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Karla Libertad
La decisión estaba tomada. Raúl Villaveces, sería recluido en “Buena Pastora”, sitio ejemplar para el
purgatorio de penas. Ante todo, conociendo lo que hizo.
El día en que mató a Karla Buenaventura, Raúl estuvo recorriendo su pasado. Fue de barrio en
barrio; de ciudad en ciudad. Se detuvo en ciudad Bienaventuranza. Allí saludó a amigos y amigas
del pasado. Percibió que el lugar había cambiado. Pero no lo expresó en palabras. Simplemente, su
mirada se tornó básica. Como cuando miraba, absorto, la procesión de la soledad, los sábados
santos; en su añorada ciudad del Buen Vecino. Nunca había podido olvidar esas celebraciones. Para
Raúl, la iconografía vinculada con el aniversario de la muerte de Jesús, el Nazareno, era una
continua convocatoria a la reconversión.
Siempre ha sido así. Por lo mismo, ese día, llegó antes de lo previsto. El tren no se había detenido
en las estaciones reglamentarias. Simplemente, su conductor, tenía prisa. Debía llegar a
Bienaventuranza, antes de que naciera su primogénito.
Descendió, mirando alrededor. Como buscando a la mujer requerida. Una mirada de macho
perverso. Porque, nunca había logrado olvidar el día en que la mujer buscada, le dijo en susurro:
ya no me convocas como antes. Ya no veo en ti mi horizonte erótico. Ni siquiera, mi inmediatez
lúdica. Te siento tan lejano; tan inmerso en los recuerdos, que no logro adivinar si llegaste; o si te
quedaste dormido, asfixiándome con ese aliento propio de quienes han bebido licor todo el día.
Cuando Karla huyó, dejándolo en el cuarto, dormido; ya había amanecido. Ciudad del Mal,
empezaba su quehacer cotidiano. Ya los vendedores de aviones de papel habían empezado su
jornada. Las mujeres habían salido ya. Ataviadas con su desnudez; prestas a exhibir su cuerpo. Una
ciudad en la cual, ellas, no habían sido, ni eran aún, noticia. Como si no existieran. Por esto, en
reunión plena, habían decidido protestar. A Margot Pamplona, se le ocurrió la idea de proponer la
desnudez como expresión de protesta. Ya veremos si el señor obispo Pío XXIV y sus machos
súbditos, serán capaces de resistir nuestra firmeza y nuestra capacidad para hacer de la desnudez
un arte y una opción lúdica. Le aseguro, camaradas, que, por fin, seremos noticia de confrontación
a la Cofradía del Santo Oficio.
También habían salido los vendedores de ilusiones. Aquellos que cantaban el número ganador en la
lotería. Ya habían aprendido el arte del cálculo de probabilidades. Por lo tanto, justo ese día, debía
ganar el número 3345. Tal vez, por esos avatares del destino casi siempre incomprendidos, ese
número coincidía con las cuatro últimas cifras del número de la cédula de Raúl.
Al otro lado de la ciudad, entrando por el sur, en la bodega habilitada para albergar los cuerpos de
los y las NN, llegados desde diferentes sitios de la periferia, estaba Juvenal Merchán, el cuidador de
cadáveres. Había aprendido su oficio desde niño. Su padre, Gaspar, había heredado el arte de
cavar fosas comunes de su padre Hipólito.
Era, entonces, una sucesión de saberes relacionados con las muertes masivas, sin dolientes; sin
historia. De esas muertes que se han vuelto cotidianas; a partir de la imposición de opciones de
vida vinculadas con los conceptos de tierra arrasada, en contra de quienes, simplemente, no
comparten las propuestas y expresiones dominantes.
A propósito, Juvenal, había sido amante de Karla. Se conocieron cualquier día, en cualquier sitio. Lo
que si recuerda, de manera plena el sujeto, es que ese día recién terminaba de recibir el cadáver
de Benjamín Cuadros. Ese que, para Karla, había sido símbolo de libertad. A su manera. Es decir, a
la manera de la mujer que había recorrido todos los territorios, desafiando el poder de los
inquisidores cercanos y lejanos. Fundamentalmente el poder del Obispo Pío XXIV; quien ahora
ejercía como soporte del buen comportamiento en Ciudad del Mal. Él, a su vez, había recibido de
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Fornicato Palacio, procurador delegado por la Santa Sala de Preservadores del Orden, la misión de
desterrar, minimizar y erradicar los conceptos de placer y de alegría.
Benjamín, estuvo luchando al lado de Virginia Esperanza Potes. Cuando la libertad era horizonte
deseado. Ella y él, protagonizaron la Gran Jornada por El Derecho a ser Humanos. En ese tiempo
en el cual La Cofradía de los Eméritos Caballeros de la Santa Cruz, había determinado, mediante,
Ordenanza Absoluta, que la condición de humano era un derecho que solo podría ser otorgado a
quienes demostraran haber sido convocados y convocadas a la unción divina, por parte del
Honorable Tribunal de la Santa Virtud y la Sagrada Aplicación de los Evangelios.
Por lo mismo, entonces, tanto Benjamín como Virginia Esperanza, habían sido condenados y
condenada a trabajos forzados. Los mismos consistían en ir de casa en casa, invitando a creer en
María como virgen y en José como Santo Varón Sacrificado.
Cuando cumplieron la condena, ella y él, decidieron poblar de hijos e hijas libertarias (os) el
territorio. Allá, en la Tierra Sagrada de Fornicato. Por lo tanto, hicieron lo que es necesario hacer
para procrear. Nacieron 16 niños y 15 niñas. En un recorrido de tiempo calculado, utilizando el
multiplicativo nueve, con escisiones calculadas entre dos y tres meses.
Tanto Virginia-madre; como Benjamín - padre; instituyeron un ritual cifrado. Para sus seguidores y
seguidoras. Algo así como entender que la sumatoria de adeptos es condición sine-quanum para
fortalecer la lucha por el poder. Convencieron a varias parejas heterosexuales. Porque, para ellos, a
pesar de su visión libertaria; los y las homosexuales eran algo que debía soportarse en honor a la
posición libertaria. Pero, no más allá. Como si su rol estuviese asignado desde antes. Es decir una
posición en la cual la lucha de contrarios, suponía hembra-macho; más no esa opción en la cual el
yo con usted, en la misma condición de género.
…Y pasó algún tiempo. Villaveces permanecía en su auto-condición de perdulario. El asesinato de
Karla lo conmocionó tanto que, soñaba con ella. La veía en todas partes. Karla, la mujer libertaria,
iba a la par con sus elucubraciones. Imaginarios enfermizos. La veía, allí, al pie de la libertad,
hecha pedestal; una figura marmórea. Como Sísifo que va y regresa. Como Prometeo que está allí,
con su vientre abierto; como manutención de las aves que lo destripan cada día. Como Teseo
originario, llegado un día cualquiera de la tierra del nunca jamás…Y que permaneció con ella, como
lo hizo, hace siglos, con Ariadna, la hermosa amante suya que lo orientó y lo situó en condiciones
de volver a ser sí.
Para Raúl, el hecho de haberla matado; suponía no estar con ella. Con esa Karla libertaria, pero
efímera. Tan libertaria que nunca la pudo asir. Nunca pudo concertar con ella nada diferente a
estar hoy, tal vez mañana; pero nunca aquí y ahora. Un Villaveces montonero perverso. Ser de un
día; que no reconoció, ni reconoce aún hoy en su tormentosa pena, que fue pionero del amor a
migajas. De la entrega, como trofeo que se adquiere, por haber sido merecedor de él; en la peor
versión de esa simulación de competencia. Porque lo suyo, fue y será siempre la cautivación de la
mujer sujeto de debilidad. Porque, siempre lo dijo, las mujeres no son otra cosa que placer latente.
Ellas no piensan. Nunca han pensado...ni lo harán. Porque su cerebro es su vagina; y sus
horizontes, el placer que otorgan…En fin, que Raúl la mató; porque Karla pensó. Porque, cualquier
día ella le dijo; quiero ser libre. Ya no te quiero. Quiero volar a otro territorio. Ese en el que conocí
a Benjamín y a todos los que son como él. Tú no eres otra cosa que Raúl Villaveces, sujeto tardío;
misógino; furtivo depredador constante.
Y, entonces, la mató. Así como la había amado, a pedacitos. La mato un día en que su expresión
convulsiva (la de él); lo hizo delirar. Un día en el cual él se observó como lo que era, reflejo de la
luna en el agua. Agua de ese pozo pútrido que lo acompañó siempre. Pozo son nada diferente a la
repetición de cosas. En el día a día. En ese ir y venir circunstancial. Porque, Raúl, ni siquiera pudo
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hacer bien las repeticiones. Todo en él fue y era ahí, en el momento. Sin ningún acumulado
visionario, trascendental. Su lógica, fue y es la del reciclador de la historia. Aquel que recoge lo que
ha sido usado. Las ideas y las ilusiones. Raúl de nimiedades. Mató a Karla por reconocer que era
superior a él. Oh, sujeto cautivo. Inmerso en las alocuciones constantes. Sobre el mar y sobre la
Tierra. Sobre la mujer y sobre la ignominia que prevalece.
Raúl, con Pío XXIV a cuestas. Raúl que infiere, a cada paso, que su gestión es la de complacerlos. A
Pío XXIV; a Fornicato Palacio; a Pedro Vaticano. Este último maestro de maestros en el arte de
trastocar la historia. Sujeto de mil y una ocasiones para reinventar la perversidad. Que asistió a la
inmolación de Espartaco; que condujo a las Legiones Romanas a arrasar todo lo que fuera sinónimo
de herejía. Pedro Vaticano, sujeto inconcluso, como quiera que muriera sin haber extirpado el mal
de amores. Sujeto que, por lo mismo, nunca pudo hablar con palabra propia. Todo en él era
prestado. Hasta la manta que se suponía lo debía arropar a lo largo de la historia. Ese que se
emparentó con Claudio y con Calígula. Pedro Vaticano, sujeto de perversidad absoluta. Por esto fue
mentor de Raúl. Y, éste, lo entendía y lo aceptaba así. Por eso no dudó en matar a Karla.
Ese día, en el cual regresó; o que visitó por primera vez (porque ya no sabía distinguir tiempos y
espacios) a su ciudad, para cumplir con el mandato jurisprudencial; Raúl estuvo divagando. En un
proceso eterno. Ante todo, porque él sabía que la muerte de Karla era su estigma. Porque él sabía
que había matado al símil de la ilusión; de la esperanza.
Cuando él llegó, ya los y las testigos habían reflexionado. Habían establecido un conglomerado de
hechos, de circunstancias, de evidencias. Ellos y ellas, habían logrado establecer que Villaveces
esperó a Karla a la entrada de la habitación. La dejó entrar y la abordó. Le dijo, en comienzo, que
la amaba; que siempre lo había hecho. Que vivían en función de ella. Que era su vida y su post-
vida…que no lo abandonara. Que moriría. Pero, al mismo tiempo, aclaraba que si no se quedaba
con él, sería ella quien moriría. Que, cuando soñaba, era ella que aparecía. Aquí y allá…En fin que,
“mi bella Karla, no me abandones”.
Karla, siempre vertical, le dijo “no me interesa tu discurso; ya lo he vivido y lo he sufrido”.
Entonces, Villaveces, se desmoronó; se consolidó como macho perverso y la acuchilló. Muchas
veces. Tantas, que el cuerpo de Karla, parecía cedazo.
Y, en consecuencia, el jurado, votó. Ellos y ellas, definieron por unanimidad la sentencia: debe ser
ahorcado en plaza pública. Será vejado antes. Hasta que desespere y hasta que vocifere, pidiendo
la muerte inmediata.
Su defensor, Pío XXIV, insistió en la justeza de la muerte de Karla. Porque había trastocado los
roles. Porque desconoció la autoridad del hombre amante. Porque ni ella, ni ninguna mujer tenía
derecho a confrontar a los hombres. Él, Villaveces, era su dueño y Karla no podía desconocerlo. Ella
estaba obligada a amarlo por siempre. Por lo mismo, al negarse, entraba en el territorio vedado a
las mujeres. Su independencia no había sido declarada. Ni ella, ni ninguna de ellas, podía trasgredir
los principios y los Valores de Ciudad Trinitaria. Aquella que, algunas herejes habían cambiado de
nombre llamándola Ciudad del Mal…En fin, decía Pío XXIV, Villaveces, era un ciudadano ejemplar.
Siempre lo había sido. Al matar a Karla, él no hizo otra cosa que reafirmar el gobierno de lo
masculino. Porque Dios, ya había dicho, por siempre, que las mujeres no son sujetos
independientes, ni pensantes. Ellas serán lo que los hombres digan que sean.
Y, entonces, Benjamín y Virginia, criaron a sus quince hijas y dieciséis hijos, con toda ternura y
aprestamiento. Procurando inculcar en ellos y ellas, los valores que siempre los habían acompañado
a él y a ella. Pero, Virginia estaba inquieta. Su aritmética no le cuadraba. Porque la equidad tiene
que ver con la igualdad. Y no le faltaba razón. Es decir 16 varones mayores que 15 hembras.
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Luego, a sus sesenta años, quería ser preñada, en la esperanza de encontrar la unidad que
configurara la igualdad. Lo otro no es otra cosa que una desigualdad.
…Y Virginia volvió a quedar en embarazo. Benjamín había hecho todo lo posible por responder,
como varón. A sus sesenta y seis años, era un tanto difícil. Pero lo hizo- Nació otro varoncito.
Virginia, creyó desfallecer. Después del enorme esfuerzo, lo que quedó fue un incremento de la
desigualdad.
Villaveces fue condenado. El jurado no aceptó la interpretación de su defensor Pío XXIV.
Fundamentalmente porque, el acusado había asumido una opción no coincidente con los principios
básicos definidos por las normas de Ciudad del Mal. Normas que habían sido construidas y
aprobadas; a partir de la Asamblea de Mujeres Beligerantes. Mucho habían tenido que luchar para
acceder al poder. Habían sufrido desde tiempos inmemoriales. Los Santos Inquisidores criollos
gobernaron durante siglos. Ellos asimilaron las enseñanzas del Santo Oficio. Una herencia
directamente proporcional al dominio de los invasores. Una tradición heredada de los Santos
Tribunos de la Santa Roma. Enseñaron a aplicar los métodos para garantizar la expiación y la
reconciliación con Dios; su Dios y que, por lo mismo tenía que ser el Dios de todos y de todas.
Enseñaron a castigar a las mujeres; cuando estas no reconocieran la primacía de los varones.
Cuando estas no aceptaran su condición de seres sin opción de vida propia.
Sucedió que Benjamín y Virginia, acompañada y acompañado de sus quince hijas y sus diecisiete
hijos, se trasladaron de Villa Rebelión. Un caserío a orillas del río Mosquitos. Ya habían urdido un
plan; en la intención de difundir sus ilusiones. Estas venían desde que el padre de Virginia, Ramón
Ilich, había construido una estrategia para acabar con el liderazgo de Los Caballeros de la Santa
Cruz, allá en Ciudad Lejana. Ramón Ilich, era un hombre profundamente humano. Con la ternura
dibujada en su rostro; y en sus acciones. Ramón Ilich, expresaba solidaridad y esperanza,
absolutas.
Por lo tanto, ese día, tres de octubre; cuando lo mataron; se cuajaron las nubes y se desató la
lluvia que acompañaría a los y las habitantes de Ciudad Lejana, por espacio de doce meses. Sin
cesar. Todo quedó anegado. Los victimarios se ahogaron cuando cuidaban el cuerpo sin vida de
Ramón. Porque temían que se produjese otra ascensión, como la del Nazareno hacía ya cerca de
diecinueve siglos. Todo, además, porque los miembros de la Cofradía del Divino Verbo, los instaron
a no salir, por nada del mundo. Y así lo hicieron; se quedaron en el cuarto subterráneo de la casa
de Benedicto XIX quien ejercía como descifrador de la apologética de San Marcos y que había sido
escrita por autor anónimo en Jericó, ciudad considerada, por esto, santa.
Sucumbieron ante la fuerza de la lluvia y ante su cantidad. Pudieron haberse vertido cerca de un
billón de metros cúbicos; según lo relataron los calculistas oficiales. Pero el cuerpo de Ramón Ilich,
en fin de cuentas, desapareció. Para su búsqueda exhaustiva fue nombrada una comisión en la que
se instalaron todos los beneméritos hijos de Benedicto XIX y los hijos de Fornicato Palacio…Pero no
encontraron nada.
Una mujer campesina, de nombre Dolores Perpetuos, halló el cuerpo de Ramón; un día cualquiera
del mes de enero del año siguiente a su inmolación. Dolores, tejió una red secreta para informar a
los seguidores y las seguidoras de las ideas de Ramón. Al cabo de tres días, se reunieron todos y
todas en la “Cueva de San Mariano”, ubicada en las afueras. Hacía tres meses había escampado. La
ceremonia fue todo un acontecimiento. El cuerpo, sin pudrición, fue exhibido en altar improvisado.
Discursos acerca de la igualdad y de las acciones para lograrla. Discursos acerca de la herejía
necesaria; por medio de la cual se expulsarían de la ciudad a todos los Honorables Caballeros de la
Santa Cruz; empezando por Benedicto XIX.
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Y la inhumación se produjo en medio de arengas panfletarias, sinceras, a viva voz; con profunda
convicción en los ideales de Ilich y la necesidad de continuarlos; de propagarlos por todas las
ciudades y en el campo y en el mar y en el espacio adyacente a la Tierra.
Benjamín, Virginia y las quince y los diecisiete; no hicieron nada diferente a conservar y traducir el
Mandato Ramoniano. Su horizonte se hizo inmenso. A cada paso; en cada lugar, hablaban en
reuniones clandestinas. Temiendo que Fornicato Palacio los detectara y los y las hiciera matar.
Porque, Fornicato, era un experto. Ya había sido probada su capacidad para matar; de manera
directa y por encargo. Como resultado de esas acciones de matanza; ni Ciudad Bienaventuranza; ni
Ciudad del Mal; ni Ciudad del Buen Vecino; eran reservorio de herejías. En estas, toda voz disidente
había sido callada para siempre.
Benjamín y Virginia murieron de manera simultánea. El veneno de la víbora que había sido
colocada de manera subrepticia en su lecho, hizo efecto en segundos. Mucho se habló del
acontecimiento, en toda el área de Villa Rebelión y en algunos poblado vecinos.
Las quince y los diecisiete continuaron con la tarea. Vivir se tornó mucho más difícil. A cada
momento se escuchaba acerca de la generalización de las matanzas individuales y colectivas. Pero
no sólo se oía hablar de esto; también se podía constatar. Juvenal se quejaba de la cantidad de
trabajo. Los muertos y las muertas eran muchos y muchas. Casi no había espacio en la antigua
bodega. Hasta que Fornicato Palacio decidió arrendar otro espacio; al aire libre. Se pusieron varas
verticales y horizontales y se cubrió el escenario con plástico. Allí eran depositados los cuerpos.
Venían de Lengua Larga (vereda de Villa Rebelión); de La siembra (vereda de Ciudad del Mal); de
El Ensueño (vereda de Ciudad del Buen Vecino).
Se pudrían unos sobre otros. La fetidez era llevada por el viento hasta la misma Ciudad Salmón;
territorio del Padre de los Padres. El mismo Dios trasplantado desde Roma; desde Castilla; desde el
Sacro Imperio Anglo-Sajón cercano. A todos y a todas los (as) asfixiaba el olor nauseabundo. Solo
las quince, los diecisiete y sus adeptos escapaban. Ellos y ellas seguían sus labores cotidianas,
como si nada. Pero, claro, sentían profunda tristeza y temor. Un día allí; otro día allá. Una
peregrinación constante. Las ideas libertarias de Ramón Ilich, estaban grabadas en madera y
bronce; de tal manera que no las degradara el paso del tiempo.
…Y, en Ciudad del Mal, reventó la insurrección. Primero fueron las mujeres; conocidas como las
desnudas, en razón a que conformaban una asamblea permanente de féminas en contra de los
chafarotes de Pío XIX y de sus colaterales jornadas inquisidoras. Luego fueron los niños y las niñas.
Se negaron a leer el catecismo Astete, mejorado por el mismísimo Pío y avalado por su señoría
Fornicato Palacio. Luego fueron las y los adolescentes. Estos se negaron a entrar como aprendices
a alguna de las Legiones existentes. Ni a la del Santo Sagrario; ni a la de los Hijos e Hijas de María
Auxiliadora; ni a la Cofradía de los Hombres y Mujeres Bienintencionados (as). Por último fueron los
abuelos y las abuelas. Ellos y ellas se negaron a servir de apóstoles en las celebraciones de la
Semana Santa. También, sobre todo ellas, se negaron a acompañar a la Dolorosa los Sábados
Santos, en su soledad.
Sucedió lo que se presumía que iba a suceder. Fornicato, Benedicto XIX; Pío XXIV y los
representantes de las cofradías y legiones; decidieron, en reunión secreta, juntar sus ahorros y
situarlos en el mercado de mercenarios profesionales. Mercado que había sido instituido por el
Nuevo Imperio Anglo-Sajón. Le servía como fuentes de divisas y como soporte a las guerras de
baja intensidad, comunes en la región. Les alcanzó para comprar doscientos hombres rudos.
Machotes curtidos en el arte de matar ilusiones y esperanzas y revoluciones clásicas.
Llegaron a Ciudad del Mal, el ocho de diciembre, día de la Santísima Virgen. De manera furtiva se
instalaron en los cobertizos que Fornicato utilizaba para sus bestias. Desde allí se fueron
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desplazando, hasta copar todos los espacios. Ya conocían quienes eran los y las dirigentes. Mataron
a todos y a todas. Mujeres adultas; mujeres niñas, hombres adultos y hombres niños.
Fornicato ordenó llevar todos los cuerpos hasta la Plaza Mayor de San Jacinto, ubicada en el centro
de Ciudad del Mal. Allí se hizo una pira inmensa. Las llamas se veían desde Villa Rebelión y desde la
Sede Central del Santo Oficio Divino
De las quince, quedaron solo siete y de los diecisiete quedaron solo nueve. Se mantuvo la
desigualdad que tanto inquietó a Virginia. Lo cierto es que, quienes quedaron, migraron hacia
diferentes poblados relativamente cercanos entre sí. Desde su nuevo sitio, recomenzaron la brega.
Ese fue el referente que tanto entusiasmó a Karla. La vida de Benjamín y de Virginia. Casi como La
Vida de Jesús y de María. Un símil que ella validó y lo hizo suyo. Por lo mismo, cuando murieron
ellos y ellas, las dirigentes y los dirigentes de la insurrección en Ciudad del Mal; ella se propuso
vengarlos y vengarlas. Nada de poner la otra mejilla. Era ahora o nunca. Ojo por ojo.
Simplemente hubo un problema que le enredó la pita: la aparición de Villaveces, su amante
frustrado y resentido. Aquel que no le perdonó nunca el hecho de haberse separado de él; por
decisión autónoma, aprendida esa autonomía de las conclusiones de la Asamblea de Mujeres
Raúl la localizó. Un domingo de mayo. Ella salía del almacén en donde trabajaba. La siguió sin ser
visto. Cuando Karla llegó al platanal; apareció enhiesto el siniestro personaje. Cuchillo en mano
(alguien, hoy en día, de manera un tanto perversa, diría “a lo Pedro Navajas”). En fin que la
acuchilló. Huyó por el camino que lleva a Villa Piedad y, desde allí hasta Villa Perdón. Este último,
un caserío habitado por ex convicto; prófugos resentidos mandantes, con muchas muertes a
cuestas.
El refugio era ideal. Allí nadie preguntaba nada. Lo llamaban, también, “Tierra de Nadie y de
Todos”. Desde ahí importaron el modelo, muchos de los estrategas de la barbarie; hegemónicos
mandarines criollos. Pútridos, siempre. Y, entonces, se expandió el modelo. Fueron creciendo las
ciudades y los países cuyos gobernantes a la fuerza, enviaban a sus agregados y aurigas a
aprender el oficio de no preguntar nada. De guardar los secretos de las muertes sucesivas y de no
permitir la identificación de los culpables. Allí estuvo, por ejemplo, Juan Manuel Santín; José
Obdulio Miserabilísimo; Sabas Pretel de la Cuesta. Todos en nombre del prístino Álvaro.
Y, Raúl, estuvo allí casi cuatro años. Hizo muchos amigos. Algunos de ellos ejercieron como sus
codeudores; cuando él decidió comprar a crédito El Buzón del Olvido, Un cachivache que servía, a
la manera del sobrero de los magos, para meter en él una evidencia; o un indicio; o una flagrancia
y sacar palomas de la paz; o sapos vergonzantes; o divinas imágenes de la virgen; o del Divino
Niño.
Entre tanto, el cuerpo de la bella Karla, fue encontrado por uno de los hijos de Fornicato Palacio. Lo
llevó a otro sitio, distante de allí. El cuerpo de Karla todavía estaba caliente. Deogracias Palacio,
aplicó lo que había aprendido en los cursos de necrofilia. Una vez terminó, volvió a trasladar el
cuerpo al lugar en el cual había sido dejado por Raúl Villaveces.
El ceremonial fue conmovedor. Todas las mujeres de La Asamblea, estuvieron con ella y la
acompañaron hasta el lugar de su cremación. Suscribieron El Manifiesto por la Venganza y por la
Pronta Justicia. Manifiesto que se erigió como referente para todas las mujeres de la región y del
país. Un documento elaborado con un conocimiento previo de la lucha que han librado las mujeres
en todo el mundo. Ellas, inclusive, promovieron siempre la realización de eventos y movilizaciones
el ocho de marzo anterior a la muerte de Karla. Estaban convencidas de la importancia y
trascendencia de su gestión. Como mujeres comprometidas con la defensa de sus derechos y por la
persuasión acerca de la necesidad de la ternura para crecer como personas y como pueblo.
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Raúl Villaveces había nacido en Puerto Lindo, ciudad situada al noroeste de Ciudad
Bienaventuranza. Cuando niño fue protagonista en la escuelita en donde cursó su básica primaria.
Porque exhibía capacidad para hacer de las palabras un todo coherente; independientemente del
tema que propusiera la profesora Altagracia. Por esto mismo, estuvo mucho tiempo vinculado a la
Sociedad de los Niños y las Niñas Inteligentes. Como con Mozart, su padre y su madre, recorrieron
el país, a bordo de las capacidades de su hijo. El Circo Diablillo Perenne lo exhibió en funciones en
las cuales el público deliraba con los conocimientos de Raulito. Hasta que, en un día cualquiera del
mes de mayo de 2020, se quedó mudo. Una forma de protestar por la utilización que venían
haciendo de él su familia y los propietarios del circo.
Creció, después de la ruptura, al lado de su tío Valentín. Cursó bachillerato en el Liceo Mariano y se
vinculó a la Universidad Trinitaria, como estudiante del programa de pregrado Ingeniería
Armamentista. Se graduó con honores y, posteriormente, viajó al Nuevo Imperio, para cursar
estudios de doctorado en Energía Atómica Aplicada a la Destrucción. A su regreso al país, trabajó al
lado del prístino Álvaro como consejero en asuntos de moral y de seguridad.
Conoció a Karla en una celebración del Día Mariano, en Bienaventuranza. Sucedió que Raúl fue
delegado por el prístino como su delegado ante el Santo Oficio Criollo de la Búsqueda del Cielo.
Raúl siempre fue un hombre parco y muy devoto de María Santísima. A ella le otorgaba todo tipo
de sacrificios. Decía no querer a las mujeres, por su recuerdo de lo leído en la Historia Sagrada,
acerca del rol de Eva en la Tierra y, como colateral, la expulsión del Paraíso. Sin embargo leía la
revista Play Boy y se masturbaba en soledad, motivado por las poses de las conejitas.
Karla había crecido al lado de su tía Saturia. Padre y madre habían muerto en un accidente.
Viajaban de Ciudad del Mal a Ciudad del Buen Vecino; el bus en que viajaban rodó por un abismo.
Karla, bajo la férrea disciplina que le impuso Saturia, no tuvo ningún placer en su infancia. La
adolescencia, la sitúo en diferentes escenarios. El colegio; la hacienda de su tía; las calles de
Ciudad del Mal. Sin embargo ella nunca pudo disfrutar de su cuerpo. La asfixiaba el artefacto
ideado por la tía para impedir que Karla fuera abordada. Se trataba de un cerrojo anticuadlo pero
efectivo.
Ese día, en plena celebración de la Santísima Virgen, llevaba un vestido apretado, negro. Hacía diez
años había muerto Saturia. Ahí, al pie de la tía muerte, lanzó el grito de libertad. El cerrajero logró
abril el candado. Los trajes largos y hasta el cuello fueron incinerados. Danzó toda la noche del
velorio, desnuda, en su habitación. Invitó a su primo Encarnación para que la inaugurara. Estuvo
con él toda la noche. Contó veintitrés orgasmos; hasta que Encarnación no pudo más.
Raúl se dirigió a ella, un tanto conmovido por el hecho de que Karla había organizado una
celebración paralela. Se trataba de la reunión de todas las mujeres de Bienaventuranza y de la
expedición del Manifiesto Libertario de las Mujeres Vulneradas.
La casuística consistía en exhibir sus cuerpos desnudos en la Plaza Central de la ciudad. Danzaban
alrededor de la hoguera y, a cada paso, arrojaban al fuego retratos y réplicas de Fornicato Palacio
de Benedicto XIX y Pío XXIV. Además símiles de los Caballeros Cruzados. Le dijo: “señorita, usted
no puede agraviar a la Virgen de esa manera.”
Karla, simplemente, lo ignoró. Pero no pudo sustraerse al encanto de su mirada. Ojos verdes,
simples; pero con una fuerza absoluta cuando se fijaban en alguien. En este caso, Karla, fue ese
alguien. Casi desmaya. Porque ese mirar de Raúl no permitía escape. Hablaron. Karla le expresó
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que no había vuelta atrás. Las mujeres de Bienaventuranza no admitían ninguna directriz; por
sagrada que fuera.
Se volvieron a encontrar en la taberna “La vida es así”. Todo tan coincidencial, que ella y él se
sintieron sujetos de una alegoría lejana. Ella y él, se sentaron en misma mesa. Karla ordenó una
botella de aguardiente marca Soplo Divino. Él, muy recatado, ordenó botella de vino dulce, marca
Los tres Frailecitos.
Departieron hasta pasadas las doce de la medianoche. Karla invitó a “ojitos verdes” a su habitación.
Ella vivía en casa de inquilinato. A pesar de eso, todo muy confortable y digno. Como lo hacía
siempre, se desvistió inmediatamente llegó al cuarto. Raúl se sintió algo incómodo. Pero,
inmediatamente, recordó a las conejitas y sintió un fuerte escozor en su tornillo; tanto que se irguió
mucho más de lo acostumbrado. Se juntaron, hasta el amanecer. Raulito se despertó asustado,
porque había quedado en llamar al prístino.
Luego de haber expedido el Manifiesto, las mujeres de la Asamblea, se dispersaron. Cada una con
el propósito de arengar en la ciudad. Convocando a la confrontación en contra de Raúl y de sus
símiles. Ellas ya sabían que Raulito era un protegido del Divino Álvaro; pero eso no las amilanaba.
Estaban decididas a la venganza. Como fuera. O en los Tribunales. O en cualquier sitio. Lo cierto es
que Raúl debía pagar por su crimen de lesa fémina.
Prevaricato Martínez fue el primer amante de Virginia. Se conocieron cualquier día, en Villa de Dios,
una localidad situada al Este de Ciudad del Buen Morir. Ella, la Virginia, era oriunda de Ciudad
Amada por Dios. Allí nació y creció. Su padre ejerció como sacristán en la Parroquia de San Diego
Virgen. Con su esposa Primogénita, tuvo doce hijas. Entre ellas Virginia, la cuarta. Cualquier día, su
padre, la abordó. La casa tenía dos habitaciones. Una de ellas para José Arimatea y Primogénita. La
otra, para las doce.
Le dijo, casi en susurro, “Virgita, me tienes desesperado. Te he observado cuando te bañas;
déjame, por favor, probarte”. Cuentan que Arimatea se tiró al río. Nadie pudo recuperar su cuerpo.
Sin embargo, Virginia quedó lista para ser la madre del hijo suyo y de su padre. El niño murió
cuando tenía tres años. Un caso insólito de fiebre amarilla. Virginia nunca transfirió el hecho. Ni
siquiera a su madre Primogénita.
Cuando aprendió con Benjamín el arte de hacerse mujer autónoma, ya había conocido el arte de la
sumisión. Había estado durante muchos años, al lado de la tristeza y de los vejámenes. Como ese,
cuando su padre la vulneró; haciéndole sentir el significado pleno de la ignominia. Desde ese día,
Virginia juró por Los Dioses Antiguos, que jamás hombre alguno le haría lo mismo. Por eso lo
ahogó en el Río de Oro. Por eso mató a Prevaricato; arrojándolo al Lago Santo.
Benjamín no era así. Ni como Arimatea; ni como Prevaricato; ni como Raúl. Es decir él era un
hombre pleno, sincero y que valoró siempre la importancia del rol de las mujeres y de la
construcción de escenarios de equidad. Por lo mismo, entonces, Benjamín siempre fue perseguido
por todas las cofradías existentes en su territorio. Fundamentalmente por aquella liderado por Pío
XIX, denominada Los Caballeros Prístinos al Servicio de Dios.
Recorrió todo el país, arengando a las mujeres y a los hombres; transfiriéndoles el conocimiento
asociado a la libertad. Ese fue el Benjamín que tanto admiró Karla. Ese tipo de propuestas
libertarias; esa condición de sujeto comprometido convencido de la necesidad de la guerra entre las
cofradías inquisidoras y los y las hombres y mujeres que reivindicaban el derecho a ser libres y a
tener la sensibilidad y la ternura como soportes en su actuación. Guerra que, aun hoy, continúa y
que, por lo visto continuará por siglos; hasta que sea vencidos los dueños de la vida cautiva y de la
inequidad y de la contra ternura. Y pasó mucho tiempo. Y estamos hoy asistiendo a la misma
9
confrontación Algo extraño en ella. Nunca la había percibido así. Una imaginación que bordea lo
absurdo. Sin que me diera cuenta, siguió con otra historia.

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  • 1. 1 Karla Libertad La decisión estaba tomada. Raúl Villaveces, sería recluido en “Buena Pastora”, sitio ejemplar para el purgatorio de penas. Ante todo, conociendo lo que hizo. El día en que mató a Karla Buenaventura, Raúl estuvo recorriendo su pasado. Fue de barrio en barrio; de ciudad en ciudad. Se detuvo en ciudad Bienaventuranza. Allí saludó a amigos y amigas del pasado. Percibió que el lugar había cambiado. Pero no lo expresó en palabras. Simplemente, su mirada se tornó básica. Como cuando miraba, absorto, la procesión de la soledad, los sábados santos; en su añorada ciudad del Buen Vecino. Nunca había podido olvidar esas celebraciones. Para Raúl, la iconografía vinculada con el aniversario de la muerte de Jesús, el Nazareno, era una continua convocatoria a la reconversión. Siempre ha sido así. Por lo mismo, ese día, llegó antes de lo previsto. El tren no se había detenido en las estaciones reglamentarias. Simplemente, su conductor, tenía prisa. Debía llegar a Bienaventuranza, antes de que naciera su primogénito. Descendió, mirando alrededor. Como buscando a la mujer requerida. Una mirada de macho perverso. Porque, nunca había logrado olvidar el día en que la mujer buscada, le dijo en susurro: ya no me convocas como antes. Ya no veo en ti mi horizonte erótico. Ni siquiera, mi inmediatez lúdica. Te siento tan lejano; tan inmerso en los recuerdos, que no logro adivinar si llegaste; o si te quedaste dormido, asfixiándome con ese aliento propio de quienes han bebido licor todo el día. Cuando Karla huyó, dejándolo en el cuarto, dormido; ya había amanecido. Ciudad del Mal, empezaba su quehacer cotidiano. Ya los vendedores de aviones de papel habían empezado su jornada. Las mujeres habían salido ya. Ataviadas con su desnudez; prestas a exhibir su cuerpo. Una ciudad en la cual, ellas, no habían sido, ni eran aún, noticia. Como si no existieran. Por esto, en reunión plena, habían decidido protestar. A Margot Pamplona, se le ocurrió la idea de proponer la desnudez como expresión de protesta. Ya veremos si el señor obispo Pío XXIV y sus machos súbditos, serán capaces de resistir nuestra firmeza y nuestra capacidad para hacer de la desnudez un arte y una opción lúdica. Le aseguro, camaradas, que, por fin, seremos noticia de confrontación a la Cofradía del Santo Oficio. También habían salido los vendedores de ilusiones. Aquellos que cantaban el número ganador en la lotería. Ya habían aprendido el arte del cálculo de probabilidades. Por lo tanto, justo ese día, debía ganar el número 3345. Tal vez, por esos avatares del destino casi siempre incomprendidos, ese número coincidía con las cuatro últimas cifras del número de la cédula de Raúl. Al otro lado de la ciudad, entrando por el sur, en la bodega habilitada para albergar los cuerpos de los y las NN, llegados desde diferentes sitios de la periferia, estaba Juvenal Merchán, el cuidador de cadáveres. Había aprendido su oficio desde niño. Su padre, Gaspar, había heredado el arte de cavar fosas comunes de su padre Hipólito. Era, entonces, una sucesión de saberes relacionados con las muertes masivas, sin dolientes; sin historia. De esas muertes que se han vuelto cotidianas; a partir de la imposición de opciones de vida vinculadas con los conceptos de tierra arrasada, en contra de quienes, simplemente, no comparten las propuestas y expresiones dominantes. A propósito, Juvenal, había sido amante de Karla. Se conocieron cualquier día, en cualquier sitio. Lo que si recuerda, de manera plena el sujeto, es que ese día recién terminaba de recibir el cadáver de Benjamín Cuadros. Ese que, para Karla, había sido símbolo de libertad. A su manera. Es decir, a la manera de la mujer que había recorrido todos los territorios, desafiando el poder de los inquisidores cercanos y lejanos. Fundamentalmente el poder del Obispo Pío XXIV; quien ahora ejercía como soporte del buen comportamiento en Ciudad del Mal. Él, a su vez, había recibido de
  • 2. 2 Fornicato Palacio, procurador delegado por la Santa Sala de Preservadores del Orden, la misión de desterrar, minimizar y erradicar los conceptos de placer y de alegría. Benjamín, estuvo luchando al lado de Virginia Esperanza Potes. Cuando la libertad era horizonte deseado. Ella y él, protagonizaron la Gran Jornada por El Derecho a ser Humanos. En ese tiempo en el cual La Cofradía de los Eméritos Caballeros de la Santa Cruz, había determinado, mediante, Ordenanza Absoluta, que la condición de humano era un derecho que solo podría ser otorgado a quienes demostraran haber sido convocados y convocadas a la unción divina, por parte del Honorable Tribunal de la Santa Virtud y la Sagrada Aplicación de los Evangelios. Por lo mismo, entonces, tanto Benjamín como Virginia Esperanza, habían sido condenados y condenada a trabajos forzados. Los mismos consistían en ir de casa en casa, invitando a creer en María como virgen y en José como Santo Varón Sacrificado. Cuando cumplieron la condena, ella y él, decidieron poblar de hijos e hijas libertarias (os) el territorio. Allá, en la Tierra Sagrada de Fornicato. Por lo tanto, hicieron lo que es necesario hacer para procrear. Nacieron 16 niños y 15 niñas. En un recorrido de tiempo calculado, utilizando el multiplicativo nueve, con escisiones calculadas entre dos y tres meses. Tanto Virginia-madre; como Benjamín - padre; instituyeron un ritual cifrado. Para sus seguidores y seguidoras. Algo así como entender que la sumatoria de adeptos es condición sine-quanum para fortalecer la lucha por el poder. Convencieron a varias parejas heterosexuales. Porque, para ellos, a pesar de su visión libertaria; los y las homosexuales eran algo que debía soportarse en honor a la posición libertaria. Pero, no más allá. Como si su rol estuviese asignado desde antes. Es decir una posición en la cual la lucha de contrarios, suponía hembra-macho; más no esa opción en la cual el yo con usted, en la misma condición de género. …Y pasó algún tiempo. Villaveces permanecía en su auto-condición de perdulario. El asesinato de Karla lo conmocionó tanto que, soñaba con ella. La veía en todas partes. Karla, la mujer libertaria, iba a la par con sus elucubraciones. Imaginarios enfermizos. La veía, allí, al pie de la libertad, hecha pedestal; una figura marmórea. Como Sísifo que va y regresa. Como Prometeo que está allí, con su vientre abierto; como manutención de las aves que lo destripan cada día. Como Teseo originario, llegado un día cualquiera de la tierra del nunca jamás…Y que permaneció con ella, como lo hizo, hace siglos, con Ariadna, la hermosa amante suya que lo orientó y lo situó en condiciones de volver a ser sí. Para Raúl, el hecho de haberla matado; suponía no estar con ella. Con esa Karla libertaria, pero efímera. Tan libertaria que nunca la pudo asir. Nunca pudo concertar con ella nada diferente a estar hoy, tal vez mañana; pero nunca aquí y ahora. Un Villaveces montonero perverso. Ser de un día; que no reconoció, ni reconoce aún hoy en su tormentosa pena, que fue pionero del amor a migajas. De la entrega, como trofeo que se adquiere, por haber sido merecedor de él; en la peor versión de esa simulación de competencia. Porque lo suyo, fue y será siempre la cautivación de la mujer sujeto de debilidad. Porque, siempre lo dijo, las mujeres no son otra cosa que placer latente. Ellas no piensan. Nunca han pensado...ni lo harán. Porque su cerebro es su vagina; y sus horizontes, el placer que otorgan…En fin, que Raúl la mató; porque Karla pensó. Porque, cualquier día ella le dijo; quiero ser libre. Ya no te quiero. Quiero volar a otro territorio. Ese en el que conocí a Benjamín y a todos los que son como él. Tú no eres otra cosa que Raúl Villaveces, sujeto tardío; misógino; furtivo depredador constante. Y, entonces, la mató. Así como la había amado, a pedacitos. La mato un día en que su expresión convulsiva (la de él); lo hizo delirar. Un día en el cual él se observó como lo que era, reflejo de la luna en el agua. Agua de ese pozo pútrido que lo acompañó siempre. Pozo son nada diferente a la repetición de cosas. En el día a día. En ese ir y venir circunstancial. Porque, Raúl, ni siquiera pudo
  • 3. 3 hacer bien las repeticiones. Todo en él fue y era ahí, en el momento. Sin ningún acumulado visionario, trascendental. Su lógica, fue y es la del reciclador de la historia. Aquel que recoge lo que ha sido usado. Las ideas y las ilusiones. Raúl de nimiedades. Mató a Karla por reconocer que era superior a él. Oh, sujeto cautivo. Inmerso en las alocuciones constantes. Sobre el mar y sobre la Tierra. Sobre la mujer y sobre la ignominia que prevalece. Raúl, con Pío XXIV a cuestas. Raúl que infiere, a cada paso, que su gestión es la de complacerlos. A Pío XXIV; a Fornicato Palacio; a Pedro Vaticano. Este último maestro de maestros en el arte de trastocar la historia. Sujeto de mil y una ocasiones para reinventar la perversidad. Que asistió a la inmolación de Espartaco; que condujo a las Legiones Romanas a arrasar todo lo que fuera sinónimo de herejía. Pedro Vaticano, sujeto inconcluso, como quiera que muriera sin haber extirpado el mal de amores. Sujeto que, por lo mismo, nunca pudo hablar con palabra propia. Todo en él era prestado. Hasta la manta que se suponía lo debía arropar a lo largo de la historia. Ese que se emparentó con Claudio y con Calígula. Pedro Vaticano, sujeto de perversidad absoluta. Por esto fue mentor de Raúl. Y, éste, lo entendía y lo aceptaba así. Por eso no dudó en matar a Karla. Ese día, en el cual regresó; o que visitó por primera vez (porque ya no sabía distinguir tiempos y espacios) a su ciudad, para cumplir con el mandato jurisprudencial; Raúl estuvo divagando. En un proceso eterno. Ante todo, porque él sabía que la muerte de Karla era su estigma. Porque él sabía que había matado al símil de la ilusión; de la esperanza. Cuando él llegó, ya los y las testigos habían reflexionado. Habían establecido un conglomerado de hechos, de circunstancias, de evidencias. Ellos y ellas, habían logrado establecer que Villaveces esperó a Karla a la entrada de la habitación. La dejó entrar y la abordó. Le dijo, en comienzo, que la amaba; que siempre lo había hecho. Que vivían en función de ella. Que era su vida y su post- vida…que no lo abandonara. Que moriría. Pero, al mismo tiempo, aclaraba que si no se quedaba con él, sería ella quien moriría. Que, cuando soñaba, era ella que aparecía. Aquí y allá…En fin que, “mi bella Karla, no me abandones”. Karla, siempre vertical, le dijo “no me interesa tu discurso; ya lo he vivido y lo he sufrido”. Entonces, Villaveces, se desmoronó; se consolidó como macho perverso y la acuchilló. Muchas veces. Tantas, que el cuerpo de Karla, parecía cedazo. Y, en consecuencia, el jurado, votó. Ellos y ellas, definieron por unanimidad la sentencia: debe ser ahorcado en plaza pública. Será vejado antes. Hasta que desespere y hasta que vocifere, pidiendo la muerte inmediata. Su defensor, Pío XXIV, insistió en la justeza de la muerte de Karla. Porque había trastocado los roles. Porque desconoció la autoridad del hombre amante. Porque ni ella, ni ninguna mujer tenía derecho a confrontar a los hombres. Él, Villaveces, era su dueño y Karla no podía desconocerlo. Ella estaba obligada a amarlo por siempre. Por lo mismo, al negarse, entraba en el territorio vedado a las mujeres. Su independencia no había sido declarada. Ni ella, ni ninguna de ellas, podía trasgredir los principios y los Valores de Ciudad Trinitaria. Aquella que, algunas herejes habían cambiado de nombre llamándola Ciudad del Mal…En fin, decía Pío XXIV, Villaveces, era un ciudadano ejemplar. Siempre lo había sido. Al matar a Karla, él no hizo otra cosa que reafirmar el gobierno de lo masculino. Porque Dios, ya había dicho, por siempre, que las mujeres no son sujetos independientes, ni pensantes. Ellas serán lo que los hombres digan que sean. Y, entonces, Benjamín y Virginia, criaron a sus quince hijas y dieciséis hijos, con toda ternura y aprestamiento. Procurando inculcar en ellos y ellas, los valores que siempre los habían acompañado a él y a ella. Pero, Virginia estaba inquieta. Su aritmética no le cuadraba. Porque la equidad tiene que ver con la igualdad. Y no le faltaba razón. Es decir 16 varones mayores que 15 hembras.
  • 4. 4 Luego, a sus sesenta años, quería ser preñada, en la esperanza de encontrar la unidad que configurara la igualdad. Lo otro no es otra cosa que una desigualdad. …Y Virginia volvió a quedar en embarazo. Benjamín había hecho todo lo posible por responder, como varón. A sus sesenta y seis años, era un tanto difícil. Pero lo hizo- Nació otro varoncito. Virginia, creyó desfallecer. Después del enorme esfuerzo, lo que quedó fue un incremento de la desigualdad. Villaveces fue condenado. El jurado no aceptó la interpretación de su defensor Pío XXIV. Fundamentalmente porque, el acusado había asumido una opción no coincidente con los principios básicos definidos por las normas de Ciudad del Mal. Normas que habían sido construidas y aprobadas; a partir de la Asamblea de Mujeres Beligerantes. Mucho habían tenido que luchar para acceder al poder. Habían sufrido desde tiempos inmemoriales. Los Santos Inquisidores criollos gobernaron durante siglos. Ellos asimilaron las enseñanzas del Santo Oficio. Una herencia directamente proporcional al dominio de los invasores. Una tradición heredada de los Santos Tribunos de la Santa Roma. Enseñaron a aplicar los métodos para garantizar la expiación y la reconciliación con Dios; su Dios y que, por lo mismo tenía que ser el Dios de todos y de todas. Enseñaron a castigar a las mujeres; cuando estas no reconocieran la primacía de los varones. Cuando estas no aceptaran su condición de seres sin opción de vida propia. Sucedió que Benjamín y Virginia, acompañada y acompañado de sus quince hijas y sus diecisiete hijos, se trasladaron de Villa Rebelión. Un caserío a orillas del río Mosquitos. Ya habían urdido un plan; en la intención de difundir sus ilusiones. Estas venían desde que el padre de Virginia, Ramón Ilich, había construido una estrategia para acabar con el liderazgo de Los Caballeros de la Santa Cruz, allá en Ciudad Lejana. Ramón Ilich, era un hombre profundamente humano. Con la ternura dibujada en su rostro; y en sus acciones. Ramón Ilich, expresaba solidaridad y esperanza, absolutas. Por lo tanto, ese día, tres de octubre; cuando lo mataron; se cuajaron las nubes y se desató la lluvia que acompañaría a los y las habitantes de Ciudad Lejana, por espacio de doce meses. Sin cesar. Todo quedó anegado. Los victimarios se ahogaron cuando cuidaban el cuerpo sin vida de Ramón. Porque temían que se produjese otra ascensión, como la del Nazareno hacía ya cerca de diecinueve siglos. Todo, además, porque los miembros de la Cofradía del Divino Verbo, los instaron a no salir, por nada del mundo. Y así lo hicieron; se quedaron en el cuarto subterráneo de la casa de Benedicto XIX quien ejercía como descifrador de la apologética de San Marcos y que había sido escrita por autor anónimo en Jericó, ciudad considerada, por esto, santa. Sucumbieron ante la fuerza de la lluvia y ante su cantidad. Pudieron haberse vertido cerca de un billón de metros cúbicos; según lo relataron los calculistas oficiales. Pero el cuerpo de Ramón Ilich, en fin de cuentas, desapareció. Para su búsqueda exhaustiva fue nombrada una comisión en la que se instalaron todos los beneméritos hijos de Benedicto XIX y los hijos de Fornicato Palacio…Pero no encontraron nada. Una mujer campesina, de nombre Dolores Perpetuos, halló el cuerpo de Ramón; un día cualquiera del mes de enero del año siguiente a su inmolación. Dolores, tejió una red secreta para informar a los seguidores y las seguidoras de las ideas de Ramón. Al cabo de tres días, se reunieron todos y todas en la “Cueva de San Mariano”, ubicada en las afueras. Hacía tres meses había escampado. La ceremonia fue todo un acontecimiento. El cuerpo, sin pudrición, fue exhibido en altar improvisado. Discursos acerca de la igualdad y de las acciones para lograrla. Discursos acerca de la herejía necesaria; por medio de la cual se expulsarían de la ciudad a todos los Honorables Caballeros de la Santa Cruz; empezando por Benedicto XIX.
  • 5. 5 Y la inhumación se produjo en medio de arengas panfletarias, sinceras, a viva voz; con profunda convicción en los ideales de Ilich y la necesidad de continuarlos; de propagarlos por todas las ciudades y en el campo y en el mar y en el espacio adyacente a la Tierra. Benjamín, Virginia y las quince y los diecisiete; no hicieron nada diferente a conservar y traducir el Mandato Ramoniano. Su horizonte se hizo inmenso. A cada paso; en cada lugar, hablaban en reuniones clandestinas. Temiendo que Fornicato Palacio los detectara y los y las hiciera matar. Porque, Fornicato, era un experto. Ya había sido probada su capacidad para matar; de manera directa y por encargo. Como resultado de esas acciones de matanza; ni Ciudad Bienaventuranza; ni Ciudad del Mal; ni Ciudad del Buen Vecino; eran reservorio de herejías. En estas, toda voz disidente había sido callada para siempre. Benjamín y Virginia murieron de manera simultánea. El veneno de la víbora que había sido colocada de manera subrepticia en su lecho, hizo efecto en segundos. Mucho se habló del acontecimiento, en toda el área de Villa Rebelión y en algunos poblado vecinos. Las quince y los diecisiete continuaron con la tarea. Vivir se tornó mucho más difícil. A cada momento se escuchaba acerca de la generalización de las matanzas individuales y colectivas. Pero no sólo se oía hablar de esto; también se podía constatar. Juvenal se quejaba de la cantidad de trabajo. Los muertos y las muertas eran muchos y muchas. Casi no había espacio en la antigua bodega. Hasta que Fornicato Palacio decidió arrendar otro espacio; al aire libre. Se pusieron varas verticales y horizontales y se cubrió el escenario con plástico. Allí eran depositados los cuerpos. Venían de Lengua Larga (vereda de Villa Rebelión); de La siembra (vereda de Ciudad del Mal); de El Ensueño (vereda de Ciudad del Buen Vecino). Se pudrían unos sobre otros. La fetidez era llevada por el viento hasta la misma Ciudad Salmón; territorio del Padre de los Padres. El mismo Dios trasplantado desde Roma; desde Castilla; desde el Sacro Imperio Anglo-Sajón cercano. A todos y a todas los (as) asfixiaba el olor nauseabundo. Solo las quince, los diecisiete y sus adeptos escapaban. Ellos y ellas seguían sus labores cotidianas, como si nada. Pero, claro, sentían profunda tristeza y temor. Un día allí; otro día allá. Una peregrinación constante. Las ideas libertarias de Ramón Ilich, estaban grabadas en madera y bronce; de tal manera que no las degradara el paso del tiempo. …Y, en Ciudad del Mal, reventó la insurrección. Primero fueron las mujeres; conocidas como las desnudas, en razón a que conformaban una asamblea permanente de féminas en contra de los chafarotes de Pío XIX y de sus colaterales jornadas inquisidoras. Luego fueron los niños y las niñas. Se negaron a leer el catecismo Astete, mejorado por el mismísimo Pío y avalado por su señoría Fornicato Palacio. Luego fueron las y los adolescentes. Estos se negaron a entrar como aprendices a alguna de las Legiones existentes. Ni a la del Santo Sagrario; ni a la de los Hijos e Hijas de María Auxiliadora; ni a la Cofradía de los Hombres y Mujeres Bienintencionados (as). Por último fueron los abuelos y las abuelas. Ellos y ellas se negaron a servir de apóstoles en las celebraciones de la Semana Santa. También, sobre todo ellas, se negaron a acompañar a la Dolorosa los Sábados Santos, en su soledad. Sucedió lo que se presumía que iba a suceder. Fornicato, Benedicto XIX; Pío XXIV y los representantes de las cofradías y legiones; decidieron, en reunión secreta, juntar sus ahorros y situarlos en el mercado de mercenarios profesionales. Mercado que había sido instituido por el Nuevo Imperio Anglo-Sajón. Le servía como fuentes de divisas y como soporte a las guerras de baja intensidad, comunes en la región. Les alcanzó para comprar doscientos hombres rudos. Machotes curtidos en el arte de matar ilusiones y esperanzas y revoluciones clásicas. Llegaron a Ciudad del Mal, el ocho de diciembre, día de la Santísima Virgen. De manera furtiva se instalaron en los cobertizos que Fornicato utilizaba para sus bestias. Desde allí se fueron
  • 6. 6 desplazando, hasta copar todos los espacios. Ya conocían quienes eran los y las dirigentes. Mataron a todos y a todas. Mujeres adultas; mujeres niñas, hombres adultos y hombres niños. Fornicato ordenó llevar todos los cuerpos hasta la Plaza Mayor de San Jacinto, ubicada en el centro de Ciudad del Mal. Allí se hizo una pira inmensa. Las llamas se veían desde Villa Rebelión y desde la Sede Central del Santo Oficio Divino De las quince, quedaron solo siete y de los diecisiete quedaron solo nueve. Se mantuvo la desigualdad que tanto inquietó a Virginia. Lo cierto es que, quienes quedaron, migraron hacia diferentes poblados relativamente cercanos entre sí. Desde su nuevo sitio, recomenzaron la brega. Ese fue el referente que tanto entusiasmó a Karla. La vida de Benjamín y de Virginia. Casi como La Vida de Jesús y de María. Un símil que ella validó y lo hizo suyo. Por lo mismo, cuando murieron ellos y ellas, las dirigentes y los dirigentes de la insurrección en Ciudad del Mal; ella se propuso vengarlos y vengarlas. Nada de poner la otra mejilla. Era ahora o nunca. Ojo por ojo. Simplemente hubo un problema que le enredó la pita: la aparición de Villaveces, su amante frustrado y resentido. Aquel que no le perdonó nunca el hecho de haberse separado de él; por decisión autónoma, aprendida esa autonomía de las conclusiones de la Asamblea de Mujeres Raúl la localizó. Un domingo de mayo. Ella salía del almacén en donde trabajaba. La siguió sin ser visto. Cuando Karla llegó al platanal; apareció enhiesto el siniestro personaje. Cuchillo en mano (alguien, hoy en día, de manera un tanto perversa, diría “a lo Pedro Navajas”). En fin que la acuchilló. Huyó por el camino que lleva a Villa Piedad y, desde allí hasta Villa Perdón. Este último, un caserío habitado por ex convicto; prófugos resentidos mandantes, con muchas muertes a cuestas. El refugio era ideal. Allí nadie preguntaba nada. Lo llamaban, también, “Tierra de Nadie y de Todos”. Desde ahí importaron el modelo, muchos de los estrategas de la barbarie; hegemónicos mandarines criollos. Pútridos, siempre. Y, entonces, se expandió el modelo. Fueron creciendo las ciudades y los países cuyos gobernantes a la fuerza, enviaban a sus agregados y aurigas a aprender el oficio de no preguntar nada. De guardar los secretos de las muertes sucesivas y de no permitir la identificación de los culpables. Allí estuvo, por ejemplo, Juan Manuel Santín; José Obdulio Miserabilísimo; Sabas Pretel de la Cuesta. Todos en nombre del prístino Álvaro. Y, Raúl, estuvo allí casi cuatro años. Hizo muchos amigos. Algunos de ellos ejercieron como sus codeudores; cuando él decidió comprar a crédito El Buzón del Olvido, Un cachivache que servía, a la manera del sobrero de los magos, para meter en él una evidencia; o un indicio; o una flagrancia y sacar palomas de la paz; o sapos vergonzantes; o divinas imágenes de la virgen; o del Divino Niño. Entre tanto, el cuerpo de la bella Karla, fue encontrado por uno de los hijos de Fornicato Palacio. Lo llevó a otro sitio, distante de allí. El cuerpo de Karla todavía estaba caliente. Deogracias Palacio, aplicó lo que había aprendido en los cursos de necrofilia. Una vez terminó, volvió a trasladar el cuerpo al lugar en el cual había sido dejado por Raúl Villaveces. El ceremonial fue conmovedor. Todas las mujeres de La Asamblea, estuvieron con ella y la acompañaron hasta el lugar de su cremación. Suscribieron El Manifiesto por la Venganza y por la Pronta Justicia. Manifiesto que se erigió como referente para todas las mujeres de la región y del país. Un documento elaborado con un conocimiento previo de la lucha que han librado las mujeres en todo el mundo. Ellas, inclusive, promovieron siempre la realización de eventos y movilizaciones el ocho de marzo anterior a la muerte de Karla. Estaban convencidas de la importancia y trascendencia de su gestión. Como mujeres comprometidas con la defensa de sus derechos y por la persuasión acerca de la necesidad de la ternura para crecer como personas y como pueblo.
  • 7. 7 Raúl Villaveces había nacido en Puerto Lindo, ciudad situada al noroeste de Ciudad Bienaventuranza. Cuando niño fue protagonista en la escuelita en donde cursó su básica primaria. Porque exhibía capacidad para hacer de las palabras un todo coherente; independientemente del tema que propusiera la profesora Altagracia. Por esto mismo, estuvo mucho tiempo vinculado a la Sociedad de los Niños y las Niñas Inteligentes. Como con Mozart, su padre y su madre, recorrieron el país, a bordo de las capacidades de su hijo. El Circo Diablillo Perenne lo exhibió en funciones en las cuales el público deliraba con los conocimientos de Raulito. Hasta que, en un día cualquiera del mes de mayo de 2020, se quedó mudo. Una forma de protestar por la utilización que venían haciendo de él su familia y los propietarios del circo. Creció, después de la ruptura, al lado de su tío Valentín. Cursó bachillerato en el Liceo Mariano y se vinculó a la Universidad Trinitaria, como estudiante del programa de pregrado Ingeniería Armamentista. Se graduó con honores y, posteriormente, viajó al Nuevo Imperio, para cursar estudios de doctorado en Energía Atómica Aplicada a la Destrucción. A su regreso al país, trabajó al lado del prístino Álvaro como consejero en asuntos de moral y de seguridad. Conoció a Karla en una celebración del Día Mariano, en Bienaventuranza. Sucedió que Raúl fue delegado por el prístino como su delegado ante el Santo Oficio Criollo de la Búsqueda del Cielo. Raúl siempre fue un hombre parco y muy devoto de María Santísima. A ella le otorgaba todo tipo de sacrificios. Decía no querer a las mujeres, por su recuerdo de lo leído en la Historia Sagrada, acerca del rol de Eva en la Tierra y, como colateral, la expulsión del Paraíso. Sin embargo leía la revista Play Boy y se masturbaba en soledad, motivado por las poses de las conejitas. Karla había crecido al lado de su tía Saturia. Padre y madre habían muerto en un accidente. Viajaban de Ciudad del Mal a Ciudad del Buen Vecino; el bus en que viajaban rodó por un abismo. Karla, bajo la férrea disciplina que le impuso Saturia, no tuvo ningún placer en su infancia. La adolescencia, la sitúo en diferentes escenarios. El colegio; la hacienda de su tía; las calles de Ciudad del Mal. Sin embargo ella nunca pudo disfrutar de su cuerpo. La asfixiaba el artefacto ideado por la tía para impedir que Karla fuera abordada. Se trataba de un cerrojo anticuadlo pero efectivo. Ese día, en plena celebración de la Santísima Virgen, llevaba un vestido apretado, negro. Hacía diez años había muerto Saturia. Ahí, al pie de la tía muerte, lanzó el grito de libertad. El cerrajero logró abril el candado. Los trajes largos y hasta el cuello fueron incinerados. Danzó toda la noche del velorio, desnuda, en su habitación. Invitó a su primo Encarnación para que la inaugurara. Estuvo con él toda la noche. Contó veintitrés orgasmos; hasta que Encarnación no pudo más. Raúl se dirigió a ella, un tanto conmovido por el hecho de que Karla había organizado una celebración paralela. Se trataba de la reunión de todas las mujeres de Bienaventuranza y de la expedición del Manifiesto Libertario de las Mujeres Vulneradas. La casuística consistía en exhibir sus cuerpos desnudos en la Plaza Central de la ciudad. Danzaban alrededor de la hoguera y, a cada paso, arrojaban al fuego retratos y réplicas de Fornicato Palacio de Benedicto XIX y Pío XXIV. Además símiles de los Caballeros Cruzados. Le dijo: “señorita, usted no puede agraviar a la Virgen de esa manera.” Karla, simplemente, lo ignoró. Pero no pudo sustraerse al encanto de su mirada. Ojos verdes, simples; pero con una fuerza absoluta cuando se fijaban en alguien. En este caso, Karla, fue ese alguien. Casi desmaya. Porque ese mirar de Raúl no permitía escape. Hablaron. Karla le expresó
  • 8. 8 que no había vuelta atrás. Las mujeres de Bienaventuranza no admitían ninguna directriz; por sagrada que fuera. Se volvieron a encontrar en la taberna “La vida es así”. Todo tan coincidencial, que ella y él se sintieron sujetos de una alegoría lejana. Ella y él, se sentaron en misma mesa. Karla ordenó una botella de aguardiente marca Soplo Divino. Él, muy recatado, ordenó botella de vino dulce, marca Los tres Frailecitos. Departieron hasta pasadas las doce de la medianoche. Karla invitó a “ojitos verdes” a su habitación. Ella vivía en casa de inquilinato. A pesar de eso, todo muy confortable y digno. Como lo hacía siempre, se desvistió inmediatamente llegó al cuarto. Raúl se sintió algo incómodo. Pero, inmediatamente, recordó a las conejitas y sintió un fuerte escozor en su tornillo; tanto que se irguió mucho más de lo acostumbrado. Se juntaron, hasta el amanecer. Raulito se despertó asustado, porque había quedado en llamar al prístino. Luego de haber expedido el Manifiesto, las mujeres de la Asamblea, se dispersaron. Cada una con el propósito de arengar en la ciudad. Convocando a la confrontación en contra de Raúl y de sus símiles. Ellas ya sabían que Raulito era un protegido del Divino Álvaro; pero eso no las amilanaba. Estaban decididas a la venganza. Como fuera. O en los Tribunales. O en cualquier sitio. Lo cierto es que Raúl debía pagar por su crimen de lesa fémina. Prevaricato Martínez fue el primer amante de Virginia. Se conocieron cualquier día, en Villa de Dios, una localidad situada al Este de Ciudad del Buen Morir. Ella, la Virginia, era oriunda de Ciudad Amada por Dios. Allí nació y creció. Su padre ejerció como sacristán en la Parroquia de San Diego Virgen. Con su esposa Primogénita, tuvo doce hijas. Entre ellas Virginia, la cuarta. Cualquier día, su padre, la abordó. La casa tenía dos habitaciones. Una de ellas para José Arimatea y Primogénita. La otra, para las doce. Le dijo, casi en susurro, “Virgita, me tienes desesperado. Te he observado cuando te bañas; déjame, por favor, probarte”. Cuentan que Arimatea se tiró al río. Nadie pudo recuperar su cuerpo. Sin embargo, Virginia quedó lista para ser la madre del hijo suyo y de su padre. El niño murió cuando tenía tres años. Un caso insólito de fiebre amarilla. Virginia nunca transfirió el hecho. Ni siquiera a su madre Primogénita. Cuando aprendió con Benjamín el arte de hacerse mujer autónoma, ya había conocido el arte de la sumisión. Había estado durante muchos años, al lado de la tristeza y de los vejámenes. Como ese, cuando su padre la vulneró; haciéndole sentir el significado pleno de la ignominia. Desde ese día, Virginia juró por Los Dioses Antiguos, que jamás hombre alguno le haría lo mismo. Por eso lo ahogó en el Río de Oro. Por eso mató a Prevaricato; arrojándolo al Lago Santo. Benjamín no era así. Ni como Arimatea; ni como Prevaricato; ni como Raúl. Es decir él era un hombre pleno, sincero y que valoró siempre la importancia del rol de las mujeres y de la construcción de escenarios de equidad. Por lo mismo, entonces, Benjamín siempre fue perseguido por todas las cofradías existentes en su territorio. Fundamentalmente por aquella liderado por Pío XIX, denominada Los Caballeros Prístinos al Servicio de Dios. Recorrió todo el país, arengando a las mujeres y a los hombres; transfiriéndoles el conocimiento asociado a la libertad. Ese fue el Benjamín que tanto admiró Karla. Ese tipo de propuestas libertarias; esa condición de sujeto comprometido convencido de la necesidad de la guerra entre las cofradías inquisidoras y los y las hombres y mujeres que reivindicaban el derecho a ser libres y a tener la sensibilidad y la ternura como soportes en su actuación. Guerra que, aun hoy, continúa y que, por lo visto continuará por siglos; hasta que sea vencidos los dueños de la vida cautiva y de la inequidad y de la contra ternura. Y pasó mucho tiempo. Y estamos hoy asistiendo a la misma
  • 9. 9 confrontación Algo extraño en ella. Nunca la había percibido así. Una imaginación que bordea lo absurdo. Sin que me diera cuenta, siguió con otra historia.