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Nietzsche: “SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN SENTIDO EXTRAMORAL” 
Texto de Nietzsche Comentario 
I.E 
n algún apartado rincón del universo, 
desperdigado de innumerables y centelleantes 
sistemas solares, hubo una vez un astro en el 
que animales astutos inventaron el conocer. 
Fue el minuto más soberbio y más falaz de la 
Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo 
un minuto. Tras un par de respiraciones de la 
naturaleza, el astro se entumeció y los animales 
astutos tuvieron que perecer. 
Párrafo 1 
La fábula 
Nietzsche inicia su narración a manera de fábula, mito o parábola. No 
es casualidad que proceda de este modo: a lo largo del texto habla de 
la atracción que sienten los seres humanos hacia este tipo de relatos 
ya que, en ellos, el ser humano deja libertad de acción a su vertiente 
artística e identificándose con las historias contadas logra escapar, 
aunque sea circunstancialmente, al apretado corsé que la lengua y la 
ciencia han ido estableciendo en torno a su vida y al modo de captar 
la realidad. Nietzsche nos impresiona por la contundencia de las 
imágenes, de modo que llega a recordarnos la película “2001: Una 
odisea en el espacio”, incluyendo las alusiones inevitables a la música 
de Richard Strauss (Así hablaba Zaratustra) de claras resonancias 
nietzscheanas 
Alguien podría inventar una fábula como ésta 
y, sin embargo, no habría ilustrado 
suficientemente, cuán lamentable y sombrío, 
cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene 
el intelecto humano dentro de la naturaleza; 
hubo eternidades en las que no existió, cuando 
de nuevo se acabe todo para él, no habrá 
sucedido nada. 
Ilustración de lo caduco, inútil y arbitrario del intelecto (Crítica 
a la razón; exaltación del sentimiento; romanticismo) 
Esta fábula no llega a ilustrar (pintar, representar, y dar a conocer) el 
poco valor que tiene el intelecto humano en la naturaleza. Nietzsche 
actúa desde la ironía, hablando de un supuesto mundo en el que 
ciertos animales inventaron el conocimiento, y se creyeron algo 
especial. Pero el tiempo terminó por demostrar la falsedad de sus 
pretensiones porque, igual que el resto de los seres vivos, también 
ellos acabaron por desaparecer. No fueron más que una mota de 
polvo en la presencia eterna del universo, el cual ya existía antes de 
que ellos estuvieran presentes y continuará existiendo sin necesidad 
de su presencia. 
Porque no hay para ese intelecto ninguna 
misión ulterior que conduzca más allá de la 
vida humana. No es sino humano, y solamente 
su poseedor y creador lo toma tan 
patéticamente como si en él girasen los goznes 
del mundo. 
Por qué. 
Mediante esta breve narración Nietzsche pretende hacernos entender 
que aquello de lo cual los seres humanos nos sentimos tan orgullosos, 
nuestra inteligencia (que nos sirve para definirnos frente a los demás 
seres vivos colocándonos en un falso plano de superioridad), es en 
realidad algo que está basado en una falsa creencia. El conocimiento 
no es más que un invento nuestro, el intelecto humano carece de 
cualquier misión, destino, progreso o evolución de una especie 
superior. 
Pero si pudiéramos entendernos con un 
mosquito, llegaríamos a saber, que también él 
navega por el aire con ese mismo pâthos y se 
siente el centro volante de este mundo. Nada 
hay en la naturaleza tan despreciable e 
insignificante que, con un mínimo soplo de 
aquel poder del conocimiento, no se hinche 
inmediatamente como un odre; 
Consecuencia 
El hombre se cree un ser especial dentro del cosmos por poseer la 
capacidad de raciocinio. Cae, así, en un completo antropocentrismo 
(etnocentrismo) que le hace creerse el centro de todo. Pero, como 
dice Nietzsche, si pudiéramos hablar con un mosquito veríamos que 
también posee el mismo sentimiento (el mismo pâthos, sentimiento) y 
que en su peculiar visión del universo también se considera a sí 
mismo como el eje principal del cual gira todo. 
1
y del mismo modo que cualquier mozo de 
cuadra quiere tener sus admiradores, el más 
orgulloso de los hombres, el filósofo, quiere 
que desde todas partes, los ojos del universo 
tengan telescópicamente puesta su mirada 
sobre sus acciones y pensamientos. 
El filósofo. 
Del mismo modo que gusta cualquiera de ser admirado, el filósofo 
(ideal de racionalidad –Hegel-) está convencido de la creencia de que 
su trabajo es el centro del universo. 
Es remarcable, que tal estado lo produzca el 
intelecto, él que, precisamente, sólo ha sido 
añadido como un recurso a los seres más 
desdichados, delicados y efímeros, para 
conservarlos un minuto en la existencia; de la 
cual, por el contrario, sin ese añadido, tendrían 
toda clase de motivos para huir tan 
rápidamente como el hijo de Lessing. 
Párrafo 2 
El intelecto 
El conocimiento es el recurso que utiliza el ser más débil de la 
naturaleza (el ser humano) para subsistir. Mediante su posesión dicho 
ser acaba considerándose a sí mismo como algo especial, se hincha de 
soberbia y mira con aire compasivo y superior a aquellos otros seres 
vivos tan infelices que no han logrado escapar del pozo de los 
instintos que le aprisionan y condicionan. 
Como curiosidad cabría citar la referencia que hace Nietzsche al hijo 
de Lessing, muestra del peculiar carácter y extraño sentido del humor 
que posee nuestro autor. Lessing fue un literato alemán cuyo hijo 
murió al día siguiente de nacer. De ahí que diga que huyó tan 
rápidamente de la existencia. 
Ese orgullo ligado al conocimiento y a la 
sensación, niebla cegadora colocada sobre los 
ojos y sobre los sentidos de los hombres, los 
engaña acerca del valor de la existencia, pues 
lleva en él la más aduladora valoración sobre el 
conocimiento mismo. Su efecto más general es 
el engaño — aunque también los efectos más 
particulares llevan consigo algo del mismo 
carácter. 
La soberbia 
La inteligencia y el conocimiento de los que estamos tan orgullosos, 
son los causantes de la engañosa concepción que tenemos de la vida, 
de la falsa imagen que nos hemos creado de ella. 
El intelecto, como un medio para la 
conservación del individuo, desarrolla sus 
fuerzas primordiales en la ficción, pues ésta es 
el medio por el cual se conservan los 
individuos débiles y poco robustos, como 
aquellos a los que les ha sido negado, servirse, 
en la lucha por la existencia, de cuernos o de la 
afilada dentadura de los animales carniceros. 
Este arte de la ficción alcanza su máxima 
expresión en el hombre: aquí el engaño, la 
adulación, la mentira y el fraude, la 
murmuración, la hipocresía, el vivir del brillo 
ajeno, el enmascaramiento, el 
convencionalismo encubridor, el teatro ante 
los demás y ante uno mismo, en una palabra, el 
revoloteo incesante ante la llama de la vanidad 
es hasta tal punto la regla y la ley, que apenas 
hay nada más inconcebible que el hecho de que 
haya podido surgir entre los hombres un 
Párrafo 3 
El intelecto 
La inteligencia es el instrumento que hemos inventado y utilizado los 
seres humanos para compensar nuestra debilidad biológica. El ser 
humano, como es débil por naturaleza, ha de fingir para sobrevivir, ha 
de mentir. Para ello utiliza la inteligencia. Este fingimiento nos lleva a 
la mentira como medio de subsistencia. De este modo, y por primera 
vez en el texto, verdad y mentira aparecen ya como dos polos 
opuestos. Sien embargo, hay que distinguir entre dos sentidos muy 
diferentes de estos conceptos. Uno de ellos sería un sentido moral: “el 
engaño, la adulación, la mentira y el fraude, las hipocresías ...”. 
Según este sentido, la mentira haría referencia al acto de 
enmascararnos ante los demás, de ocultarles nuestra auténtica 
personalidad y nuestros sentimientos, con ánimo de engañarles y, de 
este modo, sacar algún provecho. 
2
impulso sincero y puro hacia la verdad. 
Se encuentran profundamente sumergidos en 
ilusiones y ensueños, sus miradas se limitan a 
deslizarse sobre la superficie de las cosas y 
percibir formas, sus sensaciones no conducen 
en ningún caso a la verdad, sino que se 
contentan con recibir estímulos y, por así 
decirlo, jugar un juego de tanteo sobre el dorso 
de las cosas. Además, durante toda la vida, el 
hombre se deja engañar por la noche en el 
sueño, sin que su sentimiento moral haya 
tratado nunca de impedirlo; mientras que 
parece que ha habido hombres que, a fuerza de 
voluntad, han conseguido eliminar los 
ronquidos. 
El hombre 
Sin embargo, hay otro sentido de mentira por el que Nietzsche se 
interesa mucho más y en el cual ahonda a lo largo del texto. Se trata 
de la mentira en sentido extra-moral. Este sentido se deja ver 
cuando afirma: “su ojo se desliza tan solo sobre la superficie de la 
cosas y ve formas, su sensación no conduce por ninguna parte a la 
verdad, sino que se contenta con recibir estímulos y, por así decirlo, 
jugar un juego de tanteo sobre el dorso de las cosas”. ¿A qué hace 
referencia este nuevo sentido más radical de “mentira”?. A que el ser 
humano, por su propia constitución física, es incapaz de acceder al 
conocimiento auténtico de la realidad pues siempre estará 
condicionado de modo inevitable por su manera de percibir las 
cosas (recuérdese que la Filosofía trascendental de Kant 
significa eso, el análisis de las condiciones de posibilidad del 
conocimiento). Además, mediante el lenguaje y los conceptos, como 
veremos, nos alejamos cada vez más de esa realidad que en sí misma 
nos resulta inaccesible. Recuérdese que Ockham remacha que las 
palabras solo son signos de la realidad, no la realidad) Es, pues, un 
sentido referido exclusivamente al conocimiento. 
En realidad ¿qué sabe de sí mismo el hombre? 
¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque 
sólo fuese una vez, como si estuviese tendido 
en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la 
naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso 
sobre su propio cuerpo, de forma que, al 
margen de las circunvoluciones de sus 
intestinos, del rápido flujo de su circulación 
sanguínea, de las complejas vibraciones de sus 
fibras, quede recluido y encerrado en una 
conciencia orgullosa y embaucadora? Ella ha 
tirado la llave, y ¡ay de la funesta curiosidad que 
pudiese mirar, por una vez, hacia fuera y hacia 
abajo, a través de una hendidura del cuarto de 
la conciencia y vislumbrase entonces que el ser 
humano descansa sobre la crueldad, la codicia, 
la insaciabilidad, el asesinato, en la indiferencia 
de su ignorancia y, por así decirlo, pendiente 
en sus sueños sobre el lomo de un tigre! ¿De 
dónde procede en el mundo entero, en esta 
constelación, el impulso hacia la verdad? 
La consciencia 
¿Cómo vamos a ser capaces de conocer la auténtica realidad de las 
cosas, cuando ni siquiera lo somos de conocernos a nosotros 
mismos?: “¡qué sabe de sí mismo el hombre!”. Nietzsche se opone, 
así, a la máxima socrática del “conócete a ti mismo” señalando la 
imposibilidad de establecer ese autoconocimiento: la conciencia, 
“orgullosa y embaucadora”, nos engaña, nos impide conocer nuestra 
parte instintiva y pulsional. (En eso consiste uno de los objetivos del 
sistema de Freud, coetáneo de Nietzsche: en posibilitar el acceso al 
inconsciente, a ese conjunto de pulsiones básicas). Conciencia que 
después echa la llave (“reprime”, freudianamente hablando) con el fin 
de que no veamos las monstruosidad interior del ser humano. 
Pero ese desconocimiento de sí mismo, en el fondo, al ser gregario le 
resulta beneficioso pues le impide conocer el auténtico carácter de su 
naturaleza: “el ser humano descansa sobre lo despiadado, lo 
codicioso, lo insaciable y lo asesino” (las pulsiones básicas 
reconocidas por Freud, el impulso de muerte, tánatos). En realidad 
debería estar contento de que su ignorancia le impida captar esta 
verdad más profunda: que, en el fondo, desde su propia moral, no es 
más que un ser cruel y malvado. No queda, pues, ya sitio para el buen 
salvaje del que hablaba Rousseau: el hombre no es bueno por 
naturaleza ni es la sociedad la que lo pervierte. Más bien tiene razón 
Hobbes. Su carácter es como un tigre que hemos domesticado para 
que pueda exhibirse en un circo pero que, en el fondo, continúa 
siendo un tigre, y en cualquier momento puede volver a actuar como 
tal: “estamos pendientes en sueños del lomo de un tigre”. 
En la medida en que el individuo quiera Párrafo 4 
3
conservarse frente a otros individuos, en un 
estado natural de las cosas, tendrá que utilizar 
el intelecto, casi siempre, tan sólo para la 
ficción. Pero, puesto que el hombre, tanto por 
necesidad como por aburrimiento, desea existir 
en sociedad y gregariamente, precisa de un 
tratado de paz, y conforme a éste, procura que, 
al menos, desaparezca de su mundo el más 
grande bellum omnium contra omnes . Este tratado 
de paz conlleva algo que promete ser el primer 
paso para la consecución de ese enigmático 
impulso hacia la verdad. 
El pacto 
El individuo desea vivir en sociedad, dice Nietzsche, "por necesidad y 
por aburrimiento", y para conseguir este objetivo vital utiliza la 
inteligencia. ¿Qué papel juega la inteligencia en este proceso de 
socialización? Mediante ella los seres humanos establecen un pacto de 
convivencia, en palabras de Nietzsche "un tratado de paz", en una 
prueba más de su oposición a la teoría de la bondad natural del 
hombre defendida por Rousseau. Nietzsche se sitúa más bien en la 
línea defendida por Hobbes: el estado de naturaleza es un estado 
salvaje, de lucha constante de todos contra todos (esto significa la 
expresión del texto "bellum omnium contra omnes"). Y es para evitar este 
estado por lo que se impone este pacto que asegura una situación 
pacífica y pone, así, las bases para el establecimiento de la sociedad. 
Porque en este momento se fija lo que desde 
entonces debe ser verdad, es decir, se ha 
inventado una designación de las cosas 
uniformemente válida y obligatoria, y el poder 
legislativo del lenguaje proporciona también las 
primeras leyes de la verdad, pues aquí se 
origina por primera vez el contraste entre 
verdad y mentira. 
El Lenguaje 
Pero este pacto social tiene otras consecuencias de enorme interés 
para el problema que a Nietzsche le preocupa, el problema de la 
verdad. En efecto, mediante dicho pacto los seres humanos también 
establecen de un modo convencional lo que es la verdad: "...en este 
momento se fija lo que desde entonces debe ser "verdad", esto es, se inventa una 
designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria". A partir de este 
momento, pues, se considerará verdadero aquello que quede 
legitimado como tal por el lenguaje. Así, por ejemplo, si todos 
señalamos hacia un mismo objeto y decimos: "Esa hoja es verde" 
daremos por sentado que dicha afirmación es verdadera, y que quien 
diga "Esa hoja es roja" o estará equivocado o estará mintiéndonos. El 
lenguaje tiene, de este modo, un importantísimo papel en el 
establecimiento de la "verdad" social, puesto que el uso de una 
palabra u otra dará a nuestro pensamiento el carácter de verdadero o 
falso: "aquí se origina por primera vez el contraste de verdad y mentira".(La 
diferencia entre mentira y falsedad es que la falsedad es un 
error, es decir, involuntario, mientras la mentira es consciente) 
El mentiroso utiliza las legislaciones válidas, las 
palabras, para hacer aparecer lo irreal como 
real; dice, por ejemplo, yo soy rico cuando la 
designación correcta para su estado sería 
justamente pobre. Abusa de las convenciones 
consolidadas efectuando cambios arbitrarios e 
incluso inversiones de los nombres. Si hace 
esto de manera interesada y conllevando 
perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él 
y, por ese motivo, le expulsará de su seno. Por 
eso los hombres no huyen tanto de ser 
engañados como de ser perjudicados por 
engaños. En el fondo, en esta fase tampoco 
detestan el fraude, sino las consecuencias 
graves, odiosas, de ciertos tipos de fraude. 
La mentira 
Aquel individuo que no utiliza las palabras de acuerdo con las normas 
establecidas (mediante aquella convención) será catalogado de 
mentiroso, y cuando dicha mentira cause un perjuicio al bienestar 
social entonces la sociedad perderá la confianza en dichos individuos. 
El hombre nada más que desea la verdad en un La verdad 
4
sentido análogamente limitado: desea las 
consecuencias agradables de la verdad, aquellas 
que conservan la vida, es indiferente al 
conocimiento puro y sin consecuencias, y está 
hostilmente predispuesto contra las verdades 
que puedan tener efectos perjudiciales y 
destructivos. Y además, ¿qué sucede con esas 
convenciones del lenguaje? ¿Son quizá 
productos del conocimiento, del sentido de la 
verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las 
cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de 
todas las realidades? 
Al final del párrafo aparecen dos preguntas básicas cuya respuesta 
será desarrollada posteriormente en el texto: "¿Coinciden las 
designaciones y las cosas?", "¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las 
realidades?". Nietzsche hace una crítica a la noción de verdad 
considerada tradicionalmente como válida: la verdad como 
correspondencia entre los hechos y los términos o proposiciones que 
designan a esos hechos (La definición tradicional de “verdad” es 
“adaequatio intentionalis intellectus cum re”, la adecuación 
intencional del entendimiento con la cosa. Según ésta, una 
proposición será verdadera si se corresponde con los hechos descritos 
por ella; en caso contrario será falsa. Si yo afirmo, por ejemplo, "La 
jirafa del zoo es azul con motas rojas", acudo al zoo a verla y observo 
que su color es el tradicional (amarillo con motas negras) entonces 
podré concluir que la proposición anterior era falsa. Pero si llego y, 
para mi sorpresa, alguien la ha pintado de aquellos extraños colores, 
para una jirafa, (o es un caso único de jirafa mutante), entonces diré 
que la proposición era verdadera. 
Nietzsche se opondrá a esta concepción de la verdad porque, como 
iremos viendo, para él la verdad no es más que una ficción, una 
convención establecida por los seres humanos para entenderse y 
poder conocer la realidad. 
Solamente mediante el olvido puede el hombre 
alguna vez llegar a imaginarse que está en 
posesión de una verdad en el grado que 
acabamos de señalar. Si no quiere contentarse 
con la verdad en la forma de tautología, es 
decir, con conchas vacías, entonces trocará 
perpetuamente ilusiones por verdades. 
Párrafo 5 
El olvido 
El lenguaje, que es el instrumento mediante el cual pretendemos 
establecer lo que es verdadero y lo que es falso, es una convención 
que deforma y esconde la auténtica realidad. Pero nos olvidamos de 
aquel pacto y pensamos que las palabras y las cosas sí coinciden: "Sólo 
mediante el olvido puede el hombre... llegar a figurarse que esté en posesión de una 
verdad". El supuesto impulso hacia la verdad que los hombres 
manifestamos a través del lenguaje parte ya de una base errónea. Las 
únicas verdades que nos resultan accesibles mediante él no son más 
que tautologías, es decir, verdades que lo son solo por la forma de la 
proposición, es decir, las proposiciones analíticas en cuyo predicado 
se afirma lo mismo que en el sujeto. Pero no nos suministran ninguna 
información nueva acerca de la realidad (cuando decimos "Ningún 
soltero está casado" tal información ya estaba implícita en la 
definición de "soltero" previamente formulada por nosotros de modo 
convencional y arbitrario). Por eso, esas tautologías no son sino 
"conchas vacías", pues están vacías de contenido, de información nueva. 
Es la crítica de Nietzsche a los juicios analíticos a priori y su 
equivalentes(las relaciones de ideas de Hume y las verdades de razón 
de Leibniz). 
¿Qué es una palabra? La reproducción en 
sonidos articulados de un estímulo nervioso. 
Pero partiendo del estímulo nervioso inferir 
además una causa existente fuera de nosotros, 
es ya el resultado de un uso falso e injustificado 
del principio de razón. ¡Cómo podríamos decir 
La palabra 
Una prueba clara de que el lenguaje no coincide con la realidad la 
encontramos en el proceso de formación de las palabras. ¿Qué es, 
exactamente, una palabra?. Nietzsche la define como "la reproducción en 
sonidos articulados de un estímulo nervioso". Para entender qué quiere 
decirnos con esta definición habrá que analizar las distintas fases que 
5
legítimamente, si la verdad estuviese solamente 
determinada por la génesis del lenguaje, y si el 
punto de vista de la certeza fuese también lo 
único decisivo respecto a las designaciones, 
cómo, no obstante, podríamos decir 
legítimamente: la piedra es dura, como si 
además captásemos lo duro de otra manera y 
no únicamente como excitación 
completamente subjetiva! Dividimos las cosas 
en géneros, designamos al árbol como 
masculino y a la planta como femenino: ¡qué 
extrapolaciones tan arbitrarias! ¡A qué altura 
volamos por encima del canon de la certeza! 
Hablamos de una serpiente: la designación 
alude solamente al hecho de retorcerse, podría, 
por tanto, atribuírsele también al gusano. ¡Qué 
arbitrariedad en las delimitaciones! ¡Qué 
parcialidad en las preferencias, unas veces de 
una propiedad de una cosa, otras veces de otra! 
Los diferentes idiomas, reunidos y comparados 
unos a otros, muestran que con las palabras no 
se llega jamás a la verdad ni a una expresión 
adecuada, pues, de lo contrario, no habría 
tantos. La cosa en si (esto sería justamente la 
verdad pura y sin consecuencias) es también 
totalmente inaprehensible y en absoluto 
deseable para el creador del lenguaje. Éste se 
limita a designar las relaciones de las cosas con 
respecto a los hombres y para expresarlas 
recurre a las metáforas más atrevidas. ¡En 
primer lugar, un estímulo nervioso extrapolado 
en una imagen!, primera metáfora. ¡La imagen, 
transformada de nuevo, en un sonido 
articulado!, segunda metáfora. Y, en cada caso, 
un salto total desde una esfera a otra 
completamente distinta y nueva. 
se recorren a la hora de formar las palabras: 
1- El ser humano entra en contacto (mediante sus sentidos) con la 
realidad cambiante exterior que actúa como estímulo y provoca una 
reacción en nuestro sistema nervioso. Según Nietzsche, de la 
existencia de este estímulo nervioso no podemos concluir que exista 
algo fuera de nosotros que sea causa de dicho estímulo: "partiendo del 
estímulo nervioso inferir una causa existente fuera de nosotros es ya el resultado de 
un uso falso e injustificado del principio de razón". 
2- Dichos estímulos captados a través de los sentidos crean en nuestra 
mente una imagen que pretende ser una copia de la reacción 
provocada por la realidad exterior a nosotros. Pero toda copia suele 
ser defectuosa o, como diría Nietzsche, se convierte en una metáfora 
del original, y como tal enmascara éste: "¡Un estímulo nervioso extrapolado 
en primer lugar en una imagen!, primera metáfora.". 
3- A su vez, intentamos transmitir esa imagen mental a los demás 
mediante un sonido articulado que es a lo que propiamente llamamos 
palabra y que, por tanto, pretende ser un reflejo (una segunda copia) 
de aquella imagen mental que, a su vez, intentaba reflejar el estímulo 
nervioso producido por un objeto exterior a nosotros: "¡La imagen 
transformada de nuevo en un sonido articulado!, segunda metáfora". Realidad 
cambiante -> Estímulo nervioso -> Imagen -> Palabra 
Podríamos imaginarnos un hombre que fuese 
completamente sordo y que jamás hubiese 
tenido ninguna sensación del sonido ni de la 
música; del mismo modo que un hombre de 
estas características mira con asombro las 
figuras acústicas de Chaldni en la arena, 
descubre su causa en las vibraciones de la 
cuerda y jurará entonces, que, desde ese 
momento en adelante no puede ignorar lo que 
los hombres llaman sonido, así nos sucede a 
todos nosotros con el lenguaje. Creemos saber 
algo de las cosas mismas cuando hablamos de 
Las figuras acústicas de Chaldni 
Vemos, así, cómo a lo largo de todo este proceso la experiencia 
originaria va pasando por una serie de intermediarios que 
necesariamente la van modificando, hasta el punto de que podemos 
llegar a plantearnos si, efectivamente, existe una relación entre esa 
realidad inicialmente experimentada y el sonido con el que finalmente 
pretendemos referirnos a ella. Las consecuencias que se extraen de 
esta reflexión son muy importantes, puesto que le llevan a concluir 
que "con las palabras no se llega jamás a la verdad", que la pretendida 
auténtica realidad (la "cosa en sí" de la que también hablaba 
Kant como “el noúmeno”) nunca podrá ser transmitida o expresada 
mediante el lenguaje. El lenguaje, pues, transforma la realidad 
6
árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, 
sin embargo, más que metáforas de las cosas, 
que no corresponden en absoluto a las esencias 
primitivas. Del mismo modo que el sonido 
toma el aspecto de figura de arena, así la 
enigmática X de la cosa en sí se presenta, en 
principio, como excitación nerviosa, luego 
como imagen, finalmente como sonido 
articulado. En cualquier caso, por tanto, el 
origen del lenguaje no sigue un proceso lógico, 
y todo el material sobre el que, y a partir del 
cual, trabaja y construye, el hombre de la 
verdad, el investigador, el filósofo, si no 
procede de las nubes, tampoco procede, en 
ningún caso, de la esencia de las cosas. 
originaria y la expresa de un modo metafórico; y mediante esas 
metáforas acabamos perdiendo el auténtico carácter originario de las 
cosas: "Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, 
colores, nieve y flores y no poseemos más que metáforas de las cosas, que no 
corresponden a las esencialidades originarias". 
A lo largo de este párrafo nos encontramos también con una serie de 
ejemplos que demuestran el rechazo de Nietzsche a la teoría de la 
correspondencia y su defensa del carácter convencional del lenguaje. 
Utilizamos la palabra "ejemplo" y no "argumento" pues pensamos 
que el propio Nietzsche rechazaría este segundo término por motivos 
señalados a lo largo del texto. 
Ejemplo 1: Los adjetivos subjetivos y cambiantes. ¿Por qué decimos que una 
piedra es dura? Sencillamente porque nuestro contacto con ella 
produce en nosotros una sensación que calificamos de un modo 
totalmente arbitrario mediante este adjetivo. Además, también existen 
algunos objetos a los que denominamos como duros, como la barra 
de pan que lleva cuatro días en casa, sin que la sensación que produce 
en nosotros tenga mucho que ver con aquella de la piedra (la barra de 
pan, por muy dura que esté, la puedo mordisquear e incluso, en caso 
de apuro, comérmela, cosa que no ocurre con la piedra). 
- Ejemplo 2: Los géneros arbitrarios. ¿Por qué el árbol pertenece al género 
masculino y la planta al género femenino? ¿Qué puede haber de 
masculino en un árbol? ¿Por qué lo designamos como tal? ¿Con qué 
hechos "viriles" se correspondería? Más aún, ¿qué quiere decir 
"masculino"? ¿No es, acaso, una palabra tan convencional como 
cualquier otra? ¿Por qué denominamos a las flores como femeninas y, 
sin embargo, dentro de ellas existen casos como el jazmín o el jacinto 
que son masculinos? Evidentemente, si las flores "son femeninas" no 
debería ser posible que algunas de ellas fueran "masculinas". 
- Ejemplo 3: Los sustantivos inexactos y ambiguos. Decimos que aquel 
animal que serpentea o se desplaza retorciéndose por el suelo es una 
serpiente; "serpiente" significa etimológicamente animal que 
serpentea. 
Pero entonces... ¿por qué no llamamos al gusano también 
"serpiente"? 
- Ejemplo 4: Los diferentes idiomas. La existencia de múltiples lenguas, 
cada una de las cuales designa el mismo objeto mediante un término 
distinto, nos da una prueba concluyente de que el lenguaje no es 
capaz de reflejar la realidad. Pues, si así fuera, sólo existiría un único 
término para cada cosa, sólo existiría un único lenguaje. 
De este modo, la teoría de Nietzsche nos lleva hacia un cierto 
escepticismo: toda especulación y toda pretensión de verdad son 
negadas pues se apoyan en un lenguaje (lenguaje y pensamiento no 
pueden existir el uno sin el otro) que se ha formado a partir de un 
interés ilógico que nada tiene que ver con la auténtica realidad, de la 
cual no es manifestación sino de un modo retorcido y engañador: 
"...todo el material en el que trabaja y con el cual trabaja y después construye el 
hombre la verdad, el investigador, el filósofo, si no procede del país de Jauja, 
7
tampoco procede en ningún caso, de la esencia de las cosas". Pero... ¿cae 
Nietzsche en la cuenta de que él también está empleando el lenguaje 
que tanto desprecia para comunicar sus ideas? La respuesta la 
veremos en los párrafos siguientes. 
Pero pensemos sobre todo en la formación de 
los conceptos. Toda palabra se convierte de 
manera inmediata en concepto en tanto que 
justamente no ha de servir para la experiencia 
singular y completamente individualizada a la 
que debe su origen, por ejemplo, como 
recuerdo, sino que debe ser apropiada al 
mismo tiempo para innumerables experiencias, 
por así decirlo, más o menos similares, esto es, 
jamás idénticas estrictamente hablando; así 
pues, ha de ser apropiada para casos 
claramente diferentes. Todo concepto se forma 
igualando lo no-igual. Del mismo modo que es 
cierto que una hoja nunca es totalmente igual a 
otra,, asimismo es cierto que el concepto hoja 
se ha formado al abandonar de manera 
arbitraria esas diferencias individuales, al 
olvidar las notas distintivas, con lo cual se 
suscita entonces la representación, como si en 
la naturaleza hubiese algo separado de las hojas 
que fuese la hoja, una especie de arquetipo 
primigenio a partir del cual todas las hojas 
habrían sido tejidas, diseñadas, calibradas, 
coloreadas, onduladas, pintadas, pero por 
manos tan torpes, que ningún ejemplar 
resultase ser correcto y fidedigno como copia 
fiel del arquetipo. Decimos que un hombre es 
honesto. ¿Por qué ha obrado hoy tan 
honestamente?, preguntamos. Nuestra 
respuesta suele ser como sigue: A causa de su 
honestidad. ¡La honestidad! Esto significa a su 
vez: la hoja es la causa de las hojas. 
Ciertamente no sabemos nada en absoluto de 
una cualidad esencial que se llame la 
honestidad, pero sí de numerosas acciones 
individualizadas, por lo tanto desiguales, que 
nosotros igualamos omitiendo lo desigual, y, 
entonces, las denominamos acciones honestas; 
al final formulamos a partir de ellas una qualitas 
occulta con el nombre de honestidad. 
Párrafo 6 
Los conceptos 
Nietzsche continúa insistiendo en el proceso de formación de los 
conceptos. 
Si tuviéramos un conjunto infinito de palabras, cada una de las cuales 
designara una experiencia única e irrepetible, no existiría problema 
alguno (aunque entonces nos encontraríamos con otros problemas, 
como la imposibilidad práctica de utilizar el lenguaje para 
comunicarnos). El auténtico problema empieza cuando con una única 
palabra (convertida en concepto) intentamos referirnos a un conjunto 
amplio de cosas que son, sólo, aproximadamente similares pero nunca 
idénticas: "...tiene que ser apropiada... para innumerables vivencias 
más o menos similares,... nunca idénticas hablando con rigor". Y es 
que "Todo concepto se forma igualando lo no-igual". Nietzsche 
critica este proceso de formación de los conceptos pues se basa en 
cosas diferentes: "...el concepto hoja se ha formado al prescindir 
arbitrariamente de esas diferencias individuales". 
Por tanto, no tiene sentido la aplicación de un concepto a cosas que 
entre sí no son idénticas tratando de fundirlas en una unidad 
imposible y no justificada. 
Es evidente que la crítica de Nietzsche alcanza de lleno a la teoría de 
las ideas que Platón formula: no existe (como sostendría Platón) una 
idea de "honradez" (por utilizar el otro ejemplo de Nietzsche) a la 
cual tratan de imitar como copias imperfectas los actos que 
calificamos como honrados: "...no sabemos nada de una cualidad esencial 
que se llame la "honradez"". Sólo existen una serie de acciones diferentes 
entre sí que, de un modo injustificado, denominamos de la misma 
manera: "...numerosas acciones individualizadas, por lo tanto desiguales, que 
nosotros igualamos omitiendo lo desigual y las designamos entonces como acciones 
honradas". 
La omisión de lo individual y de lo real nos 
proporciona el concepto del mismo modo que 
también nos proporciona la forma, mientras 
que la naturaleza no conoce formas ni 
Párrafo 7 
Antropomorfismo 
Nietzsche reivindica lo individual y lo diferente porque es lo real, 
aunque resulte inaccesible para el lenguaje: "...la naturaleza no conoce 
8
conceptos, así como tampoco, en 
consecuencia, géneros, sino solamente una X 
que es para nosotros inaccesible e indefinible. 
También la oposición que hacemos entre 
individuo y especie es antropomórfica y no 
procede de la esencia de las cosas, aun cuando 
tampoco nos atrevemos a decir que no le 
corresponde: porque eso sería una afirmación 
dogmática y, en cuanto tal, tan indemostrable 
como su contraria. 
formas ni conceptos... solamente una X que es para nosotros inaccesible e 
indefinible". Sin embargo, y contestando en parte a la pregunta que 
planteamos al final del párrafo 5, Nietzsche es consciente de que su 
propia distinción entre lo individual y lo general es tan arbitraria como 
cualquier otra, pues también en ella se hace un uso injustificado del 
lenguaje: "...también nuestra contraposición entre individuo y género es 
antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos 
atrevemos a decir que no le corresponda: porque eso sería una afirmación 
dogmática y, como tal, tan indemostrable como su contraria". 
Es decir, Nietzsche se da cuenta de que está usando el propio 
lenguaje para criticar al lenguaje que tanto desprecia y, sin embargo, 
no tiene más remedio que aceptar la contradicción. 
¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil 
de metáforas, metonimias, antropomorfismos, 
en resumidas cuentas, una suma de relaciones 
humanas que han sido realzadas, extrapoladas, 
adornadas poética y retóricamente y que, 
después de un prolongado uso, a un pueblo le 
parecen fijas, canónicas, obligatorias: las 
verdades son ilusiones de las que se ha 
olvidado que lo son, metáforas que se han 
vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas 
que han perdido su troquelado y no son ahora 
consideradas como monedas, sino como metal. 
No sabemos todavía de dónde procede el 
impulso hacia la verdad, pues hasta ahora 
solamente hemos prestado atención al 
compromiso que la sociedad establece para 
existir, la de ser veraz, es decir, usar las 
metáforas usuales, así pues, dicho en términos 
morales, de la obligación de mentir según una 
convención firme, de mentir borreguilmente, 
de acuerdo con un estilo obligatorio para 
todos. 
Párrafo 8 
La verdad 
La "verdad" es una creación social establecida mediante una 
convención que el uso y la costumbre han hecho que acabemos 
adoptando como norma inviolable: "¿Qué es la verdad? ... una suma de 
relaciones humanas... que después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen 
fijas, canónicas, obligatorias". La verdad, en el fondo, no es más que una 
ilusión, una ficción, una creación nuestra. Pero nos hemos olvidado 
que lo es. Hemos olvidado que nosotros hemos sido sus creadores, de 
ahí que Nietzsche la compare con monedas que han perdido su 
imagen y que ahora se las considera como metal. 
Ciertamente, el hombre se olvida de que su 
situación es ésta, por tanto, miente 
inconscientemente de la manera que hemos 
indicado y en virtud de hábitos milenarios -y 
precisamente en virtud de esta inconsciencia, 
precisamente en virtud de este olvido, adquiere 
el sentimiento de la verdad-. A partir del 
sentimiento de estar obligado a designar una 
cosa como roja, otra como fría, una tercera 
como muda, se despierta un movimiento moral 
hacia la verdad; a partir del contraste del 
mentiroso, en quien nadie confía y a quien 
Lo Gregario 
Nietzsche vuelve a hacer hincapié en la distinción entre un sentido 
moral de la verdad y un sentido extramoral de la misma. Este último, 
el que más le interesa, nos muestra la radical falsedad que existe en 
todo lenguaje. 
Es después de establecer, de un modo convencional y mediante un 
pacto, este sentido de verdad cuando aparece el sentido moral de la 
palabra "verdad". A partir de este momento, podremos calificar de 
mentiroso (en un sentido moral) a aquel individuo que no utilice las 
metáforas conceptuales propias del lenguaje respetando las normas 
que los demás hemos establecido como válidas: "...la obligación que la 
sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, usar las metáforas usuales, 
9
todos excluyen, el hombre se demuestra a sí 
mismo lo venerable, lo fiable y lo provechoso 
de la verdad. En ese instante el hombre pone 
sus actos como ser racional bajo el dominio de 
las abstracciones: ya no soporta ser arrastrado 
por las impresiones repentinas, por las 
intuiciones y, ante todo, generaliza todas esas 
impresiones en conceptos más descoloridos, 
más fríos, para uncirlos al carro de su vida y de 
su acción. 
así pues, dicho en términos morales, de la obligación de mentir según una 
convención fija.". En definitiva, sólo se aceptará en sociedad a aquel 
individuo que use de un modo correcto las metáforas establecidas por 
convención (mentiroso será, por ejemplo, quien nos diga: ayer estuve 
conversando con un león, pues, según nuestras convenciones 
lingüísticas, la palabra león designa un ser vivo con el cual es 
imposible mantener una conversación). Esta verdad establecida 
convencionalmente, aunque falsa en su origen más profundo, es 
necesaria para la sociedad: "...a partir de la contraposición del mentiroso, en 
quien nadie confía y a quien todos excluyen, el hombre se demuestra a sí mismo lo 
venerable, lo fiable y provechoso de la verdad". La "verdad" extramoral está, 
pues, vinculada al interés social, aunque ella misma provenga del 
olvido de su mentira original: "...llega al sentimiento de la verdad 
precisamente por esta inconsciencia, justo por este olvido". 
Todo lo que eleva al hombre por encima del 
animal depende de esa capacidad de volatilizar 
las metáforas intuitivas en un esquema, esto es, 
de disolver una imagen en un concepto, pues 
en el ámbito de esos esquemas es posible algo 
que nunca podría conseguirse bajo las primeras 
impresiones intuitivas: construir un orden 
piramidal por castas y grados, crear un mundo 
nuevo de leyes, privilegios, subordinaciones y 
delimitaciones, que ahora se contrapone al otro 
mundo de las primeras impresiones intuitivas 
como lo más firme, lo más general, lo mejor 
conocido y lo más humano y, por ello, como 
una instancia reguladora e imperativa. 
El hombre 
Los seres humanos nos distinguimos de los animales en que, 
partiendo de nuestras impresiones intuitivas originarias, somos 
capaces de construir sobre ellas todo un universo ficticio de 
conceptos que utilizamos para poder comunicarnos y convivir en 
sociedad: "Todo lo que distingue al hombre del animal depende de esa capacidad 
de volatizar las metáforas intuitivas en un esquema, esto es, de disolver una 
imagen en un concepto". 
Sin embargo, acabamos siendo esclavos de esos conceptos que hemos 
construido, que se convierten "en lo regulador y lo imperativo", 
olvidamos su inicial carácter de ficción al considerarlos sin más como 
la verdad. Las intuiciones primitivas mediante las cuales establecemos 
nuestro primer contacto con la realidad son únicas e irrepetibles (y 
por ello inmanejables para la comunicación), pues la propia realidad 
no es más que un cambio constante e incesante: "...toda metáfora de 
intuición es individual y carece de algo idéntico a ella". 
Mientras que toda metáfora intuitiva es 
individual y no tiene otra idéntica y, por tanto, 
sabe escaparse siempre de toda clasificación, el 
gran edificio de los conceptos presenta la rígida 
regularidad de un columbarium romano e insufla 
en la lógica el rigor y la frialdad que son 
propios de las matemáticas. Aquél a quien 
envuelve el hálito de esa frialdad apenas creerá 
que también el concepto, óseo y octogonal 
como un dado y, como tal, versátil, no sea a fin 
de cuentas sino como el residuo de una metáfora y 
que la ilusión de la extrapolación artística de un 
estímulo nervioso en imágenes es, si no la 
madre, sí sin embargo la abuela de cualquier 
concepto. Ahora bien, dentro de ese juego de 
dados de los conceptos se denomina verdad a 
usar cada dado tal y como está designado; 
contar exactamente sus puntos, formar 
Lo Gregario 
Frente a esto, los conceptos construidos sobre ellas pretenden 
aplicarse a un gran número de circunstancias y, ya sólo por este 
hecho, falsean una realidad que nunca puede someterse a unos 
esquemas tan rígidos. Los seres humanos, sin embargo, se resisten a 
creer en la falsedad radical de los conceptos, pues ello sería como 
destruir las fantasías, los castillos de arena que ellos mismos han 
construido: "...apenas creerá que también el concepto... no sea a fin de cuentas 
sino como el residuo de una metáfora". 
Sin embargo, de todo lo dicho no podemos extraer la conclusión de 
que Nietzsche desprecie el lenguaje y a su creador el ser humano. 
Muy por el contrario admira la capacidad constructora e inventiva de 
este ser que ha sido capaz de levantar un edificio tan complicado 
como es el lenguaje, muestra de la capacidad que tenemos de dominar 
sobre la naturaleza. 
Pero ese lenguaje descansa sobre unos cimientos tan inestables como 
las telarañas: "Aquí se debe admirar al hombre como un poderoso genio 
constructor, que sobre fundamentos movedizos... consigue levantar una catedral de 
10
clasificaciones correctas y no violar en ningún 
caso el orden de las castas ni los turnos de la 
sucesión jerárquica. 
conceptos infinitamente complicada". Por ello, el lenguaje (en cuanto 
conjunto de metáforas que es) nos aleja de la auténtica verdad, de la 
auténtica realidad, la cual, por la propia estructura del lenguaje, nunca 
podrá ser alcanzada: "Es aquí muy de admirar, -si bien, de ningún modo por 
su impulso hacia la verdad, hacia el conocimiento puro de las cosas". 
Del mismo modo que los romanos y los 
etruscos dividían el cielo mediante rígidas 
líneas matemáticas y conjuraban, en ese 
espacio así delimitado, a un dios, como en un 
templum, así cada pueblo tiene sobre él un cielo 
conceptual semejante, matemáticamente 
dividido, y en esas circunstancias entiende, 
entonces, como exigencia de la verdad, que 
todo dios conceptual ha de buscarse solamente 
en su propia esfera. Cabe admirar en este caso al 
hombre como poderoso genio constructor, 
que acierta a levantar sobre cimientos 
inestables y, por así decirlo, sobre agua en 
movimiento, una catedral de conceptos 
infinitamente compleja; y ciertamente, para 
encontrar apoyo en tales cimientos debe 
tratarse de un edificio hecho como de 
telarañas, tan fina que sea transportada por las 
olas, tan firme que no sea desgarrada por el 
viento. El hombre, como genio de la 
arquitectura, se eleva de tal modo muy por 
encima de la abeja: ésta construye con cera que 
recoge de la naturaleza; aquél con la materia 
bastante más fina de los conceptos que, desde 
el principio, tiene que producir de sí mismo. 
Aquí él se hace acreedor de admiración 
profunda -si bien, de ningún modo por su 
impulso hacia la verdad, hacia el conocimiento 
puro de las cosas-. Si alguien esconde una cosa 
detrás de un matorral, después la busca de 
nuevo exactamente allí y, además, la encuentra, 
en esa búsqueda y en ese descubrimiento no 
hay, pues, mucho que alabar; sin embargo, esto 
es lo que sucede al buscar y al encontrar la 
verdad dentro de la jurisdicción de la razón. Si 
doy la definición de mamífero y a 
continuación, después de examinar un camello, 
digo: he ahí un mamífero, no cabe duda de que 
con ello se ha traído a la luz una nueva verdad, 
pero es de un valor limitado; quiero decir,, es 
antropomórfica de pies a cabeza y no contiene 
ni un solo punto que sea verdadero en sí, real y 
El espíritu 
La verdad que queremos establecer mediante el lenguaje no es más 
que una verdad construida por el propio ser humano. ¿Qué valor 
tiene entonces que la "encontremos"?. Es como el ejemplo del texto 
del objeto escondido detrás del matorral y luego encontrado por 
nosotros mismos. Se trata, en definitiva, de otra versión de las críticas 
tradicionales hechas al modo de razonar del silogismo aristotélico: si 
yo afirmo que "Pepe es hombre" y luego digo que "Todos los 
hombres son mortales", puedo extraer como conclusión que "Pepe es 
mortal", y quizá creeré haber descubierto una verdad nueva. Pero, en 
realidad, era una verdad que ya conocía al establecer las definiciones 
de "hombre" y "mortal". Así, el lenguaje sólo nos permite establecer 
verdades que lo son mediante las definiciones que nosotros mismos 
hemos establecido, esto es, el lenguaje es el resultado de un proceso 
de antropomorfización. 
No olvidemos, por último, que el propio primer contacto del ser 
humano con la realidad es también a partir de metáforas, aunque sean 
intuitivas y únicas, y que toda metáfora lleva consigo una deformación 
de la realidad la cual se convierte, así, en algo inalcanzable: "...parte del 
error de creer que tiene esas cosas inmediatamente ante sí como objetos puros. 
Olvida, por lo tanto, las metáforas intuitivas originales en cuanto metáforas y las 
toma por las cosas mismas". 
11
universalmente válido, prescindiendo de los 
hombres. El investigador de tales verdades tan 
sólo busca en el fondo, la metamorfosis del 
mundo en los hombres; aspira a una 
comprensión del mundo en tanto que cosa 
humanizada y consigue, en el mejor de los 
casos, el sentimiento de una asimilación. Del 
mismo modo que el astrólogo considera las 
estrellas al servicio de los hombres y en 
conexión con su felicidad y su desgracia, así 
considera un tal investigador que el mundo en 
su totalidad está ligado a los hombres; como el 
eco infinitamente repetido de un sonido 
primordial, el hombre, como la reproducción 
multiplicada de una imagen primordial, el 
hombre. Su procedimiento consiste en tomar 
al hombre como medida de todas las cosas, 
pero entonces parte del error de creer que 
tiene estas cosas ante sí de manera inmediata 
como objetos puros. Olvida, por lo tanto, que 
las metáforas intuitivas originales no son más 
que metáforas y las toma por las cosas mismas. 
Sólo mediante el olvido de ese mundo 
primitivo de metáforas, sólo mediante el 
endurecimiento y la petrificación de un fogoso 
torrente primordial compuesto por una masa 
de imágenes que surgen de la capacidad 
originaria de la fantasía humana, sólo mediante 
la invencible creencia en que este sol, esta 
ventana, esta mesa son una verdad en sí, en una 
palabra, gracias solamente al hecho de que el 
hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, 
por cierto, como sujeto artísticamente creador, 
vive con cierta calma, seguridad y 
consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo 
fuese un instante, fuera de los muros de la 
cárcel de esa creencia, se acabaría en seguida su 
autoconsciencia. Ya le cuesta trabajo reconocer 
ante sí mismo que el insecto o el pájaro 
perciben otro mundo completamente diferente 
al del hombre y que la cuestión de cuál de las 
dos percepciones del mundo es la correcta 
carece totalmente de sentido, puesto que para 
decidir sobre ello tendríamos que medir con la 
medida de la percepción correcta, esto es, con una 
medida de la que no se dispone. Pero, por lo 
Párrafo 9 
El ojo de Dios 
Los seres humanos sólo podemos vivir seguros en la realidad 
deformándola, moldeándola según nuestros intereses y, más aún: 
olvidándonos de que hemos enmascarado la auténtica realidad 
mediante metáforas que nos son útiles: "...gracias solamente a que el 
hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente 
creador, vive con alguna calma, seguridad...". Tenemos que ser conscientes 
de que otros seres vivos perciben la realidad de un modo distinto al 
nuestro captando, por ejemplo, colores o sonidos inaccesibles para 
nosotros: "...el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente 
al del hombre". No es ni siquiera lícito preguntarnos por cuál de todas 
esas percepciones es la correcta pues ninguna de ellas lo es, ya que no 
hay un criterio que nos permita distinguirla. Todas y cada una 
dependen de una perspectiva, de un punto de vista diferente y tan 
valioso como cualquiera de los otros. A un gato, su manera de 
percibir el mundo le resultará la más valiosa, pues le es útil para 
manejarse en la vida. Lo mismo exactamente ocurre con nosotros. 
Pero, ¿qué es una percepción correcta? Aquella en la cual el objeto 
percibido encuentra una expresión adecuada en el sujeto que lo 
percibe. Pero no existe ninguna percepción correcta, toda percepción 
es una interpretación por parte del sujeto que percibe, lo que implica 
una manipulación: "...entre dos esferas absolutamente distintas como el sujeto y 
el objeto no hay... ninguna exactitud. .. a lo sumo... una traducción balbuciente a 
12
demás, la percepción correcta —es decir, la 
expresión adecuada de un objeto en el sujeto 
—, me parece un absurdo lleno de 
contradicciones, porque entre dos esferas 
absolutamente distintas como lo son el sujeto y 
el objeto no hay ninguna causalidad (4-bis), 
ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a 
lo sumo, un comportamiento estético, quiero 
decir, una extrapolación alusiva, una traducción 
balbuciente a un lenguaje completamente 
extraño. Para lo cual se necesita, en todo caso, 
una esfera intermedia y una fuerza mediadora, 
libres ambas para poetizar e inventar. 
un lenguaje completamente extraño". 
La palabra fenómeno encierra muchas 
seducciones, por lo que, en lo posible, procuro 
evitarla, puesto que no es cierto que la esencia 
de las cosas se manifieste en el mundo 
empírico. Un pintor al que le faltaran las 
manos y que quisiera expresar por medio del 
canto la imagen que ha concebido, revelará 
siempre, en ese paso de una esfera a otra, 
mucho más sobre la esencia de las cosas que el 
mundo empírico. Incluso la misma relación de 
un estímulo nervioso con la imagen producida 
no es, en sí, necesaria; pero cuando la misma 
imagen se ha producido millones de veces y se 
ha transmitido hereditariamente a través de 
muchas generaciones de seres humanos, 
apareciendo finalmente en toda la humanidad 
como consecuencia cada vez del mismo 
motivo, entonces acaba por tener el mismo 
significado para el hombre que si fuese la única 
imagen necesaria, como si la relación entre la 
excitación nerviosa originaria con la imagen 
producida fuese una estricta relación de 
causalidad estricta; del mismo modo que un 
sueño eternamente repetido sería percibido y 
juzgado como algo absolutamente real. Pero el 
endurecimiento y la petrificación de una 
metáfora no garantizan en modo alguno ni la 
necesidad ni la legitimación exclusivas de esa 
metáfora. 
Contra el fenómeno 
Así pues, ni siquiera la percepción sensorial nos puede mostrar nunca 
la auténtica realidad, sino una realidad ya deformada. Sólo así se 
explican las diferentes percepciones de los distintos seres vivos: "...no 
es verdadero que la esencia de las cosas se manifieste en el mundo empírico". 
Lo que ocurre es que al repetirse una y otra vez una misma 
percepción en presencia de un mismo estímulo tendemos a establecer 
un vínculo inquebrantable entre ambos y a pensar, equivocadamente, 
que nuestra percepción es un reflejo fiel de un cierto objeto que actúa 
como estímulo: "Incluso la relación de un estímulo nervioso con la imagen 
producida no es, en sí, necesaria; pero cuando la misma imagen se ha producido 
millones de veces... entonces acaba por tener el mismo significado para el hombre 
que si fuese la única imagen necesaria". 
Razonamiento erróneo similar al utilizado en los procesos inductivos. 
Allí concluíamos, por ejemplo, que, porque el agua siempre ha 
hervido al ponerla al fuego, lo mismo ocurriría necesariamente 
mañana si se repitiera la situación. Pero este paso es (como aclaró 
Hume en su crítica al concepto de causalidad) absolutamente 
injustificado por estar basado únicamente en nuestra costumbre de 
que las cosas han ocurrido siempre así. 
Así pues, por mucho que se repita una metáfora, jamás podrá ser real, 
seguirá siendo una metáfora: "...el endurecimiento y la petrificación de una 
metáfora no garantizan... ni la necesidad ni la legitimación exclusivas de esa 
metáfora.". 
Sin duda, todo hombre que esté familiarizado 
con tales consideraciones ha sentido una 
profunda desconfianza hacia cualquier 
Párrafo 10 
La ciencia. 
Parece ser, pues, que la auténtica realidad, sea cual sea ésta, resulta ser 
13
idealismo de esta especie, cada vez que se ha 
convencido con la claridad necesaria de la 
consecuencia, ubicuidad e infalibilidad de las 
leyes de la naturaleza; y ha sacado esta 
conclusión: aquí, cuanto alcanzamos en las 
alturas del mundo telescópico y en los abismos 
del mundo microscópico, todo es tan seguro, 
tan elaborado, tan infinito, tan regular, tan 
exento de lagunas; la ciencia cavará 
eternamente con éxito en estos pozos, y todo 
lo que encuentre habrá de concordar y no se 
contradirá. Qué poco se asemeja esto a un 
producto de la imaginación; si lo fuese, tendría 
que quedar al descubierto en alguna parte la 
apariencia y la irrealidad. 
algo radicalmente inaccesible para el ser humano, pues partimos ya de 
la base de que nosotros interpretamos ya esa realidad de un modo 
peculiar desde una cierta perspectiva (perspectivismo), desde la 
manera como están configurados nuestros órganos sensoriales. Sin 
embargo, frente a esta postura se encuentra la de aquellos que creen 
en el rigor de la ciencia y en que ésta nos desvela la existencia de unas 
leyes de la naturaleza que reflejan de un modo perfecto su 
funcionamiento: "Qué poco se parece esto a un producto de la fantasía: pues, si 
lo fuese, tendría que dar lugar a que se adivinase en alguna parte la apariencia y 
la irrealidad". 
Al contrario, cabe decir por lo pronto que, si 
cada uno de nosotros tuviese una percepción 
sensorial diferente, podríamos percibir unas 
veces como pájaros, otras como gusanos, otras 
como plantas, o si alguno de nosotros viese el 
mismo estímulo como rojo, otro como azul e 
incluso un tercero lo percibiese como un 
sonido, entonces nadie hablaría de tal 
regularidad de la naturaleza, sino que 
solamente se la concebiría como una 
construcción altamente subjetiva. Entonces, 
¿qué es para nosotros, en definitiva, una ley de 
la naturaleza? No nos es conocida en sí, sino 
solamente por sus efectos, es decir, en sus 
relaciones con otras leyes de la naturaleza que, 
a su vez, sólo nos son conocidas como suma 
de relaciones. Por consiguiente, todas esas 
relaciones no hacen más que remitirse 
continuamente unas a otras y, en su esencia, 
para nosotros son incomprensibles por 
completo; en realidad sólo conocemos de ellas 
lo que nosotros aportamos: el tiempo, el 
espacio, por tanto las relaciones de sucesión y 
los números. Pero todo lo maravilloso que 
admiramos precisamente en las leyes de la 
naturaleza, lo que reclama nuestra explicación y 
lo que podría introducir en nosotros la 
desconfianza respecto al idealismo, justamente 
reside única y exclusivamente en el rigor 
matemático y en la inviolabilidad de las 
representaciones del tiempo y del espacio. Sin 
embargo, esas nociones las producimos en 
nosotros y a partir de nosotros con la misma 
A priori 
Pero, ¿qué son exactamente esas leyes de la naturaleza? Para los 
creyentes en el poder y en la veracidad de la ciencia, dichas leyes 
expresarían ciertas regularidades que se dan en el mundo real, (por 
ejemplo que Velocidad = Espacio / Tiempo). Sin embargo, Nietzsche 
cuestiona esta creencia ingenua: si nosotros tuviéramos capacidades 
sensoriales distintas, entonces dichas regularidades no nos parecerían 
tales, o incluso construiríamos otras totalmente distintas: "...si nosotros 
mismos percibiésemos unas veces como un pájaro, otras como un gusano y otras 
como una planta... entonces nadie hablaría de tal regularidad de la naturaleza, 
sino que solamente la concebiría como una construcción altamente subjetiva". 
Por eso, para Nietzsche, las leyes de la naturaleza expresarían en 
realidad el modo como nosotros la percibimos. Son, pues, más leyes 
nuestras (nosotros las creamos) que leyes de la naturaleza y poseen, 
por tanto, un carácter subjetivo: "...las producimos en nosotros y desde 
nosotros mismos...; si estamos obligados a concebir todas las cosas únicamente bajo 
esas formas, entonces deja de ser maravilloso que... sólo concibamos en todas las 
cosas precisamente esas formas.". 
Así, siguiendo el ejemplo anterior (V=E/T), ¿de dónde surge 
exactamente esa ley? De los conceptos de "velocidad", "espacio" y 
"tiempo", conceptos que, no hay que olvidar, son igual de 
metafóricos que cualquier otro concepto, y son producto de nuestra 
manera peculiar de interpretar la realidad. Es como el ejemplo del 
objeto escondido en el matorral del párrafo 8: nada tiene de 
maravilloso que V=E/T, pues tiene que ser necesariamente así tal y 
como nosotros hemos ido definiendo esos conceptos. Así se explica 
igualmente que, con la misma "necesidad", definamos el espacio 
como E=VxT, y el tiempo como T=E/V, pues, "...todas estas relaciones 
no hacen más que remitirse continuamente unas a otras...". 
Ásí pues, esas leyes de la naturaleza sólo expresan la perspectiva desde 
la cual nosotros, de un modo completamente subjetivo, interpretamos 
la realidad. Sólo podemos captar esta realidad de un modo metafórico 
y siempre alejados, por las imposiciones de nuestra propia 
14
necesidad que la araña teje su tela; si estamos 
obligados a concebir todas las cosas 
únicamente bajo esas formas, entonces deja de 
ser maravilloso que, hablando con propiedad, 
sólo captemos en todas las cosas precisamente 
esas formas, puesto que todas ellas deben 
llevar consigo las leyes del número y el número 
es precisamente lo más asombroso de las 
cosas. Toda la regularidad que tanto respeto 
nos impone en las órbitas de los astros y en los 
procesos químicos, coincide en el fondo con 
aquellas propiedades que nosotros aportamos a 
las cosas, de modo que, con ello, nos 
infundimos respeto a nosotros mismos. 
De aquí resulta, en efecto, que esa artística 
creación de metáforas con la que comienza en 
nosotros toda percepción presupone ya esas 
formas, y, por tanto, se realizará en ellas; sólo 
partiendo de la firme persistencia de estas 
formas primordiales resulta posible explicar el 
que más tarde haya podido construirse sobre 
las metáforas mismas el edificio de los 
conceptos. Pues éste edificio es, efectivamente, 
una imitación de las relaciones de espacio, 
tiempo y número, sobre la base de las 
metáforas. 
constitución, de una "auténtica realidad" que nos resultará en todo 
momento inapresable. 
Como hemos visto, en la construcción de los 
conceptos trabaja originariamente el lenguaje; 
más tarde la ciencia. Y así como la abeja 
construye las celdas y simultáneamente las 
rellena de miel, así también la ciencia trabaja 
sin cesar en ese gran columbarium de los 
conceptos, necrópolis de las intuiciones; 
construye sin cesar nuevas y más elevadas 
plantas, apuntala, limpia y renueva las celdas 
viejas y, sobre todo, se esfuerza en llenar ese 
colosal andamiaje que desmesuradamente ha 
apilado y en ordenar dentro de él todo el 
mundo empírico, es decir, el mundo 
antropomórfico. 
Párrafo 11 
El columbarium 
Así pues, la ciencia y el trabajo científico suponen un paso más en ese 
alejamiento de la realidad llevado a cabo continuamente por los seres 
humanos. El lenguaje había creado ya un mundo de conceptos 
ficticios necesarios para nuestro manejo de la realidad pero totalmente 
alejados de ésta. La ciencia, por su parte, crea todo un entramado de 
relaciones ficticias entre dichos conceptos, igual que las abejas 
rellenan los panales (metáfora de los conceptos lingüísticos) fijando, 
así, la ilusión de que esas relaciones son auténticas, que existen de 
verdad en la naturaleza y que expresan su funcionamiento. 
Si ya el hombre que actúa ata su vida a la razón 
y sus conceptos para no ser arrastrado ni 
perderse a sí mismo, el investigador construye 
su cabaña junto a la torre de la ciencia para 
poder cooperar en su edificación y para 
encontrar él mismo protección bajo ese 
El investigador 
Pero la supuesta verdad científica no es más que una entre otras 
muchas verdades, todas ellas igualmente válidas. Aunque la ciencia 
rechaza orgullosamente cualquier otra interpretación posible de la 
realidad, considerando la suya como la única válida: "...hay poderes 
terribles que permanentemente le acometen ya que, en contra de la verdad 
15
baluarte ya existente. De hecho necesita 
protección, puesto que existen fuerzas terribles 
que constantemente le amenazan y que oponen 
a la verdad científica verdades de un tipo 
completamente diferente con las más diversas 
etiquetas. 
científica, presentan "verdades" de especie completamente diferente con las más 
diversas etiquetas". Mediante la creación de un mundo hecho a su 
imagen, y que obliga a los demás a compartir, el científico pretende 
protegerse del caos que es la realidad, y obtener un sentimiento de 
seguridad. 
Ese impulso hacia la construcción de 
metáforas, ese impulso fundamental del 
hombre del que no se puede prescindir ni un 
solo instante, pues si así se hiciese se 
prescindiría del hombre mismo, no está en 
verdad dominado ni apenas domado por el 
hecho de que con sus evanescentes productos, 
los conceptos, se construya un mundo nuevo, 
regular y rígido, que es como una fortaleza 
para él. Dicho impulso se busca para su 
actividad un campo nuevo y un cauce distinto, 
y los encuentra en el mito y, de modo general, 
en el arte. Confunde sin cesar las rúbricas y las 
celdas de los conceptos introduciendo de esta 
manera nuevas extrapolaciones, metáforas y 
metonimias, continuamente muestra el afán de 
configurar el mundo existente del hombre 
despierto, haciéndolo tan abigarradamente 
irregular, tan inconsecuente, tan encantador y 
eternamente nuevo, como lo es el mundo de 
los sueños. En sí, ciertamente, el hombre 
despierto solamente adquiere consciencia de 
que está despierto, gracias al rígido y regular 
tejido conceptual y, justamente por eso, llega a 
la creencia de que está soñando si, en alguna 
ocasión, ese tejido conceptual es desgarrado 
por el arte. Tenía razón Pascal cuando 
afirmaba que, si todas las noches nos 
sobreviniese el mismo sueño, nos ocuparíamos 
tanto de él como de las cosas que vemos todos 
los días: Si un artesano estuviese seguro de 
soñar todas las noches durante doce horas 
seguidas que era rey, yo creo —dice Pascal— 
que sería exactamente tan dichoso como un rey 
que soñase todas las noches durante doce 
horas que es artesano. La diurna vigilia de un 
pueblo míticamente excitado, por ejemplo, la 
de los griegos más antiguos, es, de hecho, 
gracias al prodigio que constantemente se 
produce, tal y como el mito lo supone, más 
parecida al sueño que a la vigilia del pensador 
científicamente desilusionado. Si cualquier 
Párrafo 12 
Mito y Arte 
El ser humano es un constructor de metáforas por naturaleza o, más 
bien, por una necesidad natural y vital, puesto que sin las metáforas 
que son comunes al lenguaje y a la ciencia no habría podido subsistir: 
"Ese impulso hacia la formación de metáforas en ningún momento se puede 
eliminar porque con ello se eliminaría al hombre mismo...". Pero este impulso 
instintivo a construir metáforas no se agota únicamente con el 
lenguaje y la ciencia, sino que encuentra un nuevo campo de 
expansión 
en el arte: "Dicho impulso se busca para su actividad un campo nuevo y un 
cauce distinto y los encuentra en el mito y, de modo general, en el arte". 
El mundo del arte y el mundo de los sueños guardan, según 
Nietzsche, un alto número de similitudes, puesto que en ambos 
trastocamos el orden de las cosas que la ciencia nos ha enseñado a 
aceptar como normal. En ellos, creamos metáforas nuevas o 
cambiamos y mezclamos el significado de las que habíamos aprendido 
a utilizar de un único e inviolable modo: "...constantemente muestra el 
deseo de configurar el mundo existente del hombre despierto haciéndolo tan 
multicolor, irregular, inconsecuente, inconexo, encantador y eternamente nuevo 
como lo es el mundo de los sueños". El sueño y el arte coinciden en que 
ambos desgarran esos conceptos tradicionalmente usados en el 
lenguaje y la ciencia. 
Precisamente por ello pueden confundirse. De hecho, algunas obras 
de arte (cuadros de El Bosco, cuentos de Kafka), se han interpretado 
como el producto de una elaboración creadora a partir de lo soñado 
por el artista. 
16
árbol puede hablar como una ninfa, o si un 
dios, bajo la apariencia de un toro, puede 
raptar doncellas, si de pronto la misma diosa 
Atenea puede ser vista en compañía de 
Pisístrato recorriendo las plazas de Atenas en 
un hermoso carro de caballos -y esto el 
honrado ateniense lo creía-, entonces, en cada 
momento, como en los sueños, todo es posible 
y la naturaleza entera revolotea alrededor 
hombre como si solamente se tratase de una 
mascarada de los dioses, para quienes no 
constituiría más que una broma el engañar a 
los hombres bajo todas las figuras. 
Pero el hombre mismo tiene una invencible 
tendencia a dejarse engañar y está como 
hechizado por la felicidad cuando el rapsoda le 
narra cuentos épicos como si fuesen verdades, 
o cuando en una representación teatral el actor, 
haciendo el papel de rey, actúa más regiamente 
que un rey en la realidad. El intelecto, ese 
maestro de la ficción, se encuentra libre y 
relevado de su esclavitud habitual tanto tiempo 
cuanto puede engañar sin causar daño y, en esos 
momentos, celebra sus Saturnales; nunca es tan 
exhuberante, tan rico, tan soberbio, tan ágil y 
tan temerario: poseído de un gozo creador, 
arroja las metáforas sin orden ni concierto y 
remueve los mojones de las abstracciones de 
tal manera que, por ejemplo, designa a la 
corriente como el camino móvil que lleva al 
hombre allí donde éste habitualmente va. En 
esos momentos ha arrojado de sí el signo de la 
servidumbre: mientras que de ordinario se 
esforzaba con triste solicitud en mostrarle el 
camino y las herramientas a un pobre 
individuo que ansía la existencia y se lanzaba, 
como un siervo, en busca de presa y botín para 
su señor, ahora se ha convertido en señor y 
puede borrar de su semblante la expresión de 
indigencia. También ahora todo lo que haga, 
conllevará, en comparación con sus acciones 
anteriores, la ficción, lo mismo que las 
anteriores conllevaban la distorsión. Copia la 
vida del hombre, pero la toma como una cosa 
buena y parece darse por satisfecho con ella. 
Aquel enorme entramado y andamiaje de los 
Párrafo 13 
El espíritu libre 
El hombre tiene una inevitable tendencia a dejarse engañar (el mundo 
de conceptos que ha construido mediante el lenguaje no es más que el 
resultado de dicha tendencia). Pues bien, el arte supone llevar al 
último extremo ese afán por dejarse engañar. De ahí el placer que 
extraemos al sumergirnos en una novela, una obra de teatro o una 
película, dejándonos engañar por ella y llegando a vivirla como algo 
real (seguro que muchos hemos soltado una lagrimita viendo, por 
ejemplo, La vida es bella; y otros muchos, después de ver la última 
película de Van Damme ( si es que a lo que hace este pseudoactor se 
le puede llamar película y si hay algún osado que se atreva a poner en 
peligro sus neuronas con tal evento), se han creído capaces de 
vapulear a patadas a todos los macarras de su barrio). 
Es evidente que la inteligencia también tiene mucho que ver en la 
creación de estas obras artísticas, pero es una inteligencia usada de un 
modo distinto al usual: "El intelecto, ese maestro de la ficción, está libre y sin 
la carga de su ordinario servicio de esclavo...". En el lenguaje y la ciencia el 
lenguaje actuaba como un siervo que tenía que amoldarse a unas 
convenciones ya establecidas y de las cuales no podía escapar so pena 
de enfrentarse al rechazo social y la incomprensión: "...de ordinario se 
esforzaba con la melancólica ocupación de mostrarle el camino y las herramientas 
a un pobre individuo que suspira por la existencia y como un siervo se lanzaba a 
conseguir para su señor presa y botín...". 
Ahora, gracias al arte, la inteligencia pasa a actuar como señor: 
"...ahora se ha convertido en señor y le es lícito borrar de su semblante la 
expresión de indigencia ". Es ella la que hace y deshace a su antojo, la que 
crea sin límites ni barreras que la constriñan: "Con gozo creador arroja las 
metáforas sin orden ni concierto y cambia los mojones fronterizos de la 
abstracción... ". El ser humano es ahora dueño de lo que construye, y 
juega con los conceptos creando así la obra de arte: "Aquel gigantesco 
entramado y andamiaje de los conceptos... es para el intelecto liberado, solamente 
un armazón y un juguete para sus más temerarias obras de arte". 
17
conceptos, al que de por vida se aferra el 
hombre indigente para salvarse, es, solamente, 
un armazón para el intelecto liberado y un 
juguete para sus más audaces obras de arte y, 
cuando lo destruye, lo mezcla 
desordenadamente y lo vuelve a juntar 
irónicamente, uniendo lo más diverso y 
separando lo más afín, así revela que no 
necesita de aquellos recursos de la indigencia y 
que ahora no se guía por conceptos, sino por 
intuiciones. No existe ningún camino regular 
que conduzca desde esas intuiciones a la región 
de los esquemas fantasmales, de las 
abstracciones: la palabra no está hecha para 
ellas, el hombre enmudece al verlas o habla en 
metáforas rigurosamente prohibidas o 
mediante inauditas concatenaciones 
conceptuales, para corresponder de un modo 
creador, aunque sólo sea mediante la 
destrucción y la burla de los antiguos límites 
conceptuales, a la impresión de la poderosa 
intuición actual. 
Nietzsche, de este modo, ha ido introduciendo una distinción muy 
importante, en la cual profundizará en el siguiente y último párrafo: la 
distinción entre hombre racional y hombre intuitivo. El primero 
sería el científico, pero también la mayoría de los seres humanos que 
en gran medida actuamos, de manera “apolínea” de acuerdo con 
normas, leyes y conceptos convencionalmente aceptados como 
válidos en nuestra sociedad. Este hombre racional se caracteriza, 
pues, por el uso de conceptos sin cuestionarse nunca su origen ni su 
validez. Frente a él, el hombre intuitivo, “dionisíaco”, el artista, el cual 
hace uso de sus intuiciones, y juega con ellas, y destruye y transforma 
los conceptos de los que el hombre racional se mostraba tan 
orgulloso. Para Nietzsche, los conceptos son inferiores a las 
intuiciones, entre otras cosas, porque los conceptos son construidos 
por los seres humanos a partir de nuestras intuiciones originarias, 
único modo válido (como recordaremos) de acercarnos (sólo 
acercarnos) al conocimiento de la auténtica realidad. Intuición y 
abstracción son, para Nietzsche, enemigos naturales: "Ningún camino 
regular conduce de estas intuiciones al país de los esquemas fantasmales, de las 
abstracciones...". Por eso, también lo serán el hombre intuitivo y el 
hombre racional. 
Hay épocas en las que el hombre racional y el 
hombre intuitivo caminan juntos; el uno 
angustiado ante la intuición, el otro mofándose 
de la abstracción; es tan irracional este último 
como poco artístico el primero. Ambos ansían 
dominar la vida: éste sabiendo afrontar las 
necesidades más imperiosas, mediante la 
previsión, la prudencia y la regularidad, aquél, 
como un héroe desbordante de alegría, sin ver 
sus propias necesidades y sin tomar como real 
nada más que la vida disfrazada en la apariencia 
y la belleza. Allí donde el hombre intuitivo, 
como, por ejemplo, en la Grecia más antigua, 
maneja sus armas de manera más potente y 
victoriosa que su contrario, puede, en 
circunstancias favorables, formarse una cultura 
y establecerse el dominio del arte sobre la vida; 
esa ficción, esa negación de la indigencia, ese 
brillo de las intuiciones metafóricas y, en suma, 
esa inmediatez de la ilusión, acompañan a 
todas las manifestaciones de una vida 
semejante. Ni la vivienda, ni la forma de 
caminar, ni la indumentaria, ni la tinaja de 
barro revelan que ha sido la necesidad la que 
Párrafo 14 
Racional versus intuitivo 
Esta distinción entre hombre racional y hombre intuitivo que 
apuntábamos en el párrafo anterior es ahora analizada de un modo 
más profundo. Veamos las características que definen tanto a uno 
como al otro. Partiendo de que "ambos desean dominar la vida" 
podríamos señalar las siguientes diferencias: 
a) Hombre racional: se definiría por su "precisión, prudencia y 
regularidad", características estas fruto de un uso repetido y constante 
de los conceptos mediante los que se fuerza esa regularidad en la 
Naturaleza (regularidad que no es real) para así poder conocerla y 
dominarla. 
b) Hombre intuitivo: es como un niño que juega con las intuiciones y 
conceptos moldeándolos a su voluntad y creando de ese modo 
metáforas nuevas y personales: "...una dicha sublime y una serenidad 
olímpica y, por así decirlo, un jugar con la seriedad". De este modo disfruta 
de su creación y vive con mayor intensidad sus sentimientos, tanto de 
gozo como de sufrimiento: "Es cierto que cuando sufre, su sufrimiento es 
más intenso; y hasta sufre con mayor frecuencia porque no sabe aprender de la 
experiencia y una y otra vez tropieza en la misma piedra en la que ya tropezó". 
Por ello domina la vida: puesto que la vive y la siente de un modo 
mucho más intenso que el previsor y cerebral hombre racional, el cual 
le ha quitado su frescura y la ha encajonado en una celda de 
conceptos rígidos y fríos (aquel "columbarium"). 
18
los ha creado: parece como si en todos ellos 
hubiera de expresarse una felicidad sublime y 
una serenidad olímpica y, en cierto modo, un 
juego con la seriedad. Mientras que el hombre 
guiado por conceptos y abstracciones 
únicamente con esta ayuda previene la 
desgracia, sin ni siquiera extraer algún tipo de 
felicidad de las abstracciones mismas, 
aspirando a estar lo más libre posible de 
dolores, el hombre intuitivo, manteniéndose en 
medio de una cultura, cosecha a partir ya de 
sus intuiciones, además de la prevención 
contra el mal, un flujo constante de claridad, 
jovialidad y redención que afluyen 
constantemente. Es cierto que, cuando sufre, su 
sufrimiento es más intenso; e incluso sufre con 
mayor frecuencia, porque no sabe aprender de 
la experiencia y una y otra vez tropieza en la 
misma piedra en la que ya ha tropezado 
anteriormente. Es tan irracional en el 
sufrimiento como en la felicidad, grita como 
un condenado y no encuentra ningún 
consuelo. ¡Cuán distintamente se comporta el 
hombre estoico ante las mismas desgracias, 
instruido por la experiencia y dominándose a sí 
mismo mediante conceptos! Él, que sólo busca 
habitualmente sinceridad, verdad, emanciparse 
de los engaños y protegerse de las sorpresas 
seductoras, ahora, en la desgracia, como aquél 
en la felicidad, lleva a cabo la obra maestra de 
la ficción; no presenta un rostro humano que 
se contrae y se altera, sino, por así decirlo, una 
máscara con digna simetría en los rasgos, no 
grita, ni siquiera lo más mínimo altera el tono 
de voz. Cuando todo un chaparrón descarga 
sobre él, se envuelve en su capa y se marcha, a 
paso lento, bajo la lluvia. 
Nietzsche identifica al hombre racional con el estoico, ese individuo 
que intenta negar sus propios sentimientos y emociones aceptando de 
un modo resignado las desgracias que le van acometiendo y sin 
encontrar, o bien la fuerza de voluntad necesaria para luchar contra 
ellas, o bien la capacidad de sentir el sufrimiento y la angustia de un 
modo tal que le haga gritar de dolor como le ocurre al hombre 
intuitivo: "...no presenta un rostro humano que se contrae y se altera sino, por 
así decirlo, una máscara con digna simetría en los rasgos, no grita, ni siquiera 
altera su voz". El hombre estoico es, así, el culmen del fingimiento, 
pues intenta engañar a sus propios sentimientos. 
19

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Comentario de nietzsche

  • 1. Nietzsche: “SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN SENTIDO EXTRAMORAL” Texto de Nietzsche Comentario I.E n algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer. Párrafo 1 La fábula Nietzsche inicia su narración a manera de fábula, mito o parábola. No es casualidad que proceda de este modo: a lo largo del texto habla de la atracción que sienten los seres humanos hacia este tipo de relatos ya que, en ellos, el ser humano deja libertad de acción a su vertiente artística e identificándose con las historias contadas logra escapar, aunque sea circunstancialmente, al apretado corsé que la lengua y la ciencia han ido estableciendo en torno a su vida y al modo de captar la realidad. Nietzsche nos impresiona por la contundencia de las imágenes, de modo que llega a recordarnos la película “2001: Una odisea en el espacio”, incluyendo las alusiones inevitables a la música de Richard Strauss (Así hablaba Zaratustra) de claras resonancias nietzscheanas Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente, cuán lamentable y sombrío, cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada. Ilustración de lo caduco, inútil y arbitrario del intelecto (Crítica a la razón; exaltación del sentimiento; romanticismo) Esta fábula no llega a ilustrar (pintar, representar, y dar a conocer) el poco valor que tiene el intelecto humano en la naturaleza. Nietzsche actúa desde la ironía, hablando de un supuesto mundo en el que ciertos animales inventaron el conocimiento, y se creyeron algo especial. Pero el tiempo terminó por demostrar la falsedad de sus pretensiones porque, igual que el resto de los seres vivos, también ellos acabaron por desaparecer. No fueron más que una mota de polvo en la presencia eterna del universo, el cual ya existía antes de que ellos estuvieran presentes y continuará existiendo sin necesidad de su presencia. Porque no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Por qué. Mediante esta breve narración Nietzsche pretende hacernos entender que aquello de lo cual los seres humanos nos sentimos tan orgullosos, nuestra inteligencia (que nos sirve para definirnos frente a los demás seres vivos colocándonos en un falso plano de superioridad), es en realidad algo que está basado en una falsa creencia. El conocimiento no es más que un invento nuestro, el intelecto humano carece de cualquier misión, destino, progreso o evolución de una especie superior. Pero si pudiéramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pâthos y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza tan despreciable e insignificante que, con un mínimo soplo de aquel poder del conocimiento, no se hinche inmediatamente como un odre; Consecuencia El hombre se cree un ser especial dentro del cosmos por poseer la capacidad de raciocinio. Cae, así, en un completo antropocentrismo (etnocentrismo) que le hace creerse el centro de todo. Pero, como dice Nietzsche, si pudiéramos hablar con un mosquito veríamos que también posee el mismo sentimiento (el mismo pâthos, sentimiento) y que en su peculiar visión del universo también se considera a sí mismo como el eje principal del cual gira todo. 1
  • 2. y del mismo modo que cualquier mozo de cuadra quiere tener sus admiradores, el más orgulloso de los hombres, el filósofo, quiere que desde todas partes, los ojos del universo tengan telescópicamente puesta su mirada sobre sus acciones y pensamientos. El filósofo. Del mismo modo que gusta cualquiera de ser admirado, el filósofo (ideal de racionalidad –Hegel-) está convencido de la creencia de que su trabajo es el centro del universo. Es remarcable, que tal estado lo produzca el intelecto, él que, precisamente, sólo ha sido añadido como un recurso a los seres más desdichados, delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia; de la cual, por el contrario, sin ese añadido, tendrían toda clase de motivos para huir tan rápidamente como el hijo de Lessing. Párrafo 2 El intelecto El conocimiento es el recurso que utiliza el ser más débil de la naturaleza (el ser humano) para subsistir. Mediante su posesión dicho ser acaba considerándose a sí mismo como algo especial, se hincha de soberbia y mira con aire compasivo y superior a aquellos otros seres vivos tan infelices que no han logrado escapar del pozo de los instintos que le aprisionan y condicionan. Como curiosidad cabría citar la referencia que hace Nietzsche al hijo de Lessing, muestra del peculiar carácter y extraño sentido del humor que posee nuestro autor. Lessing fue un literato alemán cuyo hijo murió al día siguiente de nacer. De ahí que diga que huyó tan rápidamente de la existencia. Ese orgullo ligado al conocimiento y a la sensación, niebla cegadora colocada sobre los ojos y sobre los sentidos de los hombres, los engaña acerca del valor de la existencia, pues lleva en él la más aduladora valoración sobre el conocimiento mismo. Su efecto más general es el engaño — aunque también los efectos más particulares llevan consigo algo del mismo carácter. La soberbia La inteligencia y el conocimiento de los que estamos tan orgullosos, son los causantes de la engañosa concepción que tenemos de la vida, de la falsa imagen que nos hemos creado de ella. El intelecto, como un medio para la conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas primordiales en la ficción, pues ésta es el medio por el cual se conservan los individuos débiles y poco robustos, como aquellos a los que les ha sido negado, servirse, en la lucha por la existencia, de cuernos o de la afilada dentadura de los animales carniceros. Este arte de la ficción alcanza su máxima expresión en el hombre: aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la hipocresía, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, el teatro ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante ante la llama de la vanidad es hasta tal punto la regla y la ley, que apenas hay nada más inconcebible que el hecho de que haya podido surgir entre los hombres un Párrafo 3 El intelecto La inteligencia es el instrumento que hemos inventado y utilizado los seres humanos para compensar nuestra debilidad biológica. El ser humano, como es débil por naturaleza, ha de fingir para sobrevivir, ha de mentir. Para ello utiliza la inteligencia. Este fingimiento nos lleva a la mentira como medio de subsistencia. De este modo, y por primera vez en el texto, verdad y mentira aparecen ya como dos polos opuestos. Sien embargo, hay que distinguir entre dos sentidos muy diferentes de estos conceptos. Uno de ellos sería un sentido moral: “el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, las hipocresías ...”. Según este sentido, la mentira haría referencia al acto de enmascararnos ante los demás, de ocultarles nuestra auténtica personalidad y nuestros sentimientos, con ánimo de engañarles y, de este modo, sacar algún provecho. 2
  • 3. impulso sincero y puro hacia la verdad. Se encuentran profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños, sus miradas se limitan a deslizarse sobre la superficie de las cosas y percibir formas, sus sensaciones no conducen en ningún caso a la verdad, sino que se contentan con recibir estímulos y, por así decirlo, jugar un juego de tanteo sobre el dorso de las cosas. Además, durante toda la vida, el hombre se deja engañar por la noche en el sueño, sin que su sentimiento moral haya tratado nunca de impedirlo; mientras que parece que ha habido hombres que, a fuerza de voluntad, han conseguido eliminar los ronquidos. El hombre Sin embargo, hay otro sentido de mentira por el que Nietzsche se interesa mucho más y en el cual ahonda a lo largo del texto. Se trata de la mentira en sentido extra-moral. Este sentido se deja ver cuando afirma: “su ojo se desliza tan solo sobre la superficie de la cosas y ve formas, su sensación no conduce por ninguna parte a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos y, por así decirlo, jugar un juego de tanteo sobre el dorso de las cosas”. ¿A qué hace referencia este nuevo sentido más radical de “mentira”?. A que el ser humano, por su propia constitución física, es incapaz de acceder al conocimiento auténtico de la realidad pues siempre estará condicionado de modo inevitable por su manera de percibir las cosas (recuérdese que la Filosofía trascendental de Kant significa eso, el análisis de las condiciones de posibilidad del conocimiento). Además, mediante el lenguaje y los conceptos, como veremos, nos alejamos cada vez más de esa realidad que en sí misma nos resulta inaccesible. Recuérdese que Ockham remacha que las palabras solo son signos de la realidad, no la realidad) Es, pues, un sentido referido exclusivamente al conocimiento. En realidad ¿qué sabe de sí mismo el hombre? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso sobre su propio cuerpo, de forma que, al margen de las circunvoluciones de sus intestinos, del rápido flujo de su circulación sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras, quede recluido y encerrado en una conciencia orgullosa y embaucadora? Ella ha tirado la llave, y ¡ay de la funesta curiosidad que pudiese mirar, por una vez, hacia fuera y hacia abajo, a través de una hendidura del cuarto de la conciencia y vislumbrase entonces que el ser humano descansa sobre la crueldad, la codicia, la insaciabilidad, el asesinato, en la indiferencia de su ignorancia y, por así decirlo, pendiente en sus sueños sobre el lomo de un tigre! ¿De dónde procede en el mundo entero, en esta constelación, el impulso hacia la verdad? La consciencia ¿Cómo vamos a ser capaces de conocer la auténtica realidad de las cosas, cuando ni siquiera lo somos de conocernos a nosotros mismos?: “¡qué sabe de sí mismo el hombre!”. Nietzsche se opone, así, a la máxima socrática del “conócete a ti mismo” señalando la imposibilidad de establecer ese autoconocimiento: la conciencia, “orgullosa y embaucadora”, nos engaña, nos impide conocer nuestra parte instintiva y pulsional. (En eso consiste uno de los objetivos del sistema de Freud, coetáneo de Nietzsche: en posibilitar el acceso al inconsciente, a ese conjunto de pulsiones básicas). Conciencia que después echa la llave (“reprime”, freudianamente hablando) con el fin de que no veamos las monstruosidad interior del ser humano. Pero ese desconocimiento de sí mismo, en el fondo, al ser gregario le resulta beneficioso pues le impide conocer el auténtico carácter de su naturaleza: “el ser humano descansa sobre lo despiadado, lo codicioso, lo insaciable y lo asesino” (las pulsiones básicas reconocidas por Freud, el impulso de muerte, tánatos). En realidad debería estar contento de que su ignorancia le impida captar esta verdad más profunda: que, en el fondo, desde su propia moral, no es más que un ser cruel y malvado. No queda, pues, ya sitio para el buen salvaje del que hablaba Rousseau: el hombre no es bueno por naturaleza ni es la sociedad la que lo pervierte. Más bien tiene razón Hobbes. Su carácter es como un tigre que hemos domesticado para que pueda exhibirse en un circo pero que, en el fondo, continúa siendo un tigre, y en cualquier momento puede volver a actuar como tal: “estamos pendientes en sueños del lomo de un tigre”. En la medida en que el individuo quiera Párrafo 4 3
  • 4. conservarse frente a otros individuos, en un estado natural de las cosas, tendrá que utilizar el intelecto, casi siempre, tan sólo para la ficción. Pero, puesto que el hombre, tanto por necesidad como por aburrimiento, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz, y conforme a éste, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes . Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad. El pacto El individuo desea vivir en sociedad, dice Nietzsche, "por necesidad y por aburrimiento", y para conseguir este objetivo vital utiliza la inteligencia. ¿Qué papel juega la inteligencia en este proceso de socialización? Mediante ella los seres humanos establecen un pacto de convivencia, en palabras de Nietzsche "un tratado de paz", en una prueba más de su oposición a la teoría de la bondad natural del hombre defendida por Rousseau. Nietzsche se sitúa más bien en la línea defendida por Hobbes: el estado de naturaleza es un estado salvaje, de lucha constante de todos contra todos (esto significa la expresión del texto "bellum omnium contra omnes"). Y es para evitar este estado por lo que se impone este pacto que asegura una situación pacífica y pone, así, las bases para el establecimiento de la sociedad. Porque en este momento se fija lo que desde entonces debe ser verdad, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira. El Lenguaje Pero este pacto social tiene otras consecuencias de enorme interés para el problema que a Nietzsche le preocupa, el problema de la verdad. En efecto, mediante dicho pacto los seres humanos también establecen de un modo convencional lo que es la verdad: "...en este momento se fija lo que desde entonces debe ser "verdad", esto es, se inventa una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria". A partir de este momento, pues, se considerará verdadero aquello que quede legitimado como tal por el lenguaje. Así, por ejemplo, si todos señalamos hacia un mismo objeto y decimos: "Esa hoja es verde" daremos por sentado que dicha afirmación es verdadera, y que quien diga "Esa hoja es roja" o estará equivocado o estará mintiéndonos. El lenguaje tiene, de este modo, un importantísimo papel en el establecimiento de la "verdad" social, puesto que el uso de una palabra u otra dará a nuestro pensamiento el carácter de verdadero o falso: "aquí se origina por primera vez el contraste de verdad y mentira".(La diferencia entre mentira y falsedad es que la falsedad es un error, es decir, involuntario, mientras la mentira es consciente) El mentiroso utiliza las legislaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, yo soy rico cuando la designación correcta para su estado sería justamente pobre. Abusa de las convenciones consolidadas efectuando cambios arbitrarios e incluso inversiones de los nombres. Si hace esto de manera interesada y conllevando perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por ese motivo, le expulsará de su seno. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados por engaños. En el fondo, en esta fase tampoco detestan el fraude, sino las consecuencias graves, odiosas, de ciertos tipos de fraude. La mentira Aquel individuo que no utiliza las palabras de acuerdo con las normas establecidas (mediante aquella convención) será catalogado de mentiroso, y cuando dicha mentira cause un perjuicio al bienestar social entonces la sociedad perderá la confianza en dichos individuos. El hombre nada más que desea la verdad en un La verdad 4
  • 5. sentido análogamente limitado: desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida, es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan tener efectos perjudiciales y destructivos. Y además, ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades? Al final del párrafo aparecen dos preguntas básicas cuya respuesta será desarrollada posteriormente en el texto: "¿Coinciden las designaciones y las cosas?", "¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?". Nietzsche hace una crítica a la noción de verdad considerada tradicionalmente como válida: la verdad como correspondencia entre los hechos y los términos o proposiciones que designan a esos hechos (La definición tradicional de “verdad” es “adaequatio intentionalis intellectus cum re”, la adecuación intencional del entendimiento con la cosa. Según ésta, una proposición será verdadera si se corresponde con los hechos descritos por ella; en caso contrario será falsa. Si yo afirmo, por ejemplo, "La jirafa del zoo es azul con motas rojas", acudo al zoo a verla y observo que su color es el tradicional (amarillo con motas negras) entonces podré concluir que la proposición anterior era falsa. Pero si llego y, para mi sorpresa, alguien la ha pintado de aquellos extraños colores, para una jirafa, (o es un caso único de jirafa mutante), entonces diré que la proposición era verdadera. Nietzsche se opondrá a esta concepción de la verdad porque, como iremos viendo, para él la verdad no es más que una ficción, una convención establecida por los seres humanos para entenderse y poder conocer la realidad. Solamente mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que está en posesión de una verdad en el grado que acabamos de señalar. Si no quiere contentarse con la verdad en la forma de tautología, es decir, con conchas vacías, entonces trocará perpetuamente ilusiones por verdades. Párrafo 5 El olvido El lenguaje, que es el instrumento mediante el cual pretendemos establecer lo que es verdadero y lo que es falso, es una convención que deforma y esconde la auténtica realidad. Pero nos olvidamos de aquel pacto y pensamos que las palabras y las cosas sí coinciden: "Sólo mediante el olvido puede el hombre... llegar a figurarse que esté en posesión de una verdad". El supuesto impulso hacia la verdad que los hombres manifestamos a través del lenguaje parte ya de una base errónea. Las únicas verdades que nos resultan accesibles mediante él no son más que tautologías, es decir, verdades que lo son solo por la forma de la proposición, es decir, las proposiciones analíticas en cuyo predicado se afirma lo mismo que en el sujeto. Pero no nos suministran ninguna información nueva acerca de la realidad (cuando decimos "Ningún soltero está casado" tal información ya estaba implícita en la definición de "soltero" previamente formulada por nosotros de modo convencional y arbitrario). Por eso, esas tautologías no son sino "conchas vacías", pues están vacías de contenido, de información nueva. Es la crítica de Nietzsche a los juicios analíticos a priori y su equivalentes(las relaciones de ideas de Hume y las verdades de razón de Leibniz). ¿Qué es una palabra? La reproducción en sonidos articulados de un estímulo nervioso. Pero partiendo del estímulo nervioso inferir además una causa existente fuera de nosotros, es ya el resultado de un uso falso e injustificado del principio de razón. ¡Cómo podríamos decir La palabra Una prueba clara de que el lenguaje no coincide con la realidad la encontramos en el proceso de formación de las palabras. ¿Qué es, exactamente, una palabra?. Nietzsche la define como "la reproducción en sonidos articulados de un estímulo nervioso". Para entender qué quiere decirnos con esta definición habrá que analizar las distintas fases que 5
  • 6. legítimamente, si la verdad estuviese solamente determinada por la génesis del lenguaje, y si el punto de vista de la certeza fuese también lo único decisivo respecto a las designaciones, cómo, no obstante, podríamos decir legítimamente: la piedra es dura, como si además captásemos lo duro de otra manera y no únicamente como excitación completamente subjetiva! Dividimos las cosas en géneros, designamos al árbol como masculino y a la planta como femenino: ¡qué extrapolaciones tan arbitrarias! ¡A qué altura volamos por encima del canon de la certeza! Hablamos de una serpiente: la designación alude solamente al hecho de retorcerse, podría, por tanto, atribuírsele también al gusano. ¡Qué arbitrariedad en las delimitaciones! ¡Qué parcialidad en las preferencias, unas veces de una propiedad de una cosa, otras veces de otra! Los diferentes idiomas, reunidos y comparados unos a otros, muestran que con las palabras no se llega jamás a la verdad ni a una expresión adecuada, pues, de lo contrario, no habría tantos. La cosa en si (esto sería justamente la verdad pura y sin consecuencias) es también totalmente inaprehensible y en absoluto deseable para el creador del lenguaje. Éste se limita a designar las relaciones de las cosas con respecto a los hombres y para expresarlas recurre a las metáforas más atrevidas. ¡En primer lugar, un estímulo nervioso extrapolado en una imagen!, primera metáfora. ¡La imagen, transformada de nuevo, en un sonido articulado!, segunda metáfora. Y, en cada caso, un salto total desde una esfera a otra completamente distinta y nueva. se recorren a la hora de formar las palabras: 1- El ser humano entra en contacto (mediante sus sentidos) con la realidad cambiante exterior que actúa como estímulo y provoca una reacción en nuestro sistema nervioso. Según Nietzsche, de la existencia de este estímulo nervioso no podemos concluir que exista algo fuera de nosotros que sea causa de dicho estímulo: "partiendo del estímulo nervioso inferir una causa existente fuera de nosotros es ya el resultado de un uso falso e injustificado del principio de razón". 2- Dichos estímulos captados a través de los sentidos crean en nuestra mente una imagen que pretende ser una copia de la reacción provocada por la realidad exterior a nosotros. Pero toda copia suele ser defectuosa o, como diría Nietzsche, se convierte en una metáfora del original, y como tal enmascara éste: "¡Un estímulo nervioso extrapolado en primer lugar en una imagen!, primera metáfora.". 3- A su vez, intentamos transmitir esa imagen mental a los demás mediante un sonido articulado que es a lo que propiamente llamamos palabra y que, por tanto, pretende ser un reflejo (una segunda copia) de aquella imagen mental que, a su vez, intentaba reflejar el estímulo nervioso producido por un objeto exterior a nosotros: "¡La imagen transformada de nuevo en un sonido articulado!, segunda metáfora". Realidad cambiante -> Estímulo nervioso -> Imagen -> Palabra Podríamos imaginarnos un hombre que fuese completamente sordo y que jamás hubiese tenido ninguna sensación del sonido ni de la música; del mismo modo que un hombre de estas características mira con asombro las figuras acústicas de Chaldni en la arena, descubre su causa en las vibraciones de la cuerda y jurará entonces, que, desde ese momento en adelante no puede ignorar lo que los hombres llaman sonido, así nos sucede a todos nosotros con el lenguaje. Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de Las figuras acústicas de Chaldni Vemos, así, cómo a lo largo de todo este proceso la experiencia originaria va pasando por una serie de intermediarios que necesariamente la van modificando, hasta el punto de que podemos llegar a plantearnos si, efectivamente, existe una relación entre esa realidad inicialmente experimentada y el sonido con el que finalmente pretendemos referirnos a ella. Las consecuencias que se extraen de esta reflexión son muy importantes, puesto que le llevan a concluir que "con las palabras no se llega jamás a la verdad", que la pretendida auténtica realidad (la "cosa en sí" de la que también hablaba Kant como “el noúmeno”) nunca podrá ser transmitida o expresada mediante el lenguaje. El lenguaje, pues, transforma la realidad 6
  • 7. árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que metáforas de las cosas, que no corresponden en absoluto a las esencias primitivas. Del mismo modo que el sonido toma el aspecto de figura de arena, así la enigmática X de la cosa en sí se presenta, en principio, como excitación nerviosa, luego como imagen, finalmente como sonido articulado. En cualquier caso, por tanto, el origen del lenguaje no sigue un proceso lógico, y todo el material sobre el que, y a partir del cual, trabaja y construye, el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, si no procede de las nubes, tampoco procede, en ningún caso, de la esencia de las cosas. originaria y la expresa de un modo metafórico; y mediante esas metáforas acabamos perdiendo el auténtico carácter originario de las cosas: "Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos más que metáforas de las cosas, que no corresponden a las esencialidades originarias". A lo largo de este párrafo nos encontramos también con una serie de ejemplos que demuestran el rechazo de Nietzsche a la teoría de la correspondencia y su defensa del carácter convencional del lenguaje. Utilizamos la palabra "ejemplo" y no "argumento" pues pensamos que el propio Nietzsche rechazaría este segundo término por motivos señalados a lo largo del texto. Ejemplo 1: Los adjetivos subjetivos y cambiantes. ¿Por qué decimos que una piedra es dura? Sencillamente porque nuestro contacto con ella produce en nosotros una sensación que calificamos de un modo totalmente arbitrario mediante este adjetivo. Además, también existen algunos objetos a los que denominamos como duros, como la barra de pan que lleva cuatro días en casa, sin que la sensación que produce en nosotros tenga mucho que ver con aquella de la piedra (la barra de pan, por muy dura que esté, la puedo mordisquear e incluso, en caso de apuro, comérmela, cosa que no ocurre con la piedra). - Ejemplo 2: Los géneros arbitrarios. ¿Por qué el árbol pertenece al género masculino y la planta al género femenino? ¿Qué puede haber de masculino en un árbol? ¿Por qué lo designamos como tal? ¿Con qué hechos "viriles" se correspondería? Más aún, ¿qué quiere decir "masculino"? ¿No es, acaso, una palabra tan convencional como cualquier otra? ¿Por qué denominamos a las flores como femeninas y, sin embargo, dentro de ellas existen casos como el jazmín o el jacinto que son masculinos? Evidentemente, si las flores "son femeninas" no debería ser posible que algunas de ellas fueran "masculinas". - Ejemplo 3: Los sustantivos inexactos y ambiguos. Decimos que aquel animal que serpentea o se desplaza retorciéndose por el suelo es una serpiente; "serpiente" significa etimológicamente animal que serpentea. Pero entonces... ¿por qué no llamamos al gusano también "serpiente"? - Ejemplo 4: Los diferentes idiomas. La existencia de múltiples lenguas, cada una de las cuales designa el mismo objeto mediante un término distinto, nos da una prueba concluyente de que el lenguaje no es capaz de reflejar la realidad. Pues, si así fuera, sólo existiría un único término para cada cosa, sólo existiría un único lenguaje. De este modo, la teoría de Nietzsche nos lleva hacia un cierto escepticismo: toda especulación y toda pretensión de verdad son negadas pues se apoyan en un lenguaje (lenguaje y pensamiento no pueden existir el uno sin el otro) que se ha formado a partir de un interés ilógico que nada tiene que ver con la auténtica realidad, de la cual no es manifestación sino de un modo retorcido y engañador: "...todo el material en el que trabaja y con el cual trabaja y después construye el hombre la verdad, el investigador, el filósofo, si no procede del país de Jauja, 7
  • 8. tampoco procede en ningún caso, de la esencia de las cosas". Pero... ¿cae Nietzsche en la cuenta de que él también está empleando el lenguaje que tanto desprecia para comunicar sus ideas? La respuesta la veremos en los párrafos siguientes. Pero pensemos sobre todo en la formación de los conceptos. Toda palabra se convierte de manera inmediata en concepto en tanto que justamente no ha de servir para la experiencia singular y completamente individualizada a la que debe su origen, por ejemplo, como recuerdo, sino que debe ser apropiada al mismo tiempo para innumerables experiencias, por así decirlo, más o menos similares, esto es, jamás idénticas estrictamente hablando; así pues, ha de ser apropiada para casos claramente diferentes. Todo concepto se forma igualando lo no-igual. Del mismo modo que es cierto que una hoja nunca es totalmente igual a otra,, asimismo es cierto que el concepto hoja se ha formado al abandonar de manera arbitraria esas diferencias individuales, al olvidar las notas distintivas, con lo cual se suscita entonces la representación, como si en la naturaleza hubiese algo separado de las hojas que fuese la hoja, una especie de arquetipo primigenio a partir del cual todas las hojas habrían sido tejidas, diseñadas, calibradas, coloreadas, onduladas, pintadas, pero por manos tan torpes, que ningún ejemplar resultase ser correcto y fidedigno como copia fiel del arquetipo. Decimos que un hombre es honesto. ¿Por qué ha obrado hoy tan honestamente?, preguntamos. Nuestra respuesta suele ser como sigue: A causa de su honestidad. ¡La honestidad! Esto significa a su vez: la hoja es la causa de las hojas. Ciertamente no sabemos nada en absoluto de una cualidad esencial que se llame la honestidad, pero sí de numerosas acciones individualizadas, por lo tanto desiguales, que nosotros igualamos omitiendo lo desigual, y, entonces, las denominamos acciones honestas; al final formulamos a partir de ellas una qualitas occulta con el nombre de honestidad. Párrafo 6 Los conceptos Nietzsche continúa insistiendo en el proceso de formación de los conceptos. Si tuviéramos un conjunto infinito de palabras, cada una de las cuales designara una experiencia única e irrepetible, no existiría problema alguno (aunque entonces nos encontraríamos con otros problemas, como la imposibilidad práctica de utilizar el lenguaje para comunicarnos). El auténtico problema empieza cuando con una única palabra (convertida en concepto) intentamos referirnos a un conjunto amplio de cosas que son, sólo, aproximadamente similares pero nunca idénticas: "...tiene que ser apropiada... para innumerables vivencias más o menos similares,... nunca idénticas hablando con rigor". Y es que "Todo concepto se forma igualando lo no-igual". Nietzsche critica este proceso de formación de los conceptos pues se basa en cosas diferentes: "...el concepto hoja se ha formado al prescindir arbitrariamente de esas diferencias individuales". Por tanto, no tiene sentido la aplicación de un concepto a cosas que entre sí no son idénticas tratando de fundirlas en una unidad imposible y no justificada. Es evidente que la crítica de Nietzsche alcanza de lleno a la teoría de las ideas que Platón formula: no existe (como sostendría Platón) una idea de "honradez" (por utilizar el otro ejemplo de Nietzsche) a la cual tratan de imitar como copias imperfectas los actos que calificamos como honrados: "...no sabemos nada de una cualidad esencial que se llame la "honradez"". Sólo existen una serie de acciones diferentes entre sí que, de un modo injustificado, denominamos de la misma manera: "...numerosas acciones individualizadas, por lo tanto desiguales, que nosotros igualamos omitiendo lo desigual y las designamos entonces como acciones honradas". La omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni Párrafo 7 Antropomorfismo Nietzsche reivindica lo individual y lo diferente porque es lo real, aunque resulte inaccesible para el lenguaje: "...la naturaleza no conoce 8
  • 9. conceptos, así como tampoco, en consecuencia, géneros, sino solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible. También la oposición que hacemos entre individuo y especie es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos atrevemos a decir que no le corresponde: porque eso sería una afirmación dogmática y, en cuanto tal, tan indemostrable como su contraria. formas ni conceptos... solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible". Sin embargo, y contestando en parte a la pregunta que planteamos al final del párrafo 5, Nietzsche es consciente de que su propia distinción entre lo individual y lo general es tan arbitraria como cualquier otra, pues también en ella se hace un uso injustificado del lenguaje: "...también nuestra contraposición entre individuo y género es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos atrevemos a decir que no le corresponda: porque eso sería una afirmación dogmática y, como tal, tan indemostrable como su contraria". Es decir, Nietzsche se da cuenta de que está usando el propio lenguaje para criticar al lenguaje que tanto desprecia y, sin embargo, no tiene más remedio que aceptar la contradicción. ¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal. No sabemos todavía de dónde procede el impulso hacia la verdad, pues hasta ahora solamente hemos prestado atención al compromiso que la sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, usar las metáforas usuales, así pues, dicho en términos morales, de la obligación de mentir según una convención firme, de mentir borreguilmente, de acuerdo con un estilo obligatorio para todos. Párrafo 8 La verdad La "verdad" es una creación social establecida mediante una convención que el uso y la costumbre han hecho que acabemos adoptando como norma inviolable: "¿Qué es la verdad? ... una suma de relaciones humanas... que después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias". La verdad, en el fondo, no es más que una ilusión, una ficción, una creación nuestra. Pero nos hemos olvidado que lo es. Hemos olvidado que nosotros hemos sido sus creadores, de ahí que Nietzsche la compare con monedas que han perdido su imagen y que ahora se las considera como metal. Ciertamente, el hombre se olvida de que su situación es ésta, por tanto, miente inconscientemente de la manera que hemos indicado y en virtud de hábitos milenarios -y precisamente en virtud de esta inconsciencia, precisamente en virtud de este olvido, adquiere el sentimiento de la verdad-. A partir del sentimiento de estar obligado a designar una cosa como roja, otra como fría, una tercera como muda, se despierta un movimiento moral hacia la verdad; a partir del contraste del mentiroso, en quien nadie confía y a quien Lo Gregario Nietzsche vuelve a hacer hincapié en la distinción entre un sentido moral de la verdad y un sentido extramoral de la misma. Este último, el que más le interesa, nos muestra la radical falsedad que existe en todo lenguaje. Es después de establecer, de un modo convencional y mediante un pacto, este sentido de verdad cuando aparece el sentido moral de la palabra "verdad". A partir de este momento, podremos calificar de mentiroso (en un sentido moral) a aquel individuo que no utilice las metáforas conceptuales propias del lenguaje respetando las normas que los demás hemos establecido como válidas: "...la obligación que la sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, usar las metáforas usuales, 9
  • 10. todos excluyen, el hombre se demuestra a sí mismo lo venerable, lo fiable y lo provechoso de la verdad. En ese instante el hombre pone sus actos como ser racional bajo el dominio de las abstracciones: ya no soporta ser arrastrado por las impresiones repentinas, por las intuiciones y, ante todo, generaliza todas esas impresiones en conceptos más descoloridos, más fríos, para uncirlos al carro de su vida y de su acción. así pues, dicho en términos morales, de la obligación de mentir según una convención fija.". En definitiva, sólo se aceptará en sociedad a aquel individuo que use de un modo correcto las metáforas establecidas por convención (mentiroso será, por ejemplo, quien nos diga: ayer estuve conversando con un león, pues, según nuestras convenciones lingüísticas, la palabra león designa un ser vivo con el cual es imposible mantener una conversación). Esta verdad establecida convencionalmente, aunque falsa en su origen más profundo, es necesaria para la sociedad: "...a partir de la contraposición del mentiroso, en quien nadie confía y a quien todos excluyen, el hombre se demuestra a sí mismo lo venerable, lo fiable y provechoso de la verdad". La "verdad" extramoral está, pues, vinculada al interés social, aunque ella misma provenga del olvido de su mentira original: "...llega al sentimiento de la verdad precisamente por esta inconsciencia, justo por este olvido". Todo lo que eleva al hombre por encima del animal depende de esa capacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema, esto es, de disolver una imagen en un concepto, pues en el ámbito de esos esquemas es posible algo que nunca podría conseguirse bajo las primeras impresiones intuitivas: construir un orden piramidal por castas y grados, crear un mundo nuevo de leyes, privilegios, subordinaciones y delimitaciones, que ahora se contrapone al otro mundo de las primeras impresiones intuitivas como lo más firme, lo más general, lo mejor conocido y lo más humano y, por ello, como una instancia reguladora e imperativa. El hombre Los seres humanos nos distinguimos de los animales en que, partiendo de nuestras impresiones intuitivas originarias, somos capaces de construir sobre ellas todo un universo ficticio de conceptos que utilizamos para poder comunicarnos y convivir en sociedad: "Todo lo que distingue al hombre del animal depende de esa capacidad de volatizar las metáforas intuitivas en un esquema, esto es, de disolver una imagen en un concepto". Sin embargo, acabamos siendo esclavos de esos conceptos que hemos construido, que se convierten "en lo regulador y lo imperativo", olvidamos su inicial carácter de ficción al considerarlos sin más como la verdad. Las intuiciones primitivas mediante las cuales establecemos nuestro primer contacto con la realidad son únicas e irrepetibles (y por ello inmanejables para la comunicación), pues la propia realidad no es más que un cambio constante e incesante: "...toda metáfora de intuición es individual y carece de algo idéntico a ella". Mientras que toda metáfora intuitiva es individual y no tiene otra idéntica y, por tanto, sabe escaparse siempre de toda clasificación, el gran edificio de los conceptos presenta la rígida regularidad de un columbarium romano e insufla en la lógica el rigor y la frialdad que son propios de las matemáticas. Aquél a quien envuelve el hálito de esa frialdad apenas creerá que también el concepto, óseo y octogonal como un dado y, como tal, versátil, no sea a fin de cuentas sino como el residuo de una metáfora y que la ilusión de la extrapolación artística de un estímulo nervioso en imágenes es, si no la madre, sí sin embargo la abuela de cualquier concepto. Ahora bien, dentro de ese juego de dados de los conceptos se denomina verdad a usar cada dado tal y como está designado; contar exactamente sus puntos, formar Lo Gregario Frente a esto, los conceptos construidos sobre ellas pretenden aplicarse a un gran número de circunstancias y, ya sólo por este hecho, falsean una realidad que nunca puede someterse a unos esquemas tan rígidos. Los seres humanos, sin embargo, se resisten a creer en la falsedad radical de los conceptos, pues ello sería como destruir las fantasías, los castillos de arena que ellos mismos han construido: "...apenas creerá que también el concepto... no sea a fin de cuentas sino como el residuo de una metáfora". Sin embargo, de todo lo dicho no podemos extraer la conclusión de que Nietzsche desprecie el lenguaje y a su creador el ser humano. Muy por el contrario admira la capacidad constructora e inventiva de este ser que ha sido capaz de levantar un edificio tan complicado como es el lenguaje, muestra de la capacidad que tenemos de dominar sobre la naturaleza. Pero ese lenguaje descansa sobre unos cimientos tan inestables como las telarañas: "Aquí se debe admirar al hombre como un poderoso genio constructor, que sobre fundamentos movedizos... consigue levantar una catedral de 10
  • 11. clasificaciones correctas y no violar en ningún caso el orden de las castas ni los turnos de la sucesión jerárquica. conceptos infinitamente complicada". Por ello, el lenguaje (en cuanto conjunto de metáforas que es) nos aleja de la auténtica verdad, de la auténtica realidad, la cual, por la propia estructura del lenguaje, nunca podrá ser alcanzada: "Es aquí muy de admirar, -si bien, de ningún modo por su impulso hacia la verdad, hacia el conocimiento puro de las cosas". Del mismo modo que los romanos y los etruscos dividían el cielo mediante rígidas líneas matemáticas y conjuraban, en ese espacio así delimitado, a un dios, como en un templum, así cada pueblo tiene sobre él un cielo conceptual semejante, matemáticamente dividido, y en esas circunstancias entiende, entonces, como exigencia de la verdad, que todo dios conceptual ha de buscarse solamente en su propia esfera. Cabe admirar en este caso al hombre como poderoso genio constructor, que acierta a levantar sobre cimientos inestables y, por así decirlo, sobre agua en movimiento, una catedral de conceptos infinitamente compleja; y ciertamente, para encontrar apoyo en tales cimientos debe tratarse de un edificio hecho como de telarañas, tan fina que sea transportada por las olas, tan firme que no sea desgarrada por el viento. El hombre, como genio de la arquitectura, se eleva de tal modo muy por encima de la abeja: ésta construye con cera que recoge de la naturaleza; aquél con la materia bastante más fina de los conceptos que, desde el principio, tiene que producir de sí mismo. Aquí él se hace acreedor de admiración profunda -si bien, de ningún modo por su impulso hacia la verdad, hacia el conocimiento puro de las cosas-. Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral, después la busca de nuevo exactamente allí y, además, la encuentra, en esa búsqueda y en ese descubrimiento no hay, pues, mucho que alabar; sin embargo, esto es lo que sucede al buscar y al encontrar la verdad dentro de la jurisdicción de la razón. Si doy la definición de mamífero y a continuación, después de examinar un camello, digo: he ahí un mamífero, no cabe duda de que con ello se ha traído a la luz una nueva verdad, pero es de un valor limitado; quiero decir,, es antropomórfica de pies a cabeza y no contiene ni un solo punto que sea verdadero en sí, real y El espíritu La verdad que queremos establecer mediante el lenguaje no es más que una verdad construida por el propio ser humano. ¿Qué valor tiene entonces que la "encontremos"?. Es como el ejemplo del texto del objeto escondido detrás del matorral y luego encontrado por nosotros mismos. Se trata, en definitiva, de otra versión de las críticas tradicionales hechas al modo de razonar del silogismo aristotélico: si yo afirmo que "Pepe es hombre" y luego digo que "Todos los hombres son mortales", puedo extraer como conclusión que "Pepe es mortal", y quizá creeré haber descubierto una verdad nueva. Pero, en realidad, era una verdad que ya conocía al establecer las definiciones de "hombre" y "mortal". Así, el lenguaje sólo nos permite establecer verdades que lo son mediante las definiciones que nosotros mismos hemos establecido, esto es, el lenguaje es el resultado de un proceso de antropomorfización. No olvidemos, por último, que el propio primer contacto del ser humano con la realidad es también a partir de metáforas, aunque sean intuitivas y únicas, y que toda metáfora lleva consigo una deformación de la realidad la cual se convierte, así, en algo inalcanzable: "...parte del error de creer que tiene esas cosas inmediatamente ante sí como objetos puros. Olvida, por lo tanto, las metáforas intuitivas originales en cuanto metáforas y las toma por las cosas mismas". 11
  • 12. universalmente válido, prescindiendo de los hombres. El investigador de tales verdades tan sólo busca en el fondo, la metamorfosis del mundo en los hombres; aspira a una comprensión del mundo en tanto que cosa humanizada y consigue, en el mejor de los casos, el sentimiento de una asimilación. Del mismo modo que el astrólogo considera las estrellas al servicio de los hombres y en conexión con su felicidad y su desgracia, así considera un tal investigador que el mundo en su totalidad está ligado a los hombres; como el eco infinitamente repetido de un sonido primordial, el hombre, como la reproducción multiplicada de una imagen primordial, el hombre. Su procedimiento consiste en tomar al hombre como medida de todas las cosas, pero entonces parte del error de creer que tiene estas cosas ante sí de manera inmediata como objetos puros. Olvida, por lo tanto, que las metáforas intuitivas originales no son más que metáforas y las toma por las cosas mismas. Sólo mediante el olvido de ese mundo primitivo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y la petrificación de un fogoso torrente primordial compuesto por una masa de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en una palabra, gracias solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de la cárcel de esa creencia, se acabaría en seguida su autoconsciencia. Ya le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido, puesto que para decidir sobre ello tendríamos que medir con la medida de la percepción correcta, esto es, con una medida de la que no se dispone. Pero, por lo Párrafo 9 El ojo de Dios Los seres humanos sólo podemos vivir seguros en la realidad deformándola, moldeándola según nuestros intereses y, más aún: olvidándonos de que hemos enmascarado la auténtica realidad mediante metáforas que nos son útiles: "...gracias solamente a que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con alguna calma, seguridad...". Tenemos que ser conscientes de que otros seres vivos perciben la realidad de un modo distinto al nuestro captando, por ejemplo, colores o sonidos inaccesibles para nosotros: "...el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre". No es ni siquiera lícito preguntarnos por cuál de todas esas percepciones es la correcta pues ninguna de ellas lo es, ya que no hay un criterio que nos permita distinguirla. Todas y cada una dependen de una perspectiva, de un punto de vista diferente y tan valioso como cualquiera de los otros. A un gato, su manera de percibir el mundo le resultará la más valiosa, pues le es útil para manejarse en la vida. Lo mismo exactamente ocurre con nosotros. Pero, ¿qué es una percepción correcta? Aquella en la cual el objeto percibido encuentra una expresión adecuada en el sujeto que lo percibe. Pero no existe ninguna percepción correcta, toda percepción es una interpretación por parte del sujeto que percibe, lo que implica una manipulación: "...entre dos esferas absolutamente distintas como el sujeto y el objeto no hay... ninguna exactitud. .. a lo sumo... una traducción balbuciente a 12
  • 13. demás, la percepción correcta —es decir, la expresión adecuada de un objeto en el sujeto —, me parece un absurdo lleno de contradicciones, porque entre dos esferas absolutamente distintas como lo son el sujeto y el objeto no hay ninguna causalidad (4-bis), ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, un comportamiento estético, quiero decir, una extrapolación alusiva, una traducción balbuciente a un lenguaje completamente extraño. Para lo cual se necesita, en todo caso, una esfera intermedia y una fuerza mediadora, libres ambas para poetizar e inventar. un lenguaje completamente extraño". La palabra fenómeno encierra muchas seducciones, por lo que, en lo posible, procuro evitarla, puesto que no es cierto que la esencia de las cosas se manifieste en el mundo empírico. Un pintor al que le faltaran las manos y que quisiera expresar por medio del canto la imagen que ha concebido, revelará siempre, en ese paso de una esfera a otra, mucho más sobre la esencia de las cosas que el mundo empírico. Incluso la misma relación de un estímulo nervioso con la imagen producida no es, en sí, necesaria; pero cuando la misma imagen se ha producido millones de veces y se ha transmitido hereditariamente a través de muchas generaciones de seres humanos, apareciendo finalmente en toda la humanidad como consecuencia cada vez del mismo motivo, entonces acaba por tener el mismo significado para el hombre que si fuese la única imagen necesaria, como si la relación entre la excitación nerviosa originaria con la imagen producida fuese una estricta relación de causalidad estricta; del mismo modo que un sueño eternamente repetido sería percibido y juzgado como algo absolutamente real. Pero el endurecimiento y la petrificación de una metáfora no garantizan en modo alguno ni la necesidad ni la legitimación exclusivas de esa metáfora. Contra el fenómeno Así pues, ni siquiera la percepción sensorial nos puede mostrar nunca la auténtica realidad, sino una realidad ya deformada. Sólo así se explican las diferentes percepciones de los distintos seres vivos: "...no es verdadero que la esencia de las cosas se manifieste en el mundo empírico". Lo que ocurre es que al repetirse una y otra vez una misma percepción en presencia de un mismo estímulo tendemos a establecer un vínculo inquebrantable entre ambos y a pensar, equivocadamente, que nuestra percepción es un reflejo fiel de un cierto objeto que actúa como estímulo: "Incluso la relación de un estímulo nervioso con la imagen producida no es, en sí, necesaria; pero cuando la misma imagen se ha producido millones de veces... entonces acaba por tener el mismo significado para el hombre que si fuese la única imagen necesaria". Razonamiento erróneo similar al utilizado en los procesos inductivos. Allí concluíamos, por ejemplo, que, porque el agua siempre ha hervido al ponerla al fuego, lo mismo ocurriría necesariamente mañana si se repitiera la situación. Pero este paso es (como aclaró Hume en su crítica al concepto de causalidad) absolutamente injustificado por estar basado únicamente en nuestra costumbre de que las cosas han ocurrido siempre así. Así pues, por mucho que se repita una metáfora, jamás podrá ser real, seguirá siendo una metáfora: "...el endurecimiento y la petrificación de una metáfora no garantizan... ni la necesidad ni la legitimación exclusivas de esa metáfora.". Sin duda, todo hombre que esté familiarizado con tales consideraciones ha sentido una profunda desconfianza hacia cualquier Párrafo 10 La ciencia. Parece ser, pues, que la auténtica realidad, sea cual sea ésta, resulta ser 13
  • 14. idealismo de esta especie, cada vez que se ha convencido con la claridad necesaria de la consecuencia, ubicuidad e infalibilidad de las leyes de la naturaleza; y ha sacado esta conclusión: aquí, cuanto alcanzamos en las alturas del mundo telescópico y en los abismos del mundo microscópico, todo es tan seguro, tan elaborado, tan infinito, tan regular, tan exento de lagunas; la ciencia cavará eternamente con éxito en estos pozos, y todo lo que encuentre habrá de concordar y no se contradirá. Qué poco se asemeja esto a un producto de la imaginación; si lo fuese, tendría que quedar al descubierto en alguna parte la apariencia y la irrealidad. algo radicalmente inaccesible para el ser humano, pues partimos ya de la base de que nosotros interpretamos ya esa realidad de un modo peculiar desde una cierta perspectiva (perspectivismo), desde la manera como están configurados nuestros órganos sensoriales. Sin embargo, frente a esta postura se encuentra la de aquellos que creen en el rigor de la ciencia y en que ésta nos desvela la existencia de unas leyes de la naturaleza que reflejan de un modo perfecto su funcionamiento: "Qué poco se parece esto a un producto de la fantasía: pues, si lo fuese, tendría que dar lugar a que se adivinase en alguna parte la apariencia y la irrealidad". Al contrario, cabe decir por lo pronto que, si cada uno de nosotros tuviese una percepción sensorial diferente, podríamos percibir unas veces como pájaros, otras como gusanos, otras como plantas, o si alguno de nosotros viese el mismo estímulo como rojo, otro como azul e incluso un tercero lo percibiese como un sonido, entonces nadie hablaría de tal regularidad de la naturaleza, sino que solamente se la concebiría como una construcción altamente subjetiva. Entonces, ¿qué es para nosotros, en definitiva, una ley de la naturaleza? No nos es conocida en sí, sino solamente por sus efectos, es decir, en sus relaciones con otras leyes de la naturaleza que, a su vez, sólo nos son conocidas como suma de relaciones. Por consiguiente, todas esas relaciones no hacen más que remitirse continuamente unas a otras y, en su esencia, para nosotros son incomprensibles por completo; en realidad sólo conocemos de ellas lo que nosotros aportamos: el tiempo, el espacio, por tanto las relaciones de sucesión y los números. Pero todo lo maravilloso que admiramos precisamente en las leyes de la naturaleza, lo que reclama nuestra explicación y lo que podría introducir en nosotros la desconfianza respecto al idealismo, justamente reside única y exclusivamente en el rigor matemático y en la inviolabilidad de las representaciones del tiempo y del espacio. Sin embargo, esas nociones las producimos en nosotros y a partir de nosotros con la misma A priori Pero, ¿qué son exactamente esas leyes de la naturaleza? Para los creyentes en el poder y en la veracidad de la ciencia, dichas leyes expresarían ciertas regularidades que se dan en el mundo real, (por ejemplo que Velocidad = Espacio / Tiempo). Sin embargo, Nietzsche cuestiona esta creencia ingenua: si nosotros tuviéramos capacidades sensoriales distintas, entonces dichas regularidades no nos parecerían tales, o incluso construiríamos otras totalmente distintas: "...si nosotros mismos percibiésemos unas veces como un pájaro, otras como un gusano y otras como una planta... entonces nadie hablaría de tal regularidad de la naturaleza, sino que solamente la concebiría como una construcción altamente subjetiva". Por eso, para Nietzsche, las leyes de la naturaleza expresarían en realidad el modo como nosotros la percibimos. Son, pues, más leyes nuestras (nosotros las creamos) que leyes de la naturaleza y poseen, por tanto, un carácter subjetivo: "...las producimos en nosotros y desde nosotros mismos...; si estamos obligados a concebir todas las cosas únicamente bajo esas formas, entonces deja de ser maravilloso que... sólo concibamos en todas las cosas precisamente esas formas.". Así, siguiendo el ejemplo anterior (V=E/T), ¿de dónde surge exactamente esa ley? De los conceptos de "velocidad", "espacio" y "tiempo", conceptos que, no hay que olvidar, son igual de metafóricos que cualquier otro concepto, y son producto de nuestra manera peculiar de interpretar la realidad. Es como el ejemplo del objeto escondido en el matorral del párrafo 8: nada tiene de maravilloso que V=E/T, pues tiene que ser necesariamente así tal y como nosotros hemos ido definiendo esos conceptos. Así se explica igualmente que, con la misma "necesidad", definamos el espacio como E=VxT, y el tiempo como T=E/V, pues, "...todas estas relaciones no hacen más que remitirse continuamente unas a otras...". Ásí pues, esas leyes de la naturaleza sólo expresan la perspectiva desde la cual nosotros, de un modo completamente subjetivo, interpretamos la realidad. Sólo podemos captar esta realidad de un modo metafórico y siempre alejados, por las imposiciones de nuestra propia 14
  • 15. necesidad que la araña teje su tela; si estamos obligados a concebir todas las cosas únicamente bajo esas formas, entonces deja de ser maravilloso que, hablando con propiedad, sólo captemos en todas las cosas precisamente esas formas, puesto que todas ellas deben llevar consigo las leyes del número y el número es precisamente lo más asombroso de las cosas. Toda la regularidad que tanto respeto nos impone en las órbitas de los astros y en los procesos químicos, coincide en el fondo con aquellas propiedades que nosotros aportamos a las cosas, de modo que, con ello, nos infundimos respeto a nosotros mismos. De aquí resulta, en efecto, que esa artística creación de metáforas con la que comienza en nosotros toda percepción presupone ya esas formas, y, por tanto, se realizará en ellas; sólo partiendo de la firme persistencia de estas formas primordiales resulta posible explicar el que más tarde haya podido construirse sobre las metáforas mismas el edificio de los conceptos. Pues éste edificio es, efectivamente, una imitación de las relaciones de espacio, tiempo y número, sobre la base de las metáforas. constitución, de una "auténtica realidad" que nos resultará en todo momento inapresable. Como hemos visto, en la construcción de los conceptos trabaja originariamente el lenguaje; más tarde la ciencia. Y así como la abeja construye las celdas y simultáneamente las rellena de miel, así también la ciencia trabaja sin cesar en ese gran columbarium de los conceptos, necrópolis de las intuiciones; construye sin cesar nuevas y más elevadas plantas, apuntala, limpia y renueva las celdas viejas y, sobre todo, se esfuerza en llenar ese colosal andamiaje que desmesuradamente ha apilado y en ordenar dentro de él todo el mundo empírico, es decir, el mundo antropomórfico. Párrafo 11 El columbarium Así pues, la ciencia y el trabajo científico suponen un paso más en ese alejamiento de la realidad llevado a cabo continuamente por los seres humanos. El lenguaje había creado ya un mundo de conceptos ficticios necesarios para nuestro manejo de la realidad pero totalmente alejados de ésta. La ciencia, por su parte, crea todo un entramado de relaciones ficticias entre dichos conceptos, igual que las abejas rellenan los panales (metáfora de los conceptos lingüísticos) fijando, así, la ilusión de que esas relaciones son auténticas, que existen de verdad en la naturaleza y que expresan su funcionamiento. Si ya el hombre que actúa ata su vida a la razón y sus conceptos para no ser arrastrado ni perderse a sí mismo, el investigador construye su cabaña junto a la torre de la ciencia para poder cooperar en su edificación y para encontrar él mismo protección bajo ese El investigador Pero la supuesta verdad científica no es más que una entre otras muchas verdades, todas ellas igualmente válidas. Aunque la ciencia rechaza orgullosamente cualquier otra interpretación posible de la realidad, considerando la suya como la única válida: "...hay poderes terribles que permanentemente le acometen ya que, en contra de la verdad 15
  • 16. baluarte ya existente. De hecho necesita protección, puesto que existen fuerzas terribles que constantemente le amenazan y que oponen a la verdad científica verdades de un tipo completamente diferente con las más diversas etiquetas. científica, presentan "verdades" de especie completamente diferente con las más diversas etiquetas". Mediante la creación de un mundo hecho a su imagen, y que obliga a los demás a compartir, el científico pretende protegerse del caos que es la realidad, y obtener un sentimiento de seguridad. Ese impulso hacia la construcción de metáforas, ese impulso fundamental del hombre del que no se puede prescindir ni un solo instante, pues si así se hiciese se prescindiría del hombre mismo, no está en verdad dominado ni apenas domado por el hecho de que con sus evanescentes productos, los conceptos, se construya un mundo nuevo, regular y rígido, que es como una fortaleza para él. Dicho impulso se busca para su actividad un campo nuevo y un cauce distinto, y los encuentra en el mito y, de modo general, en el arte. Confunde sin cesar las rúbricas y las celdas de los conceptos introduciendo de esta manera nuevas extrapolaciones, metáforas y metonimias, continuamente muestra el afán de configurar el mundo existente del hombre despierto, haciéndolo tan abigarradamente irregular, tan inconsecuente, tan encantador y eternamente nuevo, como lo es el mundo de los sueños. En sí, ciertamente, el hombre despierto solamente adquiere consciencia de que está despierto, gracias al rígido y regular tejido conceptual y, justamente por eso, llega a la creencia de que está soñando si, en alguna ocasión, ese tejido conceptual es desgarrado por el arte. Tenía razón Pascal cuando afirmaba que, si todas las noches nos sobreviniese el mismo sueño, nos ocuparíamos tanto de él como de las cosas que vemos todos los días: Si un artesano estuviese seguro de soñar todas las noches durante doce horas seguidas que era rey, yo creo —dice Pascal— que sería exactamente tan dichoso como un rey que soñase todas las noches durante doce horas que es artesano. La diurna vigilia de un pueblo míticamente excitado, por ejemplo, la de los griegos más antiguos, es, de hecho, gracias al prodigio que constantemente se produce, tal y como el mito lo supone, más parecida al sueño que a la vigilia del pensador científicamente desilusionado. Si cualquier Párrafo 12 Mito y Arte El ser humano es un constructor de metáforas por naturaleza o, más bien, por una necesidad natural y vital, puesto que sin las metáforas que son comunes al lenguaje y a la ciencia no habría podido subsistir: "Ese impulso hacia la formación de metáforas en ningún momento se puede eliminar porque con ello se eliminaría al hombre mismo...". Pero este impulso instintivo a construir metáforas no se agota únicamente con el lenguaje y la ciencia, sino que encuentra un nuevo campo de expansión en el arte: "Dicho impulso se busca para su actividad un campo nuevo y un cauce distinto y los encuentra en el mito y, de modo general, en el arte". El mundo del arte y el mundo de los sueños guardan, según Nietzsche, un alto número de similitudes, puesto que en ambos trastocamos el orden de las cosas que la ciencia nos ha enseñado a aceptar como normal. En ellos, creamos metáforas nuevas o cambiamos y mezclamos el significado de las que habíamos aprendido a utilizar de un único e inviolable modo: "...constantemente muestra el deseo de configurar el mundo existente del hombre despierto haciéndolo tan multicolor, irregular, inconsecuente, inconexo, encantador y eternamente nuevo como lo es el mundo de los sueños". El sueño y el arte coinciden en que ambos desgarran esos conceptos tradicionalmente usados en el lenguaje y la ciencia. Precisamente por ello pueden confundirse. De hecho, algunas obras de arte (cuadros de El Bosco, cuentos de Kafka), se han interpretado como el producto de una elaboración creadora a partir de lo soñado por el artista. 16
  • 17. árbol puede hablar como una ninfa, o si un dios, bajo la apariencia de un toro, puede raptar doncellas, si de pronto la misma diosa Atenea puede ser vista en compañía de Pisístrato recorriendo las plazas de Atenas en un hermoso carro de caballos -y esto el honrado ateniense lo creía-, entonces, en cada momento, como en los sueños, todo es posible y la naturaleza entera revolotea alrededor hombre como si solamente se tratase de una mascarada de los dioses, para quienes no constituiría más que una broma el engañar a los hombres bajo todas las figuras. Pero el hombre mismo tiene una invencible tendencia a dejarse engañar y está como hechizado por la felicidad cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si fuesen verdades, o cuando en una representación teatral el actor, haciendo el papel de rey, actúa más regiamente que un rey en la realidad. El intelecto, ese maestro de la ficción, se encuentra libre y relevado de su esclavitud habitual tanto tiempo cuanto puede engañar sin causar daño y, en esos momentos, celebra sus Saturnales; nunca es tan exhuberante, tan rico, tan soberbio, tan ágil y tan temerario: poseído de un gozo creador, arroja las metáforas sin orden ni concierto y remueve los mojones de las abstracciones de tal manera que, por ejemplo, designa a la corriente como el camino móvil que lleva al hombre allí donde éste habitualmente va. En esos momentos ha arrojado de sí el signo de la servidumbre: mientras que de ordinario se esforzaba con triste solicitud en mostrarle el camino y las herramientas a un pobre individuo que ansía la existencia y se lanzaba, como un siervo, en busca de presa y botín para su señor, ahora se ha convertido en señor y puede borrar de su semblante la expresión de indigencia. También ahora todo lo que haga, conllevará, en comparación con sus acciones anteriores, la ficción, lo mismo que las anteriores conllevaban la distorsión. Copia la vida del hombre, pero la toma como una cosa buena y parece darse por satisfecho con ella. Aquel enorme entramado y andamiaje de los Párrafo 13 El espíritu libre El hombre tiene una inevitable tendencia a dejarse engañar (el mundo de conceptos que ha construido mediante el lenguaje no es más que el resultado de dicha tendencia). Pues bien, el arte supone llevar al último extremo ese afán por dejarse engañar. De ahí el placer que extraemos al sumergirnos en una novela, una obra de teatro o una película, dejándonos engañar por ella y llegando a vivirla como algo real (seguro que muchos hemos soltado una lagrimita viendo, por ejemplo, La vida es bella; y otros muchos, después de ver la última película de Van Damme ( si es que a lo que hace este pseudoactor se le puede llamar película y si hay algún osado que se atreva a poner en peligro sus neuronas con tal evento), se han creído capaces de vapulear a patadas a todos los macarras de su barrio). Es evidente que la inteligencia también tiene mucho que ver en la creación de estas obras artísticas, pero es una inteligencia usada de un modo distinto al usual: "El intelecto, ese maestro de la ficción, está libre y sin la carga de su ordinario servicio de esclavo...". En el lenguaje y la ciencia el lenguaje actuaba como un siervo que tenía que amoldarse a unas convenciones ya establecidas y de las cuales no podía escapar so pena de enfrentarse al rechazo social y la incomprensión: "...de ordinario se esforzaba con la melancólica ocupación de mostrarle el camino y las herramientas a un pobre individuo que suspira por la existencia y como un siervo se lanzaba a conseguir para su señor presa y botín...". Ahora, gracias al arte, la inteligencia pasa a actuar como señor: "...ahora se ha convertido en señor y le es lícito borrar de su semblante la expresión de indigencia ". Es ella la que hace y deshace a su antojo, la que crea sin límites ni barreras que la constriñan: "Con gozo creador arroja las metáforas sin orden ni concierto y cambia los mojones fronterizos de la abstracción... ". El ser humano es ahora dueño de lo que construye, y juega con los conceptos creando así la obra de arte: "Aquel gigantesco entramado y andamiaje de los conceptos... es para el intelecto liberado, solamente un armazón y un juguete para sus más temerarias obras de arte". 17
  • 18. conceptos, al que de por vida se aferra el hombre indigente para salvarse, es, solamente, un armazón para el intelecto liberado y un juguete para sus más audaces obras de arte y, cuando lo destruye, lo mezcla desordenadamente y lo vuelve a juntar irónicamente, uniendo lo más diverso y separando lo más afín, así revela que no necesita de aquellos recursos de la indigencia y que ahora no se guía por conceptos, sino por intuiciones. No existe ningún camino regular que conduzca desde esas intuiciones a la región de los esquemas fantasmales, de las abstracciones: la palabra no está hecha para ellas, el hombre enmudece al verlas o habla en metáforas rigurosamente prohibidas o mediante inauditas concatenaciones conceptuales, para corresponder de un modo creador, aunque sólo sea mediante la destrucción y la burla de los antiguos límites conceptuales, a la impresión de la poderosa intuición actual. Nietzsche, de este modo, ha ido introduciendo una distinción muy importante, en la cual profundizará en el siguiente y último párrafo: la distinción entre hombre racional y hombre intuitivo. El primero sería el científico, pero también la mayoría de los seres humanos que en gran medida actuamos, de manera “apolínea” de acuerdo con normas, leyes y conceptos convencionalmente aceptados como válidos en nuestra sociedad. Este hombre racional se caracteriza, pues, por el uso de conceptos sin cuestionarse nunca su origen ni su validez. Frente a él, el hombre intuitivo, “dionisíaco”, el artista, el cual hace uso de sus intuiciones, y juega con ellas, y destruye y transforma los conceptos de los que el hombre racional se mostraba tan orgulloso. Para Nietzsche, los conceptos son inferiores a las intuiciones, entre otras cosas, porque los conceptos son construidos por los seres humanos a partir de nuestras intuiciones originarias, único modo válido (como recordaremos) de acercarnos (sólo acercarnos) al conocimiento de la auténtica realidad. Intuición y abstracción son, para Nietzsche, enemigos naturales: "Ningún camino regular conduce de estas intuiciones al país de los esquemas fantasmales, de las abstracciones...". Por eso, también lo serán el hombre intuitivo y el hombre racional. Hay épocas en las que el hombre racional y el hombre intuitivo caminan juntos; el uno angustiado ante la intuición, el otro mofándose de la abstracción; es tan irracional este último como poco artístico el primero. Ambos ansían dominar la vida: éste sabiendo afrontar las necesidades más imperiosas, mediante la previsión, la prudencia y la regularidad, aquél, como un héroe desbordante de alegría, sin ver sus propias necesidades y sin tomar como real nada más que la vida disfrazada en la apariencia y la belleza. Allí donde el hombre intuitivo, como, por ejemplo, en la Grecia más antigua, maneja sus armas de manera más potente y victoriosa que su contrario, puede, en circunstancias favorables, formarse una cultura y establecerse el dominio del arte sobre la vida; esa ficción, esa negación de la indigencia, ese brillo de las intuiciones metafóricas y, en suma, esa inmediatez de la ilusión, acompañan a todas las manifestaciones de una vida semejante. Ni la vivienda, ni la forma de caminar, ni la indumentaria, ni la tinaja de barro revelan que ha sido la necesidad la que Párrafo 14 Racional versus intuitivo Esta distinción entre hombre racional y hombre intuitivo que apuntábamos en el párrafo anterior es ahora analizada de un modo más profundo. Veamos las características que definen tanto a uno como al otro. Partiendo de que "ambos desean dominar la vida" podríamos señalar las siguientes diferencias: a) Hombre racional: se definiría por su "precisión, prudencia y regularidad", características estas fruto de un uso repetido y constante de los conceptos mediante los que se fuerza esa regularidad en la Naturaleza (regularidad que no es real) para así poder conocerla y dominarla. b) Hombre intuitivo: es como un niño que juega con las intuiciones y conceptos moldeándolos a su voluntad y creando de ese modo metáforas nuevas y personales: "...una dicha sublime y una serenidad olímpica y, por así decirlo, un jugar con la seriedad". De este modo disfruta de su creación y vive con mayor intensidad sus sentimientos, tanto de gozo como de sufrimiento: "Es cierto que cuando sufre, su sufrimiento es más intenso; y hasta sufre con mayor frecuencia porque no sabe aprender de la experiencia y una y otra vez tropieza en la misma piedra en la que ya tropezó". Por ello domina la vida: puesto que la vive y la siente de un modo mucho más intenso que el previsor y cerebral hombre racional, el cual le ha quitado su frescura y la ha encajonado en una celda de conceptos rígidos y fríos (aquel "columbarium"). 18
  • 19. los ha creado: parece como si en todos ellos hubiera de expresarse una felicidad sublime y una serenidad olímpica y, en cierto modo, un juego con la seriedad. Mientras que el hombre guiado por conceptos y abstracciones únicamente con esta ayuda previene la desgracia, sin ni siquiera extraer algún tipo de felicidad de las abstracciones mismas, aspirando a estar lo más libre posible de dolores, el hombre intuitivo, manteniéndose en medio de una cultura, cosecha a partir ya de sus intuiciones, además de la prevención contra el mal, un flujo constante de claridad, jovialidad y redención que afluyen constantemente. Es cierto que, cuando sufre, su sufrimiento es más intenso; e incluso sufre con mayor frecuencia, porque no sabe aprender de la experiencia y una y otra vez tropieza en la misma piedra en la que ya ha tropezado anteriormente. Es tan irracional en el sufrimiento como en la felicidad, grita como un condenado y no encuentra ningún consuelo. ¡Cuán distintamente se comporta el hombre estoico ante las mismas desgracias, instruido por la experiencia y dominándose a sí mismo mediante conceptos! Él, que sólo busca habitualmente sinceridad, verdad, emanciparse de los engaños y protegerse de las sorpresas seductoras, ahora, en la desgracia, como aquél en la felicidad, lleva a cabo la obra maestra de la ficción; no presenta un rostro humano que se contrae y se altera, sino, por así decirlo, una máscara con digna simetría en los rasgos, no grita, ni siquiera lo más mínimo altera el tono de voz. Cuando todo un chaparrón descarga sobre él, se envuelve en su capa y se marcha, a paso lento, bajo la lluvia. Nietzsche identifica al hombre racional con el estoico, ese individuo que intenta negar sus propios sentimientos y emociones aceptando de un modo resignado las desgracias que le van acometiendo y sin encontrar, o bien la fuerza de voluntad necesaria para luchar contra ellas, o bien la capacidad de sentir el sufrimiento y la angustia de un modo tal que le haga gritar de dolor como le ocurre al hombre intuitivo: "...no presenta un rostro humano que se contrae y se altera sino, por así decirlo, una máscara con digna simetría en los rasgos, no grita, ni siquiera altera su voz". El hombre estoico es, así, el culmen del fingimiento, pues intenta engañar a sus propios sentimientos. 19