1. ¿España en deflación?
Manfred Nolte
El Instituto Nacional de Estadística (INE) señalaba días atrás que la tasa
interanual del Índice adelantado de precios al consumidor (IPC) de octubre se
redujo cuatro décimas hasta un porcentaje negativo del -0,1 por ciento. Este
comportamiento se debe principalmente, en opinión del organismo público, a la
caída de los precios de los alimentos y bebidas no alcohólicas y a que la
enseñanza universitaria registra una subida inferior a la de octubre de 2012.
La noticia es digna de tal nombre dado que, en la serie completa del INE que
arranca en 1961, el único periodo deflacionista ha sido el comprendido entre
marzo y octubre de 2009 cuando los precios cayeron a tipos entre el -0,1% y el 1,4%. Lo nuestro, sobre todo en la etapa previa a la adopción del euro, ha sido
un escenario de relajación de los precios –hasta el 28% en 1977- que,
paralelamente, ha venido acompañado de unas sendas de crecimiento del PIB
nada despreciables. La singularidad del dato se hace aun más llamativa si
tenemos en cuenta que este se produce en un contexto de optimismo acerca de
la incipiente recuperación de la economía española.
1
2. Al constituirse en un atípico estadístico, surge de inmediato el interrogante
sobre la posible deriva de la economía española hacia derroteros deflacionarios
con las nefastas consecuencias que ello implica. La respuesta es que aunque no
sea correcto calificar la situación descrita en puro rigor estadístico como
‘deflacionaria’, tampoco es posible esquivar la evidencia de que España se
arrastra desde los inicios de la crisis en 2008 por una senda deflacionista, eso
sí, de carácter soterrado o encubierto. La razón es que los efectos deflacionarios
directos producidos por la espectacular caída de todos los componentes de la
demanda interna, no compensados con las exportaciones, mostrarían su
auténtico rostro si no concurriesen simultáneamente un número de factores
distorsionantes que han situado el IPC en un nivel irreal y ficticio.
Baste citar una batería de costes que han desfigurado el brutal efecto impacto
depresor de la demanda: en primer lugar el alza de las materias primas con
especial incidencia de los precios energéticos, el crudo y sus derivados. En
segundo el efecto de las sucesivas y drásticas subidas de impuestos, tasas,
copagos y precios públicos. Baste un ejemplo referido al IPC de setiembre
pasado, primer mes en el que se comparaban los tipos de IVA en 2012 y 2013:
mientras los precios subían a esa fecha un 0,3% en tasa interanual, a impuestos
constantes caían un -0,5%, un claro guarismo deflacionista. En tercero término,
la esclerosis estructural de gran parte de la oferta productiva con la que el
modelo económico español ha querido afrontar la crisis, en particular las
rigideces derivadas de un mercado de trabajo poco distributivo y sobrevalorado,
un mercado de bienes y servicios obsoleto y con amplias bolsas de subsidios y
privilegios, una organización administrativa mastodóntica y un mercado
financiero incompetente, con ramalazos de corrupción e insolvente que ha
precisado incluso del rescate europeo. Pueden citarse más, pero los aludidos
bastan para comprender que el resultado ha sido artificial hasta el punto de
disfrazar el diagnóstico de la verdadera evolución ‘natural’ de los precios. Todas
las razones aludidas son causantes de una ‘estanflación’ moderada que combina
una crisis profunda con un nivel de precios irreal.
No se trata de ejercer de agorero, ahora que los sacrificios de muchos dibujan
un tenue haz de esperanza. Pero la deflación soterrada persiste y sus amenazas
no deben pasarse por alto. Contrariamente a lo que sostiene el discurso oficial,
con ser excelente, el sector exportador pierde fuelle mientras las importaciones
2
3. repuntan, lo que debilita la bondad del ajuste de costes doméstico que
incrementaría nuestra competitividad. Bien es verdad que el tipo exterior del
euro está penalizando la competividad precio del País, lo que supone un
ingrediente adicional de deflación importada. Un segundo factor es la relajación
en la disciplina del gasto público, que ya en el pasado llevó a España a la
antesala de la insolvencia. Podemos agregar el agarrotamiento de la actividad
crediticia, y la decepcionante trayectoria de la inversión en bienes de equipo
para concluir que si hay que lanzar alguna consigna en el momento actual, esta
se llama prudencia. Con una deflación de deuda –como la nuestra- es muy
difícil superar la recesión. No dependemos solo de nosotros y la espectacular ola
de inversión extranjera resulta ser un maná impagable. Draghi, en primerísimo
lugar, y ‘más Europa’ se erigen en nuestros polos de atracción. Seamos cautos y
prosigamos la senda de reformas.
3