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“Si, el Corazón de Jesús es mi corazón.Y
en el amor de ese Corazón quiero amar a
mí salvador y a su amadísima Madre:
amarlos con vigor, con fervor, con ternu-
ra exclusiva y eternamente. No quiero
amar sino lo que ellos aman. ”
(O.C. XII, 163)
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¡La Llena de Gracia!
María, el primer sagrario de
Jesús
¿Quieres saber cómo es llena de gracia antes de la en-
carnación del Hijo de Dios en ella? Considera dos ver-
dades enseñadas por varios ilustres doctores.
La primera es que está llena de gracia tan eminente, en
el momento de su Concepción Inmaculada, que, según
el sentir de varios teólogos muy señalados, sobrepasa
desde entonces la gracia del primero de los serafines y
del más eminente de todos los santos, considerada in-
cluso en su última perfección.
La segunda verdad es que esta divina Virgen jamás per-
manecía ociosa. Estaba siempre dedicada a Dios y en
ejercicio continuo de amor a su divina Majestad. Y por-
que lo amaba con todo su Corazón, con toda su alma,
con todas sus fuerzas y según toda la extensión de la
gracia que había en ella, esa gracia se duplicaba en su
alma, si no de instante en instante, al menos de hora en
hora, y quizás más a menudo. De modo que había lle-
gado a un grado de gracia inconcebible e indecible,
cuando el arcángel san Gabriel la saludó como llena de
gracia.
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Si, pues, esta Virgen muy bendita fue llena de gracia
antes de concebir en sí al Hijo de Dios, ¿cuál fue la
abundancia y la plenitud de gracias que el Espíritu San-
to derramó en su Corazón y en su seno virginal para
hacerla digna de que naciera en ella aquel que el Padre
eterno produce antes de todos los siglos en su seno ad-
mirable?
Es la gracia de ser la verdadera Madre del mismo Hijo
del cual él es el Padre. Ciertamente la dignidad de Ma-
dre de Dios, por ser infinita, la gracia otorgada a esta
Virgen divina para hacerla digna de disponerse a dar el
ser y la vida a un Dios, debe ser debe ser también, en
cierto modo, infinita. Santo Tomás asegura que es pro-
porcionada a esa dignidad muy sublime.
Si es portento grande ser Madre de Dios y formar, de
su propia sustancia, al Hijo de Dios en las entrañas,
¿será posible imaginar en una pura criatura algo mayor
que llevarlo, conservarlo y hacerlo vivir con su sangre
virginal, por espacio de nueve meses, en esas mismas
entrañas? ¿Y qué abundancia de gracias derrama el Es-
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píritu Santo en su Corazón para hacerla digna de conti-
nuar así el oficio de Madre, de tal Madre, y para tal Hi-
jo? ¿Quién podrá comprender lo que este adorable Hi-
jo, infinitamente rico, infinitamente generoso e infini-
tamente agradecido devuelve a aquella de quien recibe
continuamente, durante nueve meses, un nuevo ser y
una nueva vida, vida infinitamente más preciosa, que
todas las vidas de los hombres y de los ángeles?
Y además todas las adoraciones, todo el amor y todas
las alabanzas que ella le tributa sin cesar mientras que
él permanece en sus benditas entrañas. ¿Si tú das un
reino, Jesús mío, a quien dé un vaso de agua a un pobre
por amor tuyo, qué dones y tesoros, qué gracias derra-
mas de continuo en el Corazón de tu divina Madre, tú
que eres fuente inagotable de bendiciones? No tienes
deseo mayor que comunicarlas y tanto más que no en-
cuentras nada en ese Corazón purísimo que te oponga
algún impedimento.
San Juan Eudes
(O. C. VII, 429 - 430)
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“¡Gracias eternas te sean dadas, adorabi-
lísima Trinidad, por todos los favores que
has colmado a esta Virgen incomparable
en su maravillosa Concepción!
Que el cielo y la tierra, los ángeles y los
hombres y todas las criaturas te alaben y
bendigan por ello eternamente! Me
Gozo, amabilísima Madre, al verte toda
pura, inmaculada y bella, toda santa y ad-
mirable desde el primer paso de tu vida”.
(O.C. V, 146)
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“Te contemplo, Jesús,
viviendo y reinando en tu
santa madre. ¡Jesús, Hijo
único de Dios e hijo
único de María! Te
contemplo y adoro
viviendo en tu santa
madre”.
San Juan Eudes
(O.C. I, 432)
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P. Álvaro Duarte Torres CJM
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Jorge Luis Baquero - Hermes Flórez Pérez