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El hombre y su conocimiento de los objetos
I
El hombre conoce los objetos de la realidad de muchas maneras, todas ellas en conformidad con la
estructura específica de cada uno de éstos. Si bien la naturaleza del conocimiento es la misma —
“aprehensión” de un objeto por parte de la mente del hombre de manera inmaterial— los actos mentales
por medio de los cuales el hombre accede al conocimiento de los objetos son muy diversos entre sí.
Un hombre, por ejemplo, puede conocer un color porque ha oído “hablar” de él, pero también lo conoce
porque sencillamente lo “ve” con sus propios ojos. Otro hombre puede conocer un valor moral como el
perdón “leyendo” un relato donde dicho valor juega un papel esencial en el desarrollo de una acción, pero
también puede conocer el mismo valor moral porque ha sido “testigo” de la realización del mismo en su vida
cotidiana por la acción de otra persona. Todavía, un hombre más conoce que afuera de su casa ha ocurrido
un accidente por el tumulto de gritos de personas y sirenas de ambulancia o de patrullas policíacas que
escucha a su alrededor o que en el interior del departamento de enfrente hay un incendio porque ve salir el
humo a través de las puertas y ventanas de éste. En todos estos casos existe “conocimiento” de un objeto
por parte del hombre, pero en todos ellos la “modalidad” de conocimiento es distinta.
II
Para dar cuenta de la diversidad de modos de conocimiento de un objeto hay que distinguir, ante todo, los
“actos cognoscitivos” mediante los cuales el hombre conoce los objetos de manera inmediata, con distintos
grados de plenitud y evidencia, de los actos cognoscitivos mediante los cuales el hombre accede a los
objetos de manera mediata, a través de conceptos claros y distintos, así como de juicios y razonamientos
precisos y rigurosos elaborados a partir de conceptos.
Un hombre conoce de manera inmediata un color cuando lo “ve” o la Sinfonía n. 40 de Mozart cuando la
“escucha”; también conoce de manera inmediata una figura geométrica cuando “piensa” en ella o la
“considera” mentalmente; igualmente, conoce de manera inmediata un valor estético cuando lo “aprehende
intuitivamente” en un objeto que lo porta en su ser. En cambio, conoce de manera mediata las montañas
que hay en Suiza cuando “oye hablar” a otra persona de ellas o cuando “lee” sobre éstas en una guía
turística o un libro de geografía; asimismo, conoce de manera mediata el mal que aqueja a otra persona
cuando “interpreta” los síntomas que ésta presenta en su cuerpo y su comportamiento o cuando “calcula”
los daños económicos que puede ocasionar en un país la fluctuación de su moneda si ésta se devalúa en los
próximos meses.
Ejemplos típicos de actos cognoscitivos que hacen conocer un objeto de manera inmediata —según se
colige en los casos anteriores— son la “percepción” y la “intuición intelectual”, se encuentre ésta fundada
en la percepción o en la pura potencia espiritual de la mente del hombre. Ejemplos típicos de actos
cognoscitivos que hacen conocer un objeto de manera mediata son, en cambio, la “inferencia” o la
“deducción” e incluso la “narración” que se hace de ciertas cosas, sea oral o literaria.

III
En los actos cognoscitivos que hacen conocer un objeto de manera inmediata se pueden observar
variaciones en el grado de “plenitud” y de “evidencia” que puede alcanzar dicho conocimiento.
El conocimiento de la Sinfonía n. 40 de Mozart tiene un mayor grado de manifestación ante la mente del
hombre cuando se la escucha “en vivo” que cuando se la escucha “grabada” en un aparato estereofónico, lo
mismo que el valor estético de una montaña es de menor grado de manifestación cuando se lo mira en una
“fotografía” que cuando se lo mira “en directo”. Pero a veces la manifestación de un valor moral puede ser
más plena y evidente para la mente del hombre cuando lo conoce por medio de un relato literario que
cuando ha sido incluso testigo de éste en la vida cotidiana.
Estas variaciones de “plenitud” y “evidencia” del conocimiento de los objetos no se presentan, sin embargo,
en los actos cognoscitivos mediatos. En ellos, sencillamente, la mente del hombre está “orientada” sin más
hacia los objetos de conocimiento, de manera siempre igual. Sin embargo, los conceptos con que la mente
“alude” a estos objetos deben ser “claros” y “distintos” para ella, de lo contrario, no podrá “dirigirse”
explícitamente hacia estos objetos, no podrá “situarse” efectivamente ante ellos. El grado de comprensión y
penetración que puede alcanzar de estos objetos está en dependencia de la “claridad” y la “distinción” con
que están construidos los conceptos con que se “refiere” a ellos.
IV
Al primer tipo de actos cognoscitivos puede dárseles el nombre de actos “donantes” del objeto, pues su
principal tarea es poner a los objetos de la realidad “ante” la inteligencia del hombre, “cara a cara”, es decir,
“dárselos” tal como éstos son en su presencia original; en cambio, al segundo tipo de actos cognoscitivos
normalmente se les da el nombre de actos “no-donantes” del objeto porque, aunque son capaces de poner
en relación la mente del hombre con dichos objetos, éstos no necesariamente tienen que estar “delante” de
la mente del hombre en su presencia original, sino que basta tan sólo con un subrogado de los mismos.
El primer tipo de actos cognoscitivos literalmente “pone” a los objetos mismos delante de la inteligencia del
hombre, mientras que el segundo tipo de actos cognoscitivos se conforma con “aludir” a los objetos
mediante palabras y conceptos.
V
Muchas veces, el conocimiento que tiene el hombre de un objeto puede comenzar siendo mediato, aunque
después puede tener también la ocasión de alcanzar sobre este mismo objeto un conocimiento inmediato.
Así, una persona puede “oír hablar” de ciertas montañas que se encuentran en otros lugares del planeta y,
por ello, llegar a conocimiento de dichas montañas; pero también puede encontrarse en dicho lugar del
planeta y conocer tales montañas por estar precisamente “delante” de ellas. En ambos casos este hombre
“conoce” las montañas, pero el conocimiento de éstas en el primer caso es mediato y en el segundo es
inmediato.
Sin embargo, también en muchas ocasiones el conocimiento que puede tener la mente del hombre de un
objeto no podrá ser de otra forma más que mediato, en razón de la estructura ontológica que corresponde a
éste pero también en razón de la estructura propia del conocimiento del hombre.
De un átomo, por ejemplo, el hombre poco o nada conoce de manera directa, porque las estructuras
cognoscitivas de su mente no están adaptadas para su aprehensión adecuada; en él no hay órgano alguno
que pueda hacerle conocer de manera inmediata estas pequeñísimas entidades de la realidad material. Por
otro lado, de un ángel o de un demonio —en caso de que existan— el hombre tampoco conoce nada de
forma inmediata; todo lo que sabe medianamente de estas entidades no materiales es por analogía con sus
propias operaciones espirituales, como conocer o querer. Pero incluso de famosos personajes del pasado,
como Platón o Sófocles, el hombre tiene conocimiento mediato de ellos en razón de que ya no se hallan en
el presente en el cual se desarrolla su conocimiento de otras cosas.
VI
Aunque el conocimiento mediato que tiene el hombre de un objeto es conocimiento “real” y “efectivo”, el
conocimiento inmediato del objeto da a este conocimiento una plenitud y una riqueza de contenido que no
puede ser sustituida por ninguna otra cosa. Sin embargo, hay conocimientos mediatos de ciertos objetos
que, no obstante carecer de la “plenitud” y “evidencia” del objeto mismo, de su presencia original, son
conocimientos “válidos” y “verdaderos”. Aunque un hombre no tenga el conocimiento inmediato de su
propia condición mortal porque ésta no está teniendo lugar en su vida en ese preciso momento (pues no
está experimentando su propio “morir”), conoce de forma verdadera y válida el dato de su condición mortal
de manera mediata a través de una serie de razonamientos encadenados lógicamente.
Dicho sea de paso, para que este conocimiento mediato de un objeto sea “verdadero” y “válido” como
conocimiento éste deberá estar fundado en una serie de evidencias de las cuales la mente del hombre se
puede valer para afirmar cuanto dice del objeto. En este caso, la mente del hombre “construye” el
conocimiento del objeto con una serie de “reflexiones” y “razonamientos” elaborados por ella a partir de los
datos evidentes alcanzados de alguna manera por la experiencia. Tal es el caso de los actos cognoscitivos
como la inducción, la deducción e incluso la inferencia. Si los datos de partida son adecuados (evidentes), si
los razonamientos sobre estos datos son correctos (lógicos), las conclusiones alcanzadas a partir de éstos
pueden decirse “verdaderos” y “válidos”, incluso pueden conducir a la mente del hombre a un grado de
evidencia “nuevo” acerca del objeto, una evidencia sobre éste conquistada crítica y racionalmente por su
mente.
VII
Finalmente, de sí mismo puede conocer el hombre muchas cosas de manera inmediata y otras más de
manera mediata.
De manera inmediata conoce, por ejemplo, su propio cuerpo físico cuando lo “aprehende” a través de los
distintos actos de percepción sensible, como ver, oír, tocar, oler o gustar. De esta manera, tiene
conocimiento del color de su piel o de su figura propia cuando la ve con sus ojos; también tiene
conocimiento de su olor característico o de su sabor particular cuando se huele o se prueba a sí mismo;
igualmente conoce que su cuerpo está frío o caliente o que es más liso o rugoso en unas partes a diferencia
de otras cuando lo toca o que emite sonidos opacos cuando lo golpea él mismo o es golpeado por otro.
De su cuerpo vivo también conoce que está agotado o repuesto, que está adolorido o excitado, pesado o
ágil, tenso o relajado, irritable o neutro, etc. También conoce que se encuentra bien o se encuentra mal, que
está puesto o indispuesto ante la vida misma que posee. Esta forma de conocimiento también es inmediata
como la anterior, pero no es “frontal” en sentido estricto sino, por decirlo así, “lateral”, porque el hombre no
se ve a sí mismo siendo eso sino, más bien, experimentándose de esa manera. Se trata de una forma de
conocimiento “subjetiva”, que contrasta con la otra manera de conocimiento que es, más bien, “objetiva”.
Ésta última se da, por decirlo así, de forma “visual”, mientras que aquella otra se da propiamente de forma
“vivencial”.
Además de su cuerpo vivo, el hombre conoce de manera vivencial también su vida psíquica, que ya no es en
sentido estricto cuerpo sino “alma”. Conoce, por ejemplo, sus “estados”, que son situaciones objetivas por
las que pasa su vida psíquica de tanto en tanto, merced al desgaste de sí mismo o a las influencias causales
del entorno; asimismo conoce sus “apetitos”, que son tendencias objetivas mediante las cuales se encamina
a la consecución de ciertos bienes objetivos, capaces de satisfacer sus necesidades inmediatas; igualmente
conoce sus “emociones”, que son sus reacciones subjetivas a los influjos que producen en él los sucesos del
mundo externo; conoce, a su vez sus “sentimientos”, que son las respuestas subjetivas a los significados que
portan los acontecimientos del mundo de los cuales toma conciencia explícitamente.
En el ámbito espiritual conoce el hombre su libertad constitutiva en muchos niveles de su propio ser. Por
ejemplo, cuando conoce los objetos de la realidad, como expresión concreta de su “voluntad de saber” de
ellos; asimismo, cuando se determina desde sí mismo a cambiar de modo de vida, a vencerse en sus propios
impulsos o a refrenarse en sus excesos, como expresión explícita de su “voluntad de ser”; igualmente,
cuando se propone influir sobre el mundo causalmente, transformándolo para sus objetivos propios, ya sea
como utensilios u obras de arte, como expresión concreta de su “voluntad de hacer”; también cuando
instaura con sus demás semejantes relaciones objetivas que sobrepasan sobremanera la arquitectura
ontológica del mismo mundo, como cuando se arrepiente o perdona, ama o se sacrifica, como expresión
explícita de su “voluntad de establecer”.
Pero la naturaleza “espiritual” del alma humana es conocida por la mente del hombre de manera mediata a
través de la consideración los múltiples efectos que ésta produce en la trama de la realidad, como los
objetos técnicos o artísticos, el conocimiento científico o las legislaciones jurídicas. Igualmente, la
“inmortalidad” del alma humana es conocida por la mente del hombre de la consideración detenida de la
índole particular de las operaciones fundamentales de la misma y de los objetos a los que tiende con estas
operaciones.
Estos dos últimos conocimientos del alma humana no son alcanzados por la mente por una aprehensión
inmediata del objeto mismo —ni por “percepción” ni por “vivenciación”— sino a través de la “deducción” o
la “inferencia” que hace a partir de una serie de datos recabados de ella misma de otra manera, como los
que ya se han indicado.

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El hombre y su conocimiento

  • 1. El hombre y su conocimiento de los objetos I El hombre conoce los objetos de la realidad de muchas maneras, todas ellas en conformidad con la estructura específica de cada uno de éstos. Si bien la naturaleza del conocimiento es la misma — “aprehensión” de un objeto por parte de la mente del hombre de manera inmaterial— los actos mentales por medio de los cuales el hombre accede al conocimiento de los objetos son muy diversos entre sí. Un hombre, por ejemplo, puede conocer un color porque ha oído “hablar” de él, pero también lo conoce porque sencillamente lo “ve” con sus propios ojos. Otro hombre puede conocer un valor moral como el perdón “leyendo” un relato donde dicho valor juega un papel esencial en el desarrollo de una acción, pero también puede conocer el mismo valor moral porque ha sido “testigo” de la realización del mismo en su vida cotidiana por la acción de otra persona. Todavía, un hombre más conoce que afuera de su casa ha ocurrido un accidente por el tumulto de gritos de personas y sirenas de ambulancia o de patrullas policíacas que escucha a su alrededor o que en el interior del departamento de enfrente hay un incendio porque ve salir el humo a través de las puertas y ventanas de éste. En todos estos casos existe “conocimiento” de un objeto por parte del hombre, pero en todos ellos la “modalidad” de conocimiento es distinta. II Para dar cuenta de la diversidad de modos de conocimiento de un objeto hay que distinguir, ante todo, los “actos cognoscitivos” mediante los cuales el hombre conoce los objetos de manera inmediata, con distintos grados de plenitud y evidencia, de los actos cognoscitivos mediante los cuales el hombre accede a los objetos de manera mediata, a través de conceptos claros y distintos, así como de juicios y razonamientos precisos y rigurosos elaborados a partir de conceptos. Un hombre conoce de manera inmediata un color cuando lo “ve” o la Sinfonía n. 40 de Mozart cuando la “escucha”; también conoce de manera inmediata una figura geométrica cuando “piensa” en ella o la “considera” mentalmente; igualmente, conoce de manera inmediata un valor estético cuando lo “aprehende intuitivamente” en un objeto que lo porta en su ser. En cambio, conoce de manera mediata las montañas que hay en Suiza cuando “oye hablar” a otra persona de ellas o cuando “lee” sobre éstas en una guía turística o un libro de geografía; asimismo, conoce de manera mediata el mal que aqueja a otra persona cuando “interpreta” los síntomas que ésta presenta en su cuerpo y su comportamiento o cuando “calcula” los daños económicos que puede ocasionar en un país la fluctuación de su moneda si ésta se devalúa en los próximos meses. Ejemplos típicos de actos cognoscitivos que hacen conocer un objeto de manera inmediata —según se colige en los casos anteriores— son la “percepción” y la “intuición intelectual”, se encuentre ésta fundada en la percepción o en la pura potencia espiritual de la mente del hombre. Ejemplos típicos de actos cognoscitivos que hacen conocer un objeto de manera mediata son, en cambio, la “inferencia” o la “deducción” e incluso la “narración” que se hace de ciertas cosas, sea oral o literaria. III
  • 2. En los actos cognoscitivos que hacen conocer un objeto de manera inmediata se pueden observar variaciones en el grado de “plenitud” y de “evidencia” que puede alcanzar dicho conocimiento. El conocimiento de la Sinfonía n. 40 de Mozart tiene un mayor grado de manifestación ante la mente del hombre cuando se la escucha “en vivo” que cuando se la escucha “grabada” en un aparato estereofónico, lo mismo que el valor estético de una montaña es de menor grado de manifestación cuando se lo mira en una “fotografía” que cuando se lo mira “en directo”. Pero a veces la manifestación de un valor moral puede ser más plena y evidente para la mente del hombre cuando lo conoce por medio de un relato literario que cuando ha sido incluso testigo de éste en la vida cotidiana. Estas variaciones de “plenitud” y “evidencia” del conocimiento de los objetos no se presentan, sin embargo, en los actos cognoscitivos mediatos. En ellos, sencillamente, la mente del hombre está “orientada” sin más hacia los objetos de conocimiento, de manera siempre igual. Sin embargo, los conceptos con que la mente “alude” a estos objetos deben ser “claros” y “distintos” para ella, de lo contrario, no podrá “dirigirse” explícitamente hacia estos objetos, no podrá “situarse” efectivamente ante ellos. El grado de comprensión y penetración que puede alcanzar de estos objetos está en dependencia de la “claridad” y la “distinción” con que están construidos los conceptos con que se “refiere” a ellos. IV Al primer tipo de actos cognoscitivos puede dárseles el nombre de actos “donantes” del objeto, pues su principal tarea es poner a los objetos de la realidad “ante” la inteligencia del hombre, “cara a cara”, es decir, “dárselos” tal como éstos son en su presencia original; en cambio, al segundo tipo de actos cognoscitivos normalmente se les da el nombre de actos “no-donantes” del objeto porque, aunque son capaces de poner en relación la mente del hombre con dichos objetos, éstos no necesariamente tienen que estar “delante” de la mente del hombre en su presencia original, sino que basta tan sólo con un subrogado de los mismos. El primer tipo de actos cognoscitivos literalmente “pone” a los objetos mismos delante de la inteligencia del hombre, mientras que el segundo tipo de actos cognoscitivos se conforma con “aludir” a los objetos mediante palabras y conceptos. V Muchas veces, el conocimiento que tiene el hombre de un objeto puede comenzar siendo mediato, aunque después puede tener también la ocasión de alcanzar sobre este mismo objeto un conocimiento inmediato. Así, una persona puede “oír hablar” de ciertas montañas que se encuentran en otros lugares del planeta y, por ello, llegar a conocimiento de dichas montañas; pero también puede encontrarse en dicho lugar del planeta y conocer tales montañas por estar precisamente “delante” de ellas. En ambos casos este hombre “conoce” las montañas, pero el conocimiento de éstas en el primer caso es mediato y en el segundo es inmediato. Sin embargo, también en muchas ocasiones el conocimiento que puede tener la mente del hombre de un objeto no podrá ser de otra forma más que mediato, en razón de la estructura ontológica que corresponde a éste pero también en razón de la estructura propia del conocimiento del hombre. De un átomo, por ejemplo, el hombre poco o nada conoce de manera directa, porque las estructuras cognoscitivas de su mente no están adaptadas para su aprehensión adecuada; en él no hay órgano alguno
  • 3. que pueda hacerle conocer de manera inmediata estas pequeñísimas entidades de la realidad material. Por otro lado, de un ángel o de un demonio —en caso de que existan— el hombre tampoco conoce nada de forma inmediata; todo lo que sabe medianamente de estas entidades no materiales es por analogía con sus propias operaciones espirituales, como conocer o querer. Pero incluso de famosos personajes del pasado, como Platón o Sófocles, el hombre tiene conocimiento mediato de ellos en razón de que ya no se hallan en el presente en el cual se desarrolla su conocimiento de otras cosas. VI Aunque el conocimiento mediato que tiene el hombre de un objeto es conocimiento “real” y “efectivo”, el conocimiento inmediato del objeto da a este conocimiento una plenitud y una riqueza de contenido que no puede ser sustituida por ninguna otra cosa. Sin embargo, hay conocimientos mediatos de ciertos objetos que, no obstante carecer de la “plenitud” y “evidencia” del objeto mismo, de su presencia original, son conocimientos “válidos” y “verdaderos”. Aunque un hombre no tenga el conocimiento inmediato de su propia condición mortal porque ésta no está teniendo lugar en su vida en ese preciso momento (pues no está experimentando su propio “morir”), conoce de forma verdadera y válida el dato de su condición mortal de manera mediata a través de una serie de razonamientos encadenados lógicamente. Dicho sea de paso, para que este conocimiento mediato de un objeto sea “verdadero” y “válido” como conocimiento éste deberá estar fundado en una serie de evidencias de las cuales la mente del hombre se puede valer para afirmar cuanto dice del objeto. En este caso, la mente del hombre “construye” el conocimiento del objeto con una serie de “reflexiones” y “razonamientos” elaborados por ella a partir de los datos evidentes alcanzados de alguna manera por la experiencia. Tal es el caso de los actos cognoscitivos como la inducción, la deducción e incluso la inferencia. Si los datos de partida son adecuados (evidentes), si los razonamientos sobre estos datos son correctos (lógicos), las conclusiones alcanzadas a partir de éstos pueden decirse “verdaderos” y “válidos”, incluso pueden conducir a la mente del hombre a un grado de evidencia “nuevo” acerca del objeto, una evidencia sobre éste conquistada crítica y racionalmente por su mente. VII Finalmente, de sí mismo puede conocer el hombre muchas cosas de manera inmediata y otras más de manera mediata. De manera inmediata conoce, por ejemplo, su propio cuerpo físico cuando lo “aprehende” a través de los distintos actos de percepción sensible, como ver, oír, tocar, oler o gustar. De esta manera, tiene conocimiento del color de su piel o de su figura propia cuando la ve con sus ojos; también tiene conocimiento de su olor característico o de su sabor particular cuando se huele o se prueba a sí mismo; igualmente conoce que su cuerpo está frío o caliente o que es más liso o rugoso en unas partes a diferencia de otras cuando lo toca o que emite sonidos opacos cuando lo golpea él mismo o es golpeado por otro. De su cuerpo vivo también conoce que está agotado o repuesto, que está adolorido o excitado, pesado o ágil, tenso o relajado, irritable o neutro, etc. También conoce que se encuentra bien o se encuentra mal, que está puesto o indispuesto ante la vida misma que posee. Esta forma de conocimiento también es inmediata como la anterior, pero no es “frontal” en sentido estricto sino, por decirlo así, “lateral”, porque el hombre no se ve a sí mismo siendo eso sino, más bien, experimentándose de esa manera. Se trata de una forma de conocimiento “subjetiva”, que contrasta con la otra manera de conocimiento que es, más bien, “objetiva”.
  • 4. Ésta última se da, por decirlo así, de forma “visual”, mientras que aquella otra se da propiamente de forma “vivencial”. Además de su cuerpo vivo, el hombre conoce de manera vivencial también su vida psíquica, que ya no es en sentido estricto cuerpo sino “alma”. Conoce, por ejemplo, sus “estados”, que son situaciones objetivas por las que pasa su vida psíquica de tanto en tanto, merced al desgaste de sí mismo o a las influencias causales del entorno; asimismo conoce sus “apetitos”, que son tendencias objetivas mediante las cuales se encamina a la consecución de ciertos bienes objetivos, capaces de satisfacer sus necesidades inmediatas; igualmente conoce sus “emociones”, que son sus reacciones subjetivas a los influjos que producen en él los sucesos del mundo externo; conoce, a su vez sus “sentimientos”, que son las respuestas subjetivas a los significados que portan los acontecimientos del mundo de los cuales toma conciencia explícitamente. En el ámbito espiritual conoce el hombre su libertad constitutiva en muchos niveles de su propio ser. Por ejemplo, cuando conoce los objetos de la realidad, como expresión concreta de su “voluntad de saber” de ellos; asimismo, cuando se determina desde sí mismo a cambiar de modo de vida, a vencerse en sus propios impulsos o a refrenarse en sus excesos, como expresión explícita de su “voluntad de ser”; igualmente, cuando se propone influir sobre el mundo causalmente, transformándolo para sus objetivos propios, ya sea como utensilios u obras de arte, como expresión concreta de su “voluntad de hacer”; también cuando instaura con sus demás semejantes relaciones objetivas que sobrepasan sobremanera la arquitectura ontológica del mismo mundo, como cuando se arrepiente o perdona, ama o se sacrifica, como expresión explícita de su “voluntad de establecer”. Pero la naturaleza “espiritual” del alma humana es conocida por la mente del hombre de manera mediata a través de la consideración los múltiples efectos que ésta produce en la trama de la realidad, como los objetos técnicos o artísticos, el conocimiento científico o las legislaciones jurídicas. Igualmente, la “inmortalidad” del alma humana es conocida por la mente del hombre de la consideración detenida de la índole particular de las operaciones fundamentales de la misma y de los objetos a los que tiende con estas operaciones. Estos dos últimos conocimientos del alma humana no son alcanzados por la mente por una aprehensión inmediata del objeto mismo —ni por “percepción” ni por “vivenciación”— sino a través de la “deducción” o la “inferencia” que hace a partir de una serie de datos recabados de ella misma de otra manera, como los que ya se han indicado.