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El despertar
Simón González
Primera edición: diciembre 2016
El despertar / Simón González [Libro electrónico]
Primera Edición
Ciudad de México. Aedes Editores, 2016
33p.
El despertar por Simón González se distribuye bajo una
Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivar 4.0 Internacional.
Portada: Simón González
Estilo de portada: Simón González
D.R. © Aedes México
© Simón González
Circuito Interior. Ciudad Universitaria, s/n. C.P. 04510. Ciudad de México.
Número de registro de propiedad intelectual: 1701100335564
http://facebook.com/AedesMx
http://contactoaedesmx.wixsite.com/aedeseditorial
Introducción.
Los recuerdos de un hombre que en el ocaso de su vida se encuentra
solo, sentado en el viejo sillón de su enorme casa, nos remiten a la
realidad de sus pensamientos, la realidad de una existencia inauténtica.
Mientras observa la vida por una enorme ventana que, como una
máquina del tiempo catapulta al pasado sus recuerdos, perdiéndose así
entre inconformidades, deseos y frustraciones en los últimos minutos
de su existencia sin siquiera percatarse de su propia muerte, de pronto
se encuentra en su cama despertándose y comienza a hacer un
recorrido por sus recuerdos.
Al entrar en una casa mientras va avanzando, en esta le ocurren una
serie de extrañas vivencias mientras una gota lo va acompañando por el
recorrido de algunas de las habitaciones de la casa que representan a
su vez un recuerdo al que se le dificulta llegar. Tiene visiones muy
vívidas de situaciones irreales y, mientras va abriendo puertas se
enfrenta a sus recuerdos más profundos y va pasando el tiempo hasta
que se queda dormido en una caverna y despierta de pronto en una
diminuta celda donde es llevado por sus captores al momento exacto de
su nacimiento, momento en el cual olvida toda su vida anterior para
poder darle paso a una nueva existencia.
Prólogo.
En ese instante mismo en que nacemos comienza nuestro camino a
la muerte. Como escribió Martin Heidegger en una de sus mejores
obras, “Ser Y Tiempo”, publicado en 1927, el hombre es el ser para la
muerte. En este pequeño y humilde escrito podemos apreciar la idea de
la vida y la muerte de una forma distinta, vista por un hombre de
ochenta y cuatro años que sin saberlo estaba viviendo sus últimas
horas, y sentado solo en la sala de su enorme casa a las afueras de un
pequeño pueblo, donde va haciendo un recorrido por algunos de sus
recuerdos más profundos, recuerdos que una vez lo fueron formando e
hicieron el hombre solitario que fue.
Pero irónicamente son todos esos recuerdos los que lo van llevando
al fin de su vida. Su trabajo, el recuerdo de un gran amor que se fue, el
recuerdo de un padre ausente y del pequeño pueblo donde nació y pasó
gran parte de su infancia, incluso el perro del que una vez fue su
orgulloso amo.
Es tan sutil el paso que nos hace dar el escritor de la muerte a la
vida, que la podemos simplemente confundir con un sueño. Pero hay
que estar atento para poder reconocer el instante exacto del hecho en
sí; no hay un futuro en los pensamientos del hombre mientras está
vivo, solo los recuerdos van colmando su mente, ya que la muerte está
tan cercana que no hay tiempo para el mañana. Esto nos hace
reflexionar mientras pensamos que no necesariamente nos damos
cuenta cuando llega la muerte.
Sin embargo, es la propia muerte la que inicia al hombre en su
última gran aventura, una aventura donde el escritor nos lleva de la
mano en un recorrido por su complicada mente, donde usted, amigo
lector, se va a sentir plenamente identificado y donde un final
inesperado le va a brindar un nuevo despertar.
El despertar
Ya no estoy seguro de qué día es, ni el mes, incluso el año. Ya no
importa. Son solo días que pasan como pasan las hojas de un buen
libro en las manos de un ávido lector, pero si mal no recuerdo era un
Viernes Santo, un día de esos de Semana Santa, uno donde se recuerda
la muerte de Jesús de Nazaret por cierto. En esa espantosa visión que
nos coloca como los principales culpables de tan sangrienta muerte, ese
fue el día cuando comencé a darme cuenta que las cosas habían
cambiado tanto que ya nada será igual y todo lo que era ya no lo sería
más. La vida que creíamos conocer estaba a punto de cambiar
totalmente. Muchas personas piensan que mientras la muerte se va
apoderando de un cuerpo, por otro lado una vida está naciendo. Yo no
soy nadie para saber si eso es verdad o simplemente un invento del
hombre para sentirse de alguna manera reconfortado ante la
posibilidad que imposibilita todas las otras posibilidades: la posibilidad
de morir. Entonces de cierta manera había comenzado a morir, ya que
había nacido. Lo que era, ya no lo sería más, y lo que pudo haber sido
de ahora en adelante era imposible. Con aquellos pensamientos
rondando sin descanso en mi mente y tratando, siempre con una
terquedad que rayaba en la estupidez de entender de una vez por todas
el motivo por el cuál postrarse ante una vida inexistente y vacía, y aún
más con ese sentimiento de no estar haciendo lo que debo
carcomiéndome las entrañas como una hiena haciendo del interior de
su presa un festín. Que los días pasaban como minutos y la cruda
realidad es que lo que hacemos es ocuparnos para no pensar. Qué
sentimiento tan amargo, pero a su vez creo que es lo que me hacía
sentir vivo porque el pensar me hace existir. La única pregunta que me
podía hacer sinceramente con algo de temor era, ¿qué podía hacer para
que aquellos cambios fuesen lo menos dolorosos posibles o quizá, solo
hacerlos más aceptables?
Después de mucho pensar, luchando contra el cansancio de mi
cuerpo y mucho peor, el de mi mente, porque para pensar lo que pienso
deben haber condiciones, se necesita tiempo, espacio, silencio, y tantas
cosas más que no vale la pena enumerarlas, con el pasar de la vida me
di cuenta que los cambios son parte de mí, que todo cuanto me sucede
esta precedido de un cambio sutil, imperceptible o brusco quizá, pero
siempre un cambio. Sí, claro, todos saben eso, que son necesarios casi
como respirar. Si no cambias mueres, si no respiras también. Bueno,
eso dicen. Nunca he dejado de respirar y bueno, nunca he muerto, creo.
La diferencia es que los cambios en su mayoría son difíciles, cosa
totalmente distinta a la respiración que la mayor parte del tiempo no la
sentimos, que los cambios son difíciles, por supuesto sí, pero una vez
que comienzan te vas adaptando y vas como entrando en sintonía con
lo nuevo más rápido de lo que te puedes imaginar.
Todo esto pasaba por mi mente mientras, aun acostado y apenas
despierto, le ordenaba a mi cuerpo que se levantara de la cama y que
fuera directo a la cocina. La cafetera la había dejado preparada como
todos los días para que se encendiera a las cuatro. No soy persona de
dormir hasta tarde. Creo que siempre hay algo que hacer y siempre
estamos atrasados para hacerlo. No tengo una taza preferida como
otras personas o algún tipo de ritual extraño. Ya soy bastante extraño
como para saturarme. Solo me gusta una buena taza de café caliente,
vicio que una vez trate de erradicar sin resultado, un sacrilegio aquel de
no cumplirlo. Recuerdo el sonido de la cafetera que, mientras hacia su
trabajo, semejaba uno de esos monstruos que se ven en las películas
viejas de ciencia-ficción japonesas. El olor a café ya invadía toda la
habitación. Quisiera seguir durmiendo pero sé que ya no voy a poder,
nunca he sido persona de dormir hasta tarde. Estaba acostumbrado a
levantarme muy temprano ya que antes de jubilarme de lo que fue mi
trabajo durante más de cincuenta años en una empresa de
importaciones que herede de mi padre y de la cual, aunque me sentía
muy orgulloso, también sentía que había perdido momentos valiosos
de mi vida en reuniones con altos ejecutivos que, aunque con mucho
dinero, siempre para mi fueron seres vacíos, superficiales y acéfalos
más al servicio del dinero que a los intereses propios de la empresa.
Siempre debía estar viajando a países lejanos para poder así consolidar
el nombre de la compañía y en esos viajes conocí a muchas personas de
las cuales ahora recuerdo a muy pocas. Supongo que en realidad no
fueron tan importantes como en ese momento llegue a pensar y ahora
luego de tanto vivir, tanto conocer y tanto saber me encontraba solo en
esta enorme casa.
Ya en la cocina me serví la primera taza de café, siempre el primer
sorbo era negro y sin azúcar. Me gustaba sentir el amargo de ese primer
trago característico por unos minutos mientras apreciaba por una
enorme ventana una pequeña fracción de la naturaleza que igual que
mi ser, se iba despertando lentamente.
Recuerdo que muchas de esas mañanas, con la taza de café la mano,
me sentía aliviado de no fumar pero siempre lo recordaba y esto
esbozaba una pequeña sonrisa estúpida en mis labios, una sonrisa
irónica pero a su vez de satisfacción, o quizá simplemente era solo el
saber que podía controlar ese pequeño deseo de hacerlo, no sé.
Recuerdo también estar allí parado frente a esa enorme ventana estilo
francesa que abarcaba todo el espacio del techo al piso que me hacía
sentir parte de todo y desde la cual se podía apreciar una vista
inmejorable de un gran cielo azul siendo recorrido sin prisa por unas
cuantas nubes que viajaban tímidas en esa inmensidad. También se
podía apreciar a lo lejos en el horizonte algunos árboles inmensos
rozándose entre sí con la suave brisa donde las nubes parecían llegar
para esconderse, y entre ellos justo frente a mí, un camino que se
adelgazaba a medida que se alejaba y parecía mantenerse en eterna
lucha para no ser consumido por la naturaleza que después de la más
suave y fresca lluvia siempre trataba de ganar su espacio aunque fuese
pequeño.
De vez en cuando me gustaba recorrer ese camino, casi siempre en las
tardes, ya cayendo el fresco de la noche, aunque no todas. Ese olor a
tierra mojada, a monte fresco, el sonido de las pequeñas gotas de agua
que encontraban el fin de su largo viaje chocando contra las hojas de
los árboles así como también contra las que ya habían cumplido su
labor y se encontraban esparcidas en el suelo. Todo eso hacía que me
invadiera ese sentimiento de ser libre que no se puede comparar con
nada. Muchas veces cuando esta lloviznando el camino está solo. La
mayoría de las personas prefieren huir frenéticamente buscando donde
guarecerse para no mojar su ropaje, mientras que para mí, esa suave
lluvia es una invitación a la cual no puedo dejar de asistir, así me gusta,
y de esa manera no me tropiezo con ese constante ir y venir de
personas que aunque pocas, siempre me parecían algo molestas. Me
producen un sentimiento de animadversión al oír los susurros mientras
caminaban pisoteando sin importarles en lo más mínimo los pequeños
brotes de hierbas de ese día. ¿Es que acaso no se daban cuenta que ellos
también tienen derechos en ese camino?
Uno que otro día se llenaba de valentía para poder hacerme una visita
algún familiar lejano, aunque todos los familiares son lejanos para mí,
o el conocido del amigo de un familiar cercano, amigo mío nunca. Para
mi orgullo y el pesar de muchos, carezco de amigos. Ya es difícil
entenderme a mí como para tratar de entender a otra persona. Hace
algún tiempo tuve un perro, era un buen perro. Debe ser porque ya me
pasó la moda de tener amigos o un idiota de esos que siempre tiene una
idea con respecto a una inversión nueva o un negocio que ahora si va a
funcionar, o simplemente de visita porque tiene algún conflicto
emocional que resolver y tiene la tonta idea que si me lo cuenta le
puede servir de ayuda algún comentario sarcástico o la cruda verdad de
lo que pienso, eso les gusta a muchos. La verdad aun no sé por qué, de
eso también mi moda ya paso. O tiene, no sé por qué, la recurrente y
macabra idea que yo puedo darles algún consejo mágico de que hacer o
cómo hacerlo, o peor aún, que yo voy a invertir mi tiempo pensando en
eso, sea lo que sea.
Pero la mayoría de aquellas mañanas eran muy tranquilas y podía
apreciar sobre las copas de los arboles a lo lejos montañas enormes de
múltiples tonos verdes donde a esa hora temprano en la mañana se
podía apreciar como las invadía la luz del sol que poco a poco las iba
iluminando dándole vida y dejando ver sus cicatrices así como sus altos
forrajes meciéndose con la suave brisa. Alegres por un día más de sol,
llenándolas de colores que cambiaban con sutileza con el vaivén de sus
finas y largas hojas, la hierba verde y unos tenues rayos de sol que se
filtraban con temor entre las ramas de los más altos árboles que
parecían alegrarse de tener un encuentro más con su eterno amor.
Tenía situado estratégicamente en el centro de la habitación y
siempre al frente de la gran ventana un mueble de piel marrón oscura
ya un poco desgastado y con pliegues muy marcados, arrugas
profundas. Un mueble que daba la apariencia de un hombre viejo ya
cansado, de muchas batallas, algunas ganadas muchas otras perdidas,
pero aun así siempre presto para la siguiente que seguramente ha de
venir, quizá más pronto de lo que se imaginaba o ¿porque no? quizá ya
estaba luchando su última gran batalla.
Me fui sentando con la pesadumbre que tiene el que aún no se
despierta del todo, y de paso tuvo una mala noche, apoyando mi mano
derecha en el reposabrazos de aquel mueble que se quejaba solo al
sentir mis pasos acercándome a él, mientras con mi otra mano sostenía
ya la segunda taza de café negro. Ya sentado nos hacíamos uno.
Gastado por el uso y con poco brillo, ese mueble que, marcado por el
peso de mi humanidad en el que sin necesidad de estar ocupándolo se
podía ver hundida la figura de mi cuerpo como si fuera un contra
molde, ese viejo cuero oscuro que guardara celosamente su mejor
puesto para mí. El mueble tenía ya años en el mismo lugar, la mujer
que venía a hacer la limpieza una vez al mes siempre trataba en vano de
convencerme para que lo colocara en otro lugar, quizá más cerca de la
ventana, decía con un dejo de sarcasmo que dejaba escapar mientras
una pequeña sonrisa esbozaba su rostro porque sabía de antemano mi
rotunda respuesta de un no, no, gracias. Justo al lado derecho, una
pequeña mesa cuadrada bastante desgastada en los bordes color
madera oscura con algunos destellos de brillo de un barniz que en
algún momento le dio vida y que hoy solo forma parte de sus cicatrices.
Sobre ella unos pocos libros pequeños de caratulas gruesas, lomos
gastados con colores apagados por el paso del tiempo y paginas
amarillentas. Aunque algunos los había leído y otros solo hojeado, me
parecían un buen adorno, nada más. Todo quizá dispuesto
inconscientemente pero siempre ordenado por ese pequeño yo que
todos llevamos dentro y que estoy seguro que toma mejores decisiones
que nosotros y sin darnos cuenta, ha dispuesto todo quizá para poder
hacer que yo pudiera escapar cuando yo lo dispusiera.
Recuerdo estar mirando en la ventana las pequeñas gotas de rocío
adheridas al cristal de la ventana que al ser traspasadas por los
primeros rayos de sol se asemejaban a pequeños prismas haciendo un
caleidoscopio de colores y que a su vez parecen resistirse a la inevitable
e invisible gravedad. Algunas pequeñas gotas se deslizaban mientras se
unían a otras y esas a su vez a otras más, pero eso sí, siempre haciendo
una pequeña pausa para por una milésima de segundo pedir permiso a
su compañera para unirse y así dejarse llevar, como pequeños ríos
uniéndose con otros en su caída dejando una pequeña estela limpia en
el cristal tras ellas, todas con un futuro incierto y acelerando así en su
caída al fin de su corta vida, pero es algo inevitable desaparecer para
luego transformarse.
Podía también apreciar algunos insectos que temprano en la mañana
buscaban su alimento en las pequeñas y coloridas flores recién abiertas
para poder saciar su sed de vida, siempre presurosos al encuentro con
su alimento sin descansar ni un instante, sin tomarse un respiro para
tratar de entender el por qué. Me parece que son dichosos en su
ignorancia supina, algunos otros en cambio se preocupaban más por
tratar de entrar chocando con el cristal de la ventana repetidas veces
hasta desfallecer de cansancio a los pies de su imposible.
Dormir…
Al cabo de un rato ya había hecho dos viajes a la cafetera y era la
tercera taza de café y aun el sol no salía completamente. No sé, creo que
me quede dormido por un instante y al despertar me propuse a
comenzar a leer, creo que por décima vez aquel libro tan especial para
mí. El favorito de mi pequeña pero exclusiva colección, que en estos
días había colocado con esa intención en la mesita que estaba al lado
del mueble.
Aquel libro fue uno de los pocos regalos que recuerdo haber recibido
cuando pequeño de mi padre. Ese pequeño y viejo libro era lo más
cercano a un tesoro que podía tener entre mis manos, siempre tan
cerca de él como hubiese querido tener a mi padre. No era casualidad
que en momentos difíciles era cuando decidía comenzar a leer de nuevo
aquel feo libro de hojas amarillas con el olor característico de la lignina
oxidándose que solo un buen libro te da. Un olor que recuerda que las
cosas pequeñas de la vida son muchas veces las que más satisfacción y
paz nos producen.
Ya conocía todas las pequeñas magulladuras y desgastes que tenía,
incluso uno que otro error de imprenta que en vez de restarle valor,
hacía que creciera mucho más en cuestión sentimental. Cuando aquel
libro estaba en mis manos era maravilloso; me sentía con el poder más
valioso del mundo: el poder del recuerdo. Ese maravilloso viaje al
pasado que podemos hacer al recordar, pero que muy pocos saben
apreciar. Sentado ya con el pequeño libro en mis manos y con la mirada
fija en el paisaje, comencé a caer en cuenta que hacía ya algún tiempo
que mis días eran todos iguales.
Comenzaron a llegar los recuerdos a mi mente tan vividos como si
fuera ayer, cuando en ese mismo camino me fui quedando solo a
medida que ella se alejaba caminando, y mientras más pequeña aquella
figura se me hacía, así también mi corazón se me iba poniendo, y así
siguió caminando sin siquiera voltear para regalarme esa famosa
última mirada que les regalan aquellas hermosas criaturas a sus
dueños cuando son liberadas luego de un largo cautiverio. Luego de
una pequeña espera, mientras me contenía con todas mis fuerzas para
no llamarla diciendo su nombre con un grito, recordarle que estaba allí,
fui un perfecto cobarde y con un nudo en la garganta yo también
comencé a caminar de regreso a la casa que de ahora en adelante se
convertiría en una especie de prisión y no quería mirar atrás.
Mientras caminaba sin prisa repase con mi vista lo hermosa de aquella
casa, una de las mejores del lugar situado en medio de ese valle
rodeada por montañas altas. No sé cómo pero fue en ese momento
donde la pude entender, pero mi corazón terco me pedía que voltease, y
claro que pudo más que mi deseo de no hacerlo. Me detuve por un
instante y al voltear pude ver una figura desapareciendo lentamente en
el horizonte. Esa persona que había sido parte tan importante de mi
vida con la cual muchas veces imagine mi futuro, mis hijos, mi vejez y
¿porque no? hasta mi muerte, ahora simplemente se desvanecía en el
horizonte para transformarse en un recuerdo borroso y pasar, como
muchas otras personas, a formar así parte de mi pasado y yo sin querer,
a ser parte del suyo. De eso ya han transcurrido muchos años. Ya yo
estaba a pocos días de cumplir ochenta y cuatro años, y desde que ella
se fue, aquella hermosa casa de amplios corredores iluminados y con
un hermoso jardín que ella cuidaba con recelo ahora era solo
oscuridad, sombras y maleza por flores, pero ese día nunca se me
olvidará porque ese fue el día en que parte de mí murió.
Después de un hondo y profundo suspiro decidí seguir caminando solo
para llegar a aquella enorme casa ahora vacía y hundirme así con ella
en el olvido. A las pocas horas de haber llegado a la casa de aquel agrio
paseo comencé a entender al fin que estaba solo. Quizá me sentía
también un poco desprotegido y me invadió un temor que nunca antes
había sentido; el no saber qué pasaría luego me causaba una gran
angustia. Yo estaba acostumbrado a planificar mis días, mis horas, todo
tenía un orden. Ahora sentía que todo se escapaba de mis manos que
no podía ya controlar lo que pasaba o podría pasar. Me falta la mitad de
mi ser, repetía constantemente mientras caminaba como un león de
feria enjaulado de un lado a otro frente a la gran ventana. Ya no era un
ser completo y quizá nunca lo volvería a ser, ya que parte de mí se
había marchado con ella.
Pero algo dentro de mí decía que no podía detenerme. Como pude en
medio de esa angustia, de ese sentimiento que me resecaba la boca y
que me hacía sudar las manos, ese dolor en el corazón que causa la
ausencia del ser amado me parecía interminable, me detuve de pronto
y tras pensar un segundo me dirigí presuroso y con paso firme a la
habitación y, buscando con mi mano temblorosa sobre un viejo ropero
que estaba allí desde que compramos la casa, tome un revólver que
siempre había tenido conmigo sin el consentimiento de ella.
Sentándome en el piso a los pies de la cama lo coloque con ambas
manos bajo mi mandíbula sabiendo de ante mano que era el mejor sitio
para una muerte instantánea y después de tomar una gran bocanada de
aire que contuve, halé el gatillo, pero solo escuche el sonido de metal
chocando. No tenía balas. Ella se las había sacado quién sabe hace
cuánto tiempo. En ese momento me molestaba hasta el cantar de las
aves que escuchaba afuera, no podía entender que era lo que las hacia
parecer tan felices. Estúpidas aves. Si pudieran estar en mi mente solo
por unos segundos caerían muertas en el acto. Allí sentado pasé el resto
del día taciturno y agobiado con los pensamientos.
Al comenzar a caer la noche decidí levantarme dejando el revólver en el
piso. Caminé de nuevo a la sala y me senté en el mueble que
irónicamente era lo último que habíamos comprado juntos para la casa.
La mesita había venido como su complemento, y lo habían traído horas
antes de su partida. Ese fue mi primer y único intento de suicidio.
Me desperté aún en el mueble con el cuerpo adolorido. Ya era de noche.
Me pregunté qué hora sería y sentándome un poco mejor volteé mi
mirada hacia un reloj de pared que se había quedado estancado a las
cuarto treinta y cuatro. No era la primera vez que sucedía, pero tenía la
costumbre de mirarlo, luego cuando menos me lo esperaba comenzaba
a funcionar sin más ni más. Así estaba desde el día que se lo compre a
un sirio que recién llegado al país hacia de vendedor ambulante y el
cual nunca más volví a ver. Así que no me preocupó. El camino que
había estado iluminado y lleno de colores ahora solo era una larga
sombra y oscuridad donde apenas se podía ver donde terminaba. Me
fui poniendo de pie lentamente y luego de un pequeño estiramiento y
un par de quejidos me sentí un poco mareado, mientras mi vista se
nublo un poco. Últimamente siempre me pasaba pero no le prestaba
importancia, pasaba rápido. Todo estaba oscuro. Dirigí mi mirada a la
cocina pensando en prepararme algo de comer, pero solo llegué a la
nevera y, tomando la jarra de agua, me tomé mientras contaba diez
tragos que para mí correspondían a un vaso de agua. Caminé hacia la
habitación sin encender ninguna luz. Al entrar cerré una ventana que
daba a al jardín trasero. Luego me deje caer en la distendida cama.
Estaba cansado, parecía que había corrido un maratón. Tenía la
respiración agitada y mi corazón acelerado y después de un ‘coño’ que
salió del fondo de mi alma, le eché la culpa a esa vejez que invadía mi
cuerpo.
Esa misma noche y con el cuerpo un poco más calmado, comenzaron a
llegar a mi mente algunos recuerdos del pequeño pueblo de dónde
vengo, donde siempre las noticias eran malas, las casas pequeñas y
nadie hace preguntas personales. Cada uno está dedicado a lo suyo, no
hay contacto ni verbal ni físico, ni siquiera estoy seguro de que el
significado de moralidad sea igual para todos. No hay sentimientos y si
los hay y los dejan aflorar son solo una señal de debilidad. Solo hay
personas caminando de un lado a otro sumergidas ensimismadas
consumiendo su valioso tiempo desesperadamente. El que no está
trabajando está comprando y el que no está comprando está vendiendo
y yo, en medio de esa infinidad de pequeños mundos. Por eso decidí
cambiar, por eso estoy aquí este nuevo viaje y eso no se me puede
olvidar, no se me puede olvidar nunca que el movimiento genera
cambios y que los cambios son vida. Quizá si pienso más rápido puedo
hacer que la realidad desaparezca y así, si no la veo no existe, o
simplemente me ocupo para no pensar así como la mayoría de esas
personas para luego llegar y esperar un fin poco heroico de mi
humanidad en una cama sola y fría.
Morir…
Existen días en los cuales mi mente esta tan cansada que me duermo
tan deprisa que en sólo un par de minutos dejo de ser yo y ya no existo
hasta el día siguiente que revivo, solo para darme cuenta que la
realidad es que estamos muertos, solo que algunos no lo saben o no lo
ven mientras que otros muchos no lo llegan ni a pensar, y si por alguna
complicidad malévola del destino les llega a hacer nido en sus mentes
se ocupan de nuevo en su quehaceres diarios para no pensarlo. Porque
el pensarlo da miedo y son unos cobardes.
Me despertó el sonido característico de una gota de agua cayendo en un
pequeño charco en el pis, ese sonido hacía eco en toda la habitación y
por más que busqué con mi vista, no pude encontrar de dónde
provenía. Decidí entonces dejar los viejos recuerdos atrás y,
levantándome del aquel mueble que ahora al igual que yo estaba viejo y
cansado, presentía que algo pasaba, algo no estaba bien. Había otro
olor confundiéndose con el del café recién hecho. No sabía qué podía
ser, pero no le preste atención. Quizá mi mente aún muy dormida me
estaba jugando una mala pasada, o quizá solo estaba algo exaltado y
claro, después de pensar tanto era lógico, resolví. Me sentía como
cuando despertamos luego de un mal sueño, solo que este sueño era
recurrente. Quizá la noche anterior deje sin querer la ventana de la
habitación a medio cerrar y en el mueble se podía sentir una suave
brisa fría típica de ese lugar al caer la noche. Busqué a tientas con mis
pies desnudos las pantuflas, pero no pude sentirlas. Tampoco pude
sentir la alfombra que descansaba siempre bajo ellas. El piso de madera
está helado, no obstante, me levante, no sin antes colocar el libro de
filosofía de J. Hesse, Teoría del Conocimiento, que había permanecido
en mi regazo sin siquiera abrirlo sobre la mesita. Caminé al interruptor
de las luces que apenas podía ver por la oscuridad, presionando varias
veces el botón, pero no sucedió nada. Supuse que no había electricidad,
algo común en la zona. Caminé a la cocina un poco dormido aún para
servirme el café que ya mi cuerpo extrañaba, pero al salir de la
habitación me llamó la atención escuchar un sonido a lo lejos como el
de las olas del mar rompiendo a lo lejos, y mientras más me acercaba a
la cocina, más cerca y más claro podía escuchar. No le presté atención
porque estaba muy lejos del mar y solo pensé que estaría aun algo
dormido. Al llegar justo a la puerta de la cocina me detuve. El sonido
era muy vívido y al levantar la vista pude ver el mar oscuro que hacia
chocar sus olas un par de metros, quizá por debajo de mis pies, un mar
tan grande que terminaba en el horizonte tocándose con un cielo de
nubes grises tormentosas que se sombreaban al compás de relámpagos
que apenas se podían escuchar. De pronto una brisa helada recorrió
todo mi cuerpo poniéndome la piel de gallina, la cual me hizo sentir un
poco más despierto, pero con el pensamiento que todo eso no era más
que un sueño de esos extraños que cualquiera tiene de vez en cuando y
me dispuse a ir a la cama de nuevo, haciendo caso omiso a lo que había
visto.
Al entrar en la habitación me sorprendí aún más al ver un salón muy
amplio de altas columnas muy bien distribuidas por todo el lugar, y
justo en la esquina derecha, al final, una gran escalera estilo barroco
antiguo, con pasamanos de madera y arabescos color negro de hierro
que lo sostenían sus tramos de un granito color claro con algunas
columnas pequeñas en los peldaños. Pude apreciar un piso algo
desgastado pero muy limpio, tanto, que podía ver el reflejo del techo
abovedado mientras caminaba maravillado el trayecto que me llevaba
directo al primer peldaño. Pude notar que el resto de la habitación
estaba algo oscura y tétrica. No había ventanas, sólo las paredes
decoradas por un par de marcos de madera grandes, antiguos y
polvorientos sin ninguna pintura en ellos, quizá porque ya se los habían
robado. Y mientras seguía caminando pude observar como de las
sombras justo detrás de la gran escalera a lo lejos aparecía lentamente
un pasillo largo el cual en la entrada estaba precedido por un gran arco,
como si fueran las enormes fauces de un animal que dejaba ver todo su
interior sin ningún decoro en espera de su próxima presa. No sé si por
temor a aquella fantasmal aparición preferí subir las escaleras.
No había llegado al tercer escalón cuando escuché el sonido de unos
pasos entrando a la habitación. Me detuve y eché un vistazo rápido con
el pie derecho sobre el siguiente peldaño listo para subir a prisa, pero
no pude ver a nadie. Esperé unos segundos y no escuché nada más, así
que seguí subiendo hasta llegar al final de la escalera mientras iba
apareciendo ante mí otra habitación un poco más pequeña pero igual
de desolada. Tenía el centro cuadrado, rodeado de columnas y
pasamanos de mármol con el mismo estilo barroco de todo el lugar
desde donde se podía ver el piso inferior. Había tres puertas altas de
madera que parecían recién colocadas de lo limpias que estaban. Todo
en ellas brillaba, así como las paredes y el enorme techo. Me fui
aproximando a la puerta que tenía más cercana. Las tres puertas eran
exactamente iguales. Traté infructuosamente de abrir una, pero parecía
estar cerrada por dentro. Luego caminé hacia la otra puerta, pero ni
siquiera pude moverla unos centímetros. Tampoco tuve suerte. Solo
quedaba una a la cual me acerqué presuroso pensando que alguien me
seguía y que en cualquier momento aparecería al final de la escalera.
Para mi sorpresa al echarle un pequeño empujón una de las hojas se
abrió fácilmente haciendo ese tétrico sonido chirriante. Entré mientras
seguía escuchando el sonido de la gota golpeando el piso al caer.
Parecía seguirme a todos lados, era desesperante, era como si estuviera
cayendo justo dentro de mi cabeza.
Había comenzado a amanecer. Podía ver el cielo, no había sol pero todo
era más claro, la habitación estaba partida justo a la mitad y sus ruinas
yacían en la orilla del mar donde hacían un rompe olas artificial y me
dispuse a caminar al borde. Al llegar vi el mar chocando repetidamente
en forma de olas contra las paredes derruidas de la habitación que
estaban cumpliendo ahora una nueva función quizá menos sublime
pero igual de importante, algo mohosas y con esas algas largas y verdes
características de esos ambientes. Me di cuenta que llevaban así algo de
tiempo. Me acerqué un poco más a la orilla comprobando antes con
pisadas suaves la resistencia del piso desecho, de algunos listones de
madera mojada que se sostenían en su sitio gracias a clavos que,
torcidos y oxidados, se mantenían incrustados en ella. Así pude tener
un panorama más claro de toda la costa. A mi izquierda no pude ver
mucho ya que la pared aún se conservaba en gran parte pese a las
grietas que la recorrían entera. Era solo cuestión de tiempo para que se
derrumbara y se hundiera como su vecina. A mi derecha a pocos
metros pude apreciar que el mar se hacía más profundo y de sus aguas
apenas se asomaban algunas hileras de paredes que formaban cuadros
que a su vez daban la semejanza de una casa sumergida completamente
pero faltándole el techo entero.
Salí de la habitación y, dando un par de saltos sobre las columnas y los
cascajos de bloques que estaban un poco secos, me fui acercando a una
de las paredes de la casa sumergida. Con un último salto y casi
perdiendo el equilibrio quedé justo sobre una esquina. Allí pude
apreciar el interior de la casa bajo las aguas transparentes. El piso se
podía ver y sobre él, algunos erizos y algas pequeñas moradas, también
en sus paredes habían adheridos algunos caracoles. Podía ver los
marcos de las ventanas y de las puertas como si hubieran sumergido la
casa intacta en el lecho del mar, no había cuadros ni muebles. No
existía nada más que las paredes viejas donde en algunos sitios se
dejaban ver los ladrillos grises porque ya el friso se había desprendido.
Caminé por la orilla adentrándome más en el mar para poder ver otras
habitaciones. El movimiento del mar generaba pequeñas olas que
salpicaban mis pies desnudos mientras caminaba con pasos cortos por
la orilla. Pude ver algunos cangrejos y peces grandes pasando entre las
puertas y ventanas de lo que ahora es su casa. Tenía la impresión de
estar viendo como volaban sobre el piso apenas visible por el área que
lo invadía.
No había pasado mucho tiempo cuando me dispuse a regresar a la
seguridad de la casa, pero al voltear hacia ella noté que estaba
alejándome de la orilla, así que trate de apurar el paso para llegar, pero
la orilla irregular de las paredes me lastimaban los pies. Haciendo
equilibrio con mis brazos llegué a una de las esquinas más cercanas y
de un salto llegue estrepitosamente de nuevo a la habitación.
Me senté para tomar un respiro mientras veía como se desaparecían las
paredes de aquella casa sumergida en medio de aquel inmenso mar. Al
voltear y caminar hacia la puerta por donde había entrado me di cuenta
que la habitación había envejecido como si hubieran pasado años en
vez de minutos. Las grietas cubrían sus paredes, ahora se hacían más
evidentes. En muchas se dejaban colar algunos de los primeros rayos
del sol. La pintura otrora tan majestuosa ya no existía, solo quedaban
pocos restos en las paredes y del piso de madera solo quedaban las
vigas con los clavos retorcidos y desnudos. Al verlos vino a mi mente el
recuerdo de los cerillos después de ser usados, y del techo
amachimbrado ni el recuerdo quedaba. Acercándome a la puerta pude
ver que el ala que había abierto minutos atrás se encontraba en el piso
mojada. Su color se había tornado oscuro y estaba llena de lapas
marinas, cangrejos, ladrones y no sé cuántos crustáceos más podía ver
sobre la puerta y en la habitación los cuales a medida que me acercaba,
buscaban pronto escondite. Con una mirada fugaz vi el dintel de la
puerta podrido casi en su mayoría. Pensé en ese momento que no
aguantaría un día más. Unas cuantas veces en la vida nos encontramos
en lugares que debimos dejar en el pasado.
De nuevo en la habitación donde estaban las otras dos puertas también
parecía que habían pasado años en lo que para mí fueron apenas unos
pocos minutos. Estaba llena de polvo y el piso y las paredes que había
acabado de ver inmaculados ahora eran todo lo contrario y todo estaba
recubierto por una capa de polvo. Sin detenerme a pensar, me fijé
entonces en una de las dos puertas que no había podido abrir antes, y
como todo lo demás la vi maltrecha y me fui acercando a ella mientras
mi cabeza era dirigida por mis ojos que, sin importar la poca luz, se
esforzaban para escudriñar todos y cada uno de los rincones. Allí fue
donde escuche la gota de nuevo cayendo incesantemente en algún
lugar.
Pensé que quizá el sonido de las olas había arropado el tenue sonido de
esa gota y por eso no la escuche mientras estuve afuera, pero no estaba
seguro si siempre había sido mi acompañante. Al acercarme a la puerta
pude ver un candado sujetando dos grandes argollas. Todo el conjunto
oxidado por el salitre, supuse. Tomándolo con mi mano derecha, lo
moví enérgicamente con algo de desesperación pero no pasó nada. Ese
candado aún viejo y oxidado quería seguir cumpliendo con la labor que
le fue designada, luego lo sujeté con las dos manos y lo sacudí de nuevo
con un poco más de agresividad. Un sonido seco llenó todo el lugar.
Una de las bisagras de abajo se desprendió abriendo una pequeña
grieta por la que me dispuse a pasar, así que me arrodille y con algo de
esfuerzo lo conseguí.
Al incorporarme quedé sorprendido de estar rodeado en una
habitación llena de figuras fantasmales. Podía ver torsos, cabezas,
piernas y brazos, algunos colocados sobre unas largas mesas de
madera mientras que los demás yacían en el piso apilados unos sobre
otros. Era una escena dantesca. Me adentré un poco más entre las
figuras pasándoles por encima y tratando de no pisar alguna hasta
llegar a una mesa en el centro de la habitación donde reposaba un
Cristo sin cruz famélico que parecía más haber muerto por la sífilis que
por la crucifixión. Lo habían dejado a medio reparar. Las manos con los
clavos sobresalían de los bordes de la mesa. A los lados de la figura,
tarros de pinturas de varios colores ya secos, y algunos pinceles
esparcidos por la mesa. Al lado, cerca de sus pies, vi una pequeña tabla
de madera donde se distinguían algunos arabescos. Con una pasada
rápida de mi mano le quité el polvo y pude leer lo que decía: Eloi, Eloi,
lama sabactani. En otra mesa pude reconocer pese a mi poca
experiencia en ese campo que era un Jesús en la columna, ya que su
posición algo encorvada lo delataba. Su columna, supongo, era la que
reposaba al lado esperando al trabajo terminado; solo estaban hechas
en yeso las partes que se podían ver cuando estaba vestido, manos, pies
y cabeza. Lo demás era una estructura de vigas de madera vieja.
Había entrado, creo, a un taller donde reparaban al parecer los santos
de alguna iglesia. Era una habitación de techos altos abovedados, de
paredes derruidas y todo en ella estaba bañado con una fina capa de
polvo. Sobre mi cabeza, un enorme candelabro de cristal ya casi por
caer. En una de las paredes había un vitral gótico circular compuesto
por vidrios de colores, pero algo pequeño para tan enorme habitación y
gracias a él podía entrar con esfuerzo una tenue luz. Caminé toda la
habitación por curiosidad y buscando otra puerta por donde salir pero
no encontré ni una ventana. Salí por la misma puerta por donde entré y
para ser sincero me sentí aliviado.
Me encontré de nuevo en aquel viejo salón de grandes columnas.
Caminé sin pensarlo hacia la última puerta esperando que estuviera
abierta o que al menos, como la anterior, estuviera tan débil que
pudiera ceder de un solo empujón. De nuevo me di cuenta que la gota
seguía cayendo y por más que buscaba con la vista no podía ver dónde
estaba. El eco que producían aquellas enormes paredes vacías no me
permitía estar seguro de donde venía, mientras seguía caminando hacia
la puerta también noté lo descuidada que estaba, como si hubieran
pasado ya cien años de su colocación. La madera había perdido su
belleza. Ya el barniz en algunas partes formaba algo similar a la corteza
de un árbol indio desnudo. Tenía las dos grandes argollas unidas al
parecer desde hace años con un candado viejo y oxidado. Tomé el
candado y lo sacudí con fuerza con la esperanza que pasara lo mismo
que con la otra puerta pero este no cedió. Después de intentarlo varias
veces y de pisarme un dedo al quedar entre la puerta y el candado,
(cosa que sacó de mis adentros un coño mientras llevaba mi dedo a la
boca a la vez que lanzaba una patada a la puerta, acciones que no
aliviaron para nada el dolor), entonces decidí buscar otra alternativa y
busqué con la vista mientras mi dedo seguía en la boca algo que me
pudiera servir para hacer palanca. Cerca de la primera puerta vi un
pedazo de barra de metal ideal para ese propósito. Fui por ella de
inmediato y luego de solo un par de intentos y gracias a lo viejas de las
argollas, una cedió partiéndose. Luego sólo empuje una de las puertas,
y aunque un poco pesada, abrió no sin antes quejarse un poco por el
dolor que le causó el movimiento.
Un paisaje de arbustos pequeños y arena seca con una brisa fría me
esperaba de este lado de la puerta. Era de noche y sentí el cambio de la
temperatura apenas salí. No había nada más que un pequeño sendero
frente a mí que se perdía serpenteando entre la maleza. Me propuse a
entrar de nuevo a la casa pero al voltear, la puerta ya no estaba.
Sorprendido y asustado solo me quedaba seguir el sendero. Pensé que
estaba en medio de la nada mientras comencé a dar los primeros pasos.
La dirección no importaba porque no sabía dónde estaba ni a donde
quería ir y a decir verdad no recordaba ni quien era. Y mientras
caminaba en medio de la nada por ese angosto camino polvoriento, una
luna grande iluminaba todo mientras que unas nubes de tormenta a lo
lejos trataban de ocultarla lentamente, mientras ella se rehusaba.
Parecía estar haciendo sus últimos esfuerzos para poder regalarme esos
tenues rayos de luz que me permitían ver el camino con algo de
claridad. Podía ver esas figuras que formaban las sombras de los
arbustos en la fina arena moviéndose con la brisa invitándome a seguir
y que a la vez parecían espiar mis pasos uno a uno. Recuerdo haber
sentido lástima por esas pobres plantas que tenían que soportar el sol
inclemente del día y luego pasar al frío seco de la larga noche. Son
sobrevivientes en un ambiente que siempre estaba tratando de
destruirlas. Aunque casi muertas y creciendo retorcidas de dolor se
mantenían firmes al suelo seco. En ese paisaje ya nada era verde.
Muy a lo lejos pude observar una pequeña luz. Me sentí un poco
aliviado. Aun así mientras seguí caminando, nunca dejé de voltear atrás
cada vez que podía para estar seguro que me habían dejado de seguir,
cosa de la cual no estaba seguro. Ya no tenía más opciones, y sentía que
mis fuerzas menguaban, así que seguí con pasos cortos, casi
arrastrando mis pobres pies descalzos y cansados, siempre tratando de
hacer el menor ruido posible. Creo que ya habían transcurrido unas
cuatro horas desde que comencé a caminar, nunca pensé que podía
resistir tanto y sin descansar ni un segundo. La sed era insoportable, mi
garganta estaba seca. A medida que me iba acercando podía notar que
la luz provenía de un pequeño bombillo que se encontraba colgando de
su propio cable y que se movía incesantemente con la brisa. Anclado al
piso se encontraba inclinado el poste de madera que lo mantenía
alejado de este. Los insectos no dejaban de chocar constantemente
contra el bombillo caliente haciendo sonar sus alas contra él. Algunos
incluso eran tan grandes como el largo de mis dedos. Después de
quemar por completo sus alas caían al piso que ya estaba saturado;
algunos arrastrándose con vida mientras que la mayoría ya muertos
hacían una pequeña pila, sin embargo me acerque cauteloso, el corazón
parecía querer salir de mi pecho antes de dar los últimos pasos para
llegar bajo la luz. Apoyando mí mano en el poste me detuve un
momento para descansar y tomarme un momento para ver alrededor y
estar seguro que no había nadie cerca. Tenía la extraña sensación que
alguien me estuviera vigilando, pero no pude ver nada, ni un pequeño
movimiento, una luz o un sonido, cualquier cosa que me hiciera pensar
que nunca estuve solo. Pero por más que agudicé mis sentidos solo
pude comprobar una vez más que estaba solo. Los insectos molestos no
dejaban de caer al piso o chocar contra mí, algunos se trepaban a mis
pies mientras yo, sacudiendo mis piernas, los hacia caer de nuevo a la
arena. Incluso llegué a pisar algunos que explotaban por uno de sus
extremos mientras hacían un sonido crocante.
Cerca de donde terminaba el pequeño círculo de luz, en el suelo seco y
polvoriento, rodeado por algunas piedras y maleza seca, pude observar
con algo de dificultad un trozo de metal oxidado que sobresalía entre de
la tierra polvorienta. Di un par de pasos, me incliné y quitándole algo
de ese polvo seco me di cuenta que era una especie de manilla que se
encontraba a medio enterrar. Limpié un poco más descubriendo una
tapa de hierro. Parecía una alcantarilla. Le quité una buena capa de
arena y limpié mejor la manilla para poder asirla bien. Era muy pesada.
Al primer intento no la moví ni un centímetro, supe que era mucho más
pesada y grande de lo que se veía. Medía aproximadamente un metro
de diámetro. Dudé por un momento en tener las fuerzas suficientes
para levantarla, así que le quite toda la tierra que pude de arriba para
poder levantarla, luego me agaché, la sujeté con las dos manos
mientras, impulsándome con las piernas, logré moverla un poco, luego
la fui halando a un costado, lo suficiente para abrir una pequeña grieta
en forma de sonrisa y así echar un vistazo adentro, descubriendo así lo
que al principio me pareció un pozo, pero al acostarme en la arena y
acercarme un poco para ver adentro pude escuchar el sonido del agua
corriendo, lo cual me dio una pequeña esperanza. En ese momento ese
agujero en medio de la nada sería mi Dios, mi salvación. De pronto
escuché la gota de nuevo.
De rodillas y con las dos manos trate de levantarla por completo para
dejarla caer de un costado, pero solo pude levantarla unos pocos
centímetros. Como no tenía ningún tipo de bisagras decidí deslizarla en
vez de perder la fuerza tratando de levantarla. Eso me pareció más
fácil. La fui deslizando, halándola hacia mí lo suficiente para meter mis
dedos y, con pequeños movimientos pude abrirla lo suficiente para
entrar mientras me tomaba un tiempo para arrancar de mi cuerpo uno
que otro insecto molesto y lanzarlo lejos.
Con algo de esfuerzo por la oscuridad, podía ver el piso que se
encontraba a unos dos metros de profundidad. Busqué con la vista y no
había una escalera por donde podría bajar, pero aun así me propuse
bajar, así que solo me colgué como pude de la orilla y luego me deje
caer.
Aterricé de una manera estrepitosa en el fondo pantanoso.
Irónicamente al estar abajo recordé el letrero que está en la puerta que
da acceso del infierno de Dante: “Es por mí que se va a la ciudad del
llanto. Es por mí que se va al dolor eterno y el lugar donde sufre la
raza condenada. Yo fui creado por el poder divino, la suprema
sabiduría y el primer amor. Y no hubo nada que existiera antes que
yo. Abandona la esperanza si entras aquí.” Lasciate ogni speranza, voi
ch'entrate. ¿Acaso sin saberlo estaba entrando en el mismísimo
Aqueronte?
Era una oscuridad casi plena. Unas leves sombras permanecían tras de
mí al ir caminando. Extendí mis brazos para poder usar mis manos
como guías. La verdad es que siempre los espacios reducidos me
habían causado algo de temor y ahora me encontraba caminado a
oscuras en un agujero bajo el piso que podía medir quizá un metro por
dos. Sus paredes frías y húmedas me hacían pensar que aquel túnel
estaba más profundo de lo que me imaginaba. Sentía que a medida que
avanzaba con torpes pasos y uno que otro resbalón, el piso iba
inclinándose. Sentí que estaba descendiendo.
Trataba de agudizar mi vista a medida que caminaba para no perder
detalle pero en ese momento mis manos me servían mejor que mis ojos
para guiarme. Si ponía mi mano frente a mi cara solo podía ver una
tenue sombra. El olor a tierra mojada y a pantano impregnaba todo el
lugar, todo bajo mis pies era una gruesa capa de pantano y a cada paso
que daba podía escucharlos con claridad tanto al despegarse del piso
pantanoso como a caer de nuevo con cautela unos pocos centímetros
más adelante, tratando siempre de no resbalar y caer. Así, paso a paso
me fui adentrando más con mis manos a los lados tratando de sentir
con ellas cualquier cambio en las paredes y atento a cada sonido que se
escuchaba tan fuerte en ese espacio tan reducido.
Las ratas, o eso suponía que eran, pasaban entre mis pies una que otra
vez. Podía escucharlas acercándose o alejándose porque, así como yo,
hacían un ruido al caminar o arrastrarse sobre aquel fangoso y angosto
pasaje. Ya creo que había pasado una hora desde que entré a ese
agujero. La sed se me la calmé pegando mis labios a las piedras más
húmedas que sentía al irlas tocando con mis manos en el camino. En
realidad me había acostumbrado al sonido del agua cayendo a lo lejos,
pero por más que caminada el sonido seguía igual, no lo sentía ni más
lejos ni más cerca, eso me desconcertaba.
Estaba calculando que habían pasado unas tres horas, de pronto el
camino, bajo mis pies lo comencé a sentir un inclinado, y tenía que
caminar sujetándome a las pocas piedras salientes con mis manos para
no resbalar. Aun así me resbale cayendo al suelo pantanoso unas
cuantas veces.
Tenía los pies mojados hasta los tobillos, mis manos las podía sentir
arrugadas y la camisa que usaba al entrar me la quite unas cuantas
horas atrás porque después de tantas caídas estaba mojada y llena de
fango maloliente. Mi cabello algo largo para ese entonces también
estaba mojado. Podía sentir las gotas de agua recorriendo mi rostro.
Unos pasos y como dos ratas más atrás, después, con mi mano derecha
sentí de pronto como la pared de piedra se acababa. Era una pequeña
esquina de unos noventa grados. Creo que tenía tantas horas sintiendo
la pared de piedras mientras caminaba que se sintió muy extraño de
pronto no sentir nada. Me detuve por un momento mientras recorrí
con mi mano derecha sin despegar la izquierda de la otra pared. Me
agaché para tratar de tocar el piso siguiendo la esquina, pero antes de
llegar al piso se me detuvo la mano. Había un pequeño muro que
terminaba como a dos metros a lo largo y quizá de profundidad un
metro. Con la poca claridad pude ver que se trataba de un pequeño
nicho pero que para mí en ese momento era la oportunidad de tomar
un pequeño descanso. Sin pensarlo deje caer mi humanidad
sentándome en el pequeño banco subiendo mis pies para sacarlos unos
minutos del barro. Al tocarlos para darles algo de calor con mis manos
y quitarles todo el barro que podía los sentí arrugados. Poco a poco me
fui escurriendo a lo largo del banco mientras sentía que cada musculo
en mi cuerpo se relajaba y me pedía a gritos un momento de calma. Mis
parpados se cerraban solos, así que me deje llevar por el cansancio y
entre temblores esporádicos de frio desvanecí en el mundo de los
sueños sin preocuparme por nada.
Escuchaba un sonido constante a lo lejos que poco a poco me fue
despertando. Era la gota que no había dejado de caer mientras dormía.
No sé cuánto tiempo pasó pero cuando desperté y pude abrir los ojos
por completo me di cuenta para mi desgracia que no estaba en un mal
sueño. Aun sentía pesados los parpados así como mi cuerpo entero.
Poco a poco fui llenándome de energía, me comencé a mover y de
nuevo a darme cuenta donde estaba y por un segundo traté de recordar
qué estaba haciendo allí en medio de la oscuridad, mojado y tiritando
de frio. Mientras inhalaba una gran bocanada pude sentir el olor a
tierra mojada que antes me gustaba tanto pero que ahora comenzaba a
aborrecer realmente. Para mi desgracia estaba vivo y tenía que seguir
adelante luchando, pensé en voz alta. Pude sentir el inevitable el
descontento de mi cuerpo al ser presionado por mi mente que le decía y
ordenaba levantarse, ya cansada de no pensar, ya cansada de ser igual.
Me fui incorporando lentamente así como se despierta un borracho
luego de una noche larga de juerga. Hice una pequeña pausa antes de
colocar de nuevo los pies desnudos en el frio pantanoso, luego sentí el
barro recorriendo la junta de mis dedos en esa casi total oscuridad y
mientras mis pies se hundían hasta los tobillos en el suelo, un
escalofrío me recorrió el cuerpo, terminándome de despertar.
En ese momento pensé que si no hubiese sido por las ratas que,
buscando algo de calor, se paseaban entre mi espalda y la pared, quizá
hubiesen pasado las horas sin darme cuenta debido al cansancio en ese
pequeño nicho que tenía más similitud a una urna antigua que al lugar
que aquel día me dio cobijo y me dejó descansar entres sus duras y frías
piedras.
El pedazo de bloque roto que usaba como almohada lo sujete de nuevo
mientras me iba levantando. Lo pude sentir más pesado y con un
movimiento casi involuntario lo dejé caer a mis pies, donde me lo
imagine enterrándose como un cuchillo en la mantequilla, sabiendo
que me costaría mucho tener una almohada más cómoda que esa, quizá
ni siquiera podría volver a dormir, y comencé a caminar de nuevo
tocando las paredes frías con mis manos. Podía sentir cada grieta y la
figura de las piedras las podía imaginar en mi mente, apoyando mis
pies paso a paso con miedo de equivocarme. Si acaso uno siente que
está vivo en los momentos difíciles como dicen, entonces me sentía
más vivo que nunca.
Quizá estuve caminando por un par de horas cuando pude escuchar un
sonido constante de golpes de metales. Seguí caminando pero mucho
más atento, no sabía si venían por mí, si me habían descubierto y ya
todo había terminado. Con cada paso que daba escuchaba más cerca los
golpes y luego de doblar en una esquina pude ver una pequeña luz. Al
seguir caminando apareció ante mis ojos una enorme caverna
iluminada con algunos finos rayos de sol que se dejaban colar por la
superficie muchos metros más arriba y parecían estar llegando a las
inmensas piedras abriéndose paso sin cautela y dejando ver el un brillo
hermoso sobre aquellas piedras húmedas donde felizmente
terminaban su largo viaje.
Era como si a esa ciudad entera se la hubiera tragado la tierra. Debe
haber estado allí por muchos años. Al ver las estructuras sabía que se
trataba de una civilización muy anterior a la mía. Recuerdo haber
escuchado a alguien hablando sobre algún sitio parecido, pero no podía
recordar dónde, o quién. Había estructuras inmensas en ruinas, pero
de las cuales podía ver solo una pequeña parte, aquella a la que le daba
los rayos de luz. Seguí caminando y luego de escalar una pequeña
montaña de escombro, pude ver con más detalle cosas, cosas que me
eran difíciles de entender. Había en medio del desorden y el caos que
parecía haber sido ocasionado por un terremoto muchos edificios
derruidos. Bajo ellos un pavimento negro agrietado con vehículos
esparcidos a todo lo largo. Cadáveres secos de personas y uno que otro
animal yacían tendidos por todo el camino. Era como si les hubieran
extraído hasta la más mínima gota de fluidos de sus cuerpos. Observe
con asombro y algo de repulsión en muchos de esos rostros
momificados el dolor, la agonía que antecede a una muerte trágica,
mientras que otros parecían estar pidiendo clemencia.
¿Ya acaso había llegado el fin del mundo y solo era yo el único
sobreviviente? Eso me daba temor de solo pensarlo, o quizá era solo la
inquietud de saber que estaba solo y que moriría solo. Alguna vez pensé
que me gustaría saber dónde voy a morir, quizá así me pueda preparar
mejor, pero a decir verdad la muerte no se prepara, al menos claro que
seas un suicida, como hacía muchos años atrás yo mismo había tratado
de serlo. Ahora me doy cuenta que esos le temen tanto a la vida que
prefieren la derrota conformista que le promete la muerte luego de
cometer el acto más cobarde que puede cometer un hombre. Solo pasa,
eso dicen.
Sin saber qué hacer, presa del miedo y ya tan cansado que no podía dar
ni un paso más, me acurruqué al lado de una de esas grandes
estructuras derruidas, sentándome en el piso con las rodillas al pecho y
rodeando las piernas con mis delgados brazos, y con una sensación de
soledad espantosa y allí sentado solo me deje llevar una vez más por
mis pensamientos, mis sueños, mis miedos, mis deseos, mi pecados y
mis promesas. Pensaba en todo y no pensaba en nada al mismo tiempo
mientras me iba desvaneciendo poco a poco, ya ahora si dispuesto a no
luchar más. El pensar cansa mucho, necesitaba morir una y mil veces
pero morir.
Al despertar, no sé cuánto tiempo después, no sé si fueron horas, días o
incluso años, me incorpore como pude, todo el cuerpo me dolía y lo
sentía pesado. Mi visión borrosa no me ayudaba mucho. ¿Dónde estoy?
No reconozco nada de lo que tengo alrededor, pensé. Aun tambaleando
y con mucho frío, me acerque a la única puerta que apenas podía
distinguir en medio de tanta oscuridad. Si no fuera por la poca claridad
que, producida por una bombilla que colgaba afuera justo al frente de
la pequeña ventana de vidrio sucio protegida por una malla de alambre
carcomido por el óxido que le pertenecía a la puerta, la oscuridad
hubiese sido absoluta en aquella habitación de la que ahora era
prisionero. Apoyando mis manos arrugadas contra el frio metal de la
puerta pude sentirlo impregnado con una pequeña capa de rocío fino.
Busqué a tientas un pomo o una cerradura pero no pude encontrar
nada. Me puse en punta de pies, y pegando un lado de mi cara al vidrio
apenas pude echar un vistazo al exterior, y pude ver un pasillo largo
poco iluminado y totalmente descuidado. El piso y las paredes sucias
con la pintura despegándose de las paredes me hicieron recordar las
largas filas de los feligreses en las iglesias católicas esperando al
sacerdote con las lenguas afuera para que así colocara en ellas el mal
llamado cuerpo de Cristo, no sin antes haberles ido con el chisme al
cura de sus últimas andanzas. No podía ver mucho más ni imaginar
otra cosa.
Pude sentir el piso irregular recubierto de lajas de piedras bajo mis
desnudos pies y, pegando a la puerta me sentí derrotado. No sabía ya
que pensar, estaba tan asustado que no quería hacer el menor ruido.
Me fui retirando de la puerta con pasos lentos, sin dejar de ver ni un
solo instante la débil luz que se dejaba colar por la ventana y al cabo
de solo cuatro pasos topé con la pared, así pude tener una mejor y más
clara idea de mi cautiverio. Si estiraba mis brazos a los lados podía
tocar las paredes de piedras que se sentían irregulares y frías, el techo
estaba a solo centímetros de mi cabeza.
Me agaché durante un momento para sentir con mis manos, mientras
buscaba algo, cualquier cosa pero solo estaba muy frio, húmedo y con
pequeños charcos de agua, los cuales aproveché y mojando mis dedos
temblorosos los llevaba a mi boca con algo de desesperación. Por
debajo de la pesada puerta podía ver algo de claridad que, producida
por la pobre bombilla fuera de la celda, se dejaba colar haciendo
sombras largas de las más pequeñas irregularidades del piso, me puse
de pie y me quede pensando.
De pronto el sonido de unas llaves a lo lejos chocando con una puerta
me despertó de mi letargo, un seguro pasando con fuerza, una puerta
rechinando al abrir seguida de unos pasos que pude escuchar mientras
se acercaban. Me quede inmóvil con la espalda pegada a la pared. Los
pasos hicieron una pausa unos cuantos charcos adelante. Quizá en la
celda de al lado, el manojo de llaves sonaba en unas manos mientras
buscaba sin prisa la que le pertenecía a esa puerta. Pude escuchar
entrar la llave en el cerrojo de la puerta y justo en ese momento se
rompió el silencio con unos gritos que pidiendo auxilio repetidas veces
estremecieron todo el lugar. Luego en lo que me pareció un corto
forcejeo los gritos cesaron, solo quedando el sonido de aquella gota que
parecía más cerca ahora.
Segundos más tarde los pasos se escucharon de nuevo mientras se
acercaban cada vez más a mi celda. Tenía tanto miedo que no quería ni
respirar. Vi cómo la poca luz que entraba por la pequeña ventana se
oscureció por un instante al mismo tiempo que pasaba la sombra por
debajo de la puerta. Por un momento me sentí aliviado al ver que había
pasado sin detenerse frente a mí. Los pasos que se alejaban se
detuvieron ahora un poco después de mi celda y luego el manojo de
llaves sonando de nuevo en aquellas manos y otra puerta que se abría
mientras rechinaba seguida de otro corto forcejeo. Esta vez no hubo
gritos, unos huesos chocando contra las paredes, respiraciones agitadas
un pequeño golpe en la pesada puerta y todo termina, luego el silencio,
el maldito silencio. Solo la gota.
Ahora pude escuchar los pasos de vuelta acercándose. Me pegué lo más
que pude a la pared, era casi doloroso, pero esta vez se detuvo justo
frente a mi puerta y mientras una figura estorbaba el paso de la luz a
través del sucio cristal de la pequeña ventana podía escuchar como
buscaba con una calma que me desesperaba la llave de aquella puerta.
Escuche la llave entrar en el cerrojo y luego el sonido al quitar el seguro
que retumbo en mi cabeza, se abrió la puerta mientras una figura
humana aparecía ante mí. No pude ver su rostro y antes de poder
luchar me desvanecí.
Me desperté de pronto, asustado, con mucho frio, mojado y en el centro
de una habitación inmensa de color blanco muy iluminada y rodeada
de personas extrañas, no sé cuántas; cuatro, seis, no sé. Eran altos y
pude notar sus grandes manos mientras me sujetaban con fuerza para
evitar que cayera. Me hacían sentir tan pequeño. Casi no me podía
mover, no podía abrir los ojos, me molestaba la claridad, quería hablar
pero de mi boca no salía ninguna palabra, quizá algunos sonidos, no lo
sé, no estaba seguro. Mientras seguía luchando con todas mis fuerzas
pensaba que todo mi esfuerzo había sido en vano y que en ese
momento acabaría todo. Luego me cubrieron con una manta y de
pronto allí estaba esa hermosa mujer, delante de mí. Era la primera vez
que la veía pero me parecía conocerla de toda la vida, era un
sentimiento tan hermoso que por más que tratara de explicarlo sería
imposible, ella llevaba una gran sonrisa dibujada en sus labios y
mientras la miraba fijamente a los ojos pude sentir en ella la
satisfacción del deber cumplido. En ese momento lo olvide todo, menos
la gota.
Tal vez soñar…
¿Qué querían? ¿Qué me quedara tranquilo y no luchara por lo que
pienso, por lo que quiero, por lo que soy o puedo ser? ¿Acaso no son
mis pensamientos la causa de mi vida? Yo estoy vivo y lo sé porque
pienso. Y mientras esté respirando voy a luchar de mil maneras y aún
más con tal de vivir, ya la lucha era parte de mí ser y mi ser a su vez es
parte de todo. Ya estaba tan acostumbrado que no sería yo si no luchara
día a día, aunque no recuerde porque estoy luchando o porque estoy
viviendo. Ahora en esta vida que apenas estoy comenzando y de la cual
surgirán nuevos sueños, tengan la plena seguridad que dejaré hasta la
última gota de sudor y el ultimo respiro para hacerlos realidad.
Ser o no ser. Esa es la cuestión.
¿Cuál es más digna acción del ánimo,
sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta,
u oponer los brazos a este torrente de calamidades
y darlas fin con atrevida resistencia?
Morir es dormir.
No más
¿Y por un sueño, diremos,
las aflicciones se acabaron y los dolores sin número,
patrimonio de nuestra débil naturaleza?
Este es un término que deberíamos solicitar con ansia.
Morir es dormir... y tal vez soñar.
William Shakespeare
El Despertar.

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El despertar

  • 1.
  • 3. Primera edición: diciembre 2016 El despertar / Simón González [Libro electrónico] Primera Edición Ciudad de México. Aedes Editores, 2016 33p. El despertar por Simón González se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivar 4.0 Internacional. Portada: Simón González Estilo de portada: Simón González D.R. © Aedes México © Simón González Circuito Interior. Ciudad Universitaria, s/n. C.P. 04510. Ciudad de México. Número de registro de propiedad intelectual: 1701100335564 http://facebook.com/AedesMx http://contactoaedesmx.wixsite.com/aedeseditorial
  • 4.
  • 5. Introducción. Los recuerdos de un hombre que en el ocaso de su vida se encuentra solo, sentado en el viejo sillón de su enorme casa, nos remiten a la realidad de sus pensamientos, la realidad de una existencia inauténtica. Mientras observa la vida por una enorme ventana que, como una máquina del tiempo catapulta al pasado sus recuerdos, perdiéndose así entre inconformidades, deseos y frustraciones en los últimos minutos de su existencia sin siquiera percatarse de su propia muerte, de pronto se encuentra en su cama despertándose y comienza a hacer un recorrido por sus recuerdos. Al entrar en una casa mientras va avanzando, en esta le ocurren una serie de extrañas vivencias mientras una gota lo va acompañando por el recorrido de algunas de las habitaciones de la casa que representan a su vez un recuerdo al que se le dificulta llegar. Tiene visiones muy vívidas de situaciones irreales y, mientras va abriendo puertas se enfrenta a sus recuerdos más profundos y va pasando el tiempo hasta que se queda dormido en una caverna y despierta de pronto en una diminuta celda donde es llevado por sus captores al momento exacto de su nacimiento, momento en el cual olvida toda su vida anterior para poder darle paso a una nueva existencia.
  • 6. Prólogo. En ese instante mismo en que nacemos comienza nuestro camino a la muerte. Como escribió Martin Heidegger en una de sus mejores obras, “Ser Y Tiempo”, publicado en 1927, el hombre es el ser para la muerte. En este pequeño y humilde escrito podemos apreciar la idea de la vida y la muerte de una forma distinta, vista por un hombre de ochenta y cuatro años que sin saberlo estaba viviendo sus últimas horas, y sentado solo en la sala de su enorme casa a las afueras de un pequeño pueblo, donde va haciendo un recorrido por algunos de sus recuerdos más profundos, recuerdos que una vez lo fueron formando e hicieron el hombre solitario que fue. Pero irónicamente son todos esos recuerdos los que lo van llevando al fin de su vida. Su trabajo, el recuerdo de un gran amor que se fue, el recuerdo de un padre ausente y del pequeño pueblo donde nació y pasó gran parte de su infancia, incluso el perro del que una vez fue su orgulloso amo. Es tan sutil el paso que nos hace dar el escritor de la muerte a la vida, que la podemos simplemente confundir con un sueño. Pero hay que estar atento para poder reconocer el instante exacto del hecho en sí; no hay un futuro en los pensamientos del hombre mientras está vivo, solo los recuerdos van colmando su mente, ya que la muerte está tan cercana que no hay tiempo para el mañana. Esto nos hace reflexionar mientras pensamos que no necesariamente nos damos cuenta cuando llega la muerte. Sin embargo, es la propia muerte la que inicia al hombre en su última gran aventura, una aventura donde el escritor nos lleva de la mano en un recorrido por su complicada mente, donde usted, amigo lector, se va a sentir plenamente identificado y donde un final inesperado le va a brindar un nuevo despertar.
  • 7.
  • 8. El despertar Ya no estoy seguro de qué día es, ni el mes, incluso el año. Ya no importa. Son solo días que pasan como pasan las hojas de un buen libro en las manos de un ávido lector, pero si mal no recuerdo era un Viernes Santo, un día de esos de Semana Santa, uno donde se recuerda la muerte de Jesús de Nazaret por cierto. En esa espantosa visión que nos coloca como los principales culpables de tan sangrienta muerte, ese fue el día cuando comencé a darme cuenta que las cosas habían cambiado tanto que ya nada será igual y todo lo que era ya no lo sería más. La vida que creíamos conocer estaba a punto de cambiar totalmente. Muchas personas piensan que mientras la muerte se va apoderando de un cuerpo, por otro lado una vida está naciendo. Yo no soy nadie para saber si eso es verdad o simplemente un invento del hombre para sentirse de alguna manera reconfortado ante la posibilidad que imposibilita todas las otras posibilidades: la posibilidad de morir. Entonces de cierta manera había comenzado a morir, ya que había nacido. Lo que era, ya no lo sería más, y lo que pudo haber sido de ahora en adelante era imposible. Con aquellos pensamientos rondando sin descanso en mi mente y tratando, siempre con una terquedad que rayaba en la estupidez de entender de una vez por todas el motivo por el cuál postrarse ante una vida inexistente y vacía, y aún más con ese sentimiento de no estar haciendo lo que debo carcomiéndome las entrañas como una hiena haciendo del interior de su presa un festín. Que los días pasaban como minutos y la cruda realidad es que lo que hacemos es ocuparnos para no pensar. Qué sentimiento tan amargo, pero a su vez creo que es lo que me hacía sentir vivo porque el pensar me hace existir. La única pregunta que me podía hacer sinceramente con algo de temor era, ¿qué podía hacer para que aquellos cambios fuesen lo menos dolorosos posibles o quizá, solo hacerlos más aceptables? Después de mucho pensar, luchando contra el cansancio de mi cuerpo y mucho peor, el de mi mente, porque para pensar lo que pienso deben haber condiciones, se necesita tiempo, espacio, silencio, y tantas
  • 9. cosas más que no vale la pena enumerarlas, con el pasar de la vida me di cuenta que los cambios son parte de mí, que todo cuanto me sucede esta precedido de un cambio sutil, imperceptible o brusco quizá, pero siempre un cambio. Sí, claro, todos saben eso, que son necesarios casi como respirar. Si no cambias mueres, si no respiras también. Bueno, eso dicen. Nunca he dejado de respirar y bueno, nunca he muerto, creo. La diferencia es que los cambios en su mayoría son difíciles, cosa totalmente distinta a la respiración que la mayor parte del tiempo no la sentimos, que los cambios son difíciles, por supuesto sí, pero una vez que comienzan te vas adaptando y vas como entrando en sintonía con lo nuevo más rápido de lo que te puedes imaginar. Todo esto pasaba por mi mente mientras, aun acostado y apenas despierto, le ordenaba a mi cuerpo que se levantara de la cama y que fuera directo a la cocina. La cafetera la había dejado preparada como todos los días para que se encendiera a las cuatro. No soy persona de dormir hasta tarde. Creo que siempre hay algo que hacer y siempre estamos atrasados para hacerlo. No tengo una taza preferida como otras personas o algún tipo de ritual extraño. Ya soy bastante extraño como para saturarme. Solo me gusta una buena taza de café caliente, vicio que una vez trate de erradicar sin resultado, un sacrilegio aquel de no cumplirlo. Recuerdo el sonido de la cafetera que, mientras hacia su trabajo, semejaba uno de esos monstruos que se ven en las películas viejas de ciencia-ficción japonesas. El olor a café ya invadía toda la habitación. Quisiera seguir durmiendo pero sé que ya no voy a poder, nunca he sido persona de dormir hasta tarde. Estaba acostumbrado a levantarme muy temprano ya que antes de jubilarme de lo que fue mi trabajo durante más de cincuenta años en una empresa de importaciones que herede de mi padre y de la cual, aunque me sentía muy orgulloso, también sentía que había perdido momentos valiosos de mi vida en reuniones con altos ejecutivos que, aunque con mucho dinero, siempre para mi fueron seres vacíos, superficiales y acéfalos más al servicio del dinero que a los intereses propios de la empresa. Siempre debía estar viajando a países lejanos para poder así consolidar el nombre de la compañía y en esos viajes conocí a muchas personas de las cuales ahora recuerdo a muy pocas. Supongo que en realidad no fueron tan importantes como en ese momento llegue a pensar y ahora
  • 10. luego de tanto vivir, tanto conocer y tanto saber me encontraba solo en esta enorme casa. Ya en la cocina me serví la primera taza de café, siempre el primer sorbo era negro y sin azúcar. Me gustaba sentir el amargo de ese primer trago característico por unos minutos mientras apreciaba por una enorme ventana una pequeña fracción de la naturaleza que igual que mi ser, se iba despertando lentamente. Recuerdo que muchas de esas mañanas, con la taza de café la mano, me sentía aliviado de no fumar pero siempre lo recordaba y esto esbozaba una pequeña sonrisa estúpida en mis labios, una sonrisa irónica pero a su vez de satisfacción, o quizá simplemente era solo el saber que podía controlar ese pequeño deseo de hacerlo, no sé. Recuerdo también estar allí parado frente a esa enorme ventana estilo francesa que abarcaba todo el espacio del techo al piso que me hacía sentir parte de todo y desde la cual se podía apreciar una vista inmejorable de un gran cielo azul siendo recorrido sin prisa por unas cuantas nubes que viajaban tímidas en esa inmensidad. También se podía apreciar a lo lejos en el horizonte algunos árboles inmensos rozándose entre sí con la suave brisa donde las nubes parecían llegar para esconderse, y entre ellos justo frente a mí, un camino que se adelgazaba a medida que se alejaba y parecía mantenerse en eterna lucha para no ser consumido por la naturaleza que después de la más suave y fresca lluvia siempre trataba de ganar su espacio aunque fuese pequeño. De vez en cuando me gustaba recorrer ese camino, casi siempre en las tardes, ya cayendo el fresco de la noche, aunque no todas. Ese olor a tierra mojada, a monte fresco, el sonido de las pequeñas gotas de agua que encontraban el fin de su largo viaje chocando contra las hojas de los árboles así como también contra las que ya habían cumplido su labor y se encontraban esparcidas en el suelo. Todo eso hacía que me invadiera ese sentimiento de ser libre que no se puede comparar con nada. Muchas veces cuando esta lloviznando el camino está solo. La mayoría de las personas prefieren huir frenéticamente buscando donde guarecerse para no mojar su ropaje, mientras que para mí, esa suave lluvia es una invitación a la cual no puedo dejar de asistir, así me gusta, y de esa manera no me tropiezo con ese constante ir y venir de
  • 11. personas que aunque pocas, siempre me parecían algo molestas. Me producen un sentimiento de animadversión al oír los susurros mientras caminaban pisoteando sin importarles en lo más mínimo los pequeños brotes de hierbas de ese día. ¿Es que acaso no se daban cuenta que ellos también tienen derechos en ese camino? Uno que otro día se llenaba de valentía para poder hacerme una visita algún familiar lejano, aunque todos los familiares son lejanos para mí, o el conocido del amigo de un familiar cercano, amigo mío nunca. Para mi orgullo y el pesar de muchos, carezco de amigos. Ya es difícil entenderme a mí como para tratar de entender a otra persona. Hace algún tiempo tuve un perro, era un buen perro. Debe ser porque ya me pasó la moda de tener amigos o un idiota de esos que siempre tiene una idea con respecto a una inversión nueva o un negocio que ahora si va a funcionar, o simplemente de visita porque tiene algún conflicto emocional que resolver y tiene la tonta idea que si me lo cuenta le puede servir de ayuda algún comentario sarcástico o la cruda verdad de lo que pienso, eso les gusta a muchos. La verdad aun no sé por qué, de eso también mi moda ya paso. O tiene, no sé por qué, la recurrente y macabra idea que yo puedo darles algún consejo mágico de que hacer o cómo hacerlo, o peor aún, que yo voy a invertir mi tiempo pensando en eso, sea lo que sea. Pero la mayoría de aquellas mañanas eran muy tranquilas y podía apreciar sobre las copas de los arboles a lo lejos montañas enormes de múltiples tonos verdes donde a esa hora temprano en la mañana se podía apreciar como las invadía la luz del sol que poco a poco las iba iluminando dándole vida y dejando ver sus cicatrices así como sus altos forrajes meciéndose con la suave brisa. Alegres por un día más de sol, llenándolas de colores que cambiaban con sutileza con el vaivén de sus finas y largas hojas, la hierba verde y unos tenues rayos de sol que se filtraban con temor entre las ramas de los más altos árboles que parecían alegrarse de tener un encuentro más con su eterno amor. Tenía situado estratégicamente en el centro de la habitación y siempre al frente de la gran ventana un mueble de piel marrón oscura ya un poco desgastado y con pliegues muy marcados, arrugas profundas. Un mueble que daba la apariencia de un hombre viejo ya cansado, de muchas batallas, algunas ganadas muchas otras perdidas,
  • 12. pero aun así siempre presto para la siguiente que seguramente ha de venir, quizá más pronto de lo que se imaginaba o ¿porque no? quizá ya estaba luchando su última gran batalla. Me fui sentando con la pesadumbre que tiene el que aún no se despierta del todo, y de paso tuvo una mala noche, apoyando mi mano derecha en el reposabrazos de aquel mueble que se quejaba solo al sentir mis pasos acercándome a él, mientras con mi otra mano sostenía ya la segunda taza de café negro. Ya sentado nos hacíamos uno. Gastado por el uso y con poco brillo, ese mueble que, marcado por el peso de mi humanidad en el que sin necesidad de estar ocupándolo se podía ver hundida la figura de mi cuerpo como si fuera un contra molde, ese viejo cuero oscuro que guardara celosamente su mejor puesto para mí. El mueble tenía ya años en el mismo lugar, la mujer que venía a hacer la limpieza una vez al mes siempre trataba en vano de convencerme para que lo colocara en otro lugar, quizá más cerca de la ventana, decía con un dejo de sarcasmo que dejaba escapar mientras una pequeña sonrisa esbozaba su rostro porque sabía de antemano mi rotunda respuesta de un no, no, gracias. Justo al lado derecho, una pequeña mesa cuadrada bastante desgastada en los bordes color madera oscura con algunos destellos de brillo de un barniz que en algún momento le dio vida y que hoy solo forma parte de sus cicatrices. Sobre ella unos pocos libros pequeños de caratulas gruesas, lomos gastados con colores apagados por el paso del tiempo y paginas amarillentas. Aunque algunos los había leído y otros solo hojeado, me parecían un buen adorno, nada más. Todo quizá dispuesto inconscientemente pero siempre ordenado por ese pequeño yo que todos llevamos dentro y que estoy seguro que toma mejores decisiones que nosotros y sin darnos cuenta, ha dispuesto todo quizá para poder hacer que yo pudiera escapar cuando yo lo dispusiera. Recuerdo estar mirando en la ventana las pequeñas gotas de rocío adheridas al cristal de la ventana que al ser traspasadas por los primeros rayos de sol se asemejaban a pequeños prismas haciendo un caleidoscopio de colores y que a su vez parecen resistirse a la inevitable e invisible gravedad. Algunas pequeñas gotas se deslizaban mientras se unían a otras y esas a su vez a otras más, pero eso sí, siempre haciendo una pequeña pausa para por una milésima de segundo pedir permiso a
  • 13. su compañera para unirse y así dejarse llevar, como pequeños ríos uniéndose con otros en su caída dejando una pequeña estela limpia en el cristal tras ellas, todas con un futuro incierto y acelerando así en su caída al fin de su corta vida, pero es algo inevitable desaparecer para luego transformarse. Podía también apreciar algunos insectos que temprano en la mañana buscaban su alimento en las pequeñas y coloridas flores recién abiertas para poder saciar su sed de vida, siempre presurosos al encuentro con su alimento sin descansar ni un instante, sin tomarse un respiro para tratar de entender el por qué. Me parece que son dichosos en su ignorancia supina, algunos otros en cambio se preocupaban más por tratar de entrar chocando con el cristal de la ventana repetidas veces hasta desfallecer de cansancio a los pies de su imposible. Dormir… Al cabo de un rato ya había hecho dos viajes a la cafetera y era la tercera taza de café y aun el sol no salía completamente. No sé, creo que me quede dormido por un instante y al despertar me propuse a comenzar a leer, creo que por décima vez aquel libro tan especial para mí. El favorito de mi pequeña pero exclusiva colección, que en estos días había colocado con esa intención en la mesita que estaba al lado del mueble. Aquel libro fue uno de los pocos regalos que recuerdo haber recibido cuando pequeño de mi padre. Ese pequeño y viejo libro era lo más cercano a un tesoro que podía tener entre mis manos, siempre tan cerca de él como hubiese querido tener a mi padre. No era casualidad que en momentos difíciles era cuando decidía comenzar a leer de nuevo aquel feo libro de hojas amarillas con el olor característico de la lignina oxidándose que solo un buen libro te da. Un olor que recuerda que las cosas pequeñas de la vida son muchas veces las que más satisfacción y paz nos producen.
  • 14. Ya conocía todas las pequeñas magulladuras y desgastes que tenía, incluso uno que otro error de imprenta que en vez de restarle valor, hacía que creciera mucho más en cuestión sentimental. Cuando aquel libro estaba en mis manos era maravilloso; me sentía con el poder más valioso del mundo: el poder del recuerdo. Ese maravilloso viaje al pasado que podemos hacer al recordar, pero que muy pocos saben apreciar. Sentado ya con el pequeño libro en mis manos y con la mirada fija en el paisaje, comencé a caer en cuenta que hacía ya algún tiempo que mis días eran todos iguales. Comenzaron a llegar los recuerdos a mi mente tan vividos como si fuera ayer, cuando en ese mismo camino me fui quedando solo a medida que ella se alejaba caminando, y mientras más pequeña aquella figura se me hacía, así también mi corazón se me iba poniendo, y así siguió caminando sin siquiera voltear para regalarme esa famosa última mirada que les regalan aquellas hermosas criaturas a sus dueños cuando son liberadas luego de un largo cautiverio. Luego de una pequeña espera, mientras me contenía con todas mis fuerzas para no llamarla diciendo su nombre con un grito, recordarle que estaba allí, fui un perfecto cobarde y con un nudo en la garganta yo también comencé a caminar de regreso a la casa que de ahora en adelante se convertiría en una especie de prisión y no quería mirar atrás. Mientras caminaba sin prisa repase con mi vista lo hermosa de aquella casa, una de las mejores del lugar situado en medio de ese valle rodeada por montañas altas. No sé cómo pero fue en ese momento donde la pude entender, pero mi corazón terco me pedía que voltease, y claro que pudo más que mi deseo de no hacerlo. Me detuve por un instante y al voltear pude ver una figura desapareciendo lentamente en el horizonte. Esa persona que había sido parte tan importante de mi vida con la cual muchas veces imagine mi futuro, mis hijos, mi vejez y ¿porque no? hasta mi muerte, ahora simplemente se desvanecía en el horizonte para transformarse en un recuerdo borroso y pasar, como muchas otras personas, a formar así parte de mi pasado y yo sin querer, a ser parte del suyo. De eso ya han transcurrido muchos años. Ya yo estaba a pocos días de cumplir ochenta y cuatro años, y desde que ella se fue, aquella hermosa casa de amplios corredores iluminados y con
  • 15. un hermoso jardín que ella cuidaba con recelo ahora era solo oscuridad, sombras y maleza por flores, pero ese día nunca se me olvidará porque ese fue el día en que parte de mí murió. Después de un hondo y profundo suspiro decidí seguir caminando solo para llegar a aquella enorme casa ahora vacía y hundirme así con ella en el olvido. A las pocas horas de haber llegado a la casa de aquel agrio paseo comencé a entender al fin que estaba solo. Quizá me sentía también un poco desprotegido y me invadió un temor que nunca antes había sentido; el no saber qué pasaría luego me causaba una gran angustia. Yo estaba acostumbrado a planificar mis días, mis horas, todo tenía un orden. Ahora sentía que todo se escapaba de mis manos que no podía ya controlar lo que pasaba o podría pasar. Me falta la mitad de mi ser, repetía constantemente mientras caminaba como un león de feria enjaulado de un lado a otro frente a la gran ventana. Ya no era un ser completo y quizá nunca lo volvería a ser, ya que parte de mí se había marchado con ella. Pero algo dentro de mí decía que no podía detenerme. Como pude en medio de esa angustia, de ese sentimiento que me resecaba la boca y que me hacía sudar las manos, ese dolor en el corazón que causa la ausencia del ser amado me parecía interminable, me detuve de pronto y tras pensar un segundo me dirigí presuroso y con paso firme a la habitación y, buscando con mi mano temblorosa sobre un viejo ropero que estaba allí desde que compramos la casa, tome un revólver que siempre había tenido conmigo sin el consentimiento de ella. Sentándome en el piso a los pies de la cama lo coloque con ambas manos bajo mi mandíbula sabiendo de ante mano que era el mejor sitio para una muerte instantánea y después de tomar una gran bocanada de aire que contuve, halé el gatillo, pero solo escuche el sonido de metal chocando. No tenía balas. Ella se las había sacado quién sabe hace cuánto tiempo. En ese momento me molestaba hasta el cantar de las aves que escuchaba afuera, no podía entender que era lo que las hacia parecer tan felices. Estúpidas aves. Si pudieran estar en mi mente solo por unos segundos caerían muertas en el acto. Allí sentado pasé el resto del día taciturno y agobiado con los pensamientos. Al comenzar a caer la noche decidí levantarme dejando el revólver en el piso. Caminé de nuevo a la sala y me senté en el mueble que
  • 16. irónicamente era lo último que habíamos comprado juntos para la casa. La mesita había venido como su complemento, y lo habían traído horas antes de su partida. Ese fue mi primer y único intento de suicidio. Me desperté aún en el mueble con el cuerpo adolorido. Ya era de noche. Me pregunté qué hora sería y sentándome un poco mejor volteé mi mirada hacia un reloj de pared que se había quedado estancado a las cuarto treinta y cuatro. No era la primera vez que sucedía, pero tenía la costumbre de mirarlo, luego cuando menos me lo esperaba comenzaba a funcionar sin más ni más. Así estaba desde el día que se lo compre a un sirio que recién llegado al país hacia de vendedor ambulante y el cual nunca más volví a ver. Así que no me preocupó. El camino que había estado iluminado y lleno de colores ahora solo era una larga sombra y oscuridad donde apenas se podía ver donde terminaba. Me fui poniendo de pie lentamente y luego de un pequeño estiramiento y un par de quejidos me sentí un poco mareado, mientras mi vista se nublo un poco. Últimamente siempre me pasaba pero no le prestaba importancia, pasaba rápido. Todo estaba oscuro. Dirigí mi mirada a la cocina pensando en prepararme algo de comer, pero solo llegué a la nevera y, tomando la jarra de agua, me tomé mientras contaba diez tragos que para mí correspondían a un vaso de agua. Caminé hacia la habitación sin encender ninguna luz. Al entrar cerré una ventana que daba a al jardín trasero. Luego me deje caer en la distendida cama. Estaba cansado, parecía que había corrido un maratón. Tenía la respiración agitada y mi corazón acelerado y después de un ‘coño’ que salió del fondo de mi alma, le eché la culpa a esa vejez que invadía mi cuerpo. Esa misma noche y con el cuerpo un poco más calmado, comenzaron a llegar a mi mente algunos recuerdos del pequeño pueblo de dónde vengo, donde siempre las noticias eran malas, las casas pequeñas y nadie hace preguntas personales. Cada uno está dedicado a lo suyo, no hay contacto ni verbal ni físico, ni siquiera estoy seguro de que el significado de moralidad sea igual para todos. No hay sentimientos y si los hay y los dejan aflorar son solo una señal de debilidad. Solo hay personas caminando de un lado a otro sumergidas ensimismadas consumiendo su valioso tiempo desesperadamente. El que no está trabajando está comprando y el que no está comprando está vendiendo y yo, en medio de esa infinidad de pequeños mundos. Por eso decidí
  • 17. cambiar, por eso estoy aquí este nuevo viaje y eso no se me puede olvidar, no se me puede olvidar nunca que el movimiento genera cambios y que los cambios son vida. Quizá si pienso más rápido puedo hacer que la realidad desaparezca y así, si no la veo no existe, o simplemente me ocupo para no pensar así como la mayoría de esas personas para luego llegar y esperar un fin poco heroico de mi humanidad en una cama sola y fría. Morir… Existen días en los cuales mi mente esta tan cansada que me duermo tan deprisa que en sólo un par de minutos dejo de ser yo y ya no existo hasta el día siguiente que revivo, solo para darme cuenta que la realidad es que estamos muertos, solo que algunos no lo saben o no lo ven mientras que otros muchos no lo llegan ni a pensar, y si por alguna complicidad malévola del destino les llega a hacer nido en sus mentes se ocupan de nuevo en su quehaceres diarios para no pensarlo. Porque el pensarlo da miedo y son unos cobardes. Me despertó el sonido característico de una gota de agua cayendo en un pequeño charco en el pis, ese sonido hacía eco en toda la habitación y por más que busqué con mi vista, no pude encontrar de dónde provenía. Decidí entonces dejar los viejos recuerdos atrás y, levantándome del aquel mueble que ahora al igual que yo estaba viejo y cansado, presentía que algo pasaba, algo no estaba bien. Había otro olor confundiéndose con el del café recién hecho. No sabía qué podía ser, pero no le preste atención. Quizá mi mente aún muy dormida me estaba jugando una mala pasada, o quizá solo estaba algo exaltado y claro, después de pensar tanto era lógico, resolví. Me sentía como cuando despertamos luego de un mal sueño, solo que este sueño era recurrente. Quizá la noche anterior deje sin querer la ventana de la habitación a medio cerrar y en el mueble se podía sentir una suave brisa fría típica de ese lugar al caer la noche. Busqué a tientas con mis pies desnudos las pantuflas, pero no pude sentirlas. Tampoco pude
  • 18. sentir la alfombra que descansaba siempre bajo ellas. El piso de madera está helado, no obstante, me levante, no sin antes colocar el libro de filosofía de J. Hesse, Teoría del Conocimiento, que había permanecido en mi regazo sin siquiera abrirlo sobre la mesita. Caminé al interruptor de las luces que apenas podía ver por la oscuridad, presionando varias veces el botón, pero no sucedió nada. Supuse que no había electricidad, algo común en la zona. Caminé a la cocina un poco dormido aún para servirme el café que ya mi cuerpo extrañaba, pero al salir de la habitación me llamó la atención escuchar un sonido a lo lejos como el de las olas del mar rompiendo a lo lejos, y mientras más me acercaba a la cocina, más cerca y más claro podía escuchar. No le presté atención porque estaba muy lejos del mar y solo pensé que estaría aun algo dormido. Al llegar justo a la puerta de la cocina me detuve. El sonido era muy vívido y al levantar la vista pude ver el mar oscuro que hacia chocar sus olas un par de metros, quizá por debajo de mis pies, un mar tan grande que terminaba en el horizonte tocándose con un cielo de nubes grises tormentosas que se sombreaban al compás de relámpagos que apenas se podían escuchar. De pronto una brisa helada recorrió todo mi cuerpo poniéndome la piel de gallina, la cual me hizo sentir un poco más despierto, pero con el pensamiento que todo eso no era más que un sueño de esos extraños que cualquiera tiene de vez en cuando y me dispuse a ir a la cama de nuevo, haciendo caso omiso a lo que había visto. Al entrar en la habitación me sorprendí aún más al ver un salón muy amplio de altas columnas muy bien distribuidas por todo el lugar, y justo en la esquina derecha, al final, una gran escalera estilo barroco antiguo, con pasamanos de madera y arabescos color negro de hierro que lo sostenían sus tramos de un granito color claro con algunas columnas pequeñas en los peldaños. Pude apreciar un piso algo desgastado pero muy limpio, tanto, que podía ver el reflejo del techo abovedado mientras caminaba maravillado el trayecto que me llevaba directo al primer peldaño. Pude notar que el resto de la habitación estaba algo oscura y tétrica. No había ventanas, sólo las paredes decoradas por un par de marcos de madera grandes, antiguos y polvorientos sin ninguna pintura en ellos, quizá porque ya se los habían robado. Y mientras seguía caminando pude observar como de las sombras justo detrás de la gran escalera a lo lejos aparecía lentamente
  • 19. un pasillo largo el cual en la entrada estaba precedido por un gran arco, como si fueran las enormes fauces de un animal que dejaba ver todo su interior sin ningún decoro en espera de su próxima presa. No sé si por temor a aquella fantasmal aparición preferí subir las escaleras. No había llegado al tercer escalón cuando escuché el sonido de unos pasos entrando a la habitación. Me detuve y eché un vistazo rápido con el pie derecho sobre el siguiente peldaño listo para subir a prisa, pero no pude ver a nadie. Esperé unos segundos y no escuché nada más, así que seguí subiendo hasta llegar al final de la escalera mientras iba apareciendo ante mí otra habitación un poco más pequeña pero igual de desolada. Tenía el centro cuadrado, rodeado de columnas y pasamanos de mármol con el mismo estilo barroco de todo el lugar desde donde se podía ver el piso inferior. Había tres puertas altas de madera que parecían recién colocadas de lo limpias que estaban. Todo en ellas brillaba, así como las paredes y el enorme techo. Me fui aproximando a la puerta que tenía más cercana. Las tres puertas eran exactamente iguales. Traté infructuosamente de abrir una, pero parecía estar cerrada por dentro. Luego caminé hacia la otra puerta, pero ni siquiera pude moverla unos centímetros. Tampoco tuve suerte. Solo quedaba una a la cual me acerqué presuroso pensando que alguien me seguía y que en cualquier momento aparecería al final de la escalera. Para mi sorpresa al echarle un pequeño empujón una de las hojas se abrió fácilmente haciendo ese tétrico sonido chirriante. Entré mientras seguía escuchando el sonido de la gota golpeando el piso al caer. Parecía seguirme a todos lados, era desesperante, era como si estuviera cayendo justo dentro de mi cabeza. Había comenzado a amanecer. Podía ver el cielo, no había sol pero todo era más claro, la habitación estaba partida justo a la mitad y sus ruinas yacían en la orilla del mar donde hacían un rompe olas artificial y me dispuse a caminar al borde. Al llegar vi el mar chocando repetidamente en forma de olas contra las paredes derruidas de la habitación que estaban cumpliendo ahora una nueva función quizá menos sublime pero igual de importante, algo mohosas y con esas algas largas y verdes características de esos ambientes. Me di cuenta que llevaban así algo de tiempo. Me acerqué un poco más a la orilla comprobando antes con pisadas suaves la resistencia del piso desecho, de algunos listones de madera mojada que se sostenían en su sitio gracias a clavos que,
  • 20. torcidos y oxidados, se mantenían incrustados en ella. Así pude tener un panorama más claro de toda la costa. A mi izquierda no pude ver mucho ya que la pared aún se conservaba en gran parte pese a las grietas que la recorrían entera. Era solo cuestión de tiempo para que se derrumbara y se hundiera como su vecina. A mi derecha a pocos metros pude apreciar que el mar se hacía más profundo y de sus aguas apenas se asomaban algunas hileras de paredes que formaban cuadros que a su vez daban la semejanza de una casa sumergida completamente pero faltándole el techo entero. Salí de la habitación y, dando un par de saltos sobre las columnas y los cascajos de bloques que estaban un poco secos, me fui acercando a una de las paredes de la casa sumergida. Con un último salto y casi perdiendo el equilibrio quedé justo sobre una esquina. Allí pude apreciar el interior de la casa bajo las aguas transparentes. El piso se podía ver y sobre él, algunos erizos y algas pequeñas moradas, también en sus paredes habían adheridos algunos caracoles. Podía ver los marcos de las ventanas y de las puertas como si hubieran sumergido la casa intacta en el lecho del mar, no había cuadros ni muebles. No existía nada más que las paredes viejas donde en algunos sitios se dejaban ver los ladrillos grises porque ya el friso se había desprendido. Caminé por la orilla adentrándome más en el mar para poder ver otras habitaciones. El movimiento del mar generaba pequeñas olas que salpicaban mis pies desnudos mientras caminaba con pasos cortos por la orilla. Pude ver algunos cangrejos y peces grandes pasando entre las puertas y ventanas de lo que ahora es su casa. Tenía la impresión de estar viendo como volaban sobre el piso apenas visible por el área que lo invadía. No había pasado mucho tiempo cuando me dispuse a regresar a la seguridad de la casa, pero al voltear hacia ella noté que estaba alejándome de la orilla, así que trate de apurar el paso para llegar, pero la orilla irregular de las paredes me lastimaban los pies. Haciendo equilibrio con mis brazos llegué a una de las esquinas más cercanas y de un salto llegue estrepitosamente de nuevo a la habitación. Me senté para tomar un respiro mientras veía como se desaparecían las paredes de aquella casa sumergida en medio de aquel inmenso mar. Al voltear y caminar hacia la puerta por donde había entrado me di cuenta
  • 21. que la habitación había envejecido como si hubieran pasado años en vez de minutos. Las grietas cubrían sus paredes, ahora se hacían más evidentes. En muchas se dejaban colar algunos de los primeros rayos del sol. La pintura otrora tan majestuosa ya no existía, solo quedaban pocos restos en las paredes y del piso de madera solo quedaban las vigas con los clavos retorcidos y desnudos. Al verlos vino a mi mente el recuerdo de los cerillos después de ser usados, y del techo amachimbrado ni el recuerdo quedaba. Acercándome a la puerta pude ver que el ala que había abierto minutos atrás se encontraba en el piso mojada. Su color se había tornado oscuro y estaba llena de lapas marinas, cangrejos, ladrones y no sé cuántos crustáceos más podía ver sobre la puerta y en la habitación los cuales a medida que me acercaba, buscaban pronto escondite. Con una mirada fugaz vi el dintel de la puerta podrido casi en su mayoría. Pensé en ese momento que no aguantaría un día más. Unas cuantas veces en la vida nos encontramos en lugares que debimos dejar en el pasado. De nuevo en la habitación donde estaban las otras dos puertas también parecía que habían pasado años en lo que para mí fueron apenas unos pocos minutos. Estaba llena de polvo y el piso y las paredes que había acabado de ver inmaculados ahora eran todo lo contrario y todo estaba recubierto por una capa de polvo. Sin detenerme a pensar, me fijé entonces en una de las dos puertas que no había podido abrir antes, y como todo lo demás la vi maltrecha y me fui acercando a ella mientras mi cabeza era dirigida por mis ojos que, sin importar la poca luz, se esforzaban para escudriñar todos y cada uno de los rincones. Allí fue donde escuche la gota de nuevo cayendo incesantemente en algún lugar. Pensé que quizá el sonido de las olas había arropado el tenue sonido de esa gota y por eso no la escuche mientras estuve afuera, pero no estaba seguro si siempre había sido mi acompañante. Al acercarme a la puerta pude ver un candado sujetando dos grandes argollas. Todo el conjunto oxidado por el salitre, supuse. Tomándolo con mi mano derecha, lo moví enérgicamente con algo de desesperación pero no pasó nada. Ese candado aún viejo y oxidado quería seguir cumpliendo con la labor que le fue designada, luego lo sujeté con las dos manos y lo sacudí de nuevo con un poco más de agresividad. Un sonido seco llenó todo el lugar. Una de las bisagras de abajo se desprendió abriendo una pequeña
  • 22. grieta por la que me dispuse a pasar, así que me arrodille y con algo de esfuerzo lo conseguí. Al incorporarme quedé sorprendido de estar rodeado en una habitación llena de figuras fantasmales. Podía ver torsos, cabezas, piernas y brazos, algunos colocados sobre unas largas mesas de madera mientras que los demás yacían en el piso apilados unos sobre otros. Era una escena dantesca. Me adentré un poco más entre las figuras pasándoles por encima y tratando de no pisar alguna hasta llegar a una mesa en el centro de la habitación donde reposaba un Cristo sin cruz famélico que parecía más haber muerto por la sífilis que por la crucifixión. Lo habían dejado a medio reparar. Las manos con los clavos sobresalían de los bordes de la mesa. A los lados de la figura, tarros de pinturas de varios colores ya secos, y algunos pinceles esparcidos por la mesa. Al lado, cerca de sus pies, vi una pequeña tabla de madera donde se distinguían algunos arabescos. Con una pasada rápida de mi mano le quité el polvo y pude leer lo que decía: Eloi, Eloi, lama sabactani. En otra mesa pude reconocer pese a mi poca experiencia en ese campo que era un Jesús en la columna, ya que su posición algo encorvada lo delataba. Su columna, supongo, era la que reposaba al lado esperando al trabajo terminado; solo estaban hechas en yeso las partes que se podían ver cuando estaba vestido, manos, pies y cabeza. Lo demás era una estructura de vigas de madera vieja. Había entrado, creo, a un taller donde reparaban al parecer los santos de alguna iglesia. Era una habitación de techos altos abovedados, de paredes derruidas y todo en ella estaba bañado con una fina capa de polvo. Sobre mi cabeza, un enorme candelabro de cristal ya casi por caer. En una de las paredes había un vitral gótico circular compuesto por vidrios de colores, pero algo pequeño para tan enorme habitación y gracias a él podía entrar con esfuerzo una tenue luz. Caminé toda la habitación por curiosidad y buscando otra puerta por donde salir pero no encontré ni una ventana. Salí por la misma puerta por donde entré y para ser sincero me sentí aliviado. Me encontré de nuevo en aquel viejo salón de grandes columnas. Caminé sin pensarlo hacia la última puerta esperando que estuviera abierta o que al menos, como la anterior, estuviera tan débil que pudiera ceder de un solo empujón. De nuevo me di cuenta que la gota
  • 23. seguía cayendo y por más que buscaba con la vista no podía ver dónde estaba. El eco que producían aquellas enormes paredes vacías no me permitía estar seguro de donde venía, mientras seguía caminando hacia la puerta también noté lo descuidada que estaba, como si hubieran pasado ya cien años de su colocación. La madera había perdido su belleza. Ya el barniz en algunas partes formaba algo similar a la corteza de un árbol indio desnudo. Tenía las dos grandes argollas unidas al parecer desde hace años con un candado viejo y oxidado. Tomé el candado y lo sacudí con fuerza con la esperanza que pasara lo mismo que con la otra puerta pero este no cedió. Después de intentarlo varias veces y de pisarme un dedo al quedar entre la puerta y el candado, (cosa que sacó de mis adentros un coño mientras llevaba mi dedo a la boca a la vez que lanzaba una patada a la puerta, acciones que no aliviaron para nada el dolor), entonces decidí buscar otra alternativa y busqué con la vista mientras mi dedo seguía en la boca algo que me pudiera servir para hacer palanca. Cerca de la primera puerta vi un pedazo de barra de metal ideal para ese propósito. Fui por ella de inmediato y luego de solo un par de intentos y gracias a lo viejas de las argollas, una cedió partiéndose. Luego sólo empuje una de las puertas, y aunque un poco pesada, abrió no sin antes quejarse un poco por el dolor que le causó el movimiento. Un paisaje de arbustos pequeños y arena seca con una brisa fría me esperaba de este lado de la puerta. Era de noche y sentí el cambio de la temperatura apenas salí. No había nada más que un pequeño sendero frente a mí que se perdía serpenteando entre la maleza. Me propuse a entrar de nuevo a la casa pero al voltear, la puerta ya no estaba. Sorprendido y asustado solo me quedaba seguir el sendero. Pensé que estaba en medio de la nada mientras comencé a dar los primeros pasos. La dirección no importaba porque no sabía dónde estaba ni a donde quería ir y a decir verdad no recordaba ni quien era. Y mientras caminaba en medio de la nada por ese angosto camino polvoriento, una luna grande iluminaba todo mientras que unas nubes de tormenta a lo lejos trataban de ocultarla lentamente, mientras ella se rehusaba. Parecía estar haciendo sus últimos esfuerzos para poder regalarme esos tenues rayos de luz que me permitían ver el camino con algo de claridad. Podía ver esas figuras que formaban las sombras de los arbustos en la fina arena moviéndose con la brisa invitándome a seguir
  • 24. y que a la vez parecían espiar mis pasos uno a uno. Recuerdo haber sentido lástima por esas pobres plantas que tenían que soportar el sol inclemente del día y luego pasar al frío seco de la larga noche. Son sobrevivientes en un ambiente que siempre estaba tratando de destruirlas. Aunque casi muertas y creciendo retorcidas de dolor se mantenían firmes al suelo seco. En ese paisaje ya nada era verde. Muy a lo lejos pude observar una pequeña luz. Me sentí un poco aliviado. Aun así mientras seguí caminando, nunca dejé de voltear atrás cada vez que podía para estar seguro que me habían dejado de seguir, cosa de la cual no estaba seguro. Ya no tenía más opciones, y sentía que mis fuerzas menguaban, así que seguí con pasos cortos, casi arrastrando mis pobres pies descalzos y cansados, siempre tratando de hacer el menor ruido posible. Creo que ya habían transcurrido unas cuatro horas desde que comencé a caminar, nunca pensé que podía resistir tanto y sin descansar ni un segundo. La sed era insoportable, mi garganta estaba seca. A medida que me iba acercando podía notar que la luz provenía de un pequeño bombillo que se encontraba colgando de su propio cable y que se movía incesantemente con la brisa. Anclado al piso se encontraba inclinado el poste de madera que lo mantenía alejado de este. Los insectos no dejaban de chocar constantemente contra el bombillo caliente haciendo sonar sus alas contra él. Algunos incluso eran tan grandes como el largo de mis dedos. Después de quemar por completo sus alas caían al piso que ya estaba saturado; algunos arrastrándose con vida mientras que la mayoría ya muertos hacían una pequeña pila, sin embargo me acerque cauteloso, el corazón parecía querer salir de mi pecho antes de dar los últimos pasos para llegar bajo la luz. Apoyando mí mano en el poste me detuve un momento para descansar y tomarme un momento para ver alrededor y estar seguro que no había nadie cerca. Tenía la extraña sensación que alguien me estuviera vigilando, pero no pude ver nada, ni un pequeño movimiento, una luz o un sonido, cualquier cosa que me hiciera pensar que nunca estuve solo. Pero por más que agudicé mis sentidos solo pude comprobar una vez más que estaba solo. Los insectos molestos no dejaban de caer al piso o chocar contra mí, algunos se trepaban a mis pies mientras yo, sacudiendo mis piernas, los hacia caer de nuevo a la arena. Incluso llegué a pisar algunos que explotaban por uno de sus extremos mientras hacían un sonido crocante.
  • 25. Cerca de donde terminaba el pequeño círculo de luz, en el suelo seco y polvoriento, rodeado por algunas piedras y maleza seca, pude observar con algo de dificultad un trozo de metal oxidado que sobresalía entre de la tierra polvorienta. Di un par de pasos, me incliné y quitándole algo de ese polvo seco me di cuenta que era una especie de manilla que se encontraba a medio enterrar. Limpié un poco más descubriendo una tapa de hierro. Parecía una alcantarilla. Le quité una buena capa de arena y limpié mejor la manilla para poder asirla bien. Era muy pesada. Al primer intento no la moví ni un centímetro, supe que era mucho más pesada y grande de lo que se veía. Medía aproximadamente un metro de diámetro. Dudé por un momento en tener las fuerzas suficientes para levantarla, así que le quite toda la tierra que pude de arriba para poder levantarla, luego me agaché, la sujeté con las dos manos mientras, impulsándome con las piernas, logré moverla un poco, luego la fui halando a un costado, lo suficiente para abrir una pequeña grieta en forma de sonrisa y así echar un vistazo adentro, descubriendo así lo que al principio me pareció un pozo, pero al acostarme en la arena y acercarme un poco para ver adentro pude escuchar el sonido del agua corriendo, lo cual me dio una pequeña esperanza. En ese momento ese agujero en medio de la nada sería mi Dios, mi salvación. De pronto escuché la gota de nuevo. De rodillas y con las dos manos trate de levantarla por completo para dejarla caer de un costado, pero solo pude levantarla unos pocos centímetros. Como no tenía ningún tipo de bisagras decidí deslizarla en vez de perder la fuerza tratando de levantarla. Eso me pareció más fácil. La fui deslizando, halándola hacia mí lo suficiente para meter mis dedos y, con pequeños movimientos pude abrirla lo suficiente para entrar mientras me tomaba un tiempo para arrancar de mi cuerpo uno que otro insecto molesto y lanzarlo lejos. Con algo de esfuerzo por la oscuridad, podía ver el piso que se encontraba a unos dos metros de profundidad. Busqué con la vista y no había una escalera por donde podría bajar, pero aun así me propuse bajar, así que solo me colgué como pude de la orilla y luego me deje caer. Aterricé de una manera estrepitosa en el fondo pantanoso. Irónicamente al estar abajo recordé el letrero que está en la puerta que
  • 26. da acceso del infierno de Dante: “Es por mí que se va a la ciudad del llanto. Es por mí que se va al dolor eterno y el lugar donde sufre la raza condenada. Yo fui creado por el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor. Y no hubo nada que existiera antes que yo. Abandona la esperanza si entras aquí.” Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate. ¿Acaso sin saberlo estaba entrando en el mismísimo Aqueronte? Era una oscuridad casi plena. Unas leves sombras permanecían tras de mí al ir caminando. Extendí mis brazos para poder usar mis manos como guías. La verdad es que siempre los espacios reducidos me habían causado algo de temor y ahora me encontraba caminado a oscuras en un agujero bajo el piso que podía medir quizá un metro por dos. Sus paredes frías y húmedas me hacían pensar que aquel túnel estaba más profundo de lo que me imaginaba. Sentía que a medida que avanzaba con torpes pasos y uno que otro resbalón, el piso iba inclinándose. Sentí que estaba descendiendo. Trataba de agudizar mi vista a medida que caminaba para no perder detalle pero en ese momento mis manos me servían mejor que mis ojos para guiarme. Si ponía mi mano frente a mi cara solo podía ver una tenue sombra. El olor a tierra mojada y a pantano impregnaba todo el lugar, todo bajo mis pies era una gruesa capa de pantano y a cada paso que daba podía escucharlos con claridad tanto al despegarse del piso pantanoso como a caer de nuevo con cautela unos pocos centímetros más adelante, tratando siempre de no resbalar y caer. Así, paso a paso me fui adentrando más con mis manos a los lados tratando de sentir con ellas cualquier cambio en las paredes y atento a cada sonido que se escuchaba tan fuerte en ese espacio tan reducido. Las ratas, o eso suponía que eran, pasaban entre mis pies una que otra vez. Podía escucharlas acercándose o alejándose porque, así como yo, hacían un ruido al caminar o arrastrarse sobre aquel fangoso y angosto pasaje. Ya creo que había pasado una hora desde que entré a ese agujero. La sed se me la calmé pegando mis labios a las piedras más húmedas que sentía al irlas tocando con mis manos en el camino. En realidad me había acostumbrado al sonido del agua cayendo a lo lejos, pero por más que caminada el sonido seguía igual, no lo sentía ni más lejos ni más cerca, eso me desconcertaba.
  • 27. Estaba calculando que habían pasado unas tres horas, de pronto el camino, bajo mis pies lo comencé a sentir un inclinado, y tenía que caminar sujetándome a las pocas piedras salientes con mis manos para no resbalar. Aun así me resbale cayendo al suelo pantanoso unas cuantas veces. Tenía los pies mojados hasta los tobillos, mis manos las podía sentir arrugadas y la camisa que usaba al entrar me la quite unas cuantas horas atrás porque después de tantas caídas estaba mojada y llena de fango maloliente. Mi cabello algo largo para ese entonces también estaba mojado. Podía sentir las gotas de agua recorriendo mi rostro. Unos pasos y como dos ratas más atrás, después, con mi mano derecha sentí de pronto como la pared de piedra se acababa. Era una pequeña esquina de unos noventa grados. Creo que tenía tantas horas sintiendo la pared de piedras mientras caminaba que se sintió muy extraño de pronto no sentir nada. Me detuve por un momento mientras recorrí con mi mano derecha sin despegar la izquierda de la otra pared. Me agaché para tratar de tocar el piso siguiendo la esquina, pero antes de llegar al piso se me detuvo la mano. Había un pequeño muro que terminaba como a dos metros a lo largo y quizá de profundidad un metro. Con la poca claridad pude ver que se trataba de un pequeño nicho pero que para mí en ese momento era la oportunidad de tomar un pequeño descanso. Sin pensarlo deje caer mi humanidad sentándome en el pequeño banco subiendo mis pies para sacarlos unos minutos del barro. Al tocarlos para darles algo de calor con mis manos y quitarles todo el barro que podía los sentí arrugados. Poco a poco me fui escurriendo a lo largo del banco mientras sentía que cada musculo en mi cuerpo se relajaba y me pedía a gritos un momento de calma. Mis parpados se cerraban solos, así que me deje llevar por el cansancio y entre temblores esporádicos de frio desvanecí en el mundo de los sueños sin preocuparme por nada. Escuchaba un sonido constante a lo lejos que poco a poco me fue despertando. Era la gota que no había dejado de caer mientras dormía. No sé cuánto tiempo pasó pero cuando desperté y pude abrir los ojos por completo me di cuenta para mi desgracia que no estaba en un mal sueño. Aun sentía pesados los parpados así como mi cuerpo entero. Poco a poco fui llenándome de energía, me comencé a mover y de nuevo a darme cuenta donde estaba y por un segundo traté de recordar
  • 28. qué estaba haciendo allí en medio de la oscuridad, mojado y tiritando de frio. Mientras inhalaba una gran bocanada pude sentir el olor a tierra mojada que antes me gustaba tanto pero que ahora comenzaba a aborrecer realmente. Para mi desgracia estaba vivo y tenía que seguir adelante luchando, pensé en voz alta. Pude sentir el inevitable el descontento de mi cuerpo al ser presionado por mi mente que le decía y ordenaba levantarse, ya cansada de no pensar, ya cansada de ser igual. Me fui incorporando lentamente así como se despierta un borracho luego de una noche larga de juerga. Hice una pequeña pausa antes de colocar de nuevo los pies desnudos en el frio pantanoso, luego sentí el barro recorriendo la junta de mis dedos en esa casi total oscuridad y mientras mis pies se hundían hasta los tobillos en el suelo, un escalofrío me recorrió el cuerpo, terminándome de despertar. En ese momento pensé que si no hubiese sido por las ratas que, buscando algo de calor, se paseaban entre mi espalda y la pared, quizá hubiesen pasado las horas sin darme cuenta debido al cansancio en ese pequeño nicho que tenía más similitud a una urna antigua que al lugar que aquel día me dio cobijo y me dejó descansar entres sus duras y frías piedras. El pedazo de bloque roto que usaba como almohada lo sujete de nuevo mientras me iba levantando. Lo pude sentir más pesado y con un movimiento casi involuntario lo dejé caer a mis pies, donde me lo imagine enterrándose como un cuchillo en la mantequilla, sabiendo que me costaría mucho tener una almohada más cómoda que esa, quizá ni siquiera podría volver a dormir, y comencé a caminar de nuevo tocando las paredes frías con mis manos. Podía sentir cada grieta y la figura de las piedras las podía imaginar en mi mente, apoyando mis pies paso a paso con miedo de equivocarme. Si acaso uno siente que está vivo en los momentos difíciles como dicen, entonces me sentía más vivo que nunca. Quizá estuve caminando por un par de horas cuando pude escuchar un sonido constante de golpes de metales. Seguí caminando pero mucho más atento, no sabía si venían por mí, si me habían descubierto y ya todo había terminado. Con cada paso que daba escuchaba más cerca los golpes y luego de doblar en una esquina pude ver una pequeña luz. Al seguir caminando apareció ante mis ojos una enorme caverna
  • 29. iluminada con algunos finos rayos de sol que se dejaban colar por la superficie muchos metros más arriba y parecían estar llegando a las inmensas piedras abriéndose paso sin cautela y dejando ver el un brillo hermoso sobre aquellas piedras húmedas donde felizmente terminaban su largo viaje. Era como si a esa ciudad entera se la hubiera tragado la tierra. Debe haber estado allí por muchos años. Al ver las estructuras sabía que se trataba de una civilización muy anterior a la mía. Recuerdo haber escuchado a alguien hablando sobre algún sitio parecido, pero no podía recordar dónde, o quién. Había estructuras inmensas en ruinas, pero de las cuales podía ver solo una pequeña parte, aquella a la que le daba los rayos de luz. Seguí caminando y luego de escalar una pequeña montaña de escombro, pude ver con más detalle cosas, cosas que me eran difíciles de entender. Había en medio del desorden y el caos que parecía haber sido ocasionado por un terremoto muchos edificios derruidos. Bajo ellos un pavimento negro agrietado con vehículos esparcidos a todo lo largo. Cadáveres secos de personas y uno que otro animal yacían tendidos por todo el camino. Era como si les hubieran extraído hasta la más mínima gota de fluidos de sus cuerpos. Observe con asombro y algo de repulsión en muchos de esos rostros momificados el dolor, la agonía que antecede a una muerte trágica, mientras que otros parecían estar pidiendo clemencia. ¿Ya acaso había llegado el fin del mundo y solo era yo el único sobreviviente? Eso me daba temor de solo pensarlo, o quizá era solo la inquietud de saber que estaba solo y que moriría solo. Alguna vez pensé que me gustaría saber dónde voy a morir, quizá así me pueda preparar mejor, pero a decir verdad la muerte no se prepara, al menos claro que seas un suicida, como hacía muchos años atrás yo mismo había tratado de serlo. Ahora me doy cuenta que esos le temen tanto a la vida que prefieren la derrota conformista que le promete la muerte luego de cometer el acto más cobarde que puede cometer un hombre. Solo pasa, eso dicen. Sin saber qué hacer, presa del miedo y ya tan cansado que no podía dar ni un paso más, me acurruqué al lado de una de esas grandes estructuras derruidas, sentándome en el piso con las rodillas al pecho y rodeando las piernas con mis delgados brazos, y con una sensación de
  • 30. soledad espantosa y allí sentado solo me deje llevar una vez más por mis pensamientos, mis sueños, mis miedos, mis deseos, mi pecados y mis promesas. Pensaba en todo y no pensaba en nada al mismo tiempo mientras me iba desvaneciendo poco a poco, ya ahora si dispuesto a no luchar más. El pensar cansa mucho, necesitaba morir una y mil veces pero morir. Al despertar, no sé cuánto tiempo después, no sé si fueron horas, días o incluso años, me incorpore como pude, todo el cuerpo me dolía y lo sentía pesado. Mi visión borrosa no me ayudaba mucho. ¿Dónde estoy? No reconozco nada de lo que tengo alrededor, pensé. Aun tambaleando y con mucho frío, me acerque a la única puerta que apenas podía distinguir en medio de tanta oscuridad. Si no fuera por la poca claridad que, producida por una bombilla que colgaba afuera justo al frente de la pequeña ventana de vidrio sucio protegida por una malla de alambre carcomido por el óxido que le pertenecía a la puerta, la oscuridad hubiese sido absoluta en aquella habitación de la que ahora era prisionero. Apoyando mis manos arrugadas contra el frio metal de la puerta pude sentirlo impregnado con una pequeña capa de rocío fino. Busqué a tientas un pomo o una cerradura pero no pude encontrar nada. Me puse en punta de pies, y pegando un lado de mi cara al vidrio apenas pude echar un vistazo al exterior, y pude ver un pasillo largo poco iluminado y totalmente descuidado. El piso y las paredes sucias con la pintura despegándose de las paredes me hicieron recordar las largas filas de los feligreses en las iglesias católicas esperando al sacerdote con las lenguas afuera para que así colocara en ellas el mal llamado cuerpo de Cristo, no sin antes haberles ido con el chisme al cura de sus últimas andanzas. No podía ver mucho más ni imaginar otra cosa. Pude sentir el piso irregular recubierto de lajas de piedras bajo mis desnudos pies y, pegando a la puerta me sentí derrotado. No sabía ya que pensar, estaba tan asustado que no quería hacer el menor ruido. Me fui retirando de la puerta con pasos lentos, sin dejar de ver ni un solo instante la débil luz que se dejaba colar por la ventana y al cabo de solo cuatro pasos topé con la pared, así pude tener una mejor y más clara idea de mi cautiverio. Si estiraba mis brazos a los lados podía
  • 31. tocar las paredes de piedras que se sentían irregulares y frías, el techo estaba a solo centímetros de mi cabeza. Me agaché durante un momento para sentir con mis manos, mientras buscaba algo, cualquier cosa pero solo estaba muy frio, húmedo y con pequeños charcos de agua, los cuales aproveché y mojando mis dedos temblorosos los llevaba a mi boca con algo de desesperación. Por debajo de la pesada puerta podía ver algo de claridad que, producida por la pobre bombilla fuera de la celda, se dejaba colar haciendo sombras largas de las más pequeñas irregularidades del piso, me puse de pie y me quede pensando. De pronto el sonido de unas llaves a lo lejos chocando con una puerta me despertó de mi letargo, un seguro pasando con fuerza, una puerta rechinando al abrir seguida de unos pasos que pude escuchar mientras se acercaban. Me quede inmóvil con la espalda pegada a la pared. Los pasos hicieron una pausa unos cuantos charcos adelante. Quizá en la celda de al lado, el manojo de llaves sonaba en unas manos mientras buscaba sin prisa la que le pertenecía a esa puerta. Pude escuchar entrar la llave en el cerrojo de la puerta y justo en ese momento se rompió el silencio con unos gritos que pidiendo auxilio repetidas veces estremecieron todo el lugar. Luego en lo que me pareció un corto forcejeo los gritos cesaron, solo quedando el sonido de aquella gota que parecía más cerca ahora. Segundos más tarde los pasos se escucharon de nuevo mientras se acercaban cada vez más a mi celda. Tenía tanto miedo que no quería ni respirar. Vi cómo la poca luz que entraba por la pequeña ventana se oscureció por un instante al mismo tiempo que pasaba la sombra por debajo de la puerta. Por un momento me sentí aliviado al ver que había pasado sin detenerse frente a mí. Los pasos que se alejaban se detuvieron ahora un poco después de mi celda y luego el manojo de llaves sonando de nuevo en aquellas manos y otra puerta que se abría mientras rechinaba seguida de otro corto forcejeo. Esta vez no hubo gritos, unos huesos chocando contra las paredes, respiraciones agitadas un pequeño golpe en la pesada puerta y todo termina, luego el silencio, el maldito silencio. Solo la gota. Ahora pude escuchar los pasos de vuelta acercándose. Me pegué lo más que pude a la pared, era casi doloroso, pero esta vez se detuvo justo
  • 32. frente a mi puerta y mientras una figura estorbaba el paso de la luz a través del sucio cristal de la pequeña ventana podía escuchar como buscaba con una calma que me desesperaba la llave de aquella puerta. Escuche la llave entrar en el cerrojo y luego el sonido al quitar el seguro que retumbo en mi cabeza, se abrió la puerta mientras una figura humana aparecía ante mí. No pude ver su rostro y antes de poder luchar me desvanecí. Me desperté de pronto, asustado, con mucho frio, mojado y en el centro de una habitación inmensa de color blanco muy iluminada y rodeada de personas extrañas, no sé cuántas; cuatro, seis, no sé. Eran altos y pude notar sus grandes manos mientras me sujetaban con fuerza para evitar que cayera. Me hacían sentir tan pequeño. Casi no me podía mover, no podía abrir los ojos, me molestaba la claridad, quería hablar pero de mi boca no salía ninguna palabra, quizá algunos sonidos, no lo sé, no estaba seguro. Mientras seguía luchando con todas mis fuerzas pensaba que todo mi esfuerzo había sido en vano y que en ese momento acabaría todo. Luego me cubrieron con una manta y de pronto allí estaba esa hermosa mujer, delante de mí. Era la primera vez que la veía pero me parecía conocerla de toda la vida, era un sentimiento tan hermoso que por más que tratara de explicarlo sería imposible, ella llevaba una gran sonrisa dibujada en sus labios y mientras la miraba fijamente a los ojos pude sentir en ella la satisfacción del deber cumplido. En ese momento lo olvide todo, menos la gota. Tal vez soñar… ¿Qué querían? ¿Qué me quedara tranquilo y no luchara por lo que pienso, por lo que quiero, por lo que soy o puedo ser? ¿Acaso no son mis pensamientos la causa de mi vida? Yo estoy vivo y lo sé porque pienso. Y mientras esté respirando voy a luchar de mil maneras y aún más con tal de vivir, ya la lucha era parte de mí ser y mi ser a su vez es parte de todo. Ya estaba tan acostumbrado que no sería yo si no luchara día a día, aunque no recuerde porque estoy luchando o porque estoy viviendo. Ahora en esta vida que apenas estoy comenzando y de la cual surgirán nuevos sueños, tengan la plena seguridad que dejaré hasta la última gota de sudor y el ultimo respiro para hacerlos realidad.
  • 33. Ser o no ser. Esa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. No más ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza? Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. William Shakespeare