La araña Amanda tejió una gran tela de araña que conectó a niños de todo el mundo para que pudieran hacer amigos sin importar su origen. Aunque la tormenta destruyó la red, Amanda la reconstruyó y enseñó a los niños que al ponerse en los zapatos de otros y tratarlos a todos por igual se puede erradicar la intolerancia y el racismo.
2. Amanda y la red mundial.
Siendo Augusto emperador, en una pequeña villa cerca de la ciudad de Emerita
Augusta, de la provincia llamada Lusitania, vivía una niña con su rica familia. También
en esa casa convivían con ellos sus esclavos, quienes se ocupaban de servir a sus amos y
realizar las tareas del hogar. La pequeña se llamaba Lelia. Era una niña inteligente, muy
habladora y con la necesidad de saberlo todo: cualquier cosa que no supiese, se
disponía ansiosa a preguntarle a sus padres o a Sofanor, el esclavo de confianza de la
familia y el más anciano de todos ellos. Éste tenía un nieto de la misma edad que Lelia,
llamado Mauro.
3. Ambos, todas las tardes, tenían por costumbre jugar un rato en el atrio de la casa que era
bastante amplio, lleno de flores y con una gran fuente. En una de esas tardes, Mauro y
Lelia estaban jugando a ser exploradores cuando, de repente, la pequeña dio un grito:
- ¡Aahh! ¡Por Pólux! ¿Qué es esto?
- No te preocupes mi querida Lelia, –respondió Mauro entre risas– es un insecto
llamado araña. Este animalito vive entre las flores donde crea su tela de araña
que es como la casa para nosotros.
El pobre insecto, tras el susto y un largo silencio, se presentó ante los muchachos:
- ¡Salve amici! ¿A qué viene ese alboroto? Soy Amanda, una araña que habita
entre estas flores desde hace mucho tiempo.
4. -
La araña Amanda tenía ocho patas, como todas las arañas, y era la más simpática de su
especie. A partir de ese día, todas las tarde de juego solían los dos niños sentarse
alrededor de Amanda para que le contara divertidas historias acerca de ella y su larga
vida.
Uno de esos días, Lelia fue corriendo a hablar con la araña porque estaba muy
preocupada por Mauro:
- ¡Amanda, Amanda! ¡sal, necesito tu ayuda!
En seguida apareció la araña de entre los pétalos de un hermoso lirio.
5. - ¿Qué pasa Lelia? ¿qué ocurre? ¿por qué estás tan sobresaltada?
- Es por Mauro. Lleva días sin querer hablar conmigo y cuando le pregunto por
qué está así de triste, sólo me dice que él no sirve para nada. ¿Qué puedo hacer?
– dijo Lelia mientras una pequeña lágrima se le escapaba de sus verdes ojos.
Amanda, mirándola tiernamente, le contestó:
- Recuerdo que en uno de mis viajes, en un rincón silvestre de un jardín,
donde había mucha hierba, vivía una familia numerosa de conejillos.
Mamá Conejo era muy querida por todos los
pequeños conejillos ya que siempre
los ayudaba en todo lo que podía.
Se sabía todos sus nombres
y las historias sobre
el origen de ellos.
6. Cada noche, Mamá Conejo reunía a los pequeños para contarles cuentos antes
de acostarse. Sus palabras dulces llenaban a los conejillos de cariño y asombro y
les hacía sentirse especiales.
- Comenzaba diciendo: “Copo de Nieve. Cuando los copos de nieve empapan la
tierra a finales de los inviernos para anunciar con delicadeza el comienzo de la
primavera, la naturaleza se alegra. Copo de Nieve, tú eres especial.
7. - Y tú, Palomita. Un puñado de maíz caliente, untado con mantequilla, que salta y
explota y llena un cuenco de esponjosa suavidad. Es pura magia. Palomita, tú
eres especial. Y tú, Semillita. Cuando el aroma de las flores de color rosa pálido
y morado invade el jardín, han llegado los días más cálidos del verano.
Semillita, tú eres especial.
8. - Y tú, Campanilla. Cuando al pasear por el campo nos encontramos con una
alfombra de flores azules, siempre nos llevamos una agradable sorpresa.
Campanilla, tú eres especial.”
9. - Y así con todos los demás conejillos. Sin embargo, había un nombre del que no
conocía su procedencia, por eso lo dejaba para el final: “Talita, tú eres
especial.” Pero Talita no se sentía especial. Quería saber de dónde venía su
nombre. Y ella no se sentía mejor aunque le prestaran más atención. Yo,
Amanda, estaba muy triste por Talita. No encontraba la forma de hacerla feliz
hasta que una noche, mirando a las estrellas, vi una pequeña que me llamó la
atención. Titilaba y titilaba y titilaba. Lanzaba destellos rojos y plateados y
dorados. Entonces comprendí que se trataba de Talita, la estrella más simpática
del cielo nocturno. Corrí a contarle a Mamá Conejo lo que había visto. Aquella
noche, cuando ésta había acostado a los pequeños conejillos,
10. - comenzó… “Talita. Hay millones y millones de estrellas en el cielo pero solo
una estrella pequeña puede titilar y titilar y titilar y siempre llamar la
atención. Se llama Talita. Talita, tú eres especial”. A partir de este momento,
Talita siempre se sintió especial y feliz consigo misma.
11. Tras haber escuchado con gran atención la historia de Amanda, Lelia salió corriendo en
busca de Mauro.
- ¡¿A dónde vas?! – dijo la sabia araña.
- ¡¡A buscar a Mauro!! ¡Ahora ya sé qué puedo hacer para remediar su
infelicidad! ¡Gracias, mea cara amica!
Y llegaron las Saturnales. Durante esta festividad, que coincidían con las vacaciones
escolares, los esclavos eran frecuentemente liberados de sus obligaciones por lo que
Lelia y Mauro pasaban mucho más tiempo juntos. Ahora el niño podía disfrutar de sus
juegos sin pensar en las obligaciones que tenía que atender en casa de sus amos.
12. Uno de esos días de festividad, después del prandium, los niños se reunieron con su
peluda amiga y conversaron toda la tarde sobre los sentimientos de cada uno. Cuando le
llegó el turno a Mauro, dijo emocionado:
- ¡Qué bien me siento! Ahora sé lo que es ser un igual y que no me traten como un
esclavo más. ¡Lástima que dure tan poco…!
- Yo nunca te trataré como a alguien diferente. Yo quiero a todo el mundo sin
ninguna excepción. – dijo Amanda.
- ¿A todo el mundo sin excepción? – respondieron ambos niños a la vez.
- Sí. – respondió la araña firmemente. – Nosotras, las arañas, vivimos en una tela
de araña, que es un espacio donde no existe ni la intolerancia ni el racismo.
Lelia y Mauro no tenían ni idea de qué apariencia tenía la tolerancia y el racismo, pero
se les ocurrió una idea:
- ¿Puedes tejer una enorme tela de araña mundial?
13. -
Amanda se quedó pensativa un momento y luego dijo:
- Sí, sí. Creo que sí.
- ¿De verdad crees que podrás hacerlo? –preguntaron los muchachos
entusiasmados.
- Tengo amigos en puestos muy elevados. Estoy segura de que podré hacerlo. No
os preocupéis si desaparezco unos días… ¡volveré!
Mauro y Lelia esperaron…esperaron… y esperaron…
Entonces, una mañana, nada más despertarse Lelia miró por la ventana y quedó
asombrada. Tras unos minutos paralizada, corrió en busca de su amigo para mostrarle la
maravilla que se escondía fuera. Salieron y sus bocas se abrieron al contemplar una
enorme tela de araña que se extendía a lo largo de toda la ciudad, de montaña a
montaña, de Oriente a Occidente, de Norte a Sur.
14. Y en el mismo lugar del jardín donde todas las tardes se encontraban los tres amigos,
dieron con una escalera construida con fino hilo de araña, por donde se podía subir hasta
la enorme red mundial. Al lado de la escalera había un cartel en el que estaba escrito:
“Por favor: para entrar debe abandonar la intolerancia, el racismo y sus sandalias.
Gracias.”
Día tras día, Lelia y Mauro hacían nuevos amigos procedentes de todo el mundo: Roma,
Atenas, Alejandría, Cartago, Egipto, Las Galias, Germania, … Estuvieron atentos por si
veían a Intolerancia y Racismo, pero no los encontraron
15. .
Una noche, hubo una tormenta muy violenta. Los pequeños escucharon golpes
muy fuertes, producidos por el ruido de un millón de pares de sandalias chocando
contra las paredes de la domus. Oían el viento que ululaba entre los árboles, y
temieron por Amanda, que aún no había aparecido.
Al día siguiente se despertaron y entristecidos comprobaron que la tela de araña
había sido destruida por la fuerza del aire. Y para su sorpresa encontraron a su
vieja amiga Amanda que les consoló diciendo:
16. - No os preocupéis por mí. Puedo construir una nueva red en nada de tiempo.
Y lo hizo.
- No tengo que preocuparme por vosotros. –continuó el animal– Habéis tejido una
red de amigos por todo el mundo. Una violenta tormenta tampoco puede
cambiar eso.
- ¿Y qué pasa con nuestras sandalias? –preguntaron disgustados los niños– No los
encontramos por ninguna parte.
Amanda se quedó pensativa un instante y, al fin, dijo:
- Cuando uno se mete en las sandalias de otra persona, llega a comprenderla de
verdad. –dijo llena de sabiduría– Y así, podréis aplastar para siempre la
intolerancia y el racismo.
Mauro estaba agusto con sus nuevas sandalias. Lelia también. Se sintieron afortunados,
porque entre sus nuevos amigos no había ni racismo ni intolerancia. Y es que no querían
aplastar a nadie.