1. Arzobispado de Arequipa
Domingo 10
de julio
de 2016
EL MAESTRO Y LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
La semana que termina hemos celebrado el Día del
Maestro. Ser maestro es una vocación altísima, una
llamada a dedicar la propia vida a colaborar con los
padres de familia en la educación de sus hijos. La
vocación del maestro, por tanto, antes que nada es
una vocación de colaboración. La primera
responsabilidad en la educación de los hijos recae
en los padres. Ellos no sólo tienen el deber de
mantener a sus hijos sino también de brindarles una
adecuada educación en todas las dimensiones de su
ser humano. Los profesores, sea en la escuela o en
los centros de formación superior, colaboran con
los padres de familia en esta importantísima
responsabilidad.
El verbo “educar” deriva de los términos latinos “e-
ducere” y “e-ducare” que, en su conjunto, hacen
referencia a la acción de suministrar los medios que
hagan posible que aflore lo mejor que la persona
puede dar de sí misma y, en consecuencia, la
conduzcan a su pleno desarrollo. La educación, por
tanto, no consiste sólo en transmitir conocimientos
sino en formar personas. Incluye la tarea de educar
la voluntad y promover el uso responsable de la
libertad, lo cual se logra fomentando el desarrollo
de hábitos buenos, el deseo de hacer el bien y el
espíritu de servicio orientado al bien común de la
sociedad. Así entendida, la educación es un
proceso que requiere de paciencia y para el cual no
basta la velocidad digital en la que el mundo de hoy
se está habituando a vivir. Educar implica que los
padres y maestros dediquemos nuestro tiempo a las
jóvenes generaciones. Educar no significa imponer
puntos de vista o comportamientos
predeterminados. Significa, más bien, hacer
posible que el niño y el joven descubran la verdad,
la bondad y la belleza de Dios, del prójimo, de sí
mismo y de todo lo creado, de modo que se sientan
atraídos por ellas y en ellas fundamenten su
personalidad y su vocación concreta en este
mundo. La mejor educación, entonces, es la que se
hace a través del diálogo, para lo cual hace falta
comprender la cosmovisión, el lenguaje y la
sensibilidaddelasnuevasgeneraciones.
A través de una buena educación se consigue que
brote lo mejor que el educando tiene dentro de sí.Y
lo mejor que cada hombre tiene en su interior, en lo
más íntimo de sí mismo, es la imagen y semejanza
de Dios. En consecuencia, la tarea de los padres y
maestros consiste en hacer que, poco a poco, en la
medida en que los niños van creciendo, los
adolescentes van madurando y los jóvenes van
alcanzando la edad adulta, la imagen de Dios pueda
verse cada vez con mayor nitidez en ellos a través
de sus actitudes, su forma de pensar, su forma de
comprender el mundo, comprenderse a sí mismos y
a los demás, comprender la creación y comprender
al mismo Dios. Con esa finalidad, como hace poco
nos lo ha recordado el Papa Francisco, las escuelas
católicas pueden ser de vital ayuda para los padres
en la formación de sus hijos, haciendo que estos
lleguen a ser “adultos maduros que pueden ver el
mundo a través de la mirada de Jesús y comprender
la vida como una llamada a servir a Dios” (Amoris
laetitia, 279). Sin embargo, como no todos los
niños y jóvenes pueden formarse en un centro
educativo católico, es preciso que los profesores
católicos, aun cuando enseñen en colegios
privados o del Estado, tengan siempre como
modelo a Jesús, el Maestro por excelencia y se
inspiren en su divina pedagogía que, al mismo
tiempo que nos enseña el camino del bien y la
verdad, sabe tenernos paciencia cuando nos
alejamos de ese camino, y perdonarnos y
animarnos a recomenzar cuando, después de
darnos cuenta que nos hemos equivocado,
volvemosaél.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
LA ColumnA
De Mons. Javier Del Río Alba