SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 21
Descargar para leer sin conexión
EL MIRLO
DEL MANDARÍN
 Y OTROS RELATOS
  DE SOLITARIOS
 Miguel Fernández-Pacheco




     A   B    A    B
EL MIRLO
DEL MANDARÍN
 Y OTROS RELATOS
   DE SOLITARIOS

Miguel Fernández-Pacheco




     A   B   A   B
ÍNDICE




                                             Prólogo .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	9
                                             Verdadera vida del anacoreta Ian Garí   .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	13
                                             Martirologio de la bella penitente   .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	41
                                             Tentaciones del estilita   .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	53
                                             El sustituto   .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	63
                                             En busca de las amazonas  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	73
                                             De los dones  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	89
© Miguel Fernández-Pacheco                   El caprino de Panticosa  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	99
©  e esta edición: Abab Editores
  D
  www.ababeditores.com                       Carta a Dios del jesuita Pedro del Paso  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	115
  info@ababeditores.com
                                             El mirlo del mandarín  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 	133
Diseño de la colección: Scriptorium, S. L.

ISBN: 978-84-612-5222-0
Depósito legal: M-13392-2012
Printed in Spain
PRÓLOGO




     Durante varios siglos —sobre todo, del iv al vi de nuestra
era— fueron los anacoretas una especie de fauna añadida a
la de los desiertos sirios o egipcios. Ascetas solitarios, peniten­
tes e iluminados de todas clases, sabios y analfabetos, santos e
impíos proliferaron en sus arenas como las serpientes, los
alacranes y las langostas.
     Abundaban entre ellos los sujetos atrabiliarios, especta­
cularmente singulares, que tanto podían presumir de santos
como de locos, pues la demencia —por influencia de ciertas
sectas orientales— estaba muy considerada en parte de sus
creencias.
     Los más asombrosos y mejor conocidos acaso fueran los
«estilitas», que, en un momento dado, se encaramaban al
capitel de una columna y permanecían sobre él temporadas
tan largas que algunos no volvían a bajar.
     Estaban además los «estacionarios», que se paraban en
un lugar determinado y no lo abandonaban prácticamente

                                                                 9
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                                                  Prólogo


nunca. Entre ellos, tal vez los más impresionantes eran los     personalistas y anárquicos y estimularon la creación de aba­
que, además, se negaban a sentarse o tumbarse y permane­        días con reglas fijas.
cían una gran parte de su vida de pie, permitiéndose descan-         No obstante, algunas formas cercanas al anacoretismo
sar solo de rodillas. Y hasta había quienes se obligaban a      continuaron más o menos vigentes durante toda la historia
sostenerse sobre un solo pie.                                   de la cristiandad, y aún hoy pueden apreciarse, pues aunque
    También existían los llamados «reclusos», que se encerra­   los seres humanos tienden a ser gregarios también existen
ban voluntariamente, a menudo de por vida, en torres sin        unos cuantos que, por una u otra razón, no soportan a sus
puerta, en sepulcros o en cisternas vacías.                     semejantes y se apartan de ellos con cualquier pretexto.
    Pero si algunos preferían inmovilizarse por completo,            Aquí se narran varias historias de misántropos de diver­
otros elegían el movimiento constante, como los anacoretas      sa orientación, para entretenimiento, y aun enseñanza, de
«vagabundos», que no paraban nunca de andar, ni de día ni       los que pudieran estar interesados en el tema.
de noche. De entre ellos eran muy de destacar los «salvajes»,
que, además, se despojaban de la ropa, andaban a cuatro
patas y pastaban la hierba, como el ganado, sin utilizar
siquiera las manos.
    Y no menos sorprendentes eran los «locos», quienes, con­
siderando la razón como enemiga de la fe, abominaban de
ella y se fingían dementes.
    Todos reaccionaban contra el paganismo, que en ese
tiempo permanecía vivo aún en la mayoría de las grandes
ciudades, sobre todo asiáticas, y propugnaban por eso que
únicamente en la soledad se podía alcanzar cierta perfección.
    Hubo innumerables justos, cuyas vidas pueden encon­
trarse todavía en los santorales cristianos. Pero también los
excesos de algunos hubieron de ser condenados por las auto­
ridades eclesiásticas, que, a partir de entonces, comprendie­
ron que la espiritualidad debía transcurrir por cauces menos

10                                                                                                                        11
VERDADERA VIDA
           DEL ANACORETA IAN GARÍ
                   Tradición catalana




    Soy Ian Garí, el pecador; pues, aunque en estas cum-
bres las gentes sencillas me tengan por santo más por
mis muchos sufrimientos que por mis escasos méritos,
no soy, en realidad, sino un miserable y abyecto peca-
dor, como habrás de ver si tienes la paciencia de escu-
char mi relato.
    Es la mía, historia más que divulgada; dicen que
anda en toda clase de aleluyas, y hasta que ha servido
de motivo a no sé qué retablo… Y precisamente por
eso, al estar, como si dijéramos, tan manoseada, es posi-
ble que la narración haya llegado a tus oídos algo mal-
trecha y aun amputada… De modo que la referiré una
vez más, pues siento el trance de mi muerte no tan leja-
no y quisiera dejar fehaciente memoria de ella antes de
llegar a él.
    Pecador, sí… Y pecador nefando… Cierto que fui
tentado por fuerzas notoriamente superiores a las mías,

                                                      13
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                    Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


pero aún más cierto que no fui capaz de resistirlas          do alcancé el uso de razón, comenzaron a enseñarme
y pequé, pequé monstruosamente.                              las verdades de nuestra sacrosanta religión, más con el
     Claro que tuve la suerte de arrepentirme enseguida,     cariñoso ejemplo que con pesadas prácticas o tediosas
y me consagré durante años a una penitencia tan mons-        disquisiciones, y así puede decirse que crecí en un clima
truosa como el crimen que había cometido…, aunque            propicio a la verdadera piedad.
eso, por mucho que digan estos rústicos, no me convier-          En mi adolescencia, mis padres tuvieron un trágico
te en santo.                                                 y violento fin, a manos de sus aparceros sublevados, y
     Es verdad que puedo curar, en ciertos casos y a cier-   yo fui recogido por unos compasivos monjes, que se
tas personas, y de ahí puede que venga parte de la con-      hicieron cargo de mí y se ocuparon de mi educación
fusión; pero de esos dones, nada se me debe atribuir a       religiosa, con todo el afecto que sus duras reglas les per-
mí, fragilísimo mortal, sino a aquel, más justo y más        mitían, a cambio de algunas deudas que tenían con mis
sabio, que actúa a través de mí, pues yo ningún mérito       fallecidos progenitores.
tengo en ello.                                                   Así alcancé los veinticinco años, pero llegado ese
     Solo la penitencia me ha salvado… por el momento,       tiempo, advertí que el coro y las tareas frailunas, la áspe-
sí; pero ¿quién me dice que no volveré a ser tentado? Y      ra sequedad del cenobio y su obligado hacinamiento, se
entonces… Esa es la duda que aún corroe mis días y mis       me habían ido volviendo más y más agobiantes.
noches.                                                          Sentía que mi alma se ahogaba entre sordas intrigas
     Y es que no sabes la clase de bestia que anida en       conventuales, reclamándome hacia la verdadera peni-
mí. Una bestia salvaje, a la que por otro lado conozco       tencia, la auténtica meditación y la contemplación cons-
demasiado bien, ya que llegué a perder casi por com-         tante de las maravillas del Supremo; por otro lado mi
pleto la dignidad, y hasta los usos, de los seres huma-      cuerpo tenía necesidad de espacios abiertos, de olor a
nos…                                                         tomillo y a resina, de aires de montaña.
     Pero habré de empezar por el principio: nací, poco          Así es que puse tal estado de ánimo en conocimien-
importa dónde, hace casi cien años. Vine al mundo en         to de mis superiores, quienes, tras ardua deliberación,
un hogar de gente honesta, discretamente pudiente y          me aconsejaron que intentara la vida del anacoreta, que
amorosa en extremo, que supo rodear mi más tierna            si no era la más recomendable para el común de los
infancia de cuidados y aun de mimos sin cuento. Cuan­        mortales, sí podía resultar conveniente para mí.

14                                                                                                                       15
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                   Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


    En fin, he de confesar a estas alturas que, ya en la     sos y cuanto doliente se pone bajo mis manos en esos
abadía, se habían puesto de manifiesto ciertas peculiari-    instantes sana de su enfermedad, ya sea física, ya moral.
dades mías, sobre las que no deseo extenderme pero               En fin, volviendo a mi relato, debo mencionar que
que no puedo dejar de consignar. Se trataba de la exce-      algunos de esos hechos extraños, que las gentes consi-
siva sensibilidad de mis nervios, que me había llevado a     deran milagros, se habían producido ya en el convento.
determinados trances, relacionados con los cuales se         Ya se había manifestado de modo patente aquella sin-
habían producido ciertas… curaciones.                        gularidad de mi extraño carácter, y eso pudo pesar en el
    Quiero que quede claro que no conozco ninguna cla-       ánimo de mis superiores, que aceptaron mis ansias de
se de ciencia terapéutica, no poseo conocimientos sobre      soledad y contemplación sin discutirlas en exceso, cons-
magia ni esoterismo alguno, ni soy un físico genial ni un    cientes quizás de que así me preservaban de envidias.
nigromante sapientísimo, como han llegado a decir.               De modo que un buen día, a lomos de un servicial
    Es más sencillo y más complicado que eso. Se trata       borriquillo moruno, más que mediadas las amplias alfor-
de que no puedo ver a un ser humano en estado más            jas con todo lo que aquellos santos varones tuvieron a
desesperado y afligido que el mío, pues la misericordia      bien ofrecerme, emprendí el camino de la serranía más
produce entonces en mí una suerte de convulsión inter-       alta que se conocía por aquellos contornos, que no es
na, por la cual, transido de amor por aquel prójimo          otra que esta de Montserrat, que nos cobija.
doliente y al mismo tiempo afligido por la inmensa               Existía la leyenda, inventada sin duda por griegos o
humillación del inocente Cordero Crucificado, entro en       romanos, de que una sirena, que aterraba el mar con sus
una especie de curioso trance. Noto, en esos casos, como     funestos cánticos, fue condenada por los antiguos dio-
si el corazón se me vaciara de la sucia sangre terrenal y    ses paganos a convertirse en montaña, y por culpa de
fuera llenándose de luz. Una luz poderosísima, verdade-      sus constantes lágrimas se produjeron las sorprendentes
ramente divina, que lo vuelve transparente, como una         estrías que dan carácter a estas piedras. Es decir, llegaba
radiante ampolla, iluminándome el pecho todo. Enton-         a unos cerros tallados por las lágrimas. Pero yo no pen-
ces, casi sin saber lo que hago, pues creo que la fuerza     saba entonces en tales cosas.
del Altísimo pasa simplemente a través de mí, curo a los         Llevaba cartas para el obispo de Barcelona y el
convulsos, hago hablar a los mudos, los tullidos se alzan    párroco de Monistrol. Ninguno de los dos puso objecio-
de los camastros, ven los ciegos, se descostran los lepro-   nes a mi proyecto y a los pocos días estuve instalado en

16                                                                                                                      17
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                   Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


una gruta parecida a esta. Poco traía conmigo, pues           taba de un depauperado leñador, que tosía sin parar,
siguiendo las indicaciones de San Jerónimo, padre de          escupiendo sangre, doblado bajo una carga muy supe-
los anacoretas cristianos, solo era dueño, a aquellas altu-   rior a sus fuerzas; otras, de un soldado perseguido, qui-
ras, del deslucido hábito que me cubría, un sobado            zás un desertor, con los miembros asaeteados y la
libro de oraciones y apenas unos mendrugos, pues lo           muerte en los ojos; en fin, hubo también que devolverle
que sacara del convento fue a parar a manos de otros,         la vista a un arcipreste de Monistrol, ciertamente un
mucho más menesterosos que yo, de los que infestaban          excelente sujeto, ciego por un estúpido accidente; y
Barce­ona y hasta Monistrol.
      l                                                       tampoco pude negarme a sanar al hijo de Calgut, un
    Pero estaba contento como unas pascuas. La gruta          berberisco bandolero que asolaba estos contornos. Cla-
era amplia, diáfana, abrigada de vientos, seca y ventila-     ro, así, poco a poco, mi fama de milagrero acabó por
da al tiempo, casi inaccesible, de modo que en ella me        perseguirme, dando al traste con la vida contemplativa,
sentí feliz como el pájaro de montaña, a quien no le preo-    razón principal de mi estancia en estas ásperas soleda-
cupa el incierto futuro. Contemplando, en ese primer          des. Aparte de que, con la afluencia de gente, empecé a
día, el dorado panorama que el atardecer me ofreció           comprender la contradictoria naturaleza humana. Había
desde mi nueva morada, entoné un cántico dando gra-           contrahechos que demandaban dinero, en lugar de que
cias al Señor por tantas maravillas como ponía a mi           los curara, había hombres sanos y fuertes que suspira-
alcance.                                                      ban por una cojera, o cualquier otra lacra, para vivir
    Así, casi dulcemente, medio sin darme cuenta, se me       cómodamente de las limosnas. Que hubiera feos que
pasaron volando los diez primeros años de anacoreta.          quisieran ser guapos parece casi natural, pero había
Mi vida se volvió tan sencilla y montaraz como la de las      también blancos que querían ser negros, mujeres que
cabras que a veces me rodeaban e incluso me dejaban           deseaban ser hombres y hombres que preferían ser
extraer­es la leche, cuando sus cabritos ya se habían
        l                                                     bestias.
hartado de ella. Y tal rusticidad me llenaba de alegría el        Individuos así y otros semejantes me perseguían
alma, y me ayudaba a avanzar en el camino de ascesis          ahora con una u otra suerte de aflicción a cuestas.
que me había impuesto.                                        ¿Quién era yo para quitarles la ilusión, cuando no la
    Pero lo de las curaciones no lo pude evitar, aparte       confianza en Dios? Conque hacía sin parar lo que ellos
de que al principio tampoco eran tantas. A veces se tra-      llamaban milagros, aunque el único milagro era su fe en

18                                                                                                                      19
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                  Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


mí. ¿Qué otra cosa podía hacer? Supuse que aquella              Observo a la joven que yace postrada en un palan-
sería la voluntad del Altísimo y me plegué a sus sagra-     quín, pálida y extenuada, entre un revuelo de damas
dos designios, no sin preguntarme en qué acabaría todo      sudorosas, pues, al parecer, hace poco que tuvo uno de
aquello y, eso sí, extremando mis mortificaciones para      sus más violentos ataques. El conde me suplica, me ofre-
que el demonio de la soberbia no me tentara.                ce, riega mis manos con sus lágrimas… Cojo las de la
     Pero he aquí que un día, precedido por sus pendones,   niña y esta me mira, juro que no con ojos de niña.
sus maceros y sus mesnaderos, el mismísimo conde de         Entonces se incorpora vivazmente y salta del palanquín,
Barcelona llega a las cercanías de la gruta con una comi-   plantándose frente a mí ante el asombro de todos. Se
tiva fastuosa de prelados, abades, damas y caballeros.      queda así un buen rato mirándome con aquellos ojos…
     Desciendo por estas breñas, disponiéndome a reci-      demoníacos. Cierro los míos y trato de sentir piedad por
birlos humildemente y nada más postrarme ante él, el        aquella criatura, de apenas doce años, que mira de tal
conde me muestra a su hija Riquilda, una hermosa ado-       modo. Solo consigo tener miedo. No soy capaz de con-
lescente, aquejada por un mal que los físicos de la corte   centrarme. Trato también de colocar mis manos sobre
no aciertan a conjurar.                                     su cabeza mientras empiezo a entonar una jaculatoria,
     Es el caso que hace semanas que se niega a hablar,     pero noto que se me abrasan y las retiro de golpe.
que solo come si se la obliga a ello, que inopinadamente    Entonces abro los ojos y veo que los labios de la des-
y sin motivo se echa a llorar o se desmaya, que se la ve    venturada, pálidos y febriles, se entreabren y por ellos
delirar, hablando una extraña lengua, tanto despierta       asoma, ¡qué horror!, la cabeza de una verdosa y maligna
como dormida, que se queja de escuchar voces que no         serpiente que surge lentamente de su boca y comienza
son de este mundo y que a veces cae en espantosas cri-      a descender, reluctante y asquerosa, por la barbilla, el
sis que la hacen chillar y gemir durante horas, no          cuello, el seno de la joven…
pudiendo entonces dejarla sola ni un momento, pues ya           Las gentes del conde lanzan un ¡oh! aterrado. Varios
ha atentado varias veces contra su vida. Naturalmente,      caballos se encabritan. Los perros del cortejo aúllan
tras agotar todos los recursos de la ciencia, tanto los     lúgubremente. Espantado, comienzo a balbucear fórmu-
lícitos como los menos lícitos, el propio obispo don        las de exorcismo al tiempo que esgrimo mi crucifijo.
Evildo la ha sometido a un severo exorcismo, que tam-       Entretanto, el serpentón, más largo que mi brazo, des-
poco ha obrado en la desdichada ninguna mejoría.            ciende por las caderas y las piernas de la muchacha, llega

20                                                                                                                     21
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                   Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


al suelo y se pierde en la maleza a toda velocidad, esqui-    y porque, además, considera que el aire de aquellas
vando el dardo que le lanza un ballestero del conde.          montañas sienta muy bien a su hija.
    La doncellica sonríe y rompe a hablar:                        Protesto aduciendo que soy un solitario y que nunca
    —Gracias, buen padre, por el gran servicio que me         en más de diez años he dormido cerca de nadie (he
habéis hecho. Siempre os estaré reconocida y ro­ a­é  g r     hecho en ese sentido un voto especial de soledad), pero
por vos todos los días de mi vida —dice con tono sose-        el conde no se deja convencer por mis argumentos, dice
gado y delicado acento.                                       que los obispos me dispensarán del voto, que la cosa
    Luego se postra de rodillas ante mí y reza; también       está ya decidida, que él y sus gentes acamparán en
se postran los atónitos presentes, prorrumpiendo en           Monistrol y, mientras esperan a la joven, batirán una
gozosas aclamaciones. A mi vez trato de arrodillarme          manada de jabalíes que anda haciendo destrozos por
para agradecer al Altísimo aquella muestra de su poder        aquellos contornos.
aun a través de un sujeto tan confuso como yo, pero me            No me atrevo a poner más objeciones y el plan se
lo impide el conde, quien me abraza efusivamente. Tam-        ejecuta como ha decidido el poderoso. Tras una sabrosa
bién lo hace su esposa y unos cuantos de sus allega-          comida campestre que apenas puedo probar, se despi-
dos. De los caballeros y eclesiásticos que le acompañan,      den todos de la muchacha, que queda confiada a mi
unos me bendicen y otros reclaman mi bendición, este          cuidado durante algunos días. En mi vida me he visto
me palmea, aquel me achucha, el otro me besa la mano          en semejante aprieto.
o la orla del hábito y hasta hay quien empieza a hacer            La chica está bien, habla fluidamente, incluso algo
jirones de mi capa para repartirla como una reliquia          más de lo conveniente, sonríe con encanto, es amable,
entre los asistentes, por lo que mi confusión va en           aunque me muele a incisivas preguntas que no siempre
aumento.                                                      puedo contestar.
    Adviértelo el conde y me separa de todos ellos. Lle­  -       La noche empieza a caer. No poseía, en aquel tiem-
vándome bajo las frondas de un copudo olmo me                 po, más luz que la del fuego que ardía siempre en mi
muestra de nuevo a la niña, cuya mirada vuelve a ser de       gruta. Le ofrezco a la jovencita algunos de los alimentos
niña, y se manifiesta deseoso de que se quede algunos         que, en exceso evidente, han dejado aquí sus padres,
días conmigo para que, instruyéndola en la fe y la pie-       pero me dice que ha pensado ayunar mientras esté con-
dad, consolide el triunfo que he logrado contra Satanás;      migo. Rezamos juntos algunas preces vespertinas que

22                                                                                                                      23
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                 Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


conoce bien y dice con expresiva entonación. Luego le       extrañeza. ¿Quién vivirá entre esta inmundicia? Me lan-
doy pieles de cabra con las que se acomoda una yacija y     zo hasta los alimentos que antes desdeñé y los devoro
se acurruca entre ellas, sin importarle demasiado su ves-   con gula, para mí ya desconocida. ¿Y esa niña? A fe que
tido de seda y brocado. Al cabo cae en un sueño pro-        es hermosa y delicada. ¿Y si, sorprendiéndola dormida,
fundo.                                                      me aprovechara de su candor? Claro que podría saber-
    No tengo costumbre de dormir mucho. La noche            se, pero ¿quién iba a decirlo? ¿Ella? Hasta hace poco
suele ser excelente para la meditación y apenas descan-     estaba tan confundida, que todo acabaría por parecer
so algunas horas al amanecer, en las que no siempre         ilusión del delirio. Y si no, siempre conseguiría disfra-
duermo. De manera que trato de abismarme en mis             zarlo de exorcismo. ¿Acaso yo, que llevo casi cuarenta
pensamientos. De repente escucho un crujido leve y, a       años sin tocar a una mujer, no me merezco un bocado
la fría luz de la luna, observo con estupor que la malig-   así de principesco?
na serpiente, que por la mañana se refugió entre las            Me acerco, su piel es tersa; iluminada suavemente
frondas, surge de nuevo de ellas y, erguida y sibilante,    por el fuego parece refulgir. Pongo mi mano sobre ella,
me observa con sus ojos amarillos. Después se lanza         su calor me fascina. Me estremezco sensualmente. ¿Qué
hacia donde duerme la niña. Me interpongo con deci-         duda cabe de que su cuerpo, aunque mudo, reclama
sión en su camino, con el palo que suelo usar para          una satisfacción que nadie mejor que yo puede darle?
espantar escorpiones y culebras, pero eso no parece         Un ardor tan delicioso que sin duda la compensará de
impresionarla. Vuelve a erguirse, a pocos centímetros de    todas sus miserias. Comienzo a acariciarla. No se des-
mí, y me doy cuenta de que no puedo apartar mis ojos        pierta, antes bien parece que recibe mis caricias con
de los suyos. Ojos diabólicos, que me hechizan, recor-      cierto placer. Quién sabe si no será ya una maestra en
dándome los de la poseída. Ojos que me paralizan.           determinadas prácticas. Su cuerpo, firme y suave, como
Entonces se lanza como un rayo y hunde sus colmillos        fruta madura, hace pensar en las huríes con las que sue-
en mi muñeca, apenas una fracción de segundo, pero lo       ñan los musulmanes.
suficiente para que mi vista se nuble y caiga al suelo          De repente se despierta, lanza un grito desgarra-
desmayado.                                                  dor y trata de escapar. Se lo impido con brusquedad,
    Cuando me recupero soy otro. ¿Qué siniestro vene-       asombrado de mi fuerza… y la poseo, la poseo brutal-
no ha podido inocularme? Miro mi propia gruta con           mente, dos, tres veces me derramo en ella; me recreo

24                                                                                                                    25
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                   Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


en hacerlo contra natura, mientras la maltrato, ya inne-         Porque mientras, enloquecido, trataba de salir de allí
cesariamente, pues, aterrada y como muerta, se entre-        sin conseguirlo, mi agotamiento y mi espanto aumenta-
ga a mis manipulaciones, y al fin, en un arrebato de         ban, y la noche transcurría demasiado deprisa.
pasión incontenible, la estrangulo y, tras contemplar            Al fin, con las primeras luces del alba, cuando ya
cómo exhala el postrer aliento, caigo exhausto a su          desfallecía, he aquí que, en medio de insoportables
lado.                                                        dolores de vientre, entre monstruosas arcadas, vomito,
     Pero aún me revuelco en el cieno. La recuerdo por       junto a cuanto había devorado inmoderadamente aque-
la tarde con aquellos ojos de ramera viciosa y vuelvo a      lla noche, la asquerosa serpiente que, sin duda intro­
excitarme, volviendo a poseer su cadáver, ya frío y amo-     duciéndose por mi boca mientras estuve inconsciente,
ratado. Después, con mis propias manos, excavo una           había envenenado mis pensamientos y confundido mis
fosa a pocos metros de la gruta y la entierro, cuidando      potencias todas.
de disimular la tumba con piedras y ramas y, sintiéndo-          Entonces, y solo entonces, amaneció también en mi
me aún febril, imbuido por la idea fija de escapar de        interior y comprendí la enormidad de mi pecado y, llo-
allí, me pongo en marcha en dirección a Barcelona,           rando lágrimas de sangre, golpeándome el pecho con
evitando Monistrol, en cuyas inmediaciones se ven las        filosos cantos y arrancándome los cabellos, me arrepentí
fogatas de los soldados del conde.                           y clamé al cielo, al que poco antes había ofendido irre-
     Pero es inútil, por más que trato de alejarme del       parablemente.
lugar no consigo sino regresar a él y, aunque intento            Creí notar, en esos momentos, cómo descendía sobre
ensayar nuevos caminos, siempre mis pasos, sin que           mí un rayo de cegadora luz y escuché una voz que, muy
acierte a entenderlo, acaban trayéndome al mismo sitio       dentro, me dijo:
del que partí.                                                   —Inmensa es tu culpa, miserable Ian Garí, e inmensa
     ¡Ay, muchacho! Ojalá me ilumine el Todo­ oderoso
                                                 p           ha de ser la penitencia que borre su mancha. Solo el
para que acierte a contarte, pese a mi torpeza, los horro-   Sumo Pontífice podría imponértela. Ve a Roma y confié-
res que llegué a sentir aquella noche maldita, pues temo     sate con él.
que mis padecimientos o no son para descritos o resul-           Entonces, pese a que casi no podía tenerme en pie,
tan harto difíciles de entender para quien no ha llevado     me encaminé a Barcelona, y esta vez sí que encontré el
al mismísimo diablo en las tripas.                           camino con suma facilidad.

26                                                                                                                      27
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                 Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


    Ya en su puerto, cuando suplicaba a unos marineros      pocas cosas que en ese sentido me puedan asustar; pero
que me permitieran embarcar con ellos rumbo a Italia,       tus faltas son enormes. Has quebrantado tus sagrados
me sorprendieron sus gestos de asco y aún más sus           votos, traicionado la buena fe de un padre y mancillado
palabras:                                                   a una inocente doncella, a la que asesinaste luego con
    —¡Lárgate de aquí, leproso, o tendremos que echarte     cruel saña. Pero, con ser pecados muy graves, ninguno
del muelle a pedradas!                                      es superior al escándalo que has causado a los buenos
    Corrí entonces a contemplarme en las oscuras aguas      creyentes que te tenían por un santo. Verdaderamente
y pude apreciar que, en efecto, mi cara y mi cuerpo esta-   has escupido a la misma cara de Dios Nuestro Señor,
ba cubierto de pústulas que, en mi agitación, no había      apretado aún más su dolorosa corona de espinas, azota-
advertido.                                                  do sus carnes maceradas con satánica delectación…
    Así me decía el Altísimo que mi viaje a la ciudad           Golpeando mi cabeza contra el suelo le interrumpí
santa no había de ser tan cómodo como me figuraba:          entre sollozos:
por desiertos caminos, haciendo sonar una campana, sin          —¡Ay de mí! ¡Entonces, solo me espera la eterna con-
acercarme nunca a poblado y escuchando cómo los             denación!
perros aullaban al percibir el hedor de mis carnes              —No he dicho yo tanto, pues todo pecado, por horri-
corrompidas, tuve que caminar más de un año hasta           ble que sea, puede perdonarse, mas la penitencia ha de
conseguirlo. Y cuando al fin traspasaba sus puertas,        ir en consonancia con la culpa.
como el más doliente de los peregrinos, noté que, asom-         —Imponédmela, por rigurosa que sea, pues solo
brosamente, las asquerosas pústulas que me cubrían el       deseo vivir para cumplirla.
cuerpo desaparecían como por ensalmo, encontrándo-              —Bien, puesto que te has comportado como una ver-
me sano tan de súbito como había enfermado.                 dadera bestia, vive ahora como una bestia verdadera.
    No fue precisamente fácil que el Santo Padre me         Albérgate en las selvas, como fiera, aliméntate como ali-
oyera en confesión y, cuando al fin lo hizo, no encontré    maña, cobíjate como bicho inmundo hasta que el cielo
en sus palabras mucho consuelo:                             pueda perdonarte.
    —Poseo ciertamente —me dijo— un gran conocimien-            —¿Y cómo sabré que he sido perdonado? —inquirí aún.
to de las lacras del hombre y podría decirte que, tanto         Sumiose entonces el Sumo Pontífice en beatífica
por mi edad como por mi dilatada experiencia, hay           meditación, entrecerró los párpados y llevó su mano a la

28                                                                                                                    29
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                     Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


frente. Durante más de un minuto guardó silencio y lue-       fallaran las fuerzas antes que a ellos la paciencia. Cierta-
go añadió:                                                    mente, aunque no se me ocurriera hasta ese momento,
    —Un recién nacido te hablará y entonces sabrás que        tampoco las bestias están familiarizadas con la práctica
tus sufrimientos han sido bastantes.                          invención del vestido, así es que, en completa desnudez,
    Salí de allí consternado, pero dispuesto a cumplir tan    padecí durante años —hasta que mi cuerpo comenzó a
penosa penitencia con absoluta determinación.                 cambiar— inimaginables fríos. Nunca las fieras han coci-
    Y así, durante años y años me oculté en las más espe-     do ni asado sus alimentos, sino que los consumen allí
sas selvas, abrevé el agua de los fríos manantiales y pasté   donde los hallan y en el estado que los encuentran, de
la hierba de los montes sin siquiera permitirme la ayuda      modo que yo, que no sospechaba anteriormente que tal
de las manos. Jamás pensé que tal calvario llegara a ser      cuestión tuviera mayor importancia, hube de sufrir lo
tan duradero, pues imaginaba que acabaría pron­o, devo-
                                                  t           indecible hasta que mi estómago se hizo a lo que la
rado por alguna de las fieras que abundaban en la foresta.    naturaleza le proporcionaba.
    Pero fue mucho peor.                                           En ese sentido hubo un momento, a poco de empe-
    ¿Cómo describir los tormentos que, incluso para un        zar a asilvestrarme, en el que, enloquecido por el ham-
anacoreta familiarizado con la mortificación, supone la       bre, llegué a decirme que devoraría cualquier cosa comes-
adaptación a una existencia silvestre? Temo no ser capaz      tible que se cruzara en mi camino, y era tal mi ansiedad
de lograrlo con propiedad.                                    que durante un tiempo no hice ascos ni a los viscosos
    Enseguida se me hizo evidente algo en lo que nunca        peces, ni a los limosos crustáceos, ni siquiera a los babo-
antes había pensado, y es que los seres no dotados de         sos caracoles crudos; pero en una ocasión en la que la
alma se distinguen de nosotros, sobre todo, por su des-       desesperación me empujó a tratar de desgarrar entre
conocimiento del benéfico don del fuego, y de esa sola        mis dientes a un todavía palpitante lebrato, que por azar
peculiaridad me vinieron no pocas incomodidades y             había caído entre mis garras —pues de otra forma no
aun espantos. No son para contadas las gélidas noches         podían llamarse ya mis en­orpecidas manos—, al sentir
                                                                                          t
invernales que hube de pasar aterido, agarrándome             su caliente sangre resbalar por mis labios, una luz cega-
confusamente a la rama más alta de algún árbol, en tor-       dora me paralizó y escuché a mi voz interior decirme:
no a cuyo tronco daba vueltas una manada de lobos, tan             «Si comienzas por matar seres vivos y nutrirte de lo
hambrientos como yo, y con la esperanza de que me             que tiene sangre, pronto acabarás siendo la más feroz

30                                                                                                                        31
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                  Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


de las alimañas de estas soledades, pues no en vano has     y luego de hirsuta y áspera pelambre. La cara y la escasa
mostrado más talento para el mal que ninguna de             piel que dejaba libre semejante pellica se habían torna-
ellas… Aliméntate más bien de los frutos que la tierra,     do amojamadas, ennegreciéndose de tal modo que lle-
espontáneamente y sin dolor, te ofrezca».                   gó un momento en el que ya nadie me habría tenido
    Así lo hice a partir de aquel día.                      por persona.
    Me arrimé a las manadas de ciervos y gamos que              Estos extremos, a los que tardé casi una década en
pastaban por aquellos contornos y observé el modo en        llegar, coincidieron con el momento culminante de mi
que comían. Me fijé en qué hierbas eran codiciadas por      adaptación a la vida silvestre. Gracias a tales transforma-
ellos y de cuáles se apartaban, y así fui evitando las      ciones, las zarzas ya no me arañaban la piel, ni los gui­
terribles purgas de mis primeros días como animal vege-     jarros me destrozaban pies y manos, ya no temía las frías
tariano, cuando aún no distinguía lo saludable de lo        noches ni los calurosos días, había aprendido a esquivar
venenoso.                                                   a los grandes carnívoros y a los no menos feroces hom-
    El asimilarme a los cérvidos, que llegaron a conocer-   bres y comenzaba al fin a sobrevivir tranquilo, como
me y aun a tolerarme, al fin, entre ellos, fue causa de     cualquier bestia, cuando consternado, caí en la cuenta
que acabaran por afligirme sus propios males. Se volvió     de que si bien mi piel se había curtido y mis músculos
habitual que osos y lobos anduvieran tras de mí y más       se habían vuelto poderosos, mi intelecto, a fuerza de no
de una vez fui batido por feroces realas, de las que solo   usarlo sino en menesteres harto simples, se había ido
me salvó mi habilidad como nadador y la mucha agua          también embotando, envileciéndose hasta tal punto que
que por aquellas espesuras corría.                          no me permitía, a veces, ni siquiera recordar las preces
    Mas he de decir también que mis miembros se habían      que durante tantos años había repetido para consuelo
ido endureciendo, fortaleciéndose de tal modo que           de mi alma.
podía correr más deprisa que cualquier hombre y hasta           Mucho más que haber llegado a convertirme en un
que muchos perros, si bien para conseguirlo, sobre todo     completo animal, me llenaba de horror la posibilidad de
en terreno accidentado, tenía que acabar por ayudarme       perder ese último destello de humanidad que supone la
de los brazos, con lo que di en andar a cuatro patas, al    memoria, la inteligencia, la voluntad…, el noble ejerci-
final casi constantemente. Mi cuerpo se había ido entre-    cio, en fin, de las facultades mentales, que a partir de
tanto cu­ riendo, poco a poco, primero de suave vellón
         b                                                  ese momento hube de consagrarme a apresar para que

32                                                                                                                     33
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


no escaparan del todo, dejándome la mente ruda de          guido por su aliento carnicero. Pero a los pocos metros
una fiera.                                                 me descubro atrapado por finas redes que me apresan
    Y pasaba el tiempo. Un tiempo que progresivamente      más cuanto más pugno por escapar de ellas. Vigorosos
había ido dejando de medir y que se había, por tanto,      monteros detienen con silbidos y golpes de traílla a los
convertido en una nebulosa indeterminada, donde se         perros cuando me acometen y, pese a la protección de
suce­ ían los días y las estaciones en una monotonía
     d                                                     las redes, amenazan con acabar conmigo.
bestial.                                                        Al descubrirme, los cazadores son presa del estupor,
    Entretanto había ido desplazándome de unos bos-        preguntándose —en una lengua que entiendo— qué cla-
ques a otros, sin saber tampoco nunca a ciencia cierta     se de animal puedo ser. Trato de decirles que soy cris-
dónde me encontraba, pero insensiblemente atraído por      tiano y que por mis pecados me ven de tal guisa, pero
los cercanos al mar, cuya contemplación, cuando podía      de mi boca solo salen gemidos bestiales, aullidos inhu-
permitírmela, me llenaba el corazón de gozo y cuya bri-    manos…, ni una sola palabra. Hace tantos años que no
sa, aun respirada de lejos, me inundaba de paz.            empleo mi voz sino para gritar, que pareciera que se ha
    Así, un buen día, después de uno de esos traslados,    enmohecido en mi garganta, embrutecida como mi
pude apreciar que el ambiente que me rodeaba me            cerebro.
resultaba extrañamente familiar y a poco comprendí              Me encadenan y, atado a una mula, como espécimen
que había llegado a los bosques de mi infancia, no leja-   curioso y digno de verse, soy conducido, a través de
nos de la gran ciudad de Barcelona.                        Barcelona, al mismísimo palacio de su conde, entre el
    Allí, embargado por mil dulces recuerdos de mi         asombro y el temor de las gentes de la ciudad. Llegado
olvidada y placentera niñez, que de golpe me asaltaron,    allí, escucho que el noble señor almuerza en el salón del
descuidé mi habitual vigilancia y, una mañana, en la que   Tinell, con muy principales invitados. Se me ata a una
arropado por los primeros rayos del sol dormía aún, me     columna y se le dice a un lancero que me vigile.
vi rodeado de feroces perros que ladraban en torno a            Lo fatigoso de la marcha, las heridas de los perros,
mí, sin atreverse aún a atacar, pero mostrando ya los      que tanta sangre me han hecho perder, y las encontra-
ávidos colmillos.                                          das emociones que se agolpan en mi pecho, me tienen
    Dormido todavía, doy un salto y trato de escapar       desfallecido. La vista se me nubla, me zumban los
arrojándome entre lo más tupido de la maleza, perse-       oídos, y el corazón parece querer salírseme por la boca.

34                                                                                                                   35
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                    Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


     Sintiéndome morir hago con mi propia sangre una          za, con un recién nacido envuelto en encajes, que al
cruz en las losas del patio y me arrojo sobre ella mur-       fijarse en mí levanta sus bracitos y se yergue sobre el
murando el nombre de Jesús. Luego me desvanezco.              regazo de la matrona, con energía impropia de sus esca-
     Despierto rodeado de gente que me arroja agua a la       sos meses, pareciendo que me señala.
cara. Entre ellos distingo a un alto dignatario de la Igle-        Caigo de rodillas y tiendo mis brazos hasta los suyos
sia, que señala la sanguinolenta cruz y dice haber escu-      y entonces, en el pesado silencio que se ha hecho en la
chado de mis labios el nombre de Nuestro Señor. Obe­          sala, se escucha una voz sobrenatural, como de arcángel,
deciendo sus órdenes me suben, casi en volandas, al           que surgiendo de los labios del recién nacido dice así:
gran salón donde comen los poderosos y me dejan allí,              —Levántate, Ian Garí, pues has encontrado gracia a
cargado de cadenas, expuesto en medio de la gran U            los ojos de Dios, que ha perdonado tus pecados.
que forma la mesa, tan débil que todo se me antoja un              Exclamaciones de estupor recorren la sala. De pie, el
sueño.                                                        conde, imponente con su veste bordada de oro y su
     Como a través de una neblina, contemplo extasiado        melena plateada ceñida por áurea corona, se lleva las
los brillos áureos que, de los platos y copas, arrancan las   manos a la cabeza. Por su expresión parece recordar mi
múltiples luminarias con las que la mesa se adorna, y         nombre y en sus ojos brilla la cólera, pero, como abati-
que relucen, entre cascadas de flores y frutos, rodeadas      do por un mazazo, cae de nuevo en su sillón. Al fin se
de fuentes donde aún hierven los asados con ambarinos         levanta trabajosamente y se dirige hacia mí.
destellos.                                                         —Sí, yo soy Ian Garí —y me sorprendo de escuchar
     Al otro lado de la mesa empiezo a distinguir los         mi antigua voz, que milagrosamente ha retornado a mi
argentinos brocados, el fulgor de los corales y el oriente    garganta—; el pecador, el más vil de los anacoretas, el
de las perlas. De los comensales me asombran sus sedo-        asesino de vuestra hija, el violador de vuestra honra,
sas melenas y sus rostros noblemente acicalados, que          el verdadero maldito… Mi vida os pertenece, os perte-
miran con horror el mío, cubierto de polvo y costras          nece desde hace mucho, pero hasta hoy no he podido
sanguinolentas, mientras el prelado habla de hombres-         entregárosla. Quitádmela aquí mismo si os place.
lobo, de poseídos y de monstruos de la naturaleza.                 Gruesas lágrimas surcan las mejillas del conde.
     Pero he aquí que al lado de una noble dama, que               —Si Dios te ha perdonado, ¿cómo no voy a perdo-
relumbra toda ella como una joya más, veo a una nodri-        narte yo? Levántate, Ian Garí, pues si grandes fueron tus

36                                                                                                                       37
El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios                                 Verdadera vida del anacoreta Ian Garí


pecados, no menores parecen las penitencias que por         pronto volví a ser molestado por los necesitados de
ellos padeciste. Ea, que laven y curen tus heridas, pues    milagros. Si esa es la voluntad del Altísimo, no seré yo
me honro en Jesucristo de que seas mi huésped.              quien me niegue.
     En efecto, restañaron misericordiosamente mis heri-        Poco a poco mi pelaje fue desapareciendo, volví
das. También me bañaron, me cortaron lo mejor que           paulatinamente a andar sin ayudarme de las manos y
supieron las ásperas crines, los enmarañados cabellos, la   hasta parece que mi cabeza se clarificó algo, aunque
revuelta barba y las endurecidas uñas. Probaron luego a     temo que nunca volverá a ser la que fue, pues los años
que me enderezara, lo que me resultó no poco trabajo-       no pasan en balde.
so, poniéndome las más ricas vestiduras que permitió            Figúrate cuántos debo de haber cumplido ya.
mi humildad de monje, y finalmente me introdujeron              En fin, lo cierto es que he perdido por completo la
de nuevo en la sala del banquete, que continuaba en         cuenta, pues dejé de ocuparme del tiempo en mi época
todo su esplendor, mandándome sentar en un sitial           selvática y es algo que ya nunca he querido recuperar
reservado al lado del conde.                                después, porque, en definitiva, ¿qué es el tiempo? Algo
     Ni que decir tiene que no pude probar bocado de        bastante vano, como todas las humanas concepciones.
cuanto se sirvió en aquella mesa, pero era tal mi dicha         Como te dije al principio, siento cercana la hora de
por sentirme de nuevo humano que apenas lo noté.            mi muerte, que espero con alegría, pues nunca aprendí
     Tras una noche de descanso reparador, al frente de     a amar este valle de lágrimas y fío todas mis esperanzas
una vistosa comitiva donde marchaba lo más significati-     en la vida eterna.
vo de la corte, ascendimos a los riscos de Montserrat y         Recuerda bien cuanto te he contado por si algún día
allí, como colofón de tantos prodigios, encontramos         has de referirlo a las gentes.
sobre la tumba de la inocente Riquilda una hermosa              Y ahora, vete en paz. Yo te bendigo.
imagen que solo milagrosamente pudo haber llegado a
dicho lugar. Es La Moreneta, que hoy puedes admirar en
esa basílica.
     Por mi parte me instalé en una nueva gruta y conti-
nué mi existencia de anacoreta consagrado a la contem-
plación de Dios. No dejó de conocerse mi regreso y

38                                                                                                                    39
Esta edición de
      EL MIRLO DEL MANDARÍN
        es la primera de un original
  escrito en San Lorenzo de El Escorial
             entre 1993 y 1994.
Se compuso en Bodoni Old Face BE Regular
     y se acabó de imprimir en 2012




       ASPICIUNT SUPERI
Durante varios siglos —sobre todo del cuarto al

sexto de nuestra era—, en algunos desiertos, sirios o

egipcios, ascetas solitarios, penitentes e iluminados

de todas clases, sabios y analfabetos, santos e impíos,

proliferaron como las serpientes, los alacranes y las

langostas.

   Abundaban entre ellos los sujetos atrabiliarios,

espectacularmente singulares, que tanto podían presu-

mir de santos como de locos, pues la demencia —por

influencia de ciertas sectas orientales— estaba muy

considerada en parte de sus creencias.

   Aquí se narran varias historias de misántropos para

entretenimiento, y aun enseñanza, de los que pudieran

estar interesados en el tema.




                    I S B N 978-84-612-5222-0




                    9   788461 252220

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

EL SISTEMA (1970) Carmen Llorca
EL SISTEMA (1970) Carmen LlorcaEL SISTEMA (1970) Carmen Llorca
EL SISTEMA (1970) Carmen LlorcaJulioPollinoTamayo
 
La bomba debajo del pecho matias sanchez ferre
La bomba debajo del pecho   matias sanchez ferreLa bomba debajo del pecho   matias sanchez ferre
La bomba debajo del pecho matias sanchez ferreaeroxis
 
Ejercicios de Lamaseria
Ejercicios de LamaseriaEjercicios de Lamaseria
Ejercicios de LamaseriaJORGE BLANCO
 
Eu coñezo a miña herdanza asorey 12-12-12
Eu coñezo a miña herdanza  asorey 12-12-12Eu coñezo a miña herdanza  asorey 12-12-12
Eu coñezo a miña herdanza asorey 12-12-12iesasorey
 
Las Tres Montañas - Samael Aun Weor
Las Tres Montañas - Samael Aun WeorLas Tres Montañas - Samael Aun Weor
Las Tres Montañas - Samael Aun WeorMD-DA
 
BéCquer Historia De Una Mariposa Y Una ArañA
BéCquer   Historia De Una Mariposa Y Una ArañABéCquer   Historia De Una Mariposa Y Una ArañA
BéCquer Historia De Una Mariposa Y Una ArañAPalau Lax
 
Francisco de Quevedo, poesías
Francisco de Quevedo, poesíasFrancisco de Quevedo, poesías
Francisco de Quevedo, poesíasalmujarillo
 
Exercici6_Torres Leon, Roser
Exercici6_Torres Leon, RoserExercici6_Torres Leon, Roser
Exercici6_Torres Leon, RoserRoslithV
 
Carta de una vida de Alexa
Carta de una vida de AlexaCarta de una vida de Alexa
Carta de una vida de AlexaCruella Devil
 

La actualidad más candente (17)

EL SISTEMA (1970) Carmen Llorca
EL SISTEMA (1970) Carmen LlorcaEL SISTEMA (1970) Carmen Llorca
EL SISTEMA (1970) Carmen Llorca
 
La bomba debajo del pecho matias sanchez ferre
La bomba debajo del pecho   matias sanchez ferreLa bomba debajo del pecho   matias sanchez ferre
La bomba debajo del pecho matias sanchez ferre
 
El espejo humeante
El espejo humeanteEl espejo humeante
El espejo humeante
 
Una larga cola de acero fpmr
Una larga cola de acero fpmrUna larga cola de acero fpmr
Una larga cola de acero fpmr
 
377
377377
377
 
Ejercicios de Lamaseria
Ejercicios de LamaseriaEjercicios de Lamaseria
Ejercicios de Lamaseria
 
Eu coñezo a miña herdanza asorey 12-12-12
Eu coñezo a miña herdanza  asorey 12-12-12Eu coñezo a miña herdanza  asorey 12-12-12
Eu coñezo a miña herdanza asorey 12-12-12
 
El manuscrito de los 6 poderes
El manuscrito de los 6 poderesEl manuscrito de los 6 poderes
El manuscrito de los 6 poderes
 
Anonimo el manuscrito de los 6 poderes
Anonimo   el manuscrito de los 6 poderesAnonimo   el manuscrito de los 6 poderes
Anonimo el manuscrito de los 6 poderes
 
Señor Nadie - "Paper (poesia de academia)"
Señor Nadie - "Paper (poesia de academia)"Señor Nadie - "Paper (poesia de academia)"
Señor Nadie - "Paper (poesia de academia)"
 
Las Tres Montañas - Samael Aun Weor
Las Tres Montañas - Samael Aun WeorLas Tres Montañas - Samael Aun Weor
Las Tres Montañas - Samael Aun Weor
 
BéCquer Historia De Una Mariposa Y Una ArañA
BéCquer   Historia De Una Mariposa Y Una ArañABéCquer   Historia De Una Mariposa Y Una ArañA
BéCquer Historia De Una Mariposa Y Una ArañA
 
Francisco de Quevedo, poesías
Francisco de Quevedo, poesíasFrancisco de Quevedo, poesías
Francisco de Quevedo, poesías
 
Exercici6_Torres Leon, Roser
Exercici6_Torres Leon, RoserExercici6_Torres Leon, Roser
Exercici6_Torres Leon, Roser
 
Yo conozco mi herencia
Yo conozco mi herenciaYo conozco mi herencia
Yo conozco mi herencia
 
No 09 del_15_al_18_abril
No 09 del_15_al_18_abrilNo 09 del_15_al_18_abril
No 09 del_15_al_18_abril
 
Carta de una vida de Alexa
Carta de una vida de AlexaCarta de una vida de Alexa
Carta de una vida de Alexa
 

Destacado

Natural Sport Language Chino mandarín
Natural Sport Language Chino mandarínNatural Sport Language Chino mandarín
Natural Sport Language Chino mandarínNatural Sport Language
 
Yamin Ma & Xinying Li: Teaching Chinese as a foreign language - 马亚敏、李欣颖国际汉语教学...
Yamin Ma & Xinying Li: Teaching Chinese as a foreign language - 马亚敏、李欣颖国际汉语教学...Yamin Ma & Xinying Li: Teaching Chinese as a foreign language - 马亚敏、李欣颖国际汉语教学...
Yamin Ma & Xinying Li: Teaching Chinese as a foreign language - 马亚敏、李欣颖国际汉语教学...Phoenix Tree Publishing Inc
 
Hanyu pinyin (汉语拼音)
Hanyu pinyin (汉语拼音)Hanyu pinyin (汉语拼音)
Hanyu pinyin (汉语拼音)Malela Ade
 
Preposicion en Chino mandarin
Preposicion en Chino mandarinPreposicion en Chino mandarin
Preposicion en Chino mandarinMundo Mandarin
 

Destacado (7)

Curso de chino mandarín
Curso de chino mandarínCurso de chino mandarín
Curso de chino mandarín
 
Ni Hao. Guía de lectura
Ni Hao. Guía de lecturaNi Hao. Guía de lectura
Ni Hao. Guía de lectura
 
Natural Sport Language Chino mandarín
Natural Sport Language Chino mandarínNatural Sport Language Chino mandarín
Natural Sport Language Chino mandarín
 
Yamin Ma & Xinying Li: Teaching Chinese as a foreign language - 马亚敏、李欣颖国际汉语教学...
Yamin Ma & Xinying Li: Teaching Chinese as a foreign language - 马亚敏、李欣颖国际汉语教学...Yamin Ma & Xinying Li: Teaching Chinese as a foreign language - 马亚敏、李欣颖国际汉语教学...
Yamin Ma & Xinying Li: Teaching Chinese as a foreign language - 马亚敏、李欣颖国际汉语教学...
 
Stories with chinese characters
Stories with chinese charactersStories with chinese characters
Stories with chinese characters
 
Hanyu pinyin (汉语拼音)
Hanyu pinyin (汉语拼音)Hanyu pinyin (汉语拼音)
Hanyu pinyin (汉语拼音)
 
Preposicion en Chino mandarin
Preposicion en Chino mandarinPreposicion en Chino mandarin
Preposicion en Chino mandarin
 

Similar a El mirlo del mandarín (primeras páginas)

Charles dickens historias de fantasmas imprimir
Charles dickens   historias de fantasmas imprimirCharles dickens   historias de fantasmas imprimir
Charles dickens historias de fantasmas imprimirgemelastraviesas
 
Mandarinas de papel cap.1
Mandarinas de papel cap.1Mandarinas de papel cap.1
Mandarinas de papel cap.1Manuel Julián
 
Episodios nacionales 31 a 35
Episodios nacionales 31 a 35Episodios nacionales 31 a 35
Episodios nacionales 31 a 35DavidSP1996
 
Charles dickens historias de fantasmas
Charles dickens   historias de fantasmasCharles dickens   historias de fantasmas
Charles dickens historias de fantasmassaul cuevas manriquez
 
EL ÁNGEL DE PIEDRA (1964) Margaret Laurence
EL ÁNGEL DE PIEDRA (1964) Margaret LaurenceEL ÁNGEL DE PIEDRA (1964) Margaret Laurence
EL ÁNGEL DE PIEDRA (1964) Margaret LaurenceJulioPollinoTamayo
 
Rimbaud, arthur una temporada en el infierno
Rimbaud, arthur   una temporada en el infiernoRimbaud, arthur   una temporada en el infierno
Rimbaud, arthur una temporada en el infiernoKelita Vanegas
 
Larra: artículos de costumbres
Larra: artículos de costumbresLarra: artículos de costumbres
Larra: artículos de costumbresalemagnoes
 
Larra artículos de costumbres
Larra artículos de costumbresLarra artículos de costumbres
Larra artículos de costumbresalemagnoes
 
Los cuentos del doctor blood
Los cuentos del doctor bloodLos cuentos del doctor blood
Los cuentos del doctor bloodJorge Blood
 
La divina aventura
La divina aventuraLa divina aventura
La divina aventuraJose Ramos
 
Cuentos españoles del siglo xx
Cuentos españoles del siglo xxCuentos españoles del siglo xx
Cuentos españoles del siglo xxargantonius
 
Cruz, Camilo La Vaca (Motivacion)(3)
Cruz, Camilo   La Vaca (Motivacion)(3)Cruz, Camilo   La Vaca (Motivacion)(3)
Cruz, Camilo La Vaca (Motivacion)(3)Olga López
 

Similar a El mirlo del mandarín (primeras páginas) (20)

Charles dickens historias de fantasmas imprimir
Charles dickens   historias de fantasmas imprimirCharles dickens   historias de fantasmas imprimir
Charles dickens historias de fantasmas imprimir
 
Mandarinas de papel cap.1
Mandarinas de papel cap.1Mandarinas de papel cap.1
Mandarinas de papel cap.1
 
Episodios nacionales 31 a 35
Episodios nacionales 31 a 35Episodios nacionales 31 a 35
Episodios nacionales 31 a 35
 
Charles dickens historias de fantasmas
Charles dickens   historias de fantasmasCharles dickens   historias de fantasmas
Charles dickens historias de fantasmas
 
EL ÁNGEL DE PIEDRA (1964) Margaret Laurence
EL ÁNGEL DE PIEDRA (1964) Margaret LaurenceEL ÁNGEL DE PIEDRA (1964) Margaret Laurence
EL ÁNGEL DE PIEDRA (1964) Margaret Laurence
 
Catecismo gnostico
Catecismo gnosticoCatecismo gnostico
Catecismo gnostico
 
El pársifal develado
El pársifal develadoEl pársifal develado
El pársifal develado
 
Rimbaud, arthur una temporada en el infierno
Rimbaud, arthur   una temporada en el infiernoRimbaud, arthur   una temporada en el infierno
Rimbaud, arthur una temporada en el infierno
 
Larra: artículos de costumbres
Larra: artículos de costumbresLarra: artículos de costumbres
Larra: artículos de costumbres
 
Larra artículos de costumbres
Larra artículos de costumbresLarra artículos de costumbres
Larra artículos de costumbres
 
Los cuentos del doctor blood
Los cuentos del doctor bloodLos cuentos del doctor blood
Los cuentos del doctor blood
 
La Bruja De Portobello
La Bruja De  PortobelloLa Bruja De  Portobello
La Bruja De Portobello
 
La posada del silencio nº 108, curso v
La posada del silencio nº 108, curso vLa posada del silencio nº 108, curso v
La posada del silencio nº 108, curso v
 
La divina aventura
La divina aventuraLa divina aventura
La divina aventura
 
Nº 18 - Septiembre 2010
Nº 18 - Septiembre 2010Nº 18 - Septiembre 2010
Nº 18 - Septiembre 2010
 
El hechicero de meudon
El hechicero de meudonEl hechicero de meudon
El hechicero de meudon
 
La vaca camilo_cruz
La vaca camilo_cruzLa vaca camilo_cruz
La vaca camilo_cruz
 
Cuentos españoles del siglo xx
Cuentos españoles del siglo xxCuentos españoles del siglo xx
Cuentos españoles del siglo xx
 
Cuentos Rotos
Cuentos RotosCuentos Rotos
Cuentos Rotos
 
Cruz, Camilo La Vaca (Motivacion)(3)
Cruz, Camilo   La Vaca (Motivacion)(3)Cruz, Camilo   La Vaca (Motivacion)(3)
Cruz, Camilo La Vaca (Motivacion)(3)
 

Más de ABAB Editores

Marilyn Monroe Rubia 94-58-91 (primeras páginas)
Marilyn Monroe Rubia 94-58-91 (primeras páginas)Marilyn Monroe Rubia 94-58-91 (primeras páginas)
Marilyn Monroe Rubia 94-58-91 (primeras páginas)ABAB Editores
 
Malas mujeres (primeras páginas)
Malas mujeres (primeras páginas)Malas mujeres (primeras páginas)
Malas mujeres (primeras páginas)ABAB Editores
 
Macat (primeras páginas)
Macat (primeras páginas)Macat (primeras páginas)
Macat (primeras páginas)ABAB Editores
 
Garval (primeras páginas)
Garval (primeras páginas)Garval (primeras páginas)
Garval (primeras páginas)ABAB Editores
 
El retrato de la dama ausente (primeras páginas)
El retrato de la dama ausente (primeras páginas)El retrato de la dama ausente (primeras páginas)
El retrato de la dama ausente (primeras páginas)ABAB Editores
 
El buey amarillo (primeras páginas)
El buey amarillo (primeras páginas)El buey amarillo (primeras páginas)
El buey amarillo (primeras páginas)ABAB Editores
 
Dos años con leonardo (primeras páginas)
Dos años  con leonardo (primeras páginas)Dos años  con leonardo (primeras páginas)
Dos años con leonardo (primeras páginas)ABAB Editores
 
Ante el altar de pérgamo (primeras páginas)
Ante el altar de pérgamo (primeras páginas)Ante el altar de pérgamo (primeras páginas)
Ante el altar de pérgamo (primeras páginas)ABAB Editores
 
Oriente de perla (primeras páginas)
Oriente de perla (primeras páginas)Oriente de perla (primeras páginas)
Oriente de perla (primeras páginas)ABAB Editores
 

Más de ABAB Editores (9)

Marilyn Monroe Rubia 94-58-91 (primeras páginas)
Marilyn Monroe Rubia 94-58-91 (primeras páginas)Marilyn Monroe Rubia 94-58-91 (primeras páginas)
Marilyn Monroe Rubia 94-58-91 (primeras páginas)
 
Malas mujeres (primeras páginas)
Malas mujeres (primeras páginas)Malas mujeres (primeras páginas)
Malas mujeres (primeras páginas)
 
Macat (primeras páginas)
Macat (primeras páginas)Macat (primeras páginas)
Macat (primeras páginas)
 
Garval (primeras páginas)
Garval (primeras páginas)Garval (primeras páginas)
Garval (primeras páginas)
 
El retrato de la dama ausente (primeras páginas)
El retrato de la dama ausente (primeras páginas)El retrato de la dama ausente (primeras páginas)
El retrato de la dama ausente (primeras páginas)
 
El buey amarillo (primeras páginas)
El buey amarillo (primeras páginas)El buey amarillo (primeras páginas)
El buey amarillo (primeras páginas)
 
Dos años con leonardo (primeras páginas)
Dos años  con leonardo (primeras páginas)Dos años  con leonardo (primeras páginas)
Dos años con leonardo (primeras páginas)
 
Ante el altar de pérgamo (primeras páginas)
Ante el altar de pérgamo (primeras páginas)Ante el altar de pérgamo (primeras páginas)
Ante el altar de pérgamo (primeras páginas)
 
Oriente de perla (primeras páginas)
Oriente de perla (primeras páginas)Oriente de perla (primeras páginas)
Oriente de perla (primeras páginas)
 

El mirlo del mandarín (primeras páginas)

  • 1. EL MIRLO DEL MANDARÍN Y OTROS RELATOS DE SOLITARIOS Miguel Fernández-Pacheco A B A B
  • 2. EL MIRLO DEL MANDARÍN Y OTROS RELATOS DE SOLITARIOS Miguel Fernández-Pacheco A B A B
  • 3. ÍNDICE Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Verdadera vida del anacoreta Ian Garí  . . . . . . . . . . 13 Martirologio de la bella penitente  . . . . . . . . . . . . . . 41 Tentaciones del estilita  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 El sustituto  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 En busca de las amazonas  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 De los dones  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89 © Miguel Fernández-Pacheco El caprino de Panticosa  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99 © e esta edición: Abab Editores D www.ababeditores.com Carta a Dios del jesuita Pedro del Paso  . . . . . . . . . . 115 info@ababeditores.com El mirlo del mandarín  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133 Diseño de la colección: Scriptorium, S. L. ISBN: 978-84-612-5222-0 Depósito legal: M-13392-2012 Printed in Spain
  • 4. PRÓLOGO Durante varios siglos —sobre todo, del iv al vi de nuestra era— fueron los anacoretas una especie de fauna añadida a la de los desiertos sirios o egipcios. Ascetas solitarios, peniten­ tes e iluminados de todas clases, sabios y analfabetos, santos e impíos proliferaron en sus arenas como las serpientes, los alacranes y las langostas. Abundaban entre ellos los sujetos atrabiliarios, especta­ cularmente singulares, que tanto podían presumir de santos como de locos, pues la demencia —por influencia de ciertas sectas orientales— estaba muy considerada en parte de sus creencias. Los más asombrosos y mejor conocidos acaso fueran los «estilitas», que, en un momento dado, se encaramaban al capitel de una columna y permanecían sobre él temporadas tan largas que algunos no volvían a bajar. Estaban además los «estacionarios», que se paraban en un lugar determinado y no lo abandonaban prácticamente 9
  • 5. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Prólogo nunca. Entre ellos, tal vez los más impresionantes eran los personalistas y anárquicos y estimularon la creación de aba­ que, además, se negaban a sentarse o tumbarse y permane­ días con reglas fijas. cían una gran parte de su vida de pie, permitiéndose descan- No obstante, algunas formas cercanas al anacoretismo sar solo de rodillas. Y hasta había quienes se obligaban a continuaron más o menos vigentes durante toda la historia sostenerse sobre un solo pie. de la cristiandad, y aún hoy pueden apreciarse, pues aunque También existían los llamados «reclusos», que se encerra­ los seres humanos tienden a ser gregarios también existen ban voluntariamente, a menudo de por vida, en torres sin unos cuantos que, por una u otra razón, no soportan a sus puerta, en sepulcros o en cisternas vacías. semejantes y se apartan de ellos con cualquier pretexto. Pero si algunos preferían inmovilizarse por completo, Aquí se narran varias historias de misántropos de diver­ otros elegían el movimiento constante, como los anacoretas sa orientación, para entretenimiento, y aun enseñanza, de «vagabundos», que no paraban nunca de andar, ni de día ni los que pudieran estar interesados en el tema. de noche. De entre ellos eran muy de destacar los «salvajes», que, además, se despojaban de la ropa, andaban a cuatro patas y pastaban la hierba, como el ganado, sin utilizar siquiera las manos. Y no menos sorprendentes eran los «locos», quienes, con­ siderando la razón como enemiga de la fe, abominaban de ella y se fingían dementes. Todos reaccionaban contra el paganismo, que en ese tiempo permanecía vivo aún en la mayoría de las grandes ciudades, sobre todo asiáticas, y propugnaban por eso que únicamente en la soledad se podía alcanzar cierta perfección. Hubo innumerables justos, cuyas vidas pueden encon­ trarse todavía en los santorales cristianos. Pero también los excesos de algunos hubieron de ser condenados por las auto­ ridades eclesiásticas, que, a partir de entonces, comprendie­ ron que la espiritualidad debía transcurrir por cauces menos 10 11
  • 6. VERDADERA VIDA DEL ANACORETA IAN GARÍ Tradición catalana Soy Ian Garí, el pecador; pues, aunque en estas cum- bres las gentes sencillas me tengan por santo más por mis muchos sufrimientos que por mis escasos méritos, no soy, en realidad, sino un miserable y abyecto peca- dor, como habrás de ver si tienes la paciencia de escu- char mi relato. Es la mía, historia más que divulgada; dicen que anda en toda clase de aleluyas, y hasta que ha servido de motivo a no sé qué retablo… Y precisamente por eso, al estar, como si dijéramos, tan manoseada, es posi- ble que la narración haya llegado a tus oídos algo mal- trecha y aun amputada… De modo que la referiré una vez más, pues siento el trance de mi muerte no tan leja- no y quisiera dejar fehaciente memoria de ella antes de llegar a él. Pecador, sí… Y pecador nefando… Cierto que fui tentado por fuerzas notoriamente superiores a las mías, 13
  • 7. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí pero aún más cierto que no fui capaz de resistirlas do alcancé el uso de razón, comenzaron a enseñarme y pequé, pequé monstruosamente. las verdades de nuestra sacrosanta religión, más con el Claro que tuve la suerte de arrepentirme enseguida, cariñoso ejemplo que con pesadas prácticas o tediosas y me consagré durante años a una penitencia tan mons- disquisiciones, y así puede decirse que crecí en un clima truosa como el crimen que había cometido…, aunque propicio a la verdadera piedad. eso, por mucho que digan estos rústicos, no me convier- En mi adolescencia, mis padres tuvieron un trágico te en santo. y violento fin, a manos de sus aparceros sublevados, y Es verdad que puedo curar, en ciertos casos y a cier- yo fui recogido por unos compasivos monjes, que se tas personas, y de ahí puede que venga parte de la con- hicieron cargo de mí y se ocuparon de mi educación fusión; pero de esos dones, nada se me debe atribuir a religiosa, con todo el afecto que sus duras reglas les per- mí, fragilísimo mortal, sino a aquel, más justo y más mitían, a cambio de algunas deudas que tenían con mis sabio, que actúa a través de mí, pues yo ningún mérito fallecidos progenitores. tengo en ello. Así alcancé los veinticinco años, pero llegado ese Solo la penitencia me ha salvado… por el momento, tiempo, advertí que el coro y las tareas frailunas, la áspe- sí; pero ¿quién me dice que no volveré a ser tentado? Y ra sequedad del cenobio y su obligado hacinamiento, se entonces… Esa es la duda que aún corroe mis días y mis me habían ido volviendo más y más agobiantes. noches. Sentía que mi alma se ahogaba entre sordas intrigas Y es que no sabes la clase de bestia que anida en conventuales, reclamándome hacia la verdadera peni- mí. Una bestia salvaje, a la que por otro lado conozco tencia, la auténtica meditación y la contemplación cons- demasiado bien, ya que llegué a perder casi por com- tante de las maravillas del Supremo; por otro lado mi pleto la dignidad, y hasta los usos, de los seres huma- cuerpo tenía necesidad de espacios abiertos, de olor a nos… tomillo y a resina, de aires de montaña. Pero habré de empezar por el principio: nací, poco Así es que puse tal estado de ánimo en conocimien- importa dónde, hace casi cien años. Vine al mundo en to de mis superiores, quienes, tras ardua deliberación, un hogar de gente honesta, discretamente pudiente y me aconsejaron que intentara la vida del anacoreta, que amorosa en extremo, que supo rodear mi más tierna si no era la más recomendable para el común de los infancia de cuidados y aun de mimos sin cuento. Cuan­ mortales, sí podía resultar conveniente para mí. 14 15
  • 8. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí En fin, he de confesar a estas alturas que, ya en la sos y cuanto doliente se pone bajo mis manos en esos abadía, se habían puesto de manifiesto ciertas peculiari- instantes sana de su enfermedad, ya sea física, ya moral. dades mías, sobre las que no deseo extenderme pero En fin, volviendo a mi relato, debo mencionar que que no puedo dejar de consignar. Se trataba de la exce- algunos de esos hechos extraños, que las gentes consi- siva sensibilidad de mis nervios, que me había llevado a deran milagros, se habían producido ya en el convento. determinados trances, relacionados con los cuales se Ya se había manifestado de modo patente aquella sin- habían producido ciertas… curaciones. gularidad de mi extraño carácter, y eso pudo pesar en el Quiero que quede claro que no conozco ninguna cla- ánimo de mis superiores, que aceptaron mis ansias de se de ciencia terapéutica, no poseo conocimientos sobre soledad y contemplación sin discutirlas en exceso, cons- magia ni esoterismo alguno, ni soy un físico genial ni un cientes quizás de que así me preservaban de envidias. nigromante sapientísimo, como han llegado a decir. De modo que un buen día, a lomos de un servicial Es más sencillo y más complicado que eso. Se trata borriquillo moruno, más que mediadas las amplias alfor- de que no puedo ver a un ser humano en estado más jas con todo lo que aquellos santos varones tuvieron a desesperado y afligido que el mío, pues la misericordia bien ofrecerme, emprendí el camino de la serranía más produce entonces en mí una suerte de convulsión inter- alta que se conocía por aquellos contornos, que no es na, por la cual, transido de amor por aquel prójimo otra que esta de Montserrat, que nos cobija. doliente y al mismo tiempo afligido por la inmensa Existía la leyenda, inventada sin duda por griegos o humillación del inocente Cordero Crucificado, entro en romanos, de que una sirena, que aterraba el mar con sus una especie de curioso trance. Noto, en esos casos, como funestos cánticos, fue condenada por los antiguos dio- si el corazón se me vaciara de la sucia sangre terrenal y ses paganos a convertirse en montaña, y por culpa de fuera llenándose de luz. Una luz poderosísima, verdade- sus constantes lágrimas se produjeron las sorprendentes ramente divina, que lo vuelve transparente, como una estrías que dan carácter a estas piedras. Es decir, llegaba radiante ampolla, iluminándome el pecho todo. Enton- a unos cerros tallados por las lágrimas. Pero yo no pen- ces, casi sin saber lo que hago, pues creo que la fuerza saba entonces en tales cosas. del Altísimo pasa simplemente a través de mí, curo a los Llevaba cartas para el obispo de Barcelona y el convulsos, hago hablar a los mudos, los tullidos se alzan párroco de Monistrol. Ninguno de los dos puso objecio- de los camastros, ven los ciegos, se descostran los lepro- nes a mi proyecto y a los pocos días estuve instalado en 16 17
  • 9. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí una gruta parecida a esta. Poco traía conmigo, pues taba de un depauperado leñador, que tosía sin parar, siguiendo las indicaciones de San Jerónimo, padre de escupiendo sangre, doblado bajo una carga muy supe- los anacoretas cristianos, solo era dueño, a aquellas altu- rior a sus fuerzas; otras, de un soldado perseguido, qui- ras, del deslucido hábito que me cubría, un sobado zás un desertor, con los miembros asaeteados y la libro de oraciones y apenas unos mendrugos, pues lo muerte en los ojos; en fin, hubo también que devolverle que sacara del convento fue a parar a manos de otros, la vista a un arcipreste de Monistrol, ciertamente un mucho más menesterosos que yo, de los que infestaban excelente sujeto, ciego por un estúpido accidente; y Barce­ona y hasta Monistrol. l tampoco pude negarme a sanar al hijo de Calgut, un Pero estaba contento como unas pascuas. La gruta berberisco bandolero que asolaba estos contornos. Cla- era amplia, diáfana, abrigada de vientos, seca y ventila- ro, así, poco a poco, mi fama de milagrero acabó por da al tiempo, casi inaccesible, de modo que en ella me perseguirme, dando al traste con la vida contemplativa, sentí feliz como el pájaro de montaña, a quien no le preo- razón principal de mi estancia en estas ásperas soleda- cupa el incierto futuro. Contemplando, en ese primer des. Aparte de que, con la afluencia de gente, empecé a día, el dorado panorama que el atardecer me ofreció comprender la contradictoria naturaleza humana. Había desde mi nueva morada, entoné un cántico dando gra- contrahechos que demandaban dinero, en lugar de que cias al Señor por tantas maravillas como ponía a mi los curara, había hombres sanos y fuertes que suspira- alcance. ban por una cojera, o cualquier otra lacra, para vivir Así, casi dulcemente, medio sin darme cuenta, se me cómodamente de las limosnas. Que hubiera feos que pasaron volando los diez primeros años de anacoreta. quisieran ser guapos parece casi natural, pero había Mi vida se volvió tan sencilla y montaraz como la de las también blancos que querían ser negros, mujeres que cabras que a veces me rodeaban e incluso me dejaban deseaban ser hombres y hombres que preferían ser extraer­es la leche, cuando sus cabritos ya se habían l bestias. hartado de ella. Y tal rusticidad me llenaba de alegría el Individuos así y otros semejantes me perseguían alma, y me ayudaba a avanzar en el camino de ascesis ahora con una u otra suerte de aflicción a cuestas. que me había impuesto. ¿Quién era yo para quitarles la ilusión, cuando no la Pero lo de las curaciones no lo pude evitar, aparte confianza en Dios? Conque hacía sin parar lo que ellos de que al principio tampoco eran tantas. A veces se tra- llamaban milagros, aunque el único milagro era su fe en 18 19
  • 10. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí mí. ¿Qué otra cosa podía hacer? Supuse que aquella Observo a la joven que yace postrada en un palan- sería la voluntad del Altísimo y me plegué a sus sagra- quín, pálida y extenuada, entre un revuelo de damas dos designios, no sin preguntarme en qué acabaría todo sudorosas, pues, al parecer, hace poco que tuvo uno de aquello y, eso sí, extremando mis mortificaciones para sus más violentos ataques. El conde me suplica, me ofre- que el demonio de la soberbia no me tentara. ce, riega mis manos con sus lágrimas… Cojo las de la Pero he aquí que un día, precedido por sus pendones, niña y esta me mira, juro que no con ojos de niña. sus maceros y sus mesnaderos, el mismísimo conde de Entonces se incorpora vivazmente y salta del palanquín, Barcelona llega a las cercanías de la gruta con una comi- plantándose frente a mí ante el asombro de todos. Se tiva fastuosa de prelados, abades, damas y caballeros. queda así un buen rato mirándome con aquellos ojos… Desciendo por estas breñas, disponiéndome a reci- demoníacos. Cierro los míos y trato de sentir piedad por birlos humildemente y nada más postrarme ante él, el aquella criatura, de apenas doce años, que mira de tal conde me muestra a su hija Riquilda, una hermosa ado- modo. Solo consigo tener miedo. No soy capaz de con- lescente, aquejada por un mal que los físicos de la corte centrarme. Trato también de colocar mis manos sobre no aciertan a conjurar. su cabeza mientras empiezo a entonar una jaculatoria, Es el caso que hace semanas que se niega a hablar, pero noto que se me abrasan y las retiro de golpe. que solo come si se la obliga a ello, que inopinadamente Entonces abro los ojos y veo que los labios de la des- y sin motivo se echa a llorar o se desmaya, que se la ve venturada, pálidos y febriles, se entreabren y por ellos delirar, hablando una extraña lengua, tanto despierta asoma, ¡qué horror!, la cabeza de una verdosa y maligna como dormida, que se queja de escuchar voces que no serpiente que surge lentamente de su boca y comienza son de este mundo y que a veces cae en espantosas cri- a descender, reluctante y asquerosa, por la barbilla, el sis que la hacen chillar y gemir durante horas, no cuello, el seno de la joven… pudiendo entonces dejarla sola ni un momento, pues ya Las gentes del conde lanzan un ¡oh! aterrado. Varios ha atentado varias veces contra su vida. Naturalmente, caballos se encabritan. Los perros del cortejo aúllan tras agotar todos los recursos de la ciencia, tanto los lúgubremente. Espantado, comienzo a balbucear fórmu- lícitos como los menos lícitos, el propio obispo don las de exorcismo al tiempo que esgrimo mi crucifijo. Evildo la ha sometido a un severo exorcismo, que tam- Entretanto, el serpentón, más largo que mi brazo, des- poco ha obrado en la desdichada ninguna mejoría. ciende por las caderas y las piernas de la muchacha, llega 20 21
  • 11. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí al suelo y se pierde en la maleza a toda velocidad, esqui- y porque, además, considera que el aire de aquellas vando el dardo que le lanza un ballestero del conde. montañas sienta muy bien a su hija. La doncellica sonríe y rompe a hablar: Protesto aduciendo que soy un solitario y que nunca —Gracias, buen padre, por el gran servicio que me en más de diez años he dormido cerca de nadie (he habéis hecho. Siempre os estaré reconocida y ro­ a­é g r hecho en ese sentido un voto especial de soledad), pero por vos todos los días de mi vida —dice con tono sose- el conde no se deja convencer por mis argumentos, dice gado y delicado acento. que los obispos me dispensarán del voto, que la cosa Luego se postra de rodillas ante mí y reza; también está ya decidida, que él y sus gentes acamparán en se postran los atónitos presentes, prorrumpiendo en Monistrol y, mientras esperan a la joven, batirán una gozosas aclamaciones. A mi vez trato de arrodillarme manada de jabalíes que anda haciendo destrozos por para agradecer al Altísimo aquella muestra de su poder aquellos contornos. aun a través de un sujeto tan confuso como yo, pero me No me atrevo a poner más objeciones y el plan se lo impide el conde, quien me abraza efusivamente. Tam- ejecuta como ha decidido el poderoso. Tras una sabrosa bién lo hace su esposa y unos cuantos de sus allega- comida campestre que apenas puedo probar, se despi- dos. De los caballeros y eclesiásticos que le acompañan, den todos de la muchacha, que queda confiada a mi unos me bendicen y otros reclaman mi bendición, este cuidado durante algunos días. En mi vida me he visto me palmea, aquel me achucha, el otro me besa la mano en semejante aprieto. o la orla del hábito y hasta hay quien empieza a hacer La chica está bien, habla fluidamente, incluso algo jirones de mi capa para repartirla como una reliquia más de lo conveniente, sonríe con encanto, es amable, entre los asistentes, por lo que mi confusión va en aunque me muele a incisivas preguntas que no siempre aumento. puedo contestar. Adviértelo el conde y me separa de todos ellos. Lle­ - La noche empieza a caer. No poseía, en aquel tiem- vándome bajo las frondas de un copudo olmo me po, más luz que la del fuego que ardía siempre en mi muestra de nuevo a la niña, cuya mirada vuelve a ser de gruta. Le ofrezco a la jovencita algunos de los alimentos niña, y se manifiesta deseoso de que se quede algunos que, en exceso evidente, han dejado aquí sus padres, días conmigo para que, instruyéndola en la fe y la pie- pero me dice que ha pensado ayunar mientras esté con- dad, consolide el triunfo que he logrado contra Satanás; migo. Rezamos juntos algunas preces vespertinas que 22 23
  • 12. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí conoce bien y dice con expresiva entonación. Luego le extrañeza. ¿Quién vivirá entre esta inmundicia? Me lan- doy pieles de cabra con las que se acomoda una yacija y zo hasta los alimentos que antes desdeñé y los devoro se acurruca entre ellas, sin importarle demasiado su ves- con gula, para mí ya desconocida. ¿Y esa niña? A fe que tido de seda y brocado. Al cabo cae en un sueño pro- es hermosa y delicada. ¿Y si, sorprendiéndola dormida, fundo. me aprovechara de su candor? Claro que podría saber- No tengo costumbre de dormir mucho. La noche se, pero ¿quién iba a decirlo? ¿Ella? Hasta hace poco suele ser excelente para la meditación y apenas descan- estaba tan confundida, que todo acabaría por parecer so algunas horas al amanecer, en las que no siempre ilusión del delirio. Y si no, siempre conseguiría disfra- duermo. De manera que trato de abismarme en mis zarlo de exorcismo. ¿Acaso yo, que llevo casi cuarenta pensamientos. De repente escucho un crujido leve y, a años sin tocar a una mujer, no me merezco un bocado la fría luz de la luna, observo con estupor que la malig- así de principesco? na serpiente, que por la mañana se refugió entre las Me acerco, su piel es tersa; iluminada suavemente frondas, surge de nuevo de ellas y, erguida y sibilante, por el fuego parece refulgir. Pongo mi mano sobre ella, me observa con sus ojos amarillos. Después se lanza su calor me fascina. Me estremezco sensualmente. ¿Qué hacia donde duerme la niña. Me interpongo con deci- duda cabe de que su cuerpo, aunque mudo, reclama sión en su camino, con el palo que suelo usar para una satisfacción que nadie mejor que yo puede darle? espantar escorpiones y culebras, pero eso no parece Un ardor tan delicioso que sin duda la compensará de impresionarla. Vuelve a erguirse, a pocos centímetros de todas sus miserias. Comienzo a acariciarla. No se des- mí, y me doy cuenta de que no puedo apartar mis ojos pierta, antes bien parece que recibe mis caricias con de los suyos. Ojos diabólicos, que me hechizan, recor- cierto placer. Quién sabe si no será ya una maestra en dándome los de la poseída. Ojos que me paralizan. determinadas prácticas. Su cuerpo, firme y suave, como Entonces se lanza como un rayo y hunde sus colmillos fruta madura, hace pensar en las huríes con las que sue- en mi muñeca, apenas una fracción de segundo, pero lo ñan los musulmanes. suficiente para que mi vista se nuble y caiga al suelo De repente se despierta, lanza un grito desgarra- desmayado. dor y trata de escapar. Se lo impido con brusquedad, Cuando me recupero soy otro. ¿Qué siniestro vene- asombrado de mi fuerza… y la poseo, la poseo brutal- no ha podido inocularme? Miro mi propia gruta con mente, dos, tres veces me derramo en ella; me recreo 24 25
  • 13. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí en hacerlo contra natura, mientras la maltrato, ya inne- Porque mientras, enloquecido, trataba de salir de allí cesariamente, pues, aterrada y como muerta, se entre- sin conseguirlo, mi agotamiento y mi espanto aumenta- ga a mis manipulaciones, y al fin, en un arrebato de ban, y la noche transcurría demasiado deprisa. pasión incontenible, la estrangulo y, tras contemplar Al fin, con las primeras luces del alba, cuando ya cómo exhala el postrer aliento, caigo exhausto a su desfallecía, he aquí que, en medio de insoportables lado. dolores de vientre, entre monstruosas arcadas, vomito, Pero aún me revuelco en el cieno. La recuerdo por junto a cuanto había devorado inmoderadamente aque- la tarde con aquellos ojos de ramera viciosa y vuelvo a lla noche, la asquerosa serpiente que, sin duda intro­ excitarme, volviendo a poseer su cadáver, ya frío y amo- duciéndose por mi boca mientras estuve inconsciente, ratado. Después, con mis propias manos, excavo una había envenenado mis pensamientos y confundido mis fosa a pocos metros de la gruta y la entierro, cuidando potencias todas. de disimular la tumba con piedras y ramas y, sintiéndo- Entonces, y solo entonces, amaneció también en mi me aún febril, imbuido por la idea fija de escapar de interior y comprendí la enormidad de mi pecado y, llo- allí, me pongo en marcha en dirección a Barcelona, rando lágrimas de sangre, golpeándome el pecho con evitando Monistrol, en cuyas inmediaciones se ven las filosos cantos y arrancándome los cabellos, me arrepentí fogatas de los soldados del conde. y clamé al cielo, al que poco antes había ofendido irre- Pero es inútil, por más que trato de alejarme del parablemente. lugar no consigo sino regresar a él y, aunque intento Creí notar, en esos momentos, cómo descendía sobre ensayar nuevos caminos, siempre mis pasos, sin que mí un rayo de cegadora luz y escuché una voz que, muy acierte a entenderlo, acaban trayéndome al mismo sitio dentro, me dijo: del que partí. —Inmensa es tu culpa, miserable Ian Garí, e inmensa ¡Ay, muchacho! Ojalá me ilumine el Todo­ oderoso p ha de ser la penitencia que borre su mancha. Solo el para que acierte a contarte, pese a mi torpeza, los horro- Sumo Pontífice podría imponértela. Ve a Roma y confié- res que llegué a sentir aquella noche maldita, pues temo sate con él. que mis padecimientos o no son para descritos o resul- Entonces, pese a que casi no podía tenerme en pie, tan harto difíciles de entender para quien no ha llevado me encaminé a Barcelona, y esta vez sí que encontré el al mismísimo diablo en las tripas. camino con suma facilidad. 26 27
  • 14. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí Ya en su puerto, cuando suplicaba a unos marineros pocas cosas que en ese sentido me puedan asustar; pero que me permitieran embarcar con ellos rumbo a Italia, tus faltas son enormes. Has quebrantado tus sagrados me sorprendieron sus gestos de asco y aún más sus votos, traicionado la buena fe de un padre y mancillado palabras: a una inocente doncella, a la que asesinaste luego con —¡Lárgate de aquí, leproso, o tendremos que echarte cruel saña. Pero, con ser pecados muy graves, ninguno del muelle a pedradas! es superior al escándalo que has causado a los buenos Corrí entonces a contemplarme en las oscuras aguas creyentes que te tenían por un santo. Verdaderamente y pude apreciar que, en efecto, mi cara y mi cuerpo esta- has escupido a la misma cara de Dios Nuestro Señor, ba cubierto de pústulas que, en mi agitación, no había apretado aún más su dolorosa corona de espinas, azota- advertido. do sus carnes maceradas con satánica delectación… Así me decía el Altísimo que mi viaje a la ciudad Golpeando mi cabeza contra el suelo le interrumpí santa no había de ser tan cómodo como me figuraba: entre sollozos: por desiertos caminos, haciendo sonar una campana, sin —¡Ay de mí! ¡Entonces, solo me espera la eterna con- acercarme nunca a poblado y escuchando cómo los denación! perros aullaban al percibir el hedor de mis carnes —No he dicho yo tanto, pues todo pecado, por horri- corrompidas, tuve que caminar más de un año hasta ble que sea, puede perdonarse, mas la penitencia ha de conseguirlo. Y cuando al fin traspasaba sus puertas, ir en consonancia con la culpa. como el más doliente de los peregrinos, noté que, asom- —Imponédmela, por rigurosa que sea, pues solo brosamente, las asquerosas pústulas que me cubrían el deseo vivir para cumplirla. cuerpo desaparecían como por ensalmo, encontrándo- —Bien, puesto que te has comportado como una ver- me sano tan de súbito como había enfermado. dadera bestia, vive ahora como una bestia verdadera. No fue precisamente fácil que el Santo Padre me Albérgate en las selvas, como fiera, aliméntate como ali- oyera en confesión y, cuando al fin lo hizo, no encontré maña, cobíjate como bicho inmundo hasta que el cielo en sus palabras mucho consuelo: pueda perdonarte. —Poseo ciertamente —me dijo— un gran conocimien- —¿Y cómo sabré que he sido perdonado? —inquirí aún. to de las lacras del hombre y podría decirte que, tanto Sumiose entonces el Sumo Pontífice en beatífica por mi edad como por mi dilatada experiencia, hay meditación, entrecerró los párpados y llevó su mano a la 28 29
  • 15. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí frente. Durante más de un minuto guardó silencio y lue- fallaran las fuerzas antes que a ellos la paciencia. Cierta- go añadió: mente, aunque no se me ocurriera hasta ese momento, —Un recién nacido te hablará y entonces sabrás que tampoco las bestias están familiarizadas con la práctica tus sufrimientos han sido bastantes. invención del vestido, así es que, en completa desnudez, Salí de allí consternado, pero dispuesto a cumplir tan padecí durante años —hasta que mi cuerpo comenzó a penosa penitencia con absoluta determinación. cambiar— inimaginables fríos. Nunca las fieras han coci- Y así, durante años y años me oculté en las más espe- do ni asado sus alimentos, sino que los consumen allí sas selvas, abrevé el agua de los fríos manantiales y pasté donde los hallan y en el estado que los encuentran, de la hierba de los montes sin siquiera permitirme la ayuda modo que yo, que no sospechaba anteriormente que tal de las manos. Jamás pensé que tal calvario llegara a ser cuestión tuviera mayor importancia, hube de sufrir lo tan duradero, pues imaginaba que acabaría pron­o, devo- t indecible hasta que mi estómago se hizo a lo que la rado por alguna de las fieras que abundaban en la foresta. naturaleza le proporcionaba. Pero fue mucho peor. En ese sentido hubo un momento, a poco de empe- ¿Cómo describir los tormentos que, incluso para un zar a asilvestrarme, en el que, enloquecido por el ham- anacoreta familiarizado con la mortificación, supone la bre, llegué a decirme que devoraría cualquier cosa comes- adaptación a una existencia silvestre? Temo no ser capaz tible que se cruzara en mi camino, y era tal mi ansiedad de lograrlo con propiedad. que durante un tiempo no hice ascos ni a los viscosos Enseguida se me hizo evidente algo en lo que nunca peces, ni a los limosos crustáceos, ni siquiera a los babo- antes había pensado, y es que los seres no dotados de sos caracoles crudos; pero en una ocasión en la que la alma se distinguen de nosotros, sobre todo, por su des- desesperación me empujó a tratar de desgarrar entre conocimiento del benéfico don del fuego, y de esa sola mis dientes a un todavía palpitante lebrato, que por azar peculiaridad me vinieron no pocas incomodidades y había caído entre mis garras —pues de otra forma no aun espantos. No son para contadas las gélidas noches podían llamarse ya mis en­orpecidas manos—, al sentir t invernales que hube de pasar aterido, agarrándome su caliente sangre resbalar por mis labios, una luz cega- confusamente a la rama más alta de algún árbol, en tor- dora me paralizó y escuché a mi voz interior decirme: no a cuyo tronco daba vueltas una manada de lobos, tan «Si comienzas por matar seres vivos y nutrirte de lo hambrientos como yo, y con la esperanza de que me que tiene sangre, pronto acabarás siendo la más feroz 30 31
  • 16. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí de las alimañas de estas soledades, pues no en vano has y luego de hirsuta y áspera pelambre. La cara y la escasa mostrado más talento para el mal que ninguna de piel que dejaba libre semejante pellica se habían torna- ellas… Aliméntate más bien de los frutos que la tierra, do amojamadas, ennegreciéndose de tal modo que lle- espontáneamente y sin dolor, te ofrezca». gó un momento en el que ya nadie me habría tenido Así lo hice a partir de aquel día. por persona. Me arrimé a las manadas de ciervos y gamos que Estos extremos, a los que tardé casi una década en pastaban por aquellos contornos y observé el modo en llegar, coincidieron con el momento culminante de mi que comían. Me fijé en qué hierbas eran codiciadas por adaptación a la vida silvestre. Gracias a tales transforma- ellos y de cuáles se apartaban, y así fui evitando las ciones, las zarzas ya no me arañaban la piel, ni los gui­ terribles purgas de mis primeros días como animal vege- jarros me destrozaban pies y manos, ya no temía las frías tariano, cuando aún no distinguía lo saludable de lo noches ni los calurosos días, había aprendido a esquivar venenoso. a los grandes carnívoros y a los no menos feroces hom- El asimilarme a los cérvidos, que llegaron a conocer- bres y comenzaba al fin a sobrevivir tranquilo, como me y aun a tolerarme, al fin, entre ellos, fue causa de cualquier bestia, cuando consternado, caí en la cuenta que acabaran por afligirme sus propios males. Se volvió de que si bien mi piel se había curtido y mis músculos habitual que osos y lobos anduvieran tras de mí y más se habían vuelto poderosos, mi intelecto, a fuerza de no de una vez fui batido por feroces realas, de las que solo usarlo sino en menesteres harto simples, se había ido me salvó mi habilidad como nadador y la mucha agua también embotando, envileciéndose hasta tal punto que que por aquellas espesuras corría. no me permitía, a veces, ni siquiera recordar las preces Mas he de decir también que mis miembros se habían que durante tantos años había repetido para consuelo ido endureciendo, fortaleciéndose de tal modo que de mi alma. podía correr más deprisa que cualquier hombre y hasta Mucho más que haber llegado a convertirme en un que muchos perros, si bien para conseguirlo, sobre todo completo animal, me llenaba de horror la posibilidad de en terreno accidentado, tenía que acabar por ayudarme perder ese último destello de humanidad que supone la de los brazos, con lo que di en andar a cuatro patas, al memoria, la inteligencia, la voluntad…, el noble ejerci- final casi constantemente. Mi cuerpo se había ido entre- cio, en fin, de las facultades mentales, que a partir de tanto cu­ riendo, poco a poco, primero de suave vellón b ese momento hube de consagrarme a apresar para que 32 33
  • 17. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí no escaparan del todo, dejándome la mente ruda de guido por su aliento carnicero. Pero a los pocos metros una fiera. me descubro atrapado por finas redes que me apresan Y pasaba el tiempo. Un tiempo que progresivamente más cuanto más pugno por escapar de ellas. Vigorosos había ido dejando de medir y que se había, por tanto, monteros detienen con silbidos y golpes de traílla a los convertido en una nebulosa indeterminada, donde se perros cuando me acometen y, pese a la protección de suce­ ían los días y las estaciones en una monotonía d las redes, amenazan con acabar conmigo. bestial. Al descubrirme, los cazadores son presa del estupor, Entretanto había ido desplazándome de unos bos- preguntándose —en una lengua que entiendo— qué cla- ques a otros, sin saber tampoco nunca a ciencia cierta se de animal puedo ser. Trato de decirles que soy cris- dónde me encontraba, pero insensiblemente atraído por tiano y que por mis pecados me ven de tal guisa, pero los cercanos al mar, cuya contemplación, cuando podía de mi boca solo salen gemidos bestiales, aullidos inhu- permitírmela, me llenaba el corazón de gozo y cuya bri- manos…, ni una sola palabra. Hace tantos años que no sa, aun respirada de lejos, me inundaba de paz. empleo mi voz sino para gritar, que pareciera que se ha Así, un buen día, después de uno de esos traslados, enmohecido en mi garganta, embrutecida como mi pude apreciar que el ambiente que me rodeaba me cerebro. resultaba extrañamente familiar y a poco comprendí Me encadenan y, atado a una mula, como espécimen que había llegado a los bosques de mi infancia, no leja- curioso y digno de verse, soy conducido, a través de nos de la gran ciudad de Barcelona. Barcelona, al mismísimo palacio de su conde, entre el Allí, embargado por mil dulces recuerdos de mi asombro y el temor de las gentes de la ciudad. Llegado olvidada y placentera niñez, que de golpe me asaltaron, allí, escucho que el noble señor almuerza en el salón del descuidé mi habitual vigilancia y, una mañana, en la que Tinell, con muy principales invitados. Se me ata a una arropado por los primeros rayos del sol dormía aún, me columna y se le dice a un lancero que me vigile. vi rodeado de feroces perros que ladraban en torno a Lo fatigoso de la marcha, las heridas de los perros, mí, sin atreverse aún a atacar, pero mostrando ya los que tanta sangre me han hecho perder, y las encontra- ávidos colmillos. das emociones que se agolpan en mi pecho, me tienen Dormido todavía, doy un salto y trato de escapar desfallecido. La vista se me nubla, me zumban los arrojándome entre lo más tupido de la maleza, perse- oídos, y el corazón parece querer salírseme por la boca. 34 35
  • 18. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí Sintiéndome morir hago con mi propia sangre una za, con un recién nacido envuelto en encajes, que al cruz en las losas del patio y me arrojo sobre ella mur- fijarse en mí levanta sus bracitos y se yergue sobre el murando el nombre de Jesús. Luego me desvanezco. regazo de la matrona, con energía impropia de sus esca- Despierto rodeado de gente que me arroja agua a la sos meses, pareciendo que me señala. cara. Entre ellos distingo a un alto dignatario de la Igle- Caigo de rodillas y tiendo mis brazos hasta los suyos sia, que señala la sanguinolenta cruz y dice haber escu- y entonces, en el pesado silencio que se ha hecho en la chado de mis labios el nombre de Nuestro Señor. Obe­ sala, se escucha una voz sobrenatural, como de arcángel, deciendo sus órdenes me suben, casi en volandas, al que surgiendo de los labios del recién nacido dice así: gran salón donde comen los poderosos y me dejan allí, —Levántate, Ian Garí, pues has encontrado gracia a cargado de cadenas, expuesto en medio de la gran U los ojos de Dios, que ha perdonado tus pecados. que forma la mesa, tan débil que todo se me antoja un Exclamaciones de estupor recorren la sala. De pie, el sueño. conde, imponente con su veste bordada de oro y su Como a través de una neblina, contemplo extasiado melena plateada ceñida por áurea corona, se lleva las los brillos áureos que, de los platos y copas, arrancan las manos a la cabeza. Por su expresión parece recordar mi múltiples luminarias con las que la mesa se adorna, y nombre y en sus ojos brilla la cólera, pero, como abati- que relucen, entre cascadas de flores y frutos, rodeadas do por un mazazo, cae de nuevo en su sillón. Al fin se de fuentes donde aún hierven los asados con ambarinos levanta trabajosamente y se dirige hacia mí. destellos. —Sí, yo soy Ian Garí —y me sorprendo de escuchar Al otro lado de la mesa empiezo a distinguir los mi antigua voz, que milagrosamente ha retornado a mi argentinos brocados, el fulgor de los corales y el oriente garganta—; el pecador, el más vil de los anacoretas, el de las perlas. De los comensales me asombran sus sedo- asesino de vuestra hija, el violador de vuestra honra, sas melenas y sus rostros noblemente acicalados, que el verdadero maldito… Mi vida os pertenece, os perte- miran con horror el mío, cubierto de polvo y costras nece desde hace mucho, pero hasta hoy no he podido sanguinolentas, mientras el prelado habla de hombres- entregárosla. Quitádmela aquí mismo si os place. lobo, de poseídos y de monstruos de la naturaleza. Gruesas lágrimas surcan las mejillas del conde. Pero he aquí que al lado de una noble dama, que —Si Dios te ha perdonado, ¿cómo no voy a perdo- relumbra toda ella como una joya más, veo a una nodri- narte yo? Levántate, Ian Garí, pues si grandes fueron tus 36 37
  • 19. El mirlo del mandarín y otros relatos de solitarios Verdadera vida del anacoreta Ian Garí pecados, no menores parecen las penitencias que por pronto volví a ser molestado por los necesitados de ellos padeciste. Ea, que laven y curen tus heridas, pues milagros. Si esa es la voluntad del Altísimo, no seré yo me honro en Jesucristo de que seas mi huésped. quien me niegue. En efecto, restañaron misericordiosamente mis heri- Poco a poco mi pelaje fue desapareciendo, volví das. También me bañaron, me cortaron lo mejor que paulatinamente a andar sin ayudarme de las manos y supieron las ásperas crines, los enmarañados cabellos, la hasta parece que mi cabeza se clarificó algo, aunque revuelta barba y las endurecidas uñas. Probaron luego a temo que nunca volverá a ser la que fue, pues los años que me enderezara, lo que me resultó no poco trabajo- no pasan en balde. so, poniéndome las más ricas vestiduras que permitió Figúrate cuántos debo de haber cumplido ya. mi humildad de monje, y finalmente me introdujeron En fin, lo cierto es que he perdido por completo la de nuevo en la sala del banquete, que continuaba en cuenta, pues dejé de ocuparme del tiempo en mi época todo su esplendor, mandándome sentar en un sitial selvática y es algo que ya nunca he querido recuperar reservado al lado del conde. después, porque, en definitiva, ¿qué es el tiempo? Algo Ni que decir tiene que no pude probar bocado de bastante vano, como todas las humanas concepciones. cuanto se sirvió en aquella mesa, pero era tal mi dicha Como te dije al principio, siento cercana la hora de por sentirme de nuevo humano que apenas lo noté. mi muerte, que espero con alegría, pues nunca aprendí Tras una noche de descanso reparador, al frente de a amar este valle de lágrimas y fío todas mis esperanzas una vistosa comitiva donde marchaba lo más significati- en la vida eterna. vo de la corte, ascendimos a los riscos de Montserrat y Recuerda bien cuanto te he contado por si algún día allí, como colofón de tantos prodigios, encontramos has de referirlo a las gentes. sobre la tumba de la inocente Riquilda una hermosa Y ahora, vete en paz. Yo te bendigo. imagen que solo milagrosamente pudo haber llegado a dicho lugar. Es La Moreneta, que hoy puedes admirar en esa basílica. Por mi parte me instalé en una nueva gruta y conti- nué mi existencia de anacoreta consagrado a la contem- plación de Dios. No dejó de conocerse mi regreso y 38 39
  • 20. Esta edición de EL MIRLO DEL MANDARÍN es la primera de un original escrito en San Lorenzo de El Escorial entre 1993 y 1994. Se compuso en Bodoni Old Face BE Regular y se acabó de imprimir en 2012 ASPICIUNT SUPERI
  • 21. Durante varios siglos —sobre todo del cuarto al sexto de nuestra era—, en algunos desiertos, sirios o egipcios, ascetas solitarios, penitentes e iluminados de todas clases, sabios y analfabetos, santos e impíos, proliferaron como las serpientes, los alacranes y las langostas. Abundaban entre ellos los sujetos atrabiliarios, espectacularmente singulares, que tanto podían presu- mir de santos como de locos, pues la demencia —por influencia de ciertas sectas orientales— estaba muy considerada en parte de sus creencias. Aquí se narran varias historias de misántropos para entretenimiento, y aun enseñanza, de los que pudieran estar interesados en el tema. I S B N 978-84-612-5222-0 9 788461 252220