estado interfiere en la gestión de la crisis y en la 
competencia intercapitalista, pues, si los mercados trascienden los Estados, 
operan en sus fronteras. Son también decisivos en la conquista de mercados 
externos y en la protección de los mercados locales. Los Estados son estratégicos 
en el establecimiento de los pactos comerciales, de los acuerdos de inversión, de 
la protección a la producción producida en su territorio mediante barreras 
aduaneras, en la investigación y en el desarrollo de nuevas tecnologías para 
subsidiar los intereses empresariales, en los medios de comunicación de masas y 
en la expansión del poder político de las entidades internacionales: 
Al mismo tiempo en que el Estado recolonizado parece débil ante las demandas de las 
instituciones financieras internacionales, es fuerte cuando traduce esas demandas en 
políticas nacionales […] Quien habla de un Estado liberal, habla de un Estado poderoso, 
que impone e implanta políticas (Petras, 2002: 163-64) 
En otros términos, los Estados recolonizados realizaron la privatización de las 
empresas estratégicas y lucrativas, lo que requiere alianzas políticas, represión a 
los sindicatos y militantes. Consiguieron efectuar las políticas de ajuste estructural 
con decisivas incidencias en las relaciones de propiedad, que se desplazan de lo 
público a lo privado, del capital nacional al extranjero. Fueron también capaces de 
imponer la re-concentración de la renta y de la propiedad vía políticas sociales 
regresivas. Promovieron el “agrobusiness” a expensas de los agricultores y 
viabilizaron el incremento de subsidios a las exportaciones. Impusieron reducción 
de gastos sociales e implantaron una política previsional y del trabajo regresiva, 
con nítido compromiso con los intereses del gran capital. Todas estas y otras 
medidas constitutivas de las políticas neoliberales exigen un estado fuerte, capaz 
de resistir a la oposición de las mayorías. 
La desregulación del movimiento financiero aumentó, contradictoriamente, la 
necesidad de intervención del Estado para estabilizar la anarquía del mercado y 
contribuir para la superación de las crisis de los sistemas financieros y de las 
empresas, con recursos oriundos de las más diversas fuentes, y en especial de los 
contribuyentes, inclusive los de baja renta. Así, el estado continúa fuerte, lo que 
16
muda la dirección socieconómica de la actividad y de la intervención estatal, 
estableciendo nuevas reglas para gobernar a favor del gran capital financiero. 
Como muestra Chesnais (1999: 67), la economía internacional de transferencia 
de riquezas entre clases y categorías sociales y entre países es responsable por el 
desempleo crónico (Husson, 1999) y la precariedad del trabajo, afectando el 
conjunto del mercado de trabajo. Hambre y epidemias afligen a la población 
excluida de la satisfacción de sus más elementales necesidades, debido a la 
incapacidad de transformar esas necesidades inmediatas en demandas 
monetarias, dando origen a la “exclusión”, cuya naturaleza es económica, producto 
de ese régimen de acumulación con predominancia financiera. 
Salama (1999) es otro autor que establece las conexiones entre 
financierización y modalidades de extracción de plusvalía –o “flexibilización” del 
trabajo- en América Latina. Todavía, no identificamos en la literatura consultada 
algún análisis que resalte la relación entre financierización y cuestión social. 
El resultado de ese proceso ha sido el agravamiento de la explotación y de las 
desigualdades sociales de ella indisociables, el crecimiento de enormes 
segmentos poblacionales excluidos del “círculo de la civilización”, esto es, de los 
mercados, una vez que no consiguen transformar sus necesidades sociales en 
demandas monetarias. Las alternativas que les restan, en la óptica oficial, son la 
“violencia y la solidaridad”. 
Es preciso resaltar lo siguiente: los dos brazos en que se apoyan las finanzas – 
las deudas públicas y el mercado accionario de las empresas- solo sobreviven con 
decisión política de los estados y del soporte de las políticas fiscales y monetarias. 
Ellos se encuentran en la raíz de una doble vía de reducción del estándar de vida 
del conjunto de los trabajadores¡, con el efectivo impulso de los Estados 
nacionales: por un lado, la privatización del Estado, el desmonte de las políticas 
públicas y la mercantilización de los servicios, la llamada flexibilización de la 
legislación protectora del trabajo; por otro, la imposición de la reducción de los 
costos empresariales para salvaguardar las tasas de lucratividad, y con ellas la 
reestructuración productiva, centrada menos en el avance tecnológico y 
fundamentalmente en la reducción de los costos del llamado “factor trabajo” con 
elevación de las tasas de explotación. De ahí a la desindustrialización expresada 
en el cierre de empresas que no consiguen mantenerse en la competencia ante la 
apertura comercial, redundando en la reducción de los puestos de trabajo, en el 
desempleo, en la intensificación del trabajo de aquellos que permanecen en el 
17
mercado, en la ampliación de las jornadas de trabajo, de la clandestinidad y de la 
invisibilidad del trabajo no formalizado, entre otros aspectos. 
Una contradicción interna está presente entre los intereses de los segmentos 
capitalistas financieros y productivos. La autonomía de las finanzas es relativa, una 
vez que los capitales que ahí se valorizan nacen en la esfera productiva sobre las 
formas de lucros no reinvertidos en la producción, de salarios, de rendimientos 
retenidos por la vía fiscal o sobre las especulaciones del crédito al consumidor, 
salarios guardados en los fondos de jubilación. Estos, al entrar en la esfera 
financiera, buscan mayor rentabilidad. Al mismo tiempo, las ventajas obtenidas en 
el mercado financiero drenan recursos que podrían ser canalizados para la 
ampliación del parque productivo. Paralizan la economía y penalizan al conjunto de 
la población para el que transfieren el peso de esos procesos. 
La hipótesis directriz de este análisis es la de que en la raíz del actual perfil 
asumido por la cuestión social se encuentran las políticas gubernamentales 
favorecedoras de la esfera financiera y del gran capital productivo –de las 
instituciones y mercados financieros y empresas multinacionales. Estas son 
fuerzas que capturan el estado, las empresas nacionales, el conjunto de las clases 
y grupos sociales que pasan a asumir el peso de las “exigencias de los mercados”. 
Se afirma la existencia de una estrecha dependencia entre la responsabilidad de 
los gobiernos en el campo monetario y financiero y la libertad dada a los 
movimientos de capital concentrado para actuar en el país sin regulaciones y 
controles, transfiriendo lucros y salarios oriundos de la producción para valorizarse 
en la esfera financiera y especulativa, que (re)configuran la cuestión social en la 
escena contemporánea. El predominio del capital fetiche conduce a la banalización 
de lo humano, a la descartabilidad e indiferencia frente al otro, lo que se encuentra 
en la raíz de las nuevas configuraciones de la cuestión social en la era de las 
finanzas. En esa perspectiva, la cuestión social es más que las expresiones de la 
pobreza, miseria y “exclusión”. Condensa la banalización de lo humano, que 
testifica la radicalidad de la alienación y la invisibilidad del trabajo social –y de los 
sujetos que lo realizan- en la era del capital fetiche. La subordinación de la 
sociabilidad humana a las cosas –al capital-dinero y al capital mercancía- retrata, 
en la contemporaneidad, un desarrollo económico que se traduce como barbarie 
social. Al mismo tiempo, se desenvuelven, en niveles sin precedentes históricos, 
en un mercado mundial realmente unificado y desigual, las fuerzas productivas 
sociales del trabajo aprisionadas por las relaciones sociales que las sustentan. 
Potencia contradicciones sociales de toda naturaleza, que impulsan las 
18
necesidades sociales radicalizadas (Heller, 1978: 87-113): aquellas que nacen del 
trabajo y motivan una praxis que trasciende el capitalismo y apunta para una libre 
individualidad social emancipada de las trabas de la alienación –de la sociabilidad 
reificada-, cuyas bases materiales están siendo, progresivamente, producidas en el 
proceso histórico en curso. 
[…] la teoría se transforma en poder material tan luego de apodera de las masas. La 
teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem, 
y argumenta y demuestra ad hominem cuando se torna radical: ser radical es tomar las 
cosas por la raíz. Más la raíz para el hombre es el propio hombre […] En un pueblo la 
teoría se realiza solamente en la medida en que es realización de sus necesidades […] 
Una revolución radical solo puede ser la revolución de las necesidades radicales… (Marx, 
1977b: 8-9) 
En la dirección analítica antes referida, la cuestión social expresa la subversión 
de lo humano propia de la sociedad capitalista contemporánea, que se materializa 
en la naturalización de las desigualdades sociales y en la sumisión de las 
necesidades humanas al poder de las cosas sociales- del capital dinero y de su 
fetiche. Conduce a la indiferencia ante los destinos de enormes contingentes de 
hombres y mujeres trabajadores- resultados de una pobreza producida 
históricamente (y, no, naturalmente producida)-, universalmente subyugados, 
abandonados y despreciados, por cuanto sobrantes para las necesidades medias 
del capital13. 
La concepción liberal atribuye al “mercado” la solución para todos los 
desequilibrios e imputa la causa del desempleo a los elevados salarios, justificando 
las medidas “contra la rigidez” como la solución milagrosa. Contradiciendo la visión 
liberal, Husson (1999) nos brinda un rico análisis al respecto de los orígenes del 
desempleo y sus mitos, una de las expresiones más dramáticas de la cuestión 
social en el presente. Componen esa mitología innumerables aforismos, tales 
como: existe una connivencia entre los patrones y asalariados a costa de los 
13 Marx, refiriéndose a Alemania, indaga: “¿Dónde reside, pues, la posibilidad positiva de la 
emancipación alemana? Respuesta: en la formación de una clase con cadenas radicales, de 
una clase de la sociedad civil que no es una clase de la sociedad civil; de un estamento, que 
es disolución de todos los estamentos; de una esfera que posee un carácter universal por sus 
sufrimientos universales y que no reclama para sí ninguna justicia especial, porque no se 
comete contra él ninguna injusticia especial, más la injusticia pura y simples; que ya no puede 
reclamar un título histórico, más simplemente el título humano; que no se encuentra en 
oposición unilateral a las consecuencias, más en una oposición unilateral a los presupuestos 
del estado alemán; de una esfera, en fin, que no puede emanciparse, sin emancipar todas las 
otras esferas de la sociedad y, al mismo tiempo emancipar todas ellas; que es, en una palabra, 
la pérdida total del hombre y que, por tanto, solo puede recuperar a si misma a través de la 
recuperación total del hombre. Esta disolución, de la sociedad como un estamento particular es 
el proletariado”. (Marx, 1977a: 12-13) 
19
desempleados –o sea, los “outsiders” están desempleados por causa de los 
“insiders”- atribuyéndose a los trabajadores las causas del desempleo; este es 
reforzado por los subsidios al desempleo, que desanimarían la búsqueda de 
empleos. Otra máxima es la de que el crecimiento del desempleo es un momento 
necesario y penoso de la mutación tecnológica, de la automatización y 
reestructuración del aparato productivo, que destruye temporariamente empleos, 
pero también vuelve a crearlos en otro lugar, con el restablecimiento de la tasa de 
lucro. De ahí la absorción del desempleo es tomada como mera cuestión de 
tiempo para formar trabajadores, para su reciclaje o para su envejecimiento. Se 
insinúa así que los desempleados serían “inadaptados” porque no presentan las 
calificaciones exigidas para los nuevos puestos de trabajo. En consecuencia, la 
programática se centra en las políticas de recalificación de la mano de obra. Otro 
libelo de las causas del desempleo es el “elevado costo del trabajo”: aunque el 
salario directo esté en un nivel “conveniente”, los tributos sociales son 
“excesivos”14. 
Contraponiéndose a esos aforismos, Husson (1999) considera que los orígenes 
del desempleo capitalista son indisociables de un sistema económico que prefiere 
no producir a producir sin lucro; prefiere rechazar el derecho al empleo a una franja 
social cada vez mayor a falta de lugares propicios a la acumulación de capital. El 
autor sitúa la tesis polémica de que el mecanismo esencial está en la divergencia 
creciente que se instala entre la estructura de la demanda y las exigencias de 
rentabilidad (Husson, 1999: 89)15, que provoca al aumento de la desigualdad y 
14 Para una contestación de muchos de estos mitos, revisar: Oliveira, C.A.B. y Mattoso, J.E.L. 
(1996). 
15 El autor integra el análisis marxista con la contribución regulacionista, procurando mantener 
una distancia tanto del “catastrofismo marxista”, cuanto de los “postulados armoniosos” de la 
Escuela de la regulación. Para él, el dilema es articular la producción con lucro y la venta de las 
mercancías. Su tesis es la de que “para funcionar correctamente [el capitalismo] debe 
simultáneamente producir con lucro y vender las mercancías así producidas. Esas dos 
condiciones son contradictorias y no pueden tornarse compatibles duraderamente, porque el 
capitalismo no dispone de dominio de la economía que permita regular, duraderamente, esas 
contradicciones. Son, pues, las relaciones sociales fundamentales que están en cuestión: cada 
gran crisis combina un problema de salida del flujo y de valorización del capital” (Husson, 1999: 
40). Para el analista, la noción de norma de consumo, de Aglietta (1991), valoriza un aspecto 
importante de la reproducción, que tiene que ver con la articulación entre el valor de uso y el 
valor, pues no todos los modos de consumo son compatibles con las condiciones generales de 
producción. Es preciso que la estructura de la producción sea adecuada al consumo del punto 
de vista del valor de uso o de las necesidades sociales. Husson trae la cuestión de la 
realización del valor, de la necesaria correspondencia entre producción y rendimiento, volcada 
a las condiciones necesarias a la reproducción del capital, o sea, la no interrupción de su ciclo 
de rotación. Ella es abordada en la tradición marxista con el auxilio de los esquemas de 
reproducción; en el caso que la producción exceda los rendimientos distribuidos, una parte de 
ella desaparecería en el circuito del capital y no ascendería a la condición de mercancías. El 
autor considera las propuestas de análisis, en el campo del marxismo, incompletas, porque son 
pensadas del punto de vista del valor. Se resalta ser necesario que la estructura de la 
20
redunda en una crisis estructural profunda que exprime la pérdida progresiva de 
legitimidad de los criterios de eficacia capitalista. En ese sentido, para Husson, 
esta es tanto una crisis clásica –visto que la desregulación libera, agravando, el 
juego de las contradicciones del funcionamiento del capitalismo- como también 
una crisis enteramente inédita, pues no se trata de una perturbación coyuntural, 
más de la crisis de uno de los principios esenciales del capital –el valor trabajo-, 
revistiendo la forma de una mundialización ampliada. 
Como acentúa Netto (2001: 48) el problema teórico que envuelve la cuestión 
social es el de determinar concretamente la relación entre sus expresiones 
emergentes y el conjunto de mediaciones envueltas en las modalidades vigentes 
de explotación del trabajo: “si la ley general de la acumulación capitalista opera 
independientemente de las fronteras nacionales, sus resultantes societarios traen 
la marca de la historia que la concretiza”. De ahí deviene la importancia de 
considerar las particularidades histórico- culturales nacionales, en el análisis de la 
cuestión social. 
…………………………………………………………………………………………………. 
3. Sociabilidad capitalista, Cuestión Social y Servicio Social 
3.1 Preliminares 
En la interpretación aquí asumida, la cuestión social es indisociable de la 
sociabilidad capitalista y, particularmente, de las configuraciones asumidas por el 
trabajo y por el Estado en la expansión monopolista del capital.16 La génesis de la 
cuestión social en la sociedad burguesa deriva del carácter colectivo de la producción 
contrapuesto a la apropiación privada de la propia actividad humana- el trabajo-, de las 
condiciones necesarias para su realización, así como de sus frutos. Es inseparable de 
la emergencia del “trabajador libre”, que depende de la venta de su fuerza de trabajo 
como medio de satisfacción de sus necesidades vitales. De esta manera, la cuestión 
social condensa el conjunto de las desigualdades y luchas sociales, producidas y 
reproducidas en el movimiento contradictorio de las relaciones sociales, alcanzando 
plenitud de sus expresiones y matices en tiempo de capital fetiche. Las 
configuraciones asumidas por la cuestión social integran tanto determinantes 
históricos objetivos que condicionan la vida de los individuos sociales, como 
producción sea adaptada a las necesidades sociales, articulando producción y consumo. En 
otros términos, la necesidad de garantizar una adecuación entre oferta y demanda, entre 
modalidades de la acumulación del capital y las normas de consumo (Idem: 51) 
16 Cf.Ianni (1992); Netto (1992;2001);Iamamoto (En: Iamamoto y Carvalho,1982); Iamamoto 
(1998 a, 2001 a; 2004); Boschetti (2003); Behring (2003); Yazbek (2001). 
21
dimensiones subjetivas, producto de la acción de los sujetos en la construcción de la 
historia. Ella expresa, entonces, una arena de luchas políticas y culturales en la 
disputa entre proyectos societarios formados por distintos intereses de clase en la 
conducción de políticas económicas y sociales, que trazan el sello de las 
particularidades históricas nacionales. 
La manera en que se presenta la cuestión social en la escena contemporánea 
expresa, bajo inéditas condiciones históricas, una potencialidad de los determinantes 
de su origen ya identificados por Marx, y expresos en la ley general de acumulación 
capitalista y en la tendencia del crecimiento poblacional en su ámbito.17 
Con el progreso de la acumulación, el aumento de la productividad se torna 
uno de sus productos, y su palanca más poderosa, operándose así una transformación 
en la composición técnica y de valor del capital. Se reduce proporcionalmente el 
empleo de la fuerza viva de trabajo ante el empleo de medios de producción más 
eficientes, impulsando el aumento de la productividad del trabajo social. La 
incorporación, por parte de los empresarios capitalistas, de los avances técnicos y 
científicos en el proceso de producción (en sentido amplio, englobando producción, 
distribución, cambio y consumo) posibilita a los trabajadores, bajo la órbita del capital, 
producir más en menos tiempo. Se reduce el tiempo de trabajo socialmente necesario 
a la producción de mercancías, o sea, a su valor, ampliando simultáneamente el 
tiempo de trabajo excedente, o plusvalía. En términos de composición de valor, se 
reduce relativamente el capital variable utilizado en la compra de la fuerza de trabajo, y 
aumenta el capital constante, empleado en los medios de producción. 
La incorporación de las conquistas de la ciencia en el proceso de producción 
en su globalidad- , ella misma una fuerza productiva por excelencia (Marx, 1980 b, v. 
II)- contribuye a acelerar la productividad del trabajo y la rotación del capital, 
permitiendo un ampliación de las tasas de lucro. La concentración y centralización de 
capitales, impulsadas por el crédito y por la competencia, amplían la escala de 
producción. Con esto, el decrecimiento relativo de capital variable aparece 
inversamente como crecimiento absoluto de la población trabajadora, más rápido que 
los medios de su ocupación. 
Así, el proceso de acumulación produce una población relativamente superflua 
y subsidiaria a las necesidades promedio de su explotación por el capital. 
17 Para profundizar este tema comparar los discursos de maestría realizadas bajo mi 
orientación: Escurra (1996) y Reis (2002) 
22
Es la ley particular de población de este régimen de producción: con la 
acumulación, obra de la propia población trabajadora, esta produce en volumen 
reciente, los medios de su exceso relativo. Esto aumenta los intereses de los 
empresarios capitalistas en extraer una mayor cantidad de trabajo de un fragmento 
menor de trabajadores ya empleados-, vía ampliación de la jornada de trabajo e 
intensificación del mismo-, articulando los medios de extracción de plusvalía absoluta y 
relativa. Eso hace que el trabajo excedente de los segmentos ocupados condene a la 
ociosidad socialmente forzada a amplios contingentes de trabajadores aptos para el 
trabajo e impedidos de trabajar, mayores que aquellos de trabajadores incapacitados 
para la actividad productiva. 
Crece, pues, una superpoblación relativa para ese modelo de desarrollo: no los 
“inútiles para el mundo” a los que se refiere Castel (1998), sino los superfluos para el 
capital, incitando a la competencia entre los trabajadores -la oferta y demanda-, con 
evidente interferencia en la regulación de los salarios (aunque estos dependan de la 
grandeza de la acumulación ). Entre esa superpoblación relativa –que en la época de 
la revolución industrial inglesa era calificada de ejército industrial de reserva- se 
encuentran los segmentos intermitentes, sujetos a las oscilaciones cíclicas y 
eventuales de absorción y repulsión de trabajo en los centros industriales: la 
superpoblación latente en la agricultura, producto de la reducción de demanda de 
fuerza de trabajo resultante de su proceso de industrialización, no acompañada de 
igual capacidad de absorción de los trabajadores en los polos urbano-industriales. 
En esta categoría se incluye, también, aquella fracción paralizada de 
trabajadores activos con ocupaciones irregulares y eventuales: los precarizados, 
temporarios, con máximo de tiempo de trabajo y mínimo de salario, sobreviviendo bajo 
el nivel medio de la clase trabajadora. Este cuadro se completa con el crecimiento del 
pauperismo18, segmento formado por contingentes poblacionales miserables, aptos al 
trabajo, y desempleados, niños y adolescentes y segmentos indigentes incapacitados 
para el trabajo (ancianos, víctimas de accidentes, enfermos etc.) cuya sobrevivencia 
depende de la renta de todas las clases, y, en mayor medida, del conjunto de los 
trabajadores. 
18 “El pauperismo constituye el asilo de los inválidos del ejercito activo de trabajadores y el peso 
muerto del ejercito industrial de reserva. Su producción está incluida en la producción de 
superpoblacion relativa, su necesidad en la necesidad de ella, y ambos constituyen una 
condición de existencia de la producción capitalista y del desarrollo de la riqueza. Pertenece a 
los faux frais de la producción capitalista que, mientras, el capital trasfiere a los hombros de la 
clase trabajadora y de la pequeña clase media” (Marx,1985 b:209,t. 1, v.II) 
23
En síntesis, el crecimiento de la fuerza de trabajo disponible e impulsada por 
las mismas causas de fuerza expansiva del capital, expresando la ley general de 
acumulación capitalista.19 Esta es modificada en su realización por las más variadas 
circunstancias, producto del perfeccionamiento de los medios de producción y del 
desarrollo de la productividad de trabajo social más rápido que el de la población 
trabajadora productiva. La ley de acumulación se expresa, en la órbita capitalista, al 
revés: en el hecho de que parte de la población trabajadora siempre crece más 
rápidamente que la necesidad de su empleo para los fines de valorización del capital. 
(Marx, 1985b: 209, t. I, v. II). Esto genera, una acumulación de miseria relativa a la 
acumulación del capital, encontrándose ahí la raíz de la producción/ reproducción de 
la cuestión social en la sociedad capitalista. 
La existencia del “trabajador libre” -la separación del individuo de las 
condiciones de su trabajo, monopolizadas bajo la forma capitalista de propiedad- en 
cuanto condición histórica de esa forma de organización social de la producción, 
vuelve al individuo que trabaja en un “pobre virtual”20. Pobre, en cuanto enteramente 
19 “Cuanto mayor es la riqueza social, el capital en funcionamiento, el volumen de energía de su 
crecimiento, también lo es la grandeza absoluta del proletariado y la fuerza productiva de su 
trabajo, y tanto mayor el ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible es 
desarrollada por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La grandeza 
proporcional del ejército de reserva crece, entonces, con las potencias de la riqueza. Cuanto 
mayor es ese ejército de reserva en relación al ejército activo de trabajadores, más sólida es la 
superpoblación consolidada, cuya miseria está a la inversa del suplicio de su trabajo. Cuanto 
mayor es, finalmente, la condición hambrienta de la clase trabajadora y el ejército industrial de 
reserva, tanto mayor el pauperismo oficial. Esta es la ley absoluta general de la acumulación 
capitalista” (Marx,1985b : 209,t. 1, v.II) 
20 El concepto de trabajador libre contiene implícito que él mismo ya es un empobrecido, un 
pobre virtual. 
Respecto a las condiciones económicas, estas se dan por la mera capacidad de trabajo, y, por 
esto, el trabajador está dotado de necesidades vitales. Es un necesitado en todos los sentidos, 
no visible en la determinación de las condiciones objetivas para la realización de su capacidda 
de trabajo. Cuando el capitalista no necesita de las horas extras de trabajo del individuo, este 
no puede realizar el trabajo necesario, producir sus medios de subsistencia. 
Cuando no puede obtenerlos por medio de intercambio mercantil, los obtendrá por medio de 
caridad o limosnas que sobren para el de la renta de todas las clases. (Marx, 1980b; 110, v. 2). 
Es interesante observar la actualidad de esta interpretación, cuando la llamada de la filantropía 
del capital y del trabajo voluntario son unas de las tónicas de las respuestas a la cuestión social 
en la actualidad. Nos recuerda al debate de Marx con Proudhon, en la miseria de la filosofía 
(Marx, 1970: 11), acerca de las diferentes escuelas de interpretación de las relaciones sociales 
capitalistas por parte de los intelectuales de la burguesía. Entre ellas, Marx destaca la “Escuela 
humanitaria”, y destaca “el lado malo de las relaciones de producción actuales. Para la 
tranquilidad de conciencia se esfuerza por aparentar lo más posible los contrastes reales, 
deplora sinceramente las penas del proletariados y la desenfrenada competencia entre los 
burgueses, aconseja a los obreros que sean sobrios, trabajen bien y tengan pocos hijos, 
recomienda a los burgueses que moderen su ardor en la esfera de la producción (…) Escuela 
Filantrópica es la escuela humanitaria perfeccionada. Niega la necesidad de antagonismos; 
quiere convertir a todos los hombres en burgueses; quiere revisar la teoría distinguida de la 
práctica y que no contenga antagonismos. (…) por consiguiente, los filántropos quieren 
conservar las categorías que expresan las relaciones burguesas, por eso el antagonismo que 
constituye la esencia de esas categorías es inseparable de ellas. Los filántropos alegan que 
combaten seriamente la práctica burguesa, pero son más burgueses que nadie”. 
24
necesitado, excluido de toda la riqueza objetiva, dotado de mera capacidad de trabajo 
y alejado de las condiciones necesarias para la realización objetiva en la creación de 
sus medios de sobrevivencia. 
Como la capacidad de trabajo, es mera potencia, el individuo sólo puede 
realizarla, si encuentra lugar en el mercado de trabajo, cuando es demandado por los 
empresarios capitalistas. Así, la obtención de medios de vida depende de un conjunto 
de mediaciones que son sociales, pasando por el intercambio de mercaderías, cuyo 
control es enteramente ajeno a los individuos productores. El pauperismo como el 
resultado del trabajo –del desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social-, es 
una especificidad de la producción fundada en el capital (Marx, 1980b:110, v. II). 
Importa destacar que en esa concepción, la pobreza no es apenas comprendida, como 
el resultado de la distribución de la renta, es decir se refiere a la propia producción. O, 
en otros términos se refiere a la distribución de los medios de producción y, entonces, 
a las relaciones entre las clases, abarcando la totalidad de la vida de los individuos 
sociales, que se encuentran enteramente necesitados tanto en la órbita material como 
en la espiritual (intelectual, cultural y moralmente). 
Ese proceso es radicalizado con el recorte de las políticas sociales públicas y 
de los servicios a ellas atinentes, destituyendo la responsabilidad del Estado en la 
preservación del derecho a la vida de amplios segmentos sociales, que es transferida 
a la eventual solidaridad de los ciudadanos, esto es, a las sobras de su tiempo y de su 
renta. 
La cuestión social expresa, por lo tanto, desigualdades económicas, políticas y 
culturales de las clases sociales, mediatizadas por disparidades en las relaciones de 
género, características étnico-raciales y regionalismos, causando que amplios 
sectores de la sociedad civil no accedan a los bienes de la sociedad. Disponiendo de 
una dimensión estructural que alcanza visceralmente la vida de los sujetos en una 
“lucha abierta y sorda por la ciudadanía” (Ianni, 1992), en el embate por el respeto por 
los derechos civiles, sociales y políticos y los derechos humanos. Este proceso es 
denso de conformismos y rebeldías, expresando la conciencia y la lucha por el 
reconocimiento de los derechos de cada uno y de todos los individuos sociales. Es en 
ese terreno de disputas que trabajan los asistentes sociales. 
Es importante recordar que fueron las luchas sociales las que rompieron el 
dominio privado en las relaciones entre capital y trabajo, extrapolando la cuestión 
social a la esfera pública. Los conflictos sociales pasan a exigir la intervención del 
25
Estado en el reconocimiento y en la legalización de derechos y deberes de los sujetos 
sociales envueltos, consustanciados en las políticas y servicios sociales. 
Es en la tensión entre reproducción de la desigualdad y la producción de la 
rebeldía y de la resistencia que actúan los asistentes sociales, situados en un terreno 
movido por intereses sociales diferentes y antagónicos, los cuales no son posibles de 
eliminar, o de ellos escabullirse, porque tejen la vida en sociedad. Los asistentes 
sociales trabajan con las múltiples dimensiones de la cuestión social tal como se 
expresan en la vida de los individuos sociales, a partir de las políticas sociales y de las 
formas de organización de la sociedad civil en la lucha por los derechos. 
Exactamente por eso, descifrar las nuevas mediaciones por medio de las 
cuales se expresa la cuestión social hoy es de vital importancia para el Servicio 
Social21 en una doble perspectiva: para que se pueda tanto aprehender la variedad de 
expresiones que asumen, en la actualidad, las desigualdades sociales -su producción 
y reproducción ampliada-, como proyectar y forjar formas de resistencia y de defensa 
de la vida. Formas de resistencia ya presentes, a veces de modo parcialmente oculto, 
en el cotidiano de las clases mayoritarias de la población que dependen del trabajo 
para su sobrevivencia. 
Así, aprehender la cuestión social es también captar las múltiples formas de 
presión social, y de reinvención de la vida construidas en el cotidiano, mediante las 
cuales son recreados nuevos modos de vivir que apuntan a un futuro que está siendo 
germinado en el presente. 
Considerada como una expresión de las desigualdades inherentes al proceso 
de acumulación y de los efectos que produce sobre el conjunto de las clases 
trabajadoras y de su organización -lo que se encuentra en la base de la exigencia de 
políticas sociales públicas- la cuestión social no es un fenómeno reciente, típico del 
agotamiento de los llamados treinta años gloriosos de la expansión capitalista. Se 
trata, al contrario, de una “vieja cuestión social” inscripta en la propia naturaleza de las 
relaciones capitalistas, más que en la contemporaneidad, se reproduce bajo nuevas 
mediaciones históricas y, al mismo tiempo, asume inéditas expresiones derramadas 
en todas las dimensiones de la vida social. Se alteran las bases históricas en que 
ocurre la producción y reproducción de las desigualdades en las periferias mundiales, 
en un contexto de internacionalización de la producción, de los mercados, de la 
21 Anteriormente ha sido tratado el tema: Iamamoto y Carvalho (1982); Iamamoto (1998a); 
Iamamoto (2000:45-70); Iamamoto (2001a:09.33) y Iamamoto (2004:17-50). 
26
política y de la cultura, bajo el comando del capital financiero, las cuales son 
acompañadas por luchas veladas y abiertas, nítidamente desiguales. 
Bajo cierto ángulo, la cuestión social producida y reproducida de forma 
ampliada ha sido leída, desde la perspectiva sociológica, como “disfunción” o 
“amenaza” al orden y a la cohesión social, en la tradición de E. Durkheim, típica de la 
escuela francesa. (Castel,1998). Y, también, presentada como una nueva cuestión 
social, resultante de la “inadaptación de los antiguos métodos de gestión social”, 
producto de la crisis del “Estado Providencia” (Rosanvallon, 1995; Fitoussi y 
Rosanvallon 1997) y de la crisis de la “relación salarial”. 
Frecuentemente, la programática para hacer frente a la misma tiende a ser 
reducida a una gestión más humanizada y eficaz de los problemas sociales en la 
órbita del capital, bajo la protección del gran capital financiero y de las políticas 
neoliberales. De esta manera, las respuestas a la cuestión social pasan a ser 
canalizadas para los mecanismos reguladores del mercado y para las organizaciones 
privadas, las cuales comparten con el Estado la implementación de programas 
focalizados y descentralizados de “combate a la pobreza y a la exclusión social”. 
En una perspectiva de análisis distinta asumida en este texto, la cuestión social 
específica del orden burgués, y de las relaciones sociales que lo sustentan, es 
entendida como expresión ampliada de la explotación del trabajo y de las 
desigualdades y luchas sociales resultantes de ella: el revés del desarrollo de las 
fuerzas productivas del trabajo social. 
Su producción/reproducción asume perfiles y expresiones históricamente 
particulares en el escenario contemporáneo latinoamericano. Requiere, en su 
enfrentamiento, la prevalencia de las necesidades del colectivo de trabajadores, el 
llamado a la responsabilidad del Estado y a la afirmación de políticas sociales de 
carácter universal vueltas a los intereses de las grandes mayorías, condensando un 
proceso histórico de luchas por la democratización de la economía, de la política, de la 
cultura en la construcción de la esfera pública. 
La expresión cuestión social es extraña al universo de Marx, habiendo sido 
acuñada en 1830 (Castel, 1998), en el marco del reformismo conservador.22 (Netto, 
22 Es conocida la programática reformista conservadora de la Iglesia Católica expresada, por 
primera vez, por León XIII, en la apertura de caminos para esta institución en la modernidad. Al 
naturalizar el orden capitalista, propone un amplio programa para su moralización, movilizando 
a los laicos en esa misión, contra los anarquistas y socialistas. Mas allá de esa versión del 
conservadurismo confesional, que influenció largamente el ideario del Servicio Social, existe el 
conservadurismo laico del nacimiento de la Sociología, cuya expresión más importante fue 
Durkheim. (Nisbet, 1969; 1980; Bottomore y Nisbet, 1980). Netto (2002) destaca, también, el 
27
1992; 2002; Iamamoto, 1992a). Históricamente, ella fue tratada bajo un ángulo de 
poder, vista como amenaza que la lucha de clases –en especial, la presencia política 
de la clase obrera- representaba al orden instituido. Entre tanto, los procesos sociales 
que traduce se encuentran en el centro del análisis de Marx sobre las clases sociales y 
sus luchas en la sociedad capitalista. En esa tradición intelectual, como ya se expuso, 
el régimen capitalista de producción es tanto un proceso de producción de las 
condiciones materiales de la vida humana, como un proceso que se desarrolla bajo 
relaciones sociales de producción –histórico/económicas- específicas. En su dinámica, 
produce y reproduce sus exponentes: sus condiciones materiales de existencia, las 
relaciones sociales contradictorias y formas sociales a través de las cuales se 
expresan. Existe, pues, una indisociable relación entre la producción de los bienes 
materiales y la forma económico/social en que es realizada, esto es, la totalidad de las 
relaciones entre los hombres en una sociedad históricamente particular, regulada por 
el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social. 
El Servicio Social tiene en la cuestión social la base de su fundación, en cuanto 
especialización de trabajo. Los asistentes sociales, por medio de la prestación de 
servicios socio-asistenciales –indisociables de una dimensión educativa (o político-ideológica) 
–realizados en las instituciones pública y organizaciones privadas, 
interfieren en las relaciones sociales cotidianas, atendiendo las variadas expresiones 
de la cuestión social , experimentadas por los individuos sociales en el trabajo, en la 
familia, en la lucha por la vivienda y por la tierra, en la salud, en la asistencia pública, 
entre otras dimensiones. 
Actualmente, la cuestión social pasa a ser objeto de un violento “proceso de 
criminalización” que toca a las clases subalternas. (Ianni, 1992; 2004 y Guimaraes, 
1979). Se recicla la noción de “clases peligrosas” –antes trabajadoras- sujetas a 
represión y extinción. La tendencia a naturalizar la cuestión social es acompañada de 
la transformación de sus manifestaciones en objeto de programas focalizados de 
“combate a la pobreza”, o en expresiones de la violencia de los pobres, cuya 
respuesta es la seguridad y la represión oficiales. Nos recuerda el pasado, cuando era 
concebida como caso de la policía, lo opuesto de ser objeto de una acción sistemática 
del Estado en el tratamiento de las necesidades básicas de la clase obrera y otros 
sectores trabajadores. En la actualidad, las propuestas inmediatas para enfrentar la 
cuestión social, en Brasil, actualizan la articulación asistencia focalizada/represión, con 
conservadurismo protestante prusiano, cuyo máximo representante fue Bismark. Él fue el 
pionero promotor de las políticas sociales como anticipación a las demandas de un proletariado 
combativo, representado por el primer partido de masas, el Partido Social Demócrata Alemán, 
cuando la burguesía aún era débil en ese país, en las décadas del 70-90 del siglo XIX. 
28
el apoyo del brazo coercitivo del Estado, en detrimento de la construcción de consenso 
necesario al régimen democrático, lo que es motivo de inquietud. 
Una doble trampa puede rodear el análisis de la cuestión social cuando sus 
múltiples diferencias y expresiones son desvinculadas de su génesis común, 
desconsiderando los procesos sociales contradictorios – en su dimensión de totalidad-que 
las crean y las transforman. 
Se corre el riesgo de caer en la pulverización y fragmentación de innumerables 
“Cuestiones sociales”, atribuyendo unilateralmente a los individuos y sus familias la 
responsabilidad por las dificultades vividas. Esto deriva en el análisis de los 
“problemas sociales” como problema del individuo aislado y de la familia (principal 
objetivo de los programas focalizados de combate al hambre y la miseria), 
perdiéndose la dimensión colectiva y el recorte de clase de la cuestión social. 
Eximiendo a la sociedad de clases de la responsabilidad en la producción de las 
desigualdades sociales. Por una artimaña ideológica, se elimina, en el nivel del 
análisis, la dimensión colectiva de la cuestión social -el estudio de la clase trabajadora-reduciéndola 
a una dificultad del individuo. La pulverización de la cuestión social, típica 
de la óptica liberal, resulta en la autonomización de sus múltiples expresiones –la 
variadas “cuestiones sociales” –en detrimento de la perspectiva de unidad. Se impide 
así, el rescate del complejo de causalidades que determina los orígenes de la cuestión 
social, inherente a la organización social capitalista, lo que no omite la necesidad de 
aprehender las múltiples expresiones y formas concretas que asume. 
Otra trampa es encerrar el análisis en un discurso genérico, que redunda en 
una visión unívoca e indiferenciada de la cuestión social, prisionera de análisis 
estructurales, fragmentada de la dinámica coyuntural y de la vida de los sujetos 
sociales. La cuestión social pasa a ser vaciada de sus particularidades históricas, 
perdiendo el movimiento y la riqueza de la vida, al desconsiderar en sus expresiones 
específicas que desafían la “investigación concreta de situaciones concretas” (Como la 
violencia, el trabajo infantil, la violación de los derechos humanos, las masacres 
indígenas, etc.). 
Concluyendo, se constata una renovación de la “vieja cuestión social”, inscripta 
en la propia naturaleza de las relaciones sociales capitalistas, bajo otras ropas y 
nuevas condiciones socio-históricas en la sociedad contemporánea, profundizando sus 
contradicciones y asumiendo nuevas expresiones en la actualidad. Ella evidencia hoy 
la inmensa fractura entre el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social y 
las relaciones sociales que lo sustentan. Crecen las desigualdades y se afirman las 
29
luchas en el día a día contra las mismas –luchas en su mayoría silenciadas por los 
medios de comunicación- en el ámbito del trabajo, del acceso a los derechos y los 
servicios en la atención a las necesidades básicas de los ciudadanos, de las 
diferencias étnico-raciales, religiosas, de género, entre otras dimensiones. 
En la perspectiva aquí asumida, la cuestión social no se identifica con la noción de 
exclusión social, hoy generalizada, dotada de gran consenso en los ámbitos 
académicos y políticos. Una multiplicidad de denominaciones y propósitos es 
propuesta por los estudiosos del tema de la “exclusión social”, como recuerda Amann 
(2003), entre las cuales: descalificación (Paugan, 2003), desafiliación (Castel, 1998), 
relegamiento (Buarque, 1993) e inclusión perversa (Martins, 2002). La inclusión social 
se torna una palabra mágica, que todo y nada explica, ocurriendo una “fetichización 
conceptual” de la noción (Martins, 1997). 
Castel (2000a) se refiere a las “trampas de la exclusión”, denunciando su 
inconsistencia teórica: una “palabra válida” utilizada para definir todas las miserias del 
mundo. Es una noción que se afirma por la calificación negativa –la falta de- empleada 
con una heterogeneidad de usos, sin decir con rigor en qué consiste y de dónde viene. 
La noción autonomiza “situaciones límite”, que sólo tienen sentido dentro del circuito 
vivo de las fuerzas sociales, de los procesos que las crean. Focaliza efectos de 
procesos que atraviesan el conjunto de la sociedad, correspondiendo “a un tipo clásico 
de focalización de la acción social: delimita zonas de intervención que pueden dar 
lugar a las actividades de reparación” (Castel, 2000 a: 27). 
La tendencia a reducir la cuestión social a situaciones de exclusión es, para el 
autor, parte de un proceso de “desestabilización de la condición salarial” y de la 
desagregación de protecciones que fueron progresivamente ligadas al trabajo 
protegido y con status en la “sociedad salarial”23. Su crisis conduce a la 
“desestabilización de los estables”, a la precariedad, al crecimiento de los “sobrantes”, 
a la cultura de lo aleatorio, lo que, en las cifras oficiales aparece como “exclusión”. 
Como las fisuras por ella responsables están localizadas en el “corazón de la 
condición salarial” la lucha contra la “exclusión” incide sobre la regulación del trabajo y 
del sistema de protecciones a él vinculadas. El camino anunciado para responder a la 
cuestión social se encuentra en la senda de la lucha por el derecho al trabajo. 
Martins (1997; 2002) también cuestiona el rigor analítico y la novedad de la 
noción de “exclusión” y denuncia su fetichización conceptual, que todo y nada explica. 
La novedad es “su vejez renovada” resultado de una metamorfosis de conceptos – 
23 La óptica de análisis del autor será detallada a seguir en el cuerpo de este texto. 
30
pasando por la teorías de la marginalidad social y de la pobreza – que procuraban 
explicar, en el ordenamiento social capitalista, el descompás crónico entre el desarrollo 
económico y el del desarrollo social que lo caracteriza, en su lógica de sometimiento 
de todo y a todos a las leyes del mercado. Defiende no definir sociológicamente 
“exclusión”, pues los “dilemas son los de la inclusión precaria, inestable y marginal”: 
“inclusión de los que son alcanzados por la nueva desigualdad social provocada por 
las grandes transformaciones económicas y para las cuales solo hay en la sociedad, 
lugares residuales” (Martins, 1977). 
Es propio de la sociedad capitalista desenraizar a los trabajadores, excluir para 
incluir de otro modo, según su lógica. Para Martins, el problema se encuentra 
exactamente en esa inclusión: en su temporalidad y en los modos de inclusión. El 
período del pasaje de momento de la “exclusión” –como la de la expropiación y 
expulsión de los trabajadores del campo- para el momento de la “inclusión” en otro 
modo de trabajar, de vivir y de pensar la vida se está transformando en un modo de 
vida, y no es sólo un período transitorio. Es ese modo de vida el objeto de 
preocupación. El llamado proceso de exclusión crea una “sociedad paralela”: 
excluyente desde el punto de vista moral y político. Separa materialmente, pero unifica 
ideológicamente en el imaginario de la sociedad de consumo y en las fantasías 
pasteurizadas e inocuas del mercado. 
En otros términos, la apelación a la exclusión indica la necesidad de 
comprensión de una antigua cuestión: la de las desigualdades sociales fruto del 
estudio del trabajo, uno de los aspectos de la crisis de la sociedad de clases. Esto 
supone la insuficiencia de la teoría de las clases, diluyendo la figura de la clase 
trabajadora en la del excluido, que ahora es un sujeto del destino, destituido de la 
posibilidad de hacer historia. La protesta social y política en nombre de los excluidos 
se resuelve en el horizonte de la integración en la sociedad que los excluye, en la 
reproducción ampliada de esa misma sociedad. Los “excluidos no protagonizan ni 
representan una contradicción en el interior del proceso productivo”, son contemplados 
como “residuo” que crece en un desarrollo considerado “anómalo”, lo que redunda en 
una lucha conformista y habla de un proyecto de afirmación del capitalismo, y de los 
que a él adhieren. Según el autor, el discurso de la exclusión es la expresión 
ideológica de una praxis limitada de la clase media y no de un proyecto anticapitalista 
crítico, cuyo desafío es dar vuelta la sociedad de acumulación. Considera la exclusión 
social “un síntoma grave de una transformación social, que viene, rápidamente 
haciendo, de todos, seres humanos descartables, reducidos a condición de cosa, 
31
‘forma extrema de la vivencia de la alienación y de la cosificación de la persona’, como 
ya apuntaba Marx, en sus estudios sobre el capitalismo” (Martins, 2002: 20). 
La crítica a las nociones de inclusión/exclusión en el debate sobre la seguridad 
social en Brasil es tomada por Paiva (2006). Considera que la proliferación de esa 
noción importada, extraña al universo político cultural de la población brasilera, 
estimula propuestas que hablan de una “solidaridad sin sujetos y sin proyectos” y 
encubre mecanismos de dominación y subalternación, no exentos de repercusiones 
políticas: su contexto histórico fue la deconstrucción de la idea fuerza de derecho 
social, conquistada en la lucha de los trabajadores por el acceso al excedente” (Paiva, 
2006: 21). Disimulando la complejidad del concepto de necesidades humanas (Heller, 
1986), la noción de exclusión permite “recubrir las situaciones concretas de la 
población sin tornar inteligible su pertenencia a una clase social, por lo tanto a un 
tiempo y espacio históricos portadores de un proyecto colectivo libertario” (Paiva, 
2006: 21). 
3.2 Cuestión social y Servicio Social 
El análisis hipotético sobre la profesión de Servicio Social en el proceso de 
producción y reproducción de las relaciones sociales (Iamamoto, en: Iamamoto y 
Carvalho, 1982: 77-78) presentó la tesis de que la profesión se afirma como una 
especialización del trabajo colectivo en el cuadro de desarrollo capitalista industrial y 
de la expansión urbana. Procesos aprehendidos bajo la óptica de las clases sociales-la 
constitución y expansión del proletariado y la burguesía industrial –y de las 
modificaciones verificadas en la composición de grupos y fracciones de clase que 
comparten el poder del Estado en coyunturas históricas determinadas. Es cuando en 
Brasil se afirma la hegemonía del capital industrial que emerge, bajo nuevas formas, la 
cuestión social, la cual se torna la base de justificación de ese tipo de profesional 
especializado. Ya no se trata de la mera distinción entre ricos y pobres, presente en 
las formas anteriores de organización de la producción y de la sociedad regidas por la 
división del trabajo, previas al capitalismo industrial. La cuestión social pasa a ser 
dotada de un “carácter de clase específico”, que constituye las relaciones sociales bajo 
el dominio del capital: 
La cuestión social no es sino las expresiones del proceso de formación y desarrollo de la clase 
obrera y su ingreso en el escenario político de la sociedad, exigiendo su reconocimiento como 
clase por parte del empresariado y del Estado. Es la manifestación en el cotidiano de la vida 
social, de la contradicción entre el proletariado y la burguesía, la cual pasa a exigir otros tipos 
de intervención, más allá de la caridad y de la represión. El Estado pasa a intervenir 
32
directamente en las relaciones entre el empresariado y la clase trabajadora estableciendo no 
solo una reglamentación jurídica del mercado de trabajo, a través de legislación social y laboral 
específicas, sino también gobernando la organización y prestación de servicios sociales, como 
un nuevo tipo de enfrentamiento de la cuestión social. (Ídem: 77). 
Las condiciones de vida y de trabajo de los segmentos trabajadores y su 
correspondiente movilización y organización política –tanto del sector directamente 
inserto en el mercado de trabajo, como de aquella excedente para las necesidades 
medias del capital- ya no podían ser desconsideradas por el Estado en la formulación 
de políticas sociales como requisito mismo de sustento del poder de clase. 
En aquel estudio (Iamamoto, en Iamamoto y Carvalho, 1982) también fueron 
presentadas algunas claves heurísticas para el tratamiento del tema. 
La primera afirmaba que las respuestas a la cuestión social sufren alteraciones más 
significativas en las coyunturas de la crisis económica y de la crisis de hegemonía en 
el conjunto del poder.24 La segunda destacaba dos dimensiones necesarias al análisis 
del tema, las cuales eran: por un lado, la situación objetiva y subjetiva de la clase 
trabajadora, de cara a los cambios en el modo de producir y de apropiarse del trabajo 
excedente y de su capacidad de organización y lucha, y por otro, las diferentes 
maneras de las fracciones dominantes, apoyadas en el poder del Estado, que 
interpretaban y actuaban sobre la situación de la clase trabajadora. Pero más allá de 
las especificidades de esas formas de enfrentamiento, lo que las unifica es la 
contradicción entre el trabajo social y la apropiación privada del trabajo, de sus 
condiciones y sus resultados, traducida en la valorización creciente del capital y en el 
crecimiento de la miseria relativa del trabajador. 
Ese núcleo analítico, siendo preservado, se desdobló en el análisis de la cuestión 
social en las particularidades de la expansión monopolista en el Brasil, en los cuadros 
de lo que Fernández (1975) califica de autocracia burguesa25 (Iamamoto, 1992), y en 
la crisis del ciclo expansionista después de la Segunda Guerra Mundial (Iamamoto, 
1998 a). 
24 “Así, a medida que avanza el desarrollo de las fuerzas productivas, de la división del trabajo y 
su consecuente potenciación, se modifican las formas y el grado de explotación de la fuerza de 
trabajo. Se modifica concomitantemente, el posicionamiento de las diversas fracciones de las 
clases dominantes y sus formas de actuar frente a la cuestión social, lo que ingresa en escena 
a los intereses específicos de esos grupos y la lucha por el poder existente en su interior” 
(Iamamoto, en: Iamamoto y Carvalho, 1982: 78). 
25 Recordamos que este texto fue originalmente escrito en 1982, aunque publicado una década 
más tarde 
33
Servicio social en tiempo de capital fetiche. capital financiero, trabajo y cuestión social.
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Servicio social en tiempo de capital fetiche. capital financiero, trabajo y cuestión social.

  • 1. Marilda Villela Iamamoto. Servicio Social en tiempo de capital fetiche. Capital financiero, trabajo y cuestión social. 2da. Edición. Cortez Editora. San Pablo, 2008. Traducción: Lic. Juliana Andora, Mg. Silvina Cavalleri Capítulo II. Capital fetiche, cuestión social1 y Servicio Social. Tem verdade Que se carece de aprender, Do encoberto, E que ninguém nao ensina: O beco para a liberdade se fazer. Guimaraes Rosa*2 El propósito de este capítulo es establecer orientaciones que permitan delinear las nuevas determinaciones que inciden en el capital financiero en el actual contexto de mundialización de la economía3, teniendo en vista resaltar las determinaciones históricas que redimensionan la cuestión social en la escena contemporánea y sus particularidades en Brasil. El trae también el debate sobre el tema en el universo profesional y estrategias de su enfrentamiento en los cuadros de las fuerzas sociales que inciden en las políticas gubernamentales. La estructuración de la economía capitalista mundial, después de la Guerra Fría y en el inicio del siglo XXI, sobre la hegemonía del imperio norteamericano, sufre profundas mudanzas en su conformación. La efectiva mundialización de la “sociedad global” es accionada por los grandes grupos industriales transnacionales articulados al mundo de las finanzas. Este tiene como soporte las instituciones financieras que 1 Cursivas de la autora. 2 Rosa, G. Grande sertão: veredas. In: João Guimarães Rosa. Ficción completa en dos volúmenes, v. II. Río de Janeiro: Nova Aguilar, 1994, p. 197. 3 El presente texto se encuentra apoyado en los análisis de Chesnais (1996; 1999; 2001); Chesnais y Duménil y Levy y Wallerstein (2003); Husson (1999); Harvey (1993; 2004; 2005a; 2005b); Wallerstein (2002); y Mandel (1985), Petras (2002) y Anderson (1995; 2002). El propósito aquí es bastante limitado: apenas indicar algunas líneas-fuerza de la financierización de la economía mundial- cuya profundización escapa el alcance de este trabajo- para identificar los nuevos determinantes de de la producción y reproducción de la cuestión social en la actualidad. 1
  • 2. pasan a operar con el capital que rinde réditos (bancos, compañías de seguros, fondos de pensión, fondos mutuos y sociedades financieras de inversión), apoyadas en la deuda pública y en el mercado accionario de las empresas. Ese proceso impulsado por los organismos multilaterales captura los Estados nacionales y el espacio mundial, atribuyendo un carácter cosmopolita a la producción y consumo de todos los países; y, simultáneamente, radicaliza el desarrollo desigual y combinado, que estructura las relaciones de dependencia entre naciones en el escenario internacional. El capital financiero asume el comando del proceso de acumulación y, mediante inéditos procesos sociales, envuelve la economía y la sociedad, la política y la cultura, marcando profundamente las formas de sociabilidad y el juego de las fuerzas sociales. Lo que es oscurecido en esa nueva dinámica del capital es su opuesto: el universo del trabajo –las clases trabajadoras y sus luchas-, que crea riqueza para otros, experimentando la radicalización de los procesos de explotación y expropiación. Las necesidades sociales de las mayorías, la lucha de los trabajadores organizados por el reconocimiento de sus derechos y sus refracciones en las políticas públicas, arenas privilegiadas del ejercicio de la profesión, sufren una amplia regresión en la prevalencia del neoliberalismo, en favor de la economía política del capital. En otros términos, se tiene el reino del capital fetiche en la plenitud de su desarrollo y alienación. En este nuevo momento de desarrollo del capital, la inserción de los países “periféricos” en la división internacional del trabajo carga las marcas históricas persistentes que presidieron su formación y desarrollo, las cuales se actualizan redimensionadas en el presente. Esas nuevas condiciones históricas metamorfosean la cuestión social inherente al proceso de acumulación capitalista complejizándola con nuevas determinaciones y relaciones sociales históricamente producidas, e imponen el desafío de elucidar su significado social en el presente. En este capítulo se retoma la profesionalización del Servicio Social en el ámbito de la división social y técnica del trabajo en sus vínculos con la cuestión social. Se dialoga con diferentes interpretaciones sobre el tema, presentes en el universo académico y profesional del Servicio Social, con énfasis en los debates recientes de mayor incidencia en la literatura especializada: la producción francesa (especialmente Robert Castel y Pierre Rosanvallon) y parte representativa de ese debate en el universo del Servicio Social en el País. Finalmente son identificadas estrategias presentes en la arena política como respuestas a la radicalización de la cuestión social en la sociedad brasileña. 2
  • 3. 1. Mundialización de la economía, capital financiero y cuestión social La mundialización de la economía está anclada en los grupos industriales transnacionales, resultantes de procesos de fusiones y adquisiciones de empresas en un contexto de desregulación y liberalización de la economía. Esos grupos asumen formas cada vez más concentradas y centralizadas del capital industrial y se encuentran en el centro de la acumulación. Las empresas industriales se asocian a las instituciones financieras (bancos, compañías de seguros, fondos de pensión, sociedades financieras de inversiones colectivas y fondos mutuos), que pasan a comandar el conjunto de la acumulación, configurando un modo específico de dominación social y política del capitalismo, con el soporte de los Estados Nacionales. Los inversores financieros institucionales, por medio de las operaciones realizadas en el mercado financiero, se tornan, en la sombra, propietarios accionarios de las empresas transnacionales y pasan a actuar independientemente de ellas. Interfieren en el nivel y en el ritmo de las inversiones de las empresas –en la creación de nuevas capacidades de producción y en la extensión de las relaciones sociales capitalistas volcadas a la extracción de plusvalía-, en la distribución de sus recetas y en la definición de las formas de empleo asalariado, en la gestión de la fuerza de trabajo y en el perfil del mercado de trabajo. Como recuerda Husson (1999:99), el proceso de financierización indica un modo de estructuración de la economía mundial. No se reduce a la mera preferencia del capital por aplicaciones financieras especulativas en detrimento de aplicaciones productivas4. El discurso de la “economía de casino”, es prisionero del fetiche de las finanzas, como si fuese posible fructificar una masa de rendimientos independiente de la producción directa. El fetichismo de los mercados financieros, que presenta las finanzas como potencias autónomas frente a las sociedades nacionales, esconde el funcionamiento y la dominación operada por el capital transnacional e inversores financieros, que actúan mediante el efectivo respaldo de los Estados nacionales sobre la orientación de los organismos internacionales, portavoces del gran capital financiero y de las grandes potencias internacionales. 4 “Del punto de vista teórico, es crucial ligar el proceso de financierización a su base material y evitar hacer como si la economía se tornase de cierto modo `virtual´. Solo esa articulación permite comprender como se puede conducir una política de austeridad salarial sin naufragar en una crisis crónica sin salidas y porque también el ascenso del desempleo es indisociable de los rendimientos financieros. ” (Husson, 1999: 101) 3
  • 4. La esfera estricta de las finanzas, por si misma, nada crea. Se nutre de la riqueza creada por la inversión capitalista productiva y por la movilización de la fuerza de trabajo en su ámbito, aunque aparezca de una forma fetichizada, como ya se ha anteriormente elucidado. En esa esfera, el capital aparece como si fuese capaz de crear “huevos de oro”, esto es, como si el capital-dinero tuviese el poder de generar más dinero en el circuito cerrado de las finanzas, independiente de la retención que hace de los lucros y de los salarios creados en la producción. El fetichismo de las finanzas solo es operante si existe producción de riquezas, aunque las finanzas minen sus bases al absorber parte sustancial del valor producido. Es sobre los grupos industriales que reposa la actividad de valorización del capital en la industria, los servicios, el sector energético y la gran agricultura, de la cual depende tanto la existencia material de las sociedades en las cuales campesinos y artesanos fueron casi totalmente destruidos cuanto la extracción de plusvalía destinada a pasar a manos de los capitales financieros (Chesnais, 2001: 20) Esa dominación es impensable sin la intervención política y el apoyo efectivo de los Estados nacionales, pues solo en la vulgata neoliberal el Estado es externo a los “mercados”5. El triunfo de los mercados es inconcebible sin la activa intervención de las instancias políticas de los Estados nacionales, con base en los tratados internacionales como el Consenso de Washington, el Tratado de Marrakech, que crea la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Acuerdo de Libre Comercio Americano (ALCA), y el Tratado de Maastricht, que crea la “unificación” europea. Esto es, se establece el cuadro jurídico y político de la liberalización y de la privatización, por los agentes financieros, del conjunto de los países de la Unión Europea. El espacio mundial se torna espacio del capital6, que se hace totalidad, elemento de diferenciación al interior de una unidad. (Marx, 1974; Lenin, 1976; Harvey, 1993, 2005a, 2005b) Para Ianni (2004b), en ese escenario de la historia del siglo XXI, el nuevo ciclo de expansión del capitalismo transnacional rediseña el mapa del mundo. El desafía la comprensión de la llamada “sociedad global”: una sociedad en la cual se subordinan las sociedades nacionales en sus segmentos locales y composiciones regionales, con sus potencialidades y negatividades, considerando sus dinamismos y contradicciones. En ella se confrontan el neoliberalismo, el 5 Una síntesis de la teoría marxista del Estado puede ser encontrada en Harvey (2005b: 75-94). 6 Chesnais (2001) esclarece que la globalización fue un término utilizado en las business schoolls (escuelas de negocios) americanas, en la década del 80, para hacer referencia a la acción estratégica de los grandes grupos industriales y a la necesidad de “conductas globales”, dirigiéndose a los mercados de “demandas solventes”, a las fuentes de abastecimiento y a los movimientos de los grupos rivales oligopólicos. Más tarde, con la globalización financiera, el término se extiende al inversor financiero. 4
  • 5. nazifascismo y el neosocialismo7. En ese nuevo estadio del desarrollo del capital se redefinen las soberanías nacionales, con la presencia de corporaciones transnacionales y organizaciones multilaterales –el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial u la Organización Mundial de Comercio, “la santísima trinidad del capital en general”- principales portavoces de las clases dominantes en escala mundial. El autor levanta la polémica hipótesis que está en curso un nuevo ciclo de la revolución burguesa en escala mundial, dentro de la cual se fermentan, simultáneamente, nuevas condiciones para una globalización desde abajo, para un nuevo ciclo de la revolución socialista, vistas como revoluciones mundiales (Ianni, 2004b: 17). En esa visión optimista, afirma que, de ese proceso, también redundan “las condiciones sociales, simultáneamente económicas, políticas y culturales, sobre las cuales se recrean los ideales, las prácticas y organizaciones empeñadas en la socialización de la propiedad y del producto del trabajo colectivo ahora vistos en perspectiva mundial”. (Ianni, 2004b: 34) En un mercado mundial realmente unificado, se impulsa la tendencia a la homogeneización de los circuitos del capital, de los modos de dominación ideológica y de los objetos de consumo –por medio de la tecnología y de la multimedia. Homogeneización ésta apoyada en la más completa heterogeneidad y desigualdad de las economías nacionales. Se acelera pues, el desarrollo desigual, a los saltos, entre empresas, ramas de producción de la industria y de diferentes naciones, y, en el interior de los países, a favor de las clases y grupos dominantes, reafirmando las tendencias afirmadas por Lenin (1976). La transferencia de riqueza entre clases y categorías sociales y entre países está en la raíz del aumento del desempleo crónico, de la precariedad de las relaciones de trabajo, de las exigencias de contención salarial, de la llamada “flexibilidad” de las condiciones y relaciones de trabajo, más allá del desmoronamiento de los sistemas de protección social. 7 El autor anota que se trata de neosocialismo, en la organización de la lucha contra las desigualdades y contradicciones sociales, porque incorpora la evaluación crítica de los regímenes socialistas instalados en la Unión Soviética, en países de Europa central, China, Angola, Mozambique, entre otros. “De forma breve, se puede decir que el neosocialismo es una corriente de pensamiento y práctica con raíces muy profundas en las tensiones y contradicciones que se forman y desarrollan con el globalismo. Una corriente y práctica diversificada en tendencia múltiples, más que se expresa en movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos, sin olvidar actividades artísticas, científicas y filosóficas.” Está fuertemente influenciada y dinamizada por las tensiones y contradicciones sociales producidas con el desempleo estructural, las xenofobias, los etnicismos, los racismos, los fundamentalismos, las desigualdades entre la mujer y el hombre, la privatización y destrucción de la naturaleza por empresas conglomeradas, el pauperismo, la lumpenización y la formación de subclases. Implica la reflexión crítica sobre la dinámica del capitalismo, la lógica del capital, la creciente potencialización de la fuerza productiva del trabajo por medios técnicos y organizativos y el desarrollo de las desigualdades de todo tipo.” (Ianni, 2004b: 361) 5
  • 6. La desregulación, iniciada en la esfera financiera, invade paulatinamente el conjunto del mercado de trabajo y todo el tejido social, en la contratendencia de las manifestaciones del crecimiento lento y de la superproducción endémica, que persiste a lo largo de los años 90. La superproducción es siempre relativa y, lejos de expresar un excedente absoluto de riqueza, es expresión de un régimen de producción cuyos fundamentos imponen límites a la acumulación en razón de los mecanismos de distribución de la riqueza que le son propios. En otros términos, expresa el conflicto entre producción y distribución, apuntado por Marx. El capital internacionalizado produce la concentración de la riqueza, en un polo social (que es, también, espacial) y, en el otro, la polarización de la pobreza y de la miseria, potenciando exponencialmente la ley general de acumulación capitalista, en que se sustenta la cuestión social. La reducción del ritmo de crecimiento y la superproducción en una “onda larga de tonalidad recesiva” (Mandel, 1985) impulsan el desplazamiento espacial de capitales, su movilidad geográfica, mediante la producción de nuevos espacios para la explotación capitalista, combinando formas de plusvalía absoluta y relativa. Se produce la incorporación de nuevas tecnologías en la producción acompañadas del eclecticismo de las formas de organización del trabajo. Junto con formas específicamente capitalistas y de nuevos sectores incorporados a lógica de valorización, objeto de inversiones externas directas entre los cuales el de los servicios-, se revigorizan las formas arcaicas del trabajo doméstico, artesanal, familiar y el renacimiento de economías subterráneas e “informales” –también en países centrales- resucitando viejos trazos paternalistas impresos a las relaciones de trabajo. La subcontratación de pequeñas empresas y/o del trabajo en tiempo parcial son encubiertas con el manto de la moderna “flexibilización”. La intensificación de la competencia internacional e interregional estimula respuestas flexibles en el mercado y procesos de trabajo y en los productos y patrones de consumo. (Harvey, 1993) Lo nuevo en este contexto de liberalización y desregulación del capital es que los bancos pierden el monopolio de la creación de crédito, y los grandes fondos de inversiones pasan a realizar operaciones de préstamos a las empresas, que eran clientes preferenciales del sistema bancario, con él compitiendo en la búsqueda de réditos elevados. Los grandes bancos comerciales y los bancos de inversión –dos segmentos del mercado financiero mundial –se suman a las compañías de seguro, actualmente las instituciones no bancarias más poderosas. No teniendo la responsabilidad de crear créditos, ellas se dedican a hacer crecer los rendimientos 6
  • 7. monetarios que concentran en sus manos, oriundos de contribuciones patronales sobre el salario y ahorro forzado de los asalariados a partir de los cuales se sustentan. Esos grandes fondos de inversiones incluyen los seguros de vida, fondos de previsión privada por capitalización (fondos de pensión), fondos mutuos de inversiones y administradores de carteras de títulos- mutual funds. Otro elemento inédito, que alimenta la mundialización es el crecimiento de la deuda pública, que se convierte en fuente de poder de los fondos de inversiones engrosando el capital ficticio. Como las tasas de réditos son superiores al crecimiento global de la economía –al producto bruto interno- tales rendimientos crecen como una bola de nieve. En especial, a partir de la década del 80, los fondos de previsión privada y los fondos de inversiones pasan a aplicar cerca de un tercio de sus carteras en títulos de la deuda pública, tomados como inversiones más seguras. (Chesnais, 1996) El aumento de la deuda pública combina con la desigual distribución de la renta y la menor tributación de las altas rentas, por razones de orden político, haciendo que la mayor carga tributaria recaiga sobre los trabajadores. La desigual distribución de la renta hace que el ahorro pueda ser “invertido”, esto es, transformado en acciones, que representan expectativas de participación futura en los lucros a ser realizados por las empresas, y en créditos sobre las recetas futuras de los Estados. Traduciendo esos mecanismos, se tiene que el capital financiero avanza sobre lo que Oliveira (1998) denomina fondo público, formado por parte de los lucros de los empresarios y del trabajo necesario de trabajadores, que son apropiados por el estado sobre la forma de impuestos y tasas. Por un lado, se refuerza la desigual distribución de rendimientos, estimulando los ahorros de los altos rendimientos por medio de elevadas tasas de réditos, que consumen partes importantes de la producción del valor, enyesando la producción. Considerando la tributación regresiva –tributos menores para los altos rendimientos-, el peso de la deuda pública recae sobre la gran mayoría de los trabajadores activos- e, inclusive, inactivos-, cuyos rendimientos son consumidos por medio de la tributación pública directa o de tributos inscriptos en el precio de los productos; inclusive aquellos esenciales a la reproducción de la fuerza de trabajo (o, de manera más restricta, en aquellos productos que componen la canasta básica de alimentos de los trabajadores). 7
  • 8. De otro ángulo, la inversión especulativa en el mercado de acciones apuesta en la extracción de plusvalía presente y futura de los trabajadores, para alimentar las expectativas de lucratividad de las empresas, según patrones internacionales que parametran el mercado financiero. Ello impone mecanismos de ampliación de la tasa de explotación vía: políticas de gestión; “enjuague de mano de obra”; intensificación del trabajo y aumento de la jornada sin el correspondiente aumento de salarios; estímulo a la competencia entre trabajadores en un contexto recesivo, que dificulta la organización sindical; llamados a la participación para garantía de las metas empresarias; ampliación de las relaciones de trabajo no formalizadas o “clandestinas”, con amplia regresión de los derechos; entro otros mecanismos, con los perfeccionamientos técnicos y la incorporación de la ciencia y de la tecnología en el ciclo de producción en sentido lato (producción, circulación, intercambio, consumo) Lo que se pretende insinuar es que la mundialización financiera sobre sus distintas vías de efectivización unifica, dentro de un mismo movimiento, procesos que vienen siendo tratados por los intelectuales como si fuesen aislados o autónomos: la ”reforma” del Estado, tenida como específica de la arena política; la reestructuración productiva, referente a las actividades económicas empresariales y a la esfera del trabajo; la cuestión social, reducida a los llamados procesos de exclusión e integración social, generalmente circunscriptos a dilemas de la eficacia de la gestión social; la ideología neoliberal y concepciones pos-modernas, atinentes a la esfera de la cultura. Sin desmerecer las particularidades de los procesos económicos, políticos e ideológicos –que no pueden ser diluidas- lo que se olvida y oscurece es que el capitalismo financiero integra, en la expansión monopolista, procesos económicos, políticos e ideológicos, que alimentan el creciente movimiento de valorización del capital, realizando la “subsunción real de la sociedad al capital”, en términos de Finelli (2003). Atribuir visibilidad a los hilos intransparentes arriba señalados, que tejen la totalidad del proceso de mundialización, es de la mayor importancia para comprender la génesis de la (re)producción de la cuestión social, que se esconde por detrás de sus múltiples expresiones específicas, que condensan una unidad de diversidades. Aquellas expresiones aparecen sobre la forma de “fragmentos” y “diferenciaciones”, independientes entre sí, traducidas en autónomas “cuestiones sociales”. La historia reciente de la formación del régimen de acumulación financiera, como indica Chesnais (2001, 1999), se encuentra en la ruptura unilateral, por parte de los Estados Unidos de América, de las tasas de cambio fijas, negociadas 8
  • 9. internacionalmente, de conversión del dólar en oro. Las tasas de cambio fijas fueron establecidas por el Tratado de Bretton Woods (EE.UU), en 1944- cuyo objetivo era superar la crónica inestabilidad monetaria y financiera mundial, que arrastraba desde las décadas de 20-30. Cuarenta y cuatro países, representados en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, crean el Banco Internacional para la Reconstrucción y Desarrollo (BIRD) que da origen al Banco Mundial, y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los Estados Unidos de América no podrían alterar las tasas de cambio sin la expresa concordancia de los demás países signatarios del Tratado. Eso significaba que, siendo el dólar la moneda mundial anclada en el oro, las tasas de cambio de otras monedas nacionales eran definidas por referencia al dólar, considerando la hegemonía norteamericana, en tensión con la creciente resistencia del Bloque Comunista en el contexto de la Guerra Fría. El acuerdo monetario de Bretton Woods expresó el inicio de una estrategia unificada comercial e ideológica, que se desdobló en los Planes Marshall8 y Dodge9 para la reconstrucción de Europa y Japón, en la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO/OTAN)10 y del Acuerdo General de Tarifas y Comercio (GATT), culminando con la creación de la Organización de la Comunidad Económica Europea (OCDE). (Anderson, 2002: 18). La ideología oficial del Este durante el período de la Guerra Fría (1946-1989) no fue volcada a la defensa de la nación, más de la exaltación del “mundo libre” en la confrontación con la Unión Soviética. Como nos recuerda el autor, esa hegemonía sufre las tensiones del nacionalismo, de carácter antiimperialista, que se tornó dominante en escala mundial luego de la Segunda Guerra (1939-1945), socialmente mucho más heterogéneo que las formas de nacionalismo europeo. Nacionalismo de expresiones ideológicas híbridas y variadas, geográficamente localizado en Asia, Africa y América Latina, a ejemplo de los movimientos de 8 El Plan Marshall, conocido como Programa de Recuperación Europea, fue la principal iniciativa de los Estados Unidos de América para la reconstrucción de los países aliados de Europa, en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. La iniciativa recibió el nombre del Secretario de estado de los Estados Unidos de América, George Marshall. Creado en 1947, preconizaba la política del laissez-faire volcada a la estabilización de los mercados a través del crecimiento económico. El Plan permaneció en vigencia durante cuatro años fiscales y los países reunidos en la Organización Europea para la Cooperación y Desarrollo recibieron asistencia técnica y económica. 9 El Plan Dodge fue el plan de estabilización japonés en la posguerra, con el apoyo de los estados Unidos de América. 10 La OTAN, también llamada Alianza Atlántica, es una organización internacional de colaboración militar, creada en 1949, en el contexto de la Guerra Fría, con el objetivo de constituir un frente de oposición al bloque comunista, contrapartida militar de lo que representó el plan Marshall en el dominio político-económico. 9
  • 10. liberación nacional y/o de las revoluciones contra el capital. Pueden ser recordadas, entre otras, las revoluciones de China, de Vietnam, de Cuba y también las revoluciones Iraní y Nicaragüense. Los años 60 son palcos de profundas mudanzas en las relaciones entre Estados y países con los avances del capitalismo mundial: el desarrollo de Alemania, de Francia e Italia reconstruídas y consolidadas; el crecimiento de la economía japonesa más rápida que la americana; el peso de poder de las corporaciones multinacionales y de los mercados financieros con su vasto circuito de especulación e inversiones intercontinentales. Las bases de acuerdo de Bretton Woods estaban siendo erosionadas. La ruptura unilateral de ese acuerdo es realizada, en 1971, por parte del gobierno de EE.UU. Ella fue impulsada por la explosión de la deuda y del creciente déficit de la balanza de pagos, reforzada por la emisión de dólares para financiamiento de la Guerra de Vietnam, generando el vaciamiento de las reservas norteamericanas. Esa coyuntura es agravada por el letargo económico con estagnación e inflación elevadas y por el embate del petróleo en 1973 (cf. Husson, 1999 Harvey, 1993). El gobierno crea, entonces, instrumentos de liquidez para financiar la deuda, dando origen a la economía de endeudamiento, con el refuerzo del dólar en relación a otras monedas, pasando a alimentar los euromercados y los mercados financieros. El mercado de eurodólares expresaba la concentración de capitales industriales de las multinacionales americanas, realizados en Europa, que allí permanecían sobre la forma de dinero, y buscaban obtener lucros sin abandonar la esfera financiera frente a la caída de la rentabilidad del capital invertido en la industria, en el inicio de los años 70 del siglo XX. La quiebra de las legislaciones nacionales protectoras impulsa los euromercados, que tienen un boom en 1973, siguiendo una trayectoria de crecimiento hasta 1980. Ella es retomada, posteriormente, con la ampliación de la liberalización monetaria por parte de los gobiernos neoliberales, ya en la estela de la crisis del Este Europeo y la caída del muro de Berlín, en la década del 80, y de la consecuente reordenación de las relaciones del poder mundial. En función del crecimiento de la deuda pública americana, en los inicios de la década del 80, los EE.UU atribuyen a los bonos del tesoro americano el estatuto de activo financiero, atrayendo fondos líquidos en busca de inversiones financieras rentables y seguras. Esto representó el financiamiento de los déficits presupuestarios mediante aplicación, en los mercados financieros, de bonos del 10
  • 11. tesoro y otros activos de la deuda. Esas medidas se extienden a los países de la OCDE y, en los años 90, a los países de “economía de transición” (Rusia y países del Este) y a los países de industrialización reciente de Asia y de América Latina. La concentración y centralización de los grandes bancos internacionales crean un mercado interbancario, por ellos dominados. Sobre la forma de un mercado “al por mayor”, pasa a realizar préstamos conjuntos a los países “en desarrollo”. Como esclarece Chesnais (1999), la naturaleza de los créditos a los países del Tercer Mundo surge de una “convención ficticia de liquidez”, no habiendo transferencia de ahorro que representase sacrificio a los que concedieron el préstamo. Con las tasas de cambio fluctuantes, un pequeño número de los mayores operadores privados pasa a disponer de un papel decisivo en la determinación de los precios relativos de las monedas nacionales, o tasas de cambio. El comité de los creadores impone planes de escalonamiento de la deuda estatal y exigencias de privatización y venta de empresas públicas, para convertir títulos de la deuda en títulos de propiedad entregados a los acreedores. Está abierto el camino para la abolición de control sobre flujos de capitales, acompañado de la apertura del mercado de títulos públicos. La movilidad permanente de los capitales en búsqueda de mayores rendimientos expone las economías nacionales, a ella sujetas, a los impactos de la especulación financiera. Así, la primera etapa de la liberalización y desregulación de los mercados financieros (de 1982 a 1994) tuvo en la deuda pública su principal ingrediente. El poder de las finanzas fue construido con el endeudamiento de los gobiernos, con inversiones financieras en los Títulos emitidos por el Tesoro, creándose la industria de la deuda. La deuda pública fue y es el mecanismo de creación de crédito; y los servicios de la deuda, el mayor canal de transferencia de ingresos en beneficio de los rentistas. Sobre el efecto de las tasas de rédito elevadas, superiores a la inflación y al crecimiento del producto bruto interno, el endeudamiento de los gobiernos crece exponencialmente. El aumento de las tasas de réditos representa una solución de reparto de la plusvalía a favor de la oligarquía financiera rentista, permitiendo su redistribución social y geográfica. El endeudamiento genera presiones fiscales sobre las empresas menores y repartos más débiles, la austeridad presupuestaria y la parálisis de los gastos públicos (incentivos y créditos a la industria y agricultura, políticas sociales y servicios públicos, entre otros). 11
  • 12. Recursos financieros oriundos de la producción, recaudados y centralizados por los mecanismos fiscales, por medio de la deuda pública, se tornan cautivos de las finanzas, que se apropian del Estado, paralizándolo. Este pasa a ser “reducido” en la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías, visto que el fondo público es canalizado para alimentar el mercado financiero. Se tiene así el significado de los programas de ajuste estructural contra el desarrollo, impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y por el Banco Mundial, a los países deudores. Ellos imponen al re-escalonamiento de los préstamos condicionados a la aplicación de políticas económicas favorecedoras de la entrada de divisas necesarias al pago de la deuda. Todas las medidas están volcadas para la maximización del flujo líquido de capitales, teniendo en vista la industria de la deuda y los programas de ajuste son erigidos como un modelo universal de crecimiento. Buscan abrir la economía de los países, priorizando las exportaciones, apoyados en el “abordaje monetario de la balanza de pagos”, que preconiza a los países endeudados a no protegerse, no estimular la emisión de monedas, no controlar la salida de capitales. Imponen la reducción de la masa salarial pública y del gasto público, afectando los programas sociales, la eliminación de empresas públicas no rentables, exacerbando las desigualdades de rendimientos y el aumento de la pobreza. (Husson, 1999) En una segunda etapa, a partir de 1994, los mercados de las bolsas de valores (compra y venta de acciones) ocupan el escenario económico, con la compra de acciones de los grupos industriales por las instituciones financieras, que apuestan en la lucratividad futura de esas empresas. Pasan, entonces, a imponer, más allá del mantenimiento del monopolio tecnológico y de los estímulos al “trabajo de concepción creativa” sobre su control (Tauille, 2001; Carmo, 2003), normas de rentabilidad, exigencias relativas a la productividad y a la intensificación del trabajo, bajos salarios, cambios organizacionales en las estrucuturas productivas, “flexibilidad” de las formas de remuneración, etc. El peso recae sobre el aumento del desempleo estructural y el consecuente retroceso del poder sindical, cuya desarticulación fue parte de una estrategia política ultraliberal, como condición de viabilizar la rebaja salarial y estimular la competitividad entre los trabajadores (Anderson, 1995). Se amplía el alargue de la jornada de trabajo, estimulada por las formas participativas de gestión volcadas a capturar el consentimiento pasivo del trabajador a las estrategias de elevación de la productividad y de rentabilidad empresarial. La reducción del trabajo protegido tiene en su contracara la expansión 12
  • 13. del mercado precario, temporario, subcontratado, con la pérdida de derechos y ampliación de la rotatividad de la mano de obra. Ese proceso provoca la polarización de la clase trabajadora11. Por un lado, un grupo central, proporcionalmente restringido, de trabajadores regulares, con cobertura de seguros y derechos de pensión, dotados de una fuerza de trabajo de mayor especialización y salarios relativamente más elevados. Por otro, un amplio grupo periférico, formado por un contingente de trabajadores temporarios y/o de tiempo parcial, dotados de habilidades fácilmente encontrables en el mercado, sujetos a los ciclos inestables de la producción y de los mercados. La ampliación de trabajadores temporarios expresa el aumento de la subcontratación de pequeñas empresas, que actúan como escudo protector de las grandes corporaciones, en cuanto transfieren los costos de las fluctuaciones de los mercados a la externalización de la producción. La contención salarial, sumada al desempleo y a la inestabilidad del trabajo, acentúa las alteraciones en la composición de la fuerza de trabajo, con la expansión del contingente de mujeres, jóvenes, migrantes, minorías étnicas y raciales, sujetos al trabajo inestable e invisible, legalmente clandestino. Crece el trabajo desprotegido y si expresión sindical, así como el desempleo de larga duración. Los segmentos del proletariado excluídos del trabajo envuelven trabajadores de edad avanzada o poco calificados y jóvenes pobres, cuyo ingreso en el mercado de trabajo es vetado (Bihr, 1999: 83-86) Tales mudanzas se encuentran en el origen del sufrimiento del trabajo y de la falta de este, que conduce a la ociosidad forzada de enormes segmentos de trabajadores aptos para el trabajo, más alejados del mercado de trabajo, engrosando la sobrepoblación relativa a las necesidades medias del capital. El crecimiento mundial lento impulsa, al mismo tiempo, un fantástico movimiento de fusión empresarial, de compra de empresas, que pasan a monopolizar el valor creado en otras estructuras terciarizadas. Los agrandes grupos industriales aumentan su concentración para salvaguardar tasas de lucro, más allá de ampliar su poder económico y político. De ahí las estrategias de destrucción de los puestos de trabajo, austeridad presupuestaria de los gobiernos, agravando la estagnación de las economías y el desplazamiento de la parcela de lucros para la aplicación financiera. 11 Cf. Harvey (1993); Bihr (1999); Antunes (1995, 1997, 2003); Alves (2000); Mattoso (1995); Larangeira (1999); Motta y Amaral (1998), entre otros. 13
  • 14. En ese cuadro, los países que disponen de un “mercado financiero emergente” –un número limitado de cerca de diez países en el escenario mundial- pasan a ser objeto de interés, en función del tamaño de su mercado interno, de las fuentes de materias primas y del costo de su mano de obra. Es importante acentuar el papel que cumple el Estado en ese modo de dominación. El Estado tiene el papel clave de sustentar la estructura de clases y las relaciones de producción. El marxismo clásico ya establecía las funciones que pertenecen al dominio del Estado: crear las condiciones generales de la producción, que no pueden ser aseguradas por las actividades privadas de los grupos dominantes, a través de su brazo represivo (ejército, policía, sistema judicial y penitenciario); e integrar las clases dominantes, garantizando la difusión de su ideología para el conjunto de la sociedad. Esas funciones coercitivas se unen a las funciones integradoras, destacadas por el análisis gramsciano, ejercidas por la ideología y efectuadas por medio de la educación, cultura, de los medios de comunicación y categorías de pensamiento. Para Mandel (1985), las funciones represivas e integrativas se entrelazan para proveer las condiciones generales de la producción. La concurrencia capitalista “determina la autonomización del aparato estatal, de manera que pueda funcionar como `capitalista total ideal´, por encima y al contrario de los intereses conflictivos del `capitalista total real´, constituido por los muchos capitales del mundo real ” (Idem: 336). Aunque el Estado trascienda los intereses en conflicto, tiene efectos sobre los mismos, en especial por medio de sus funciones económicas, (mantenimiento de relaciones legales universalmente válidas, emisión de monedas fiduciarias, expansión del mercado local y regional, defensa del capital nacional ante el extranjero), cuyos gastos deben ser mínimos, considerados por la burguesía como puro desperdicio de plusvalía. El Estado requiere grupos capitalistas políticamente activos para articular sus intereses de clase y defender sus intereses particulares. La expansión monopolista, en su tendencia a la superacumulación permanente, la exportación de capital y la división del mundo en áreas de influencia imperialistas, aumenta el aparato estatal y los gastos correspondientes. Los gastos en armamentos, el financiamiento de las condiciones generales de producción, el aumento de los gastos para hacer frente a la ampliación de la legislación social –que determina redistribución considerable de valor a favor del presupuesto público- requieren mayor canalización de rendimientos sociales para el Estado. El Estado funciona como pilar del capital privado, ofreciéndole, por medio de subsidios estatales, 14
  • 15. posibilidades de inversiones lucrativas en las industrias de armamento, protección al medio ambiente, préstamos a los países extranjeros e infraestructura. La hipertrofia del Estado propicia mayor control sobre los rendimientos sociales, lo que amplía los intereses de los grupos capitalistas en interferir en las decisiones del Estado12. La tesis de Mandel (1985: 341) es que, en el capitalismo tardío, la mayor susceptibilidad a las crisis atribuye al Estado la función de administración de las crisis con políticas anticíclicas, esto es, el establecimiento de políticas volcadas a evitar las crisis, proporcionando garantías económicas a los procesos de valorización y acumulación. Esa función estatal es acompañada de una vasta ofensiva ideológica para integrar el trabajador a la sociedad como “consumidor”, buscando, también, transformar cualquier rebelión en “reformas” que el estado pueda absorber. Para el citado autor, “la hipertrofia y autonomía del Estado capitalista tardío son un corolario histórico de las dificultades crecientes de valorizar el capital y realizar la plusvalía de manera regular” (Idem). Esas dificultades se encuentran asociadas a la intensificación de la lucha de clases, la presencia de la clase operaria como fuerza política independiente, al agravamiento de las contradicciones entre los países imperialistas metropolitanos y entre estos y los demás Estados nacionales. La mundialización no suprime las funciones del Estado de reproducir los intereses institucionalizados entre las clases y grupos sociales, más modifica las condiciones de su ejercicio, en la medida en que profundiza el fraccionamiento social y territorial. El Estado pasa a presidir los “grandes equilibrios” sobre la vigilancia estricta de las instituciones financieras supranacionales, consonante a su necesaria sumisión a los constreñimientos económicos, sin que desaparezcan sus funciones de regulación interna (Husson, 1999; Ianni, 2004b). En la misma línea de análisis, Petras (2002) sustenta que el actual Estado imperialista –como EE.UU, Inglaterra, Unión Europea, con Alemania y Francia al frente, y Japón- es particularmente activo en la concentración del poder en el interior de la nación y en su proyección externa. El extiende su poder a las instituciones financieras internacionales, por medio del apoyo económico, de la 12 “Esa `re-privatización´ no oficial, por así decir, de la articulación de los intereses de la clase burguesa es una contrapartida de la concentración y centralización creciente del capital. Es la sombre inseparable de la autonomía y de la hipertrofia cada vez mayores del Estado burgués tardío” (Mandel, 1985: 344) 15
  • 16. influencia en la elección de sus líderes y de la interferencia a favor de políticas favorables a las empresas multinacionales de sus países. A pesar de la máxima neoliberal sobre la “declinación” del Estado o del mito de un “mundo sin Estado-Nación”, difundido por los teóricos de la globalización, se afirma la centralidad del Estado, pieza clave de la expansión global de las empresas multinacionales. El Estado interfiere en la gestión de la crisis y en la competencia intercapitalista, pues, si los mercados trascienden los Estados, operan en sus fronteras. Son también decisivos en la conquista de mercados externos y en la protección de los mercados locales. Los Estados son estratégicos en el establecimiento de los pactos comerciales, de los acuerdos de inversión, de la protección a la producción producida en su territorio mediante barreras aduaneras, en la investigación y en el desarrollo de nuevas tecnologías para subsidiar los intereses empresariales, en los medios de comunicación de masas y en la expansión del poder político de las entidades internacionales: Al mismo tiempo en que el Estado recolonizado parece débil ante las demandas de las instituciones financieras internacionales, es fuerte cuando traduce esas demandas en políticas nacionales […] Quien habla de un Estado liberal, habla de un Estado poderoso, que impone e implanta políticas (Petras, 2002: 163-64) En otros términos, los Estados recolonizados realizaron la privatización de las empresas estratégicas y lucrativas, lo que requiere alianzas políticas, represión a los sindicatos y militantes. Consiguieron efectuar las políticas de ajuste estructural con decisivas incidencias en las relaciones de propiedad, que se desplazan de lo público a lo privado, del capital nacional al extranjero. Fueron también capaces de imponer la re-concentración de la renta y de la propiedad vía políticas sociales regresivas. Promovieron el “agrobusiness” a expensas de los agricultores y viabilizaron el incremento de subsidios a las exportaciones. Impusieron reducción de gastos sociales e implantaron una política previsional y del trabajo regresiva, con nítido compromiso con los intereses del gran capital. Todas estas y otras medidas constitutivas de las políticas neoliberales exigen un estado fuerte, capaz de resistir a la oposición de las mayorías. La desregulación del movimiento financiero aumentó, contradictoriamente, la necesidad de intervención del Estado para estabilizar la anarquía del mercado y contribuir para la superación de las crisis de los sistemas financieros y de las empresas, con recursos oriundos de las más diversas fuentes, y en especial de los contribuyentes, inclusive los de baja renta. Así, el estado continúa fuerte, lo que 16
  • 17. muda la dirección socieconómica de la actividad y de la intervención estatal, estableciendo nuevas reglas para gobernar a favor del gran capital financiero. Como muestra Chesnais (1999: 67), la economía internacional de transferencia de riquezas entre clases y categorías sociales y entre países es responsable por el desempleo crónico (Husson, 1999) y la precariedad del trabajo, afectando el conjunto del mercado de trabajo. Hambre y epidemias afligen a la población excluida de la satisfacción de sus más elementales necesidades, debido a la incapacidad de transformar esas necesidades inmediatas en demandas monetarias, dando origen a la “exclusión”, cuya naturaleza es económica, producto de ese régimen de acumulación con predominancia financiera. Salama (1999) es otro autor que establece las conexiones entre financierización y modalidades de extracción de plusvalía –o “flexibilización” del trabajo- en América Latina. Todavía, no identificamos en la literatura consultada algún análisis que resalte la relación entre financierización y cuestión social. El resultado de ese proceso ha sido el agravamiento de la explotación y de las desigualdades sociales de ella indisociables, el crecimiento de enormes segmentos poblacionales excluidos del “círculo de la civilización”, esto es, de los mercados, una vez que no consiguen transformar sus necesidades sociales en demandas monetarias. Las alternativas que les restan, en la óptica oficial, son la “violencia y la solidaridad”. Es preciso resaltar lo siguiente: los dos brazos en que se apoyan las finanzas – las deudas públicas y el mercado accionario de las empresas- solo sobreviven con decisión política de los estados y del soporte de las políticas fiscales y monetarias. Ellos se encuentran en la raíz de una doble vía de reducción del estándar de vida del conjunto de los trabajadores¡, con el efectivo impulso de los Estados nacionales: por un lado, la privatización del Estado, el desmonte de las políticas públicas y la mercantilización de los servicios, la llamada flexibilización de la legislación protectora del trabajo; por otro, la imposición de la reducción de los costos empresariales para salvaguardar las tasas de lucratividad, y con ellas la reestructuración productiva, centrada menos en el avance tecnológico y fundamentalmente en la reducción de los costos del llamado “factor trabajo” con elevación de las tasas de explotación. De ahí a la desindustrialización expresada en el cierre de empresas que no consiguen mantenerse en la competencia ante la apertura comercial, redundando en la reducción de los puestos de trabajo, en el desempleo, en la intensificación del trabajo de aquellos que permanecen en el 17
  • 18. mercado, en la ampliación de las jornadas de trabajo, de la clandestinidad y de la invisibilidad del trabajo no formalizado, entre otros aspectos. Una contradicción interna está presente entre los intereses de los segmentos capitalistas financieros y productivos. La autonomía de las finanzas es relativa, una vez que los capitales que ahí se valorizan nacen en la esfera productiva sobre las formas de lucros no reinvertidos en la producción, de salarios, de rendimientos retenidos por la vía fiscal o sobre las especulaciones del crédito al consumidor, salarios guardados en los fondos de jubilación. Estos, al entrar en la esfera financiera, buscan mayor rentabilidad. Al mismo tiempo, las ventajas obtenidas en el mercado financiero drenan recursos que podrían ser canalizados para la ampliación del parque productivo. Paralizan la economía y penalizan al conjunto de la población para el que transfieren el peso de esos procesos. La hipótesis directriz de este análisis es la de que en la raíz del actual perfil asumido por la cuestión social se encuentran las políticas gubernamentales favorecedoras de la esfera financiera y del gran capital productivo –de las instituciones y mercados financieros y empresas multinacionales. Estas son fuerzas que capturan el estado, las empresas nacionales, el conjunto de las clases y grupos sociales que pasan a asumir el peso de las “exigencias de los mercados”. Se afirma la existencia de una estrecha dependencia entre la responsabilidad de los gobiernos en el campo monetario y financiero y la libertad dada a los movimientos de capital concentrado para actuar en el país sin regulaciones y controles, transfiriendo lucros y salarios oriundos de la producción para valorizarse en la esfera financiera y especulativa, que (re)configuran la cuestión social en la escena contemporánea. El predominio del capital fetiche conduce a la banalización de lo humano, a la descartabilidad e indiferencia frente al otro, lo que se encuentra en la raíz de las nuevas configuraciones de la cuestión social en la era de las finanzas. En esa perspectiva, la cuestión social es más que las expresiones de la pobreza, miseria y “exclusión”. Condensa la banalización de lo humano, que testifica la radicalidad de la alienación y la invisibilidad del trabajo social –y de los sujetos que lo realizan- en la era del capital fetiche. La subordinación de la sociabilidad humana a las cosas –al capital-dinero y al capital mercancía- retrata, en la contemporaneidad, un desarrollo económico que se traduce como barbarie social. Al mismo tiempo, se desenvuelven, en niveles sin precedentes históricos, en un mercado mundial realmente unificado y desigual, las fuerzas productivas sociales del trabajo aprisionadas por las relaciones sociales que las sustentan. Potencia contradicciones sociales de toda naturaleza, que impulsan las 18
  • 19. necesidades sociales radicalizadas (Heller, 1978: 87-113): aquellas que nacen del trabajo y motivan una praxis que trasciende el capitalismo y apunta para una libre individualidad social emancipada de las trabas de la alienación –de la sociabilidad reificada-, cuyas bases materiales están siendo, progresivamente, producidas en el proceso histórico en curso. […] la teoría se transforma en poder material tan luego de apodera de las masas. La teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem, y argumenta y demuestra ad hominem cuando se torna radical: ser radical es tomar las cosas por la raíz. Más la raíz para el hombre es el propio hombre […] En un pueblo la teoría se realiza solamente en la medida en que es realización de sus necesidades […] Una revolución radical solo puede ser la revolución de las necesidades radicales… (Marx, 1977b: 8-9) En la dirección analítica antes referida, la cuestión social expresa la subversión de lo humano propia de la sociedad capitalista contemporánea, que se materializa en la naturalización de las desigualdades sociales y en la sumisión de las necesidades humanas al poder de las cosas sociales- del capital dinero y de su fetiche. Conduce a la indiferencia ante los destinos de enormes contingentes de hombres y mujeres trabajadores- resultados de una pobreza producida históricamente (y, no, naturalmente producida)-, universalmente subyugados, abandonados y despreciados, por cuanto sobrantes para las necesidades medias del capital13. La concepción liberal atribuye al “mercado” la solución para todos los desequilibrios e imputa la causa del desempleo a los elevados salarios, justificando las medidas “contra la rigidez” como la solución milagrosa. Contradiciendo la visión liberal, Husson (1999) nos brinda un rico análisis al respecto de los orígenes del desempleo y sus mitos, una de las expresiones más dramáticas de la cuestión social en el presente. Componen esa mitología innumerables aforismos, tales como: existe una connivencia entre los patrones y asalariados a costa de los 13 Marx, refiriéndose a Alemania, indaga: “¿Dónde reside, pues, la posibilidad positiva de la emancipación alemana? Respuesta: en la formación de una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad civil que no es una clase de la sociedad civil; de un estamento, que es disolución de todos los estamentos; de una esfera que posee un carácter universal por sus sufrimientos universales y que no reclama para sí ninguna justicia especial, porque no se comete contra él ninguna injusticia especial, más la injusticia pura y simples; que ya no puede reclamar un título histórico, más simplemente el título humano; que no se encuentra en oposición unilateral a las consecuencias, más en una oposición unilateral a los presupuestos del estado alemán; de una esfera, en fin, que no puede emanciparse, sin emancipar todas las otras esferas de la sociedad y, al mismo tiempo emancipar todas ellas; que es, en una palabra, la pérdida total del hombre y que, por tanto, solo puede recuperar a si misma a través de la recuperación total del hombre. Esta disolución, de la sociedad como un estamento particular es el proletariado”. (Marx, 1977a: 12-13) 19
  • 20. desempleados –o sea, los “outsiders” están desempleados por causa de los “insiders”- atribuyéndose a los trabajadores las causas del desempleo; este es reforzado por los subsidios al desempleo, que desanimarían la búsqueda de empleos. Otra máxima es la de que el crecimiento del desempleo es un momento necesario y penoso de la mutación tecnológica, de la automatización y reestructuración del aparato productivo, que destruye temporariamente empleos, pero también vuelve a crearlos en otro lugar, con el restablecimiento de la tasa de lucro. De ahí la absorción del desempleo es tomada como mera cuestión de tiempo para formar trabajadores, para su reciclaje o para su envejecimiento. Se insinúa así que los desempleados serían “inadaptados” porque no presentan las calificaciones exigidas para los nuevos puestos de trabajo. En consecuencia, la programática se centra en las políticas de recalificación de la mano de obra. Otro libelo de las causas del desempleo es el “elevado costo del trabajo”: aunque el salario directo esté en un nivel “conveniente”, los tributos sociales son “excesivos”14. Contraponiéndose a esos aforismos, Husson (1999) considera que los orígenes del desempleo capitalista son indisociables de un sistema económico que prefiere no producir a producir sin lucro; prefiere rechazar el derecho al empleo a una franja social cada vez mayor a falta de lugares propicios a la acumulación de capital. El autor sitúa la tesis polémica de que el mecanismo esencial está en la divergencia creciente que se instala entre la estructura de la demanda y las exigencias de rentabilidad (Husson, 1999: 89)15, que provoca al aumento de la desigualdad y 14 Para una contestación de muchos de estos mitos, revisar: Oliveira, C.A.B. y Mattoso, J.E.L. (1996). 15 El autor integra el análisis marxista con la contribución regulacionista, procurando mantener una distancia tanto del “catastrofismo marxista”, cuanto de los “postulados armoniosos” de la Escuela de la regulación. Para él, el dilema es articular la producción con lucro y la venta de las mercancías. Su tesis es la de que “para funcionar correctamente [el capitalismo] debe simultáneamente producir con lucro y vender las mercancías así producidas. Esas dos condiciones son contradictorias y no pueden tornarse compatibles duraderamente, porque el capitalismo no dispone de dominio de la economía que permita regular, duraderamente, esas contradicciones. Son, pues, las relaciones sociales fundamentales que están en cuestión: cada gran crisis combina un problema de salida del flujo y de valorización del capital” (Husson, 1999: 40). Para el analista, la noción de norma de consumo, de Aglietta (1991), valoriza un aspecto importante de la reproducción, que tiene que ver con la articulación entre el valor de uso y el valor, pues no todos los modos de consumo son compatibles con las condiciones generales de producción. Es preciso que la estructura de la producción sea adecuada al consumo del punto de vista del valor de uso o de las necesidades sociales. Husson trae la cuestión de la realización del valor, de la necesaria correspondencia entre producción y rendimiento, volcada a las condiciones necesarias a la reproducción del capital, o sea, la no interrupción de su ciclo de rotación. Ella es abordada en la tradición marxista con el auxilio de los esquemas de reproducción; en el caso que la producción exceda los rendimientos distribuidos, una parte de ella desaparecería en el circuito del capital y no ascendería a la condición de mercancías. El autor considera las propuestas de análisis, en el campo del marxismo, incompletas, porque son pensadas del punto de vista del valor. Se resalta ser necesario que la estructura de la 20
  • 21. redunda en una crisis estructural profunda que exprime la pérdida progresiva de legitimidad de los criterios de eficacia capitalista. En ese sentido, para Husson, esta es tanto una crisis clásica –visto que la desregulación libera, agravando, el juego de las contradicciones del funcionamiento del capitalismo- como también una crisis enteramente inédita, pues no se trata de una perturbación coyuntural, más de la crisis de uno de los principios esenciales del capital –el valor trabajo-, revistiendo la forma de una mundialización ampliada. Como acentúa Netto (2001: 48) el problema teórico que envuelve la cuestión social es el de determinar concretamente la relación entre sus expresiones emergentes y el conjunto de mediaciones envueltas en las modalidades vigentes de explotación del trabajo: “si la ley general de la acumulación capitalista opera independientemente de las fronteras nacionales, sus resultantes societarios traen la marca de la historia que la concretiza”. De ahí deviene la importancia de considerar las particularidades histórico- culturales nacionales, en el análisis de la cuestión social. …………………………………………………………………………………………………. 3. Sociabilidad capitalista, Cuestión Social y Servicio Social 3.1 Preliminares En la interpretación aquí asumida, la cuestión social es indisociable de la sociabilidad capitalista y, particularmente, de las configuraciones asumidas por el trabajo y por el Estado en la expansión monopolista del capital.16 La génesis de la cuestión social en la sociedad burguesa deriva del carácter colectivo de la producción contrapuesto a la apropiación privada de la propia actividad humana- el trabajo-, de las condiciones necesarias para su realización, así como de sus frutos. Es inseparable de la emergencia del “trabajador libre”, que depende de la venta de su fuerza de trabajo como medio de satisfacción de sus necesidades vitales. De esta manera, la cuestión social condensa el conjunto de las desigualdades y luchas sociales, producidas y reproducidas en el movimiento contradictorio de las relaciones sociales, alcanzando plenitud de sus expresiones y matices en tiempo de capital fetiche. Las configuraciones asumidas por la cuestión social integran tanto determinantes históricos objetivos que condicionan la vida de los individuos sociales, como producción sea adaptada a las necesidades sociales, articulando producción y consumo. En otros términos, la necesidad de garantizar una adecuación entre oferta y demanda, entre modalidades de la acumulación del capital y las normas de consumo (Idem: 51) 16 Cf.Ianni (1992); Netto (1992;2001);Iamamoto (En: Iamamoto y Carvalho,1982); Iamamoto (1998 a, 2001 a; 2004); Boschetti (2003); Behring (2003); Yazbek (2001). 21
  • 22. dimensiones subjetivas, producto de la acción de los sujetos en la construcción de la historia. Ella expresa, entonces, una arena de luchas políticas y culturales en la disputa entre proyectos societarios formados por distintos intereses de clase en la conducción de políticas económicas y sociales, que trazan el sello de las particularidades históricas nacionales. La manera en que se presenta la cuestión social en la escena contemporánea expresa, bajo inéditas condiciones históricas, una potencialidad de los determinantes de su origen ya identificados por Marx, y expresos en la ley general de acumulación capitalista y en la tendencia del crecimiento poblacional en su ámbito.17 Con el progreso de la acumulación, el aumento de la productividad se torna uno de sus productos, y su palanca más poderosa, operándose así una transformación en la composición técnica y de valor del capital. Se reduce proporcionalmente el empleo de la fuerza viva de trabajo ante el empleo de medios de producción más eficientes, impulsando el aumento de la productividad del trabajo social. La incorporación, por parte de los empresarios capitalistas, de los avances técnicos y científicos en el proceso de producción (en sentido amplio, englobando producción, distribución, cambio y consumo) posibilita a los trabajadores, bajo la órbita del capital, producir más en menos tiempo. Se reduce el tiempo de trabajo socialmente necesario a la producción de mercancías, o sea, a su valor, ampliando simultáneamente el tiempo de trabajo excedente, o plusvalía. En términos de composición de valor, se reduce relativamente el capital variable utilizado en la compra de la fuerza de trabajo, y aumenta el capital constante, empleado en los medios de producción. La incorporación de las conquistas de la ciencia en el proceso de producción en su globalidad- , ella misma una fuerza productiva por excelencia (Marx, 1980 b, v. II)- contribuye a acelerar la productividad del trabajo y la rotación del capital, permitiendo un ampliación de las tasas de lucro. La concentración y centralización de capitales, impulsadas por el crédito y por la competencia, amplían la escala de producción. Con esto, el decrecimiento relativo de capital variable aparece inversamente como crecimiento absoluto de la población trabajadora, más rápido que los medios de su ocupación. Así, el proceso de acumulación produce una población relativamente superflua y subsidiaria a las necesidades promedio de su explotación por el capital. 17 Para profundizar este tema comparar los discursos de maestría realizadas bajo mi orientación: Escurra (1996) y Reis (2002) 22
  • 23. Es la ley particular de población de este régimen de producción: con la acumulación, obra de la propia población trabajadora, esta produce en volumen reciente, los medios de su exceso relativo. Esto aumenta los intereses de los empresarios capitalistas en extraer una mayor cantidad de trabajo de un fragmento menor de trabajadores ya empleados-, vía ampliación de la jornada de trabajo e intensificación del mismo-, articulando los medios de extracción de plusvalía absoluta y relativa. Eso hace que el trabajo excedente de los segmentos ocupados condene a la ociosidad socialmente forzada a amplios contingentes de trabajadores aptos para el trabajo e impedidos de trabajar, mayores que aquellos de trabajadores incapacitados para la actividad productiva. Crece, pues, una superpoblación relativa para ese modelo de desarrollo: no los “inútiles para el mundo” a los que se refiere Castel (1998), sino los superfluos para el capital, incitando a la competencia entre los trabajadores -la oferta y demanda-, con evidente interferencia en la regulación de los salarios (aunque estos dependan de la grandeza de la acumulación ). Entre esa superpoblación relativa –que en la época de la revolución industrial inglesa era calificada de ejército industrial de reserva- se encuentran los segmentos intermitentes, sujetos a las oscilaciones cíclicas y eventuales de absorción y repulsión de trabajo en los centros industriales: la superpoblación latente en la agricultura, producto de la reducción de demanda de fuerza de trabajo resultante de su proceso de industrialización, no acompañada de igual capacidad de absorción de los trabajadores en los polos urbano-industriales. En esta categoría se incluye, también, aquella fracción paralizada de trabajadores activos con ocupaciones irregulares y eventuales: los precarizados, temporarios, con máximo de tiempo de trabajo y mínimo de salario, sobreviviendo bajo el nivel medio de la clase trabajadora. Este cuadro se completa con el crecimiento del pauperismo18, segmento formado por contingentes poblacionales miserables, aptos al trabajo, y desempleados, niños y adolescentes y segmentos indigentes incapacitados para el trabajo (ancianos, víctimas de accidentes, enfermos etc.) cuya sobrevivencia depende de la renta de todas las clases, y, en mayor medida, del conjunto de los trabajadores. 18 “El pauperismo constituye el asilo de los inválidos del ejercito activo de trabajadores y el peso muerto del ejercito industrial de reserva. Su producción está incluida en la producción de superpoblacion relativa, su necesidad en la necesidad de ella, y ambos constituyen una condición de existencia de la producción capitalista y del desarrollo de la riqueza. Pertenece a los faux frais de la producción capitalista que, mientras, el capital trasfiere a los hombros de la clase trabajadora y de la pequeña clase media” (Marx,1985 b:209,t. 1, v.II) 23
  • 24. En síntesis, el crecimiento de la fuerza de trabajo disponible e impulsada por las mismas causas de fuerza expansiva del capital, expresando la ley general de acumulación capitalista.19 Esta es modificada en su realización por las más variadas circunstancias, producto del perfeccionamiento de los medios de producción y del desarrollo de la productividad de trabajo social más rápido que el de la población trabajadora productiva. La ley de acumulación se expresa, en la órbita capitalista, al revés: en el hecho de que parte de la población trabajadora siempre crece más rápidamente que la necesidad de su empleo para los fines de valorización del capital. (Marx, 1985b: 209, t. I, v. II). Esto genera, una acumulación de miseria relativa a la acumulación del capital, encontrándose ahí la raíz de la producción/ reproducción de la cuestión social en la sociedad capitalista. La existencia del “trabajador libre” -la separación del individuo de las condiciones de su trabajo, monopolizadas bajo la forma capitalista de propiedad- en cuanto condición histórica de esa forma de organización social de la producción, vuelve al individuo que trabaja en un “pobre virtual”20. Pobre, en cuanto enteramente 19 “Cuanto mayor es la riqueza social, el capital en funcionamiento, el volumen de energía de su crecimiento, también lo es la grandeza absoluta del proletariado y la fuerza productiva de su trabajo, y tanto mayor el ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible es desarrollada por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La grandeza proporcional del ejército de reserva crece, entonces, con las potencias de la riqueza. Cuanto mayor es ese ejército de reserva en relación al ejército activo de trabajadores, más sólida es la superpoblación consolidada, cuya miseria está a la inversa del suplicio de su trabajo. Cuanto mayor es, finalmente, la condición hambrienta de la clase trabajadora y el ejército industrial de reserva, tanto mayor el pauperismo oficial. Esta es la ley absoluta general de la acumulación capitalista” (Marx,1985b : 209,t. 1, v.II) 20 El concepto de trabajador libre contiene implícito que él mismo ya es un empobrecido, un pobre virtual. Respecto a las condiciones económicas, estas se dan por la mera capacidad de trabajo, y, por esto, el trabajador está dotado de necesidades vitales. Es un necesitado en todos los sentidos, no visible en la determinación de las condiciones objetivas para la realización de su capacidda de trabajo. Cuando el capitalista no necesita de las horas extras de trabajo del individuo, este no puede realizar el trabajo necesario, producir sus medios de subsistencia. Cuando no puede obtenerlos por medio de intercambio mercantil, los obtendrá por medio de caridad o limosnas que sobren para el de la renta de todas las clases. (Marx, 1980b; 110, v. 2). Es interesante observar la actualidad de esta interpretación, cuando la llamada de la filantropía del capital y del trabajo voluntario son unas de las tónicas de las respuestas a la cuestión social en la actualidad. Nos recuerda al debate de Marx con Proudhon, en la miseria de la filosofía (Marx, 1970: 11), acerca de las diferentes escuelas de interpretación de las relaciones sociales capitalistas por parte de los intelectuales de la burguesía. Entre ellas, Marx destaca la “Escuela humanitaria”, y destaca “el lado malo de las relaciones de producción actuales. Para la tranquilidad de conciencia se esfuerza por aparentar lo más posible los contrastes reales, deplora sinceramente las penas del proletariados y la desenfrenada competencia entre los burgueses, aconseja a los obreros que sean sobrios, trabajen bien y tengan pocos hijos, recomienda a los burgueses que moderen su ardor en la esfera de la producción (…) Escuela Filantrópica es la escuela humanitaria perfeccionada. Niega la necesidad de antagonismos; quiere convertir a todos los hombres en burgueses; quiere revisar la teoría distinguida de la práctica y que no contenga antagonismos. (…) por consiguiente, los filántropos quieren conservar las categorías que expresan las relaciones burguesas, por eso el antagonismo que constituye la esencia de esas categorías es inseparable de ellas. Los filántropos alegan que combaten seriamente la práctica burguesa, pero son más burgueses que nadie”. 24
  • 25. necesitado, excluido de toda la riqueza objetiva, dotado de mera capacidad de trabajo y alejado de las condiciones necesarias para la realización objetiva en la creación de sus medios de sobrevivencia. Como la capacidad de trabajo, es mera potencia, el individuo sólo puede realizarla, si encuentra lugar en el mercado de trabajo, cuando es demandado por los empresarios capitalistas. Así, la obtención de medios de vida depende de un conjunto de mediaciones que son sociales, pasando por el intercambio de mercaderías, cuyo control es enteramente ajeno a los individuos productores. El pauperismo como el resultado del trabajo –del desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social-, es una especificidad de la producción fundada en el capital (Marx, 1980b:110, v. II). Importa destacar que en esa concepción, la pobreza no es apenas comprendida, como el resultado de la distribución de la renta, es decir se refiere a la propia producción. O, en otros términos se refiere a la distribución de los medios de producción y, entonces, a las relaciones entre las clases, abarcando la totalidad de la vida de los individuos sociales, que se encuentran enteramente necesitados tanto en la órbita material como en la espiritual (intelectual, cultural y moralmente). Ese proceso es radicalizado con el recorte de las políticas sociales públicas y de los servicios a ellas atinentes, destituyendo la responsabilidad del Estado en la preservación del derecho a la vida de amplios segmentos sociales, que es transferida a la eventual solidaridad de los ciudadanos, esto es, a las sobras de su tiempo y de su renta. La cuestión social expresa, por lo tanto, desigualdades económicas, políticas y culturales de las clases sociales, mediatizadas por disparidades en las relaciones de género, características étnico-raciales y regionalismos, causando que amplios sectores de la sociedad civil no accedan a los bienes de la sociedad. Disponiendo de una dimensión estructural que alcanza visceralmente la vida de los sujetos en una “lucha abierta y sorda por la ciudadanía” (Ianni, 1992), en el embate por el respeto por los derechos civiles, sociales y políticos y los derechos humanos. Este proceso es denso de conformismos y rebeldías, expresando la conciencia y la lucha por el reconocimiento de los derechos de cada uno y de todos los individuos sociales. Es en ese terreno de disputas que trabajan los asistentes sociales. Es importante recordar que fueron las luchas sociales las que rompieron el dominio privado en las relaciones entre capital y trabajo, extrapolando la cuestión social a la esfera pública. Los conflictos sociales pasan a exigir la intervención del 25
  • 26. Estado en el reconocimiento y en la legalización de derechos y deberes de los sujetos sociales envueltos, consustanciados en las políticas y servicios sociales. Es en la tensión entre reproducción de la desigualdad y la producción de la rebeldía y de la resistencia que actúan los asistentes sociales, situados en un terreno movido por intereses sociales diferentes y antagónicos, los cuales no son posibles de eliminar, o de ellos escabullirse, porque tejen la vida en sociedad. Los asistentes sociales trabajan con las múltiples dimensiones de la cuestión social tal como se expresan en la vida de los individuos sociales, a partir de las políticas sociales y de las formas de organización de la sociedad civil en la lucha por los derechos. Exactamente por eso, descifrar las nuevas mediaciones por medio de las cuales se expresa la cuestión social hoy es de vital importancia para el Servicio Social21 en una doble perspectiva: para que se pueda tanto aprehender la variedad de expresiones que asumen, en la actualidad, las desigualdades sociales -su producción y reproducción ampliada-, como proyectar y forjar formas de resistencia y de defensa de la vida. Formas de resistencia ya presentes, a veces de modo parcialmente oculto, en el cotidiano de las clases mayoritarias de la población que dependen del trabajo para su sobrevivencia. Así, aprehender la cuestión social es también captar las múltiples formas de presión social, y de reinvención de la vida construidas en el cotidiano, mediante las cuales son recreados nuevos modos de vivir que apuntan a un futuro que está siendo germinado en el presente. Considerada como una expresión de las desigualdades inherentes al proceso de acumulación y de los efectos que produce sobre el conjunto de las clases trabajadoras y de su organización -lo que se encuentra en la base de la exigencia de políticas sociales públicas- la cuestión social no es un fenómeno reciente, típico del agotamiento de los llamados treinta años gloriosos de la expansión capitalista. Se trata, al contrario, de una “vieja cuestión social” inscripta en la propia naturaleza de las relaciones capitalistas, más que en la contemporaneidad, se reproduce bajo nuevas mediaciones históricas y, al mismo tiempo, asume inéditas expresiones derramadas en todas las dimensiones de la vida social. Se alteran las bases históricas en que ocurre la producción y reproducción de las desigualdades en las periferias mundiales, en un contexto de internacionalización de la producción, de los mercados, de la 21 Anteriormente ha sido tratado el tema: Iamamoto y Carvalho (1982); Iamamoto (1998a); Iamamoto (2000:45-70); Iamamoto (2001a:09.33) y Iamamoto (2004:17-50). 26
  • 27. política y de la cultura, bajo el comando del capital financiero, las cuales son acompañadas por luchas veladas y abiertas, nítidamente desiguales. Bajo cierto ángulo, la cuestión social producida y reproducida de forma ampliada ha sido leída, desde la perspectiva sociológica, como “disfunción” o “amenaza” al orden y a la cohesión social, en la tradición de E. Durkheim, típica de la escuela francesa. (Castel,1998). Y, también, presentada como una nueva cuestión social, resultante de la “inadaptación de los antiguos métodos de gestión social”, producto de la crisis del “Estado Providencia” (Rosanvallon, 1995; Fitoussi y Rosanvallon 1997) y de la crisis de la “relación salarial”. Frecuentemente, la programática para hacer frente a la misma tiende a ser reducida a una gestión más humanizada y eficaz de los problemas sociales en la órbita del capital, bajo la protección del gran capital financiero y de las políticas neoliberales. De esta manera, las respuestas a la cuestión social pasan a ser canalizadas para los mecanismos reguladores del mercado y para las organizaciones privadas, las cuales comparten con el Estado la implementación de programas focalizados y descentralizados de “combate a la pobreza y a la exclusión social”. En una perspectiva de análisis distinta asumida en este texto, la cuestión social específica del orden burgués, y de las relaciones sociales que lo sustentan, es entendida como expresión ampliada de la explotación del trabajo y de las desigualdades y luchas sociales resultantes de ella: el revés del desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social. Su producción/reproducción asume perfiles y expresiones históricamente particulares en el escenario contemporáneo latinoamericano. Requiere, en su enfrentamiento, la prevalencia de las necesidades del colectivo de trabajadores, el llamado a la responsabilidad del Estado y a la afirmación de políticas sociales de carácter universal vueltas a los intereses de las grandes mayorías, condensando un proceso histórico de luchas por la democratización de la economía, de la política, de la cultura en la construcción de la esfera pública. La expresión cuestión social es extraña al universo de Marx, habiendo sido acuñada en 1830 (Castel, 1998), en el marco del reformismo conservador.22 (Netto, 22 Es conocida la programática reformista conservadora de la Iglesia Católica expresada, por primera vez, por León XIII, en la apertura de caminos para esta institución en la modernidad. Al naturalizar el orden capitalista, propone un amplio programa para su moralización, movilizando a los laicos en esa misión, contra los anarquistas y socialistas. Mas allá de esa versión del conservadurismo confesional, que influenció largamente el ideario del Servicio Social, existe el conservadurismo laico del nacimiento de la Sociología, cuya expresión más importante fue Durkheim. (Nisbet, 1969; 1980; Bottomore y Nisbet, 1980). Netto (2002) destaca, también, el 27
  • 28. 1992; 2002; Iamamoto, 1992a). Históricamente, ella fue tratada bajo un ángulo de poder, vista como amenaza que la lucha de clases –en especial, la presencia política de la clase obrera- representaba al orden instituido. Entre tanto, los procesos sociales que traduce se encuentran en el centro del análisis de Marx sobre las clases sociales y sus luchas en la sociedad capitalista. En esa tradición intelectual, como ya se expuso, el régimen capitalista de producción es tanto un proceso de producción de las condiciones materiales de la vida humana, como un proceso que se desarrolla bajo relaciones sociales de producción –histórico/económicas- específicas. En su dinámica, produce y reproduce sus exponentes: sus condiciones materiales de existencia, las relaciones sociales contradictorias y formas sociales a través de las cuales se expresan. Existe, pues, una indisociable relación entre la producción de los bienes materiales y la forma económico/social en que es realizada, esto es, la totalidad de las relaciones entre los hombres en una sociedad históricamente particular, regulada por el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social. El Servicio Social tiene en la cuestión social la base de su fundación, en cuanto especialización de trabajo. Los asistentes sociales, por medio de la prestación de servicios socio-asistenciales –indisociables de una dimensión educativa (o político-ideológica) –realizados en las instituciones pública y organizaciones privadas, interfieren en las relaciones sociales cotidianas, atendiendo las variadas expresiones de la cuestión social , experimentadas por los individuos sociales en el trabajo, en la familia, en la lucha por la vivienda y por la tierra, en la salud, en la asistencia pública, entre otras dimensiones. Actualmente, la cuestión social pasa a ser objeto de un violento “proceso de criminalización” que toca a las clases subalternas. (Ianni, 1992; 2004 y Guimaraes, 1979). Se recicla la noción de “clases peligrosas” –antes trabajadoras- sujetas a represión y extinción. La tendencia a naturalizar la cuestión social es acompañada de la transformación de sus manifestaciones en objeto de programas focalizados de “combate a la pobreza”, o en expresiones de la violencia de los pobres, cuya respuesta es la seguridad y la represión oficiales. Nos recuerda el pasado, cuando era concebida como caso de la policía, lo opuesto de ser objeto de una acción sistemática del Estado en el tratamiento de las necesidades básicas de la clase obrera y otros sectores trabajadores. En la actualidad, las propuestas inmediatas para enfrentar la cuestión social, en Brasil, actualizan la articulación asistencia focalizada/represión, con conservadurismo protestante prusiano, cuyo máximo representante fue Bismark. Él fue el pionero promotor de las políticas sociales como anticipación a las demandas de un proletariado combativo, representado por el primer partido de masas, el Partido Social Demócrata Alemán, cuando la burguesía aún era débil en ese país, en las décadas del 70-90 del siglo XIX. 28
  • 29. el apoyo del brazo coercitivo del Estado, en detrimento de la construcción de consenso necesario al régimen democrático, lo que es motivo de inquietud. Una doble trampa puede rodear el análisis de la cuestión social cuando sus múltiples diferencias y expresiones son desvinculadas de su génesis común, desconsiderando los procesos sociales contradictorios – en su dimensión de totalidad-que las crean y las transforman. Se corre el riesgo de caer en la pulverización y fragmentación de innumerables “Cuestiones sociales”, atribuyendo unilateralmente a los individuos y sus familias la responsabilidad por las dificultades vividas. Esto deriva en el análisis de los “problemas sociales” como problema del individuo aislado y de la familia (principal objetivo de los programas focalizados de combate al hambre y la miseria), perdiéndose la dimensión colectiva y el recorte de clase de la cuestión social. Eximiendo a la sociedad de clases de la responsabilidad en la producción de las desigualdades sociales. Por una artimaña ideológica, se elimina, en el nivel del análisis, la dimensión colectiva de la cuestión social -el estudio de la clase trabajadora-reduciéndola a una dificultad del individuo. La pulverización de la cuestión social, típica de la óptica liberal, resulta en la autonomización de sus múltiples expresiones –la variadas “cuestiones sociales” –en detrimento de la perspectiva de unidad. Se impide así, el rescate del complejo de causalidades que determina los orígenes de la cuestión social, inherente a la organización social capitalista, lo que no omite la necesidad de aprehender las múltiples expresiones y formas concretas que asume. Otra trampa es encerrar el análisis en un discurso genérico, que redunda en una visión unívoca e indiferenciada de la cuestión social, prisionera de análisis estructurales, fragmentada de la dinámica coyuntural y de la vida de los sujetos sociales. La cuestión social pasa a ser vaciada de sus particularidades históricas, perdiendo el movimiento y la riqueza de la vida, al desconsiderar en sus expresiones específicas que desafían la “investigación concreta de situaciones concretas” (Como la violencia, el trabajo infantil, la violación de los derechos humanos, las masacres indígenas, etc.). Concluyendo, se constata una renovación de la “vieja cuestión social”, inscripta en la propia naturaleza de las relaciones sociales capitalistas, bajo otras ropas y nuevas condiciones socio-históricas en la sociedad contemporánea, profundizando sus contradicciones y asumiendo nuevas expresiones en la actualidad. Ella evidencia hoy la inmensa fractura entre el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social y las relaciones sociales que lo sustentan. Crecen las desigualdades y se afirman las 29
  • 30. luchas en el día a día contra las mismas –luchas en su mayoría silenciadas por los medios de comunicación- en el ámbito del trabajo, del acceso a los derechos y los servicios en la atención a las necesidades básicas de los ciudadanos, de las diferencias étnico-raciales, religiosas, de género, entre otras dimensiones. En la perspectiva aquí asumida, la cuestión social no se identifica con la noción de exclusión social, hoy generalizada, dotada de gran consenso en los ámbitos académicos y políticos. Una multiplicidad de denominaciones y propósitos es propuesta por los estudiosos del tema de la “exclusión social”, como recuerda Amann (2003), entre las cuales: descalificación (Paugan, 2003), desafiliación (Castel, 1998), relegamiento (Buarque, 1993) e inclusión perversa (Martins, 2002). La inclusión social se torna una palabra mágica, que todo y nada explica, ocurriendo una “fetichización conceptual” de la noción (Martins, 1997). Castel (2000a) se refiere a las “trampas de la exclusión”, denunciando su inconsistencia teórica: una “palabra válida” utilizada para definir todas las miserias del mundo. Es una noción que se afirma por la calificación negativa –la falta de- empleada con una heterogeneidad de usos, sin decir con rigor en qué consiste y de dónde viene. La noción autonomiza “situaciones límite”, que sólo tienen sentido dentro del circuito vivo de las fuerzas sociales, de los procesos que las crean. Focaliza efectos de procesos que atraviesan el conjunto de la sociedad, correspondiendo “a un tipo clásico de focalización de la acción social: delimita zonas de intervención que pueden dar lugar a las actividades de reparación” (Castel, 2000 a: 27). La tendencia a reducir la cuestión social a situaciones de exclusión es, para el autor, parte de un proceso de “desestabilización de la condición salarial” y de la desagregación de protecciones que fueron progresivamente ligadas al trabajo protegido y con status en la “sociedad salarial”23. Su crisis conduce a la “desestabilización de los estables”, a la precariedad, al crecimiento de los “sobrantes”, a la cultura de lo aleatorio, lo que, en las cifras oficiales aparece como “exclusión”. Como las fisuras por ella responsables están localizadas en el “corazón de la condición salarial” la lucha contra la “exclusión” incide sobre la regulación del trabajo y del sistema de protecciones a él vinculadas. El camino anunciado para responder a la cuestión social se encuentra en la senda de la lucha por el derecho al trabajo. Martins (1997; 2002) también cuestiona el rigor analítico y la novedad de la noción de “exclusión” y denuncia su fetichización conceptual, que todo y nada explica. La novedad es “su vejez renovada” resultado de una metamorfosis de conceptos – 23 La óptica de análisis del autor será detallada a seguir en el cuerpo de este texto. 30
  • 31. pasando por la teorías de la marginalidad social y de la pobreza – que procuraban explicar, en el ordenamiento social capitalista, el descompás crónico entre el desarrollo económico y el del desarrollo social que lo caracteriza, en su lógica de sometimiento de todo y a todos a las leyes del mercado. Defiende no definir sociológicamente “exclusión”, pues los “dilemas son los de la inclusión precaria, inestable y marginal”: “inclusión de los que son alcanzados por la nueva desigualdad social provocada por las grandes transformaciones económicas y para las cuales solo hay en la sociedad, lugares residuales” (Martins, 1977). Es propio de la sociedad capitalista desenraizar a los trabajadores, excluir para incluir de otro modo, según su lógica. Para Martins, el problema se encuentra exactamente en esa inclusión: en su temporalidad y en los modos de inclusión. El período del pasaje de momento de la “exclusión” –como la de la expropiación y expulsión de los trabajadores del campo- para el momento de la “inclusión” en otro modo de trabajar, de vivir y de pensar la vida se está transformando en un modo de vida, y no es sólo un período transitorio. Es ese modo de vida el objeto de preocupación. El llamado proceso de exclusión crea una “sociedad paralela”: excluyente desde el punto de vista moral y político. Separa materialmente, pero unifica ideológicamente en el imaginario de la sociedad de consumo y en las fantasías pasteurizadas e inocuas del mercado. En otros términos, la apelación a la exclusión indica la necesidad de comprensión de una antigua cuestión: la de las desigualdades sociales fruto del estudio del trabajo, uno de los aspectos de la crisis de la sociedad de clases. Esto supone la insuficiencia de la teoría de las clases, diluyendo la figura de la clase trabajadora en la del excluido, que ahora es un sujeto del destino, destituido de la posibilidad de hacer historia. La protesta social y política en nombre de los excluidos se resuelve en el horizonte de la integración en la sociedad que los excluye, en la reproducción ampliada de esa misma sociedad. Los “excluidos no protagonizan ni representan una contradicción en el interior del proceso productivo”, son contemplados como “residuo” que crece en un desarrollo considerado “anómalo”, lo que redunda en una lucha conformista y habla de un proyecto de afirmación del capitalismo, y de los que a él adhieren. Según el autor, el discurso de la exclusión es la expresión ideológica de una praxis limitada de la clase media y no de un proyecto anticapitalista crítico, cuyo desafío es dar vuelta la sociedad de acumulación. Considera la exclusión social “un síntoma grave de una transformación social, que viene, rápidamente haciendo, de todos, seres humanos descartables, reducidos a condición de cosa, 31
  • 32. ‘forma extrema de la vivencia de la alienación y de la cosificación de la persona’, como ya apuntaba Marx, en sus estudios sobre el capitalismo” (Martins, 2002: 20). La crítica a las nociones de inclusión/exclusión en el debate sobre la seguridad social en Brasil es tomada por Paiva (2006). Considera que la proliferación de esa noción importada, extraña al universo político cultural de la población brasilera, estimula propuestas que hablan de una “solidaridad sin sujetos y sin proyectos” y encubre mecanismos de dominación y subalternación, no exentos de repercusiones políticas: su contexto histórico fue la deconstrucción de la idea fuerza de derecho social, conquistada en la lucha de los trabajadores por el acceso al excedente” (Paiva, 2006: 21). Disimulando la complejidad del concepto de necesidades humanas (Heller, 1986), la noción de exclusión permite “recubrir las situaciones concretas de la población sin tornar inteligible su pertenencia a una clase social, por lo tanto a un tiempo y espacio históricos portadores de un proyecto colectivo libertario” (Paiva, 2006: 21). 3.2 Cuestión social y Servicio Social El análisis hipotético sobre la profesión de Servicio Social en el proceso de producción y reproducción de las relaciones sociales (Iamamoto, en: Iamamoto y Carvalho, 1982: 77-78) presentó la tesis de que la profesión se afirma como una especialización del trabajo colectivo en el cuadro de desarrollo capitalista industrial y de la expansión urbana. Procesos aprehendidos bajo la óptica de las clases sociales-la constitución y expansión del proletariado y la burguesía industrial –y de las modificaciones verificadas en la composición de grupos y fracciones de clase que comparten el poder del Estado en coyunturas históricas determinadas. Es cuando en Brasil se afirma la hegemonía del capital industrial que emerge, bajo nuevas formas, la cuestión social, la cual se torna la base de justificación de ese tipo de profesional especializado. Ya no se trata de la mera distinción entre ricos y pobres, presente en las formas anteriores de organización de la producción y de la sociedad regidas por la división del trabajo, previas al capitalismo industrial. La cuestión social pasa a ser dotada de un “carácter de clase específico”, que constituye las relaciones sociales bajo el dominio del capital: La cuestión social no es sino las expresiones del proceso de formación y desarrollo de la clase obrera y su ingreso en el escenario político de la sociedad, exigiendo su reconocimiento como clase por parte del empresariado y del Estado. Es la manifestación en el cotidiano de la vida social, de la contradicción entre el proletariado y la burguesía, la cual pasa a exigir otros tipos de intervención, más allá de la caridad y de la represión. El Estado pasa a intervenir 32
  • 33. directamente en las relaciones entre el empresariado y la clase trabajadora estableciendo no solo una reglamentación jurídica del mercado de trabajo, a través de legislación social y laboral específicas, sino también gobernando la organización y prestación de servicios sociales, como un nuevo tipo de enfrentamiento de la cuestión social. (Ídem: 77). Las condiciones de vida y de trabajo de los segmentos trabajadores y su correspondiente movilización y organización política –tanto del sector directamente inserto en el mercado de trabajo, como de aquella excedente para las necesidades medias del capital- ya no podían ser desconsideradas por el Estado en la formulación de políticas sociales como requisito mismo de sustento del poder de clase. En aquel estudio (Iamamoto, en Iamamoto y Carvalho, 1982) también fueron presentadas algunas claves heurísticas para el tratamiento del tema. La primera afirmaba que las respuestas a la cuestión social sufren alteraciones más significativas en las coyunturas de la crisis económica y de la crisis de hegemonía en el conjunto del poder.24 La segunda destacaba dos dimensiones necesarias al análisis del tema, las cuales eran: por un lado, la situación objetiva y subjetiva de la clase trabajadora, de cara a los cambios en el modo de producir y de apropiarse del trabajo excedente y de su capacidad de organización y lucha, y por otro, las diferentes maneras de las fracciones dominantes, apoyadas en el poder del Estado, que interpretaban y actuaban sobre la situación de la clase trabajadora. Pero más allá de las especificidades de esas formas de enfrentamiento, lo que las unifica es la contradicción entre el trabajo social y la apropiación privada del trabajo, de sus condiciones y sus resultados, traducida en la valorización creciente del capital y en el crecimiento de la miseria relativa del trabajador. Ese núcleo analítico, siendo preservado, se desdobló en el análisis de la cuestión social en las particularidades de la expansión monopolista en el Brasil, en los cuadros de lo que Fernández (1975) califica de autocracia burguesa25 (Iamamoto, 1992), y en la crisis del ciclo expansionista después de la Segunda Guerra Mundial (Iamamoto, 1998 a). 24 “Así, a medida que avanza el desarrollo de las fuerzas productivas, de la división del trabajo y su consecuente potenciación, se modifican las formas y el grado de explotación de la fuerza de trabajo. Se modifica concomitantemente, el posicionamiento de las diversas fracciones de las clases dominantes y sus formas de actuar frente a la cuestión social, lo que ingresa en escena a los intereses específicos de esos grupos y la lucha por el poder existente en su interior” (Iamamoto, en: Iamamoto y Carvalho, 1982: 78). 25 Recordamos que este texto fue originalmente escrito en 1982, aunque publicado una década más tarde 33