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LA
VERDADERA
HISTORIA
DE     JACK
      EL
 DESTRIPADOR




  Un cuento “escalofriante” escrito por

   Gabriel Pombo
La verdadera historia de Jack el destripador
Aquel otoño de 1888 había sido espantoso para
los habitantes de Londres.
     Y no porque la niebla y el frío resultasen más
agobiantes que de costumbre, pues al mal clima los
ciudadanos británicos estaban acostumbrados.
      Lo que llenaba de terror a la población inglesa
consistía en unos sucesos mucho más macabros.
    No era para menos: desde aquel mes de agosto
los periódicos no paraban de informar que en los
barrios bajos del este de la capital -sobre todo en el
maltrecho distrito de Whitechapel- un maníaco venía
asesinando a mujeres de vida alegre.
    Los crímenes tuvieron su inicio en la noche del 7
de agosto cuando Martha Tabram murió
violentamente, tras recibir treinta y nueve puñaladas.
   A esa desdichada la acompañaron en fatídico
destino Mary Ann Nichols el 31 de agosto, Annie
Chapman el 8 de septiembre, Elizabeth Stride y
Catherine Eddowes, ambas durante la madrugada
del 30 de ese mes y -después de una engañosa
interrupción- la joven y bella Mary Jane Kelly el 9
de noviembre.
Algunas de las víctimas de Jack el Destripador




      Con cada nuevo homicidio el ejecutor se
tornaba más feroz y más convencido de que nunca lo
iban a detener.
      La espantosa lista de víctimas, lejos de concluir
proseguía agrandándose, y la policía británica –la
famosa Scotland Yard- se mostraba impotente para
capturar al sádico delincuente.
      Por si fuera poco, esa tarde se volvió de golpe
inesperadamente sombría: una falla en el sistema de
farolas a gas, que por entonces iluminaba a la
Inglaterra gobernada por la reina Victoria, sumergió
a los londinenses en la más tétrica de las penumbras.
La reina Victoria era monarca de los ingleses en 1888



     Aquel atardecer, el asesino que la prensa
bautizaba con el alias de “Jack el Destripador”
estaba decidido a atacar de nuevo.
      Se vistió muy despacio con elegantes ropas
oscuras: pantalón, camisa, saco negro, y corbatín de
seda gris. Por último, tras echar encima de sus
hombros una amplia capa, se cubrió la testa con su
sombrero de copa favorito.
Salió de su residencia con paso firme, casi
presuroso, sin olvidar llevar consigo el maletín de
cuero -similar al que utilizaban los médicos de esa
época- en cuyo interior escondía un juego de
cuchillos de recia empuñadura que, con mucho
esmero, acaba de afilar.
      Una vez que avanzaba sobre las adoquinadas
calles llamó su atención la cerrada oscuridad que
inundaba todo a su alrededor, aunque aún faltaba
bastante para que cayera la noche.
¡Maldito apagón!- se dijo contrariado.
      Esperaba que la ausencia de luz no perjudicara
el trabajo en las tabernas. Allí era donde solía ir a
beber unas copas, y desde las barras de esos antros
escudriñaba a las prostitutas.




       “Taberna en Whitechapel”, pintura de Gustave Doré
Cuando las mujeres se marchaban con algún
cliente las acechaba sigilosamente, y aguardaba que
el ocasional compañero de aquellas se retirase.
Instantes después, por sorpresa, sin darles tiempo a
oponerle la menor resistencia, se abalanzaba sobre
ellas y les cercenaba la garganta.
     Esta noche no sería la excepción- pensó, y una
cruel sonrisa se dibujó en su rostro.
     Sin embargo, esa vez Jack, quien usualmente
apenas bebía alcohol, precisaba un trago de whisky.
No lo necesitaba a fin de infundirse coraje antes de
matar, pues para él la vida humana nada significaba.
     Deseaba ingerir una generosa ración de licor
antes de ponerse a conversar con un extraño al cual
contarle las ideas que pasaban por su cabeza. Quería
jactarse de sus tristes hazañas, y anunciar a otros las
maldades que, en un futuro cercano, planeaba
cometer.
-Uno será muy asesino, pero es un ser humano al fin
y al cabo- se dijo.
     La ocasión le venía de perillas porque no se veía
nada a causa del apagón, por lo cual nadie lo iría a
reconocer ni podría, por ende, denunciarlo.
     Llegaría a una taberna, pediría al cantinero que
le sirviera un trago, y hallaría a algún parroquiano a
quién hacer partícipe de sus confidencias y, de paso,
pegar un gran susto.
     Caminó y caminó, hasta advertir unas luces muy
tenues cuyo reflejo le permitió vislumbrar una
entrada. Una taberna abierta y oscura, sin duda.
Ingresó, y enseguida oyó el parloteo de varias
personas dialogando. Voces masculinas todas ellas,
ninguna voz femenina alcanzó a percibir.
      Tal cosa era normal porque a esa hora tan
temprana las mujeres de vida alegre aún no
comenzaban su labor.
    Sólo había hombres: marineros, oficinistas
aburridos, y obreros que cansados de su jornada en
las fábricas acudían a las cantinas para relajarse
bebiendo licor.
    Tropezó en medio de la penumbra con una silla
sobre la cual se sentó, al tiempo que se quitaba su
sombrero de copa.
-¡Boby! - llamó con voz autoritaria.
     Cuando no conocía al tabernero nunca le fallaba
requerir ser atendido por algún empleado que se
llamara Boby, dado que el diminutivo de Robert era
muy común en la Inglaterra victoriana.
      No fue diferente esta vez, y de inmediato
escuchó el rumor de unos pasos aproximarse.
-¿Qué se le ofrece mister?
-Pues que me sirvan una jarra de cerveza. ¡No!,
mejor sírveme un vaso de whisky. Escocés por
supuesto. Esta noche tengo muchas ganas de hablar
con alguien, y beberme un whisky será un buen
comienzo– hizo una pausa mientras procuraba
distinguir entre las sombras las facciones de su
interlocutor.
-En realidad mister no creo que aquí podamos
ayudarlo. Si usted busca con quien hablar deberá
dirigirse a otro sitio- fue la fría respuesta.
   Jack hirvió en cólera. Era hombre de pocas
pulgas al cual le disgustaba que lo contradijesen.
-Claro que me servirás cantinerito de cuarta- rugió
con mal humor- me traerás el trago que te ordeno y
me escucharás muy atento, te guste o no. –realizó un
paréntesis a fin de dar más énfasis a sus amenazas -
¿Sabes con quien estás tratando, mocito? Pues nada
menos que con el tipo al cual todos llaman Jack el
Destripador. No necesito aclararte porqué me
apodan así, ¿no crees?
     Las rudas palabras del criminal parecieron surtir
efecto. El sujeto anónimo pareció tragar saliva, y
cambiando de tono le dijo respetuosamente:
-Disculpe usted, con esta tremenda oscuridad uno
no puede saber con quién está tratando. Claro que
haremos todo lo posible por servirlo- repuso, y con
un rápido gesto de su mano llamó a un compañero.
     Cuando unos pasos se aproximaron, Jack oyó
que el primero le decía al otro:
-El señor es Jack el Destripador, nos hace el honor
de visitarnos. Ve a la trastienda en busca de una
botella de scotch, de la máxima calidad.
   Más calmado, al comprobar que sus órdenes eran
obedecidas, el delincuente prosiguió:
-Bien muchacho, así está mejor… Bueno, como te
decía, no sé por qué razón, pero mientras caminaba
rumbo a esta cantina me vinieron unas enormes
ganas de hablar con alguien, con un desconocido. Y
ahora que te has puesto amable creo que te elegiré a
ti para hacerte algunas confesiones…
    Jack pudo sentir que la respiración de su anónimo
oyente se tornaba más pesada… Este pobre
cantinerito debe estar muerto de miedo, ja, ja -
pensó, y esa idea lo puso de ánimo alegre.
     Siempre resultaba bueno sentirse distendido en
aquellas noches cuando se aprestaba a salir a
“trabajar” provisto de sus filosos cuchillos.
Consideraba cosa positiva la adrenalina que le corría
al oír los gritos de sus víctimas, y mientras
emprendía la huída por las estrechas callejuelas
burlando a los estúpidos policías. No obstante, sabía
que soportar mucho stress era malo para su salud
 -Lo escucharé con toda la atención que usted se
merece- respondió suavemente el otro.
-Bien Boby, te contaré por qué maté a la primera. A
esa gorda fea, la cual -al día siguiente leyendo los
periódicos- supe que se llamaba Martha Tabram.
     Yo estaba en la taberna “Angel Azul”, y me
aprontaba para retirarme, cuando esa mujer iba
saliendo del brazo con un guardia de la Torre de
Londres. Un muchachito que -se veía a la legua-
estaba gozando de su día franco, y al cual no se le
ocurrió mejor cosa que gastarse la paga con una
apestosa como esa.
     ¿Sabes? La muy furcia estaba borracha y al
pasar me dio un pisotón. Sé que lo hizo sin querer;
pero, ¡por mil diablos!, ¡cómo me dolió! Me apretó
justo la uña encarnada.
    Bueno, claro que no decidí matarla sólo por eso,
pero la seguí hasta la calle para insultarla a ella y
al mequetrefe que tenía por cliente, y al
aproximarme logré verle bien la cara… y ahí fue
que me vinieron unas ganas bárbaras de cortarle su
grueso pescuezo. ¿Quieres saber por qué?
-No me lo puedo imaginar, dígamelo mister.
-Pues porque la cretina era idéntica a mi tía
Etelvina. La muy zorra de mi tía que me hacía la
vida imposible cuando yo era chico. La vieja hace
años que está muerta. De niño siempre quise
vengarme de ella, pero se murió antes que yo
llegase a ser adulto. Y ahora, al verle el rostro bajo
la luz de aquella farola a gas a Martha Tabram,
supe que mi tía se había reencarnado en ella.
   Esa fue la primera vez que lo hice. Treinta y
nueve tajos le pegué. Tuve que darle tantos para
liquidarla porque el puñal lo llevaba desafilado.
Después de esa vez siempre voy preparado y llevo al
menos un par de cuchillos bien afiladitos, ja, ja.
-Y a las demás mujeres, ¿también las asesinó porque
se parecían a su tía?
-No te hagas el chistoso Boby…Las maté porque le
agarré el gustito a la sangre, ja, ja. Además, con lo
idiota que es nuestra policía de seguro que jamás
me van a atrapar.
-No tengo el gusto de compartir su mala opinión
sobre la policía de Londres.
-¡Y tú que sabes de eso infeliz!-, como ya hemos
dicho, al criminal no le agradaba que lo
contradijeran –aquí en Inglaterra todos los policías
son idiotas ¿me oyes? Y dicho sea de paso: ¿para
cuándo el whisky?
-Disculpe mister, mi compañero demora porque fue
hasta la bodega para traer una botella de whisky
acorde a la altura de un distinguido visitante como
usted.
-Bueno, pero que no tarde. Me muero de ganas por
beber un buen trago. Como te venía contando, una
vez que uno le agarra la mano a esto de cortar
cuellos y destripar ya no se puede parar- hizo una
interrupción teatral, para asustar a su interlocutor, y
remató:
    - Y esta misma noche, una vez que salga de esta
taberna, pienso liquidar a un par de prostitutas más,
por lo menos.
     Se quedó aguardando el efecto que surtían sus
amenazas. El tipo a esta altura debe haberse hecho
encima de los pantalones, ja, ja, supuso, mientras
saboreaba la agradable sensación de causar miedo.
    Sin embargo, un nuevo comentario de “Boby” lo
volvió a sacar de sus casillas.
-Como ya le dije, pienso que la policía de aquí no es
tan tonta como usted cree. Es más, me parece que su
carrera criminal ha terminado, y que ya no podrá
asesinar a ninguna mujer más- le retrucó con
inesperada serenidad el otro.
-Claro que seguiré despanzurrando prostitutas a
diestra y siniestra. ¡No dejaré de matarlas hasta que
me harte!- bramó el homicida múltiple.
   ¿Quién se piensa este desgraciado qué es? se
dijo. Donde me siga llevando la contraria abriré mi
maletín, tomaré uno de mis cuchillos y le rebanaré
el cuello. Lástima que no puedo verlo con esta
maldita oscuridad…
    Pero antes de que pudiera ejecutar movimiento
alguno escuchó a su oponente repetir:
-Le aseguro que su carrera criminal ha terminado y
que ya no volverá a lastimar a nadie más- el timbre
del otro sonaba curiosamente muy seguro.
    Tanta rabia le provocó esa afirmación y el tono
con que la misma fue dicha que, por instinto, Jack
adelantó sus manos con ambos puños crispados
amenazando hacia las sombras, hacia donde
provenía la voz de aquel impertinente fastidioso.
-¿Cómo te atreves a decirme que ya no podré volver
a matar a quién a mí se me antoje?- rugió
totalmente fuera de sí el Destripador.
-Porque usted no se encuentra dentro de una
taberna. ¡Estas son las oficinas de la jefatura de
policía de Scotland Yard! – le espetó secamente el
agente, al tiempo que cerraba un par esposas en
torno a las muñecas del atónito asesino en serie.
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La verdadera historia de Jack el destripador

  • 1. LA VERDADERA HISTORIA DE JACK EL DESTRIPADOR Un cuento “escalofriante” escrito por Gabriel Pombo
  • 3. Aquel otoño de 1888 había sido espantoso para los habitantes de Londres. Y no porque la niebla y el frío resultasen más agobiantes que de costumbre, pues al mal clima los ciudadanos británicos estaban acostumbrados. Lo que llenaba de terror a la población inglesa consistía en unos sucesos mucho más macabros. No era para menos: desde aquel mes de agosto los periódicos no paraban de informar que en los barrios bajos del este de la capital -sobre todo en el maltrecho distrito de Whitechapel- un maníaco venía asesinando a mujeres de vida alegre. Los crímenes tuvieron su inicio en la noche del 7 de agosto cuando Martha Tabram murió violentamente, tras recibir treinta y nueve puñaladas. A esa desdichada la acompañaron en fatídico destino Mary Ann Nichols el 31 de agosto, Annie Chapman el 8 de septiembre, Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, ambas durante la madrugada del 30 de ese mes y -después de una engañosa interrupción- la joven y bella Mary Jane Kelly el 9 de noviembre.
  • 4. Algunas de las víctimas de Jack el Destripador Con cada nuevo homicidio el ejecutor se tornaba más feroz y más convencido de que nunca lo iban a detener. La espantosa lista de víctimas, lejos de concluir proseguía agrandándose, y la policía británica –la famosa Scotland Yard- se mostraba impotente para capturar al sádico delincuente. Por si fuera poco, esa tarde se volvió de golpe inesperadamente sombría: una falla en el sistema de farolas a gas, que por entonces iluminaba a la Inglaterra gobernada por la reina Victoria, sumergió a los londinenses en la más tétrica de las penumbras.
  • 5. La reina Victoria era monarca de los ingleses en 1888 Aquel atardecer, el asesino que la prensa bautizaba con el alias de “Jack el Destripador” estaba decidido a atacar de nuevo. Se vistió muy despacio con elegantes ropas oscuras: pantalón, camisa, saco negro, y corbatín de seda gris. Por último, tras echar encima de sus hombros una amplia capa, se cubrió la testa con su sombrero de copa favorito.
  • 6. Salió de su residencia con paso firme, casi presuroso, sin olvidar llevar consigo el maletín de cuero -similar al que utilizaban los médicos de esa época- en cuyo interior escondía un juego de cuchillos de recia empuñadura que, con mucho esmero, acaba de afilar. Una vez que avanzaba sobre las adoquinadas calles llamó su atención la cerrada oscuridad que inundaba todo a su alrededor, aunque aún faltaba bastante para que cayera la noche. ¡Maldito apagón!- se dijo contrariado. Esperaba que la ausencia de luz no perjudicara el trabajo en las tabernas. Allí era donde solía ir a beber unas copas, y desde las barras de esos antros escudriñaba a las prostitutas. “Taberna en Whitechapel”, pintura de Gustave Doré
  • 7. Cuando las mujeres se marchaban con algún cliente las acechaba sigilosamente, y aguardaba que el ocasional compañero de aquellas se retirase. Instantes después, por sorpresa, sin darles tiempo a oponerle la menor resistencia, se abalanzaba sobre ellas y les cercenaba la garganta. Esta noche no sería la excepción- pensó, y una cruel sonrisa se dibujó en su rostro. Sin embargo, esa vez Jack, quien usualmente apenas bebía alcohol, precisaba un trago de whisky. No lo necesitaba a fin de infundirse coraje antes de matar, pues para él la vida humana nada significaba. Deseaba ingerir una generosa ración de licor antes de ponerse a conversar con un extraño al cual contarle las ideas que pasaban por su cabeza. Quería jactarse de sus tristes hazañas, y anunciar a otros las maldades que, en un futuro cercano, planeaba cometer. -Uno será muy asesino, pero es un ser humano al fin y al cabo- se dijo. La ocasión le venía de perillas porque no se veía nada a causa del apagón, por lo cual nadie lo iría a reconocer ni podría, por ende, denunciarlo. Llegaría a una taberna, pediría al cantinero que le sirviera un trago, y hallaría a algún parroquiano a quién hacer partícipe de sus confidencias y, de paso, pegar un gran susto. Caminó y caminó, hasta advertir unas luces muy tenues cuyo reflejo le permitió vislumbrar una entrada. Una taberna abierta y oscura, sin duda.
  • 8. Ingresó, y enseguida oyó el parloteo de varias personas dialogando. Voces masculinas todas ellas, ninguna voz femenina alcanzó a percibir. Tal cosa era normal porque a esa hora tan temprana las mujeres de vida alegre aún no comenzaban su labor. Sólo había hombres: marineros, oficinistas aburridos, y obreros que cansados de su jornada en las fábricas acudían a las cantinas para relajarse bebiendo licor. Tropezó en medio de la penumbra con una silla sobre la cual se sentó, al tiempo que se quitaba su sombrero de copa. -¡Boby! - llamó con voz autoritaria. Cuando no conocía al tabernero nunca le fallaba requerir ser atendido por algún empleado que se llamara Boby, dado que el diminutivo de Robert era muy común en la Inglaterra victoriana. No fue diferente esta vez, y de inmediato escuchó el rumor de unos pasos aproximarse. -¿Qué se le ofrece mister? -Pues que me sirvan una jarra de cerveza. ¡No!, mejor sírveme un vaso de whisky. Escocés por supuesto. Esta noche tengo muchas ganas de hablar con alguien, y beberme un whisky será un buen comienzo– hizo una pausa mientras procuraba distinguir entre las sombras las facciones de su interlocutor.
  • 9. -En realidad mister no creo que aquí podamos ayudarlo. Si usted busca con quien hablar deberá dirigirse a otro sitio- fue la fría respuesta. Jack hirvió en cólera. Era hombre de pocas pulgas al cual le disgustaba que lo contradijesen. -Claro que me servirás cantinerito de cuarta- rugió con mal humor- me traerás el trago que te ordeno y me escucharás muy atento, te guste o no. –realizó un paréntesis a fin de dar más énfasis a sus amenazas - ¿Sabes con quien estás tratando, mocito? Pues nada menos que con el tipo al cual todos llaman Jack el Destripador. No necesito aclararte porqué me apodan así, ¿no crees? Las rudas palabras del criminal parecieron surtir efecto. El sujeto anónimo pareció tragar saliva, y cambiando de tono le dijo respetuosamente: -Disculpe usted, con esta tremenda oscuridad uno no puede saber con quién está tratando. Claro que haremos todo lo posible por servirlo- repuso, y con un rápido gesto de su mano llamó a un compañero. Cuando unos pasos se aproximaron, Jack oyó que el primero le decía al otro: -El señor es Jack el Destripador, nos hace el honor de visitarnos. Ve a la trastienda en busca de una botella de scotch, de la máxima calidad. Más calmado, al comprobar que sus órdenes eran obedecidas, el delincuente prosiguió: -Bien muchacho, así está mejor… Bueno, como te decía, no sé por qué razón, pero mientras caminaba rumbo a esta cantina me vinieron unas enormes
  • 10. ganas de hablar con alguien, con un desconocido. Y ahora que te has puesto amable creo que te elegiré a ti para hacerte algunas confesiones… Jack pudo sentir que la respiración de su anónimo oyente se tornaba más pesada… Este pobre cantinerito debe estar muerto de miedo, ja, ja - pensó, y esa idea lo puso de ánimo alegre. Siempre resultaba bueno sentirse distendido en aquellas noches cuando se aprestaba a salir a “trabajar” provisto de sus filosos cuchillos. Consideraba cosa positiva la adrenalina que le corría al oír los gritos de sus víctimas, y mientras emprendía la huída por las estrechas callejuelas burlando a los estúpidos policías. No obstante, sabía que soportar mucho stress era malo para su salud -Lo escucharé con toda la atención que usted se merece- respondió suavemente el otro. -Bien Boby, te contaré por qué maté a la primera. A esa gorda fea, la cual -al día siguiente leyendo los periódicos- supe que se llamaba Martha Tabram. Yo estaba en la taberna “Angel Azul”, y me aprontaba para retirarme, cuando esa mujer iba saliendo del brazo con un guardia de la Torre de Londres. Un muchachito que -se veía a la legua- estaba gozando de su día franco, y al cual no se le ocurrió mejor cosa que gastarse la paga con una apestosa como esa. ¿Sabes? La muy furcia estaba borracha y al pasar me dio un pisotón. Sé que lo hizo sin querer;
  • 11. pero, ¡por mil diablos!, ¡cómo me dolió! Me apretó justo la uña encarnada. Bueno, claro que no decidí matarla sólo por eso, pero la seguí hasta la calle para insultarla a ella y al mequetrefe que tenía por cliente, y al aproximarme logré verle bien la cara… y ahí fue que me vinieron unas ganas bárbaras de cortarle su grueso pescuezo. ¿Quieres saber por qué? -No me lo puedo imaginar, dígamelo mister. -Pues porque la cretina era idéntica a mi tía Etelvina. La muy zorra de mi tía que me hacía la vida imposible cuando yo era chico. La vieja hace años que está muerta. De niño siempre quise vengarme de ella, pero se murió antes que yo llegase a ser adulto. Y ahora, al verle el rostro bajo la luz de aquella farola a gas a Martha Tabram, supe que mi tía se había reencarnado en ella. Esa fue la primera vez que lo hice. Treinta y nueve tajos le pegué. Tuve que darle tantos para liquidarla porque el puñal lo llevaba desafilado. Después de esa vez siempre voy preparado y llevo al menos un par de cuchillos bien afiladitos, ja, ja. -Y a las demás mujeres, ¿también las asesinó porque se parecían a su tía? -No te hagas el chistoso Boby…Las maté porque le agarré el gustito a la sangre, ja, ja. Además, con lo idiota que es nuestra policía de seguro que jamás me van a atrapar. -No tengo el gusto de compartir su mala opinión sobre la policía de Londres.
  • 12. -¡Y tú que sabes de eso infeliz!-, como ya hemos dicho, al criminal no le agradaba que lo contradijeran –aquí en Inglaterra todos los policías son idiotas ¿me oyes? Y dicho sea de paso: ¿para cuándo el whisky? -Disculpe mister, mi compañero demora porque fue hasta la bodega para traer una botella de whisky acorde a la altura de un distinguido visitante como usted. -Bueno, pero que no tarde. Me muero de ganas por beber un buen trago. Como te venía contando, una vez que uno le agarra la mano a esto de cortar cuellos y destripar ya no se puede parar- hizo una interrupción teatral, para asustar a su interlocutor, y remató: - Y esta misma noche, una vez que salga de esta taberna, pienso liquidar a un par de prostitutas más, por lo menos. Se quedó aguardando el efecto que surtían sus amenazas. El tipo a esta altura debe haberse hecho encima de los pantalones, ja, ja, supuso, mientras saboreaba la agradable sensación de causar miedo. Sin embargo, un nuevo comentario de “Boby” lo volvió a sacar de sus casillas. -Como ya le dije, pienso que la policía de aquí no es tan tonta como usted cree. Es más, me parece que su carrera criminal ha terminado, y que ya no podrá
  • 13. asesinar a ninguna mujer más- le retrucó con inesperada serenidad el otro. -Claro que seguiré despanzurrando prostitutas a diestra y siniestra. ¡No dejaré de matarlas hasta que me harte!- bramó el homicida múltiple. ¿Quién se piensa este desgraciado qué es? se dijo. Donde me siga llevando la contraria abriré mi maletín, tomaré uno de mis cuchillos y le rebanaré el cuello. Lástima que no puedo verlo con esta maldita oscuridad… Pero antes de que pudiera ejecutar movimiento alguno escuchó a su oponente repetir: -Le aseguro que su carrera criminal ha terminado y que ya no volverá a lastimar a nadie más- el timbre del otro sonaba curiosamente muy seguro. Tanta rabia le provocó esa afirmación y el tono con que la misma fue dicha que, por instinto, Jack adelantó sus manos con ambos puños crispados amenazando hacia las sombras, hacia donde provenía la voz de aquel impertinente fastidioso. -¿Cómo te atreves a decirme que ya no podré volver a matar a quién a mí se me antoje?- rugió totalmente fuera de sí el Destripador. -Porque usted no se encuentra dentro de una taberna. ¡Estas son las oficinas de la jefatura de policía de Scotland Yard! – le espetó secamente el agente, al tiempo que cerraba un par esposas en torno a las muñecas del atónito asesino en serie.
  • 14. Cuerpo de policía británica de los tiempos de Jack el Destripador ----------------------------------