“Puerta de la Sirena”
Castillo de Santiago (siglo XV)
Foto: Óscar Franco
En la imagen aparece la Puerta de la Sirena, portada monumen-
tal del Castillo de Santiago; es de destacar el elemento mítico (la
sirena de doble cola) que pertenece al imaginario simbólico de la
Casa Ducal de Medina Sidonia, el hada Melusina, un ser mítico de
naturaleza acuática que presidía –amparando bajo sus brazos los
escudos de la Casa Ducal- el acceso al interior del castillo y cuya
mirada apuntaba hacia el exterior del mismo, hacia la ribera, hacia
la orilla del Guadalquivir en su desembocadura, precisamente ha-
cia esa misma ribera que vería hacerse a la mar a los barcos de la
Expedición Magallanes-Elcano. Es un elemento característico del
Patrimonio Histórico y Artístico de Sanlúcar de Barrameda, repre-
sentativo del contexto cultural y cronológico (la transición de los
siglos XV a XVI) al que pertenece el horizonte de los grandes via-
jes oceánicos en el que se inserta la I Vuelta al Mundo (1519-1522).
In Medio Orbe
Sanlúcar de Barrameda y la I Vuelta al Mundo
Actas del I Congreso Internacional sobre la I Vuelta al Mundo,
celebrado en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)
los días 26 y 27 de septiembre de 2016
J O S É S A N T I A G O M I R A N D A // 209
A
PRIMER VIAJE EN TORNO DEL
GLOBO, DE ANTONIO PIGAFETTA Y
MAGALLANES, DE STEFAN ZWEIG:
Correlaciones y divergencias
José Santiago Miranda1
vanzar en el análisis de cómo en estas
dos obras referidas a la circunnavega-
ción se plantean los acontecimientos ha
supuesto para mí, diciéndolo en sentido meta-
fórico, el navegar yo también en este viaje, pero
por dos rutas, a veces coincidentes, a veces para-
lelas y a veces divergentes; incluso diría yo que
por tres rutas, si le añadimos las consideracio-
nes personales mías sobre diferentes episodios
de ambas narraciones de la singladura.
Antonio Pigafetta o de Pigafetta (1480-1534),
caballero veneciano, nacido en Vicenza, geógra-
fo y con bastantes conocimientos astronómicos,
gran viajero, nos cuenta el periplo de la primera
circunnavegación. Él es el viajero observador,
el que quiso conocer “en vivo y en directo” los
lugares y circunstancias de aquello tan fascinan-
te para él y de lo que tanto había oído hablar
a viajeros que estuvieron en las tierras descu-
biertas en esa impresionante -por extensa y por
significativa para la Historia de la Humanidad-
expansión del hasta entonces mundo conocido.
Él logró, por influencia de Francesco Chieregati,
nuncio apostólico del Papa en España y protec-
tor suyo, una recomendación del Emperador
Carlos V ante Magallanes para embarcarse en
la expedición. Y lo hizo como sobresaliente en
la nao capitana, la Trinidad.
Además de verlo y vivirlo, Pigafetta nos lo cuen-
ta. Nos lo deja por escrito, para la posteridad. Su
obra es una mezcla de descripción y narración en
dosis diferentes, predominando casi siempre lo
primero, pero más insistentemente en lo referido
a las pautas de navegación y en algunos casos,
sólo, a personas aborígenes, a animales, al paisa-
je, a la naturaleza, y escasamente en lo referente a
carácter y comportamiento de personas.
La estructura del escrito que conocemos, Pri-
mer viaje en torno del globo terráqueo. Noticias
del Nuevo Mundo, escritas por Antonio Piga-
fetta2
cuyo original no se conserva, es la de una
especie de diario personal que recoge sólo en
fechas significativas para el evento lo más des-
tacado del mismo, desde la salida de Sevilla, 10
de agosto de 1519 y de Sanlúcar de Barrameda,
el 20 de septiembre de 1519, hasta la llegada a
Sanlúcar y Sevilla, 6 y 8 de septiembre, respecti-
vamente, de 1522.
1
Historiador.
2
Para este artículo se usa fundamente la publicación editada por Miraguano Ediciones y Ediciones Polifemo titulada La
primera vuelta al mundo (Madrid, 2012). La edición recoge, además de esta obra de Pigafetta, otros escritos relacionados
con el viaje, como la carta de Juan Sebastián Elcano al Emperador Carlos, la carta que Maximiliano Transilvano, secretario
de Carlos I, envió a Mateo Lang, Arzobispo de Salzburgo, algunas relaciones de navegación y otros documentos.
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En forma a veces de epopeya, con naufra-
gios, tempestades o aparición de presagios como
el Fuego de San Telmo, se convierten a los acon-
tecimientos sobrenaturales en manifestaciones
de la voluntad divina. A Fernando de Maga-
llanes se le presenta como el héroe de la obra,
siguiendo los cánones de la literatura caballeres-
ca; sin embargo, a Juan Sebastián Elcano, quien,
tras la muerte de Magallanes y la destitución de
Carvalho se haría cargo de la expedición en la
salida de las Molucas, no lo menciona una sola
vez. Debió contar en todo momento con la con-
fianza de los sucesivos capitanes, que lo envia-
ban como embajador ante los distintos reyezue-
los. Dejó para los biólogos todo un legado de
los animales marinos, terrestres y volátiles que
fueron encontrando a lo largo del viaje, para los
geógrafos un sinfín de topónimos localizados
y para los historiadores un gran repertorio de
pueblos, culturas y hechos. Para los filólogos y
lingüistas, unas relaciones de palabras indíge-
nas, las primeras conocidas en Europa, extenso
repertorio léxico de pueblos conocidos en las
arribadas a las costas brasileñas, patagónicas,
filipinas, indonesias…
De entre los textos que se conservan sobre el
viaje que culminó con la primera vuelta al mun-
do, la obra escrita por Antonio Pigafetta es la
más extensa y más detallada y la que abarca la
totalidad de los sucesos acaecidos en el azaroso
viaje y, desde luego, la que ha tenido mucha más
difusión editorial que las otras relaciones que se
conocen.
De la obra de Pigafetta se han perdido o no se
han identificado varios textos relacionados con
el viaje:
- El libro, escrito de su mano y redactado en ita-
liano, entregado a Carlos V en Valladolid en
1522. Tampoco una copia de este texto, que
apareció en Nuremberg.
- Los extractos de su obra enviados a Isabel de
Este en 1522.
- Un Itinerario, al que alude en una carta a
Francesco Chieregati, su protector.
- Cartas y dibujos que envió al papa Clemente
VII en 1524.
Lo que se conoció de la obra de Pigafetta has-
ta el comienzo del siglo XIX fue un extracto en
francés, traducido del italiano, que es la prime-
ra obra de nuestro autor, editada en París por
Simione Colines. De fecha aproximada entre
1526 y 1535.
En 1800, Carlo Amoretti publicó una edición
en italiano de un manuscrito, que encontró en
la Biblioteca Ambrosiana de Milán, al parecer
copia de los originales manuscritos de Antonio
Pigafetta enviados al Gran Maestre de Rodas y
al Papa Clemente VII, edición que con el nom-
bre de Primo viaggio in torno al Globo Terrac-
queo… da a conocer la obra completa del autor.
Sucesivas ediciones de esta publicación de
Amoretti, con más o menos notas, sobre estos
viajes ultramarinos del siglo XVI aparecieron
en francés, italiano, castellano…, a lo largo del
S. XIX y en el XX. A partir de la traducción
francesa, el historiador chileno José Toribio
Medina realizó la primera traducción al español
publicada en 1888 incluida por él en la Colección
de documentos inéditos para la historia de Chile.
Es de destacar para el estado actual de las pu-
blicaciones en idioma castellano la traducción,
publicada en 1999, de Isabel de Riquer de la
obra en dos volúmenes en italiano de Mario Pa-
zzi, editada en Vicenza en 1994.
Stefan Zweig (1881-1942), austríaco, de fa-
milia acaudalada, de gran formación universita-
ria en Filosofía e Historia de la Literatura, fue
novelista, autor teatral, biógrafo de importantes
personajes de la Historia y de la Literatura, en-
sayista; humanista y antibelicista convencido.
En la biografía Magallanes. El hombre y su ges-
ta3
, de 1938, nos hace el relato sobre la primera
vuelta al Mundo. Su obra es la del erudito, la
del escritor bien documentado sobre el asunto
que aborda, la circunnavegación, pero aludien-
do constantemente al papel de Magallanes en
el evento, a su comportamiento a lo largo de
los episodios del mismo en los que tuvo parti-
3
Para este artículo se usa fundamente la publicación editada por Editorial Juventud, colección Z Biografías, de Libros de
Bolsillo, traducción de la obra Magellan, Der Mann Und Seine Tat, hecha por José Fernández (Barcelona, 2015).
J O S É S A N T I A G O M I R A N D A // 211
cipación: en la concepción del proyecto, en la
preparación del mismo, en el caudillaje que en
su persona impone a los demás acompañantes
independientemente de la posición social y pro-
fesional de los mismos, en su actitud de pruden-
te y estudiado distanciamiento respecto a las
personas que con él se relacionan en la travesía,
así como con los que se encuentran en las arri-
badas a tierra.
Zweig se basa -como tantos otros autores que
tratan el tema de la primera circunnavegación-
en los relatos de Pigafetta, además de en bastan-
tes otras fuentes que le aportan mucha informa-
ción al respecto; desarrolla su obra, al igual que
aquel, cronológicamente, y es un relato en terce-
ra persona. Pero el erudito versado en Historia
dedica una buena parte del comienzo del libro
a analizar y a explicar la circunstancia histórica
europea a finales del siglo XV y principios del
XVI en lo referente a la importancia y dificulta-
des, para la Europa de entonces, y más concre-
tamente para las gentes con suficiente capacidad
adquisitiva y para las que se lucraban con ello,
que tenía el aprovisionamiento de las especias
culinarias, así como las vicisitudes que conlle-
vaba el comercio de importación de las mismas.
Y -continuando con su análisis de la casuística
histórica del hecho del periplo- sitúa estas cir-
cunstancias en ese momento histórico en el que
los portugueses, primero, y los españoles han
logrado romper los límites del mundo conocido:
Vasco de Gama y otros portugueses costeando
África Occidental y doblando el cabo de Bue-
na Esperanza buscando la ruta de las especias
hacia Oriente y por parte española los viajes de
Colón y primeros descubrimientos caribeños y
continentales americanos en busca de nuevos te-
rritorios y de una ruta, hacia Occidente, que les
lleve también hasta las especias. Con ello han
abierto nuevos caminos por los que acceder al
“cogollo” de la asiática especiería sin las inter-
mediaciones, entorpecimientos y crecientes difi-
cultades de árabes y turcos.
El Pigafetta cronista de aquella navegación
obvia -como en casi toda su obra- estas expli-
caciones, esta casuística histórica, para, en su
descriptivo diario personal centrarse, estricta-
mente, sí, en la localización por coordenadas
geográficas, y con menos pormenor en el paisa-
je, en la naturaleza, la fauna y los habitantes: él
es básicamente geógrafo y astrónomo.
Si Zweig en el siglo XX, cuatro siglos después
del hecho, se basa para hacer su relato en las
fuentes documentales anteriores a él y expone
los hechos en tercera persona, Pigafetta, que
vive el día a día de los acontecimientos, escribe
mayormente en primera persona del singular y
del plural y sólo en situaciones inevitables para
la lógica narrativa lo hace en tercera persona.
Analizando ya el periplo, veremos que preo-
cupado por describir lo que en la derrota ocurre
por mar y aire -estados de la mar y atmosféri-
cos, somera referencia a cierta característica es-
pecialmente significativa de algún animal mari-
no o volátil-, Pigafetta, en toda la travesía desde
Tenerife a la bahía de Río de Janeiro, apenas
recoge datos o hechos sobre la relación personal
de Magallanes con su tripulación, pues (“¡ni que
hubiera estado durmiendo durante todo el pro-
ceso que llevó al apresamiento de Cartagena!”,
dirá Stefan Zweig), ni tan siquiera menciona el
episodio de la insubordinación ante Magallanes
de Juan de Cartagena, capitán de la nao San An-
tonio -la mayor y mejor dotada- y veedor de la
flota por nombramiento imperial, por autopro-
clamarse aquel en abanderado del general des-
acuerdo de la tripulación con el capitán general
debido a su largo, obstinado y nunca razonado
rumbo hacia el Sur, no al Suroeste, hacia las In-
dias Occidentales. Ni, consecuentemente, men-
ciona sobre este importante suceso la estrategia
llevada a cabo con premeditación, templanza y
decisión por Magallanes para la posterior de-
tención de Cartagena y su relevo del mando de
la nao San Antonio.
Zweig, documentado, además de en los es-
critos de Pigafetta en otros de diversa temáti-
ca y en variadas narraciones de los hechos, y
tomando personalmente partido al respecto, sí
nos informa de este episodio entre Cartagena
y Magallanes. Y lo hace en unos términos que
nunca aparecen en Pigafetta a la hora de decir-
nos cómo eran los tripulantes. Zweig nos trans-
mite su punto de vista, su opinión, al hacernos
el análisis del carácter y personalidad de ambos
capitanes, matizando incluso en cada caso la
casuística que les lleva a las respectivas actua-
ciones. Hace, además, un estudio psicológico de
los personajes. En los mismos términos, aunque
menos extensa e insistentemente, hará ese análi-
sis al referirse a otros protagonistas en episodios
mencionados a lo largo del periplo. Lo cual ni
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pasa por la mente de Pigafetta al relatar las vici-
situdes del viaje.
Coinciden ambos autores en extenderse bas-
tante comentando el intenso trueque entre los
navegantes y los aborígenes en las costas bra-
sileñas. Llama la atención del austríaco el que
Pigafetta abunde tanto en comentar ese trueque
-también abunda aquí en la descripción de estos
pueblos y sus costumbres-, pero Zweig echa en
falta comentarios sobre la premeditada actitud
pacífista de Magallanes con esos pueblos, hecho
que él sí expone y valora como una de las cuali-
dades de su admirado capitán general.
Una de sus principales reflexiones sobre esta
parte del viaje es la que refiere acerca de la de-
cepcionante evidencia que tienen todos de que el
mar del Plata no es el buscado y anhelado estre-
cho que da paso al mar del Sur, pero que afecta
sobre todo y más intensamente a Magallanes,
que es quien creía tener la información exacta
sobre la situación y características del paso, ba-
sado en su conocimiento (exclusivo entre toda
la tripulación) del mapa del alemán Martín Be-
haim, de noticias de marinos portugueses alu-
diendo a la existencia de ese paso -obtenidas se-
cretamente en el archivo naval real portugués- y
de mediciones astronómicas y planetarias de su
amigo Faleiro; todo ello demostrado en la reali-
dad falso, como falso su propio convencimiento
y como las afirmaciones al respecto que hizo en
diferentes instancias.
Aparte la profunda decepción por habérsele
mostrado falsos esos datos, Zweig resalta la si-
tuación comprometida de Magallanes que, sin
manifestar esta situación decepcionante ante
nadie, pero empecinado en encontrar ese paso
que debe existir por aquellas latitudes -aunque
no sepa dónde-, tiene que dar la orden de se-
guir rumbo al Sur, en unas latitudes cada vez
más inhóspitas climáticamente, navegando con
dificultades enormes, escudriñando cada vez
más desesperanzadamente bahía tras bahía en
busca de la posible salida hacia el oeste que les
lleve al mar del Sur y también en un clima de
creciente descontento por una gran parte de la
tripulación debido a la tardanza en encontrar el
paso y por las -cada vez mayores- penalidades
que afrontan en dos meses que transcurrieron
de lucha contra los elementos desde Río de la
Plata a Puerto de San Julián, para avanzar ape-
nas quince grados de latitud Sur. Adentrándose
en el invierno austral -tan alejado de las plácidas
estancias en las costas brasileñas y de las que
suponen igualmente agradables en el clima de
las Molucas- temen razonablemente, por el co-
mienzo especialmente duro que han tenido, que
ese invierno se les haga insoportable. Y con un
destino que entienden cada vez más incierto y
más alejado de lo que se les planteó inicialmente
para embarcarse.
Pigafetta tampoco alude a esto. Se limita a co-
mentar que “costearon esta costa hacia el Polo
Antártico”, a describir unas colonias de pingüi-
nos y lobos marinos, a mencionar que sufrieron
una gran tempestad en enero de 1520 y la lle-
gada al puerto de San Julián -a finales de mar-
zo, casi a los 50 grados de latitud sur-, donde
“juzgamos” (dice en primera persona del plural)
“pasar allí la mala estación”…, ¡como si la tri-
pulación tuviera opción a marcarle la ruta y las
arribadas a un Magallanes muy celoso en dejar
claro que era él quien tomaba esas decisiones!
Además, Zweig nos sitúa al capitán general en
una encrucijada: retroceder a zonas más cálidas
hasta que llegue el verano austral y proseguir (o
no, si se negaran los suyos) de nuevo hacia el Sur
buscando su objetivo, supone para él claudicar
ante la opinión adversa de la tripulación, lo que
no entra ni por asomo en sus cálculos; o mante-
ner su criterio de esperar en sitio seguro y de fácil
aprovisionamiento el tiempo que haga falta a que
pase lo crudo de ese invierno para luego conti-
nuar con su plan. Nuestro autor austríaco ve co-
herente con la personalidad de Magallanes que
mandara “soltar áncoras” en Puerto San Julián.
Ya fondeados allí, el capitán impone -por lógica
previsión- a la tripulación un drástico y muy es-
tricto racionamiento en el suministro de alimentos.
La callada por respuesta de Magallanes al
descontento y la incertidumbre de sus tripulan-
tes determina en los primeros días de abril el
complot contra él. Al comentarnos este asunto,
no hay una divergencia de enfoque, sino una
verdadera discrepancia entre Pigafetta y Zweig.
El primero califica directamente, sin más con-
templaciones, de traidores a los capitanes que
lo conciben. Zweig, al contrario, estima que los
conjurados Cartagena, veedor, Mendoza, teso-
rero, Coca, contador, y Quesada, el cuarto ca-
pitán implicado, todos con nombramiento del
rey (aún no era emperador) para el cargo, se
J O S É S A N T I A G O M I R A N D A // 213
sienten con la responsabilidad y la obligación de
cumplir su compromiso con el rey de España:
asegurar la supervivencia de las tripulaciones (a
estas alturas tan malparadas) y la conservación
de los bienes (los barcos y su cargamento); y,
por ende, se sienten con el derecho de pedirle
al tozudo, reservado y taciturno capitán general
cuenta exacta de sus propósitos en lo sucesivo,
lo que Zweig considera que no es por orgullo o
vanidad, sino por imperativo del deber.
“La culpa de esta situación peligrosa -conclu-
ye Zweig- recae más bien en Magallanes que en
los capitanes”, para los que no admite el califi-
cativo de indómitos y traidores que les dan al-
gunos, no poco influenciados, seguramente, por
las versiones antiespañolas de la Leyenda Ne-
gra, surgidas a mediados del s. XVI (posteriores
a las crónicas de Pigafetta), de cuya influencia
en la Europa moderna, incluso contemporánea,
no se libra totalmente Zweig, según se trasluce
en algunos planteamientos de su obra.
Aparte la discrepancia aludida antes, hay otra
divergencia, y grande, entre nuestros dos auto-
res en la forma, la extensión y los datos sobre el
complot: Pigafetta en diez líneas menciona sólo
que lo traman cuatro capitanes traidores, da sus
nombres y cargos y concluye citando el fracaso
y el castigo para los instigadores, con errores,
inexplicables por haber vivido los hechos, sobre
el impuesto a algunos de ellos.
Zweig, siguiendo en la línea de su analítico
y documentado relato, nos comenta detallada y
extensamente en quince páginas los pormeno-
res y objetivos del plan, su puesta en marcha,
exitosa al principio, y la reacción, en la línea
valiente, calculada fríamente para las acciones
decisivas y decidida y rápida en su ejecución, de
Magallanes, quien -en un alarde de esas cuali-
dades para la respuesta que tanto admira en él
Zweig- intuye un signo de debilidad en las pa-
labras de “suplica” del escrito que le envían los
amotinados pidiéndole que cambie su actitud en
el futuro; su debilidad está en la indecisión, pese
a su superioridad en todos los sentidos.
Continúa analizando lo que él considera los
presupuestos psicológicos y los razonamientos
íntimos de Magallanes a la hora de realizar la
represión y castigo a los conjurados, justifican-
do Zweig la prudencia de cada una de las deci-
siones al respecto.
Para todo este tiempo y estas circunstancias,
-aparte la citada breve mención al complot- en
el viajero observador Pigafetta encontraremos la
descripción -bastante profusa, eso sí, seis pági-
nas- de los escasos habitantes de esas latitudes,
los patagones, comentando su enorme estatura,
aspecto impresionante, vestimenta a base de un
simple manto de pieles, arma casi única el arco
de madera y flechas de madera y pedernal, cos-
tumbres alimenticias y curativas muy simples,
supervivencia depredadora nómada y rituales
chamánicos. Asímismo comenta las relaciones
de los españoles con ellos: intercambios a true-
que típicos entre pueblos primitivos y navegan-
tes con baratijas e instrumentos para aquellos de
los más atrayente; y los intentos de los españoles
de aprisionar a algunos y traerlos -lo que devino
en fallido empeño- a España, para cumplir la
obligación impuesta por el gobierno y la Casa
de Contratación de traer a la vuelta ejemplares
nuevos, y desconocidos aquí, de plantas, anima-
les y seres humanos
Nos menciona también Pigafetta el naufragio
del navío Santiago, enviado por su ágil navega-
ción hacia el Sur a explorar esas costas y la la-
boriosa recuperación de todos sus tripulantes y
de buena parte de su cargamento. Al respecto,
comenta Zweig, resumidamente, las relaciones
con los patagones y lo que supuso la pérdida del
Santiago.
Cinco meses transcurren antes de zarpar de
Puerto San Julián el veinticuatro de agosto de
1520 y dos meses más para ir sólo de los 50
a los 52 grados de latitud sur, entre tormentas,
vientos huracanados y paradas de aprovisiona-
miento, hasta que el veintiuno de octubre, tras
los trece meses -resalta Zweig- de penalidades,
rebelión y complot, pérdida de un navío, de tres
capitanes, etc., sin lograr el resultado apetecido,
siete meses insoportables, hasta embocar en el
cabo de las Vírgenes, el que no sabían sería la
entrada al ansiado estrecho.
Respecto a lo ocurrido en la travesía del mis-
mo, hecho crucial en el viaje, aunque no el ob-
jetivo final en sí mismo, Pigafetta nos comenta,
concisamente, la marcha exploratoria de los
barcos por el estrecho en sus diferentes tramos
-estrechos, bahías y bifurcaciones-, la escapada
hacia la mitad del mismo y vuelta de regreso a
España de la nao mayor y mejor equipada, la San
Antonio, al mando de Estebao Gomes que “con-
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certado con otros españoles de la tripulación”
habían depuesto y apresado al capitán Álvaro de
Mesquita. Termina comentando la explosión ge-
neral de alegría -y hasta de llanto en Magallanes-
que les produjo el saberse ya al otro extremo del
paso, en Cabo Deseado, frente al Pacífico.
Zweig, como siempre más explicativo, sitúa el
paso del estrecho en la tesitura de una tripula-
ción totalmente desesperanzada que se encuen-
tra en una inhospitalaria bahía patagónica más,
ante la orden del capitán de iniciar su explora-
ción, hacia el oeste con las naos San Antonio y
Concepción y con las otras dos por el exterior.
Se detiene Zweig en comentar lo que les supone
a éstas últimas otra gran tempestad: soportar su
rigor junto con la incertidumbre y mal presagio
de que las del interior pueden haber naufraga-
do y con ello imposibilitar la continuación de la
empresa. No menos detalladamente nos descri-
be la emoción que embarga a todos -y de la que
él parece que participa- por el regreso sanos y
salvos de los que partieron hacia el oeste y la
culminación de esa alegría con la noticia de que
el estrecho puede ser, según todos los indicios, el
que comunica el Atlántico con el Pacífico.
Se detiene asimismo Zweig describiéndonos
de una forma muy sugestiva lo que debió supo-
nerles el paso del tan solitario, siniestro a veces
y muy complicado y peligroso estrecho –“terror
de los navegantes” para la posteridad. Pero re-
cobrando, a medida que avanzaban, la esperan-
za de conseguir el logro de alcanzar una ilusión
tanto tiempo y tantas veces frustrada. Tampoco
ahorra Zweig elogios al capitán que, con unas
naves tan precarias, pero con las más altas dosis
de pericia y prudencia lo logró sin perder por un
fallo suyo ningún barco.
Pigafetta obvia mencionar la conversación
de Magallanes con los otros capitanes, media-
da esa travesía, sobre la conveniencia de volver
a España con el logro del hallazgo del paso, o
seguir hasta la prometida meta de las islas de
las Especias. Este hecho sí lo recoge Zweig y,
además, discrepa de la opinión de Pigafetta so-
bre el comportamiento de Gomes basándose en
el razonamiento que en dicha conversación éste
hace a Magallanes de volver a España (lo que de
hecho realizaría en la nao San Antonio a mitad
de la travesía). Para Pigafetta este regreso obe-
dece al odio y venganza de Gomes hacia Ma-
gallanes porque a él le negaron en España una
expedición que éste sí consiguió al presentar su
proyecto de circunnavegación. Zweig es procli-
ve a defender la razonada opinión de Gomes de
volver a España y, con una mejor armada y co-
nociendo ya la ruta segura, hacer la anhelada
expedición a las Especias por el Oeste.
Tampoco menciona Pigafetta -sí lo hace
Zweig- una segunda conversación de Magalla-
nes, ya cerca de Cabo Deseado, con sus otros
dos capitanes y pilotos en la que, en otro alarde
de prudente y previsora estrategia, les pide por
escrito una razonada opinión sobre si en la pre-
caria tesitura de escasez de medios y del incierto
destino final deben continuar o no el viaje hasta
las codiciadas islas de las Especias, siendo las res-
puestas de ellos el dejar a la voluntad y exclusiva
responsabilidad de Magallanes el seguir o no.
Ya está decidido el asalto al Pacífico como vía
ineludible para llegar a la codiciada meta: las Is-
las de las Especias, las islas de la riqueza, los rei-
nos de Oriente e, infinitamente más lejos, pero
con toda seguridad, el hogar, España y la gloria.
Salen el 28 de noviembre de 1520.
La travesía del océano en aquellas condiciones
de precariedad, de incertidumbre para casi to-
dos, de hambre, enfermedad y muerte será para
Zweig una de las gestas inmortales en toda la
historia de la Humanidad. Resultan muy con-
movedoras e incluso rayanas en el patetismo las
reflexiones de éste sobre la singladura de más
de cien días a través del “infinito desierto azul”
hasta encontrar un incierto destino afable.
Pigafetta también nos habla de hambre, en-
fermedad y muertes, resaltando el hecho -que,
dado su providencialismo, atribuye a don divi-
no- de que no complicara aún más el viaje algu-
na tempestad que, en las condiciones tan lamen-
tables en que se encontraba, la tripulación no
hubiese podido afrontar.
La habitual tendencia de Pigafetta a propor-
cionar datos sobre coordenadas geográficas y
posiciones astronómicas a lo largo de la travesía
es asunto que obvia casi por completo Zweig.
El 6 de marzo, exhaustos llegan a la que lla-
maron Islas de los Ladrones. Los indígenas que
la habitan apenas han superado los modos de
vida paleolíticos: son recolectores, depredado-
res, desconocen incluso la industria lítica, por lo
que usan precarias y escasas armas como palos
J O S É S A N T I A G O M I R A N D A // 215
de puntiagudas puntas quemadas, o con puntas
de hueso o raspas duras; las flechas ni las co-
nocen, sorprendiéndose de sus efectos mortífe-
ros cuando atravesando el aire se clavan en sus
cuerpos. El topónimo que los navegantes asig-
nan a las islas se debe a que en su primitivismo
depredador suben a las naos y los despojan de
cuanto creen de utilidad para ellos.
Tanto Pigafetta como Zweig comentan este
hecho, pero mientras que el primero y la tripu-
lación lo asocian a latrocinio, Zweig destaca el
hecho de que en su primitivismo no entienden
que cualquier bien no sea de uso de la comuni-
dad, un bien a compartir. Desconocen, obvia-
mente, nos puntualiza con irónico énfasis, que
portugueses y españoles, con el beneplácito pa-
pal, inaceptable a ojos de otros europeos -con
intereses conquistadores tan similares a ellos- se
hayan repartido el mundo nuevo para su exclu-
sivo beneficio. Ambos, con mayor o menor con-
vencimiento, justifican el daño y el saqueo que
causan en la isla como acto tanto de venganza
como de necesidad de subsistencia.
Pigafetta describe con cierta profusión de da-
tos, otra vez, como en otros lugares de la trave-
sía, las formas de vida de aquellos indígenas: su
aspecto y desnudez, hábitat, utillaje, hábitos ali-
mentarios, canoas para moverse entre las islas…
Tras abandonar la de los Ladrones, días gra-
tos les esperan en las islas Filipinas. Aprovisio-
namiento abundante, variado, salutífero y muy
necesario para una tripulación tan necesitada de
recuperar la salud y el descanso, el sosiego y la
esperanza. En ponderar estos hechos coinciden
nuestros dos autores. Incluso cuando comentan
las buenas relaciones entre navegantes e indíge-
nas: buena acogida, abundante y rentable true-
que, consideraciones y agasajos que reciben de
los jefes isleños, admirada receptividad ante los
novedosos e impresionantes medios militares
y náuticos, admiración que les lleva a aceptar
unos ritos religiosos, católicos, que consideran
que también deben ser propiciatoriamente muy
superiores a los suyos.
La divergencia entre ambos en esta situación
estriba en que Pigafetta se explaya, una vez más,
en descripciones de lugares, personas, circuns-
tancias, aspecto de las mujeres jóvenes, que nos
evoca cuadros de Gauguin sobre jóvenes tahitia-
nas, etc…, de estos pueblos que podíamos situar
históricamente hablando en fase neolítica ya
avanzada, especialmente en lo referente a inter-
cambios comerciales y a tributos, mientras que
Zewig, que presta mucha menos atención a las
descripciones, sí que abunda en reflexiones sobre
lo que para Magallanes, para su misión y para la
historia de la Humanidad supone cada una de
estas situaciones: el conseguir sobrevivir a tantas
adversidades y calamidades, el saberse el primer
europeo en llegar allí, el sentimiento de esperan-
za, si no el convencimiento, de estar a punto de
conseguir llegar a las codiciadas especias, de te-
ner al alcance de la mano los privilegios que con-
certó en España sobre las tierras descubiertas:
sociales, económicos, el detentar cargos muy im-
portantes y la fama para la posteridad. Destaca
oportunamente Zewig algo que Pigafetta omite:
Enrique, el esclavo de Magallanes, se comunica
verbalmente con los naturales isleños conforme
avanzan hacia el Oeste, lo que supone que él es el
primer hombre que sí ha dado la vuelta al mun-
do al estar prácticamente en las tierras donde
nació y de donde salió como esclavo.
Divergencia también de enfoque, en cuanto a
sus posibles consecuencias, al considerar lo que,
al contarnos su caída al mar, Pigafetta narra en
primera persona como un muy desagradable ac-
cidente que pudo costarle la vida, mientras Zweig
hace la reflexión de que la Historia se hubiese
quedado sin conocer la crónica de la extraordi-
naria y singular hazaña de la circunnavegación.
Nueva coincidencia al destacar el hecho de
las conversiones de nativos al cristianismo y las
alianzas de Magallanes con sus jefes, especial-
mente con Humabon de Cebú, tan ventajosa
para éste por reforzar su autoridad y poder en-
tre los jefes y pueblos de islas próximas.
Y de nuevo el distinto enfoque: Pigafetta, pro-
lijo en describir a lo largo de quince páginas los
pormenores y el boato de los hechos; Zweig,
muy conciso en eso, profundiza reflexionando
sobre la actitud de Magallanes en ese aspecto:
no imponer, como los conquistadores y misio-
neros al uso de esa época, sino convencer para
lograrlo y dar libertad sin represalias a los no
conversos; a estas cualidades que tanto pondera
añade la convicción del capitán en lo tocante a
cumplir la palabra dada.
El 7 de abril de 1521 llegan a la isla de Zubu
(Cebú, junto a la de Mactan, el que sería el trá-
216 // P R I M E R V I A J E E N TO R N O D E L G LO B O, D E A N TO N I O P I G A F E T TA Y M AG A L L A N E S , D E ST E FA N Z W E I G
gico destino de Magallanes). Magníficas relacio-
nes con el rajá Humabon, su rey, con los nativos,
abundantísimas son las conversiones, la alianza
con este rey muy bien planteada en la línea de
Magallanes. Extensas son, más incluso que en
otros episodios, las descripciones de Pigafetta
sobre los numerosos intercambios en los que
abunda el oro, lo que satisface tanto a la tripula-
ción que Magallanes ve que ese entusiasmo por
tener oro puede devaluar el inicial aprecio de los
nativos por las baratijas, por lo que “prohibió
demostrar demasiada codicia por el oro”. Sigue
extendiéndose en descripciones sobre ceremo-
nias, creencias, costumbres, hospitalidad, supers-
ticiones -la infibulación del pene, la bendición del
cerdo antes de su sacrificio, los ritos funerarios,
etc…- que extrañan bastante a los navegantes.
Son veinte días de estancia en Zubu muy gra-
tos y satisfactorios a los efectos que interesan a
Magallanes y a la tripulación. Pero Zubu no es
el objetivo a alcanzar, sino la especiería, ni la
meta, que está en llegar a España.
Poco comprende Pigafetta el hecho de que
Magallanes plantee a algunos de sus hombres
un combate para apoyar a Humabon ante un
acto de insubordinación del rey de Mactan. Tan
solo refiere las palabras del capitán que dice “un
buen pastor nunca debe abandonar a su reba-
ño”, aludiendo así a que él es la cabeza visible y
el responsable de la alianza del gran emperador
español con los jefes nativos.
Zweig profundiza en las razones últimas de
Magallanes: éste sabe que ha de proseguir el via-
je, consciente de haber ganado para la Corona
de Castilla nuevas islas riquísimas y para Dios
innumerables almas de infieles, al tiempo que
intuye que se puede perder todo lo logrado allí
si no consigue dejar en el archipiélago un poder
central afianzado mediante el reconocimiento
de los demás jefes isleños, poder que desea os-
tente Humabon respaldado por su alianza con
el poderoso emperador español. Imagina que
Magallanes se siente en la cresta de una ola de
triunfos conseguidos hasta ahora desde que sa-
lió de España y que debe afrontar un más que
probable triunfo. Se trata, pues, de demostrar
a todos que un puñado de españoles armados
puede sofocar cualquier conato rebelde e impo-
ner la autoridad que necesita Humabon para
preservar los intereses españoles en la zona. Ve
la ocasión de demostrar el respaldo con que
cuenta este rajá con motivo de la insubordina-
ción del rajá de Mactan.
Magallanes rechaza opiniones contrarias a
esta iniciativa, de capitanes, de pilotos, del mis-
mo Pigafetta y hasta del presuntamente benefi-
ciado Humabon. Valora Zweig el hecho de que
el capitán, enemigo del derramamiento de san-
gre -antípoda en esto de otros conquistadores-,
ya iniciada por mar la operación de castigo con
sesenta de sus hombres en tres chalupas, envíe
a Enrique, su esclavo e intérprete, y a otro emi-
sario para ofrecer una honorable concordia con
acatamiento al poder superior de Humabon y,
en definitiva, del rey de España. Ante la altiva
negativa a la propuesta, no le queda ya para su
plan sino un inexcusable recurso a las armas.
Niega Zweig que el plan obedeciera a falta de
la proverbial cautela y prudencia de Magalla-
nes, sino a su deseo y convencimiento de que
en sólo una escaramuza con unos pocos de sus
hombres podía demostrar a todos el poder y el
apoyo de España.
No previó Magallanes -y así lo reconoce Zweig-
el error de cálculo que supuso para un desembarco
la barrera de arrecifes coralinos que circundaba
Mactan e impedían hacerlo en la misma playa;
tampoco previó lo oportuno que hubiera sido el
apoyo de los cientos de nativos de Zubu, con su rey
a la cabeza, que por orden del capitán permanecie-
ron embarcados, expectantes durante el combate.
Pigafetta nos describe en dos extensas páginas
la difícil situación del pequeño grupo, bien arma-
do, sí, pero moviéndose en un medio que hace
inoperante su pesado equipo y sus armas, incluso
con las lombardas por su distancia hasta la cos-
ta, ante la avalancha de miles de indígenas muy
mal armados, pero enfurecidos y envalentonados
ante la falta de una reacción eficaz de los españo-
les, lo que les costó la vida a ocho de ellos, inclu-
so la de Magallanes, muerto tras premeditado,
ensañado y múltiple acoso a su persona.
Zweig recoge literalmente frases enteras del
cronista italiano al contar este episodio, resal-
tando que este fatal desenlace para Magallanes
cerró una serie de logros triunfales, aunque no
su fama imperecedera; logros y fama que tam-
bién recoge en emocionado elogio Pigafetta.
Tres sucesos que nos narra Pigafetta, poste-
riores al combate, ya de por sí desastroso por
J O S É S A N T I A G O M I R A N D A // 217
la afrentosa derrota y muy especialmente por la
muerte de Magallanes, supondrán un quiebro
total respecto al exitoso desarrollo de los acon-
tecimientos en el último mes, marcando esos tres
sucesos un antes y un después para la singladura.
El primero sería el limitarse los españoles a
concertar con Humabon el envío de emisarios
pidiéndole al reyezuelo de Mactan -a cambio de
las mercancías que quisiera- el cuerpo de los na-
vegantes muertos en el combate, particularmente
el del capitán. Pigafetta, ante la altiva y triunfan-
te negativa del rajá, no menciona acción poste-
rior alguna de los españoles para conseguirlo, lo
que no esperaban los nativos de sus visitantes,
endiosados antes por esos mismos nativos.
El segundo lo califica Pigafetta directamente
como traición por parte de un despechado En-
rique, el intérprete, -al que muerto Magallanes
tratan prepotente y despóticamente como escla-
vo los nuevos capitanes generales elegidos, el
portugués Barbosa y el español Serrano-, junto
con el rey de Cebú, Humabon, (el Carlos con
que lo bautizó Magallanes), al que convence
aquél para apoderarse de las naves españolas y
de todo su equipamiento y mercancías median-
te una estratagema mortal para la tripulación.
Se llevó a cabo en un banquete en un palmeral
al que invitan a los dos capitanes y otros prin-
cipales, veinticuatro en total -veintinueve para
Zweig-, con el fin de entregarles un valioso re-
galo para el poderoso Carlos de España. Se sal-
van, por creer sospechoso el acto, el piloto Se-
rrano y su ayudante, que regresan a los barcos.
Una avalancha de indígenas se precipita sobre
los asistentes degollándolos por doquier.
El tercer suceso narrado por Pigafetta, las con-
secuencias del trágico desenlace de esa concer-
tada traición: incluidos los dos recientes capita-
nes generales, veintidós soldados muertos, entre
ellos los mejores pilotos y navegantes, la pérdida
del intérprete y la ignominiosa decisión de Car-
valho -que se intuye lógico sucesor en la capita-
nía- de no intentar el rescate de Serrano, que fue
asesinado a ojos de todos los embarcados, y de
abandonar de inmediato la isla de Zubu.
Zweig, a lo largo de ocho páginas, es muy
crítico con los españoles en estos tres casos.
Respecto al primero, en vez de la humillante
petición al de Mactan considera que hubiera
sido digna una operación de castigo con los
doscientos hombres restantes, de seguro éxito
y de más seguras aún consecuencias positivas
en la consideración de los indígenas hacia los
anteriormente acosados. En cambio, aquella
humillación que dejó a los muertos al albur del
jefezuelo provocó el efecto contrario en los in-
dígenas, encabezados por sus jefes, como se de-
mostró después.
En el segundo de los hechos, más que de trai-
ción lo entiende como consecuencia lógica por
esa pérdida de respeto a los españoles; a esto
le suma el despecho que siente Enrique ante el
trato vejatorio de los nuevos capitanes -tan dis-
tinto del deferente que le tuvo Magallanes; asi-
mismo el abusivo acoso sexual de los españoles
a las mujeres indígenas, ya existente viviendo
Magallanes que intentó sin éxito reducirlo, pero
agravado después de su muerte; finalmente, co-
menta, la actitud de Humabon, en el cual, a la
pérdida del miedo y el respeto se une la tentado-
ra propuesta del despechado Enrique de que con
un buen plan se puede acabar con los intrusos
y apropiarse de todas sus pertenencias. Se con-
fabulan, pues, para Zweig el desprestigio de los
soldados españoles, un odioso desprecio hacia
ellos por sus abusos, el despecho vengativo que
siente Enrique y la codicia, que con cierto fun-
damento espera ver satisfecha, del rey.
De ignominiosa acción y de flagrante humilla-
ción califica Zweig las consecuencias de lo ante-
rior, por el abandono en que dejan a Serrano al
que escuchan maldecirlos para la eternidad, y por
volver velas abandonando la isla dejando a sus
espaldas a la triunfante danza de los indígenas.
En definitiva, resalta las consecuencias de los
sucesos acaecidos entre el 27 de abril y los pri-
meros días de mayo de 1521: la insustituible
pérdida del prudente, valiente y experto capitán
Magallanes, la de los capitanes más cualifica-
dos, que también conocían aquellas aguas por
sus viajes con los portugueses, la de los mejores
pilotos, la del intérprete Enrique, tan necesario
en las relaciones con los nativos y la de un nú-
mero considerable de navegantes, siendo los que
quedan insuficientes para manejar conveniente-
mente los tres navíos que aún les quedan.
De nuevo recoge una relación de palabras el
vocabulario de estos indígenas filipinos, como
otras veces para el de otros pueblos a lo largo
del viaje. Desde la partida de Zubu (Cebú) hasta
218 // P R I M E R V I A J E E N TO R N O D E L G LO B O, D E A N TO N I O P I G A F E T TA Y M AG A L L A N E S , D E ST E FA N Z W E I G
llegar a las islas Maluco (Molucas), Pigafetta
nos relata a lo largo de dieciocho páginas lo
sucedido en algo más de seis meses. Comienza
citando el hecho de que debido a la reducción de
la tripulación no quedaban hombres suficientes
para manejar los tres navíos, y “decidimos” -en
adelante hablará muchas veces en primera per-
sona del plural- “quemar la Concepción, des-
pués de transportar a las otras dos naves todo lo
que podría ser útil”.
Sin más comentario, inmediatamente después
nos comenta con profusión de datos, en principio
sin reproche ni acritud hacia alguno de los na-
vegantes, lo que fue un indeciso navegar rumbo
a todos los puntos cardinales, perdidos en aque-
llos archipiélagos -Mindanao, Sonda, Borneo…-
parte filipinos, parte indonesios, con avances y
retrocesos, zigzagueando, sin rumbo predetermi-
nado que los llevara al objetivo de la especiería.
Sí refiere avanzando en su relato la codicia de
Carvalho -el nuevo capitán- y las decisiones que
toma éste en su exclusivo beneficio, por lo que
lo relevan del cargo, quedando Elcano como ca-
pitán en la Victoria y Gómez de Espinosa en la
Trinidad.
Sigue Pigafetta en esa línea suya de describir
profusamente, y plausible es suponer que pen-
sando siempre en dar el máximo de detalles a
su protector y benefactor, el Gran Maestre de
Rodas, al que le dedica su relato. Lo hace al co-
mentar el aspecto de los indígenas, sus costum-
bres, bodas, modos de vida, las producciones de
aquellas tierras, por recolección o por cultivo,
poblamiento, ceremonias rituales y algo que re-
pite a menudo como es el agasajo que reciben
de muchos reyezuelos de la zona, su boato, re-
laciones familiares, ámbitos de poder o influen-
cia, los variados y ventajosos intercambios de
los indígenas con nuestros navegantes. Refiere
asimismo los abundantes actos de pillaje en tie-
rra, de acoso y saqueo a juncos y otros barcos
que encuentran en la mar, los secuestros por res-
cate…, propios de piratería, aunque él nunca los
plantea como tales.
Veinte páginas dedicará después para contar-
nos lo sucedido en las isla de Tadore, Terenate y
otras islas de las mismas Molucas, como Batián,
Giailolo, Mare,…, en donde están desde el 8 de
noviembre al 21 de diciembre de 1521. Además
de repetir las consabidas descripciones sobre di-
cha estancia en la línea de lo expuesto antes, nos
destaca muy reiteradamente las relaciones con
el reyezuelo musulmán de Tadore, se extiende
en los detalles de calidades y cantidades de lo
que fue un intercambio a base de trueque muy
ventajoso, mayormente de especias (canela, cla-
vo, nuez moscada, jegibre,…) hasta llenar total-
mente la capacidad de los navíos, pero también
de víveres, oro, agua y madera para la travesía
que han de continuar hasta España.
Aquí nos informa de algunas acciones que
había propiciado el rey Manuel de Portugal
tendentes a dificultar e incluso impedir la ex-
pedición de Magallanes, según les contó el por-
tugués Lorosa, residente en las Molucas desde
hacía unos años.
Termina Pigafetta su relato en estas islas co-
mentando los problemas de la nao capitana, la
Trinidad, que por una vía de agua ilocalizable
no pudo seguir la ruta, quedándose en Tadore
con vistas a regresar, una vez reparada, hacia
el Este de las Molucas a través del Pacífico has-
ta Panamá. La Victoria, capitaneada por Juan
Sebastián Elcano, continuaría, prudentemente
algo aligerada de peso, hacia España con rumbo
al Oeste por el Índico. Unos sesenta hombres
continuarán (trece de ellos indígenas) y unos
cincuenta quedarán en tierra. Concluye Piga-
fetta estos episodios relacionando un extenso
vocabulario, el mayor entre todos los recogidos
hasta ahora, de palabras usadas en este archi-
piélago moluqués.
Zweig dedica apenas seis páginas para co-
mentar lo sucedido en casi ocho meses, desde
primeros de mayo al 21 de diciembre. Obvia
por completo el detalle de las descripciones y
el de los sucesos comentados por Pigafetta, pre-
cisamente, quizás, por lo prolijo que resulta el
relato de éste en esta parte del periplo: unas cua-
renta páginas.
Se centra Zweig en destacar la tristeza de los
marineros ante la visión de la nao “Concepción”
ardiendo y hundiéndose, dejando ya reducida la
armada a dos navíos, de los menos importantes,
y a menos de ciento veinte hombres, de aquellos
cinco barcos y casi doscientos sesenta hombres
que partieron triunfantes de Sevilla.
Resalta especialmente el hecho de la falta del
probado almirante Magallanes, con la doble
consecuencia que ello supuso. Por un lado, au-
J O S É S A N T I A G O M I R A N D A // 219
sencia del verdadero guía que los hubiera dirigi-
do al suroeste, directamente a las Molucas, en
vez de andar a tientas por el archipiélago de la
Sonda y los adyacentes durante más de medio
año; por otra parte, la ausencia de su sentido de
la disciplina, del orden y del honor, que hubie-
ran impedido el relajamiento de la disciplina y
los caprichosos pillajes, saqueos y piratería que
su lamentable sucesor en el mando, Carvalho,
permite movido por una codicia sin escrúpulos,
conducta ésta que provoca un descontento que
lleva a su sustitución en el mando.
Cita Zweig como un hecho casual el que uno
de los prisioneros conozca el rumbo a las Mo-
lucas, donde los lleva, y reflexiona sobre la la-
mentable circunstancia de que Magallanes, el
mentor, iniciador y propulsor de la expedición,
no viera ni gozara de los beneficios de aquellas
islas con las que tanto soñó.
Si Zweig no recoge las extensas descripciones
de Pigafetta sobre los acontecimientos, sí la resu-
mida crónica de Maximiliano Montalvano en su
famosa carta al arzobispo de Salzburgo, y destaca
después el afanoso y ventajoso tráfico de especias
y oro por baratijas, y, en su afán de enriquecerse,
hasta con la propia ropa trafican los navegantes.
Termina en su libro al referirse al final de este
período, reflexionando sobre lo que supuso el
no poder disponer de la “Trinidad” para con-
tinuar desde allí rumbo a España. Por un lado,
satisfacción para bastantes tripulantes por el
hecho de tener que quedarse en las Molucas,
pues ya habían manifestado anteriormente que
su deseo sería quedarse allí para siempre, ya por
evitar en las siguientes singladuras posibles pe-
nalidades como las ya vividas, ya por disfrutar
de la pródiga naturaleza y de la amabilidad de
las autoridades e indígenas moluqueños. Otra
reflexión nos hace considerando que la nave ca-
pitaneada hasta Cebú con el entusiasmo, pericia
y decisión del almirante, no pudiese continuar
el ilusionado periplo hasta España. Recordando
los sucesos de la rebelión en la bahía argentina
de San Julián, concluye al respecto resaltando
que, por esta circunstancia del caprichoso e in-
grato destino, no será el fiel Gómez de Espino-
sa quien complete la singladura hacia el Oeste,
sino que será aquel partidario de los amotina-
dos en el San Antonio, Juan Sebastián Elcano,
indulgentemente perdonado entonces por Ma-
gallanes, quien remate la gloriosa gesta de éste.
En definitiva, que el destino propiciase que no
lo hiciera quien en San Julián aseguró el triunfo
de su idea, sino el agitador que quiso poner obs-
táculo al proyecto.
El regreso a España desde las Molucas entre el
21 de diciembre de 1521 y el seis de septiembre
de 1522, en cerca de nueve meses, lo relaciona
Pigafetta en catorce páginas, dedicando once de
ellas hasta la salida de Timor luego de atravesar
hacia el Oeste los archipiélagos indonesios; sólo
dedica dos a lo recorrido desde aquí hasta las
islas de Cabo Verde atravesando el Índico hasta
bordear el sur de la costa este y una gran parte
del Atlántico por el oeste de África, y apenas una
página dedica a la llegada desde aquí a España.
El contenido de su obra para el primer tramo
consiste básicamente en extensísimas relaciones
de nombres de islas, con profusión de datos so-
bre las coordenadas geográficas para muchas de
ellas, las consabidas descripciones del aspecto
de los habitantes, las costumbres y las produc-
ciones de ellas. Aprovecha la tripulación ciertas
arribadas que se intuyen pacíficas para aprovi-
sionarse. Llama la atención al respecto el saber
cómo era de potente la cultura, la economía y la
influencia política de China por aquellas fechas
en estos ámbitos.
Hasta que el once de febrero de 1522 salen
de Timor adentrándose ya de lleno en el océano
Índico, dejan muy al norte el golfo de Bengala
y bordean la costa meridional india y la orien-
tal de Mozambique, procurando siempre evi-
tar el contacto con los portugueses por temor
a ser apresados, hasta doblar el cabo de Buena
Esperanza tras espera de varias semanas para
poder hacerlo, debido a los fuertes vientos y a
una tempestad que se lo impedía. Brillan por su
ausencia las descripciones en este tramo y en el
que recorren navegando ya hacia el Norte hasta
llegar el 9 de julio a las islas de Cabo Verde,
comentando sólo la pérdida de una veintena de
hombres por hambre y enfermedades.
Siendo Cabo Verde dominio portugués, pero
estando muy necesitados de arribar para el apro-
visionamiento, cuenta Pigafetta el preconcebido
plan de obviar su identificación como españoles
que traían entre manos el culminar la misión
que tanto trataron de impedir los portugueses.
Menciona la sorpresa que allí supuso a los
navegantes comprobar que por haber atrave-
220 // P R I M E R V I A J E E N TO R N O D E L G LO B O, D E A N TO N I O P I G A F E T TA Y M AG A L L A N E S , D E ST E FA N Z W E I G
sado en su periplo el meridiano del cambio de
fecha habían ganado un día respecto a quienes
durante ese tiempo hubieran permanecido en un
mismo lugar.
Recoge como, descubierta por los portugueses
su identidad y su misión, ante la evidencia de
que iban a apresarlos salieron precipitadamente
de allí el 13 de octubre abandonando a su suerte
a la docena de hombres que manejaban las cha-
lupas para el aprovisionamiento.
No hace mención alguna en el libro que co-
mentamos hasta el día 6 de septiembre en que
entran finalmente en el estuario (bahía, dice él)
de Sanlúcar, desde donde se habían adentrado
en el océano, pero ahora con sólo un navío me-
nor y con sólo dieciocho hombres, tras recorrer
“más de 14.460 leguas dando la vuelta comple-
ta al mundo, navegando siempre de levante a
poniente”. No cita estancia alguna en Sanlúcar
y sólo menciona la llegada triunfante a Sevilla el
día ocho de septiembre y la acción de gracias en
la catedral.
Nos finaliza su incalculablemente valioso re-
lato mencionando su entrevista en Valladolid
con el emperador Carlos al que entregó un li-
bro manuscrito con todo lo sucedido en el viaje.
Cita después su llegada a Portugal para relatar
los hechos al rey Juan, su paso por España y
Francia y su regreso a Italia, dedicándose allí al
servicio del Gran Maestre de Rodas, a quien,
nos dice, también entregó el relato de su viaje.
Zweig, profundizando una vez más en los sen-
timientos de las personas, imagina la emotiva
despedida en Timor entre aquellos dos grupos
de hombres de tan distintas procedencias y len-
guas a los que tantas peripecias han convertido
en un todo.
Pondera encomiásticamente el cometido de
Elcano de llevar la nao Victoria con pericia y
prudencia ante tantísimas dificultades que vi-
nieron después, por casi medio mundo hasta
culminar el proyecto de Magallanes. Destaca al
respecto, con logrado recurso literario, transmi-
tirnos la soledad, monotonía y vacío que debió
suponer la travesía del Índico, del nuevo desier-
to azul, el quedarse sin carne al pudrirse, por
no encontrar sal en Timor, la buena provisión
que hicieron; sólo cuentan con arroz y con agua
pestilente, padeciendo de nuevo el consiguiente
escorbuto, el hambre lacerante “entre montañas
de especias” y la muerte; y siempre condiciona-
dos por el hecho de augurar los seguros peligros
que supondría atracar en colonias portuguesas
para aprovisionarse. Por todo esto, Zweig con-
sidera a esta parte del viaje una de las grandes
gestas de la historia de la navegación.
Con bastante ironía comenta que Pigafetta, en
su afán de conocer “cosas prodigiosas”, recoge
los relatos que le hacen indígenas sobre hechos
maravillosos -los pigmeos de ínfima estatura,
los antropófagos, los orejones, las amazonas-
que se dan en algunas islas que los navegantes
ni siquiera pisan.
En un tono muy ponderativo, en cambio, alu-
de a Pigafetta por su aportación a la Ciencia al
comentar y explicar éste la disparidad de hora-
rio y el cambio de fecha que supone la rotación
de la Tierra.
Comenta con admiración la estratagema que,
por la extrema necesidad de vituallas, urden
para aprovisionarse en Cabo Verde, así como
la salida apresurada, “huida hacia la victoria
final” hasta España, al comprobar que, sabe-
dores -por alguna imprudencia de los suyos- de
quienes son, los portugueses se preparan para
abordarlos.
Él sí refiere rayando en el patetismo las pe-
nalidades sufridas desde el 13 de julio en que
salen de Cabo Verde hasta el 6 de septiembre,
día en que llegan a Sanlúcar, por el mal esta-
do de la Victoria, falta de velamen, de mástiles
y con tales vías de agua que parece imposible
bombearla fuera del barco, sobrellevado todo
con una tan escasa y agotada tripulación me-
diante esfuerzos ímprobos para hacer marear y
mantener a flote la embarcación con todo el car-
gamento, además. Pigafetta, tan prolijo en datos
sobre otros sucesos, ni menciona las vicisitudes
de este tramo de la singladura. Como tampo-
co las vivencias de los exhaustos marineros en
las horas que permanecieron en Sanlúcar, que
tan reconfortantes imagina Zweig para quienes
tanto debieron gozar de la bienvenida, las vitua-
llas, el descanso y la seguridad de encontrarse en
casa, en el hogar patrio, junto con la enorme sa-
tisfacción de haber coronado el hecho más gran-
de de la navegación. Asimismo, lo que Pigafetta
sólo menciona como una salva triunfante de la
artillería del barco en la llegada a los muelles
de Sevilla, lo relaciona, además, Zweig con los
J O S É S A N T I A G O M I R A N D A // 221
diferentes momentos de alegría durante la tra-
yectoria en los que se hicieron también jubilo-
sas salvas artilleras, colmatado ahora ese júbilo
por el hecho de saberse “los primeros hombres
de todos los tiempos que han dado la vuelta al
mundo”.
Con la nao Victoria anclada en Sevilla, Piga-
fetta da por terminado su relato sobre la circun-
navegación.
Zweig continúa sus comentarios sobre la
gesta de Magallanes en una especie de epílogo
reflexionando sobre lo que realizaron y sobre
lo que pudo ser y no ser para él, y para otros
desafortunados como él, que no llegaron a com-
pletar el periplo; asimismo sobre lo que supu-
so para el conocimiento de la Tierra la primera
Circunnavegación, sobre el uso y utilidad que
posteriormente tuvo el estrecho tuvo el estre-
cho, junto con otras reflexiones. No las comen-
tamos aquí -aunque sí recomendamos su lectura
por razonadas, ponderadas y justas- por quedar
fuera de nuestro análisis comparativo, que da-
mos por terminado con Pigafetta, con la entrada
triunfal de la Victoria y sus dieciocho tripulan-
tes en Sevilla.