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Epistemologia cs unesco
Revista trimestral publicada 
por la Unesco 
Vol. X X X V I (1984), n.° 4 
Redactor jefe p.L: Ali Kazancigil 
Maquetista: Jacques Carrasco 
Documentación fotográfica: Florence Bonjean 
Corresponsales 
Bangkok: Yogesh Atal 
Beijing : Li Xuekun 
Belgrado: Balsa Spadijer 
Buenos Aires: Norberto Rodríguez 
Bustamante 
Canberra: Geoffrey Caldwell 
Colonia: Alphons Silbermann 
Delhi: André Béteille 
Estados Unidos de América: Gene M . Lyons 
Florencia: Francesco Margiotta Broglio 
Harare: Chen Chimutengwende 
Hong Kong: Peter Chen 
Londres: Cyril S. Smith 
México: Pablo González Casanova 
Moscú: Marien Gapotchka 
Nigeria: Akinsola Akiwowo 
Ottawa: Paul Lamy 
Singapur: S. H . Alatas 
Tokio: Hiroshi Ohta 
Túnez: A . Bouhdiba 
Temas de los próximos números: 
Comparaciones internacionales 
Sistemas alimentarios 
Educación y ciencias sociales 
Los jóvenes 
Cubierta: Globo ocular en el que se refleja un 
teatro (dibujo de Nicolás Ledoux [1736-1806], 
arquitecto francés). Edimcdia 
A la derecha: El misterio de.la mente humana 
(dibujo de Robert Fludd, Utriusque Cosmi 
Historia, 1619). Explorer
REVISTA INTERNACIONAL ,s™0 7 62 
DE 
CIENCIAS SOCIALES 
EPISTEMOLOGÍA DE LAS 
CIENCIAS 
Ernest Gellner 
Stefan Nowak 
Emérita S. Quito 
Claude Ake 
Philippe Braillard 
Edmund Burke. Ill 
Milton Santos 
T. V . Sathyamurthy 
G . B . Benko 
Jacques Lombard 
SOCIALES 102 
Editorial 
Análisis general 
El rango científico de las ciencias sociales 
Escuelas filosóficas y métodos de trabajo científicos 
en ciencias sociales 
El valor como factor de la acción social 
La transformación de las ciencias sociales en mercancía 
Disciplinas 
Las ciencias sociales y el estudio de las relaciones 
internacionales 
La institucionalización de las ciencias sociales: 
su trascendencia social y política 
La geografía a fines del siglo x x : nuevas funciones 
de una disciplina amenazada 
El á m b i t o d e las ciencias sociales 
La investigación sobre el desarrollo y las ciencias 
sociales en la India 
La ciencia regional: treinta años de evolución 
La enseñanza de la antropología: estudio comparativo 
Servicios profesionales y d o c u m e n t a l es 
Libros recibidos 
Publicaciones recientes de la Unesco 
599 
601 
623 
639 
651 
663 
679 . 
693 
711 
739 
755 
766 
769
Editorial 
En cierto m o d o , la actividad científica podría 
compararse con la práctica de un deporte. U n 
deportista debe observar los gestos que rea­liza 
y analizarlos en detalle con el fin de 
perfeccionarlos y de obtener mejores resulta­dos. 
D e igual manera, el investigador no debe 
menospreciar el autoanálisis profesional, la 
reflexión sobre la orientación y el alcance de 
su trabajo, así como sobre los medios teóricos 
y metodológicos que le permitirían mejorar 
sus resultados, a fin de dominar más completa­mente 
su tema. 
En realidad, dicha reflexión no puede 
separarse de la actividad de investigación en sí 
misma. Reviste especial importancia en las 
ciencias del hombre y de la sociedad, en las 
que la relación entre el investigador y su 
objeto de estudio tienen características parti­culares, 
distintas de las que existen en las 
ciencias relativas a la vida y la naturaleza. N o 
obstante, los fundamentos epistemológicos de 
las investigaciones vinculadas a las ciencias 
sociales no siempre se explicitan, ni son ob­jeto 
de un análisis sistemático con la frecuen­cia 
que sería conveniente. L a teoría del conoci­miento 
ofrece la posibilidad de echar una 
provechosa mirada a las ciencias sociales, con 
la condición de evitar el Caribdis de la obse­sión 
epistemológica, por un lado, y el Escila 
de un empirismo estrecho, por otro. 
La mayor parte de los artículos publica­dos 
en el presente número se dedican a un 
autoanálisis de las ciencias sociales y exponen 
puntos de vista sobre ciertos aspectos episte­mológicos 
e institucionales de tales discipli­nas. 
Ernest Gellner se pregunta si las ciencias 
sociales pueden ser admitidas en el club 
exclusivo de las ciencias. ¿Puede el universo 
social ser estudiado científicamente, o bien 
debe dejarse dicho estudio a los filósofos y los 
poetas? Gellner no propone una respuesta 
definitiva, pero demuestra con elocuencia la 
inconsistencia de los argumentos tendientes a 
excluir las ciencias sociales del paraíso cientí­fico. 
Stefan N o w a k examina las relaciones 
entre los métodos científicos utilizados en la 
sociología y diversas corrientes filosóficas, y 
demuestra que las elecciones metodológicas 
reflejan orientaciones filosóficas y epistemoló­gicas. 
E n su contribución, Emérita Quito 
analiza las relaciones existentes entre los va­lores, 
como objetos de estudio y como fac­tores 
que influyen en las investigaciones en las 
ciencias sociales. Claude A k e propone un 
enfoque que puede calificarse de economía 
política de las ciencias sociales; se desprende 
del mismo que estas últimas, por estar sujetas 
a las leyes del mercado y operar en un 
contexto en el que predomina el valor de 
intercambio y no el valor de uso, se transfor­man 
en mercancía. Los tres últimos artículos 
de la sección temática son análisis epistemoló­gicos 
de algunas disciplinas, tomadas en dife­rentes 
contextos. E d m u n d Burke III estudia 
las fuerzas económicas y sociales que orienta­ron 
la institucionalización de la sociología en 
Francia, a fines del siglo pasado. Philippe 
Braillard se refiere al estudio de las relaciones 
internacionales, y Milton Santos se ocupa de 
la geografía.
600 Editorial 
Los artículos de la sección "El ámbito de 
las ciencias sociales" presentan puntos en 
común con los de la sección temática. T . V . 
Sathyamurthy describe el notable auge de las 
ciencias sociales en la India, desde que dicho 
país accedió a la independencia; G . B . Benko 
relata el nacimiento de la ciencia regional, un 
campo de estudio interdisciplinario que se ha 
desarrollado en el transcurso de las últimas 
décadas; Jacques Lombard presenta una 
reseña histórica comparada de la enseñanza 
de la antropología en Bélgica, en la República 
Federal de Alemania, en Francia, en el Reino 
Unido y en los Países Bajos. 
En el pasado, la RICS ha dedicado varios 
números a temas vinculados al del presente 
número. Cabe mencionar los volúmenes xvi, 
n.° 4, 1964; xx, n.° 2, 1968; xxn, n.° 1, 
1970; xxiv, n.° 4 , 1972 y xxix, n.° 4, 1977. 
La lista de los números publicados figura al 
final del volumen. 
Aprovechamos esta oportunidad para infor­mar 
a nuestros lectores acerca de un reciente 
cambio en el equipo de redacción. Peter 
Lengyel, redactor jefe de la Revista desde 
1963, ha dejado la Unesco en la que había 
ingresado en 1953. E n su carrera al servicio de 
la Organización, dedicada a los diversos aspec­tos 
de la cooperación internacional en el 
ámbito de las ciencias sociales, se destaca 
particularmente la labor que ha realizado en 
la dirección de la RICS. 
A. K. 
Traducido del francés
El rango científico 
de las ciencias sociales 
Ernest Gellner 
La idea de lo "científico' 
El problema de si las ciencias sociales son 
auténticamente científicas plantea de inme­diato 
dos preguntas: ¿qué son las ciencias 
sociales? ¿qué es lo científico? 
La primera de estas dos preguntas no 
plantea grandes dificultades y puede ser con­testada 
nombrando o enumerando las ciencias 
sociales, que son simple­mente 
el objeto de la 
práctica profesional de 
sus especialistas. La de­finición 
contiene así 
una referencia encubierta 
(pero no demasiado) a 
los juicios consensúales, 
o mayoritarios, o indiscu-tidos, 
que imperan en las 
sociedades contemporá­neas 
e identifican, por su 
clasificación tácita o ex­presa, 
qué universidades, 
asociaciones profesiona­les 
e individuos son, por 
Ernest Gellner enseñó en la London 
School of Economics and Political 
Science, y es hoy catedrático de antro­pología 
en el King's College, Cam­bridge, 
Reino Unido. Sus publica­ciones 
más importantes son Words 
and things (1959), Thought and chan­ge 
(1965), Saints of the Atlas (1969), 
Muslim society (1981) y Nations and 
nationalism (1983). 
decirlo así, establecedores de normas o para­digmáticos, 
con lo que efectivamente definen, 
mediante su propia asignación de etiquetas, la 
naturaleza y el alcance de las ciencias sociales. 
Esta referencia encubierta a la opinión o 
al consenso público no vicia la definición ni la 
hace tautológica. Mayorías, consenso, solidari­dad 
cultural general, todas estas nociones no 
son, por supuesto, ni infalibles, ni estables, ni 
desprovistas de ambigüedad. N o hay contra­dicción 
alguna en la sugerencia de que la 
opinión pública, en una fecha dada, se halla 
en error. Si tales fuentes pueden estar equivo­cadas, 
¿podrían acaso engañarnos, identifi­cando 
falsamente el objeto o conjunto de 
objetos de los que vamos a ocuparnos, es 
decir las ciencias sociales? N o . El objeto 
central de nuestra indagación es, justamente, 
las ciencias sociales tal como realmente son 
practicadas y reconocidas en las sociedades 
contemporáneas. La opi­nión 
publica, por m u y 
amplia que sea su defini­ción, 
no puede inducir­nos 
a error en esto, por­que 
el objeto de nuestro 
interés es, precisamente,, 
un objeto definido por 
referencia a las normas 
culturales corrientes. N a ­turalmente, 
también po­demos 
estar interesados 
por una ciencia social 
ideal, trans-social, cultu­ralmente 
neutral, si es 
que existe; pero nuestra 
preocupación fundamental radica en las prácti­cas 
concretas actualmente reconocidas como 
"ciencias sociales". 
Pero la situación es muy distinta cuando 
pasamos al segundo término que ha de ser 
definido: el de "científico". Aquí, ni la denomi­nación 
ni la enumeración sirven absoluta­mente 
de nada. N o nos interesa especialmente 
saber qué es lo que la sociedad ha dado en 
llamar "científico", y por otra parte, el uso
602 Ernest Gellner 
real de esta etiqueta por nuestros contemporá­neos 
no es concluyente. A decir verdad, las 
opiniones parecen estar muy divididas con 
respecto a este punto, y se observan debates 
muy significativos acerca precisamente de los 
límites de su campo de aplicación. Pero no 
tenemos ningún interés en convocar un refe­réndum 
sobre el caso, ni en ver cuál de los 
muchos grupos contendientes consigue impo­ner 
su punto de vista en un momento u otro. 
Estamos profundamente interesados, en cam­bio, 
en hallar una noción de lo "científico" 
realmente normativa, auténticamente autori­zada. 
Deseamos descubrir si las ciencias socia­les 
son realmente científicas. 
Éste es en sí mismo un punto interesante 
y significativo. Al formular nuestra pregunta: 
¿son científicas las ciencias sociales? emplea­mos 
al parecer como sujeto un término que es 
definido convencionalmente o por denotación 
—todo lo que es llamado de hecho por ese 
nombre se incluye ipso facto en el mismo—, 
mientras que nuestro predicado es platónico o 
normativo y concebido como algo que no 
debe estar a merced de las convenciones o el 
capricho humanos. Se supone que las reglas 
de aplicación están basadas en una autoridad 
superior e independiente. 
Nuestra frase parece así lógicamente un 
híbrido: el sujeto es nominalista o convencio­nal, 
el predicado es platónico, esencialista y 
prescriptivo. ¿Es permisible esta ambigüe­dad? 
N o creo que la situación sea en realidad 
tan anómala o desacostumbrada. Pero es 
significativa. 
Si ambos términos se definieran conven­cionalmente, 
por referencia al uso real, o 
mayoritario, o convenido, de cada uno de 
ellos, la pregunta sería fácil de contestar y 
carecería de toda profundidad o importancia. 
Bastaría con hacer una encuesta, averiguar si 
y en qué medida la gente usa una de las 
etiquetas ("ciencias sociales") de m o d o tal 
que caiga dentro del radio de aplicación de 
otra etiqueta de más amplio espectro ("científi­co"). 
Pero ninguna encuesta de este tipo se 
estimaría en realidad pertinente ni, en todo 
caso, válida y definitiva, con respecto a la 
pregunta que efectivamente hacemos. 
Este "platonismo del predicado", que nos 
obliga a tratar el término en cuestión como si­se 
refiriera a algo constituido de forma total­mente 
independiente de nuestro albedrío y 
costumbre y dotado de autoridad sobre noso­tros, 
es interesante y significativo. 
Repárese en que ésta es una antigua y 
constante característica de los análisis y deba­tes 
referentes a las delimitaciones de "ciencia" 
o "significado". Aquellas famosas disputas 
por las demarcaciones tenían toda la pasión e 
intensidad de circunscribir lo salvado y lo 
condenado, de definir lo lícito y lo ilícito, de 
descubrir una verdad importante y dada, y no 
simplemente de asignar etiquetas. 
El convencionalismo con respecto a la 
delimitación de conceptos sólo se invocaba, 
con algún apuro y visible falta de convicción, 
cuando el teórico se veía acorralado, por 
ejemplo, por la insistente pregunta acerca de 
la legitimidad del principio de verificación 
mismo. ¿Era éste un informe experimental o 
una convención que definía los límites de un 
término? 
Se mantenía la ficción de que la demarca­ción 
de verificabilidad del significado o de la 
ciencia era meramente una convención nues­tra. 
Pero el verdadero espíritu en que se 
inspiraba esta delimitación era evidentemente 
muy distinto. Se propugnaba como una norma 
objetiva, autorizada, platónica. Circunscribía 
el ámbito de la salvación cognoscitiva. 
No cabe la menor duda de que las discu­siones 
acerca de lo que es y no es "científico" 
se sostienen dentro de este espíritu manifiesta­mente 
platónico, normativo y no convenciona-lista. 
Se trata de saber si algo es verdadera­mente, 
realmente científico. Los debates pare­cen 
basarse en el supuesto de que lo que se 
ventila es una importante frontera conceptual, 
en la naturaleza misma de las cosas y total­mente 
fuera del alcance de lo que nosotros 
optemos por llamar lo que sea. 
Hay otra explicación posible: no somos 
conceptualmente rígidos porque somos plató­nicos, 
sino que llegamos a ser platónicos 
porque somos conceptualmente rígidos. Cuan­do 
los conceptos nos apremian nos volvemos 
platónicos malgré-nous. N o siempre nos es
El rango científico de las ciencias sociales 603 
dado elegir nuestros conceptos, y en cambio 
éstos sí tienen a menudo autoridad sobre 
nosotros. El hombre puede hacer lo que 
quiere, pero no puede desear lo que quiere, y 
no siempre puede elegir libremente sus con­ceptos. 
A veces éstos tienen sobre nosotros 
una autoridad irresistible. ¿Y por qué somos . 
en algunos casos tan rígidos conceptualmen­te? 
¿Por qué consentimos en ser esclavos de 
los valores e imperativos que encierran ciertas 
ideas? 
Genéricamente, puede decirse que esto 
sucede porque cierto conglomerado o síndro­me 
de rasgos, encerrados unos con otros en 
este o aquel concepto de una lengua o estilo 
de pensamiento dado, tienen buenas razones, 
por decirlo así, para mantenerse encerrados 
en mutua compañía justamente de esa mane­ra, 
con esa particular combinación de ingre­dientes, 
y para tener alguna especie de domi­nio 
compulsivo sobre nuestro pensamiento. 
Además, la carga moral, positiva o negativa, 
con que tales conceptos están lastrados no 
puede ser arrancada de ellos. 
Las razones que conducen a la cristaliza­ción 
de tales conceptos, en los que se aglutina 
un conjunto de rasgos, pueden ser generales o 
específicas; pueden ser inherentes a la condi­ción 
humana como tal o guardar relación con 
alguna situación social o histórica concreta. 
Pero la fórmula general correspondiente a 
este caso tiene que ser algo así: surgen (y a 
veces persisten) situaciones que impelen a una 
comunidad lingüística y conceptual a pensar 
en términos de un concepto T, definido en 
términos de atributos, a, b, c, etc.; y, además, 
es de suma importancia para esa comunidad 
establecer si un objeto dado o una práctica 
determinada se inscribe o no en el marco del 
concepto T, si es parte integrante de la vida 
misma, del uso y, con ello, de la definición 
operacional de tal concepto. Eso es lo que 
ocurre con su carga moral. Algunas fronteras 
conceptuales tienen para determinadas socie­dades 
una importancia que dimana de la 
índole misma de su situación y no pueden ser 
abrogadas por decreto. 
Es obvio que, en nuestra sociedad moder­na, 
el concepto de lo "científico" es precisa­mente 
de esa clase. Lo necesitamos, y sólo 
puede ser una noción importante y autori­zada; 
C o m o tantas veces ocurre, seremos o no 
capaces de especificar exactamente qué es lo 
que entendemos por él; lo que podríamos 
llamar paradoja de Sócrates, a saber, utilizar 
una noción sin ser capaces de definirla, tiene 
aplicación aquí, como en tantos otros casos. 
Pero cualesquiera sean los componentes del 
conjunto de rasgos que la idea define, ésta es 
indiscutiblemente importante, y no es, por 
decirlo así, discrecional. N o sabemos lo que es 
exactamente, pero sí que es importante y que 
no podemos tomarla a la ligera. 
La idea de "científico" es una noción de 
esta clase. Pero no siempre ha sido así. Sin 
duda posee alguna leve afinidad con el viejo 
deseo de definir el verdadero saber por oposi­ción 
a la mera opinión, y con la preocupación 
aún más vehemente de identificar la verda­dera 
fe. E n este último caso, sabemos muy 
bien por qué la noción era tan importante: la 
salvación y la condenación personal depen­dían 
de ella. Pero las fronteras de lo científi­co, 
aunque puedan tal vez superponerse, no 
coinciden en extensión (y menos aún en 
intensidad) ni con el verdadero saber ni con la 
verdadera fe. 
La "sociologización" 
de la ciencia en segundo grado: 
Popper y Kuhn 
Si convenimos en lo afirmado más arriba, ¿en 
qué consiste, pues, lo científico? L o "científi­co" 
no ha sido una noción decisiva y definitiva 
en todos los tiempos y todas las sociedades. 
En las sociedades en que se hallaba bien 
establecida la institución del "sabio" era natu­ral 
que adquiriese gran difusión la preocupa­ción 
por distinguir entre saber verdadero y 
espurio, entre acceso genuino y fraudulento a 
recetas y fórmulas de excelencia y estilos de 
vida virtuosa. Constituía una especie de "pro­tección 
del consumidor" para aquellos que 
entraban en el mercado en busca de sabiduría 
y servicios de asesoramiento para acceder a la 
vida virtuosa; y al parecer esto dio el primer
604 Ernest Cellner 
estímulo poderoso para él desarrollo de la 
teoría del conocimiento. E n aquellos tiempos 
de presuntos mesías en competencia, los crite­rios 
para identificar al verdadero parecían ser 
más de carácter demostrativo y espectacular 
que de naturaleza puramente epistemológica. 
Cuando la revelación llegó a estar monopoli­zada 
y codificada en escrituras, la preocupa­ción 
central pasó a ser, naturalmente, la 
identificación del único o casi único punto de 
revelación y de la autenticidad del supuesta­mente 
único mensaje, o mensajero, o de la 
institución permanente o serie de vínculos 
personales entre el punto de comunicación 
auténtico y el presente. Sobre el telón de 
fondo de estos diversos supuestos institucio­nales 
y doctrinales, cada una de las cuestiones 
planteadas, y sin duda otras variantes de las 
mismas, tenían sentido. Aunque, en efecto, : 
presentan alguna coincidencia limitada y cierta 
afinidad con la cuestión que aquí nos ocupa, 
evidentemente no son idénticas a ella. 
El punto principal de coincidencia es que, 
en todas estas cuestiones, los hombres esta­ban 
interesados por la validación o legitima­ción 
de postulados más específicos en virtud 
de un criterio más general. Cuando determina­mos 
que algo es "científico" o no lo es, 
estamos ipso facto decidiendo si tiene o no 
cierto derecho legítimo a merecer nuestra 
atención y quizá incluso a que le demos 
crédito. La condición de ser "científico" no es 
necesariamente la forma exclusiva o domi­nante 
de conferir tal autoridad a postulados 
específicos; pero es, sin duda, al menos una de 
las formas de validación universalmente reco­nocidas 
y respetadas. H u b o un tiempo en que 
ni siquiera era una entre muchas; en que era, 
de hecho, desconocida. 
Esto, a mi entender, constituye una clave 
decisiva. Ante todo es indispensable iden­tificar 
aquellas condiciones sociales de origen 
o de fondo que han engendrado esta forma 
particular de validación, que crea así esta 
nueva y potente noción de "científico" y la 
dotan de autoridad. 
Esto imprime automáticamente a nuestra 
indagación una orientación sociológica, obli­gándola 
a tomar conciencia de las diferencias 
generales entre clases de sociedad y a inte­resarse 
por ellas. Cuando menos, tendremos 
que ocuparnos de las diferencias existentes 
entre las sociedades que engendran esta no­ción 
y las que no lo hacen. 
Hay por lo menos dos maneras de abor­dar 
el problema de la definición de "ciencia": 
la filosófica y la sociológica. Podemos caracte­rizar 
a la primera del siguiente modo: el 
investigador que opta por este enfoque actúa 
con arreglo a un tipo u otro de modelo de 
investigación o de adquisición del saber, 
modelo cuyos elementos serán tomados de las 
actividades individuales, como el tener ideas, 
experiencias, montar experimentos, relacio­nar 
las lecciones de la experiencia o los 
resultados de los experimentos con generaliza­ciones 
basadas en las ideas iniciales, y así 
sucesivamente. Una teoría extremadamente 
individualista de la ciencia sería aquella que 
ofreciese una teoría y una demarcación de la 
ciencia sin traspasar nunca los confines de un 
modelo construido de esta manera. Semejante 
teoría estaría dispuesta acaso a conceder, o 
incluso a hacer resaltar, el hecho de que, en 
realidad, los científicos son m u y numerosos y 
habitualmente cooperan y se comunican entre 
sí, pero esto sólo sería un elemento contin­gente 
e inesencial. Conforme a tal teoría, un 
Robinson Crusoe podría practicar la ciencia. 
Con los recursos, la longevidad, el ingenió y la 
aptitud pertinentes, ningún logro de la cien­cia, 
tal como nosotros lo conocemos, estaría 
"en principio" más allá de sus facultades. Los 
que sustentan teorías de esta clase no tienen 
inconveniente en admitir que, en efecto, la 
crítica, la verificación, la corroboración, son, 
en términos generales, actividades sociales, y 
que dependen, para su eficacia, de una infraes­tructura 
matemática, tecnológica e institucio­nal 
que se halla, con mucho, más allá del 
poder y de los medios de cualquier individuo; 
pero se sienten, supongo yo, obligados a 
sostener que la circunstancia de que un medio 
social ofrezca o no estas condiciones previas 
es, por decirlo así, una condición externa de la 
ciencia, pero no, de ningún modo, una parte 
esencial de ella.1 
Hay varios modos y grados de introducir
El rango científico de las ciencias sociales 605 
LE PROVOCATEUR DE PLUIE 
La ciencia de Prometeo: el provocador de lluvias, D . R .
606 Ernest Gellner 
un elemento sociológico en esta visión indivi­dualista. 
Siempre se puede alegar que la 
sociedad constituye una condición previa esen­cial, 
pero sólo la sociedad como tal, y no 
necesariamente esta o aquella clase de socie­dad. 
E . Durkheim sería un ejemplo de esta 
posición. Sostenía que el pensamiento era 
imposible sin una compulsión conceptual, la 
que a su vez dependía de la existencia de la 
sociedad y, sobre todo, del ritual colectivo. 
Esto, de ser cierto, convierte a la sociedad en 
una condición previa esencial de la ciencia y, 
en realidad, de todo pensamiento; un indivi­duo 
auténticamente presocial, por capaz que 
fuera, por mucho tiempo que viviera y por 
bien equipado que estuviese, jamás podría 
elevarse a la formulación de una idea gene­ral. 
2 
U n segundo grado en la sociologización 
de la teoría de la ciencia supone insistir no 
meramente en la existencia de una sociedad, 
sino de una determinada clase de sociedad. L a 
teoría de la ciencia de Popper parece ser de 
esta índole: la sociedad no es suficiente, la 
generación de la ciencia requiere el "espíritu 
crítico". Las sociedades cerradas no pueden 
engendrar ciencia, pero una sociedad abierta 
sí puede hacerlo. Sociedad abierta es aquella 
en la que los hombres someten sus opiniones a 
la crítica mutua, y que, o bien posee apoyo 
institucional para dicha práctica o, al menos, 
carece de medios institucionales para inhi­birla. 
Las ideas de Popper sobre este asunto 
presentan algunos aspectos que acaso no se 
hallen enteramente en armonía. 
Cuando se destaca la continuidad del 
proceso de ensayo y error como base de todo 
avance cognoscitivo en la historia de cualquier 
ser vivo, diríase que el hombre comparte el 
quid secreto del método científico con toda la 
vida orgánica y que jamás precisó apren­derlo. 
(Sólo hemos aprendido en cierto modo 
a acelerar un poco el proceso y a tener piedad 
de los portadores de ideas que no prosperan.) 
N o parecen requerirse instituciones especiales 
de ninguna clase. Sin embargo, en el contexto 
de su refutación de los relativistas que invo­can 
la incapacidad humana para superar el 
prejuicio y el interés, Popper parece dispuesto 
a conceder que muchos (¿quizá la mayor 
parte?) de los hombres se muestran reacios a 
corregir sus opiniones propias a la luz de 
consideraciones en contrario y tal vez incluso 
necesiten el prejuicio para hacer descubrimien­tos; 
pero insiste en que la ciencia es precisa­mente 
el tipo de institución que no está a 
merced de las virtudes o vicios de las personas 
que la sirven. 
La verificación pública, por parte de una 
comunidad de científicos diversificada e incon-' 
trolable, garantiza la eliminación última de las 
ideas erróneas, por dogmáticos e irracionales 
que sean sus partidarios. Según este análisis, 
la ciencia y su adelanto dependen claramente 
del apoyo institucional aportado por esta 
verificación plural y pública. Por otra parte, 
nuevamente en el contexto de la discusión 
sobre el origen del espíritu científico, Popper 
se inclina a invocar las figuras de los heroicos 
fundadores-liberadores prometeicos jónicos, 
que de alguna manera vencieron su proclivi­dad 
humana al dogmatismo e incitaron a sus 
discípulos a ejercitar la crítica, inventando 
con ello la ciencia. El filósofo jónico precur­sor 
de Popper desempeña en este sistema 
un papel similar al del filósofo en La Repú­blica: 
él, y sólo él, con su aparición un tanto 
misteriosa, puede romper el círculo vicioso 
del que, de no ser así, el hombre no podría 
escapar. 
La filosofía general de Popper llama la 
atención sobre el hecho de que la ciencia 
tuviera que ser inventada en la historia 
humana, donde la vemos como el gran acto 
liberador que nos redime de la sociedad 
cerrada, aunque originariamente no hubiera 
necesitado invención, en la historia general de 
las especies, pues la ameba la poseía como 
privilegio innato. E n la naturaleza, los organis­mos 
eliminaban las hipótesis erróneas elimi­nándose 
entre sí. Los hombres salvajes, pre-científicos, 
también se eliminaban alegre­mente 
unos a otros, pero no eliminaban las 
hipótesis; por alguna razón, dejaban sobrevi­vir 
las ideas, o mejor dicho, las preservaban 
sin discriminación, en vez de eliminarlas. 
Implacables entre ellos, manifestaban una 
tierna solicitud por las ideas. Los científicos
El rango científico de las ciencias sociales 607 
modernos eliminan las hipótesis, pero no se 
eliminan entre sí, por lo menos cuando obser­van 
su comportamiento óptimo. La curiosa 
consecuencia de esta filosofía de la historia es 
que existe una especie de edad de las tinieblas 
o caída, que tuvo lugar entre la aparición de la 
humanidad sobre la tierra y los albores de la 
ciencia y de la sociedad abierta. El privilegio 
innato de la ameba se perdió durante el 
periodo primitivo de la historia humana, tribal 
y supercolectivista, y se recobró, heroica y 
milagrosamente, en Jonia. Es interesante la 
coincidencia de que esta teoría de la edad de 
las tinieblas sea compartida, aunque de forma 
distinta, por el cristianismo, por el marxismo 
y por Popper. 
El segundo filósofo de la ciencia más 
influyente en nuestros días, Thomas Kuhn, al 
parecer también sociologiza la materia en 
segundo grado. En su opinión, la sociedad 
resulta esencial para la existencia y el pro­greso 
de la ciencia, pero no precisamente 
cualquier sociedad, sino aquélla dotada de un 
paradigma. Aparentemente, hay sociedades 
que no poseen esta cualidad: por ejemplo, la 
comunidad de los especialistas en ciencias 
sociales.3 
Hasta donde podemos discernir, la dife­rencia 
decisiva entre sociedades capaces y 
sociedades incapaces de hacer ciencia, según 
este modo de ver, será, lisa y llanamente, la 
ausencia o presencia de un paradigma. Kuhn 
no parece tener opinión con respecto a la 
diferencia entre paradigmas científicos y no 
científicos, y a mi entender, es ésta una 
debilidad decisiva en su posición. Los paradig­mas 
parecen no sólo ser inconmensurables, 
sino también constituir una clase curiosamente 
indiferenciada. El profeta de su inconmensura­bilidad 
parece tener escaso sentido de su 
profunda diferencia de naturaleza, de que 
algunos de ellos son más inconmensurables 
que otros. Pero en tanto que la importancia 
de los paradigmas, y el hecho de que sean 
socialmente transmitidos, perpetuados e im­puestos, 
le lleva abierta y confesadamente a 
dirigirse a la sociología, se ve expuesto al 
sarcasmo de Popper: ¿qué sociología va a 
utilizar el filósofo de la ciencia? ¿En qué 
paradigma sociológico podrá confiar cuando 
se valga de la sociología para abordar el 
problema general de la naturaleza de la cien­cia, 
con objeto de esclarecer la posición de 
todas las ciencias, incluida la sociología mis­ma? 
Al referir toda actividad científica a los 
paradigmas, y supeditar la filosofía de la 
ciencia a la sociología (que presumiblemente 
no está más exenta de la dependencia de los 
paradigmas que cualquier otra ciencia o inves­tigación), 
diríase que en su actitud hay un 
elemento de círculo vicioso.4 
Lo que nos interesa aquí es que tanto 
Popper como Kuhn sociologizan la filosofía de 
la ciencia en segundo grado, es decir, hacen 
depender la ciencia no sólo de la mera existen­cia 
de la sociedad, sino de la presencia de un 
tipo particular de sociedad. 
La forma en que lo hacen, sin embargo, es 
muy distinta y, en realidad, diametralmente 
opuesta. Para Popper, la única sociedad capaz 
de hacer ciencia será aquella cuyo control 
i social es tan laxo que permite la crítica incluso 
de sus sabios más respetados (o mejor todavía, 
quizás, aquélla dotada de garantías institucio­nales 
que posibilitan o incluso estimulan seme­jante 
crítica); para Kuhn, la ciencia sólo es 
posible si existe un control social conceptual 
suficientemente estricto para imponer un para­digma 
a sus miembros en casi todos (aunque 
no absolutamente todos) los momentos, no 
obstante el hecho de que los paradigmas no 
son lógicamente o, por decirlo así, objetiva­mente 
coactivos. Es la presión social la que 
los impone, haciendo posible de este modo la 
ciencia. A menos que las cuestiones profundas 
se prejuzguen arbitrariamente, la ciencia no 
puede progresar: aparece. Pero al igual que 
Thomas Hobbes insistía en que cualquier 
soberano es preferible a la anarquía, así 
también Thomas Kuhn destaca que cualquier 
paradigma es preferible a la terrible libertad 
de los especialistas en ciencias sociales contem­poráneos, 
que siempre debaten y ponen en 
tela de juicio principios fundamentales y, por 
esa misma razón, merced a su gran "aper­tura", 
inhiben el nacimiento de ciencia 
genuina en su propio seno. 
No es preciso optar aquí entre el filoanar-
608 Ernest Gellner 
quismo de Popper y el autoritarismo de Kuhn, 
que recomienda lealtad, a los paradigmas en • 
casi todos los momentos, aunque evidente­mente 
reservándose el derecho de rebelión 
ocasional (durante unas igualmente mal defini­das, 
y creo que en principio indefinibles 
condiciones de "revolución científica"). Lo 
que sí es pertinente para nuestro propósito es 
señalar un error común a ambos. Para definir 
la ciencia, es preciso sociologizar la filosofía 
de la ciencia en tercer grado, y no meramente 
en segundo grado. N o basta con reconocer la 
función de la sociedad y distinguir entre 
sociedades capaces y sociedades incapaces de 
hacer ciencia; es necesario también efectuar 
esta distinción con arreglo a características 
de la sociedad que no correspondan solamente 
a sus actividades cognoscitivas, y considerar 
esas sociedades cuando participan en otras 
actividades. Tendremos que examinar las 
repercusiones de las primeras sobre las segun­das. 
Esto, en mi terminología, es sociologizar 
la materia en tercer grado, y es algo que debe 
hacerse. ¿De qué manera? 
Características de las sociedades 
capaces de hacer ciencia 
Para comprender por qué la noción de lo 
científico es tan influyente, por qué esta señal 
de aprobación es tan significativa, habremos 
de examinar qué es lo que la "ciencia" hace a 
la sociedad, y olvidar por un momento la 
usual y fascinante cuestión de cómo logra 
hacerlo. Las teorías filosóficas de la ciencia, 
como las incorporadas en las diversas tentati­vas 
filosóficas de demarcar el hecho científico, 
se esfuerzan básicamente por responder a la 
pregunta relativa a cómo actúa la ciencia, de 
qué manera se logra el gran milagro del 
progreso y el consenso científico. Pero para 
determinar qué es lo que confiere a la ciencia 
tal poder taumatúrgico, tal hechizo, no debe­mos 
mirar tanto cómo opera, sino qué es ese 
efecto mágico. ¿Por qué la ciencia entraña 
tanta diferencia para la sociedad, que asigna 
un prestigio especial a toda actividad suscepti­ble 
de ser incluida dentro de su círculo mágico 
y sustraída de todo aquello no calificable 
como "científico"? 
Este contraste, como acabo de formu­larlo, 
simplifica un poco una realidad más 
compleja: los filósofos de la ciencia, natural­mente, 
también se interesan por las caracterís­ticas 
de la producción de la ciencia, por la 
clase de teoría que ésta produce. D e todos 
modos, tienden a considerar dicha producción 
como un dato. Su problema es determinar 
cómo se consigue. Es el sociólogo quien se 
interesa primordialmente por los efectos y las 
consecuencias de las diversas clases de conoci­miento 
que proporciona la ciencia. Para sim­plificar 
la exposición, fingiré que esta división 
del trabajo es más neta de lo que es en 
realidad. 
Así planteada la cuestión, la mejor m a ­nera 
de responder a ella es ofrecer un breve 
bosquejo de la historia de la humanidad, 
esquemático pero pertinente, que divida dicha 
historia en tres grandes fases. Lãs filosofías 
trinitarias de la historia son bastante corrien­tes. 
Está, por ejemplo, la teoría de Auguste 
Comte con sus tres etapas históricas: la reli­giosa, 
la metafísica y la positiva, o la doctrina 
de la dominación sucesiva de la magia, la 
religión y la ciencia, postulada por Sir James 
Frazer, o la versión, menos intelectualista, de 
Karl Polanyi, que establece la sucesión de tres 
formas de sociedad: comunitaria, redistribu­tiva 
y de mercado. El nuevo patrón de la 
historia universal que está ya cristalizando en 
nuestros días y que constituye, creo yo, la 
concepción de la historia de nuestra era no 
oficial, no formulada y a veces inconfesada, 
pero tácitamente reconocida, es un tanto 
diferente. Comparte con los esquemas de 
Comte y Frazer algo de su intelectualismo y 
de su alta valoración de la ciencia, aunque se 
muestra más preocupada —que Frazer, por lo 
menos— por los efectos de la ciencia sobre el 
ordenamiento de la sociedad. 
Las etapas cruciales de la historia de la 
humanidad son las siguientes: primera, la de 
la caza y recolección de frutos silvestres; a 
continuación, la de la producción de. alimen­tos 
(agricultura y pastoreo), por último, la
El rango científico de las ciencias sociales 609 
La desesperación cognoscitiva. Roger-vioiiet.
610 Ernest Cellner 
basada en la producción directamente vincu­lada 
al auge del saber científico. 
Las teorías que presentan las fases históri­cas 
en términos de organización social no 
sirven: es la base productiva cognoscitiva la 
que parece depararnos la gran línea divisoria; 
y a un lado y a otro de esta gran línea 
hallamos una diversidad de formas sociales. 
En el presente contexto, el mundo de los 
cazadores y recolectores no nos interesa 
mayormente. Pero la diferencia entre el 
mundo agrario y el científico-industrial nos 
importa considerablemente. 
La noción de una sociedad agraria plena­mente 
desarrollada incluye no solamente el 
hecho de contar con la producción de alimen­tos, 
sino también otras dos características 
importantes: la-alfabetización y la centraliza­ción 
política. Las sociedades agrarias desarro­lladas 
se distinguen por una división del tra­bajo 
bastante compleja pero relativamente 
estable. Pero es un error tratar la división del 
trabajo como un producto homogéneo: sus 
consecuencias para la sociedad varían según, 
precisamente, qué es lo que se convierte en 
una especialidad. La alfabetización y la centra­lización 
política, la aparición de una clase 
ilustrada y de un régimen de gobierno tienen 
consecuencias m u y distintivas, que no pueden 
asimilarse sin más a las especializaciones eco­nómicas 
menores que intervienen en el pro­ceso 
de producción tomado aisladamente. 
Los regímenes de las sociedades agrarias 
ilustradas no son todos iguales. E n realidad, 
difieren muchísimo entre sí. Es de sobra 
conocida la diversidad de los regímenes políti­cos 
agrarios. Las clases de funcionarios y 
burócratas de los regímenes agrarios también 
varían enormemente en su organización, reclu­tamiento 
y modos de ser. E n un sitio pueden 
formar parte de una organización única, cen­tralizada 
y celosamente monopolista; en otro, 
pueden constituir un gremio holgado y liberal 
abierto a todos los hombres instruidos y 
devotos. E n un lugar diferente, pueden for­mar 
una casta estricta, mas no centralizada, 
o constituir una burocracia seleccionada m e ­diante 
oposiciones, con un monopolio adminis­trativo 
pero no religioso. 
Ahora bien, no obstante esta variedad, 
pueden observarse algunos rasgos comunes o 
genéricos importantes. E n tales sociedades, el 
saber registrado y archivado se utiliza para los 
documentos administrativos, especialmente 
los que atañen a la imposición fiscal; para la 
comunicación entre toda una jerarquía polí­tica 
y religiosa; como parte del ritual y para la 
codificación de la doctrina religiosa, la cual 
proyecta una especie de sombra en forma dé 
magia de la palabra, pleitesía rendida por la 
magia manipuladora a la religión fundada en 
las Escrituras. La conservación de la verdad 
escrita, y posiblemente su cumplimiento en la 
práctica, son preocupaciones centrales, antes 
que su expansión en forma de adquisición de 
más verdad. (Todavía no es un ideal plausible 
la ampliación del saber.) Pese a su compleji­dad 
interna, a veces muy considerable, tanto 
el sistema de jerarquización social como los 
sistemas cognoscitivos dentro de sociedades 
como éstas tienden a ser bastante estables, 
y lo mismo suele ocurrir con su sistema pro­ductivo. 
El peso normativo y conservador con­fiado 
a la palabra escrita, a cargo de las clases 
ilustradas, tiende a producir un dualismo o 
pluralismo cultural en semejante sociedad, 
una diferenciación entre la tradición grande 
(culta) y la tradición o tradiciones pequeñas. 
Algunos elementos de la gran tradición escrita 
pueden contener ideas generales de una pene­tración 
y potencialidad considerables, observa­ciones 
agudas y exactas de la realidad o 
sistemas deductivos de gran rigor; no obs­tante, 
genéricamente hablando, puede decirse 
que un cuerpo de esta clase no posee ninguna 
comprensión sólida, ningún conocimiento pro­fundo 
y acumulativo de la naturaleza. Su 
principal función y significación estriba en la 
legitimación social, la edificación de las perso­nas, 
la conservación de documentos y su 
comunicación, antes que en una verdadera 
exploración cognoscitiva de la naturaleza. 
Con respecto a la manipulación y al conoci­miento 
de las cosas, el contenido cognoscitivo 
del cuerpo en cuestión suele ser inferior a los 
saberes prácticos del artesano, el trabajador 
manual o el profesional en ejercicio. La 
ansiedad de saber expresada con tanto vigor
El rango científico de las ciencias sociales 611 
en el discurso inicial del Fausto de Goethe es, 
evidentemente, una manifestación suscitada 
por esta situación. 
Con menos angustia y acaso más indigna­ción, 
y con auténtico cela misionero en nom­bre 
de una presunta alternativa, hallamos un 
sentimiento análogo, por ejemplo, en lo que 
podríamos llamar populismo panhumano o 
carte blanche de Michel Oakeshott.s La obra 
de Oakeshott estuvo muy en boga en la 
Inglaterra de posguerra, y probablemente 
continúe siendo el principal filósofo político 
conservador del Reino Unido. Su obra viene 
muy a propósito para el fin que nos ocupa 
porque, como base, ostenta una premisa que 
es mitad epistemológica, mitad sociológica, y 
que puede resumirse así: el saber auténtico es 
"práctico", lo cual quiere decir que se con­serva 
y transmite merced a la práctica de un 
arte, y sólo puede perpetuarse a través de una 
tradición viva; su contenido no puede ser 
nunca captado adecuadamente en documen­tos 
escritos y, desde luego, no puede ser 
transmitido de un hombre a otro solamente 
por la escritura. A la ilusión de que esto es 
posible, que confiere una autoridad indepen­diente 
a los asertos abstractos y escritos, él 
la llama "racionalismo", en un sentido muy 
peyorativo, y sostiene abiertamente que éste 
es el azote y la ruina de la vida moderna. La 
doctrina de Oakeshott oscila un tanto entre, 
por una parte, un panpopulismo global que da 
por buenas todas las tradiciones y condena 
todos sus escolasticismos, los cuales surgen y 
prosperan cuando aquéllas adoptan la escri­tura 
y la imprenta tomándolas demasiado en 
serio, y, por otra parte, el apoyo resuelto a 
una tradición concreta y bienaventurada que, 
gracias presumiblemente a una constitución 
no escrita, a un derecho consuetudinario y a la 
pragmática sabiduría de los políticos conserva­dores, 
ha resistido al "racionalismo" algo 
mejor que otras, aunque, hacia 1945, no lo 
hizo todo lo bien que debiera y despertó las 
iras del doctrinario. Si es éste el logro de una 
tradición peculiar, ¿podrá ser también una 
receta válida para todas las demás, sin contra­decir 
implícitamente su propio principio esen­cial, 
a saber, la ausencia de cualquier clase de 
principios abstractos y universales válidos? 
La posición de Oakeshott es pertinente 
para nuestro argumento porque, ofrezca o no 
un buen diagnóstico de la difícil situación 
política del hombre moderno, nos brinda, sin 
proponérselo, una exposición esquemática 
muy exacta de la función del saber abstracto 
en el régimen político de las sociedades agra­rias 
ilustradas. Es una descripción bastante 
aceptable de la relación existente entre el 
saber codificado y las competencias prácticas 
de estas sociedades, pero sólo de ellas. Las 
escrituras, los códigos legislativos, las epo­peyas, 
los manuales, etc., confiados a la 
custodia de sus escribas, celosamente preser­vados 
y m u y estables a lo largo del tiempo, no 
son superiores a la sabiduría práctica inarticu­lada 
del miembro vitalicio del clan o del 
gremio. Aquellos formalizan, falsean, paro­dian, 
se hacen eco de esta sabiduría; y aun­que, 
contra lo prescrito por la diatriba anti 
"racionalista", el respeto reverencial por la 
versión codificada del saber puede en oca­siones 
ser beneficioso —ya que, por ejemplo, 
este respeto por la norma codificada la hace 
menos dúctil a la manipulación oportunista—, 
es cierto que la autoridad absoluta reclamada 
para lo escrito bajo custodia del escriba no 
está justificada. La teoría escrita es parasitaria 
de la praxis vivida. Sea, pues, así; o, por lo 
menos, así fue, en otro tiempo, en las socie­dades 
agrarias ilustradas. N o en nuestros días. 
Es visiblemente falso respecto a la ciencia 
moderna y la sociedad en ella basada. C o mo 
fenómeno social, la ciencia natural moderna 
posee una serie de rasgos característicos: 
Sin ser enteramente consensual, lo es en un 
grado asombroso. 
Es intercultural. Aunque prospera más en 
ciertos países que en otros, parece capaz 
de subsistir en una amplia variedad de 
climas culturales y políticos y de ser, en 
gran medida, independiente de ellos. 
Es acumulativa. Su ritmo de crecimiento es 
pasmoso. Éste es también un rasgo único 
entre los sistemas cognoscitivos en gene­ral. 
Aunque evidentemente puede enseñarse a 
hombres procedentes de cualquier sus-
612 Ernest Cellner 
trato cultural, requiere una ardua y pro­longada 
capacitación para adquirir m o ­dos 
y técnicas de pensamiento que no 
ofrecen continuidad alguna con los de la 
vida cotidiana y que con frecuencia van 
totalmente en contra de la intuición. 
La tecnología en constante crecimiento que 
esta ciencia engendra es inmensurable­mente 
superior a las técnicas y los sabe­res 
prácticos de los artesanos de la socie­dad 
agraria, y cualitativamente distinta 
de ellos. 
Son estos rasgos, u otros estrechamente rela­cionados 
con ellos, los que han engendrado la 
persistente y obsesionante pregunta acerca de 
qué es la ciencia. N o se trata ya, en rigor, de 
qué es la verdad, la sabiduría o el conoci­miento 
verdadero. Los hombres obsesionados 
por la pregunta respecto a la naturaleza de la 
ciencia no niegan necesariamente que el saber 
y la verdad existen también fuera de la 
ciencia; no todos dicen, como lo enunciaba 
irónicamente el autor de un libro en contra de 
la ciencia en cierta ocasión: Extra scientiam 
nulla saliis.6 Mas por lo general están imbui­dos 
por el sentido del carácter distintivo de 
esta especie de saber y desean localizar su 
fuente. N o es que quieran matar la gallina de 
los huevos de oro, lo único que anhelan es 
descubrirla, con objeto de utilizarla al máxi­m 
o y tal vez guiarla hacia nuevos campos. 
(Algunos sí desean equiparar saber con saber 
científico, no porque desprecien los modos 
cognoscitivos precientíficos y abjuren de ellos, 
sino porque los consideran básicamente análo­gos 
a la ciencia, sólo que más primitivos y más 
endebles, y entienden que merecen la misma 
etiqueta. Personalmente considero errónea 
esta suerte de "tesis de la continuidad".) 
Esta definición, digámoslo así, externa, 
sociológica, de la ciencia, elaborada desde el 
punto de vista de sus efectos sobre la topo­grafía 
y los procesos productivos cognoscitivos 
de la sociedad (dejando aparte la cuestión de 
su mecánica interna, el secreto de su éxito), 
puede, naturalmente, ser impugnada. Puede 
negarse que la ciencia constituya la victoria 
del saber trans-social, explícito, formalizado y 
• abstracto sobre las intuiciones, o competen­cias, 
o sensibilidades, comunicadas por otras 
vías que el discurso en privado. Puede afir­marse 
que la gallina de los huevos de oro no 
es, al fin de cuentas, radicalmente distinta de 
las viejas técnicas y saberes prácticos. Puede 
alegarse que la percepción y comprensión de 
un problema científico, la capacidad de propo­ner 
y verificar una solución requieren cierto 
instinto especial, sagacidad o "sapiencia per­sonal" 
que está más allá del alcance de las 
palabras o la escritura y que no puede forma­lizarse. 
El Fingerspitzengefühl (tino, habili­dad) 
goza de perfecta vigencia, y, lo que es 
más importante, sigue siendo indispensable. 
Michael Polanyi no fue sino un adepto más, 
aunque posiblemente el más célebre, de esta 
manera de entender las cosas.7 
Es difícil decir cómo podría evaluarse 
esta interpretación. A veces se funda en 
argumentos como el de la regresión infinita de 
la formalización, que nunca logra estar a la 
par de sí misma;8 se afirme lo que se afirme, 
será sólo un caso de "saber qué", y presupon­drá 
un nuevo y práctico "saber cómo" apli­carlo, 
y si eso a su vez se articula y se hace 
explícito, entrará en juego el argumento ini­cial, 
y así indefinidamente. O bien suele 
sustentarse mediante la plausible y difundida 
opinión de que aunque exista una lógica de la 
verificación, no hay ninguna lógica del descu­brimiento: 
sólo la inspiración, fluctuante e 
incontrolable, que acude o no acude según su 
antojo, pero que parece mejor dispuesta a 
manifestarse en presencia de tradiciones de 
investigación bien asentadas, aunque elusivas 
e indefinibles. 
Pero aun cuando se admita todo esto, lo 
que importa desde el punto de vista social es 
que la proporción, el equilibrio que existe 
entre el saber práctico o el instinto inefable, 
por una parte, y el conocimiento formal 
explícito, por la otra, se transforme, hasta ser 
irreconocible, en una sociedad industrial que 
se sirve de la ciencia. A u n cuando un ele­mento 
de intuición o tradición, situado más 
allá de las palabras, sea decisivo para el gran 
descubrimiento excepcional y sobresaliente, o 
necesario en pequeñas dosis regulares para 
mantener una tradición de investigación vigo-
El rango científico de las ciencias sociales 613 
rosa, la enorme masa de investigación co­rriente 
y de actividad tecnológica funciona de 
modo muy diferente: se parece más bien a los 
viejos escolasticismos explícitos de las socie­dades 
agrarias ilustradas, salvo en un solo 
aspecto crucial: toda esta actividad funciona. 
El escolasticismo, pese a toda su ineficacia, 
parece haber sido una magnífica preparación 
para un vigor auténticamente productivo. Las 
sociedades talmúdicas se dan con alacridad a 
la ciencia. 
Las consecuencias generales para la socie­dad 
que se sirve de la ciencia son también 
bastante obvias. Toda sociedad dotada de una 
tecnología pujante y en constante crecimiento 
vive de la innovación, y su estructura laboral 
profesional se halla en evolución perpetua. 
Esto determina una movilidad profesional 
bastante notable, y, con ello, un grado de 
igualitarismo que, aunque insuficiente para 
satisfacer del todo a los igualitarios, es e m ­pero 
bastante mayor que el de la mayoría de 
las sociedades agrarias. Es igualitario porque 
es móvil, no móvil porque sea igualitario. La 
movilidad, la frecuente transmisión abstracta 
de ideas y la necesidad de alfabetización 
universal, es decir, una comunicación razona­blemente 
desvinculada de los contextos, tam­bién 
conducen a una función enteramente 
nueva de la cultura en la sociedad: la cultura 
aparece ligada a la escuela más que al hogar y 
tiene que ser razonablemente homogénea en 
todo el ámbito cubierto por un sistema edu­cativo. 
Al fin, las grandes tradiciones real­mente 
dominan y en gran medida reemplazan 
a las pequeñas tradiciones. Así, el Estado, 
que otrora se presentara como el defensor de 
la fe, hoy deviene en efecto el protector de 
una cultura. En otras palabras, el Estado 
nacional moderno (basado en el principio: un 
Estado, una cultura) se convierte en la norma, 
y surgen nacionalismos irredentistas allí 
donde esta norma no se satisface. El potencial 
de crecimiento sin precedentes conduce a una 
política de, la abundancia: el intento de apla­car 
con la prosperidad material el descontento 
y de atenuar los conflictos sociales con rega­lías 
y ventajas económicas en todo y para 
todo, se convierte, como es sabido, en una 
trampa terrible, cuando, tras haberse transfor­mado 
esas ventajas en una expectativa incul­cada, 
como de algo debido por derecho, el 
cuerno de la abundancia temporalmente se 
seca o simplemente reduce su caudal, como es 
natural de cuando en cuando. 
Éstos parecen ser los rasgos genéricos de 
la sociedad que se sirve de la ciencia. Dichos 
rasgos la diferencian profundamente de la 
mayor parte o de todas las sociedades agra­rias, 
que son malthusianas en vez de orienta­das 
al crecimiento, y se caracterizan por la 
estabilidad cognoscitiva y productiva más que 
por su expansión (las innovaciones, cuando se 
producen, suponen cambios de grado más que 
de clase, y en cualquier caso llegan como 
apariciones furtivas, aisladas). Las teorías de 
las fases o épocas históricas de la organización 
social (capitalismo/socialismo es la más popu­lar) 
parecen haber fallado, por cuanto la 
sociedad que hace uso de la ciencia (es decir, 
la industrial) resulta ser compatible con diver­sas 
formas de organización, dentro de los 
límites de sus rasgos genéricos compartidos; 
pero esos rasgos, a su vez, la distinguen de 
todas sus predecesoras. La cuestión sobre la 
naturaleza de la ciencia es, en realidad, la del 
modo peculiar de cognición, que a su vez 
define una etapa completa de la historia del 
género humano. 
Algunas teorías filosóficas 
de la ciencia 
Las teorías filosóficas de la ciencia, tal como 
aquí se las entiende, no definen la ciencia a la 
manera sociológica presentada en las páginas 
anteriores, en términos de su efecto sobre la 
sociedad, a la que tienden a ignorar, sino que 
tratan de descubrir el secreto que la faculta 
para hacerlo. 
Es imposible enumerar aquí todas las 
teorías que rivalizan en este campo, y aun 
cuando hiciéramos una lista de todas, no 
tendríamos medio alguno para elegir entre 
ellas. N o existe consenso en este ámbito. La 
ciencia puede ser consensual; la teoría de la 
ciencia no lo es.
614 Ernest Gellner 
Pero vale la pena, para el fin que persegui­mos, 
reseñar algunos de los principales conten­dientes: 
1. El ultraempirismo, apegado a los he­chos 
observables, acumula las observaciones; 
únicamente va más allá de ellas cuando los 
datos acumulados apuntan firmemente en al­guna 
dirección; y, más que nada ¡no irrumpe 
en lo trascendente! Esta cauta versión del 
empirismo, asociada con Bacon o H u m e y que 
sobrevive hoy "día en el conductismo moderno, 
se ha visto muy desacreditada últimamente. 
Sus detractores no siempre saben apreciar el 
valor que ha tenido este veto de la transgre­sión 
cognoscitiva. Los sistemas de creencias 
de las sociedades agrarias solían estar construi­dos 
de tal suerte que se perpetuaban a sí 
mismos mediante una circularidad, y el veto 
de la transgresión era la mejor forma de 
eliminarlos. 
2. El diagnóstico kantiano, que combina 
el veto de la transgresión con cierta osadía 
recomendada dentro de límites apropiados 
y en un marco conceptual presuntamente 
impuesto por la estructura de la mente hu­mana. 
3. La autopropulsión colectiva mediante la 
resolución de las contradicciones internas, 
respetando una praxis privilegiada (de la que 
la praxis de la clase privilegiada es un ejem­plo) 
y la dirección de un desarrollo social 
prescrito. Esta es la mejor aproximación que 
puedo encontrar para formular una de las 
teorías del conocimiento comúnmente asocia­das 
con el marxismo. 
4. Máxima audacia de las hipótesis den­tro 
de los límites de la verificabilidad: la teoría 
de Popper. 
5. La obediencia a una concepción de 
fondo (eliminando así el caos característico de 
los temas no científicos y garantizando el 
quehacer comparativo y de este modo la 
acumulación de conocimientos), excepto en 
raras ocasiones "revolucionarias", que no pue­den 
ser genéricamente caracterizadas ni presu­miblemente 
vaticinadas, y que después condu­cen 
a la progresiva substitución de una concep­ción 
de fondo por otra. Dentro de los límites 
de esta teoría, que declara que estas sucesivas 
concepciones de fondo son inconmensurables, 
es imposible, empero, demostrar racional­mente 
que la concepción pos-revolucionaria 
es superior a la substituida. Aunque la idea de 
progreso científico es un supuesto, y en reali­dad 
fija los términos del problema, no puede 
afirmarse coherentemente, pues esto exigiría 
comparar sucesivos "paradigmas", que se nos 
dice son inconmensurables, por referencia a 
algún metaparadigma, que, ex hypothesi, no 
poseemos ni podemos poseer. Esta es la 
discutidísima teoría propugnada por Thomas 
Kuhn.9 
6. La mejora sucesiva de conjuntos de 
proposiciones con miras a refinar tanto las 
predicciones y la manipulación externas como 
la coherencia y la elegancia internas por 
medio de métodos que, según se afirma, 
ofrecen perfecta continuidad con los que han 
regido la evolución biológica. Esto es el prag­matismo, 
eficientemente representado en 
nuestro tiempo por W . van O . Quine,10 quien 
enuncia la tesis de la continuidad más coheren­temente 
que Popper (en cuya obra choca con 
la discontinuidad entre pensamiento abierto y 
pensamiento cerrado). Si hubiera de produ­cirse 
una ruptura fundamental en la historia 
del conocimiento, según esta versión lógico-pragmatista, 
surgiría en el punto en que 
empezaron a utilizarse entidades abstractas y, 
en cierta manera, adquieran realidad, permi­tiendo 
así el espectacular desarrollo de las 
matemáticas. 
No es éste lugar adecuado para debatir 
los méritos de las citadas teorías. Hay otras, 
sin duda. Pero habremos de referirnos a los 
temas que en ellas se debaten: observación 
exacta, verificación, matematización, valores 
conceptuales comunes, rechazo de la trascen­dencia 
o circularidad. 
Mi tesis consiste en que por "ciencia" se 
entiende un tipo de cognición que ha transfor­mado 
radicalmente, cualitativamente, la rela­ción 
del hombre con las cosas: la naturaleza 
ha dejado de ser una referencia para pasar a 
ser objeto de auténtico conocimiento y mani­pulación. 
La ciencia es un sistema cognosci­tivo 
peculiar con cierto misterioso mecanismo 
interno que asegura su crecimiento sostenido
El rango científico de las ciencias sociales 615 
"El efecto Pirandello" consiste en reducir la distinción entre los actores y los espectadores de una obra. 
Una escena de la obra de Pirandello Seis personajes en busca de autor, interpretada por la compañía Pitoeff 
en 1936, en París. Rogcr-vioiiet. 
y perpetuo, el cual ha sido profundamente 
beneficio para los sistemas productivos h u m a ­nos 
y corrosivo para nuestros sistemas de 
legitimación social. E n realidad no sabemos 
c ó m o se alcanza este crecimiento sostenido y 
consensual, pero sí sabemos que se alcanza, y 
"ciencia" es. el nombre que designa el m o d o 
en que se logra, sea cual sea. Por eso la 
cuestión concerniente a si es o n o apropiado 
incluir los estudios sociales en el ámbito de la 
ciencia no es, en m o d o alguno, meramente 
terminológica: se trata de determinar si n o 
está sucediendo lo m i s m o con nuestra c o m ­prensión 
y manipulación de la sociedad. 
Pero esta forma de exponer el problema 
encierra "una simplificación importante. D a a 
entender q u e la carga valorativa contenida en 
la denominación "ciencia", debido a su pro­mesa 
implícita de conocimiento y control, es 
entera, total e inequívocamente positiva.
616 Ernest Gellner 
Pero no es así, ni muchísimo menos. Aunque 
existe una importante industria académica de 
producción de libros que explican a los espe­cialistas 
en ciencias sociales lo que realmente 
es la ciencia y cómo deben convertirse en 
auténticos científicos, existe también otra, con 
una producción no menos floreciente, que 
pretende que el estudio de la sociedad y del 
hombre no puede ser científico, o bien, si ha 
de conservarse el término "científico" con 
carga positiva, que sí se trata de ciencia pero 
en un sentido radicalmente distinto del que 
rige en la ciencia natural. La idea de que los 
métodos de las ciencias naturales y sociales 
son básicamente idénticos es, hoy por hoy, 
casi una definición de "positivismo", y el 
positivismo es un término que en los últimos 
años se ha usado peyorativamente con dema­siada 
frecuencia. Esto es significativo: original­mente, 
el tema central del positivismo era la 
interdicción de la trascendencia. Los antiposi­tivistas 
modernos tratan de escapar de las 
debilidades inherentes al hombre y de los 
hechos (principalmente la contingencia y la 
corregibilidad), rio ya para descubrir una 
región trascendente de verdades puras e impe­recederas, 
como era uso establecido en los 
tiempos agrarios, sino para acceder a la región 
de lo social y lo humano; y, a tal fin, deben 
insistir en que lo humano o cultural es radical­mente 
distinto de la naturaleza. U n o también 
tiene a veces la impresión de que "positivista" 
es cualquier persona dispuesta a someter una 
teoría predilecta a la indignidad de la verifica­ción 
por los meros hechos. 
Los argumentos que pretenden demos­trar 
que el estudio del hombre y de la 
sociedad no puede ser científico (y su variante 
de que sólo puede ser científico en un sentido 
radicalmente distinto del aplicable al estudio 
de la naturaleza) pueden también catalogarse. 
Los autores que sostienen esta tesis suelen 
combinar, por supuesto, en distinta propor­ción 
estos distintos elementos. D e todos m o ­dos, 
es conveniente enumerarlos por separado. 
1. El argumento basado en la ideografía: 
los fenómenos humanos, sociales o históricos, 
o bien son intrínsecamente individuales, o 
bien nuestro interés recae en sus aspectos 
individuales e idiosincrásicos; o, natural­mente, 
ambas cosas. 
2. El argumento basado en el holismo. La 
sociedad es una unidad; el. "principio de las 
relaciones internas", que hace hincapié en que 
todo es lo que es en virtud de sus relaciones 
con todo lo demás dentro del mismo sistema, 
se aplica a ella. Si el lema principal de la 
antigua metafísica era la realidad de los obje­tos 
abstractos, entonces esta idea, en diversas 
terminologías, es el lema central de la socio-metafísica 
moderna. La investigación empí­rica, 
sin embargo, sólo puede ocuparse, ex 
hypothesi, de hechos aislados y no puede 
captar ninguna totalidad. D e ahí que deforme 
y tergiverse, esencialmente, la realidad social. 
Esta doctrina puede combinarse con la idea 
de que es función efectiva, consciente o 
latente de la investigación empírica de hechos 
objectivos ocultar la realidad social y falsear 
nuestra percepción de la misma, al servicio 
del orden establecido, cuyos representantes 
tienen motivos fundados para temer la percep­ción 
clarividente de la realidad social por 
parte de los miembros de la sociedad menos 
favorecidos. Naturalmente, esta tesis puede 
también combinarse con una dispensa especial 
para su promotor mismo y los que piensan 
como él, que poseen medios de acceso privile­giados 
al conocimiento de la naturaleza real 
de la sociedad, visiones de fondo que les 
permiten ir más allá de los meros átomos que 
son los hechos empíricos, bien custodiados 
por los perros guardianes ideológicos del 
orden establecido.11 
3. El argumento basado en la compleji­dad 
de los fenómenos sociales puede utilizarse 
para reforzar los dos argumentos precedentes. 
4. El argumento basado en el significado. 
Las acciones e instituciones humanas no se 
definen por ciertos rasgos materiales comu­nes, 
sino en términos de lo que significan para 
los participantes. Este hecho (si es tal) puede 
esgrimirse, total o parcialmente, para deducir 
de él que los fenómenos humanos o sociales 
están exentos ya de la causalidad, ya de la 
investigación empírica externa y comparativa, 
o ya, naturalmente, de ambas cosas. 
Este argumento puede exponerse así: el
El rango científico de las ciencias sociales 617 
nexo que existe entre los fenómenos o clases 
de acontecimientos naturales es independien­te 
de cualquier sociedad, común a todas ellas, 
e impermeable a los significados imperantes 
en una u otra. Pero las acciones se definen por 
lo que significan para los participantes, y los 
significados que las identifican se extraen del 
fondo semántico común de una cultura dada, 
que no se identifica necesariamente, y quizás 
nunca, con el de otra cultura. D e ahí que no 
pueda existir ninguna generalización causal 
válida en la que uno de los eslabones sea una 
clase de acciones determinada, es decir, 
acontecimientos reunidos solamente en virtud 
de los significados, por así decir colecti­vamente 
privados, que resultan estar en uso 
en una cultura dada, pues no guardan rela­ción 
alguna con ninguna especie o categoría 
natural. La naturaleza no sabría reconocer­los 
ni identificarlos y, en consecuencia, no 
puede aplicarles ninguna relación de causali­dad. 
En cuanto a los nexos que es costumbre 
observar entre dos o más de tales categorías 
portadoras de un significado social, son esta­blecidos 
en virtud de la semántica de la 
cultura en cuestión y sólo pueden aprehen­derse 
penetrando a fondo ese sistema, y no 
mediante una investigación externa. La inves­tigación 
intersocial y las generalizaciones com­parativas 
son absurdas e imposibles por cuanto 
los sistemas de significados de las diversas 
culturas no son comparables ni coincidentes o 
bien sólo lo son de forma contingente y 
parcial.12 
Si se contempla esta tesis desde una 
perspectiva histórica, puede decirse que el 
idealismo goza de perfecta vigencia actual­mente 
y se ampara en el nombre de la 
hermenéutica. Las ideas que en otro tiempo 
se articularan con la ayuda de términos como 
Geist o espíritu, hoy ven la luz en términos de 
"significado" o de "cultura". 
5. La construcción social de la reali­dad. 
13 Este argumento se superpone clara­mente 
con el precedente; tal vez sea idéntico a 
él, diferenciándose sólo en el modo de presen­tación 
y en su estirpe filosófica. La formula­ción 
anterior está enraizada sobre todo en la 
obra de L . Wittgenstein, mientras que esta 
otra proviene de las ideas de E . Husserl y 
A . Schutz. 
6. La llamada construcción individual de 
la realidad. Esta designación, aunque no utili­zada 
realmente, que yo sepa, por el movi­miento 
en cuestión, podría emplearse para 
caracterizar la tesis de una escuela última­mente 
en boga, conocida como etnometodo-logía 
y asociada con el nombre de Garfin-kel. 
14 La doctrina central de este movimiento 
resulta ser que nuestra aptitud para describir 
(hacer "explicables") los hechos es exclusiva­mente 
individual, y que, en consecuencia, el 
único conocimiento científico que podemos 
alcanzar es la descripción (?) o la puesta de 
relieve (?) o la ejemplificación de los actos 
mismos de creación-explicabilidad individual. 
El movimiento no se distingue ni por la 
claridad de expresión ni por su disposición 
al análisis racional (renuencia ésta que puede 
a su vez racionalizarse mediante su visión 
central, que excluiría la verificación de la 
generalización interpersonal, puesto que 
no existe, pero que también sitúa convenien­temente 
al movimiento fuera del alcance de 
la crítica). Este movimiento es a la "cons­trucción 
social de la realidad" lo que Fichte 
a Hegel; el ego desarrolla su propio mundo, 
en vez de desarrollarse el mundo gracias a 
una especie de esfuerzo colectivo. Pero el 
orden temporal parece invertirse esta vez 
diametralmente, ya que Fichte precedió a 
Hegel. Esta tesis combina idealismo con ideo-grafismo. 
7. El efecto Pirandello. L a alusión hace 
referencia al artificio tan magistralmente crea­do 
por Luigi Pirandello para suprimir la neta 
distinción entre personajes, actores, produc­tores, 
autores y espectadores de una obra de 
teatro. Sus obras, en las que los personajes 
discuten el ulterior desarrollo de la trama 
argumentai entre ellos y, aparentemente, con 
el autor y con el público, se proponen sin 
duda provocar el desconcierto en los especta­dores 
echando abajo la confortable separa­ción 
entre el escenario y la sala, forzando así 
la participación del espectador. La obra, pa­rece 
decir este autor, no es un espectáculo 
sino una situación. Otro tanto ocurre en la
618 Ernest Gellner 
observación de la realidad social, y esto es lo 
que la distingue de la naturaleza. 
U n o de los cargos que se han imputado a 
la investigación social empirista o cientificista 
(aunque todavía no se ha formulado con estas 
palabras) es que pretende que una sociedad 
puede ser un espectáculo, y no una situación, 
para el investigador. Esto es falso, insisten los 
críticos, constituye un engaño de los demás y, 
si se es sincero, constituye un autoengaño por 
añadidura. E n nuestra elección de ideas, o 
problemas, o interpretaciones, contraemos un 
compromiso, y la elección no es ni puede ser 
imparcial, ni estar guiada exclusivamente por 
criterios lógicos, ni, quizá, en absoluto. D e 
esta manera, la ineludible participación del 
investigador en su materia de estudio torna 
espuria toda pretensión de "objetividad cientí­fica". 
Cuando se invoca realmente, este argu­mento 
aparece generalmente fundido con va­rios 
otros de la lista precedente. 
8. También puede reclamarse uri status 
cognoscitivo especial para la investigación de 
la sociedad y del hombre, no tanto en virtud de 
consideraciones generales, como las enumera­das 
hasta ahora, sino de supuestas característi­cas 
sustantivas especiales del objeto o el modo 
de investigación específico. Por ejemplo, en el 
vivo debate sostenido respecto al carácter 
científico del psicoanálisis, se reivindica a 
veces (en defensa de la legitimidad de esta 
técnica) que los métodos tan excéntricos en 
ella empleados (según las normas corrientes 
en otras investigaciones) se justifican por la 
peculiarísima naturaleza del objeto investi­gado, 
es decir, el inconsciente. Su astucia y 
disimulación ante la investigación, a la que 
trata de eludir y de burlar, justifican la 
aplicación de medidas cognoscitivas de emer­gencia, 
que serían consideradas ilícitas confor­m 
e a las reglas de prueba y demostración 
vigentes en los tribunales normales de la 
ciencia. Frente a un enemigo tan despiadado, 
se conceden poderes especiales al magistrado 
investigador y se le dispensa de las habituales 
restricciones que pesan sobre los métodos de 
investigación. El inconsciente no puede ser 
aprehendido de ningún otro m o d o , y la dificul­tad 
y urgencia de la tarea justifican métodos 
extremos. (Que éstos realmente sirvan para 
engañar a la presa o meramente protejan la 
reputación del cazador, garantizando que nun­ca 
pueda culpársele de error fundamental, ya 
es otra cuestión.) 
No hay aquí espacio para intentar ningún tipo 
de evaluación cabal de todos estos argumen­tos 
negativos. Baste con decir que ninguno de 
ellos m e parece remotamente convincente. 
Tomemos, por ejemplo, el que quizá parezca 
más sólido de todos, aquel que propugna que 
las categorías de acciones o acontecimientos 
de una cultura dada se definen con arreglo a 
los significados vigentes en esa cultura, que 
son, por decirlo así, privativos de ella, y no 
coextensivos a las "categorías naturales". Por 
cierto, pero ello no excluye en m o d o alguno la 
existencia de un determinismo incluso físico 
respecto a. los hechos acontecidos dentro de la 
cultura en cuestión. Simplemente, excluye la 
identificación de los hechos determinados (si 
son tales) por referencia a los significados 
vigentes en la cultura. Las fuerzas determi­nantes 
seleccionarán de alguna manera los 
hechos que sacan a luz con arreglo a unas u 
otras características que sólo accidental y 
contingentemente se superpondrán a los signi­ficados 
que acompañan a los acontecimientos 
y que parecen guiarlos. Por ejemplo, cuando 
vemos una película, sabemos perfectamente 
que lo que va a ocurrir está ya determinado, y 
está determinado por la serie de secuencias 
recogidas en los carretes y que está trasmitién­dose 
desde la cabina de proyección. Las 
relaciones significativas que nos interesan y 
que parecen guiar y dar sentido a la serie de 
hechos observados en la ficción que se desa­rrolla 
en la pantalla son en realidad epifeno-ménicas 
e impotentes. Nosotros no sabemos 
verdaderamente si nuestra vida es así, y la 
mayoría esperamos que en realidad no lo sea; 
pero el argumento basado en la significación 
de la vida social no demuestra lamentable­mente 
en m o d o alguno que no pueda serlo. 
Si, por una parte, los argumentos que 
pretenden demostrar que la vida humana y 
social no puede ser objeto de explicación 
científica no son válidos, por otro lado, cual-
El rango científico de las ciencias sociales 619 
quier análisis de las vivas y vigorosas discu­siones 
que tienen lugar en el campo de.la 
filosofía de la ciencia revela indiscutiblemente 
una cosa: que el problema de la naturaleza de 
la ciencia, del descubrimiento de ese secreto 
que ha hecho posible el ritmo de crecimiento 
cognoscitivo del siglo xvn a nuestros días, 
absolutamente singular y sin precedentes en la 
historia humana, continúa sin resolverse. 
Hemos reunido, sin embargo, algunas tentati­vas 
de explicación m u y notables, convincentes 
y elegantemente expuestas. Pero seleccionar 
algunos candidatos brillantes es una cosa, 
y contar con un ganador claramente identifi­cado, 
reconocido y aclamado es otra muy 
distinta. Y no lo tenemos. La situación, lisa y 
llanamente, es que la ciencia es consensual, y 
la filosofía de la ciencia no lo es. 
Las dos tesis que hemos afirmado —la 
invalidez de las supuestas demostraciones de 
la imposibilidad de la ciencia en las esferas 
sociales y la ausencia de una explicación 
unánimemente aceptada de por qué y cómo 
funciona la ciencia en los campos en que sin 
duda alguna funciona— van a ser decisivas 
para responder a la pregunta a que hemos 
dedicado este ensayo: ¿Son las ciencias socia­les 
realmente científicas? 
Conclusión 
La pregunta se contesta por sí sola, una vez 
que la hemos desmembrado en sus distintas 
subpreguntas o variantes de interpretación, 
normalmente amalgamadas. 
Podemos ante todo examinar las activi­dades 
de las ciencias sociales en busca de la 
presencia o ausencia de los distintos rasgos 
que aparecen, destacados, en diversas teorías 
de la ciencia. 'Dichos rasgos son: a) presencia 
de hipótesis bien articuladas y puesta a prueba 
sistemática de las mismas; b) medición cuan­titativa 
precisa, y operacionalización de los 
conceptos; c) observación meticulosa con 
arreglo a métodos públicamente comproba­bles; 
d) estructuras conceptuales complejas y 
rigurosas; é) paradigmas compartidos, al 
menos por grandes comunidades académicas, 
que resisten a la prueba del tiempo. 
No cabe la menor duda de que todos 
estos rasgos, frecuentemente combinados, 
pueden hallarse en diversas ramas de las 
ciencias sociales. Individualmente o dentro de 
una comunidad, es dudoso que los especialis­tas 
en ciencias sociales sean inferiores, en 
iniciativa e inventiva intelectual, rigor formal, 
o precisión de observación, a los practicantes 
de disciplinas cuyo rango científico normal­mente 
no se pone en duda; y para retomar la 
observación entre irónica y compasiva de 
Hilary Putnan, distinguido filósofo de la cien­cia, 
¡los pobrecillos se esfuerzan tanto más en 
su tarea!15 C o m o queda dicho, no conocemos 
el secreto de la ciencia; no sabemos exacta­mente 
cuál de las muchas señales que brillan 
ante nosotros es en realidad el fuego sagrado. 
Sí sabemos que muchas de estas señales son 
deslumbrantes, y dado lo breve de la lista que 
los filósofos de la ciencia ponen a nuestra 
disposición, nos inclinamos a pensar que una 
de ellas (o quizá varias conjuntamente) lo es. 
Pero ¿cuál? 
Más concretamente, sabemos que m u ­chas 
de las características indiscutibles de la 
ciencia están presentes con frecuencia en la 
investigación social. Los aspectos de la vida 
social que son intrínsecamente cuantitativos u 
observables con precisión (por ejemplo, en 
ámbitos como la demografía o la geografía 
social) se investigan efectivamente con preci­sión 
y mediante técnicas complejas y refina­das; 
sabemos, por otra parte, que en diversas 
esferas de estas ciencias se elaboran modelos 
abstractos, también de gran perfección y suti­leza, 
que sirven como paradigmas comunes a 
vastas comunidades de estudiosos (por ejem­plo, 
los economistas); y, además, en ámbitos 
donde el aparato conceptual no dista dema­siado 
de las ideas de mero sentido común, 
sabemos no obstante que un profesional de la 
especialidad bien preparado posee informa­ciones 
y conocimientos nuevos y de primera 
mano para el desarrollo de la materia en 
cuestión. E n todos estos sentidos, los estudios 
sociales son efectivamente científicos. Exten­sos 
sectores de los mismos satisfacen plena­mente 
una u otra de las muchas teorías 
existentes, y convincentes, del fuego sagrado.
620 Ernest Gellner 
Y nuestra vida colectiva sería mucho más 
pobre sin ellos. 
Esto en cuanto al carácter científico de 
las ciencias sociales', tal como lo especifica la 
filosofía de la ciencia. Pero obtendremos un 
cuadro distinto si lo miramos desde el punto 
de vista, no de los métodos empleados, sino 
de la repercusión sobre nuestro universo cog­noscitivo: 
si preguntamos si existe una activi­dad 
cognoscitiva consensual y generalizada, 
radicalmente discontinua respecto de las per­cepciones 
y técnicas del pensamiento ordina­rio, 
y que permite inequívocamente acumular 
conocimientos a un ritmo sorprendente e 
inconfundible. La respuesta es obvia. E n este 
sentido decisivo, en términos de sus efectos 
sobre nuestro orden social, los estudios socia­les 
no son científicos, por mucho que preten­dan 
serlo, y no sin razón, con arreglo al 
criterio o criterios precedentes. Pretenden 
haber robado el fuego sagrado. ¿No les hará 
nadie el obsequio de desear robárselo a ellos? 
Podemos intentar analizar este fracaso 
descomponiéndolo en sus partes esenciales. 
Las técnicas descriptivas, cuantitativamente 
exactas, no se acompañan de la correspon­diente 
teoría convincente ni de una predicción 
igualmente exacta. Los modelos abstractos 
muy elaborados no se arraigan firmemente en 
el material empírico. Las grandes visiones de 
fondo no son consensúales. Existen y reinan 
paradigmas, pero sólo en comunidades reduci­das, 
y cuando se reemplazan unos a otros, la 
situación es muy distinta de lo que común­mente 
sucede en las ciencias naturales. En 
éstas, generalmente estamos seguros de que 
hay progreso, pero tenemos grandes dificul­tades 
para explicar cómo es posible que sepa­mos 
que es así, dado que no existe ninguna 
medida común para comparar visiones sucesi­vas. 
Las ciencias sociales nos ahorran esta 
molestia. N o tenemos por qué inquietarnos 
acerca de cómo es posible que logremos saber 
que progresamos, ya que no estamos muy 
seguros de que hayamos progresado en reali­dad. 
Naturalmente, los defensores de un 
nuevo paradigma podrán estar seguros de 
haber progresado (generalmente lo están); 
pero raras veces muestran la misma certeza 
en relación con la serie completa de etapas 
que constituye la historia de su disciplina. 
Todo lo contrario, su propio avance es, muy a 
menudo, un salto atrás, el retorno a un 
modelo anterior. 
Si estoy acertado respecto a la insuficien­cia 
lógica de las supuestas pruebas de inade­cuación 
del mundo social a los principios y 
métodos de la ciencia, no tenemos por qué 
concluir desesperanzadamente (o esperar con­fiados, 
como también puede ser el caso) que 
esto no vaya a cambiar. Si, a decir verdad, el 
fuego sagrado de la ciencia no ha sido descu­bierto 
hasta la fecha, no sabemos cómo reme­diar 
esta situación. La cuestión sigue en pie. 
Pero sospecho que sabremos que las ciencias 
sociales se han hecho científicas cuando sus 
especialistas dejen de pretender que han roba­do 
por fin el fuego sagrado, pero haya otros 
que intenten robárselo a ellos; cuando la 
filosofía de las ciencias sociales se convierta en 
búsqueda de explicación retroactiva de un 
milagro científico cognoscitivo, en vez de 
perseguir una promesa o una receta para 
realizarlo. 
Traducido del inglés
El rango científico de las ciencias sociales 621 
Notas 
1. Sir Karl Popper ha expuesto 
la discutida doctrina del 
individualismo metodológico, 
que remite finalmente todas las 
explicaciones de las ciencias 
sociales a los objetivos y las 
creencias de los individuos, y 
que excluye la invocación de 
entidades sociales holistas, si no 
es para la comodidad de la 
exposición (véase, por ejemplo, 
Karl Popper, The open society 
and its enemies, Princeton 
University Press, 1966). Al 
mismo tiempo, Popper ha 
polemizado más recientemente 
en favor de un "tercer mundo" 
{Objective knowledge, 
Clarendon Press, 1972), un 
ámbito de objetos del 
pensamiento, que se suma a los 
relativamente bien establecidos 
mundos cartesianos de los 
objetos externos y de las 
experiencias internas. Es 
interesante que algunos de los 
argumentos invocados para 
apoyar esta doctrina —la 
incorporación en una tradición 
social y su bagaje de una riqueza 
de ideas jamás accesible al 
individuo— sean precisamente 
aquellos que llevaron a otros a 
dejarse tentar por el holismo 
social. ¿Se ha ganado mucho al 
optar por una terminología 
esencialista, en vez de holista, 
para señalar los mismos hechos? 
Supongo que dependerá de si 
todos esos mundos culturales 
son simples partes de un solo y 
mismo tercer mundo, o bien si 
se permite a cada uno hacer el 
suyo propio, que no tiene por 
qué ser comparable ni 
compatible con otros. E n el 
primer caso, parecería más 
apropiado un lenguaje platónico 
para describirlo; en el segundo, 
un lenguaje sociológico-holístico. 
Conviene añadir que 
su individualismo no le obliga a 
ver la ciencia como sólo 
contingentemente social; al 
contrario, en el sentido 
apropiado, la ve como 
esencialmente social. Esto se 
analiza posteriormente en el 
presente artículo. 
2. Emile Durkheim, Elementary 
forms of religious life, Free 
Press, 1954. El principal 
contraste entre los dos grandes 
sociólogos, Durkheim y Weber, 
se halla precisamente en su 
actitud respecto al pensamiento 
racional: Durkheim ve éste 
como una característica de toda 
sociedad que está en correlación 
con la vida social como tal, 
mientras que Weber lo 
contempla como un rasgo 
diferencial, cuya presencia es 
mucho más acusada en ciertas 
tradiciones que en otras. Así, 
uno ve la racionalidad como algo 
constante y su explicación es, 
ipso facto, la explicación de la 
sociedad: hubo, ciertamente, un 
contrato social, pero asumió la 
forma de un ritual, no de un 
pacto. El otro la ve presente de 
una manera desigual, y su 
explicación la hace coextensiva 
no a la sociedad como tal, sino a 
la aparición y al carácter 
distintivo de una determinada 
clase de sociedad, a saber, la 
que más nos interesa a nosotros, 
la nuestra propia. 
3. Thomas Kuhn, The structure 
of scientific revolutions, 2.a ed., 
University of Chicago Press, 
1970. 
4. Ibid., p. vii-viii. 
5. Michael Oakeshott, 
Rationalism in politics and other 
essays, Methuen and C o . , 1962. 
6. Paul Feyerabend, Against 
method, N L B , 1975. 
7. Michael Polanyi, Personal 
knowledge: toward a post critical 
philosophy, University of 
Chicago Press, 1974. 
8. Gilbert Ryle, "Knowing how 
and knowing that", Presidential 
Address, Aristotelian Society, 
Proceedings, vol. X L V I, 
1945-1946, p. 1-16; Lewis 
Carroll, "Achilles and the 
tortoise", The complete works of 
Lewis Carroll, Random House, 
1939. 
9. Thomas Kuhn, op. cit. 
10. Wiilard van Orman Quine, 
From a logical point of view: 
nine logico-philosophical essays, 
2.a ed. rev., Harvard 
University Press, 1961. 
11. Theodor Adorno y otros, 
"Sociology and empirical 
research", The positivist dispute 
in German sociology, p. 68-86, 
Heinemann, 1976. 
12. Hallamos un argumento de 
esta clase en la obra de 
P. Winch, The idea of a social 
science and its relation to 
philosophy, Humanities Press, 
1970. Encontramos una 
formulación de esta tesis aún 
más extremada, combinada con 
un ideografismo a ultranza, en 
A . R . Louch, Explanation and 
human action, Blackwell. Esta 
posición ha sido frecuentemente 
criticada; véase, por ejemplo, 
Robin Horton, "Professor Winch 
on safari", Archives européennes 
de sociologie, tomo xvii, n.° 1, 
1976; o Percy Cohen, "The very 
idea of a social science", en 
I. Lakatos y A . Musgrave (dir. 
publ.), Problems in the 
philosophy of science, North 
Holland Press, 1968; o mi propia 
contribución "The new 
idealism", en I. C . Jarvie y 
J. Agassi (dir. publ.) Cause and 
meaning in the social sciences, 
Routledge and Kegan Paul, 1973. 
13. Peter L . Berger y Thomas 
Luckman, 77ie social 
construction of reality: a treatise 
on the sociology of knowledge, 
Irvington Press, 1980. 
14. Véase Harold Garfinkel, 
Studies in ethnomethodology,
622 Ernest Gellner 
Prentice Hall, 1967. Para 
comentarios críticos, véase un 
artículo m u y inteligente de 
A . R . Louch, "Against 
theorizing", Philosophy of the 
social sciences, vol. v, 1975, 
p. 481-487, o mi propia 
contribución, 
"Ethnomethodology; the re-enchantment 
industry or the 
Californian way of subjectivity", 
Spectacles and predicaments, 
Cambridge University Press, 
1979. 
15. Bryan Magee (dir. publ.) 
Men of ideas, p. 233, Viking 
Press, 1979.
Escuelas filosóficas 
y métodos de trabajo 
científicos en ciencias sociales 
Stefan Nowak 
Las orientaciones filosóficas de 
las ciencias sociales empíricas 
C o m o lo indica el título, este artículo presenta 
un análisis de las relaciones que existen entre 
los "métodos de trabajo" de las ciencias 
sociales, por un lado, y las "escuelas filosófi­cas" 
por el otro. Entre estas últimas, nos 
ocuparemos sólo de aquellas que son (o se 
cree que son) de aplica­ción 
para las ciencias so­ciales 
y especialmente 
para las formas de encau­zar 
los estudios sociológi­cos. 
El término "méto­dos 
de trabajo" denota 
aquí para nosotros: a) 
las distintas maneras 
(pautas normalizadas) de 
hacer preguntas acerca 
de la realidad social; b) 
las distintas maneras nor­malizadas 
de dar respues­tas 
a estas preguntas, o 
sea, tanto la estructura 
Por escuelas filosóficas, desde el punto 
de vista de la sociología, entendemos aquí 
las diferentes orientaciones metasociológicas. 
Los compiladores de un volumen de estudios 
metasociológicos caracterizan este término de 
la siguiente manera: 
"Metasociología", término popularizado por Paul 
Furley en The scope and method of sociology; a 
metasociological treatise, hace referencia a aque­lla 
Stefan Nowak es titular de la cátedra 
de metodología de las investigaciones 
sociológicas en el Instituto de Socio­logía 
de la Universidad de Varsóvia. 
Ha publicado, entre otras obras: Me­thodology 
of sociological research 
(1977) y Sociology: the state of art 
(1982). 
rama de la sociología 
que se ocupa de investigar 
los supuestos y los juicios 
de valor en los que se 
fundamentan las teorías y 
métodos empleados por los 
sociólogos. Tales supuestos 
y juicios de valor suelen 
empezar por la afirmación 
de que la sociología es una 
ciencia y prosiguen incor­porando 
las diversas opcio­nes 
teóricas (ontológicas) 
y metodológicas (episte­mológicas) 
que se escogen 
diariamente. Huelga decir 
que tales opciones afectan 
lógica de las proposiciones que constituyen 
tales respuestas como los modos de comproba­ción 
de dichas proposiciones (deductiva e in­ductivamente); 
c) por último, las distintas 
maneras normalizadas de organizar los conjun­tos 
enteros de estas proposiciones en represen­taciones 
descriptivas o teóricas más completas 
y (en los diferentes significados del término), 
más coherentes de la realidad respecto a la 
cual se han hecho las preguntas iniciales. 
directamente al contenido mismo de la socio­logía, 
haciendo, con ello, de la metasociología 
un ámbito de investigación de considerable im­portancia 
y alcance. 
En muchos aspectos, la metasociología re­presenta 
un mecanismo para organizar la disci­plina 
de la sociología [. . .] Al hacerlo así, las 
argumentaciones en apoyo de los supuestos se 
distinguen analíticamente de las consideraciones 
propiamente sociológicas.1
624 Stefan Nowak 
Este párrafo pone de relieve el hecho de que 
los análisis de los supuestos —algunos de los 
cuales, por lo menos, son ontológicos— y de 
los juicios de valor pertenecen a la sociología. 
Por mi parte convengo en que es correcta la 
afirmación de que esos supuestos se utilizan a 
menudo para organizar diferentes "enfoques 
teóricos" del estudio de las fenómenos socia­les, 
y son entonces generalmente considera­dos 
como componentes suyos esenciales. E n 
palabras de J. H . Turner: 
Gran parte de lo que se incluye bajo la etiqueta 
de teoría sociológica no es, en realidad, más que 
una acumulación inconsistente de supuestos im­plícitos, 
conceptos insuficientemente definidos y 
proposiciones vagas y sin conexión lógica. A 
veces los supuestos se formulan expresamente y 
sirven para inspirar enunciados teóricos abstrac­tos 
que contienen conceptos bien definidos, pero 
la mayor parte de la teoría sociológica constituye 
una "imagen de la sociedad" verbal, en vez de 
un conjunto rigurosamente construido de formu­laciones 
teóricas organizadas en esquemas lógica­mente 
coherentes. Así, esta presunta teoría es 
más bien una "perspectiva" u "orientación" 
general para examinar las diversas características 
del proceso de institucionalización que, si todo 
sale bien, podrá finalmente traducirse en teoría 
científica verdadera. 
El hecho de que en sociología existan 
muchas perspectivas de esta índole plantea pro­blemas 
de exposición, y estos problemas, a su 
vez, se ven complicados por el hecho de que las 
perspectivas se mezclan y combinan entre sí, 
haciendo a veces difícil su análisis por separado.2 
Por estas razones, parece más conveniente no 
analizar aquí todos los "enfoques teórico-filosóficos" 
del estudio de la sociedad, sino, 
preferentemente, los supuestos concretos que 
son, o pueden ser fundamentales para más de 
una de tales escuelas. Por fortuna, estos 
supuestos vienen siendo objeto de análisis y 
discusión desde hace ya muchos años, tanto 
en el marco de la filosofía de la ciencia como 
en el de la filosofía de las ciencias sociales. En 
este último ámbito se ha logrado cristalizar un 
cierto número de preguntas formuladas en 
sentido general, las respuestas a las cuales 
pueden considerarse equivalentes a los supues­tos 
antes mencionados. Cualquier monografía 
razonablemente completa sobre filosofía de 
las ciencias sociales3 ofrece por lo común un 
catálogo más o menos extenso de las "dimen­siones" 
de los problemas y define cierto nú­mero 
de actitudes posibles respecto a cada 
una de ellas. Mencionaremos aquí algunas de 
las más frecuentemente debatidas. 
1. E n un extremo de la primera dimen­sión 
situamos a quienes creen que el hombre 
es un ser que piensa y siente y cuyos sentimien­tos 
y modos de pensar sobre el mundo, la 
sociedad y sí mismo constituyen componentes 
tan esenciales de la realidad social que sin 
"comprender" (Verstehen) adecuadamente es­tos 
fenómenos, en la forma en que Dilthey, 
Weber o Znaniecki querían que los compren­diésemos, 
todo intento de estudiar los fenóme­nos 
sociales es infructuoso. E n el extremo 
contrario situamos habitualmente a los con-ductistas, 
con Skinner a la cabeza, y a aque­llos 
teóricos de la sociología positivista primi­tiva 
(como D o d d o Lundberg) para quienes el 
estudio de la sociedad y el de la naturaleza 
tienen un importantísimo rasgo en común: 
ambos deben basarse única y exclusivamente 
en la observación de la realidad, y cualquier 
otro método, como el del Verstehen, no es 
más que misticismo precien tífico.4 
2. La segunda dimensión más frecuente­mente 
evocada contempla la cuestión de si los 
grupos son reales o si el atributo de existencia 
real debe reservarse solamente para los indi­viduos. 
A veces esta cuestión no se refiere a 
grupos u otras colectividades sino a las propie­dades 
de los mismos. Aquí se enfrentan los 
holistas (llamados a veces "realistas") y los 
individualistas metodológicos (o, en otros con­textos, 
"nominalistas").5 
3. La tercera dimensión —frecuentemen­te 
debatida junto con la segunda— es la que 
plantea en qué grado pueden explicarse las 
diferentes proposiciones, y especialmente las 
diversas generalizaciones y leyes sobre los 
agregados humanos y sistemas sociales, por 
las proposiciones y leyes relativas a las "uni­dades 
de nivel inferior" y sobre todo por 
las leyes psicológicas del comportamiento hu­mano. 
Aquí nuevamente los reduccionistas
Escuelas filosóficas y métodos de trabajo científicos en ciencias sociales 625 
están en desacuerdo con los emergetistas, es 
decir, con aquellos que creen que en cada 
nivel de análisis pueden surgir ("emerger") 
nuevas regularidades y propiedades básica­mente 
irreductibles a las propiedades y meca­nismos 
del nivel inferior.6 
4. A continuación está la vieja disputa 
entre deterministas e indeterministas sobre la 
aplicabilidad de la noción de causalidad al 
mundo en general y a la vida social en 
particular. La aplicabilidad del pensamiento 
causal a los fenómenos sociales puede recha­zarse 
ya sea por principio ("el hombre está 
dotado de libre albedrío"), ya sea por motivos 
más prácticos: demostrando que la causalidad 
implica, en las regularidades descubiertas, un 
carácter de regla sin excepciones (o sea, de 
generalidad) y de ¡limitación espacio-temporal 
(o sea, de universalidad), mientras que en las 
ciencias sociales por lo común se descubren 
regularidades que son estadísticas e "históri­cas", 
es decir, limitadas a algún área espacio-temporal. 
E n otras palabras, los filósofos de la 
ciencia (y los sociólogos mismos) difieren en 
su opinión respecto al grado de aplicabilidad 
del modelo determinista universal, tan venta­joso 
en algunas ciencias de la naturaleza, al 
mundo del pensamiento y las acciones huma­nas 
y al funcionamiento y la evolución de los 
sistemas sociales.7. 
5. A un nivel de abstracción del discurso 
filosófico ligeramente inferior hallamos la pola­ridad 
de dos enfoques con respecto al estudio 
de grandes grupos de seres humanos. U n o de 
ellos (llamado "conductismo pluralista" por 
Don Martindale)8 supone más o menos cons­cientemente 
que la sociedad es una suerte de 
agregado de individuos, cada uno de los 
cuales puede explicarse por sus propias "carac­terísticas 
de origen" consideradas indepen­dientemente 
de las características y comporta­miento 
de otras personas, como en el análisis 
de los datos de encuestas. El otro enfoque da 
por supuesto que la sociedad o los grupos e 
instituciones sociales constituyen un sistema 
de elementosjnterdependientes, cuya natura­leza 
sólo puede conocerse adecuadamente 
tomando en cuenta sus contextos sistémicos.9 
6. A u n cuando los científicos estén de 
acuerdo en que es esencial una perspectiva 
sistemática, algunos se muestran más inclina­dos 
a creer (siguiendo en esto a Spencer, 
Durkheim, Malinovski o Parsons) que las 
relaciones internas dominantes son aquellas 
que garantizan el funcionamiento armonioso y 
el equilibrio homeostático del sistema, mien­tras 
que otros manifiestan más simpatía por la 
idea tan plenamente destacada por Marx, 
Simmel, Coser, Dahrendorf y los neomarxis-tas 
contemporáneos de que el conflicto y la 
disfunción internos son las características esen­ciales 
de todo sistema social, en los niveles del 
macro y el microanálisis. 
7. Si contemplamos las teorías que tratan 
del comportamiento social y de los modos de 
pensar y sentir del hombre acerca de sí mismo 
y del mundo social externo, también hallare­mos 
cierto número de dimensiones polariza­das 
que permiten situar diferentes enfoques y 
teorías. Por ejemplo, podemos creer (con 
Skinner y algunos conductistas radicales) que 
la naturaleza humana es básicamente reactiva, 
que los individuos reaccionan a estímulos 
externos y que los esquemas de recompensas 
y castigos que conforman las pautas de conduc­ta 
social aprendidas pueden ser captados de 
un modo similar al comportamiento de las 
ratas en un laboratorio experimental. Pero 
también podemos estimar, como los "psicólo­gos 
humanistas", que la naturaleza humana 
posee un potencial creativo y que el impulso 
hacia la autorrealización es más importante 
que la reacción al laberinto de trabas y 
coacciones impuestas por la estructura social y 
que la necesidad de intercambiar premios y 
castigos con otros conforme a determinadas 
reglas de justicia distributiva. 
8. Otro aspecto distinto del compor­tamiento 
humano es el que se analiza gene­ralmente 
en la dimensión "racional-irracio­nal". 
10 Aquí podemos creer, siguiendo a 
muchos "teóricos de la acción intencional", de 
Weber a Parsons y a los propugnadores con­temporáneos 
de la aplicación de modelos 
normativos de la teoría matemática de las 
decisiones a la explicación de las acciones 
humanas reales, que es el análisis de los 
motivos conscientes del comportamiento hu-
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  • 3. REVISTA INTERNACIONAL ,s™0 7 62 DE CIENCIAS SOCIALES EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS Ernest Gellner Stefan Nowak Emérita S. Quito Claude Ake Philippe Braillard Edmund Burke. Ill Milton Santos T. V . Sathyamurthy G . B . Benko Jacques Lombard SOCIALES 102 Editorial Análisis general El rango científico de las ciencias sociales Escuelas filosóficas y métodos de trabajo científicos en ciencias sociales El valor como factor de la acción social La transformación de las ciencias sociales en mercancía Disciplinas Las ciencias sociales y el estudio de las relaciones internacionales La institucionalización de las ciencias sociales: su trascendencia social y política La geografía a fines del siglo x x : nuevas funciones de una disciplina amenazada El á m b i t o d e las ciencias sociales La investigación sobre el desarrollo y las ciencias sociales en la India La ciencia regional: treinta años de evolución La enseñanza de la antropología: estudio comparativo Servicios profesionales y d o c u m e n t a l es Libros recibidos Publicaciones recientes de la Unesco 599 601 623 639 651 663 679 . 693 711 739 755 766 769
  • 4. Editorial En cierto m o d o , la actividad científica podría compararse con la práctica de un deporte. U n deportista debe observar los gestos que rea­liza y analizarlos en detalle con el fin de perfeccionarlos y de obtener mejores resulta­dos. D e igual manera, el investigador no debe menospreciar el autoanálisis profesional, la reflexión sobre la orientación y el alcance de su trabajo, así como sobre los medios teóricos y metodológicos que le permitirían mejorar sus resultados, a fin de dominar más completa­mente su tema. En realidad, dicha reflexión no puede separarse de la actividad de investigación en sí misma. Reviste especial importancia en las ciencias del hombre y de la sociedad, en las que la relación entre el investigador y su objeto de estudio tienen características parti­culares, distintas de las que existen en las ciencias relativas a la vida y la naturaleza. N o obstante, los fundamentos epistemológicos de las investigaciones vinculadas a las ciencias sociales no siempre se explicitan, ni son ob­jeto de un análisis sistemático con la frecuen­cia que sería conveniente. L a teoría del conoci­miento ofrece la posibilidad de echar una provechosa mirada a las ciencias sociales, con la condición de evitar el Caribdis de la obse­sión epistemológica, por un lado, y el Escila de un empirismo estrecho, por otro. La mayor parte de los artículos publica­dos en el presente número se dedican a un autoanálisis de las ciencias sociales y exponen puntos de vista sobre ciertos aspectos episte­mológicos e institucionales de tales discipli­nas. Ernest Gellner se pregunta si las ciencias sociales pueden ser admitidas en el club exclusivo de las ciencias. ¿Puede el universo social ser estudiado científicamente, o bien debe dejarse dicho estudio a los filósofos y los poetas? Gellner no propone una respuesta definitiva, pero demuestra con elocuencia la inconsistencia de los argumentos tendientes a excluir las ciencias sociales del paraíso cientí­fico. Stefan N o w a k examina las relaciones entre los métodos científicos utilizados en la sociología y diversas corrientes filosóficas, y demuestra que las elecciones metodológicas reflejan orientaciones filosóficas y epistemoló­gicas. E n su contribución, Emérita Quito analiza las relaciones existentes entre los va­lores, como objetos de estudio y como fac­tores que influyen en las investigaciones en las ciencias sociales. Claude A k e propone un enfoque que puede calificarse de economía política de las ciencias sociales; se desprende del mismo que estas últimas, por estar sujetas a las leyes del mercado y operar en un contexto en el que predomina el valor de intercambio y no el valor de uso, se transfor­man en mercancía. Los tres últimos artículos de la sección temática son análisis epistemoló­gicos de algunas disciplinas, tomadas en dife­rentes contextos. E d m u n d Burke III estudia las fuerzas económicas y sociales que orienta­ron la institucionalización de la sociología en Francia, a fines del siglo pasado. Philippe Braillard se refiere al estudio de las relaciones internacionales, y Milton Santos se ocupa de la geografía.
  • 5. 600 Editorial Los artículos de la sección "El ámbito de las ciencias sociales" presentan puntos en común con los de la sección temática. T . V . Sathyamurthy describe el notable auge de las ciencias sociales en la India, desde que dicho país accedió a la independencia; G . B . Benko relata el nacimiento de la ciencia regional, un campo de estudio interdisciplinario que se ha desarrollado en el transcurso de las últimas décadas; Jacques Lombard presenta una reseña histórica comparada de la enseñanza de la antropología en Bélgica, en la República Federal de Alemania, en Francia, en el Reino Unido y en los Países Bajos. En el pasado, la RICS ha dedicado varios números a temas vinculados al del presente número. Cabe mencionar los volúmenes xvi, n.° 4, 1964; xx, n.° 2, 1968; xxn, n.° 1, 1970; xxiv, n.° 4 , 1972 y xxix, n.° 4, 1977. La lista de los números publicados figura al final del volumen. Aprovechamos esta oportunidad para infor­mar a nuestros lectores acerca de un reciente cambio en el equipo de redacción. Peter Lengyel, redactor jefe de la Revista desde 1963, ha dejado la Unesco en la que había ingresado en 1953. E n su carrera al servicio de la Organización, dedicada a los diversos aspec­tos de la cooperación internacional en el ámbito de las ciencias sociales, se destaca particularmente la labor que ha realizado en la dirección de la RICS. A. K. Traducido del francés
  • 6. El rango científico de las ciencias sociales Ernest Gellner La idea de lo "científico' El problema de si las ciencias sociales son auténticamente científicas plantea de inme­diato dos preguntas: ¿qué son las ciencias sociales? ¿qué es lo científico? La primera de estas dos preguntas no plantea grandes dificultades y puede ser con­testada nombrando o enumerando las ciencias sociales, que son simple­mente el objeto de la práctica profesional de sus especialistas. La de­finición contiene así una referencia encubierta (pero no demasiado) a los juicios consensúales, o mayoritarios, o indiscu-tidos, que imperan en las sociedades contemporá­neas e identifican, por su clasificación tácita o ex­presa, qué universidades, asociaciones profesiona­les e individuos son, por Ernest Gellner enseñó en la London School of Economics and Political Science, y es hoy catedrático de antro­pología en el King's College, Cam­bridge, Reino Unido. Sus publica­ciones más importantes son Words and things (1959), Thought and chan­ge (1965), Saints of the Atlas (1969), Muslim society (1981) y Nations and nationalism (1983). decirlo así, establecedores de normas o para­digmáticos, con lo que efectivamente definen, mediante su propia asignación de etiquetas, la naturaleza y el alcance de las ciencias sociales. Esta referencia encubierta a la opinión o al consenso público no vicia la definición ni la hace tautológica. Mayorías, consenso, solidari­dad cultural general, todas estas nociones no son, por supuesto, ni infalibles, ni estables, ni desprovistas de ambigüedad. N o hay contra­dicción alguna en la sugerencia de que la opinión pública, en una fecha dada, se halla en error. Si tales fuentes pueden estar equivo­cadas, ¿podrían acaso engañarnos, identifi­cando falsamente el objeto o conjunto de objetos de los que vamos a ocuparnos, es decir las ciencias sociales? N o . El objeto central de nuestra indagación es, justamente, las ciencias sociales tal como realmente son practicadas y reconocidas en las sociedades contemporáneas. La opi­nión publica, por m u y amplia que sea su defini­ción, no puede inducir­nos a error en esto, por­que el objeto de nuestro interés es, precisamente,, un objeto definido por referencia a las normas culturales corrientes. N a ­turalmente, también po­demos estar interesados por una ciencia social ideal, trans-social, cultu­ralmente neutral, si es que existe; pero nuestra preocupación fundamental radica en las prácti­cas concretas actualmente reconocidas como "ciencias sociales". Pero la situación es muy distinta cuando pasamos al segundo término que ha de ser definido: el de "científico". Aquí, ni la denomi­nación ni la enumeración sirven absoluta­mente de nada. N o nos interesa especialmente saber qué es lo que la sociedad ha dado en llamar "científico", y por otra parte, el uso
  • 7. 602 Ernest Gellner real de esta etiqueta por nuestros contemporá­neos no es concluyente. A decir verdad, las opiniones parecen estar muy divididas con respecto a este punto, y se observan debates muy significativos acerca precisamente de los límites de su campo de aplicación. Pero no tenemos ningún interés en convocar un refe­réndum sobre el caso, ni en ver cuál de los muchos grupos contendientes consigue impo­ner su punto de vista en un momento u otro. Estamos profundamente interesados, en cam­bio, en hallar una noción de lo "científico" realmente normativa, auténticamente autori­zada. Deseamos descubrir si las ciencias socia­les son realmente científicas. Éste es en sí mismo un punto interesante y significativo. Al formular nuestra pregunta: ¿son científicas las ciencias sociales? emplea­mos al parecer como sujeto un término que es definido convencionalmente o por denotación —todo lo que es llamado de hecho por ese nombre se incluye ipso facto en el mismo—, mientras que nuestro predicado es platónico o normativo y concebido como algo que no debe estar a merced de las convenciones o el capricho humanos. Se supone que las reglas de aplicación están basadas en una autoridad superior e independiente. Nuestra frase parece así lógicamente un híbrido: el sujeto es nominalista o convencio­nal, el predicado es platónico, esencialista y prescriptivo. ¿Es permisible esta ambigüe­dad? N o creo que la situación sea en realidad tan anómala o desacostumbrada. Pero es significativa. Si ambos términos se definieran conven­cionalmente, por referencia al uso real, o mayoritario, o convenido, de cada uno de ellos, la pregunta sería fácil de contestar y carecería de toda profundidad o importancia. Bastaría con hacer una encuesta, averiguar si y en qué medida la gente usa una de las etiquetas ("ciencias sociales") de m o d o tal que caiga dentro del radio de aplicación de otra etiqueta de más amplio espectro ("científi­co"). Pero ninguna encuesta de este tipo se estimaría en realidad pertinente ni, en todo caso, válida y definitiva, con respecto a la pregunta que efectivamente hacemos. Este "platonismo del predicado", que nos obliga a tratar el término en cuestión como si­se refiriera a algo constituido de forma total­mente independiente de nuestro albedrío y costumbre y dotado de autoridad sobre noso­tros, es interesante y significativo. Repárese en que ésta es una antigua y constante característica de los análisis y deba­tes referentes a las delimitaciones de "ciencia" o "significado". Aquellas famosas disputas por las demarcaciones tenían toda la pasión e intensidad de circunscribir lo salvado y lo condenado, de definir lo lícito y lo ilícito, de descubrir una verdad importante y dada, y no simplemente de asignar etiquetas. El convencionalismo con respecto a la delimitación de conceptos sólo se invocaba, con algún apuro y visible falta de convicción, cuando el teórico se veía acorralado, por ejemplo, por la insistente pregunta acerca de la legitimidad del principio de verificación mismo. ¿Era éste un informe experimental o una convención que definía los límites de un término? Se mantenía la ficción de que la demarca­ción de verificabilidad del significado o de la ciencia era meramente una convención nues­tra. Pero el verdadero espíritu en que se inspiraba esta delimitación era evidentemente muy distinto. Se propugnaba como una norma objetiva, autorizada, platónica. Circunscribía el ámbito de la salvación cognoscitiva. No cabe la menor duda de que las discu­siones acerca de lo que es y no es "científico" se sostienen dentro de este espíritu manifiesta­mente platónico, normativo y no convenciona-lista. Se trata de saber si algo es verdadera­mente, realmente científico. Los debates pare­cen basarse en el supuesto de que lo que se ventila es una importante frontera conceptual, en la naturaleza misma de las cosas y total­mente fuera del alcance de lo que nosotros optemos por llamar lo que sea. Hay otra explicación posible: no somos conceptualmente rígidos porque somos plató­nicos, sino que llegamos a ser platónicos porque somos conceptualmente rígidos. Cuan­do los conceptos nos apremian nos volvemos platónicos malgré-nous. N o siempre nos es
  • 8. El rango científico de las ciencias sociales 603 dado elegir nuestros conceptos, y en cambio éstos sí tienen a menudo autoridad sobre nosotros. El hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede desear lo que quiere, y no siempre puede elegir libremente sus con­ceptos. A veces éstos tienen sobre nosotros una autoridad irresistible. ¿Y por qué somos . en algunos casos tan rígidos conceptualmen­te? ¿Por qué consentimos en ser esclavos de los valores e imperativos que encierran ciertas ideas? Genéricamente, puede decirse que esto sucede porque cierto conglomerado o síndro­me de rasgos, encerrados unos con otros en este o aquel concepto de una lengua o estilo de pensamiento dado, tienen buenas razones, por decirlo así, para mantenerse encerrados en mutua compañía justamente de esa mane­ra, con esa particular combinación de ingre­dientes, y para tener alguna especie de domi­nio compulsivo sobre nuestro pensamiento. Además, la carga moral, positiva o negativa, con que tales conceptos están lastrados no puede ser arrancada de ellos. Las razones que conducen a la cristaliza­ción de tales conceptos, en los que se aglutina un conjunto de rasgos, pueden ser generales o específicas; pueden ser inherentes a la condi­ción humana como tal o guardar relación con alguna situación social o histórica concreta. Pero la fórmula general correspondiente a este caso tiene que ser algo así: surgen (y a veces persisten) situaciones que impelen a una comunidad lingüística y conceptual a pensar en términos de un concepto T, definido en términos de atributos, a, b, c, etc.; y, además, es de suma importancia para esa comunidad establecer si un objeto dado o una práctica determinada se inscribe o no en el marco del concepto T, si es parte integrante de la vida misma, del uso y, con ello, de la definición operacional de tal concepto. Eso es lo que ocurre con su carga moral. Algunas fronteras conceptuales tienen para determinadas socie­dades una importancia que dimana de la índole misma de su situación y no pueden ser abrogadas por decreto. Es obvio que, en nuestra sociedad moder­na, el concepto de lo "científico" es precisa­mente de esa clase. Lo necesitamos, y sólo puede ser una noción importante y autori­zada; C o m o tantas veces ocurre, seremos o no capaces de especificar exactamente qué es lo que entendemos por él; lo que podríamos llamar paradoja de Sócrates, a saber, utilizar una noción sin ser capaces de definirla, tiene aplicación aquí, como en tantos otros casos. Pero cualesquiera sean los componentes del conjunto de rasgos que la idea define, ésta es indiscutiblemente importante, y no es, por decirlo así, discrecional. N o sabemos lo que es exactamente, pero sí que es importante y que no podemos tomarla a la ligera. La idea de "científico" es una noción de esta clase. Pero no siempre ha sido así. Sin duda posee alguna leve afinidad con el viejo deseo de definir el verdadero saber por oposi­ción a la mera opinión, y con la preocupación aún más vehemente de identificar la verda­dera fe. E n este último caso, sabemos muy bien por qué la noción era tan importante: la salvación y la condenación personal depen­dían de ella. Pero las fronteras de lo científi­co, aunque puedan tal vez superponerse, no coinciden en extensión (y menos aún en intensidad) ni con el verdadero saber ni con la verdadera fe. La "sociologización" de la ciencia en segundo grado: Popper y Kuhn Si convenimos en lo afirmado más arriba, ¿en qué consiste, pues, lo científico? L o "científi­co" no ha sido una noción decisiva y definitiva en todos los tiempos y todas las sociedades. En las sociedades en que se hallaba bien establecida la institución del "sabio" era natu­ral que adquiriese gran difusión la preocupa­ción por distinguir entre saber verdadero y espurio, entre acceso genuino y fraudulento a recetas y fórmulas de excelencia y estilos de vida virtuosa. Constituía una especie de "pro­tección del consumidor" para aquellos que entraban en el mercado en busca de sabiduría y servicios de asesoramiento para acceder a la vida virtuosa; y al parecer esto dio el primer
  • 9. 604 Ernest Cellner estímulo poderoso para él desarrollo de la teoría del conocimiento. E n aquellos tiempos de presuntos mesías en competencia, los crite­rios para identificar al verdadero parecían ser más de carácter demostrativo y espectacular que de naturaleza puramente epistemológica. Cuando la revelación llegó a estar monopoli­zada y codificada en escrituras, la preocupa­ción central pasó a ser, naturalmente, la identificación del único o casi único punto de revelación y de la autenticidad del supuesta­mente único mensaje, o mensajero, o de la institución permanente o serie de vínculos personales entre el punto de comunicación auténtico y el presente. Sobre el telón de fondo de estos diversos supuestos institucio­nales y doctrinales, cada una de las cuestiones planteadas, y sin duda otras variantes de las mismas, tenían sentido. Aunque, en efecto, : presentan alguna coincidencia limitada y cierta afinidad con la cuestión que aquí nos ocupa, evidentemente no son idénticas a ella. El punto principal de coincidencia es que, en todas estas cuestiones, los hombres esta­ban interesados por la validación o legitima­ción de postulados más específicos en virtud de un criterio más general. Cuando determina­mos que algo es "científico" o no lo es, estamos ipso facto decidiendo si tiene o no cierto derecho legítimo a merecer nuestra atención y quizá incluso a que le demos crédito. La condición de ser "científico" no es necesariamente la forma exclusiva o domi­nante de conferir tal autoridad a postulados específicos; pero es, sin duda, al menos una de las formas de validación universalmente reco­nocidas y respetadas. H u b o un tiempo en que ni siquiera era una entre muchas; en que era, de hecho, desconocida. Esto, a mi entender, constituye una clave decisiva. Ante todo es indispensable iden­tificar aquellas condiciones sociales de origen o de fondo que han engendrado esta forma particular de validación, que crea así esta nueva y potente noción de "científico" y la dotan de autoridad. Esto imprime automáticamente a nuestra indagación una orientación sociológica, obli­gándola a tomar conciencia de las diferencias generales entre clases de sociedad y a inte­resarse por ellas. Cuando menos, tendremos que ocuparnos de las diferencias existentes entre las sociedades que engendran esta no­ción y las que no lo hacen. Hay por lo menos dos maneras de abor­dar el problema de la definición de "ciencia": la filosófica y la sociológica. Podemos caracte­rizar a la primera del siguiente modo: el investigador que opta por este enfoque actúa con arreglo a un tipo u otro de modelo de investigación o de adquisición del saber, modelo cuyos elementos serán tomados de las actividades individuales, como el tener ideas, experiencias, montar experimentos, relacio­nar las lecciones de la experiencia o los resultados de los experimentos con generaliza­ciones basadas en las ideas iniciales, y así sucesivamente. Una teoría extremadamente individualista de la ciencia sería aquella que ofreciese una teoría y una demarcación de la ciencia sin traspasar nunca los confines de un modelo construido de esta manera. Semejante teoría estaría dispuesta acaso a conceder, o incluso a hacer resaltar, el hecho de que, en realidad, los científicos son m u y numerosos y habitualmente cooperan y se comunican entre sí, pero esto sólo sería un elemento contin­gente e inesencial. Conforme a tal teoría, un Robinson Crusoe podría practicar la ciencia. Con los recursos, la longevidad, el ingenió y la aptitud pertinentes, ningún logro de la cien­cia, tal como nosotros lo conocemos, estaría "en principio" más allá de sus facultades. Los que sustentan teorías de esta clase no tienen inconveniente en admitir que, en efecto, la crítica, la verificación, la corroboración, son, en términos generales, actividades sociales, y que dependen, para su eficacia, de una infraes­tructura matemática, tecnológica e institucio­nal que se halla, con mucho, más allá del poder y de los medios de cualquier individuo; pero se sienten, supongo yo, obligados a sostener que la circunstancia de que un medio social ofrezca o no estas condiciones previas es, por decirlo así, una condición externa de la ciencia, pero no, de ningún modo, una parte esencial de ella.1 Hay varios modos y grados de introducir
  • 10. El rango científico de las ciencias sociales 605 LE PROVOCATEUR DE PLUIE La ciencia de Prometeo: el provocador de lluvias, D . R .
  • 11. 606 Ernest Gellner un elemento sociológico en esta visión indivi­dualista. Siempre se puede alegar que la sociedad constituye una condición previa esen­cial, pero sólo la sociedad como tal, y no necesariamente esta o aquella clase de socie­dad. E . Durkheim sería un ejemplo de esta posición. Sostenía que el pensamiento era imposible sin una compulsión conceptual, la que a su vez dependía de la existencia de la sociedad y, sobre todo, del ritual colectivo. Esto, de ser cierto, convierte a la sociedad en una condición previa esencial de la ciencia y, en realidad, de todo pensamiento; un indivi­duo auténticamente presocial, por capaz que fuera, por mucho tiempo que viviera y por bien equipado que estuviese, jamás podría elevarse a la formulación de una idea gene­ral. 2 U n segundo grado en la sociologización de la teoría de la ciencia supone insistir no meramente en la existencia de una sociedad, sino de una determinada clase de sociedad. L a teoría de la ciencia de Popper parece ser de esta índole: la sociedad no es suficiente, la generación de la ciencia requiere el "espíritu crítico". Las sociedades cerradas no pueden engendrar ciencia, pero una sociedad abierta sí puede hacerlo. Sociedad abierta es aquella en la que los hombres someten sus opiniones a la crítica mutua, y que, o bien posee apoyo institucional para dicha práctica o, al menos, carece de medios institucionales para inhi­birla. Las ideas de Popper sobre este asunto presentan algunos aspectos que acaso no se hallen enteramente en armonía. Cuando se destaca la continuidad del proceso de ensayo y error como base de todo avance cognoscitivo en la historia de cualquier ser vivo, diríase que el hombre comparte el quid secreto del método científico con toda la vida orgánica y que jamás precisó apren­derlo. (Sólo hemos aprendido en cierto modo a acelerar un poco el proceso y a tener piedad de los portadores de ideas que no prosperan.) N o parecen requerirse instituciones especiales de ninguna clase. Sin embargo, en el contexto de su refutación de los relativistas que invo­can la incapacidad humana para superar el prejuicio y el interés, Popper parece dispuesto a conceder que muchos (¿quizá la mayor parte?) de los hombres se muestran reacios a corregir sus opiniones propias a la luz de consideraciones en contrario y tal vez incluso necesiten el prejuicio para hacer descubrimien­tos; pero insiste en que la ciencia es precisa­mente el tipo de institución que no está a merced de las virtudes o vicios de las personas que la sirven. La verificación pública, por parte de una comunidad de científicos diversificada e incon-' trolable, garantiza la eliminación última de las ideas erróneas, por dogmáticos e irracionales que sean sus partidarios. Según este análisis, la ciencia y su adelanto dependen claramente del apoyo institucional aportado por esta verificación plural y pública. Por otra parte, nuevamente en el contexto de la discusión sobre el origen del espíritu científico, Popper se inclina a invocar las figuras de los heroicos fundadores-liberadores prometeicos jónicos, que de alguna manera vencieron su proclivi­dad humana al dogmatismo e incitaron a sus discípulos a ejercitar la crítica, inventando con ello la ciencia. El filósofo jónico precur­sor de Popper desempeña en este sistema un papel similar al del filósofo en La Repú­blica: él, y sólo él, con su aparición un tanto misteriosa, puede romper el círculo vicioso del que, de no ser así, el hombre no podría escapar. La filosofía general de Popper llama la atención sobre el hecho de que la ciencia tuviera que ser inventada en la historia humana, donde la vemos como el gran acto liberador que nos redime de la sociedad cerrada, aunque originariamente no hubiera necesitado invención, en la historia general de las especies, pues la ameba la poseía como privilegio innato. E n la naturaleza, los organis­mos eliminaban las hipótesis erróneas elimi­nándose entre sí. Los hombres salvajes, pre-científicos, también se eliminaban alegre­mente unos a otros, pero no eliminaban las hipótesis; por alguna razón, dejaban sobrevi­vir las ideas, o mejor dicho, las preservaban sin discriminación, en vez de eliminarlas. Implacables entre ellos, manifestaban una tierna solicitud por las ideas. Los científicos
  • 12. El rango científico de las ciencias sociales 607 modernos eliminan las hipótesis, pero no se eliminan entre sí, por lo menos cuando obser­van su comportamiento óptimo. La curiosa consecuencia de esta filosofía de la historia es que existe una especie de edad de las tinieblas o caída, que tuvo lugar entre la aparición de la humanidad sobre la tierra y los albores de la ciencia y de la sociedad abierta. El privilegio innato de la ameba se perdió durante el periodo primitivo de la historia humana, tribal y supercolectivista, y se recobró, heroica y milagrosamente, en Jonia. Es interesante la coincidencia de que esta teoría de la edad de las tinieblas sea compartida, aunque de forma distinta, por el cristianismo, por el marxismo y por Popper. El segundo filósofo de la ciencia más influyente en nuestros días, Thomas Kuhn, al parecer también sociologiza la materia en segundo grado. En su opinión, la sociedad resulta esencial para la existencia y el pro­greso de la ciencia, pero no precisamente cualquier sociedad, sino aquélla dotada de un paradigma. Aparentemente, hay sociedades que no poseen esta cualidad: por ejemplo, la comunidad de los especialistas en ciencias sociales.3 Hasta donde podemos discernir, la dife­rencia decisiva entre sociedades capaces y sociedades incapaces de hacer ciencia, según este modo de ver, será, lisa y llanamente, la ausencia o presencia de un paradigma. Kuhn no parece tener opinión con respecto a la diferencia entre paradigmas científicos y no científicos, y a mi entender, es ésta una debilidad decisiva en su posición. Los paradig­mas parecen no sólo ser inconmensurables, sino también constituir una clase curiosamente indiferenciada. El profeta de su inconmensura­bilidad parece tener escaso sentido de su profunda diferencia de naturaleza, de que algunos de ellos son más inconmensurables que otros. Pero en tanto que la importancia de los paradigmas, y el hecho de que sean socialmente transmitidos, perpetuados e im­puestos, le lleva abierta y confesadamente a dirigirse a la sociología, se ve expuesto al sarcasmo de Popper: ¿qué sociología va a utilizar el filósofo de la ciencia? ¿En qué paradigma sociológico podrá confiar cuando se valga de la sociología para abordar el problema general de la naturaleza de la cien­cia, con objeto de esclarecer la posición de todas las ciencias, incluida la sociología mis­ma? Al referir toda actividad científica a los paradigmas, y supeditar la filosofía de la ciencia a la sociología (que presumiblemente no está más exenta de la dependencia de los paradigmas que cualquier otra ciencia o inves­tigación), diríase que en su actitud hay un elemento de círculo vicioso.4 Lo que nos interesa aquí es que tanto Popper como Kuhn sociologizan la filosofía de la ciencia en segundo grado, es decir, hacen depender la ciencia no sólo de la mera existen­cia de la sociedad, sino de la presencia de un tipo particular de sociedad. La forma en que lo hacen, sin embargo, es muy distinta y, en realidad, diametralmente opuesta. Para Popper, la única sociedad capaz de hacer ciencia será aquella cuyo control i social es tan laxo que permite la crítica incluso de sus sabios más respetados (o mejor todavía, quizás, aquélla dotada de garantías institucio­nales que posibilitan o incluso estimulan seme­jante crítica); para Kuhn, la ciencia sólo es posible si existe un control social conceptual suficientemente estricto para imponer un para­digma a sus miembros en casi todos (aunque no absolutamente todos) los momentos, no obstante el hecho de que los paradigmas no son lógicamente o, por decirlo así, objetiva­mente coactivos. Es la presión social la que los impone, haciendo posible de este modo la ciencia. A menos que las cuestiones profundas se prejuzguen arbitrariamente, la ciencia no puede progresar: aparece. Pero al igual que Thomas Hobbes insistía en que cualquier soberano es preferible a la anarquía, así también Thomas Kuhn destaca que cualquier paradigma es preferible a la terrible libertad de los especialistas en ciencias sociales contem­poráneos, que siempre debaten y ponen en tela de juicio principios fundamentales y, por esa misma razón, merced a su gran "aper­tura", inhiben el nacimiento de ciencia genuina en su propio seno. No es preciso optar aquí entre el filoanar-
  • 13. 608 Ernest Gellner quismo de Popper y el autoritarismo de Kuhn, que recomienda lealtad, a los paradigmas en • casi todos los momentos, aunque evidente­mente reservándose el derecho de rebelión ocasional (durante unas igualmente mal defini­das, y creo que en principio indefinibles condiciones de "revolución científica"). Lo que sí es pertinente para nuestro propósito es señalar un error común a ambos. Para definir la ciencia, es preciso sociologizar la filosofía de la ciencia en tercer grado, y no meramente en segundo grado. N o basta con reconocer la función de la sociedad y distinguir entre sociedades capaces y sociedades incapaces de hacer ciencia; es necesario también efectuar esta distinción con arreglo a características de la sociedad que no correspondan solamente a sus actividades cognoscitivas, y considerar esas sociedades cuando participan en otras actividades. Tendremos que examinar las repercusiones de las primeras sobre las segun­das. Esto, en mi terminología, es sociologizar la materia en tercer grado, y es algo que debe hacerse. ¿De qué manera? Características de las sociedades capaces de hacer ciencia Para comprender por qué la noción de lo científico es tan influyente, por qué esta señal de aprobación es tan significativa, habremos de examinar qué es lo que la "ciencia" hace a la sociedad, y olvidar por un momento la usual y fascinante cuestión de cómo logra hacerlo. Las teorías filosóficas de la ciencia, como las incorporadas en las diversas tentati­vas filosóficas de demarcar el hecho científico, se esfuerzan básicamente por responder a la pregunta relativa a cómo actúa la ciencia, de qué manera se logra el gran milagro del progreso y el consenso científico. Pero para determinar qué es lo que confiere a la ciencia tal poder taumatúrgico, tal hechizo, no debe­mos mirar tanto cómo opera, sino qué es ese efecto mágico. ¿Por qué la ciencia entraña tanta diferencia para la sociedad, que asigna un prestigio especial a toda actividad suscepti­ble de ser incluida dentro de su círculo mágico y sustraída de todo aquello no calificable como "científico"? Este contraste, como acabo de formu­larlo, simplifica un poco una realidad más compleja: los filósofos de la ciencia, natural­mente, también se interesan por las caracterís­ticas de la producción de la ciencia, por la clase de teoría que ésta produce. D e todos modos, tienden a considerar dicha producción como un dato. Su problema es determinar cómo se consigue. Es el sociólogo quien se interesa primordialmente por los efectos y las consecuencias de las diversas clases de conoci­miento que proporciona la ciencia. Para sim­plificar la exposición, fingiré que esta división del trabajo es más neta de lo que es en realidad. Así planteada la cuestión, la mejor m a ­nera de responder a ella es ofrecer un breve bosquejo de la historia de la humanidad, esquemático pero pertinente, que divida dicha historia en tres grandes fases. Lãs filosofías trinitarias de la historia son bastante corrien­tes. Está, por ejemplo, la teoría de Auguste Comte con sus tres etapas históricas: la reli­giosa, la metafísica y la positiva, o la doctrina de la dominación sucesiva de la magia, la religión y la ciencia, postulada por Sir James Frazer, o la versión, menos intelectualista, de Karl Polanyi, que establece la sucesión de tres formas de sociedad: comunitaria, redistribu­tiva y de mercado. El nuevo patrón de la historia universal que está ya cristalizando en nuestros días y que constituye, creo yo, la concepción de la historia de nuestra era no oficial, no formulada y a veces inconfesada, pero tácitamente reconocida, es un tanto diferente. Comparte con los esquemas de Comte y Frazer algo de su intelectualismo y de su alta valoración de la ciencia, aunque se muestra más preocupada —que Frazer, por lo menos— por los efectos de la ciencia sobre el ordenamiento de la sociedad. Las etapas cruciales de la historia de la humanidad son las siguientes: primera, la de la caza y recolección de frutos silvestres; a continuación, la de la producción de. alimen­tos (agricultura y pastoreo), por último, la
  • 14. El rango científico de las ciencias sociales 609 La desesperación cognoscitiva. Roger-vioiiet.
  • 15. 610 Ernest Cellner basada en la producción directamente vincu­lada al auge del saber científico. Las teorías que presentan las fases históri­cas en términos de organización social no sirven: es la base productiva cognoscitiva la que parece depararnos la gran línea divisoria; y a un lado y a otro de esta gran línea hallamos una diversidad de formas sociales. En el presente contexto, el mundo de los cazadores y recolectores no nos interesa mayormente. Pero la diferencia entre el mundo agrario y el científico-industrial nos importa considerablemente. La noción de una sociedad agraria plena­mente desarrollada incluye no solamente el hecho de contar con la producción de alimen­tos, sino también otras dos características importantes: la-alfabetización y la centraliza­ción política. Las sociedades agrarias desarro­lladas se distinguen por una división del tra­bajo bastante compleja pero relativamente estable. Pero es un error tratar la división del trabajo como un producto homogéneo: sus consecuencias para la sociedad varían según, precisamente, qué es lo que se convierte en una especialidad. La alfabetización y la centra­lización política, la aparición de una clase ilustrada y de un régimen de gobierno tienen consecuencias m u y distintivas, que no pueden asimilarse sin más a las especializaciones eco­nómicas menores que intervienen en el pro­ceso de producción tomado aisladamente. Los regímenes de las sociedades agrarias ilustradas no son todos iguales. E n realidad, difieren muchísimo entre sí. Es de sobra conocida la diversidad de los regímenes políti­cos agrarios. Las clases de funcionarios y burócratas de los regímenes agrarios también varían enormemente en su organización, reclu­tamiento y modos de ser. E n un sitio pueden formar parte de una organización única, cen­tralizada y celosamente monopolista; en otro, pueden constituir un gremio holgado y liberal abierto a todos los hombres instruidos y devotos. E n un lugar diferente, pueden for­mar una casta estricta, mas no centralizada, o constituir una burocracia seleccionada m e ­diante oposiciones, con un monopolio adminis­trativo pero no religioso. Ahora bien, no obstante esta variedad, pueden observarse algunos rasgos comunes o genéricos importantes. E n tales sociedades, el saber registrado y archivado se utiliza para los documentos administrativos, especialmente los que atañen a la imposición fiscal; para la comunicación entre toda una jerarquía polí­tica y religiosa; como parte del ritual y para la codificación de la doctrina religiosa, la cual proyecta una especie de sombra en forma dé magia de la palabra, pleitesía rendida por la magia manipuladora a la religión fundada en las Escrituras. La conservación de la verdad escrita, y posiblemente su cumplimiento en la práctica, son preocupaciones centrales, antes que su expansión en forma de adquisición de más verdad. (Todavía no es un ideal plausible la ampliación del saber.) Pese a su compleji­dad interna, a veces muy considerable, tanto el sistema de jerarquización social como los sistemas cognoscitivos dentro de sociedades como éstas tienden a ser bastante estables, y lo mismo suele ocurrir con su sistema pro­ductivo. El peso normativo y conservador con­fiado a la palabra escrita, a cargo de las clases ilustradas, tiende a producir un dualismo o pluralismo cultural en semejante sociedad, una diferenciación entre la tradición grande (culta) y la tradición o tradiciones pequeñas. Algunos elementos de la gran tradición escrita pueden contener ideas generales de una pene­tración y potencialidad considerables, observa­ciones agudas y exactas de la realidad o sistemas deductivos de gran rigor; no obs­tante, genéricamente hablando, puede decirse que un cuerpo de esta clase no posee ninguna comprensión sólida, ningún conocimiento pro­fundo y acumulativo de la naturaleza. Su principal función y significación estriba en la legitimación social, la edificación de las perso­nas, la conservación de documentos y su comunicación, antes que en una verdadera exploración cognoscitiva de la naturaleza. Con respecto a la manipulación y al conoci­miento de las cosas, el contenido cognoscitivo del cuerpo en cuestión suele ser inferior a los saberes prácticos del artesano, el trabajador manual o el profesional en ejercicio. La ansiedad de saber expresada con tanto vigor
  • 16. El rango científico de las ciencias sociales 611 en el discurso inicial del Fausto de Goethe es, evidentemente, una manifestación suscitada por esta situación. Con menos angustia y acaso más indigna­ción, y con auténtico cela misionero en nom­bre de una presunta alternativa, hallamos un sentimiento análogo, por ejemplo, en lo que podríamos llamar populismo panhumano o carte blanche de Michel Oakeshott.s La obra de Oakeshott estuvo muy en boga en la Inglaterra de posguerra, y probablemente continúe siendo el principal filósofo político conservador del Reino Unido. Su obra viene muy a propósito para el fin que nos ocupa porque, como base, ostenta una premisa que es mitad epistemológica, mitad sociológica, y que puede resumirse así: el saber auténtico es "práctico", lo cual quiere decir que se con­serva y transmite merced a la práctica de un arte, y sólo puede perpetuarse a través de una tradición viva; su contenido no puede ser nunca captado adecuadamente en documen­tos escritos y, desde luego, no puede ser transmitido de un hombre a otro solamente por la escritura. A la ilusión de que esto es posible, que confiere una autoridad indepen­diente a los asertos abstractos y escritos, él la llama "racionalismo", en un sentido muy peyorativo, y sostiene abiertamente que éste es el azote y la ruina de la vida moderna. La doctrina de Oakeshott oscila un tanto entre, por una parte, un panpopulismo global que da por buenas todas las tradiciones y condena todos sus escolasticismos, los cuales surgen y prosperan cuando aquéllas adoptan la escri­tura y la imprenta tomándolas demasiado en serio, y, por otra parte, el apoyo resuelto a una tradición concreta y bienaventurada que, gracias presumiblemente a una constitución no escrita, a un derecho consuetudinario y a la pragmática sabiduría de los políticos conserva­dores, ha resistido al "racionalismo" algo mejor que otras, aunque, hacia 1945, no lo hizo todo lo bien que debiera y despertó las iras del doctrinario. Si es éste el logro de una tradición peculiar, ¿podrá ser también una receta válida para todas las demás, sin contra­decir implícitamente su propio principio esen­cial, a saber, la ausencia de cualquier clase de principios abstractos y universales válidos? La posición de Oakeshott es pertinente para nuestro argumento porque, ofrezca o no un buen diagnóstico de la difícil situación política del hombre moderno, nos brinda, sin proponérselo, una exposición esquemática muy exacta de la función del saber abstracto en el régimen político de las sociedades agra­rias ilustradas. Es una descripción bastante aceptable de la relación existente entre el saber codificado y las competencias prácticas de estas sociedades, pero sólo de ellas. Las escrituras, los códigos legislativos, las epo­peyas, los manuales, etc., confiados a la custodia de sus escribas, celosamente preser­vados y m u y estables a lo largo del tiempo, no son superiores a la sabiduría práctica inarticu­lada del miembro vitalicio del clan o del gremio. Aquellos formalizan, falsean, paro­dian, se hacen eco de esta sabiduría; y aun­que, contra lo prescrito por la diatriba anti "racionalista", el respeto reverencial por la versión codificada del saber puede en oca­siones ser beneficioso —ya que, por ejemplo, este respeto por la norma codificada la hace menos dúctil a la manipulación oportunista—, es cierto que la autoridad absoluta reclamada para lo escrito bajo custodia del escriba no está justificada. La teoría escrita es parasitaria de la praxis vivida. Sea, pues, así; o, por lo menos, así fue, en otro tiempo, en las socie­dades agrarias ilustradas. N o en nuestros días. Es visiblemente falso respecto a la ciencia moderna y la sociedad en ella basada. C o mo fenómeno social, la ciencia natural moderna posee una serie de rasgos característicos: Sin ser enteramente consensual, lo es en un grado asombroso. Es intercultural. Aunque prospera más en ciertos países que en otros, parece capaz de subsistir en una amplia variedad de climas culturales y políticos y de ser, en gran medida, independiente de ellos. Es acumulativa. Su ritmo de crecimiento es pasmoso. Éste es también un rasgo único entre los sistemas cognoscitivos en gene­ral. Aunque evidentemente puede enseñarse a hombres procedentes de cualquier sus-
  • 17. 612 Ernest Cellner trato cultural, requiere una ardua y pro­longada capacitación para adquirir m o ­dos y técnicas de pensamiento que no ofrecen continuidad alguna con los de la vida cotidiana y que con frecuencia van totalmente en contra de la intuición. La tecnología en constante crecimiento que esta ciencia engendra es inmensurable­mente superior a las técnicas y los sabe­res prácticos de los artesanos de la socie­dad agraria, y cualitativamente distinta de ellos. Son estos rasgos, u otros estrechamente rela­cionados con ellos, los que han engendrado la persistente y obsesionante pregunta acerca de qué es la ciencia. N o se trata ya, en rigor, de qué es la verdad, la sabiduría o el conoci­miento verdadero. Los hombres obsesionados por la pregunta respecto a la naturaleza de la ciencia no niegan necesariamente que el saber y la verdad existen también fuera de la ciencia; no todos dicen, como lo enunciaba irónicamente el autor de un libro en contra de la ciencia en cierta ocasión: Extra scientiam nulla saliis.6 Mas por lo general están imbui­dos por el sentido del carácter distintivo de esta especie de saber y desean localizar su fuente. N o es que quieran matar la gallina de los huevos de oro, lo único que anhelan es descubrirla, con objeto de utilizarla al máxi­m o y tal vez guiarla hacia nuevos campos. (Algunos sí desean equiparar saber con saber científico, no porque desprecien los modos cognoscitivos precientíficos y abjuren de ellos, sino porque los consideran básicamente análo­gos a la ciencia, sólo que más primitivos y más endebles, y entienden que merecen la misma etiqueta. Personalmente considero errónea esta suerte de "tesis de la continuidad".) Esta definición, digámoslo así, externa, sociológica, de la ciencia, elaborada desde el punto de vista de sus efectos sobre la topo­grafía y los procesos productivos cognoscitivos de la sociedad (dejando aparte la cuestión de su mecánica interna, el secreto de su éxito), puede, naturalmente, ser impugnada. Puede negarse que la ciencia constituya la victoria del saber trans-social, explícito, formalizado y • abstracto sobre las intuiciones, o competen­cias, o sensibilidades, comunicadas por otras vías que el discurso en privado. Puede afir­marse que la gallina de los huevos de oro no es, al fin de cuentas, radicalmente distinta de las viejas técnicas y saberes prácticos. Puede alegarse que la percepción y comprensión de un problema científico, la capacidad de propo­ner y verificar una solución requieren cierto instinto especial, sagacidad o "sapiencia per­sonal" que está más allá del alcance de las palabras o la escritura y que no puede forma­lizarse. El Fingerspitzengefühl (tino, habili­dad) goza de perfecta vigencia, y, lo que es más importante, sigue siendo indispensable. Michael Polanyi no fue sino un adepto más, aunque posiblemente el más célebre, de esta manera de entender las cosas.7 Es difícil decir cómo podría evaluarse esta interpretación. A veces se funda en argumentos como el de la regresión infinita de la formalización, que nunca logra estar a la par de sí misma;8 se afirme lo que se afirme, será sólo un caso de "saber qué", y presupon­drá un nuevo y práctico "saber cómo" apli­carlo, y si eso a su vez se articula y se hace explícito, entrará en juego el argumento ini­cial, y así indefinidamente. O bien suele sustentarse mediante la plausible y difundida opinión de que aunque exista una lógica de la verificación, no hay ninguna lógica del descu­brimiento: sólo la inspiración, fluctuante e incontrolable, que acude o no acude según su antojo, pero que parece mejor dispuesta a manifestarse en presencia de tradiciones de investigación bien asentadas, aunque elusivas e indefinibles. Pero aun cuando se admita todo esto, lo que importa desde el punto de vista social es que la proporción, el equilibrio que existe entre el saber práctico o el instinto inefable, por una parte, y el conocimiento formal explícito, por la otra, se transforme, hasta ser irreconocible, en una sociedad industrial que se sirve de la ciencia. A u n cuando un ele­mento de intuición o tradición, situado más allá de las palabras, sea decisivo para el gran descubrimiento excepcional y sobresaliente, o necesario en pequeñas dosis regulares para mantener una tradición de investigación vigo-
  • 18. El rango científico de las ciencias sociales 613 rosa, la enorme masa de investigación co­rriente y de actividad tecnológica funciona de modo muy diferente: se parece más bien a los viejos escolasticismos explícitos de las socie­dades agrarias ilustradas, salvo en un solo aspecto crucial: toda esta actividad funciona. El escolasticismo, pese a toda su ineficacia, parece haber sido una magnífica preparación para un vigor auténticamente productivo. Las sociedades talmúdicas se dan con alacridad a la ciencia. Las consecuencias generales para la socie­dad que se sirve de la ciencia son también bastante obvias. Toda sociedad dotada de una tecnología pujante y en constante crecimiento vive de la innovación, y su estructura laboral profesional se halla en evolución perpetua. Esto determina una movilidad profesional bastante notable, y, con ello, un grado de igualitarismo que, aunque insuficiente para satisfacer del todo a los igualitarios, es e m ­pero bastante mayor que el de la mayoría de las sociedades agrarias. Es igualitario porque es móvil, no móvil porque sea igualitario. La movilidad, la frecuente transmisión abstracta de ideas y la necesidad de alfabetización universal, es decir, una comunicación razona­blemente desvinculada de los contextos, tam­bién conducen a una función enteramente nueva de la cultura en la sociedad: la cultura aparece ligada a la escuela más que al hogar y tiene que ser razonablemente homogénea en todo el ámbito cubierto por un sistema edu­cativo. Al fin, las grandes tradiciones real­mente dominan y en gran medida reemplazan a las pequeñas tradiciones. Así, el Estado, que otrora se presentara como el defensor de la fe, hoy deviene en efecto el protector de una cultura. En otras palabras, el Estado nacional moderno (basado en el principio: un Estado, una cultura) se convierte en la norma, y surgen nacionalismos irredentistas allí donde esta norma no se satisface. El potencial de crecimiento sin precedentes conduce a una política de, la abundancia: el intento de apla­car con la prosperidad material el descontento y de atenuar los conflictos sociales con rega­lías y ventajas económicas en todo y para todo, se convierte, como es sabido, en una trampa terrible, cuando, tras haberse transfor­mado esas ventajas en una expectativa incul­cada, como de algo debido por derecho, el cuerno de la abundancia temporalmente se seca o simplemente reduce su caudal, como es natural de cuando en cuando. Éstos parecen ser los rasgos genéricos de la sociedad que se sirve de la ciencia. Dichos rasgos la diferencian profundamente de la mayor parte o de todas las sociedades agra­rias, que son malthusianas en vez de orienta­das al crecimiento, y se caracterizan por la estabilidad cognoscitiva y productiva más que por su expansión (las innovaciones, cuando se producen, suponen cambios de grado más que de clase, y en cualquier caso llegan como apariciones furtivas, aisladas). Las teorías de las fases o épocas históricas de la organización social (capitalismo/socialismo es la más popu­lar) parecen haber fallado, por cuanto la sociedad que hace uso de la ciencia (es decir, la industrial) resulta ser compatible con diver­sas formas de organización, dentro de los límites de sus rasgos genéricos compartidos; pero esos rasgos, a su vez, la distinguen de todas sus predecesoras. La cuestión sobre la naturaleza de la ciencia es, en realidad, la del modo peculiar de cognición, que a su vez define una etapa completa de la historia del género humano. Algunas teorías filosóficas de la ciencia Las teorías filosóficas de la ciencia, tal como aquí se las entiende, no definen la ciencia a la manera sociológica presentada en las páginas anteriores, en términos de su efecto sobre la sociedad, a la que tienden a ignorar, sino que tratan de descubrir el secreto que la faculta para hacerlo. Es imposible enumerar aquí todas las teorías que rivalizan en este campo, y aun cuando hiciéramos una lista de todas, no tendríamos medio alguno para elegir entre ellas. N o existe consenso en este ámbito. La ciencia puede ser consensual; la teoría de la ciencia no lo es.
  • 19. 614 Ernest Gellner Pero vale la pena, para el fin que persegui­mos, reseñar algunos de los principales conten­dientes: 1. El ultraempirismo, apegado a los he­chos observables, acumula las observaciones; únicamente va más allá de ellas cuando los datos acumulados apuntan firmemente en al­guna dirección; y, más que nada ¡no irrumpe en lo trascendente! Esta cauta versión del empirismo, asociada con Bacon o H u m e y que sobrevive hoy "día en el conductismo moderno, se ha visto muy desacreditada últimamente. Sus detractores no siempre saben apreciar el valor que ha tenido este veto de la transgre­sión cognoscitiva. Los sistemas de creencias de las sociedades agrarias solían estar construi­dos de tal suerte que se perpetuaban a sí mismos mediante una circularidad, y el veto de la transgresión era la mejor forma de eliminarlos. 2. El diagnóstico kantiano, que combina el veto de la transgresión con cierta osadía recomendada dentro de límites apropiados y en un marco conceptual presuntamente impuesto por la estructura de la mente hu­mana. 3. La autopropulsión colectiva mediante la resolución de las contradicciones internas, respetando una praxis privilegiada (de la que la praxis de la clase privilegiada es un ejem­plo) y la dirección de un desarrollo social prescrito. Esta es la mejor aproximación que puedo encontrar para formular una de las teorías del conocimiento comúnmente asocia­das con el marxismo. 4. Máxima audacia de las hipótesis den­tro de los límites de la verificabilidad: la teoría de Popper. 5. La obediencia a una concepción de fondo (eliminando así el caos característico de los temas no científicos y garantizando el quehacer comparativo y de este modo la acumulación de conocimientos), excepto en raras ocasiones "revolucionarias", que no pue­den ser genéricamente caracterizadas ni presu­miblemente vaticinadas, y que después condu­cen a la progresiva substitución de una concep­ción de fondo por otra. Dentro de los límites de esta teoría, que declara que estas sucesivas concepciones de fondo son inconmensurables, es imposible, empero, demostrar racional­mente que la concepción pos-revolucionaria es superior a la substituida. Aunque la idea de progreso científico es un supuesto, y en reali­dad fija los términos del problema, no puede afirmarse coherentemente, pues esto exigiría comparar sucesivos "paradigmas", que se nos dice son inconmensurables, por referencia a algún metaparadigma, que, ex hypothesi, no poseemos ni podemos poseer. Esta es la discutidísima teoría propugnada por Thomas Kuhn.9 6. La mejora sucesiva de conjuntos de proposiciones con miras a refinar tanto las predicciones y la manipulación externas como la coherencia y la elegancia internas por medio de métodos que, según se afirma, ofrecen perfecta continuidad con los que han regido la evolución biológica. Esto es el prag­matismo, eficientemente representado en nuestro tiempo por W . van O . Quine,10 quien enuncia la tesis de la continuidad más coheren­temente que Popper (en cuya obra choca con la discontinuidad entre pensamiento abierto y pensamiento cerrado). Si hubiera de produ­cirse una ruptura fundamental en la historia del conocimiento, según esta versión lógico-pragmatista, surgiría en el punto en que empezaron a utilizarse entidades abstractas y, en cierta manera, adquieran realidad, permi­tiendo así el espectacular desarrollo de las matemáticas. No es éste lugar adecuado para debatir los méritos de las citadas teorías. Hay otras, sin duda. Pero habremos de referirnos a los temas que en ellas se debaten: observación exacta, verificación, matematización, valores conceptuales comunes, rechazo de la trascen­dencia o circularidad. Mi tesis consiste en que por "ciencia" se entiende un tipo de cognición que ha transfor­mado radicalmente, cualitativamente, la rela­ción del hombre con las cosas: la naturaleza ha dejado de ser una referencia para pasar a ser objeto de auténtico conocimiento y mani­pulación. La ciencia es un sistema cognosci­tivo peculiar con cierto misterioso mecanismo interno que asegura su crecimiento sostenido
  • 20. El rango científico de las ciencias sociales 615 "El efecto Pirandello" consiste en reducir la distinción entre los actores y los espectadores de una obra. Una escena de la obra de Pirandello Seis personajes en busca de autor, interpretada por la compañía Pitoeff en 1936, en París. Rogcr-vioiiet. y perpetuo, el cual ha sido profundamente beneficio para los sistemas productivos h u m a ­nos y corrosivo para nuestros sistemas de legitimación social. E n realidad no sabemos c ó m o se alcanza este crecimiento sostenido y consensual, pero sí sabemos que se alcanza, y "ciencia" es. el nombre que designa el m o d o en que se logra, sea cual sea. Por eso la cuestión concerniente a si es o n o apropiado incluir los estudios sociales en el ámbito de la ciencia no es, en m o d o alguno, meramente terminológica: se trata de determinar si n o está sucediendo lo m i s m o con nuestra c o m ­prensión y manipulación de la sociedad. Pero esta forma de exponer el problema encierra "una simplificación importante. D a a entender q u e la carga valorativa contenida en la denominación "ciencia", debido a su pro­mesa implícita de conocimiento y control, es entera, total e inequívocamente positiva.
  • 21. 616 Ernest Gellner Pero no es así, ni muchísimo menos. Aunque existe una importante industria académica de producción de libros que explican a los espe­cialistas en ciencias sociales lo que realmente es la ciencia y cómo deben convertirse en auténticos científicos, existe también otra, con una producción no menos floreciente, que pretende que el estudio de la sociedad y del hombre no puede ser científico, o bien, si ha de conservarse el término "científico" con carga positiva, que sí se trata de ciencia pero en un sentido radicalmente distinto del que rige en la ciencia natural. La idea de que los métodos de las ciencias naturales y sociales son básicamente idénticos es, hoy por hoy, casi una definición de "positivismo", y el positivismo es un término que en los últimos años se ha usado peyorativamente con dema­siada frecuencia. Esto es significativo: original­mente, el tema central del positivismo era la interdicción de la trascendencia. Los antiposi­tivistas modernos tratan de escapar de las debilidades inherentes al hombre y de los hechos (principalmente la contingencia y la corregibilidad), rio ya para descubrir una región trascendente de verdades puras e impe­recederas, como era uso establecido en los tiempos agrarios, sino para acceder a la región de lo social y lo humano; y, a tal fin, deben insistir en que lo humano o cultural es radical­mente distinto de la naturaleza. U n o también tiene a veces la impresión de que "positivista" es cualquier persona dispuesta a someter una teoría predilecta a la indignidad de la verifica­ción por los meros hechos. Los argumentos que pretenden demos­trar que el estudio del hombre y de la sociedad no puede ser científico (y su variante de que sólo puede ser científico en un sentido radicalmente distinto del aplicable al estudio de la naturaleza) pueden también catalogarse. Los autores que sostienen esta tesis suelen combinar, por supuesto, en distinta propor­ción estos distintos elementos. D e todos m o ­dos, es conveniente enumerarlos por separado. 1. El argumento basado en la ideografía: los fenómenos humanos, sociales o históricos, o bien son intrínsecamente individuales, o bien nuestro interés recae en sus aspectos individuales e idiosincrásicos; o, natural­mente, ambas cosas. 2. El argumento basado en el holismo. La sociedad es una unidad; el. "principio de las relaciones internas", que hace hincapié en que todo es lo que es en virtud de sus relaciones con todo lo demás dentro del mismo sistema, se aplica a ella. Si el lema principal de la antigua metafísica era la realidad de los obje­tos abstractos, entonces esta idea, en diversas terminologías, es el lema central de la socio-metafísica moderna. La investigación empí­rica, sin embargo, sólo puede ocuparse, ex hypothesi, de hechos aislados y no puede captar ninguna totalidad. D e ahí que deforme y tergiverse, esencialmente, la realidad social. Esta doctrina puede combinarse con la idea de que es función efectiva, consciente o latente de la investigación empírica de hechos objectivos ocultar la realidad social y falsear nuestra percepción de la misma, al servicio del orden establecido, cuyos representantes tienen motivos fundados para temer la percep­ción clarividente de la realidad social por parte de los miembros de la sociedad menos favorecidos. Naturalmente, esta tesis puede también combinarse con una dispensa especial para su promotor mismo y los que piensan como él, que poseen medios de acceso privile­giados al conocimiento de la naturaleza real de la sociedad, visiones de fondo que les permiten ir más allá de los meros átomos que son los hechos empíricos, bien custodiados por los perros guardianes ideológicos del orden establecido.11 3. El argumento basado en la compleji­dad de los fenómenos sociales puede utilizarse para reforzar los dos argumentos precedentes. 4. El argumento basado en el significado. Las acciones e instituciones humanas no se definen por ciertos rasgos materiales comu­nes, sino en términos de lo que significan para los participantes. Este hecho (si es tal) puede esgrimirse, total o parcialmente, para deducir de él que los fenómenos humanos o sociales están exentos ya de la causalidad, ya de la investigación empírica externa y comparativa, o ya, naturalmente, de ambas cosas. Este argumento puede exponerse así: el
  • 22. El rango científico de las ciencias sociales 617 nexo que existe entre los fenómenos o clases de acontecimientos naturales es independien­te de cualquier sociedad, común a todas ellas, e impermeable a los significados imperantes en una u otra. Pero las acciones se definen por lo que significan para los participantes, y los significados que las identifican se extraen del fondo semántico común de una cultura dada, que no se identifica necesariamente, y quizás nunca, con el de otra cultura. D e ahí que no pueda existir ninguna generalización causal válida en la que uno de los eslabones sea una clase de acciones determinada, es decir, acontecimientos reunidos solamente en virtud de los significados, por así decir colecti­vamente privados, que resultan estar en uso en una cultura dada, pues no guardan rela­ción alguna con ninguna especie o categoría natural. La naturaleza no sabría reconocer­los ni identificarlos y, en consecuencia, no puede aplicarles ninguna relación de causali­dad. En cuanto a los nexos que es costumbre observar entre dos o más de tales categorías portadoras de un significado social, son esta­blecidos en virtud de la semántica de la cultura en cuestión y sólo pueden aprehen­derse penetrando a fondo ese sistema, y no mediante una investigación externa. La inves­tigación intersocial y las generalizaciones com­parativas son absurdas e imposibles por cuanto los sistemas de significados de las diversas culturas no son comparables ni coincidentes o bien sólo lo son de forma contingente y parcial.12 Si se contempla esta tesis desde una perspectiva histórica, puede decirse que el idealismo goza de perfecta vigencia actual­mente y se ampara en el nombre de la hermenéutica. Las ideas que en otro tiempo se articularan con la ayuda de términos como Geist o espíritu, hoy ven la luz en términos de "significado" o de "cultura". 5. La construcción social de la reali­dad. 13 Este argumento se superpone clara­mente con el precedente; tal vez sea idéntico a él, diferenciándose sólo en el modo de presen­tación y en su estirpe filosófica. La formula­ción anterior está enraizada sobre todo en la obra de L . Wittgenstein, mientras que esta otra proviene de las ideas de E . Husserl y A . Schutz. 6. La llamada construcción individual de la realidad. Esta designación, aunque no utili­zada realmente, que yo sepa, por el movi­miento en cuestión, podría emplearse para caracterizar la tesis de una escuela última­mente en boga, conocida como etnometodo-logía y asociada con el nombre de Garfin-kel. 14 La doctrina central de este movimiento resulta ser que nuestra aptitud para describir (hacer "explicables") los hechos es exclusiva­mente individual, y que, en consecuencia, el único conocimiento científico que podemos alcanzar es la descripción (?) o la puesta de relieve (?) o la ejemplificación de los actos mismos de creación-explicabilidad individual. El movimiento no se distingue ni por la claridad de expresión ni por su disposición al análisis racional (renuencia ésta que puede a su vez racionalizarse mediante su visión central, que excluiría la verificación de la generalización interpersonal, puesto que no existe, pero que también sitúa convenien­temente al movimiento fuera del alcance de la crítica). Este movimiento es a la "cons­trucción social de la realidad" lo que Fichte a Hegel; el ego desarrolla su propio mundo, en vez de desarrollarse el mundo gracias a una especie de esfuerzo colectivo. Pero el orden temporal parece invertirse esta vez diametralmente, ya que Fichte precedió a Hegel. Esta tesis combina idealismo con ideo-grafismo. 7. El efecto Pirandello. L a alusión hace referencia al artificio tan magistralmente crea­do por Luigi Pirandello para suprimir la neta distinción entre personajes, actores, produc­tores, autores y espectadores de una obra de teatro. Sus obras, en las que los personajes discuten el ulterior desarrollo de la trama argumentai entre ellos y, aparentemente, con el autor y con el público, se proponen sin duda provocar el desconcierto en los especta­dores echando abajo la confortable separa­ción entre el escenario y la sala, forzando así la participación del espectador. La obra, pa­rece decir este autor, no es un espectáculo sino una situación. Otro tanto ocurre en la
  • 23. 618 Ernest Gellner observación de la realidad social, y esto es lo que la distingue de la naturaleza. U n o de los cargos que se han imputado a la investigación social empirista o cientificista (aunque todavía no se ha formulado con estas palabras) es que pretende que una sociedad puede ser un espectáculo, y no una situación, para el investigador. Esto es falso, insisten los críticos, constituye un engaño de los demás y, si se es sincero, constituye un autoengaño por añadidura. E n nuestra elección de ideas, o problemas, o interpretaciones, contraemos un compromiso, y la elección no es ni puede ser imparcial, ni estar guiada exclusivamente por criterios lógicos, ni, quizá, en absoluto. D e esta manera, la ineludible participación del investigador en su materia de estudio torna espuria toda pretensión de "objetividad cientí­fica". Cuando se invoca realmente, este argu­mento aparece generalmente fundido con va­rios otros de la lista precedente. 8. También puede reclamarse uri status cognoscitivo especial para la investigación de la sociedad y del hombre, no tanto en virtud de consideraciones generales, como las enumera­das hasta ahora, sino de supuestas característi­cas sustantivas especiales del objeto o el modo de investigación específico. Por ejemplo, en el vivo debate sostenido respecto al carácter científico del psicoanálisis, se reivindica a veces (en defensa de la legitimidad de esta técnica) que los métodos tan excéntricos en ella empleados (según las normas corrientes en otras investigaciones) se justifican por la peculiarísima naturaleza del objeto investi­gado, es decir, el inconsciente. Su astucia y disimulación ante la investigación, a la que trata de eludir y de burlar, justifican la aplicación de medidas cognoscitivas de emer­gencia, que serían consideradas ilícitas confor­m e a las reglas de prueba y demostración vigentes en los tribunales normales de la ciencia. Frente a un enemigo tan despiadado, se conceden poderes especiales al magistrado investigador y se le dispensa de las habituales restricciones que pesan sobre los métodos de investigación. El inconsciente no puede ser aprehendido de ningún otro m o d o , y la dificul­tad y urgencia de la tarea justifican métodos extremos. (Que éstos realmente sirvan para engañar a la presa o meramente protejan la reputación del cazador, garantizando que nun­ca pueda culpársele de error fundamental, ya es otra cuestión.) No hay aquí espacio para intentar ningún tipo de evaluación cabal de todos estos argumen­tos negativos. Baste con decir que ninguno de ellos m e parece remotamente convincente. Tomemos, por ejemplo, el que quizá parezca más sólido de todos, aquel que propugna que las categorías de acciones o acontecimientos de una cultura dada se definen con arreglo a los significados vigentes en esa cultura, que son, por decirlo así, privativos de ella, y no coextensivos a las "categorías naturales". Por cierto, pero ello no excluye en m o d o alguno la existencia de un determinismo incluso físico respecto a. los hechos acontecidos dentro de la cultura en cuestión. Simplemente, excluye la identificación de los hechos determinados (si son tales) por referencia a los significados vigentes en la cultura. Las fuerzas determi­nantes seleccionarán de alguna manera los hechos que sacan a luz con arreglo a unas u otras características que sólo accidental y contingentemente se superpondrán a los signi­ficados que acompañan a los acontecimientos y que parecen guiarlos. Por ejemplo, cuando vemos una película, sabemos perfectamente que lo que va a ocurrir está ya determinado, y está determinado por la serie de secuencias recogidas en los carretes y que está trasmitién­dose desde la cabina de proyección. Las relaciones significativas que nos interesan y que parecen guiar y dar sentido a la serie de hechos observados en la ficción que se desa­rrolla en la pantalla son en realidad epifeno-ménicas e impotentes. Nosotros no sabemos verdaderamente si nuestra vida es así, y la mayoría esperamos que en realidad no lo sea; pero el argumento basado en la significación de la vida social no demuestra lamentable­mente en m o d o alguno que no pueda serlo. Si, por una parte, los argumentos que pretenden demostrar que la vida humana y social no puede ser objeto de explicación científica no son válidos, por otro lado, cual-
  • 24. El rango científico de las ciencias sociales 619 quier análisis de las vivas y vigorosas discu­siones que tienen lugar en el campo de.la filosofía de la ciencia revela indiscutiblemente una cosa: que el problema de la naturaleza de la ciencia, del descubrimiento de ese secreto que ha hecho posible el ritmo de crecimiento cognoscitivo del siglo xvn a nuestros días, absolutamente singular y sin precedentes en la historia humana, continúa sin resolverse. Hemos reunido, sin embargo, algunas tentati­vas de explicación m u y notables, convincentes y elegantemente expuestas. Pero seleccionar algunos candidatos brillantes es una cosa, y contar con un ganador claramente identifi­cado, reconocido y aclamado es otra muy distinta. Y no lo tenemos. La situación, lisa y llanamente, es que la ciencia es consensual, y la filosofía de la ciencia no lo es. Las dos tesis que hemos afirmado —la invalidez de las supuestas demostraciones de la imposibilidad de la ciencia en las esferas sociales y la ausencia de una explicación unánimemente aceptada de por qué y cómo funciona la ciencia en los campos en que sin duda alguna funciona— van a ser decisivas para responder a la pregunta a que hemos dedicado este ensayo: ¿Son las ciencias socia­les realmente científicas? Conclusión La pregunta se contesta por sí sola, una vez que la hemos desmembrado en sus distintas subpreguntas o variantes de interpretación, normalmente amalgamadas. Podemos ante todo examinar las activi­dades de las ciencias sociales en busca de la presencia o ausencia de los distintos rasgos que aparecen, destacados, en diversas teorías de la ciencia. 'Dichos rasgos son: a) presencia de hipótesis bien articuladas y puesta a prueba sistemática de las mismas; b) medición cuan­titativa precisa, y operacionalización de los conceptos; c) observación meticulosa con arreglo a métodos públicamente comproba­bles; d) estructuras conceptuales complejas y rigurosas; é) paradigmas compartidos, al menos por grandes comunidades académicas, que resisten a la prueba del tiempo. No cabe la menor duda de que todos estos rasgos, frecuentemente combinados, pueden hallarse en diversas ramas de las ciencias sociales. Individualmente o dentro de una comunidad, es dudoso que los especialis­tas en ciencias sociales sean inferiores, en iniciativa e inventiva intelectual, rigor formal, o precisión de observación, a los practicantes de disciplinas cuyo rango científico normal­mente no se pone en duda; y para retomar la observación entre irónica y compasiva de Hilary Putnan, distinguido filósofo de la cien­cia, ¡los pobrecillos se esfuerzan tanto más en su tarea!15 C o m o queda dicho, no conocemos el secreto de la ciencia; no sabemos exacta­mente cuál de las muchas señales que brillan ante nosotros es en realidad el fuego sagrado. Sí sabemos que muchas de estas señales son deslumbrantes, y dado lo breve de la lista que los filósofos de la ciencia ponen a nuestra disposición, nos inclinamos a pensar que una de ellas (o quizá varias conjuntamente) lo es. Pero ¿cuál? Más concretamente, sabemos que m u ­chas de las características indiscutibles de la ciencia están presentes con frecuencia en la investigación social. Los aspectos de la vida social que son intrínsecamente cuantitativos u observables con precisión (por ejemplo, en ámbitos como la demografía o la geografía social) se investigan efectivamente con preci­sión y mediante técnicas complejas y refina­das; sabemos, por otra parte, que en diversas esferas de estas ciencias se elaboran modelos abstractos, también de gran perfección y suti­leza, que sirven como paradigmas comunes a vastas comunidades de estudiosos (por ejem­plo, los economistas); y, además, en ámbitos donde el aparato conceptual no dista dema­siado de las ideas de mero sentido común, sabemos no obstante que un profesional de la especialidad bien preparado posee informa­ciones y conocimientos nuevos y de primera mano para el desarrollo de la materia en cuestión. E n todos estos sentidos, los estudios sociales son efectivamente científicos. Exten­sos sectores de los mismos satisfacen plena­mente una u otra de las muchas teorías existentes, y convincentes, del fuego sagrado.
  • 25. 620 Ernest Gellner Y nuestra vida colectiva sería mucho más pobre sin ellos. Esto en cuanto al carácter científico de las ciencias sociales', tal como lo especifica la filosofía de la ciencia. Pero obtendremos un cuadro distinto si lo miramos desde el punto de vista, no de los métodos empleados, sino de la repercusión sobre nuestro universo cog­noscitivo: si preguntamos si existe una activi­dad cognoscitiva consensual y generalizada, radicalmente discontinua respecto de las per­cepciones y técnicas del pensamiento ordina­rio, y que permite inequívocamente acumular conocimientos a un ritmo sorprendente e inconfundible. La respuesta es obvia. E n este sentido decisivo, en términos de sus efectos sobre nuestro orden social, los estudios socia­les no son científicos, por mucho que preten­dan serlo, y no sin razón, con arreglo al criterio o criterios precedentes. Pretenden haber robado el fuego sagrado. ¿No les hará nadie el obsequio de desear robárselo a ellos? Podemos intentar analizar este fracaso descomponiéndolo en sus partes esenciales. Las técnicas descriptivas, cuantitativamente exactas, no se acompañan de la correspon­diente teoría convincente ni de una predicción igualmente exacta. Los modelos abstractos muy elaborados no se arraigan firmemente en el material empírico. Las grandes visiones de fondo no son consensúales. Existen y reinan paradigmas, pero sólo en comunidades reduci­das, y cuando se reemplazan unos a otros, la situación es muy distinta de lo que común­mente sucede en las ciencias naturales. En éstas, generalmente estamos seguros de que hay progreso, pero tenemos grandes dificul­tades para explicar cómo es posible que sepa­mos que es así, dado que no existe ninguna medida común para comparar visiones sucesi­vas. Las ciencias sociales nos ahorran esta molestia. N o tenemos por qué inquietarnos acerca de cómo es posible que logremos saber que progresamos, ya que no estamos muy seguros de que hayamos progresado en reali­dad. Naturalmente, los defensores de un nuevo paradigma podrán estar seguros de haber progresado (generalmente lo están); pero raras veces muestran la misma certeza en relación con la serie completa de etapas que constituye la historia de su disciplina. Todo lo contrario, su propio avance es, muy a menudo, un salto atrás, el retorno a un modelo anterior. Si estoy acertado respecto a la insuficien­cia lógica de las supuestas pruebas de inade­cuación del mundo social a los principios y métodos de la ciencia, no tenemos por qué concluir desesperanzadamente (o esperar con­fiados, como también puede ser el caso) que esto no vaya a cambiar. Si, a decir verdad, el fuego sagrado de la ciencia no ha sido descu­bierto hasta la fecha, no sabemos cómo reme­diar esta situación. La cuestión sigue en pie. Pero sospecho que sabremos que las ciencias sociales se han hecho científicas cuando sus especialistas dejen de pretender que han roba­do por fin el fuego sagrado, pero haya otros que intenten robárselo a ellos; cuando la filosofía de las ciencias sociales se convierta en búsqueda de explicación retroactiva de un milagro científico cognoscitivo, en vez de perseguir una promesa o una receta para realizarlo. Traducido del inglés
  • 26. El rango científico de las ciencias sociales 621 Notas 1. Sir Karl Popper ha expuesto la discutida doctrina del individualismo metodológico, que remite finalmente todas las explicaciones de las ciencias sociales a los objetivos y las creencias de los individuos, y que excluye la invocación de entidades sociales holistas, si no es para la comodidad de la exposición (véase, por ejemplo, Karl Popper, The open society and its enemies, Princeton University Press, 1966). Al mismo tiempo, Popper ha polemizado más recientemente en favor de un "tercer mundo" {Objective knowledge, Clarendon Press, 1972), un ámbito de objetos del pensamiento, que se suma a los relativamente bien establecidos mundos cartesianos de los objetos externos y de las experiencias internas. Es interesante que algunos de los argumentos invocados para apoyar esta doctrina —la incorporación en una tradición social y su bagaje de una riqueza de ideas jamás accesible al individuo— sean precisamente aquellos que llevaron a otros a dejarse tentar por el holismo social. ¿Se ha ganado mucho al optar por una terminología esencialista, en vez de holista, para señalar los mismos hechos? Supongo que dependerá de si todos esos mundos culturales son simples partes de un solo y mismo tercer mundo, o bien si se permite a cada uno hacer el suyo propio, que no tiene por qué ser comparable ni compatible con otros. E n el primer caso, parecería más apropiado un lenguaje platónico para describirlo; en el segundo, un lenguaje sociológico-holístico. Conviene añadir que su individualismo no le obliga a ver la ciencia como sólo contingentemente social; al contrario, en el sentido apropiado, la ve como esencialmente social. Esto se analiza posteriormente en el presente artículo. 2. Emile Durkheim, Elementary forms of religious life, Free Press, 1954. El principal contraste entre los dos grandes sociólogos, Durkheim y Weber, se halla precisamente en su actitud respecto al pensamiento racional: Durkheim ve éste como una característica de toda sociedad que está en correlación con la vida social como tal, mientras que Weber lo contempla como un rasgo diferencial, cuya presencia es mucho más acusada en ciertas tradiciones que en otras. Así, uno ve la racionalidad como algo constante y su explicación es, ipso facto, la explicación de la sociedad: hubo, ciertamente, un contrato social, pero asumió la forma de un ritual, no de un pacto. El otro la ve presente de una manera desigual, y su explicación la hace coextensiva no a la sociedad como tal, sino a la aparición y al carácter distintivo de una determinada clase de sociedad, a saber, la que más nos interesa a nosotros, la nuestra propia. 3. Thomas Kuhn, The structure of scientific revolutions, 2.a ed., University of Chicago Press, 1970. 4. Ibid., p. vii-viii. 5. Michael Oakeshott, Rationalism in politics and other essays, Methuen and C o . , 1962. 6. Paul Feyerabend, Against method, N L B , 1975. 7. Michael Polanyi, Personal knowledge: toward a post critical philosophy, University of Chicago Press, 1974. 8. Gilbert Ryle, "Knowing how and knowing that", Presidential Address, Aristotelian Society, Proceedings, vol. X L V I, 1945-1946, p. 1-16; Lewis Carroll, "Achilles and the tortoise", The complete works of Lewis Carroll, Random House, 1939. 9. Thomas Kuhn, op. cit. 10. Wiilard van Orman Quine, From a logical point of view: nine logico-philosophical essays, 2.a ed. rev., Harvard University Press, 1961. 11. Theodor Adorno y otros, "Sociology and empirical research", The positivist dispute in German sociology, p. 68-86, Heinemann, 1976. 12. Hallamos un argumento de esta clase en la obra de P. Winch, The idea of a social science and its relation to philosophy, Humanities Press, 1970. Encontramos una formulación de esta tesis aún más extremada, combinada con un ideografismo a ultranza, en A . R . Louch, Explanation and human action, Blackwell. Esta posición ha sido frecuentemente criticada; véase, por ejemplo, Robin Horton, "Professor Winch on safari", Archives européennes de sociologie, tomo xvii, n.° 1, 1976; o Percy Cohen, "The very idea of a social science", en I. Lakatos y A . Musgrave (dir. publ.), Problems in the philosophy of science, North Holland Press, 1968; o mi propia contribución "The new idealism", en I. C . Jarvie y J. Agassi (dir. publ.) Cause and meaning in the social sciences, Routledge and Kegan Paul, 1973. 13. Peter L . Berger y Thomas Luckman, 77ie social construction of reality: a treatise on the sociology of knowledge, Irvington Press, 1980. 14. Véase Harold Garfinkel, Studies in ethnomethodology,
  • 27. 622 Ernest Gellner Prentice Hall, 1967. Para comentarios críticos, véase un artículo m u y inteligente de A . R . Louch, "Against theorizing", Philosophy of the social sciences, vol. v, 1975, p. 481-487, o mi propia contribución, "Ethnomethodology; the re-enchantment industry or the Californian way of subjectivity", Spectacles and predicaments, Cambridge University Press, 1979. 15. Bryan Magee (dir. publ.) Men of ideas, p. 233, Viking Press, 1979.
  • 28. Escuelas filosóficas y métodos de trabajo científicos en ciencias sociales Stefan Nowak Las orientaciones filosóficas de las ciencias sociales empíricas C o m o lo indica el título, este artículo presenta un análisis de las relaciones que existen entre los "métodos de trabajo" de las ciencias sociales, por un lado, y las "escuelas filosófi­cas" por el otro. Entre estas últimas, nos ocuparemos sólo de aquellas que son (o se cree que son) de aplica­ción para las ciencias so­ciales y especialmente para las formas de encau­zar los estudios sociológi­cos. El término "méto­dos de trabajo" denota aquí para nosotros: a) las distintas maneras (pautas normalizadas) de hacer preguntas acerca de la realidad social; b) las distintas maneras nor­malizadas de dar respues­tas a estas preguntas, o sea, tanto la estructura Por escuelas filosóficas, desde el punto de vista de la sociología, entendemos aquí las diferentes orientaciones metasociológicas. Los compiladores de un volumen de estudios metasociológicos caracterizan este término de la siguiente manera: "Metasociología", término popularizado por Paul Furley en The scope and method of sociology; a metasociological treatise, hace referencia a aque­lla Stefan Nowak es titular de la cátedra de metodología de las investigaciones sociológicas en el Instituto de Socio­logía de la Universidad de Varsóvia. Ha publicado, entre otras obras: Me­thodology of sociological research (1977) y Sociology: the state of art (1982). rama de la sociología que se ocupa de investigar los supuestos y los juicios de valor en los que se fundamentan las teorías y métodos empleados por los sociólogos. Tales supuestos y juicios de valor suelen empezar por la afirmación de que la sociología es una ciencia y prosiguen incor­porando las diversas opcio­nes teóricas (ontológicas) y metodológicas (episte­mológicas) que se escogen diariamente. Huelga decir que tales opciones afectan lógica de las proposiciones que constituyen tales respuestas como los modos de comproba­ción de dichas proposiciones (deductiva e in­ductivamente); c) por último, las distintas maneras normalizadas de organizar los conjun­tos enteros de estas proposiciones en represen­taciones descriptivas o teóricas más completas y (en los diferentes significados del término), más coherentes de la realidad respecto a la cual se han hecho las preguntas iniciales. directamente al contenido mismo de la socio­logía, haciendo, con ello, de la metasociología un ámbito de investigación de considerable im­portancia y alcance. En muchos aspectos, la metasociología re­presenta un mecanismo para organizar la disci­plina de la sociología [. . .] Al hacerlo así, las argumentaciones en apoyo de los supuestos se distinguen analíticamente de las consideraciones propiamente sociológicas.1
  • 29. 624 Stefan Nowak Este párrafo pone de relieve el hecho de que los análisis de los supuestos —algunos de los cuales, por lo menos, son ontológicos— y de los juicios de valor pertenecen a la sociología. Por mi parte convengo en que es correcta la afirmación de que esos supuestos se utilizan a menudo para organizar diferentes "enfoques teóricos" del estudio de las fenómenos socia­les, y son entonces generalmente considera­dos como componentes suyos esenciales. E n palabras de J. H . Turner: Gran parte de lo que se incluye bajo la etiqueta de teoría sociológica no es, en realidad, más que una acumulación inconsistente de supuestos im­plícitos, conceptos insuficientemente definidos y proposiciones vagas y sin conexión lógica. A veces los supuestos se formulan expresamente y sirven para inspirar enunciados teóricos abstrac­tos que contienen conceptos bien definidos, pero la mayor parte de la teoría sociológica constituye una "imagen de la sociedad" verbal, en vez de un conjunto rigurosamente construido de formu­laciones teóricas organizadas en esquemas lógica­mente coherentes. Así, esta presunta teoría es más bien una "perspectiva" u "orientación" general para examinar las diversas características del proceso de institucionalización que, si todo sale bien, podrá finalmente traducirse en teoría científica verdadera. El hecho de que en sociología existan muchas perspectivas de esta índole plantea pro­blemas de exposición, y estos problemas, a su vez, se ven complicados por el hecho de que las perspectivas se mezclan y combinan entre sí, haciendo a veces difícil su análisis por separado.2 Por estas razones, parece más conveniente no analizar aquí todos los "enfoques teórico-filosóficos" del estudio de la sociedad, sino, preferentemente, los supuestos concretos que son, o pueden ser fundamentales para más de una de tales escuelas. Por fortuna, estos supuestos vienen siendo objeto de análisis y discusión desde hace ya muchos años, tanto en el marco de la filosofía de la ciencia como en el de la filosofía de las ciencias sociales. En este último ámbito se ha logrado cristalizar un cierto número de preguntas formuladas en sentido general, las respuestas a las cuales pueden considerarse equivalentes a los supues­tos antes mencionados. Cualquier monografía razonablemente completa sobre filosofía de las ciencias sociales3 ofrece por lo común un catálogo más o menos extenso de las "dimen­siones" de los problemas y define cierto nú­mero de actitudes posibles respecto a cada una de ellas. Mencionaremos aquí algunas de las más frecuentemente debatidas. 1. E n un extremo de la primera dimen­sión situamos a quienes creen que el hombre es un ser que piensa y siente y cuyos sentimien­tos y modos de pensar sobre el mundo, la sociedad y sí mismo constituyen componentes tan esenciales de la realidad social que sin "comprender" (Verstehen) adecuadamente es­tos fenómenos, en la forma en que Dilthey, Weber o Znaniecki querían que los compren­diésemos, todo intento de estudiar los fenóme­nos sociales es infructuoso. E n el extremo contrario situamos habitualmente a los con-ductistas, con Skinner a la cabeza, y a aque­llos teóricos de la sociología positivista primi­tiva (como D o d d o Lundberg) para quienes el estudio de la sociedad y el de la naturaleza tienen un importantísimo rasgo en común: ambos deben basarse única y exclusivamente en la observación de la realidad, y cualquier otro método, como el del Verstehen, no es más que misticismo precien tífico.4 2. La segunda dimensión más frecuente­mente evocada contempla la cuestión de si los grupos son reales o si el atributo de existencia real debe reservarse solamente para los indi­viduos. A veces esta cuestión no se refiere a grupos u otras colectividades sino a las propie­dades de los mismos. Aquí se enfrentan los holistas (llamados a veces "realistas") y los individualistas metodológicos (o, en otros con­textos, "nominalistas").5 3. La tercera dimensión —frecuentemen­te debatida junto con la segunda— es la que plantea en qué grado pueden explicarse las diferentes proposiciones, y especialmente las diversas generalizaciones y leyes sobre los agregados humanos y sistemas sociales, por las proposiciones y leyes relativas a las "uni­dades de nivel inferior" y sobre todo por las leyes psicológicas del comportamiento hu­mano. Aquí nuevamente los reduccionistas
  • 30. Escuelas filosóficas y métodos de trabajo científicos en ciencias sociales 625 están en desacuerdo con los emergetistas, es decir, con aquellos que creen que en cada nivel de análisis pueden surgir ("emerger") nuevas regularidades y propiedades básica­mente irreductibles a las propiedades y meca­nismos del nivel inferior.6 4. A continuación está la vieja disputa entre deterministas e indeterministas sobre la aplicabilidad de la noción de causalidad al mundo en general y a la vida social en particular. La aplicabilidad del pensamiento causal a los fenómenos sociales puede recha­zarse ya sea por principio ("el hombre está dotado de libre albedrío"), ya sea por motivos más prácticos: demostrando que la causalidad implica, en las regularidades descubiertas, un carácter de regla sin excepciones (o sea, de generalidad) y de ¡limitación espacio-temporal (o sea, de universalidad), mientras que en las ciencias sociales por lo común se descubren regularidades que son estadísticas e "históri­cas", es decir, limitadas a algún área espacio-temporal. E n otras palabras, los filósofos de la ciencia (y los sociólogos mismos) difieren en su opinión respecto al grado de aplicabilidad del modelo determinista universal, tan venta­joso en algunas ciencias de la naturaleza, al mundo del pensamiento y las acciones huma­nas y al funcionamiento y la evolución de los sistemas sociales.7. 5. A un nivel de abstracción del discurso filosófico ligeramente inferior hallamos la pola­ridad de dos enfoques con respecto al estudio de grandes grupos de seres humanos. U n o de ellos (llamado "conductismo pluralista" por Don Martindale)8 supone más o menos cons­cientemente que la sociedad es una suerte de agregado de individuos, cada uno de los cuales puede explicarse por sus propias "carac­terísticas de origen" consideradas indepen­dientemente de las características y comporta­miento de otras personas, como en el análisis de los datos de encuestas. El otro enfoque da por supuesto que la sociedad o los grupos e instituciones sociales constituyen un sistema de elementosjnterdependientes, cuya natura­leza sólo puede conocerse adecuadamente tomando en cuenta sus contextos sistémicos.9 6. A u n cuando los científicos estén de acuerdo en que es esencial una perspectiva sistemática, algunos se muestran más inclina­dos a creer (siguiendo en esto a Spencer, Durkheim, Malinovski o Parsons) que las relaciones internas dominantes son aquellas que garantizan el funcionamiento armonioso y el equilibrio homeostático del sistema, mien­tras que otros manifiestan más simpatía por la idea tan plenamente destacada por Marx, Simmel, Coser, Dahrendorf y los neomarxis-tas contemporáneos de que el conflicto y la disfunción internos son las características esen­ciales de todo sistema social, en los niveles del macro y el microanálisis. 7. Si contemplamos las teorías que tratan del comportamiento social y de los modos de pensar y sentir del hombre acerca de sí mismo y del mundo social externo, también hallare­mos cierto número de dimensiones polariza­das que permiten situar diferentes enfoques y teorías. Por ejemplo, podemos creer (con Skinner y algunos conductistas radicales) que la naturaleza humana es básicamente reactiva, que los individuos reaccionan a estímulos externos y que los esquemas de recompensas y castigos que conforman las pautas de conduc­ta social aprendidas pueden ser captados de un modo similar al comportamiento de las ratas en un laboratorio experimental. Pero también podemos estimar, como los "psicólo­gos humanistas", que la naturaleza humana posee un potencial creativo y que el impulso hacia la autorrealización es más importante que la reacción al laberinto de trabas y coacciones impuestas por la estructura social y que la necesidad de intercambiar premios y castigos con otros conforme a determinadas reglas de justicia distributiva. 8. Otro aspecto distinto del compor­tamiento humano es el que se analiza gene­ralmente en la dimensión "racional-irracio­nal". 10 Aquí podemos creer, siguiendo a muchos "teóricos de la acción intencional", de Weber a Parsons y a los propugnadores con­temporáneos de la aplicación de modelos normativos de la teoría matemática de las decisiones a la explicación de las acciones humanas reales, que es el análisis de los motivos conscientes del comportamiento hu-