El documento resume los principales hallazgos de un informe sobre las emociones y valores del profesorado en España. El informe encontró que la mayoría de los profesores se sienten vocacionales pero poco valorados, y ven problemas como la falta de disciplina y esfuerzo de los estudiantes. El autor argumenta que la educación debe enseñar conocimientos, valores y ciudadanía, pero también otros saberes. Concluye que una mejor educación requiere invertir más en los profesores y reconocer el papel clave de los estudiantes.
1. PRÁCTICA 2. Seminario Sociología de la Educación (Máster).
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Carolina Gracia Labarta.
“Ser profesor”
El País, 3 de mayo de 2007
Joan Subirats, Catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona
En este artículo de prensa Joan Subirats reflexiona y nos hace reflexionar sobre el número 5 de los
Cuadernos de la Fundación SM, dedicado a Las emociones y valores del profesorado. Es un Informe que se
elabora a partir de una significativa encuesta a profesores de la educación obligatoria. Los datos
que Subirats resume de este Informe, en esencia, son:
1. Es un colectivo notablemente feminizado.
2. Es una profesión mayoritariamente vocacional: tres cuartas partes entienden que son profesores
porque les gusta enseñar.
3. Se sienten poco valorados. Les gustaría ver reconocida su labor como docentes.
4. Consideran que la educación ha empeorado. Añoran los años 70’ y 80’, considerándolos mejores
para la función docente.
5. Puntos difíciles de la educación (derivados del hecho de que falta colaboración de las familias,
falta una relación de confianza con los padres):
a. Disciplina en clase. Ésta se traduce en faltas de respeto.
b. Desarrollo socioafectivo. Ésta se refleja en falta de esfuerzo.
6. Alumnos:
a. Tienen buenas relaciones afectivas con los profesores: lo que más valoran son las
relaciones afectivas con ellos.
7. Profesores:
a. Se ven a sí mismos como optimistas y equilibrados.
b. Hay una orientación más profesional que vocacional en los aspirantes a profesor.
El autor llega a la conclusión de que, debido a los cambios sociales, hay menos confianza en
lo que cada uno puede hacer, y ello comporta una cierta crisis de identidad.
Reconoce que la situación es especialmente sensible en la fase de adolescencia en la que se concentran cambios
tecnológicos, económicos, familiares, de modelos de vida, etc. con cambios hormonales acelerados. Subirats habla
de los puntos difíciles de la educación planteados en el Informe.
Como respuesta a esta debilidad de la sociedad actual que refleja el Informe, Subirats plantea
que la misión de los docentes es transmitir conocimientos , valores y moral ciudadana. Desde mi perspectiva,
sin embargo, entiendo que la misión de los docentes no debe limitarse a transmitir conocimientos,
valores y moral ciudadana sino que, de forma global, debe consistir en enseñar los 4 “saberes”:
enseñar a “saber” (para saber hacer), a “saber ser/estar” (para saber valorar), a “saber hacer”
(para saber participar), a “saber aprender” (saber para conocer). A mi entender solo así
conseguirán los docentes que los alumnos tengan conocimientos, valores y moral ciudadana
propios y determinados, además de otros muchos más “saberes”, minorándose el riesgo de
adoctrinamiento. Coincido con Subirats en que sin emoción no hay educación y en que educar no es
sólo técnica. Creo como él que es necesario generar flujos de relaciones e incentivos que generen curiosidad y
ganas de aprender. También que es importante mantener esa actitud a lo largo de los años. Y por
supuesto y ante todo son necesarias ganas de enseñar.
El Informe es el pretexto de Subirats para hablar de la llamada sexta hora. Y digo pretexto porque
entiendo que del Informe no se deriva este tema. Ya que el autor lo trae a colación tan sólo
planteo que, desde mi punto de vista, esta hora debería servir para detectar los puntos flacos de
cada centro o hacer las apuestas docentes que cada uno considere. Lo importante es la calidad
2. de la enseñanza, cómo se invierta en ella el gasto público, las horas de formación pedagógica del
profesorado y la participación de la familia en el proceso educativo. Si es relevante en términos
pedagógicos, teniendo en cuenta que la educación cada vez tiene una atención más
personalizada del alumnado, si se traduce en tiempo eficaz para el alumno o alumna, creo que
siempre será positiva. Es una hora que debe organizarse y planificarse bien por cada centro, por
cada curso y por cada clase. Y eso es para mí lo difícil de esta hora.
Subirats termina su artículo planteando varias cuestiones. Considero, respecto a la primera, que
sí estamos a tiempo de mantener y fomentar la profesionalidad docente y la vocación genuina que
caracteriza a las tres cuartas partes del profesorado de hoy. Sin embargo creo, y discrepo en este
sentido con él, que la reserva de profesionalidad docente no sólo no se está agotando sino que se está
fortaleciendo. Se está enseñando a enseñar, a conocer cómo y qué piensa el alumnado de unas u
otras características, la importancia de los agentes sociales, de la comunicación. Creo que vamos
por buen camino.
Ese rescoldo de pasión y de buen hacer que plantea el autor creo que sí se contagia, y además se
contagia solo, si se “sabe hacer”. Además, entiendo que es necesario para mantener viva la
llama de esta profesión, una profesión que lleva en su ser una gran responsabilidad para con la
sociedad y que es, desde mi punto de vista, de las más enriquecedoras que puede haber.
Coincido con Subirats en que hemos de invertir de verdad en la educación pública de este país y en su
profesorado. Pero discrepo en su conclusión. No creo que sin buena educación y sin buenos profesores en el
país no haya sociedad que resista cohesionadamente demasiado tiempo. Más bien diría, siguiendo su línea,
que sin buena educación y sin buenos “alumnos” en el país no hay sociedad que resista
cohesionadamente demasiado tiempo. La educación tiene que sacar, desde dentro hacia fuera,
buenos alumnos, buenos ciudadanos. Ciudadanos independientes, honestos, autocríticos y
responsables, que sepan dialogar y que respeten la diversidad. El ciudadano, el alumno es el
núcleo. Por eso no creo que lo importante sea que haya que ayudar a que todos entiendan, o que
tengamos que estar dispuestos a reconocer el papel clave de los docentes sino que creo simplemente que
a quien hay que reconocer es al alumnado, su papel clave en la educación. Hay que
“invertir en educar”, en educar de verdad. Y para mí ello implica educar a profesores, educar a
padres y educar a alumnos, educarles a comunicarse entre sí, a socializarse, a colaborar entre
ellos en torno al bien del alumno o alumna en cuestión.
Las conclusiones para mí más relevantes del estudio son dos: (i) Los profesores se sienten poco
valorados y les gustaría ver reconocida su labor como docentes. Y ahí me planteo si quizá tengan algo que
ver en esto las familias; (ii) Existe una clara falta de confianza. Tanto entre los profesores y los
padres (y esto podría influir en las faltas de respeto al profesor) como entre los padres y los alumnos
o alumnas (que seguramente esté relacionado con el desarrollo socioafectivo y la falta de esfuerzo). La
escuela es una institución social clave para el desarrollo y educación del alumnado. En torno a
éste giran, dentro de la escuela, fundamentalmente, profesores, amigos y familia. El Informe
muestra una falta de retroalimentación entre profesores, padres y alumnos. Para mí de
nosotros, profesores, padres y alumnos, depende que la sociedad siga
cohesionada.
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