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LA DECADA PERDIDA (2007-2017).
Manfred Nolte
Atrás queda el año 2.017 y con él se cierra una década perdida. O mejor, una
década de graves acontecimientos económicos y sociales cuyos síntomas se
desvanecen progresivamente. Es cierto que sin crisis la imparable velocidad de
crucero de los años 2.000 nos hubiera llevado a cotas de expansión
desconocidas. Pero el mal llegó –como llegó sin excepción a todos los lugares
del mundo- y es momento ahora de hacer inventario de la situación y concluir
que la enfermedad de la crisis es en alguna medida historia pasada, y que
volvemos a estar en el punto de partida para librar la diaria batalla económica:
la de la producción de bienes y servicios. Decimos ‘en alguna medida’ o sea, no
en su totalidad.
Por tercer año consecutivo, la economía española ha logrado en 2017 un
crecimiento superior al 3%, al mismo tiempo que ha reducido sus desequilibrios
externos. Este resultado, no se había producido en ninguna de las anteriores
fases de recuperación para las cuales existen datos. Los valores de la producción
van acompañados, en consecuencia, de los ingredientes de un optimismo
moderado, optimismo que se extiende previsiblemente a los dos próximos
ejercicios, hasta finales de 2.019. Optimismo que afecta igualmente a la
recaudación: PIB e Impuestos han registrado los mismos valores anteriores a la
crisis. Dicho explícitamente: producimos y recaudamos lo mismo que en 2.007.
Pero en ambos casos las cifras se han alcanzado con la contribución de 1,5
millones de empleos menos. El dato es agridulce. Tenemos una economía
mucho más productiva–se produce y recauda lo mismo con millón y medio
menos de trabajadores- por lo que esta realidad pone el dedo en la llaga de una
de nuestras enfermedades crónicas: el paro de naturaleza no cíclica. A ello
volvemos en breve.
No está de más recordar que la recuperación ha obedecido fundamentalmente a
la acción conjunta de tres tipos de ingredientes. En primer lugar las políticas
estructurales, entre las que destacan la reforma del sistema financiero con la
posterior intervención europea y las dos reformas laborales. En segundo lugar
los llamados vientos de cola: la caída del precio del petróleo, la mejora de las
condiciones de financiación provistas por Mario Draghi y la depreciación del
euro. Finalmente la actuación el automatismo clásico vía recuperación de la
competitividad: la rebaja de costes alienta una nueva época de demanda de
recursos y de aumento de la producción.
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Al término de 2.017, como se ha dicho, la acción conjunta de estas tres variables
ha restablecido la normalidad de prácticamente todas las variables de la
economía española: la demanda privada interior, la demanda pública y la
demanda exterior, esta última con un progreso espectacular en la Balanza por
cuenta corriente, la balanza de capitales, la balanza básica y la posición total
frente al resto del mundo; firme progreso de la Construcción; inflación
contenida; competitividad creciente basada en la evolución relativa de los costes
laborales unitarios, con casi 16 puntos de ventaja porcentual respecto a la
economía alemana; absorción heroica del déficit fiscal, rozando la magia, con
más de ocho puntos de PIB desde máximos hasta el día de hoy; un sano y
vigoroso desapalancamiento del sector privado al que se une una esperanzadora
progresión del nuevo crédito; y un sinfín más de indicadores adelantados o de
índices de confianza tanto de consumidores como de procedencia empresarial.
Las sombras empañan los logros aludidos. Casi puede decirse que, superada la
crisis productiva, visualizamos dos Españas diferentes: la España trabajadora
que crece a una velocidad cercana a lo espectacular, en palabras del Fondo
Monetario Internacional y la España de los parados, en particular de los
parados estructurales o de larga duración, que cargan con un delicado porvenir
laboral sobre sus espaldas. Entre 2008 y 2013 España sufrió una doble recesión
de una magnitud equivalente al 7,5% de su PIB, para iniciar la recuperación a
partir del último trimestre de 2.013. Como consecuencia, el número de
desempleados alcanzó un máximo de 5,77 millones en febrero de 2014, o lo que
es equivalente, la crisis envió al paro 3.523.400 personas entre el tercer
trimestre de 2.007 y el tercero de 2.013, punto que marca el máximo paro en
términos de Encuesta de Población activa.
En 2.017, el paro registrado era de 3,47 millones de personas . La ocupación ha
superado por primera vez en los últimos ocho años los 19 millones de personas
a solo 1,6 millones del máximo marcado en 2008 y dos millones largos por
encima de sus mínimos de inicios de 2014. La cifra total de desempleados
(EPA) se sitúa en 3.731.700, un 16,38% de la población activa. Si nos
remontamos cuatro años atrás, la creación neta de empleo asciende a la nada
desdeñable cifra de 1.819.200 personas, lo que implica que ya se han
recuperado más de la mitad de los empleos destruidos en la crisis (2007-2013).1
Junto al paro, la bolsa de valores, se halla aun muy alejada de sus máximos
históricos cercanos al índice 16.000. Tampoco puede olvidarse el grave
problema técnico y demográfico de las pensiones. O el de la deuda pública sobre
el que la AireF ha emitido un pronóstico moderadamente optimista.
Cerrando las sombras se halla el capítulo de la desigualdad. España, que había
capeado razonablemente el problema de las desigualdades en la primera fase de
la crisis, entre 2.008 y 2.011 ha pasado a convertirse en uno de los países donde
las desigualdades en renta han crecido más en los años posteriores según la
OCDE.
Para terminar, la crisis catalana abierta en la segunda mitad del 2.017 ha
supuesto un doloroso contratiempo en la senda de la consolidación de nuestra
economía y sus efectos y consecuencias a medio plazo resultan en este momento
difíciles de evaluar. Ha coincidido la fallida Declaración Unilateral de
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Independencia (DUI) y sucesos posteriores con la nominación del Nobel de
economía 2.017 en la persona del Profesor Richard Thaler. Nombramiento
oportuno, ya que el estadounidense no cesa de recordar en su obra los estragos
que puede producir la siempre imprevisible irracionalidad de la conducta
humana.