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La revelacion de pablo
1. LA REVELACION DE PABLO
La teología de Pablo se vio influida, sobre todo, por la experiencia que
tuvo en el camino de Damasco y por la fe en Cristo resucitado, como Hijo
de Dios, que creció a partir de esa experiencia. Los actuales
investigadores del NT son menos propensos que los de generaciones
pasadas a considerar aquella experiencia como una «conversión»
explicable de acuerdo con los antecedentes judíos de Pablo o con Rom 7
(entendido como relato biográfico). El mismo Pablo habla de esta
experiencia como de una revelación del Hijo que le ha concedido el
Padre (Gál 1,16).
En ella «vio a Jesús, el Señor» (1Cor 9,1; cf. 1Cor 15,8; 2Cor 4,6; 9,5).
Aquella revelación del «Señor de la gloria» crucificado (1Cor 2,8) fue un
acontecimiento que hizo de Pablo, el fariseo, no sólo un apóstol, sino
también el primer teólogo cristiano. La única diferencia entre aquella
experiencia, en que Jesús se le apareció (1Cor 15,8), y la experiencia que
tuvieron los testigos oficiales de la resurrección (Hch 1,22) consistía en
que la de Pablo fue una aparición ocurrida después de Pentecostés. Esta
visión le situó en plano de igualdad con los Doce que habían visto al
kurioj.
Más tarde Pablo hablaba, refiriéndose a esta experiencia, del momento
en que había sido «tomado» por Cristo Jesús (Flp 3,12) y una especie de
«necesidad» le impulsó a predicar el evangelio (1Cor 9,15‐18). Él
comparó esa experiencia con la creación de la luz por Dios: «Porque el
Dios que dijo: "De la tiniebla, brille la luz", es el que brilló en nuestros
corazones para resplandor del conocimiento de la gloria de Dios en el
rostro de Cristo» (2Cor 4‐6). El impulso de la gracia de Dios le urgía a
trabajar al servicio de Cristo; no podía «cocear» contra este aguijón (Hch
26,14).
Su respuesta fue la de una fe viva, con la que confesó, juntamente con la
primitiva Iglesia, que «Jesús es el Señor» (1Cor 12,12; cf. Rom 10,9; Flp
2,11). Pero esa experiencia iluminó, en un acto creador, la mente de
Pablo y le dio una extraordinaria penetración de lo que él llamó más
tarde «el misterio de Cristo» (Ef 3,4).
Esta «revelación» (Gál 1,16) dejó grabada en Pablo,
2. Primero, la unidad de la acción de Dios para la salvación de todos los
hombres, unidad que se manifiesta en la antigua y en la nueva economía.
Resultado de aquel encuentro con Cristo resucitado fue que Pablo no se
hiciera marcionita, rechazando el A T. El Padre que reveló su Hijo a
Pablo era el mismo Dios a quien Pablo, el fariseo, siempre había servido.
Era el creador, el señor de la historia, el Dios que continuamente salvó a
su pueblo Israel y demostró ser señor fiel a la alianza a pesar de las
infidelidades del pueblo.
Probablemente porque había sido un fariseo preocupado por las
minucias de la Ley, nunca manifestó Pablo una comprensión profunda
de aquella «alianza». Pero su experiencia en el camino de Damasco no
alteró su compromiso fundamental con el «único Dios». De hecho, su
teología (en el sentido estricto del término), su cosmología y su
antropología revelan que Pablo seguía siendo judío en sus principales
puntos de vista.
Segundo: aquella visión le enseñó el valor soteriológico de la muerte y
resurrección de Jesús Mesías. Si la teología de Pablo no cambió
fundamentalmente, su cristología sí que cambió. Pablo, como judío que
era, compartía las esperanzas mesiánicas de su tiempo; anhelaba la
venida de un mesías (con unas características determinadas). Pero la
aparición de Jesús le enseñó que el Ungido de Dios ya había venido en la
persona de «Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó
para nuestra justificación» (Rom 4,25).
Antes de tener la experiencia en el camino de Damasco, Pablo sabía con
toda certeza que Jesús de Nazaret había sido crucificado, «colgado en un
árbol» y, por tanto, había sido «maldito», en el sentido de Dt 21,23. Y
esta era, sin duda, una de las razones por las que no podía aceptar, como
fariseo, a Jesús como Mesías. Jesús era para Pablo «piedra de escándalo»
(1Cor 1,23), un anatematizado por la misma Ley que él observó tan
celosamente (Gál 3,13; cf. 1,14; Flp 3,5‐6).
Pero la revelación que tuvo cerca de Damasco dejó profundamente
grabado en él el valor soteriológico y vicario de la muerte de Jesús de
Nazaret, de una manera que él antes no había sospechado. Con una
3. lógica que sólo un rabino sería capaz de comprender, Pablo vio a Cristo
Jesús cargando sobre sí con la maldición de la Ley para que fuera
cambiada en bendición, de suerte que llegó a ser el medio de liberar a
los hombres de la maldición de la Ley.
La cruz, que había sido piedra de escándalo para los judíos, se convirtió
para él en «poder y sabiduría de Dios» (1Cor 1,18‐25). En adelante
miraría al crucificado, «Señor de la gloria», como su Mesías exaltado.
Tercero: aquella visión dejó grabada en Pablo una nueva concepción de
la historia de la salvación. Antes de su encuentro con Jesús, el Señor,
Pablo consideraba la historia del hombre dividida en tres grandes
etapas:
1) desde Adán a Moisés (período sin Ley);
2) desde Moisés hasta el Mesías (período de la Ley);
3) edad mesiánica (período en que el Mesías legislaría de nuevo).
Pero la experiencia en el camino de Damasco le enseñó que la edad
mesiánica ya había empezado. Todo ello introdujo una nueva
perspectiva en su concepción de la historia de la salvación. El e,scaton,
tan ansiadamente esperado, ya había dado comienzo (aunque todavía
tenía que realizarse la etapa definitiva, que él esperaba en un futuro no
demasiado lejano).
El Mesías aún no había venido en su gloria. Pablo constató entonces que
él (con todos los cristianos) se encontraba en una doble situación:
por una parte, consideraba la muerte y resurrección de Jesús como la
inauguración de la nueva etapa;
por otra, seguía anhelando su venida en gloria, su parusía.
Por consiguiente, mucho más que sus antecedentes farisaicos o sus
raíces culturales helenísticas, aquella revelación de Jesús dio a Pablo una
visión inefable del «misterio de Cristo», que le hizo capaz de configurar
su «evangelio» y de predicar la buena nueva de una forma que era
peculiarmente suya.
4. Sin embargo, Pablo no comprendió inmediatamente todas las
implicaciones de la visión que le fue concedida. Solamente le
proporcionó un discernimiento básico que había de iluminar todo lo que
tenía que aprender sobre Jesús y su misión entre los hombres, no sólo en
la tradición de la primitiva Iglesia, sino en su experiencia apostólica
personal al predicar a «Cristo crucificado» (Gál 13,1).