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Sólo queda un soltero
      La empresa estaba llena de casamenteros, pero todavía quedaba un
soltero...
      Emily Winters había conseguido casar a todos los ejecutivos solteros de la
empresa de su padre. Bueno, a todos excepto al guapísimo y misterioso Jack
Devon. ¿Qué mujer no querría casarse con un hombre atractivo y poderoso como
él? Emily. Pero su padre había organizado un viaje de negocios que los obligó a
pasar una semana solos junto al lago Tahoe. Quizá fuera el momento apropiado
para que Emily descubriera el misterio que ocultaba Jack, y así poder encontrar
a la mujer perfecta para él... una que lo hiciera caer rendido de amor y pasión.
      Capítulo 1
      EMILY! ¿Puedes reunirte conmigo un momento en el lavabo de señoras?
      Emily Winters frunció el ceño al ver a Carmella López, la secretaria de su padre.
      —Ya sabes que tengo una reunión ahora mismo.
      —Es importante.
      Emily miró a su padre y luego a Carmella de nuevo.
      —Pensé que habíamos decidido dejar todo este asunto —volvió a mirar a su
padre, que en aquellos momentos hablaba por teléfono—. Los planes de mi padre para
casarme con alguien de la compañía se han ido al traste. Ya no quedan solteros.
      —Queda Jack Devon.
      —Sí, lo sé —respondió Emily.
      Jack era un hombre difícil, y la relación que Emily mantenía con él no era
precisamente fluida. Siempre la obligaba a estar a la defensiva, tanto en el terreno
profesional como en el personal.
      Era uno de los solteros más codiciados de Boston y siempre estaba rodeado de
mujeres hermosas. Guardaba bajo llave el secreto de quién era realmente y era
imposible saber nada sobre su pasado.
      Lo que Emily tenía claro era que Jack jamás iba a pedirle una cita. Resultaba
tranquilizador saberlo. Así no tendría que preocuparse de él por mucho que su padre
tratara de forzar una relación entre ellos.
      Unas semanas atrás, Emily había escuchado una conversación entre Jack y su
padre en la que aquél se había atrevido a llamarla «niña malcriada».
      Su padre se había reído en lugar de defenderla, haciendo patente lo
desesperado que estaba por encontrarle marido.
      Y ella se había reafirmado una vez más en su propósito de no arriesgar su
reputación profesional sólo para dar gusto a su progenitor.
      Aunque Jack fuera el hombre más guapo de la compañía y su padre un gran
negociador, no estaba dispuesta a dejarse embaucar por ninguno de los dos.
      —Precisamente es de él de quien tenemos que hablar, y antes de tu reunión —
susurró Carmella, que a continuación se encaminó con paso firme hacia los lavabos.
      Emily la siguió con el ceño fruncido.
      Una vez en el lavabo, y tras asegurarse de que estaba completamente vacío,
Carmella se volvió hacia ella.
      —Sé que nunca te has sentido cómoda con nuestro plan de encontrar esposas
para los empleados solteros de Wintersoft, y menos aún para Jack Devon...
      —No me gusta entrometerme en la vida personal de nadie —la interrumpió Emily.
      —Claro que no. Pero ambas sabemos que tenía que hacerse —Carmella hizo un
gesto hacia el despacho de Lloyd, el padre de Emily—. Si no lo hubiéramos hecho
nosotras lo habría hecho algún otro. Y no te habrían gustado los resultados. Vi lo que
pasó la última vez que tu padre te presionó para que salieras con alguien de la
compañía. Todd Baxter te la jugó... y no sólo en tu carrera.
      —De acuerdo, no teníamos opción —admitió Emily. Por mucho que despreciara
utilizar información personal sobre sus colegas para conseguirles posibles novias antes
de que su padre los presionara para que la invitaran a salir, le preocupaba aún más
proteger su corazón y su reputación... por no mencionar la de su padre.
      Lloyd Winters era un hombre respetado y dedicado a su empresa, pero tanto
Emily como Carmella sabían que tenía un punto débil en todo lo referente a su hija.
Estaba empeñado en casarla con algún empleado de la empresa, y Emily no había
logrado disuadirlo de sus intentos, ni siquiera después del desastre con Todd Baxter.
      —Admito que nuestros planes casamenteros han funcionado de maravilla para
todo el mundo. Gracias a nosotras hay cinco nuevos matrimonios en la empresa —Emily
se inclinó hacia la puerta para asegurarse de que nadie se acercaba—. Pero nuestro
papel en todo este asunto ya ha terminado, así que creo que no deberíamos seguir
hablando de ello. Si alguien averiguara...
      —Por eso tenía que hablar contigo. Me temo que Jack Devon lo ha averiguado.
      Emily se llevó una mano a la boca, consternada.
      —¡Oh, no! ¿Pero cómo? Es cierto que últimamente me lanza unas miradas un tanto
extrañas, y sabemos que sospecha que alguien ha estado revisando los archivos del
personal, pero no puede saberlo con certeza...
      —Tu padre quiere que te reúnas con él y con Devon en su despacho a las nueve.
Quiere que acabes tu reunión de marketing a tiempo. Ha dicho que es importante.
      Emily suspiró y comprobó en su reloj con alivio que no iba a llegar tarde a su
reunión. No quería que nadie pudiera dudar de su habilidad para desempeñar el cargo
de vicepresidenta de ventas de la empresa.
      —Creo que estás viendo fantasmas, Carmella. Ya sabes que a mi padre le encanta
organizar reuniones y que siempre le parecen importantes.
      Carmella movió la cabeza.
      —Este caso es diferente. Jack ha llegado muy temprano esta mañana y ha ido
directamente al despacho de tu padre a esperar a que llegara. La conversación que han
mantenido ha sido bastante intensa y luego tu padre me ha dicho que quería reunirse
contigo y con Jack. Algo se está cociendo. Algo que Jack ha puesto en marcha, no tu
padre.
      Emily trató de ocultar su preocupación.
      —Hace un momento mi padre estaba tratando de cerrar por teléfono ese trato
con el nuevo distribuidor. Seguro que tiene algo que ver con eso.
      —Ya veremos. Pero me temo lo peor —dijo Carmella—. Si Jack le dice a Lloyd que
alguien ha estado husmeando en los archivos, no sé qué pasará. Tu padre está
empeñado en encontrarte un marido, alguien que se preocupe por la empresa tanto
como tú y, dado lo mucho que confía en mí, me moriría si averiguara que me he
entrometido en sus planes...
      —Si eso llegara a suceder, yo asumiría las culpas —dijo Emily a la vez que
apoyaba una mano en el hombro de la atribulada Carmella. Después de veinticinco años
como secretaria de Lloyd, Carmella conocía a los Winters mejor que nadie y, tras la
muerte de la madre de Emily, acaecida diez años antes, se había volcado
especialmente en ellos. Emily sabía muy bien que se quedaría desolada si Lloyd
averiguara que había estado maquinando algo a sus espaldas, aunque hubiera sido por
una buena causa.
      —Ten cuidado —la advirtió Carmella.
      —Lo tendré.
      Con Jack Devon en la misma habitación, ¿cómo no iba a tenerlo?

       —Siéntate, Emily. Jack acaba de ofrecerme una información realmente
interesante.
       Emily se volvió para cerrar la puerta del despacho y luego se encaminó con una
sonrisa hacia el escritorio de su padre.
       Jack Devon ocupaba uno de los dos sillones de cuero que había ante el escritorio,
de manera que ella se sentó en el otro.
       Como casi siempre que estaba cerca de aquel hombre, los nervios se apoderaron
de ella. Desde que había visto El último mohicano, su corazón latía más rápido cada vez
que veía al actor Daniel Day Lewis. El actor que interpretaba al misterioso Hawkeye en
la película la había dejado sin aliento en cuanto había aparecido en pantalla.
       El problema residía en que Jack Devon era una especie de Daniel Day Lewis
ampliado. Tenía el mismo pelo negro y los mismos pómulos altos que tanto afectaban a
las hormonas de Emily, pero era más alto, más musculoso, y el tono moreno de su piel
realzaba el color gris de sus inteligentes ojos.
       A pesar de su naturaleza afable, Jack también parecía un hombre envuelto en el
misterio, como el personaje que representaba Lewis en la película.
       Lo único que habían logrado averiguar Carmella y ella sobre él en los archivos
había sido que había asistido a la universidad de Amherst y que se había licenciado con
las mejores notas.
       Además de eso, Emily sabía que la consideraba una niña malcriada, algo que más
le valía no olvidar.
       —¿De qué información se trata, papá?
Lloyd hizo un gesto a Jack, que se inclinó hacia Emily en su asiento. En lugar de la
mirada acusadora que Emily temía recibir, vio que sus ojos brillaban de excitación,
como los de un niño a punto de revelar una sorpresa.
      —La próxima semana va a tener lugar un importante congreso en Reno. ¿Has oído
hablar de él?
      —¿El de la Organización de Servicios Financieros Mundiales? Claro que he oído
hablar de él.
      —Jack y yo pensamos que ambos deberíais asistir —dijo Lloyd.
      ¿Ambos? Lo último que esperaba Emily era salir de aquella reunión con un billete
de avión para Reno y con Jack Devon como acompañante. Miró a su padre con
expresión interrogante.
      —Hace meses que recibimos la información sobre ese congreso. Cuando llamé me
dijeron que los puestos de los expositores estaban reservados desde hacía dos años.
No sé qué podríamos lograr asistiendo sin contar con uno de ellos.
      —Anoche, mientras recogía mi escritorio, encontré el folleto de propaganda y
decidí hacer una llamada antes de tirarlo —dijo Jack—. Averigüé que tres expositores
habían cancelado su asistencia. Sé que ya es tarde para preparar las cosas, pero la
empresa Acton Software se ha hecho con uno de los puestos, y ya sabes lo que eso
significa.
      Emily se volvió hacia su padre.
      —Si nos hacemos con uno de los puestos que quedan, podemos hacer una
demostración de la versión beta del software financiero de Wintersoft para hacer
saber a la industria que estará lista en un par de meses. Así al menos podremos evitar
que nuestros actuales clientes se cambien a Acton cuando su nuevo software salga al
mercado.
      Acton Software, el mayor competidor de Wintersoft, ya había empezado a
tomar pedidos de su nuevo software y ofrecía grandes incentivos para que los usuarios
de Wintersoft cambiaran de programa. A menos que Wintersoft demostrara a sus
clientes que su programa superaba al de Acton, le esperaba una dura competencia en
el futuro.
      —Creo que podemos lograrlo —dijo Jack, confiado—. ¿Cómo tienes tu agenda,
Emily?
      —Me ocuparé de reajustar todas mis citas. No podemos pasar por alto esta
oportunidad.
      Asistir al congreso supondría muchas noches de trabajo a lo largo de la siguiente
semana para preparar la presentación, seguidas de cinco días a solas con Jack.
      Al menos no iban a ser cinco noches. Afortunadamente, podría relajarse a solas
en su habitación del hotel por las noches.
      —Estupendo —Lloyd se levantó, fue hasta la puerta y asomó la cabeza al
exterior—. ¿Puedes venir un momento, Carmella?
      Cuando Carmella entró, Emily notó la curiosidad de Jack ante el nerviosismo de
la secretaria, algo totalmente atípico en ella.
Lloyd volvió a sentarse y tomó los papeles sobre el congreso que tenía en el
escritorio.
      —Necesito que reserves dos billetes para Reno para Em y Jack. La próxima
semana van a asistir a un congreso.
      Carmella tomó los papeles y los estudió mientras Lloyd se dirigía a Emily y a
Jack.
      —Si mañana podéis entregar a Carmella una lista de los medios audiovisuales que
necesitaréis, ella se ocupará de hacer los arreglos necesarios.
      —Ya sé que los hoteles cercanos a la sala donde va a tener lugar el congreso
están ocupados —dijo Jack—, pero, ¿no crees que sería mejor que nos quedáramos en
la ciudad? Aunque sea en Harrah's, o en otro hotel.
      Emily se puso inmediatamente alerta. ¿Mejor que qué?
      Lloyd negó con firmeza.
      —Sé que hay casi cuarenta y cinco minutos de Reno a mi casa, pero está
totalmente equipada y ya tengo cargada en el ordenador la nueva versión del software,
de manera que podréis trabajar allí perfectamente. Además, si estáis juntos no
tendré que molestarme en localizaros por separado y podréis mantenerme al tanto de
todo con más eficacia.
      Emily parpadeó.
      —¿Quieres que nos quedemos en la casa de Tahoe? —preguntó, tratando de
ocultar su inquietud. Durante el día estarían muy ocupados, pero no habría mucho que
hacer por las tardes. Al menos, no lo suficiente como para centrar todas sus
conversaciones en los negocios.
      Si Jack sospechaba que Carmella y ella habían husmeado en su archivo personal,
podría interrogarla sin ningún testigo. Pero aunque no fuera a hacerlo, la perspectiva
de pasar cinco días con sus noches con aquel metro ochenta y cinco de músculo y
ochenta kilos de peso y pura testosterona resultaba realmente inquietante.
      Gracias a los esfuerzos de su padre por conseguirle un marido perfecto, Emily
había aprendido hacía tiempo que necesitaba separar por completo su vida personal de
su vida profesional.
      Desafortunadamente, su padre no había aprendido la lección a pesar de que Todd
Baxter, el ex marido de Emily y antiguo chico de oro de la empresa, había tratado de
robar los secretos de la compañía. Emily no pudo evitar preguntarse si su padre
tendría la esperanza de que se enamorara del último vicepresidente soltero de la
empresa.
      —Estaréis mucho más cómodos en la casa —replicó Lloyd, confirmando las
sospechas de su hija—. ¿Y no me dijiste la semana pasada que debíamos refrenarnos
en los gastos? Esto ahorrará a la empresa el pago de dos habitaciones en un hotel
durante una semana.
      —De acuerdo —concedió Emily, que no quería discutir con su padre ante Jack y
Carmella—. Supongo que enviaras la furgoneta a recogernos al aeropuerto para que no
tengamos que alquilar un coche, ¿no?
—Por supuesto. Estoy seguro de que los Wilbur no tendrán ningún inconveniente
en dejárosla —Lloyd se refería a la pareja que se ocupaba del mantenimiento de la
casa mientras él trabajaba en Boston—. Haré que se ocupen de todo.
      —Les llamaré para ponerles al tanto de los planes de Emily y Jack —dijo Carmella
antes de salir.
      —Acton no va a saber lo que se les ha venido encima después de que hagáis la
demostración de nuestro nuevo software —dijo Lloyd con una sonrisa—. Tengo
absoluta fe en vosotros dos.
      Emily salió del despacho decidida a preparar a conciencia la presentación.
      Sólo esperaba sentirse igualmente preparada cuando llegara el momento de
compartir las tardes, además de las mañanas, con Jack.
      Una semana con Emily Winters. A solas.
      Jack cerró la puerta de su despacho y masculló una maldición. Había olvidado que
Lloyd poseía una magnífica casa a menos de una hora de Reno. Si hubiera sabido que
insistiría en que se alojaran juntos en ella, se habría planteado la posibilidad de
rechazar todo el plan.
      Pero Wintersoft debía estar presente en el congreso. Había pasado gran parte
del año anterior tratando de convencer a los accionistas de que la nueva versión de
software iba a suponer una gran ventaja para el negocio y no podía decepcionarlos. Y
nadie mejor que él podía ocuparse de conseguir potenciales clientes, con la posible
excepción de Emily Winters.
      Nunca había trabajado en un congreso con ella, pero sin duda debía de ser buena.
De lo contrario, no habría conseguido llegar a ser vicepresidenta con tan sólo treinta y
un años. Y Lloyd no era el tipo de empresario capaz de ascender a un empleado suyo
sin un buen motivo, aunque ese empleado fuera su hija.
      A pesar de todo, tendría que mantenerla vigilada hasta asegurarse de que podía
hacer el trabajo tan bien como su predecesor, Quentin.
      Pero ocuparse de los aspectos profesionales de aquel viaje iba a ser el menor de
sus problemas. No quería pasar toda una semana con Emily Winters. Sabía que tanto
ella como Carmella lo habían estado observando, y sospechaba que habían echado un
vistazo a su archivo personal. No sabía por qué, pero le daba lo mismo, porque hacía
tiempo que se había asegurado de que su expediente no contuviera nada importante.
      Pero se temía que, durante su estancia en Reno, Emily fuera a dedicarse a
obtener toda la información personal posible sobre él. Con aquellas magníficas y largas
piernas a su lado todo el día y aquellos tentadores labios haciéndole preguntas cada
noche durante la cena, temía llegar a olvidar su voto de mantener totalmente
separados los negocios y el placer.
      Por mucho que odiara admitirlo, Emily Winters tenía todo lo que él podía desear
en una mujer: inteligencia, un cuerpo magnífico, ambición... y todo lo que él no podía
tener. Gracias al matrimonio disfuncional de sus padres, sabía que las relaciones serias
no eran para él. Y Emily llevaba impreso en su exquisito rostro que sólo le interesaban
las relaciones serias.
Se pasó la mano por el pelo en un vano intento por despejar su mente. Deseo. Eso
era todo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había besado a una
mujer con un auténtico cerebro en la cabeza? O, más bien, ¿cuánto tiempo hacía que
no besaba a una mujer?
      Apoyó la frente contra el ventanal de su despacho y contempló la calle Milk, que
se hallaba cincuenta plantas más abajo. Luego miró hacia el sur, hacia Quincy
Shipyards y todo lo que había dejado atrás.
      Tenía todo lo que quería en la vida, excepto a alguien con quien compartirlo. Pero
era mejor así. Había trabajado demasiado para llegar donde estaba como para
permitir que la soledad o el mero deseo fastidiaran las cosas. No podía permitirse el
lujo de sentirse atraído por una mujer que buscaba una relación seria, lo único que él
no podía ofrecer a una mujer. Y tampoco podía permitir que nadie averiguara
demasiado sobre su vida personal.
      Porque si Emily obtenía demasiada información sobre él, podía suponer el final de
su vida profesional.
      Capítulo 2
      LOS PASOS de Emily resonaron en el suelo mientras avanzaba hacia el puesto en
que Jack se ocupaba de los últimos preparativos. Jack se volvió a mirarla y contempló
con esperanza la bolsa de plástico que llevaba en la mano.
      Habían llegado hacía horas a Reno y habían ido directamente al salón a preparar
el puesto.
      —Esto nos permitirá mostrar la demo en la pantalla grande además de en los
ordenadores —dijo Jack mientras sacaba un cable de la bolsa de plástico que le
entregó Emily—. ¿Dónde lo has conseguido?
      —Hay una tienda de ordenadores cerca —Emily frunció el ceño—. Aún no
entiendo qué puede haber pasado con el cable que envió Carmella. Vi personalmente
cómo lo hacía.
      —No sería de extrañar que alguien lo haya tomado «prestado» —murmuró Jack
mientras se agachaba bajo la mesa para conectar el cable.
      Emily trató de ignorar la magnífica visión que le ofreció de su perfecto trasero.
      Mucho se temía que aquellos iban a ser los cinco días más largos de su vida.
      Durante el viaje hasta Reno no le había quedado ninguna duda de que Jack se
sentía tan receloso de su compañía como ella de la de él, aunque no entendía por qué.
Si era por lo de su archivo personal, ojalá lo olvidara o abordara directamente el tema
para poder superarlo. Por otro lado, si su recelo se debía a la misma atracción sexual
que ella experimentaba cada vez que lo tenía cerca, no quería saber nada al respecto.
Por muy atractivo que fuera, un romance con alguien de la empresa sólo podía suponer
problemas para ella.
      —Creo que ya está —dijo Jack mientras se erguía—. Pruébalo.
      Emily encendió el ordenador, tecleó la clave y esperó a que apareciera en la
pantalla la demo del nuevo software.
      —Parece que todo va bien —murmuró—. Espero que todo siga igual mañana a las
ocho de la mañana.
      —Así será —dijo Jack mientras miraba a su alrededor—. Parece que somos los
únicos que quedamos en el salón.
      Emily asintió mientras apagaba el ordenador.
      —Ahora tenemos la oportunidad de husmear en el puesto de Acton sin que nadie
nos vea.
      Tras echar un vistazo llegaron a la conclusión de que el puesto de Wintersoft
era más práctico.
       Según la experiencia de Emily, los clientes preferían obtener información
sustanciosa a los alardes publicitarios superficiales.
      —¿Quieres que comamos algo en Reno antes de ir a casa? —preguntó Jack—.
Supongo que debe de haber algún restaurante bueno cerca.
      Emily desechó de inmediato aquella posibilidad. Su restaurante favorito de la
zona era demasiado romántico para la ocasión. Más le valía encarar la incomodidad del
viaje hasta la casa y superar aquel día cuanto antes.
      —Se está haciendo tarde —contestó—. Estoy segura de que los Wilbur habrán
llenado la nevera. Además, con la nieve que hay será mejor que lleguemos antes de que
anochezca. Así podremos descansar. Mañana hay que levantarse temprano.
      Jack asintió de inmediato.
      —Además, supongo que la mayoría de los restaurantes están en los casinos —dijo
mientras tomaba la bolsa con los materiales para la presentación—. Vámonos.
      Afortunadamente, el viaje hasta la casa no fue tan incómodo como Emily había
temido. Jack nunca había estado en Reno y ella aprovechó la ocasión para ir
señalándole las vistas, pero se fue poniendo más tensa según fueron acercándose a la
casa. Su refugio, la casa a la que se había retirado tras su terrible divorcio, el lugar en
que su padre y ella encontraron consuelo tras la muerte de la madre de Emily, de
pronto dejó de parecerle un refugio. La presencia de Jack era capaz de llenar incluso
la casa más grande.
      —Debe de encantarte venir a este lugar —dijo Jack mientras Emily detenía el
coche ante una verja y pulsaba un mando a distancia para abrirla.
      —Así es. Te van a encantar las vistas. Puede verse el lago Tahoe desde casi
todas las habitaciones.
      —En ese caso, debe de ser espectacular.
      Unos minutos después, estaban en la casa. Emily aspiró profundamente el olor a
madera mezclado con el del cuero de los sofás que tantos recuerdos le producía.
      —Creo que la palabra espectacular se queda corta —dijo Jack a sus espaldas.
      —¿Quieres hacer el recorrido completo? —preguntó Emily con una sonrisa. Al
ver que Jack también sonreía y asentía, hizo un amplio gesto con la mano—. Éste es el
vestíbulo de entrada. La escalera de bajada está delante de ti. Como podrás ver,
hemos entrado directamente en la segunda planta, porque la casa está construida en el
lateral de una colina.
      Avanzó unos pasos a su derecha y abrió una puerta, pero no pasó al interior. La
idea de estar en un dormitorio con Jack en su propia casa resultaba inquietante.
       —Éste va a ser tu dormitorio. Cuenta con un baño completo y el armario de las
medicinas está lleno por si necesitas algo. También hay una bata colgada detrás de la
puerta.
       Jack entró en la habitación y dejó la maleta. Tras mirar a su alrededor, se asomó
al baño.
       —Mejor que el Ritz —dijo antes de reunirse con Emily en la entrada.
       —Ése es mi dormitorio —Emily señaló una puerta que había en el lado opuesto del
pasillo. Antes de que pudiera impedirlo, Jack tomó su maleta y entró en la habitación.
       Ella permaneció en el umbral de la puerta.
       —Es igual que la tuya. El resto de la casa está abajo —señaló las escaleras.
       Cuando llegaron a la planta baja, Jack contempló con admiración la chimenea que
se hallaba en el centro de la planta. Tras ella se alzaban unos ventanales que llegaban
del suelo al techo desde los que se divisaba una vista espectacular del lago Tahoe. A su
izquierda estaba la cocina, separada de la zona de comedor por una larga encimera de
granito beige. Una puerta de cristal cercana a la mesa daba a una gran terraza.
       —El arquitecto que contrató tu padre debía de ser un tipo brillante —dijo Jack
—. Tal y como está situada la casa en el lateral de la colina, uno tiene la sensación de
encontrarse al aire libre... pero sin el frío.
       A su derecha, cinco escalones llevaban a la sala de estar, en la que, además de
dos grandes sofás de cuero y varios sillones, había un piano de cola con varias fotos
familiares encima. En un extremo había un potente ordenador totalmente equipado.
       —Ahora entiendo por qué insistió tu padre en que viniéramos aquí. Nunca
habríamos conseguido un equipo así en un hotel.
       Emily ignoró el equipo electrónico. Sabía que sólo era una excusa de su padre
para enviarlos allí.
       —Mi padre no sugiere nada sin pensárselo mucho antes.
       Jack alzó una ceja.
       —Espero que eso signifique que ha animado a los vecinos a dejar algo en la
nevera. No hemos comido nada desde que nos han dado ese sandwich de plástico en el
avión.
       Conociendo a su padre, Emily temía que hubiera pedido a los Wilbur que les
dejaran una sugerente botella de champán con una caja de bombones para darles la
bienvenida. Se acercó a la nevera y la abrió.
       —La señora Wilbur, nuestra vecina más cercana, ha dejado un recipiente con
salsa boloñesa. También ha dejado un guiso —sobre la tapa de la cacerola había una
nota que Emily leyó rápidamente—. Dice que se suponía que sólo debía comprar
provisiones, pero que no ha podido resistir la tentación de dejarnos algo de comida
«auténtica».
       —¿Ella se ocupa de este lugar mientras estáis en Boston? —preguntó Jack.
       —Sí. Es una mujer estupenda, y su marido también.
       Emily ignoró la botella de Pinot Grigio que había en la nevera, el vino favorito de
su padre, y ofreció a Jack un refresco.
      —¿Calentamos el guiso? —preguntó él.
      —Será mejor que lo reservemos para mañana, después de pasar el día en el
congreso. Pero si quieres, puedo preparar unos espaguetis para tomarlos con la salsa
de la señora Wilbur.
      —¿Vas a cocinar mientras estemos aquí?
      —Desde luego. Y tú también —Emily señaló una barra de pan que se hallaba sobre
la encimera en una bolsa de papel—. ¿Puedes ocuparte de cortarlo y de aderezarlo con
ajo?
      Mientras preparaba los espaguetis, Emily se preguntó durante cuánto tiempo iba
a poder mantener la conversación centrada en temas superficiales y al margen de
Wintersoft... y de los archivos secretos a los que habían accedido Carmella y ella.
      Pero Jack le ahorró las molestias.
      —Debes de haber tenido una vida familiar magnífica mientras vivías aquí —
comentó mientras agarraba un cuchillo.
      Emily creyó captar cierto tono nostálgico en su voz.
      —¿Por qué dices eso?
      —Supongo que tu padre no habría construido esta casa si no hubiera tenido
intención de pasar mucho tiempo en ella con su familia. Sólo hay dos dormitorios y no
es el típico refugio alpino diseñado para que duerma en él la mayor cantidad de gente
posible. Las fotos familiares que hay sobre el piano también son reveladoras. Tuviste
mucha suerte —añadió Jack mientras miraba las fotos. Su tono fue ligero al hablar,
pero su mirada contenía una inconfundible frialdad.
      Emily sintió la necesidad de explicarse.
      —Cuando yo era pequeña, mi padre trabajaba como inversor. Incluso durante
nuestras vacaciones en Cape Code los clientes no dejaban de darle la lata y tenía que
volver cada dos por tres a Boston. Pero en una ocasión vinimos aquí y sus clientes
parecieron darse cuenta de que no podía volver a la oficina así como así. No recibimos
ni una llamada. Por eso decidió construir aquí esta casa para pasar las vacaciones.
Pasábamos aquí las navidades y una semana en verano, aparte de las vacaciones
improvisadas —Emily no pudo evitar sonreír—. Por supuesto, mi padre hizo instalar
todo lo necesario para mantenerse en contacto con su trabajo. No puede vivir sin sus
artilugios.
      Jack había sacado de la nevera la crema de ajo y empezó a extenderla en las
rebanadas de pan. Cuando terminó, hizo un gesto a Emily para que le abriera el horno.
      —Ahí va el famoso pan de ajo de mi madre. Que no se diga que una irlandesa no
puede preparar comida italiana. O enseñar a su hijo a hacerlo.
      Emily se apoyó contra el borde de la encimera, sorprendida. Desde que conocía a
Jack, no recordaba haberle escuchado nunca mencionar a su familia.
      —¿Mantienes una relación cercana con tu madre?
      Jack se encogió de hombros mientras se lavaba las manos.
      —Ahora vive en Florida.
—¿Y mientras crecías?
      —Mi madre era estupenda. Carmella me ha dicho que tu madre también lo era,
por cierto. Una mujer con mucha clase.
      —Lo era —aunque ya hacía diez años que su madre había muerto, Emily la echaba
terriblemente de menos a diario. Al darse cuenta de que Jack había cambiado
sutilmente de tema, preguntó—: ¿Y tu padre?
      —Murió hace años.
      —Oh. Lo siento.
      —No pasa nada —Jack señaló el fogón—. El agua está hirviendo.
      Emily introdujo los espaguetis en el recipiente. Sabía captar una indirecta
cuando la escuchaba, y era obvio que Jack no quería hablar de su pasado. Pero no pudo
evitar que se despertara su curiosidad. Parecía evidente que Jack se llevaba bien con
su madre, pero debía de haber tenido problemas con su padre.
      Eso podía entenderlo. Observó a Jack mientras él tomaba el vaso favorito de su
padre entre otra docena de vasos y se servía el refresco en él. Imaginó la sonrisa de
su padre si lo hubiera visto. Emily sabía que su padre la adoraba, pero siempre había
querido un hijo. Alguien como Jack, que algún día podría dirigir la empresa. Aquél era
el principal motivo por el que la había animado a casarse con Todd Baxter. Todd había
sido su favorito en Wintersoft, y siempre había hablado de él como del empleado
ideal. Era obvio que su padre no pensaba en ella como posible presidenta de la
empresa, de manera que la había animado a casarse con un hombre al que pudiera
tratar como a un hijo y que con el tiempo pudiera ocupar su puesto.
      Mientras removía los espaguetis, Emily se preguntó si Jack habría deducido ya
aquella faceta de la personalidad de su padre. Después de todo, Jack ya trabajaba en
Wintersoft cuando ella se casó y divorció de Todd Baxter. Y Jack había estado
implicado en las investigaciones que habían tenido lugar un mes antes, cuando se había
descubierto que había logrado entrar en los archivos del nuevo programa de
Wintersoft con la intención de vender la información a la competencia para vengarse
de Emily y de la empresa.
      Miró de reojo a Jack. ¿Habría llegado a dudar de su profesionalidad debido a lo
sucedido con Todd? ¿Pensaría que los esfuerzos de su padre por casarla significaban
que no era la persona adecuada para dirigir algún día la compañía, y menos aún para
ocuparse del congreso que comenzaba al día siguiente?
      —Tal vez deberíamos hablar de lo que tenemos que hacer mañana —dijo mientras
sacaba el pan del horno.
      —Pensaba que ya habíamos hablado de todo lo necesario en el avión. A menos que
me haya perdido algo, claro.
      —No te has perdido nada, pero acabo de recordar algo. ¿Conoces a Randall
Wellinby?
      —He oído hablar de él.
      —Mientras dormitabas en el avión he leído un artículo sobre él en una revista
financiera. Parece que va a dirigir las oficinas de ABG en Nueva York, de manera que
es muy probable que asista al congreso.
      —ABG utiliza el software de Acton —Jack agarró el plato de espaguetis que le
alcanzó Emily y lo llevó a la mesa junto con el pan—. ¿Crees que estaría dispuesto a
cambiar?
      —Probablemente. El año pasado, mientras visitaba nuestras oficinas en Londres,
tuve oportunidad de verme con él. Dijo que ABG estaba satisfecho con Acton, pero me
dio la impresión de que había algún problema. Si aparece por el congreso, debemos
asegurarnos de que eche un vistazo a nuestro nuevo software. Si le gusta y su relación
con Acton no es buena, tiene la influencia necesaria para cambiar a Wintersoft.
      Se sentaron a la mesa mientras los últimos rayos de sol iluminaban el lago.
      —Hacernos con ABG como cliente sería increíble —dijo Jack, que un instante
después preguntó—: ¿Qué aspecto tiene Wellinby?
      —Es alto, más o menos un metro ochenta, rubio, atractivo y viste muy bien. Debe
de tener cerca de cuarenta años. Con su altura y su aspecto lo localizaremos
enseguida.
      Emily captó una extraña expresión en el rostro de Jack. ¿Habría cometido un
error al mencionar el buen aspecto de Randall?
      —De acuerdo —dijo Jack—. Si lo veo lo llevaré a nuestro puesto para hacerle una
demostración del software.
      —Ya que yo lo conozco, puede que se sienta más cómodo conmigo. Necesitamos
contar con todas las ventajas que podamos.
      —Supongo que tienes razón.
      Emily bajó la mirada hacia sus espaguetis. El tono de Jack no había parecido
especialmente confiado. ¿Pensaría que le gustaba Randall? ¿O que carecía de la
experiencia necesaria para cerrar un trato con un conocido hombre de negocios?
      En cualquier caso, no le agradaba su actitud. Pero ya que no había dicho nada
ofensivo, decidió pasar por alto su comentario. Desde el desastre con Todd, estaba
especialmente sensible a cómo la veían los demás dentro de la empresa.
      Si Randall Wellinby se presentaba en el congreso, debía hacer todo lo posible
por convencerlo para que se cambiara a Wintersoft. Como directora de las ventas
globales de la empresa iba a tener que ocuparse cada vez más de aquella clase de
congresos, y no estaba dispuesta a permitir que Jack Devon creyera que había
obtenido su puesto por ser la hija de su padre. O la ex esposa de Todd Baxter.
Capítulo 3
      JACK trató de no mirar su reloj mientras esperaba a que se abrieran las puertas
del salón en que estaba a punto de inaugurarse el congreso. En cualquier momento, los
asistentes comenzarían a entrar en oleadas.
      Una descarga de adrenalina recorrió sus venas cuando pulsó la tecla del
ordenador que hizo que la demo de Wintersoft apareciera en las pantallas. Aquélla era
la mejor parte de su trabajo: la anticipación de atrapar a un posible cliente y hacerle
ver que su producto era el mejor del mercado.
      Sin embargo, aquel día había un toque de inquietud mezclado con la excitación.
Estaba acostumbrado a contar con Quentin Kostador en el puesto, un tipo robusto de
un metro setenta y cinco.
       Respiró profundamente mientras ignoraba a propósito a Emily, que estaba a su
derecha organizando los materiales con el logotipo de Wintersoft. Cada vez que se
movía enseñaba las piernas, cuya perfección quedaba acentuada por la falda negra y
corta que había elegido ponerse aquel día.
        ¿Por qué no habría elegido unos pantalones?
       ¿Y por qué se sentía él tentado por la hija de su jefe?
       Se había pasado la vida manteniendo los negocios y el placer separados. Muy
separados. No salía con mujeres que buscaran algo duradero y profundo y sus
relaciones no duraban lo suficiente como para que alguna de ellas empezara a hacer
preguntas sobre su pasado.
       Hasta el momento le había funcionado, y había disfrutado saliendo con mujeres
muy guapas... al menos hasta hacía ocho meses. Uno de sus compañeros de estudios en
Amherst, actual director de la revista Boston Magazine y con el que había coincidido
en un par de ocasiones con dos mujeres distintas, había decidido incluirlo con el
número doce en la lista que publicaba la revista de los solteros más cotizados de
Boston, lo que lo había convertido en el centro de cotilleo de la oficina.
       Salir por ahí con mujeres guapas perdió su encanto en cuanto se dio cuenta de
que hacerlo podía poner en peligro su carrera.
       Desde entonces, se había mantenido lo suficientemente ocupado con su trabajo
como para no echar de menos aquellas salidas. La única que había tenido desde la
aparición del artículo fue para acudir a una cena en casa de Lloyd, donde se sintió
obligado a asistir acompañado. E incluso aquello salió mal. Invitó a una modelo que
sabía que sólo iba a estar en la ciudad temporalmente y sólo necesitó un rato para
darse cuenta de que era una mujer totalmente insulsa y malcriada en exceso por sus
riquísimos padres. Incluso Lloyd bromeó sobre ello más tarde, en su despacho. Jack le
hizo saber enseguida que no iba en serio con aquella «niña malcriada». Pero aquello le
hizo preguntarse qué pensaría Lloyd al respecto, sobre todo después de haber visto un
ejemplar de la revista Boston Magazine sobre la mesa de su despacho.
       Pero haber compartido una tranquila cena con Emily la noche anterior, haber
visto la casa en que solía ir de vacaciones y sus fotos familiares, le había hecho
comprender el vacío que aquel artículo, y su preocupación por mantener en privado su
pasado, habían llevado a su vida.
       Mantuvo la mirada apartada de ella. ¿A quién trataba de engañar? Aunque
lograra disfrutar de nuevo de una cita, nunca podría llegar a tener una vida familiar
idílica, con hijos y una esposa cariñosa.
       Maldijo a su padre, responsable de haber estropeado las cosas para él. Primero
cuando era un niño, y también después, incluso después de muerto. Por mucho que
trabajara en Wintersoft para conseguir cierta seguridad económica, por muchas
mujeres maravillosas que llegara a conocer, todo podía irse al traste en un instante si
alguien llegara a descubrir la verdad sobre Patrick Devon.
Si no lo hacía él mismo siguiendo los pasos de su padre.
      Cerró los ojos un instante y sintió una oleada de celos al comparar su infancia
con la de Emily. Al principio, se había preguntado en más de una ocasión si sólo sería
una niña mimada y malcriada por su padre, pero no tardó en comprender que no era así.
Había sido una hija amada y protegida, algo que su madre también habría hecho con él
si su padre no los hubiera obligado a verse reducidos a la pobreza.
      —¿Tienes la carpeta de Metrogroup? —preguntó Emily, distrayendo a Jack de
aquellos desagradables pensamientos sobre su padre.
      —Está en mi maletín. Sácalo tú misma. Tiene la tapa azul.
      Emily así lo hizo, revisó rápidamente la información y volvió a guardar la carpeta
justo cuando la primera oleada de visitantes irrumpía en el salón. Unos instantes
después, ambos localizaron a uno de los especialistas en tecnología de Metrogroup.
      —Creo que lo conozco. Se llama Mike, ¿no? —murmuró Jack.
      —Mike Elliott —dijo Emily mientras el hombre se acercaba a su puesto—. El año
pasado se puso en contacto con nuestro servicio de ayuda telefónica en un par de
ocasiones y sus problemas quedaron resueltos rápidamente. Deberíamos lograr que
siga con nosotros en lugar de marcharse con Acton. Oh, y mañana es su cumpleaños.
      Jack no ocultó su asombro cuando miró a Emily.
      —¿Todo eso aparece en el informe?
      —Lo puse al día antes de salir de viaje.
      —Estoy impresionado —murmuró Jack un instante antes de ofrecer su mano a
Mike Elliott—. Mike, soy Jack Devon. Creo que nos conocimos el año pasado.
      El hombre le estrechó la mano con fuerza.
      —Jack Devon, por supuesto. Me alegra ver que Wintersoft está en el congreso.
      Tras presentarle a Emily, Jack se centró en exponer las ventajas del nuevo
software de Wintersoft, intercalando su exposición con algunos comentarios más
personales.
      Entretanto, Emily volvió su atención hacia los visitantes que se habían detenido
ante el puesto para ver la demostración del nuevo software en la pantalla grande. Los
animó a hacer preguntas y al cabo de un par de horas había logrado un nuevo cliente y
había convencido a otros tres antiguos clientes para que siguieran con ellos en lugar de
cambiarse a Acton.
      Su estómago acababa de empezar a protestar a causa de la sensación de hambre
cuando localizó una cabeza rubia entre la multitud que avanzaba hacia allí.
      —Me alegra verte de nuevo —dijo con una sonrisa cuando el dueño de la cabeza
se detuvo ante el puesto—. Me he enterado de que ya estás trabajando en Nueva
York. ¡Felicidades!
      —Gracias, Emily —dijo Randall con un marcado acento británico—. Yo también me
alegro mucho de volver a verte. Disfruté mucho de nuestro encuentro en Londres.
      Emily trató de no ruborizarse. Algo en el tono de Randall le hizo comprender que
se alegraba realmente de verla.
      —Espero que el hecho de que hayas venido hasta mi puesto signifique que has
estado pensando en la posibilidad de que ABG trabaje con nosotros.
      Randall tomó uno de los folletos que había en el mostrador.
      —Eso depende de lo convincente que resultes —tras echar un vistazo al folleto,
añadió—: Pero, mirando esto, reconozco que la idea es tentadora. Todo lo que hay en el
puesto resulta tentador.
      Emily sacó a relucir su sonrisa más profesional.
      —No logré tentarte para que dejaras a Acton en nuestro encuentro en Londres,
pero tengo la impresión de que cuando pruebes nuestro nuevo software querrás que
ABG trabaje con nosotros. ¿Quieres que te haga una demostración?
      Jack estaba hablando en aquellos momentos con el representante de uno de los
clientes de Wintersoft, de manera que el ordenador principal estaba libre. Sin
embargo, en cuanto Randall entró en el puesto, Emily notó que Jack volvía la mirada
hacia ellos. Estaba escuchando al hombre que tenía delante, pero era evidente que
estaba igualmente interesado en lo que ella estaba haciendo.
      ¿Pero qué más daba que quisiera ocuparse personalmente de Randall?, se dijo
Emily. Ella estaba haciendo un buen trabajo y, si conseguía captar a ABG como cliente
de Wintersoft, tanto Jack como el resto de la empresa tendrían que acabar
reconociendo que ocupaba el puesto que ocupaba por méritos propios.
      —Es realmente fantástico —dijo Randall cuando acabó de ver la demostración
del nuevo software—. ¿Y dices que tendríamos acceso durante las veinticuatro horas
del día a vuestro servicio técnico?
      —Veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Pero esperamos que no lo
necesites. Metrogroup utiliza hace tiempo nuestro software y el año pasado sólo
necesitaron llamar a nuestro servicio técnico en un par de ocasiones. No voy a
preguntarte cuántas veces tuvieron que hablar vuestros expertos con el servicio
técnico de Acton, pero apostaría cualquier cosa a que fueron más de dos. Randall alzó
una ceja.
      —¿Sólo dos veces? Eso es asombroso.
      Emily trató de no mostrar su euforia.
      —Mike Elliott, de Metrogroup, ha venido al congreso. Pregúntale a él si quieres.
O, si ha venido alguno de vuestros expertos en tecnología, envíamelo para que trate de
hacer fallar el programa. No lo logrará.
      Randall se rió.
      —Veo que estás muy segura de ti misma, pero lo cierto es que no estoy
convencido de que la nueva versión del software de Acton ofrezca tantas ventajas
como la vuestra. Pero la decisión de cambiar no depende sólo de mí, por supuesto. La
semana que viene tengo una reunión con la junta directiva de ABG en Londres. Dame
toda la información que tengas y me ocuparé de recomendar el cambio.
      —Eso sería magnífico, Randall —dijo Emily, tratando de que no se notara su
excitación. Su padre se quedaría encantado si lograba captar a ABG como cliente—. Te
enviaré todo en cuanto vuelva a Boston para que tengas tiempo de examinarlo antes de
tu reunión, y si surge cualquier duda no dejes de llamarme.
—Eso estaría muy bien, gracias —dijo Randall con una sonrisa—. Oh, y casi olvido
mencionar, que voy a pasar tres días en Boston después de asistir a la reunión en
Londres. Tengo que reunirme con los representantes de algunas de las compañías que
financia ABG en Massachussets. Si estás libre, ¿qué te parece si quedamos a cenar
una noche? Así podré informarte de cómo ha ido la reunión y tendré la oportunidad de
que me enseñes la ciudad.
      Emily se preguntó si le estaba pidiendo una cita o si sólo estaba siendo amable.
      —Estaré allí, así que no creo que haya problema. Llámame cuando tengas
organizada tu agenda y haré que mi secretaria lo arregle.
      —Ya estoy deseando estar de vuelta.
      Tras hacer un breve asentimiento de cabeza en dirección a Jack, Randall saludó
con la mano a un especialista en tecnología que pasaba por allí y se alejó con él entre la
multitud.
      Un instante después, Jack se acercó a Emily.
      —Parece que todo ha ido bien. Buen trabajo.
      —Creo que lo hemos conseguido —dijo Emily, sonriente—. ¿Le has oído decir que
va a recomendarnos ante la junta directiva de ABG en Londres?
      Jack asintió, pero tenía la misma expresión extraña que Emily había captado en
su rostro la noche anterior, cuando había sugerido que debía ser ella quien hablara con
Randall.
      —Sí, lo he oído. Es magnífico.
       —Parece que a ti tampoco te ha ido mal con Mike Elliott —dijo Emily tras
decidir que tal vez sería mejor no hablar más de Randall Wellinby—. ¿Y qué tal te ha
ido con el tipo de Outland Systems? ¿Le has hablado sobre nuestro acuerdo?
      —Parece que todo va sobre ruedas.
      —Mi padre se alegrará de oír eso. Quiere que todo esté perfectamente
organizado antes de que el nuevo software salga al mercado.
      Jack aseguró que así sería y a continuación se volvió bruscamente hacia el
público.
      Emily tuvo la impresión de haber hecho algo mal, aunque no sabía de qué podía
tratarse. Pero ya que no le iba a quedar otro remedio que seguir trabajando con Jack
durante mucho tiempo en toda aquella clase de congresos, tenía que averiguar de qué
se trataba.
      Por absurdo que fuera, la opinión que Jack pudiera tener sobre ella le importaba
mucho.
      Emily pisó el acelerador a fondo para sumergirse en el tráfico. Jack alzó el
bolígrafo que sostenía y se volvió a mirarla.
      —Es difícil tomar notas si conduces así.
      —¿Quieres conducir tú?
      —Si lo hago no podría tomar notas.
      Al ver que Emily no respondía, Jack dejó a un lado la carpeta de Outland
Systems.
—Hoy has hecho un trabajo magnífico —dijo, con la esperanza de mejorar el
humor de Emily.
      —Supongo que no ha estado mal para ser una «niña malcriada».
      Jack pensó que no había oído bien.
      —¿Qué?
      —He estado pensando en ello todo el día. Anoche me pareció que te molestaste
cuando te dije que quería hablar con Randall Wellinby. Y hoy, después de que
prácticamente lo he captado como cliente, has puesto la misma expresión de
desagrado —a pesar de su evidente enfado, Emily logró seguir hablando en tono
calmado—. La única explicación que se me ocurre es que me consideras una niña
mimada y malcriada que sólo ha ascendido gracias a ser la hija del dueño. Así que, haga
lo que haga, nunca voy a conseguir tu respeto y no vas a querer que me ocupe de ningún
cliente importante.
      —Eso no es cierto —dijo Jack, aunque tuvo que reconocer para sí que así había
sido al principio. Pero Quentin, el hombre al que Emily había sustituido en el puesto de
vicepresidente de ventas, se había ocupado de asegurarle que era muy competente en
su trabajo. Además, todo el mundo en la empresa sabía que Lloyd nunca ascendía a
nadie que no lo mereciera. Al ver que Emily no decía nada, añadió—: ¿Qué te ha hecho
pensar eso? Yo nunca he dicho nada parecido.
      —Sí lo has dicho. Y, aunque no lo hubieras hecho, tu actitud es bastante obvia.
      —¿Cuándo y a quién le he dicho yo alguna vez que eres una niña malcriada?
      —A mi padre —replicó Emily de inmediato—. Me sorprende que no lo recuerdes.
      Jack se relajó contra el respaldo del asiento.
      —Ahora sé con certeza que tienes que estar bromeando. Si le hubiera dicho a tu
padre algo así sobre ti, ya estaría despedido. ¿Te importaría decirme lo que de verdad
te preocupa?
      —No estoy bromeando. Iba a entrar en el despacho de mi padre cuando te oí
decir que era una «niña rica y malcriada». Ésas fueron tus palabras. Entonces mi padre
te dijo lo impresionado que estaba de cómo habías salido de la pobreza, creo que dijo
pobreza, pero estaba demasiado distraída por tu comentario como para recordar la
palabra exacta, y que creía que podrías llegar muy lejos en Wintersoft.
      —De acuerdo, de acuerdo —Jack apoyó la cabeza contra el respaldo y puso los
ojos en blanco—. Yo sí recuerdo con exactitud aquella conversación. Y te aseguro que
estás equivocada. Debiste escucharla desde la mitad, porque estábamos hablando de la
mujer que tuve la desgracia de elegir para que me acompañara a cenar con tu padre.
Estaba avergonzado por su comportamiento y quería disculparme con tu padre. Eso era
todo.
      —¿No estabais hablando sobre mí? —preguntó Emily, suspicaz.
      —No.
      —En ese caso, y ya que he metido la pata al respecto, ¿a qué vino la expresión
que pusiste anoche durante la cena?
      —No recuerdo haber puesto ninguna expresión especial, pero si fue así, es
evidente que voy por mal camino. No voy a poder negociar si la otra parte sabe todo el
rato lo que estoy pensando.
      Emily se rió al oír aquello.
      —No creo que eso sea problema. Eres la clase de hombre que sabe mantener sus
cartas guardadas —su tono se volvió más serio cuando añadió—: A pesar de todo, me
ha dado la impresión de que querías hablar con Randall Weüinby personalmente. Y creo
que no estás convencido de que haya logrado convencerlo para que se cambie a
Wintersoft.
      Jack suspiró.
      —Tienes razón —admitió—. Pero no porque seas una niña rica malcriada.
      —¿Entonces?
      —Eres nueva en tu cargo, eso es todo. Me habría pasado lo mismo con cualquiera
que hubiera venido por primera vez a uno de estos congresos. No podemos
arriesgarnos a perder un cliente potencial tan importante como ABG.
      Emily miró a Jack con expresión escéptica.
      —¿Incluso a pesar de que ya me entrevisté con Randall en Londres y logré
establecer una buena línea de comunicación con él?
      —Incluso a pesar de eso. Pero no es nada personal, Emily. Mi trabajo consiste en
evitar cualquier posible error.
      Emily tamborileó con los dedos sobre el volante.
      —¿Y no podías haberme comentado eso antes, mientras lo preparábamos todo?
      —Nunca estábamos a solas en la oficina, y no habría sido apropiado que te dijera
en público que no te ocuparas de los clientes importantes hasta que hubiera visto cómo
actuabas. ¿No estás de acuerdo? Y una vez aquí... no sé. No quería que creyeras que
dudo de tu habilidad, porque no es así.
      —De acuerdo —dijo Emily con un suspiro—. Debo reconocer que es lo mismo que
habría hecho mi padre en tu situación. No me extraña que le gustes tanto.
      Jack se encogió de hombros. A Lloyd le gustaba todo el mundo hasta que le
demostraban lo contrario.
      —No es tu padre quien me preocupa —Jack esperó a que Emily lo mirara para
continuar—. No tenía intención de entrometerme. Haces muy bien tu trabajo.
      —En ese caso, siento haberme enfadado. Debería haberme dado cuenta —al cabo
de un rato de silencio, Emily añadió—: ¿Qué te parece si te compenso con un buen
guiso?
      —¿Con los saludos de la señora Wilbur?
      —Yo me ocuparé de calentarlo. E incluso pondré la mesa.
      —¿Eso quiere decir que estoy perdonado? —preguntó Jack con una sonrisa.
      —De momento —dijo Emily mientras entraban en el sendero que llevaba a la casa.
      —¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso esperas que vuelva a entrometerme?
      —Espero que no.
      La sonrisa que Emily dedicó a Jack hizo que él se sintiera mejor de lo debido. Al
margen de la atracción física que sentía por ella, había algo en Emily que lo
desestabilizaba cada vez que estaban a solas.
      —Pero no sé por qué dudas de que el trato con ABG vaya a salir adelante —
continuó Emily—. ¿Crees que he malinterpretado el interés que ha mostrado Randall
por el nuevo software? ¿O tú habrías hecho las cosas de otro modo?
      —Será mejor que hablemos de eso mientras comemos el guiso. Las charlas de
negocios son más agradables con un vaso de vino en la mano, y he visto que hay una
botella de Pinot Grigio en la nevera. Si a tu padre no le importa que nos la tomemos,
por supuesto.
      —Probablemente, nos alentaría a hacerlo —antes de que Jack pudiera preguntar
a qué se refería, Emily añadió—: Para celebrarlo. A fin de cuentas, no nos han ido mal
las cosas para ser el primer día, ¿no te parece?

      Emily tomó un sorbo de vino mientras Jack terminaba de comer. A pesar de lo
relajada que había sido la cena, sentía que algo no andaba bien. A pesar de haber sido
quien había sugerido que abrieran la botella, Jack apenas había probado el vino.
      —¿Tan malo está el guiso? —bromeó—. Te prometo mentir a la señora Wilbur si
no te ha gustado.
      —Estaba muy bueno.
      Jack dejó el tenedor y fue a decir algo, pero Emily lo interrumpió. No quería que
siguiera recurriendo a tópicos como la comida, el tiempo, o las magníficas vistas.
      —Antes has dicho que debíamos hablar sobre Randall Wellinby. ¿No estás
convencido de que quiera convertirse en cliente de Wintersoft?
      —Creo que está interesado, pero no estoy convencido de que la cosa vaya a
resultar tan fácil.
      —Ha sido él quien se ha acercado a nosotros esta mañana, no al revés. Y parecía
muy interesado en lo que pudiera ofrecer Wintersoft.
      —Ésa es la cuestión. Sé que vas a malinterpretar esto... —Jack respiró
profundamente antes de continuar—. Es cierto que Randall se ha acercado al puesto y
que parecía interesado. Pero no se ha acercado a nosotros, sino a ti. Y no creo que su
principal interés residiera en el software.
      —Supongo que estás bromeando —Emily no pudo ocultar por completo su
indignación.
      —Piensa en ello un momento. ¿Te ha pedido que salieras a cenar con él o no?
      —Para cuando Randall venga a Boston es posible que ya tengamos el trato muy
avanzado, y es normal que quiera hablar de ello conmigo. Dadas las circunstancias, me
parece perfectamente normal que quiera cenar conmigo.
      —A mí no me parece tan normal. No tal como lo ha hecho. Y me he fijado en
detalles que tú no has podido notar. Mientras le mostrabas la demo no ha dejado de
mirarte, y es obvio que está interesado.
      —Creo que te has vuelto loco, pero cada uno tiene derecho a opinar lo que quiera
—dijo Emily.
      Mientras se levantaba y empezaba a recoger los platos, repasó mentalmente su
conversación con Randall. Tal vez había flirteado un poco con él, pero no a propósito.
Simplemente se había mostrado amistosa, como lo habría hecho con cualquier posible
cliente de Wintersoft.
      Cuando se volvió tras dejar los platos en el fregadero, comprobó que Jack la
había seguido a la cocina.
      —Lo siento, Emily. Simplemente dudo que Randall esté tan interesado en
Wintersoft como lo está en ti.
      —Jamás flirtearía para conseguir una venta.
      —Y no lo has hecho. Precisamente por eso no quería decir nada. Sabía que si lo
hacía pensarías que estaba cuestionando tu habilidad como vendedora, tu integridad, o
ambas cosas. Pero lo cierto es que no has hecho nada mal. Y él tampoco —Jack dejó su
vaso de vino en la encimera y sorprendió a Emily al apoyar las manos sobre sus
hombros para hacerla volverse—. Eres una mujer muy atractiva, Emily. De hecho, eres
preciosa. Tienes éxito en tu profesión y algún día dirigirás una empresa internacional
de software muy rentable. Los hombres no van a dejar de abordarte durante el resto
de tu vida, y puede que no siempre vayas a ser capaz de discernir sus verdaderas
intenciones mientras tu mente está centrada en los negocios.
      Como si no hubiera aprendido ya aquella lección con Todd, pensó Emily mientras
trataba de ocultar la mezcla de nerviosismo y euforia que le producía sentir las manos
de Jack en sus hombros, o su cercanía. Ningún hombre la había tocado desde Todd. No
podía contar a Marco Valenti, ya que ni siquiera se había sentido atraída por él;
simplemente salió con él una temporada para que su padre dejara de darle la lata. Y
aunque Marco la hubiera besado hasta dejarla sin sentido, nunca habría podido
compararse con la sensación de las cálidas manos de Jack sobre ella. Él podía pensar
que su mente estaba siempre centrada en los negocios, pero no era precisamente así
en aquellos momentos.
      —Si eso es un cumplido, tienes una forma muy peculiar de hacerlos —trató de
bromear—. Además, resulta difícil creerlo si a la vez piensas que estoy equivocada
respecto a lo que opino sobre Randall. Pero pienso demostrarte que no estoy
equivocada con él. ABG acabará dejando Acton para trabajar con Wintersoft. Estoy
segura de ello.
      Emily captó un brillo de diversión en los ojos de Jack que enseguida dio paso a
algo más.
      —Y yo pienso demostrarte que estás equivocada. Si no respecto a Randall, sí
respecto a ti misma.
      Emily iba a preguntarle a qué se refería, pero Jack se inclinó hacia ella y la besó
delicadamente en los labios, dejando perfectamente claro a qué se refería.
      Y si hasta entonces Emily había encontrado a Jack Devon difícil de resistir,
aquel dulce beso y la promesa que contenía lograron que le resultara imposible.
       Capítulo 4
      JACK deslizó las manos de los hombros de Emily hacia su espalda. Sabía que
besarla era lo último que debería haber hecho, pero meses de celibato autoimpuesto
mezclados con el delicado y bello rostro de Emily mirándolo lograron quebrar su
voluntad.
      ¿Acaso desconocía lo perfecta que era? ¿Hasta qué punto le había hecho perder
la confianza en sí misma el miserable de su ex marido?
      Se permitió disfrutar un momento más del beso y luego apoyó las manos en la
cintura de Emily con intención de apartarla.
      Pero entonces ella le devolvió el beso. Un incontrolable deseo hizo olvidar a Jack
todo pensamiento de profesionalidad mientras Emily le ofrecía su boca abierta con
más pasión y delicadeza de la que jamás habría imaginado posible. Ningún hombre
habría podido contenerse con una mujer como ella, y menos aún después del
inconfundible murmullo de excitación que escapó de entre sus labios.
      La quería en la cama, con sus piernas en torno a él... Sin poder contenerse, y a la
vez que el beso se volvía más y más profundo y apasionado, deslizó una mano hasta
encontrar el primer botón de la blusa de Emily. La ligera resistencia que encontró al
tratar de desabrocharlo le hizo volver a la realidad.
      Meterse en la cama con una compañera de trabajo que además era la hija de su
jefe sólo podía tener un resultado: que lo despidieran.
      Y si le desabrochaba aquel botón los desabrocharía todos.
      Se obligó a pensar en su despacho en la empresa y en cuánto había tenido que
trabajar para llegar donde estaba. Un instante después se apartaba de Emily con una
sonrisa que esperaba que pareciera desenfadada.
      —Ya está. ¿Te ha convencido? Eres atractiva. Y si yo puedo besarte así, imagina
lo que estaría pasando por la cabeza de Randall Wellinby esta mañana. Más vale que no
lo subestimes. Estoy seguro de que tiene segundas intenciones en lo que a ti se
refiere.
      —¿Es así como manejabas tus desacuerdos profesionales con Quentin Kostador?
—el tono ronco de Emily hizo comprender a Jack que se sentía tan afectada como él.
      Jack se rió y agradeció en silencio que le estuviera facilitando de aquel modo la
retirada.
       —Afortunadamente, nunca tuve que convencer a Quentin de que era atractivo.
      —Sospecho que te habría dado un buen mamporro.
      —Me sorprende que tú no lo hayas hecho.
      En aquella ocasión, fue Emily la que se rió.
      —No podía. Te necesito en el puesto junto a mí mañana.
      —Deberíamos hablar de eso —dijo Jack con un desenfado que estaba muy lejos
de sentir después de aquel beso—. Sólo necesito saber que vas a fiarte de mis
instintos. Si Randall pasa mañana por el puesto, creo que debería hablar yo con él. Así
sabremos con certeza que está prestando atención al software.
      —De acuerdo. Me fiaré de tus instintos —dijo Emily mientras empezaba a llenar
el lavavajillas—. Por cierto, aún no te he dado las gracias por el modo en que me
apoyaste ante Todd el mes pasado, cuando lo pillamos tratando de enviar los archivos
de mi ordenador a Acton y pretendió defenderse soltando todas esas cosas
desagradables sobre mí.
      —Todd es un bravucón y te dijo cosas que nadie debería decir nunca a otro ser
humano. No te las merecías. Sólo hice lo mismo que habría hecho por Quentin.
      —Seguro —Emily golpeó desenfadadamente a Jack con un trapo de cocina y él no
pudo evitar que su admiración por ella aumentara. No podía entender cómo había
superado con tanta facilidad el intenso calor sexual que había generado su beso. Él
había necesitado hacer acopio de toda su voluntad para conseguirlo—. Pero hablando
en serio —continuó Emily—, sí me fío de tus instintos. Se te da bien conocer a la gente
y sospechaste que Todd no se traía nada bueno entre manos en cuanto apareció en las
oficinas el mes pasado gimoteando y quejándose de que lo habían despedido de su
nueva compañía. A pesar de haber estado casada con él, yo no supe verlo. Debería
haber sido la primera en sospecharlo.
      —No se puede acertar en todo —dijo Jack mientras volvían al salón tras
terminar de llenar el lavavajillas—. Pero hoy me he dado cuenta de que a ti también se
te da bien conocer enseguida a la gente, sobre todo teniendo en cuenta que eres nueva
en tu puesto. No habría podido tener una conversación tan interesante para el negocio
con Mike Elliott si no me hubieras puesto al tanto de ciertos detalles. Y lo de saber
que su cumpleaños es mañana ha sido un golpe genial —volvió la mirada hacia las fotos
familiares que había sobre el piano—. Supongo que se debe a tu exquisita educación en
Harvard.
      Emily desestimó el comentario con un gesto de la mano y sacó del maletín que
había dejado en el sofá la carpeta de Metrogroup.
      —De acuerdo, ya has hablado con Mike Elliott. Pero creo que he visto el nombre
de Ethan Poston en la lista de asistentes, que también tiene mucho peso en las
decisiones de la empresa relacionadas con el software. No me importaría nada
ocuparme de él si tú estás ocupado con otro posible cliente, pero según las notas que
tengo sobre él, se licenció en Amherst, donde estudió con una beca. Ya que tú también
estudiaste becado en Amherst, supongo que lo más lógico sería que hablaras tú con él.
      Jack sintió como si un fuerte puño atenazara su estómago.
      —¿Cómo sabes que fui a Amherst?
      Emily se encogió de hombros, pero no lo miró a los ojos.
      —Creo que siempre lo he sabido. En cualquier caso, creo que deberías ser tú
quien hablara con Ethan...
      —Yo nunca te he dicho que estudié en Amherst, y tampoco tengo el título
colgado en mi despacho. Y tampoco he mencionado nunca que estudié becado.
      —Supongo que fue Carmella la que me lo dijo. Lo sabe todo sobre todo el mundo.
      —Tampoco se lo he dicho nunca a Carmella. Has leído mi archivo personal,
¿verdad, Emily?
      Jack no necesitó que Emily respondiera. Supo al instante por la expresión de su
rostro que la respuesta era afirmativa.
      —Lo hiciste —dijo a la vez que movía la cabeza, y su tono dejó bien claro su
enfado, o su decepción—. La última vez que acudí al departamento de recursos
humanos, la secretaria no logró encontrar mi archivo y me comentó que tampoco
lograba encontrar los de otros cinco empleados. Pensé que tal vez había sido Todd
Baxter, ya que pretendía conseguir información para Acton, pero ahora veo que no fue
así.
      Emily se mordió el labio inferior.
      —Lo siento, Jack. Estás en lo cierto, pero no es lo que crees.
      —No sólo miraste el mío, sino también los de Matt Burke, Grant Lawson, Brett
Hamilton, Reed Connors y Nate Leeman. El hecho de que faltara éste último fue lo que
me hizo pensar que habría sido Todd, ya que Nate es el vicepresidente del sector
tecnológico de la empresa. Pero no entiendo por qué miraste los otros —Jack se
levantó y fue hasta la ventana. No podía soportar ver la expresión de culpabilidad de
Emily, pero tampoco podía pasar por alto lo sucedido. Debía averiguar la verdad—. ¿Por
qué? —preguntó.
      —No puedo decírtelo.
      —¡Claro que puedes! En ese archivo está mi vida.
      —Lo sé. Y no debí acceder a él —dijo Emily y, por primera vez desde que la
conocía, Jack captó una expresión de temor en su mirada—. Te diré lo que puedo, pero
antes tienes que hacerme una promesa.
      —Nada de promesas —replicó Jack con firmeza.
      Emily se cruzó de brazos y lo miró en silencio con expresión desafiante.
      —¿Qué piensas de Carmella López? —preguntó finalmente.
      —La adoro. ¿No le sucede lo mismo a todo el mundo?
      —¿Y qué piensas de mi padre?
      —A él le debo mi sustento. Me ha enseñado casi todo lo que sé —Lloyd había sido
para Jack como un padre.
      —En ese caso, si te digo lo que puedo, debes prometerme que no te vas a enfadar
con Carmella. Y tampoco le contarás nada a mi padre.
      —Prometo no enfadarme con Carmella, pero me reservo el derecho a enfadarme
contigo, y también el de acudir a tu padre si pienso que puede redundar en beneficio
de la empresa. Le debo mi lealtad a él, no a ti.
      —De acuerdo —Emily descruzó los brazos, aunque su mirada siguió siendo
cautelosa—. Carmella y yo accedimos a los archivos. Tanto ella como yo tenemos
derecho legal a hacerlo, así que, al menos técnicamente, no hicimos nada malo.
Estábamos trabajando en un proyecto muy importante. Si pudiera explicártelo
entenderías por qué lo hice.
      —Pero no puedes.
      —No. Si lo hiciera perjudicaría a mi padre tanto personal como
profesionalmente. Y violaría la intimidad de los demás hombres cuyos archivos leí.
      Jack soltó un bufido.
      —Eso no tiene sentido.
      —Lo sé, pero es todo lo que puedo decirte.
      Jack no podía imaginar a Emily y Carmella leyendo los archivos con intención de
perjudicar a nadie. Y debía admitir que le aliviaba haber averiguado que no había sido
Todd Baxter. En su archivo no había nada incriminatorio respecto a su padre, pero
Todd no era de fiar. Sin embargo, Carmella sí era de fiar. Y a pesar de lo que había
hecho, sabía que Emily también lo era.
      —No quiero que vuelvas a mirar mi archivo personal. En ningún caso. No sin
consultarme a mí antes. Tengo derecho a saber quién lo mira y por qué.
      —Por eso no te preocupes. El motivo por el que accedí a tu archivo ya no existe.
      —¿Sucede lo mismo con los demás?
      —No puedo decirte nada más. Lo siento —Emily tragó con esfuerzo y luego
señaló los papeles que había sobre la mesa—. Tenemos que echar un vistazo a eso, y
rápido. Mi padre llamará en menos de media hora y, por muy bien que se te dé leerme
el pensamiento, a él se le da mejor. Lo último que queremos es que piense que no nos
estamos llevando bien, o que el congreso no está funcionando como esperaba. ¿Estás
de acuerdo?
      Jack maldijo entre dientes, pero asintió.
      —De acuerdo. Centrémonos en preparar lo de mañana.
      Emily suspiró, aliviada.
      —Gracias.
      Jack se sentó y volvió a echar un vistazo al informe de Metrogroup. Cuando
Emily fue a tomar de la mesa el de ABG, él la agarró por la muñeca.
      —No hemos terminado de hablar de esto. Antes o después, quiero saber por qué
accediste a esos archivos. Es una promesa.
      ¿Cómo podía haber cometido dos errores de aquel calibre en una sola hora? Emily
tomó un sorbo de café mientras inspeccionaba los folletos del puesto de Wintersoft.
Dado lo mal que había dormido después de lo sucedido la noche anterior, tenía la
sensación de que aquél no iba a ser su último café del día. Después de tantos meses de
cautela y discreción, ¿cómo era posible que hubiera metido la pata precisamente con
Jack Devon? Si él decidía abordar el tema con Carmella, o con su padre, la humillación
de ambos sería terrible.
      Afortunadamente, la conversación telefónica con su padre había ido bien. Cuando
Lloyd se enteró del interés que había manifestado Randall Wellinby por el nuevo
software de Wintersoft, su excitación y alegría se evidenciaron en su tono.
      Emily dio otro sorbo de café pensando que prefería caerle mal a Jack a que la
besara. Aquél había sido su otro error.
      En aquel momento, Jack, que estaba recolocando el monitor para que los
potenciales clientes pudieran verlo mejor, chocó de espaldas contra ella.
      —Lo siento —murmuró sin molestarse en volverse.
      —No pasa nada —dijo Emily, que tampoco pensaba preocuparse por él. Aquel
beso alucinante había tenido lugar la última vez que se había preocupado, y no estaba
dispuesta a volver a repetir la experiencia.
      Por mucho que Jack hubiera tratado de quitar importancia a lo sucedido, ella no
se había dejado engañar. Nadie besaba de aquel modo sólo para probar algo
relacionado con el trabajo, ni siquiera un dios del sexo como Jack Devon. Era evidente
que sabía lo mismo que ella: que a pesar de su aparentemente mutua atracción, una
relación entre ellos era imposible. Estaba al tanto de lo que había sucedido con Todd.
Salir con ella podía significar perder su trabajo
      Por deprimente que fuera aquel pensamiento, Emily estaba tan dispuesta como él
a aferrarse a una excusa.
      Afortunadamente, en aquel momento se abrieron las puertas del salón para dar
paso al público y Mike Elliott y Ethan Poston, de Metrogroup, fueron de los primeros
en entrar. Como habían planeado, Jack se ocupó de Ethan y le hizo una demostración
completa del nuevo software. Un miembro de la organización se acercó a Emily para
hacerle una pregunta y a partir de aquel momento ella pudo dejar de pensar en Jack.
      Pero para la hora del almuerzo el salón comenzó a despejarse. Emily acababa de
despedirse de un cliente cuando notó que Jack estaba a sus espaldas. Se volvió, reacia.
      —¿Qué tal te ha ido la mañana? —preguntó.
      —Creo que he convencido a Ethan para que Metrogroup siga con nosotros. Y he
tenido la oportunidad de hablar con el equipo de una compañía inversora que también
está interesada.
      Emily asintió y miró a su alrededor. La mayoría de los puestos ya estaban
cerrando. Aquella tarde el salón de congresos se cerraba para que los expositores
pudieran asistir a la junta general anual de la asociación.
      —Supongo que tendremos que ir recogiendo —dijo.
      —Sí —la expresión de Jack mostró la misma incertidumbre que sentía Emily. Al
parecer, tampoco le apetecía demasiado quedarse a solas con ella.
      —Aquí en Reno sólo tenemos un vehículo, así que no nos va a quedar más remedio
que movernos juntos. Si quieres hacer algo por tu cuenta, puedes utilizar el coche que
tiene mi padre en el garaje.
      La expresión de Jack dejó bien claro que no le seducía la idea de andar
deambulando por Tahoe en coche toda la tarde.
      —¿Qué te parece si vamos a jugar al casino? —sugirió Emily—. Mi padre y yo
solemos ir a menudo.
      Jack pareció sorprendido.
      —¿Tu padre y tú soléis apostar?
      —Sí, pero sólo para conseguir cupones de estancia en hoteles y cosas parecidas.
Creo que mi padre regaló los últimos que consiguió a Carmella, que vino aquí con una
amiga y lo pasó en grande.
      En cuanto mencionó a Carmella, Emily supo que había metido la pata de nuevo al
recordar a Jack el asunto de los archivos personales.
      Pero Jack se limitó a recoger los folletos y apagar el ordenador.
      —Si no te importa, preferiría no ir a jugar —dijo—. Pero tampoco me apetece
demasiado pasarme la tarde en casa o conduciendo el coche de tu padre —miró un
momento a Emily antes de preguntar—: ¿Esquías?
      —Sí.
—Ethan Poston me ha dicho que ayer fue a esquiar y la nieve está perfecta.
Podríamos ir a Heavenly.
      Emily se animó al instante ante aquella perspectiva. Mientras estuvieran
esquiando no tendrían por qué hablar.
      —Las pistas más rápidas están en Diamond Peak y están más cerca de casa.
Además, las vistas son espectaculares. Pero podemos ir a donde quieras.
      —Tú conoces mejor la zona —dijo Jack mientras guardaba la caja de los folletos
bajo el mostrador—. Tendré que alquilar el equipo.
      —Eso no será problema —Emily bajó la mirada hacia los pies de Jack—. ¿Qué pie
calzas?
      —Un cuarenta y tres.
      —El mismo que mi padre. Puedes utilizar sus esquís.
      Jack miró a Emily de reojo mientras se encaminaban hacia la salida.
      —¿Seguro que no le importará? Hay gente muy quisquillosa respecto a su equipo.
      —Mi padre no lo es.
      —Espera a que deje un buen arañazo en uno de sus esquís. Seguro que cambia de
opinión cuando lo vea.
      Emily sonrió. A su padre no le importaría nada que Jack le destrozara los esquís
si aquello significaba que iba a pasar tiempo con ella. Y ella prefería estar esquiando
que pasarse la tarde metida en casa con Jack. Además, aquello les podía dar tema de
conversación para el resto de su estancia en Reno.
      O eso esperaba al menos.
      Capítulo 5
      EN CUANTO se puso los magníficos esquís de Lloyd, Jack supo que habían
tomado la decisión correcta. Un poco de ejercicio haría que se le despejara la mente y
le permitiría librarse de su agitación. Trabajar junto a Emily toda la mañana sólo había
servido para intensificarla.
      La noche anterior, de no haber sido porque Emily representaba todo lo que había
jurado no permitirse, la hija del jefe, la clase de chica que quería un compromiso, tal
vez se la habría llevado a la cama. Y hacerlo habría sido un error.
      A pesar de todo, debía admitir que su respeto hacia ella había aumentado cuando
le había pedido que no se enfadara con Carmella por lo que habían hecho. Además,
pensó mientras se subía la cremallera del mono, Emily no había averiguado nada que
pudiera hacer salir a la luz su secreto. Al parecer, no tenía la más remota idea. El
instinto le decía que no había accedido a su informe personal con una intención
maliciosa. Emilv no era ese tipo de persona, sino más bien al contrario. Ella fue la que
se ocupó de ayudar a Ariana Lawson cuando se quedó embarazada de gemelos. También
se ocupó de que Brett Hamilton pudiera disfrutar de una luna de miel más larga con su
esposa, Sunny.
      Y Jack también estaba seguro de que había tenido algo que ver con el hecho de
que Reed Connors, el encargado del marketing global de la empresa, encontrara a su
hijo unos meses atrás. Si Emily no era un ángel, no sabía quién podía serlo.
Y si no tenía sospechas sobre su pasado, ¿qué había querido averiguar leyendo su
informe personal?
      Esquió por delante de Emily hacia la base del telesilla mientras pensaba en
diversos motivos para ello, pero no logró encontrar ninguno. ¿Por qué no se había
limitado a preguntar a los empleados implicados lo que quería saber? ¿Y cuánto tiempo
llevaría haciendo averiguaciones sobre ellos?
      Algo debían de tener en común los seis hombres a los que había investigado,
aunque no se le ocurría qué podía ser.
      —¿Cuánto calentamiento necesitas? —preguntó Emily mientras se montaban en el
telesilla.
      —No mucho. Además, sólo contamos con algunas horas antes de que anochezca.
      —Si quieres podemos lanzarnos por una de las laderas más suaves para luego
subir hasta las pendientes más grandes. Pero no tenemos por qué subir hasta ésas.
      —Si tú prefieres no hacerlo...
      —A mí me gusta esquiar en cualquier sitio.
      —A mí también —Jack no pudo reprimir una sonrisa ante el espíritu competitivo
de Emily—. Podemos descender primero por una pendiente suave y luego subir a las
más complicadas.
      Mientras el telesilla iba tomando altura, Jack no pudo evitar mirar a Emily
cuando ella cerró los ojos y aspiró con fruición el aire limpio y fresco de la montaña.
¿Por qué tenía que ser tan guapa?, se preguntó y, al recordar el beso que le había
dado, decidió que más le valía no seguir por aquel camino. Emily se volvió hacia él.
      —¿Esquiaste mucho de joven? —preguntó.
      —En realidad, no. Empecé a hacerlo de adulto —aunque hubiera querido, Jack no
habría podido dedicarse a esquiar de joven. La única vez que su madre reunió algo de
dinero para poder enviarlo a una excursión organizada por la iglesia a Massachussets,
su padre se ocupó de utilizar el dinero para otra cosa. Como de costumbre.
      —¿Tus padres esquiaban?
      —No —contestó Jack y, al darse cuenta de la sequedad de su tono, señaló a un
esquiador que estaba haciendo unas piruetas—. Mira a ese tipo. No lo hace mal,
¿verdad?
      Emily se rió mientras alzaba las puntas de sus esquís.
      —Más vale que mantengas la vista al frente. Casi hemos llegado.
      En cuanto sus esquís tocaron la nieve, Emily viró a su derecha para lanzarse
desde lo alto de la pendiente. Mientras la seguía, y a pesar de su firme decisión de
concentrarse en otra cosa, el estómago de Jack se contrajo de deseo mientras
contemplaba el ágil y sinuoso balanceo de su trasero. Aunque su enfado fuera a
disiparse gracias al ejercicio, mucho se temía que iba a ser sustituido por algo aún más
difícil de controlar.
      Cuando llegaron de nuevo a la base del telesilla, el rostro de Emily brillaba
debido al esfuerzo.
      —¿Listo para lanzarte desde una pendiente más grande? —preguntó con una
sonrisa radiante.
      —Por mí no hay problema.
      En aquella ocasión, mientras subían, no dejaron de bromear y reír, lo que alivió
considerablemente el ambiente.
      —Prepárate para disfrutar de una de las vistas más maravillosas de Nevada —
dijo Emily cuando estaban a punto de llegar.
      —¿Mejor que la que hay desde la casa?
      —No puede ni compararse.
      Unos minutos después, cuando alcanzaron la cima, Jack manifestó su admiración
con un prolongado silbido.
      El lago Tahoe se extendía ante ellos en toda su inmensidad, rodeado de montañas
con las cimas cubiertas de nieve. El sol del atardecer brillaba sobre la azul y serena
superficie del lago, enviando destellos de luz en todas las direcciones.
      Jack no había visto nunca un agua tan azul, tan clara.
      —Es precioso, ¿verdad? —dijo Emily, sonriente—. ¿No te alegras ahora de que
hayamos tenido la tarde libre?
      Jack no pudo evitar reír ante su tono, que dejó bien claro que Emily había tenido
los mismos reparos que él ante la perspectiva de tener que pasar la tarde juntos y
encerrados en la casa.
      El hecho de que también hubiera reconocido la tensión reinante entre ellos hizo
que se sintiera mucho más cómodo con ella. Demasiado, en realidad.
      ¿Cómo era posible que aquella mujer se le metiera bajo la piel con tanta
facilidad?
      Le devolvió la sonrisa y luego miró de nuevo hacia el lago.
      —Ésta no es la mejor vista de Nevada. Tiene que ser una de las mejores del
mundo.
      —Estoy de acuerdo, pero sé que soy un poco parcial y no quería excederme y que
pareciera que trataba de venderte las vistas —bromeó Emily.
      —No hay duda de que sabes cómo vender un producto —sin pensarlo, Jack apoyó
una mano sobre el brazo de Emily—. Y lo cierto es que lo sé desde hace tiempo. No
debería haber puesto en duda tu habilidad para sacar adelante el trato con Randall
Wellinby. ¿Me perdonas?
      —Sólo si tú... —Emily se interrumpió antes de terminar lo que iba a decir—. Claro
que te perdono. De hecho, ya te había perdonado.
      Jack le apretó el brazo con delicadeza.
      —Y yo también te perdono a ti. No volveré a preguntarte nada sobre el asunto de
los archivos —antes de que Emily pudiera decir nada, Jack utilizó uno de sus esquís
para quitarse el exceso de nieve de las botas y luego le guiñó un ojo—. Y ahora, veamos
si vas a ser capaz de perdonarme por vencerte esquiando. Te apuesto lo que quieras a
que llego antes abajo.
      —¡Ni en sueños! —replicó Emily.
      Pero antes de que pudiera ponerse las gafas, Jack ya se había lanzado por la
pronunciada pendiente. Emily lo adelantó unos segundos después, pero él aprovechó un
giro para volver a tomar la delantera, aunque las cosas volvieron a cambiar poco
después.
      Cuando alcanzaron una zona más llana, Emily giró de costado y casi se paró en
seco. Jack se detuvo a escasos metros de ella y al hacerlo la roció de nieve.
      —Muy gracioso —dijo Emily, riendo mientras respiraba agitadamente a causa del
esfuerzo.
      —Tenías que ganarte esa disculpa —bromeó él—. Además, ya es evidente quién
es el mejor esquiador.
      —Un momento...
      —Yo soy más rápido, pero tú eres más hábil... así que debo aprovechar las
oportunidades que surjan para rociarte de nieve... aunque sospecho que querrás
vengarte.
      —No lo dudes —Emily señaló con la punta del esquí un lugar que se hallaba a unos
veinte metros de ellos—. ¿Ves ese hueco entre los pinos? Hay una senda que conecta
esta pendiente con Battle Born. ¿Te atreves a ir por ahí?
      Jack hizo una reverencia.
      —Después de usted, milady.
      Emily se lanzó hacia el bosque y, mientras se concentraba en alcanzar la entrada
de la senda, un joven con una tabla de esquiar que pareció surgir de pronto de la nada
se cruzó en su camino.
      —¡Em! —gritó Jack, sabiendo que no podía hacer nada por evitar el choque.
      En el último instante, el joven la vio e hizo un giro inverosímil para evitar chocar
con ella. Emily se apartó al mismo tiempo, pero al hacerlo perdió un esquí a la vez que
entraba en el sendero a toda velocidad.

      El pánico se apoderó de ella mientras lograba esquivar un árbol sólo para que las
ramas de otro la golpearan en el rostro y le hicieran perder aún más el equilibrio.
      Finalmente, el esquí que aún le quedaba dio un traspiés y Emily resbaló por el
suelo a toda velocidad antes de detenerse entre dos pinos que de inmediato arrojaron
su nieve sobre ella.
      Se rió aliviada mientras se quitaba la nieve del rostro. Afortunadamente, el
aterrizaje había sido bastante suave y no había tenido consecuencias.
      —¡Emily! —la voz de Jack llegó a ella a través de los árboles. Emily rogó para que
hubiera recogido su esquí.
      Unos momentos después, Jack se detenía ante ella... y volvía a rociarla de nieve
al frenar en seco.
      —¿Te encuentras bien? —preguntó, preocupado.
      —¿Acaso has decidido tomar la costumbre de rociarme de nieve cada dos por
tres? —preguntó Emily mientras se erguía sobre un codo—. ¿Es ésa tu forma de
regodearte?
      —Temía que...
—Estoy bien. Sólo tengo un par de rozaduras, pero no es nada serio —Emily
sonrió para intentar que Jack dejara de mirarla con aquella expresión de
preocupación.
      —A mí no me parece que estés bien —tras quitarse los guantes, Jack apoyó una
mano bajo la barbilla de Emily para hacerle volver el rostro—. Tienes sangre en la
mejilla. Has debido de golpearte con la rama de un árbol.
        —Es sólo un roce. Y, por si te interesa saberlo, estoy más abochornada que
dolorida. Se suponía que debería estar deslumbrándote con mi habilidad sobre los
esquís. Ahora voy a tener que dedicarme a explicar la causa de mis rozaduras en el
congreso.
      —Eres deslumbrante sin necesidad de hacer nada —murmuró Jack mientras le
acariciaba la mejilla.
      —La nieve debe de haberte cegado. ¿Seguro que te encuentras bien?
      Justo cuando Emily se dio cuenta de que Jack estaba a punto de besarla, un
grupo de adolescentes pasó cerca de ellos bromeando y gritando. Aquello hizo volver a
Jack a la realidad y apartó la mano de inmediato.
      —Supongo que deberíamos ponernos en marcha —dijo Emily mientras se ponía en
pie. Miró a su alrededor en busca del esquí perdido en un esfuerzo por ocultar la
inquietud que le había producido aquel casi beso—. No habrás visto por casualidad mi
otro...
      —He venido empujándolo con mis esquís —Jack se volvió para sacar el esquí de
donde había quedado semienterrado bajo la nieve y ayudó a Emily a ponérselo.
      —¿Seguimos esquiando hasta Battle Born? —preguntó ella en cuanto estuvieron
de vuelta en la pista.
      —Si te sientes con ánimos de seguir, por mí no hay problema —dijo Jack en tono
escéptico.
      —La caída no ha sido nada. En serio. Además, en cualquier caso no nos quedaría
más remedio que seguir esquiando hasta el telesilla.
      Siguieron esquiando sin más incidentes durante el resto de la tarde, pero el
espíritu juguetón y animado que había coloreado sus dos primeros descensos no
regresó, y Emily supo que se debía al beso que no había llegado a consumarse.
        Capítulo 6
      EN CUANTO lleguemos a casa —dijo Jack mientras conducía de regreso—, voy a
prepararte una taza de chocolate bien caliente. Tienes que poner ese tobillo en alto
cuanto antes. Si me hubieras dicho que te lo habías torcido no te habría dejado seguir
esquiando. Y ni siquiera voy a recordarte que te he ganado en los dos últimos
descensos.
      ¿Cómo podía ser tan dulce, caballeroso y afable y, sin embargo, no revelar nunca
nada sobre sí mismo?, se preguntó Emily. Era algo que la volvía loca a la vez que
alimentaba su deseo, por otro lado totalmente inapropiado.
      —Podemos comprar una pizza y alquilar un vídeo de camino —dijo. Una buena
película evitaría que se pusieran a hablar o a pensar en lo que estaba pasando entre
ellos.
      —Me parece una idea perfecta —replicó Jack.
      Una hora más tarde, Jack se ocupaba de sacar unos platos y unas servilletas de
la cocina mientras Emily servía zumo en dos vasos en el cuarto de estar. Cuando se
volvió para tomar de una mesa la película de vídeo que habían elegido, le falló el tobillo
y, de no ser por Jack, que apareció providencialmente en aquel momento y la sujetó
justo a tiempo, se habría caído al suelo.
      —Sabía que tu tobillo estaba peor de lo que asegurabas.
      —No es nada. Sólo me he tropezado. Pero gracias por sujetarme.
      Jack miró a Emily atentamente mientras la ayudaba a sentarse. Luego apartó las
servilletas y los platos a un lado.
      —¿Qué haces? —preguntó Emily.
      —Lo que no haces tú. Cuidarte —antes de que Emily pudiera protestar, Jack le
rodeó con una mano la pantorrilla y le alzó el pie para dejarlo sobre la mesa con gran
delicadeza, como si temiera que fuera a romperse.
      —Jack, estoy bien...
      Jack colocó un almohadón bajo el pie de Emily, le quitó el calcetín y le subió la
pernera del pantalón hasta la rodilla.
      —¡Jack!
      Jack ignoró las protestas de Emily mientras deslizaba los dedos por su tobillo.
      —¿Por qué te empeñas tanto en parecer invencible? —preguntó con el ceño
fruncido—. No lo eres. Nadie lo es. Pero tú no eres capaz de permitir que nadie vea un
destello de tu vulnerabilidad, ¿verdad?
      —Puede que no me haya hecho daño —dijo Emily, a pesar de lo vulnerable que se
sentía en aquellos momentos.
      —Mentirosa.
      —Estoy segura de que mi tobillo está bien. Me he caído las suficientes veces
mientras esquiaba como para saber si merece la pena preocuparse. Mañana estaré
perfectamente.
      —No estaba hablando de tu tobillo —dijo Jack.
      Emily alargó una mano para agarrar el vídeo, ansiosa por que acabara aquella
conversación.
      Jack se sentó en el sofá junto a ella.
      —¿Es porque tu padre dirige Wintersoft? ¿Acaso temes que los demás
empleados de la empresa piensen que no has conseguido el puesto que ocupas por tus
propios méritos?
      Emily apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y miró al techo.
      —Estás empeñado en psicoanalizarme, ¿no?
      —Aún tenemos que pasar tres días aquí juntos, y resultaría mucho más cómodo
que nos dejáramos de farsas.
      Emily se irguió y miró a Jack a los ojos.
      —¿No te esforzarías tú más de lo normal en tu trabajo si fuera tu padre el que
dirigiera la compañía?
      Jack apoyó un brazo en el respaldo del sofá, detrás de ella.
      —Seguro que sí. Pero es algo más que eso. Tú no bajas la guardia ni siquiera
cuando estás a solas con tu padre, y sin embargo, es el hombre más amable y generoso
que he conocido en mi vida. Os he visto lo suficiente en la oficina como para saberlo.
¿Por qué?
      —Si te digo que tiene que ver con el asunto de los archivos personales y que no
puedo hablar de ello, ¿dejarás el tema? —al ver que Jack negaba firmemente con la
cabeza, añadió—: Prometiste no hacer preguntas sobre ese asunto...
      —Ya deberías saber a estas alturas que jamás haría nada que pudiera perjudicar
a tu padre. O a ti.
      Emily volvió a apoyarse contra el respaldo a la vez que apartaba la mirada, pero
al hacerlo rozó el brazo de Jack. Él dejó que cayera sobre sus hombros.
      ¿Cómo era posible que aquel simple contacto le nublara la mente de aquel modo?,
se preguntó Emily.
      —Ya estabas en la empresa durante mi matrimonio con Todd y sabes muy bien lo
mal que fueron las cosas.
      —Los divorcios nunca son fáciles, ni siquiera cuando llevarlos a cabo es la
decisión correcta.
      Emily miró a Jack sin ocultar su sorpresa.
      —¿Hablas por propia experiencia?
      —Dejémoslo en que mis padres deberían haberse divorciado. Y tú hiciste bien
divorciándote de Todd Baxter. El mes pasado, cuando fue atrapado robando secretos
de la empresa, no pude evitar preguntarme cómo era posible que un miserable como él
hubiera tenido la fortuna de casarse con alguien como tú.
      Emily soltó un bufido.
      —Por mi padre, por supuesto.
      —¿Cómo?
      A pesar de que Jack era todo un secreto andante, Emily supo en aquel momento
que lo correcto era contarle la verdad.
      —Mi padre me quiere mucho —dijo, eligiendo con sumo cuidado las palabras—.
Pero por mucho que me quiera, siempre ha deseado aún más tener un hijo. Alguien con
su apellido que pudiera dirigir la empresa cuando él muera. Pero mis padres tuvieron
problemas de fertilidad y fueron muy afortunados de tenerme a mí.
      —Me cuesta creer eso —dijo Jack—. Me refiero a lo de que tu padre hubiera
querido tener un hijo.
      —Él nunca lo ha expresado exactamente así, pero... —Emily se encogió de
hombros—. A veces, los niños pueden intuir cosas respecto a sus padres. El sueño de
mi padre era tener un hijo.
      Jack asintió lentamente y esperó a que continuara.
      —El mismo año que terminé mis estudios en la universidad, Todd Baxter empezó
a trabajar en la empresa y mi padre llegó a considerarlo en pocos meses su chico de
oro. Un hombre atractivo, ambicioso, educado y sólo un par de años mayor que su hija.
      —¿El hijo que nunca tuvo?
      —Exacto. A mí también me pareció atractivo y muy educado, de manera que
cuando mi padre me alentó a salir con él, lo hice. Y acabamos casándonos —Emily
suspiró y trató de no pensar en la sensación del brazo de Jack sobre sus hombros—.
Supongo que me pareció el siguiente paso lógico en mi vida. Tenía veintitrés años
cuando nos comprometimos y veinticuatro cuando nos casamos. Acababa de conseguir
mi primer ascenso en el departamento de ventas y todas mis amigas se estaban
casando. Pero supe casi desde el principio que las cosas no saldrían bien.
      Jack apoyó su mano libre sobre la que Emily tenía en su regazo. En lugar de
apartarla, enlazó sus dedos con los de él.
      —Pues aguantaste mucho tiempo —susurró él.
      —Dieciocho meses. Los dieciocho meses más duros de mi vida. Pero no quería
decepcionar a mi padre. Y tampoco quería reconocer el terrible error que había
cometido.
      —Supongo que Todd sabía lo que sentías.
      —No estoy segura. Creo que nunca llegó a entenderme. A pesar de todo, me
esforcé para que las cosas funcionaran. Pero cuando no hay nada que salvar, es
imposible mantener vivo un matrimonio.
      —Odio preguntarte esto, Emily, ¿pero qué tiene que ver tu matrimonio con Todd
con el asunto de los archivos personales?
      —Ya sabes que Carmella y yo accedimos a cinco archivos más además del tuyo.
Vuelve seis meses atrás. ¿Qué teníais todos vosotros en común?
      —Ya me he hecho esa pregunta y no he llegado a ninguna conclusión —Jack miró
atentamente el rostro de Emily, como tratando de encontrar en él la respuesta—.
Todos ocupamos puestos de responsabilidad en la empresa, excepto Reed Connors, que
supongo que no tardará en hacerlo. Y hace seis meses, todos estábamos solteros.
Pero...
      Jack se quedó boquiabierto al comprender. Todos se habían casado o
comprometido a lo largo de los seis meses anteriores. Todos menos él.
      —Mi padre está desesperado por casarme con alguien de la empresa. Alguien a
quien le apasione Wintersoft tanto como a él y que esté dispuesto a dirigirla cuando
llegue la ocasión. Planeaba sugeriros que me invitarais a salir, pero yo no podía permitir
que sucediera algo así. Habría resultado mortificante. Para todo el mundo.
      —De manera que Carmella y tú intervinisteis...
      —En casi todos los casos. Con Grant y Ariana no hizo falta. Y a Reed sólo hubo
que animarlo un poco —Emily sintió cómo se acaloraba su rostro mientras hablaba—.
Sé que fue algo horrible por mi parte. Odio entrometerme en la vida personal de los
demás. Hacer de casamentera no es precisamente mi estilo. Pero después de lo que
pasó con Todd...
      —No querías que tu padre se dedicara a hacer de casamentero contigo y
decidiste ganarle por la mano. Leíste los archivos de esos seis empleados y trataste
de buscar alguna mujer adecuada para cada uno de ellos de manera que estuvieran
ocupados y tu padre dejara de insinuarles que salieran contigo.
      Emily hizo una mueca.
      —Más o menos. Lo siento, Jack. Sé que estuvo mal hecho, pero no sabía qué otra
cosa hacer. El pasado septiembre, Carmella oyó que mi padre le decía a mi tía que
planeaba casarme cuanto antes. Traté de hablar con él de ello y hacerle ver que ya soy
una mujer adulta y que puedo tomar mis propias decisiones, pero no quiso escucharme.
      Jack la sorprendió con una risotada.
      —Guau. Ahora empiezo a entender. ¿Fue ése el motivo por el que llevaste a
Steven Hansen al baile benéfico de la empresa el pasado septiembre?
      —¡De manera que lo sabías! Noté que me mirabas de forma rara durante toda la
velada.
      —¿Que Steven es gay? Claro que lo sabía. No se le da nada bien ocultarlo.
      Emily apoyó la cabeza contra el brazo de Jack y gimió.
      —Ahora sí que estoy avergonzada.
      —No lo estés. Y, por favor, dime que ése fue el motivo por el que llevaste a
Marco Valenti a la última fiesta que dio tu padre.
      —Marco no es gay.
      —No, pero es un impresentable. Al menos en lo que se refiere a las mujeres. Me
resultaba imposible imaginarte saliendo con él.
      —Lo sé —Emily dejó escapar un prolongado suspiro—. Pero tenía que llevar a
alguien y sabía que Steven acabaría delatándose. Si no hubiera llevado acompañante,
mi padre se habría dedicado a arrinconar a cada soltero de la empresa. Me hubiera
muerto de vergüenza si te hubiera abordado a ti, y Marco era el único conocido
disponible que habría aceptado.
      Jack estrechó cariñosamente su mano.
      —A veces, los padres hacen cosas que avergüenzan a sus hijos. Creo que forma
parte de su trabajo como tales. Pero aprecio que estuvieras tratando de defendernos
a todos del tuyo. Me temo que ninguno de nosotros habría sido capaz de decir que no
—se inclinó hacia Emily hasta que sus bocas quedaron a tan sólo unos centímetros de
distancia—. ¿Y con quién planeabais emparejarme tú y Carmella en vuestro pequeño
plan de casamenteras?
      —¿Con Heidi Davis? —bromeó Emily, nerviosa, refiriéndose a una jovencita que
tendría la mitad, de años que Jack y que estaba trabajando con un contrato de
prácticas en la empresa. Solía pasarse el día leyendo revistas para adolescentes.
      —Ya sabemos cuánto desea casarse Heidi, pero, ¿no te parece que soy un poco...
alto para ella?
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Nicole Burnham SóLo Queda Un Soltero Novela Romantica Sip

  • 1. Sólo queda un soltero La empresa estaba llena de casamenteros, pero todavía quedaba un soltero... Emily Winters había conseguido casar a todos los ejecutivos solteros de la empresa de su padre. Bueno, a todos excepto al guapísimo y misterioso Jack Devon. ¿Qué mujer no querría casarse con un hombre atractivo y poderoso como él? Emily. Pero su padre había organizado un viaje de negocios que los obligó a pasar una semana solos junto al lago Tahoe. Quizá fuera el momento apropiado para que Emily descubriera el misterio que ocultaba Jack, y así poder encontrar a la mujer perfecta para él... una que lo hiciera caer rendido de amor y pasión. Capítulo 1 EMILY! ¿Puedes reunirte conmigo un momento en el lavabo de señoras? Emily Winters frunció el ceño al ver a Carmella López, la secretaria de su padre. —Ya sabes que tengo una reunión ahora mismo. —Es importante. Emily miró a su padre y luego a Carmella de nuevo. —Pensé que habíamos decidido dejar todo este asunto —volvió a mirar a su padre, que en aquellos momentos hablaba por teléfono—. Los planes de mi padre para casarme con alguien de la compañía se han ido al traste. Ya no quedan solteros. —Queda Jack Devon. —Sí, lo sé —respondió Emily. Jack era un hombre difícil, y la relación que Emily mantenía con él no era precisamente fluida. Siempre la obligaba a estar a la defensiva, tanto en el terreno profesional como en el personal. Era uno de los solteros más codiciados de Boston y siempre estaba rodeado de mujeres hermosas. Guardaba bajo llave el secreto de quién era realmente y era imposible saber nada sobre su pasado. Lo que Emily tenía claro era que Jack jamás iba a pedirle una cita. Resultaba tranquilizador saberlo. Así no tendría que preocuparse de él por mucho que su padre tratara de forzar una relación entre ellos. Unas semanas atrás, Emily había escuchado una conversación entre Jack y su padre en la que aquél se había atrevido a llamarla «niña malcriada». Su padre se había reído en lugar de defenderla, haciendo patente lo desesperado que estaba por encontrarle marido. Y ella se había reafirmado una vez más en su propósito de no arriesgar su reputación profesional sólo para dar gusto a su progenitor. Aunque Jack fuera el hombre más guapo de la compañía y su padre un gran negociador, no estaba dispuesta a dejarse embaucar por ninguno de los dos. —Precisamente es de él de quien tenemos que hablar, y antes de tu reunión —
  • 2. susurró Carmella, que a continuación se encaminó con paso firme hacia los lavabos. Emily la siguió con el ceño fruncido. Una vez en el lavabo, y tras asegurarse de que estaba completamente vacío, Carmella se volvió hacia ella. —Sé que nunca te has sentido cómoda con nuestro plan de encontrar esposas para los empleados solteros de Wintersoft, y menos aún para Jack Devon... —No me gusta entrometerme en la vida personal de nadie —la interrumpió Emily. —Claro que no. Pero ambas sabemos que tenía que hacerse —Carmella hizo un gesto hacia el despacho de Lloyd, el padre de Emily—. Si no lo hubiéramos hecho nosotras lo habría hecho algún otro. Y no te habrían gustado los resultados. Vi lo que pasó la última vez que tu padre te presionó para que salieras con alguien de la compañía. Todd Baxter te la jugó... y no sólo en tu carrera. —De acuerdo, no teníamos opción —admitió Emily. Por mucho que despreciara utilizar información personal sobre sus colegas para conseguirles posibles novias antes de que su padre los presionara para que la invitaran a salir, le preocupaba aún más proteger su corazón y su reputación... por no mencionar la de su padre. Lloyd Winters era un hombre respetado y dedicado a su empresa, pero tanto Emily como Carmella sabían que tenía un punto débil en todo lo referente a su hija. Estaba empeñado en casarla con algún empleado de la empresa, y Emily no había logrado disuadirlo de sus intentos, ni siquiera después del desastre con Todd Baxter. —Admito que nuestros planes casamenteros han funcionado de maravilla para todo el mundo. Gracias a nosotras hay cinco nuevos matrimonios en la empresa —Emily se inclinó hacia la puerta para asegurarse de que nadie se acercaba—. Pero nuestro papel en todo este asunto ya ha terminado, así que creo que no deberíamos seguir hablando de ello. Si alguien averiguara... —Por eso tenía que hablar contigo. Me temo que Jack Devon lo ha averiguado. Emily se llevó una mano a la boca, consternada. —¡Oh, no! ¿Pero cómo? Es cierto que últimamente me lanza unas miradas un tanto extrañas, y sabemos que sospecha que alguien ha estado revisando los archivos del personal, pero no puede saberlo con certeza... —Tu padre quiere que te reúnas con él y con Devon en su despacho a las nueve. Quiere que acabes tu reunión de marketing a tiempo. Ha dicho que es importante. Emily suspiró y comprobó en su reloj con alivio que no iba a llegar tarde a su reunión. No quería que nadie pudiera dudar de su habilidad para desempeñar el cargo de vicepresidenta de ventas de la empresa. —Creo que estás viendo fantasmas, Carmella. Ya sabes que a mi padre le encanta organizar reuniones y que siempre le parecen importantes. Carmella movió la cabeza. —Este caso es diferente. Jack ha llegado muy temprano esta mañana y ha ido directamente al despacho de tu padre a esperar a que llegara. La conversación que han mantenido ha sido bastante intensa y luego tu padre me ha dicho que quería reunirse contigo y con Jack. Algo se está cociendo. Algo que Jack ha puesto en marcha, no tu
  • 3. padre. Emily trató de ocultar su preocupación. —Hace un momento mi padre estaba tratando de cerrar por teléfono ese trato con el nuevo distribuidor. Seguro que tiene algo que ver con eso. —Ya veremos. Pero me temo lo peor —dijo Carmella—. Si Jack le dice a Lloyd que alguien ha estado husmeando en los archivos, no sé qué pasará. Tu padre está empeñado en encontrarte un marido, alguien que se preocupe por la empresa tanto como tú y, dado lo mucho que confía en mí, me moriría si averiguara que me he entrometido en sus planes... —Si eso llegara a suceder, yo asumiría las culpas —dijo Emily a la vez que apoyaba una mano en el hombro de la atribulada Carmella. Después de veinticinco años como secretaria de Lloyd, Carmella conocía a los Winters mejor que nadie y, tras la muerte de la madre de Emily, acaecida diez años antes, se había volcado especialmente en ellos. Emily sabía muy bien que se quedaría desolada si Lloyd averiguara que había estado maquinando algo a sus espaldas, aunque hubiera sido por una buena causa. —Ten cuidado —la advirtió Carmella. —Lo tendré. Con Jack Devon en la misma habitación, ¿cómo no iba a tenerlo? —Siéntate, Emily. Jack acaba de ofrecerme una información realmente interesante. Emily se volvió para cerrar la puerta del despacho y luego se encaminó con una sonrisa hacia el escritorio de su padre. Jack Devon ocupaba uno de los dos sillones de cuero que había ante el escritorio, de manera que ella se sentó en el otro. Como casi siempre que estaba cerca de aquel hombre, los nervios se apoderaron de ella. Desde que había visto El último mohicano, su corazón latía más rápido cada vez que veía al actor Daniel Day Lewis. El actor que interpretaba al misterioso Hawkeye en la película la había dejado sin aliento en cuanto había aparecido en pantalla. El problema residía en que Jack Devon era una especie de Daniel Day Lewis ampliado. Tenía el mismo pelo negro y los mismos pómulos altos que tanto afectaban a las hormonas de Emily, pero era más alto, más musculoso, y el tono moreno de su piel realzaba el color gris de sus inteligentes ojos. A pesar de su naturaleza afable, Jack también parecía un hombre envuelto en el misterio, como el personaje que representaba Lewis en la película. Lo único que habían logrado averiguar Carmella y ella sobre él en los archivos había sido que había asistido a la universidad de Amherst y que se había licenciado con las mejores notas. Además de eso, Emily sabía que la consideraba una niña malcriada, algo que más le valía no olvidar. —¿De qué información se trata, papá?
  • 4. Lloyd hizo un gesto a Jack, que se inclinó hacia Emily en su asiento. En lugar de la mirada acusadora que Emily temía recibir, vio que sus ojos brillaban de excitación, como los de un niño a punto de revelar una sorpresa. —La próxima semana va a tener lugar un importante congreso en Reno. ¿Has oído hablar de él? —¿El de la Organización de Servicios Financieros Mundiales? Claro que he oído hablar de él. —Jack y yo pensamos que ambos deberíais asistir —dijo Lloyd. ¿Ambos? Lo último que esperaba Emily era salir de aquella reunión con un billete de avión para Reno y con Jack Devon como acompañante. Miró a su padre con expresión interrogante. —Hace meses que recibimos la información sobre ese congreso. Cuando llamé me dijeron que los puestos de los expositores estaban reservados desde hacía dos años. No sé qué podríamos lograr asistiendo sin contar con uno de ellos. —Anoche, mientras recogía mi escritorio, encontré el folleto de propaganda y decidí hacer una llamada antes de tirarlo —dijo Jack—. Averigüé que tres expositores habían cancelado su asistencia. Sé que ya es tarde para preparar las cosas, pero la empresa Acton Software se ha hecho con uno de los puestos, y ya sabes lo que eso significa. Emily se volvió hacia su padre. —Si nos hacemos con uno de los puestos que quedan, podemos hacer una demostración de la versión beta del software financiero de Wintersoft para hacer saber a la industria que estará lista en un par de meses. Así al menos podremos evitar que nuestros actuales clientes se cambien a Acton cuando su nuevo software salga al mercado. Acton Software, el mayor competidor de Wintersoft, ya había empezado a tomar pedidos de su nuevo software y ofrecía grandes incentivos para que los usuarios de Wintersoft cambiaran de programa. A menos que Wintersoft demostrara a sus clientes que su programa superaba al de Acton, le esperaba una dura competencia en el futuro. —Creo que podemos lograrlo —dijo Jack, confiado—. ¿Cómo tienes tu agenda, Emily? —Me ocuparé de reajustar todas mis citas. No podemos pasar por alto esta oportunidad. Asistir al congreso supondría muchas noches de trabajo a lo largo de la siguiente semana para preparar la presentación, seguidas de cinco días a solas con Jack. Al menos no iban a ser cinco noches. Afortunadamente, podría relajarse a solas en su habitación del hotel por las noches. —Estupendo —Lloyd se levantó, fue hasta la puerta y asomó la cabeza al exterior—. ¿Puedes venir un momento, Carmella? Cuando Carmella entró, Emily notó la curiosidad de Jack ante el nerviosismo de la secretaria, algo totalmente atípico en ella.
  • 5. Lloyd volvió a sentarse y tomó los papeles sobre el congreso que tenía en el escritorio. —Necesito que reserves dos billetes para Reno para Em y Jack. La próxima semana van a asistir a un congreso. Carmella tomó los papeles y los estudió mientras Lloyd se dirigía a Emily y a Jack. —Si mañana podéis entregar a Carmella una lista de los medios audiovisuales que necesitaréis, ella se ocupará de hacer los arreglos necesarios. —Ya sé que los hoteles cercanos a la sala donde va a tener lugar el congreso están ocupados —dijo Jack—, pero, ¿no crees que sería mejor que nos quedáramos en la ciudad? Aunque sea en Harrah's, o en otro hotel. Emily se puso inmediatamente alerta. ¿Mejor que qué? Lloyd negó con firmeza. —Sé que hay casi cuarenta y cinco minutos de Reno a mi casa, pero está totalmente equipada y ya tengo cargada en el ordenador la nueva versión del software, de manera que podréis trabajar allí perfectamente. Además, si estáis juntos no tendré que molestarme en localizaros por separado y podréis mantenerme al tanto de todo con más eficacia. Emily parpadeó. —¿Quieres que nos quedemos en la casa de Tahoe? —preguntó, tratando de ocultar su inquietud. Durante el día estarían muy ocupados, pero no habría mucho que hacer por las tardes. Al menos, no lo suficiente como para centrar todas sus conversaciones en los negocios. Si Jack sospechaba que Carmella y ella habían husmeado en su archivo personal, podría interrogarla sin ningún testigo. Pero aunque no fuera a hacerlo, la perspectiva de pasar cinco días con sus noches con aquel metro ochenta y cinco de músculo y ochenta kilos de peso y pura testosterona resultaba realmente inquietante. Gracias a los esfuerzos de su padre por conseguirle un marido perfecto, Emily había aprendido hacía tiempo que necesitaba separar por completo su vida personal de su vida profesional. Desafortunadamente, su padre no había aprendido la lección a pesar de que Todd Baxter, el ex marido de Emily y antiguo chico de oro de la empresa, había tratado de robar los secretos de la compañía. Emily no pudo evitar preguntarse si su padre tendría la esperanza de que se enamorara del último vicepresidente soltero de la empresa. —Estaréis mucho más cómodos en la casa —replicó Lloyd, confirmando las sospechas de su hija—. ¿Y no me dijiste la semana pasada que debíamos refrenarnos en los gastos? Esto ahorrará a la empresa el pago de dos habitaciones en un hotel durante una semana. —De acuerdo —concedió Emily, que no quería discutir con su padre ante Jack y Carmella—. Supongo que enviaras la furgoneta a recogernos al aeropuerto para que no tengamos que alquilar un coche, ¿no?
  • 6. —Por supuesto. Estoy seguro de que los Wilbur no tendrán ningún inconveniente en dejárosla —Lloyd se refería a la pareja que se ocupaba del mantenimiento de la casa mientras él trabajaba en Boston—. Haré que se ocupen de todo. —Les llamaré para ponerles al tanto de los planes de Emily y Jack —dijo Carmella antes de salir. —Acton no va a saber lo que se les ha venido encima después de que hagáis la demostración de nuestro nuevo software —dijo Lloyd con una sonrisa—. Tengo absoluta fe en vosotros dos. Emily salió del despacho decidida a preparar a conciencia la presentación. Sólo esperaba sentirse igualmente preparada cuando llegara el momento de compartir las tardes, además de las mañanas, con Jack. Una semana con Emily Winters. A solas. Jack cerró la puerta de su despacho y masculló una maldición. Había olvidado que Lloyd poseía una magnífica casa a menos de una hora de Reno. Si hubiera sabido que insistiría en que se alojaran juntos en ella, se habría planteado la posibilidad de rechazar todo el plan. Pero Wintersoft debía estar presente en el congreso. Había pasado gran parte del año anterior tratando de convencer a los accionistas de que la nueva versión de software iba a suponer una gran ventaja para el negocio y no podía decepcionarlos. Y nadie mejor que él podía ocuparse de conseguir potenciales clientes, con la posible excepción de Emily Winters. Nunca había trabajado en un congreso con ella, pero sin duda debía de ser buena. De lo contrario, no habría conseguido llegar a ser vicepresidenta con tan sólo treinta y un años. Y Lloyd no era el tipo de empresario capaz de ascender a un empleado suyo sin un buen motivo, aunque ese empleado fuera su hija. A pesar de todo, tendría que mantenerla vigilada hasta asegurarse de que podía hacer el trabajo tan bien como su predecesor, Quentin. Pero ocuparse de los aspectos profesionales de aquel viaje iba a ser el menor de sus problemas. No quería pasar toda una semana con Emily Winters. Sabía que tanto ella como Carmella lo habían estado observando, y sospechaba que habían echado un vistazo a su archivo personal. No sabía por qué, pero le daba lo mismo, porque hacía tiempo que se había asegurado de que su expediente no contuviera nada importante. Pero se temía que, durante su estancia en Reno, Emily fuera a dedicarse a obtener toda la información personal posible sobre él. Con aquellas magníficas y largas piernas a su lado todo el día y aquellos tentadores labios haciéndole preguntas cada noche durante la cena, temía llegar a olvidar su voto de mantener totalmente separados los negocios y el placer. Por mucho que odiara admitirlo, Emily Winters tenía todo lo que él podía desear en una mujer: inteligencia, un cuerpo magnífico, ambición... y todo lo que él no podía tener. Gracias al matrimonio disfuncional de sus padres, sabía que las relaciones serias no eran para él. Y Emily llevaba impreso en su exquisito rostro que sólo le interesaban las relaciones serias.
  • 7. Se pasó la mano por el pelo en un vano intento por despejar su mente. Deseo. Eso era todo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había besado a una mujer con un auténtico cerebro en la cabeza? O, más bien, ¿cuánto tiempo hacía que no besaba a una mujer? Apoyó la frente contra el ventanal de su despacho y contempló la calle Milk, que se hallaba cincuenta plantas más abajo. Luego miró hacia el sur, hacia Quincy Shipyards y todo lo que había dejado atrás. Tenía todo lo que quería en la vida, excepto a alguien con quien compartirlo. Pero era mejor así. Había trabajado demasiado para llegar donde estaba como para permitir que la soledad o el mero deseo fastidiaran las cosas. No podía permitirse el lujo de sentirse atraído por una mujer que buscaba una relación seria, lo único que él no podía ofrecer a una mujer. Y tampoco podía permitir que nadie averiguara demasiado sobre su vida personal. Porque si Emily obtenía demasiada información sobre él, podía suponer el final de su vida profesional. Capítulo 2 LOS PASOS de Emily resonaron en el suelo mientras avanzaba hacia el puesto en que Jack se ocupaba de los últimos preparativos. Jack se volvió a mirarla y contempló con esperanza la bolsa de plástico que llevaba en la mano. Habían llegado hacía horas a Reno y habían ido directamente al salón a preparar el puesto. —Esto nos permitirá mostrar la demo en la pantalla grande además de en los ordenadores —dijo Jack mientras sacaba un cable de la bolsa de plástico que le entregó Emily—. ¿Dónde lo has conseguido? —Hay una tienda de ordenadores cerca —Emily frunció el ceño—. Aún no entiendo qué puede haber pasado con el cable que envió Carmella. Vi personalmente cómo lo hacía. —No sería de extrañar que alguien lo haya tomado «prestado» —murmuró Jack mientras se agachaba bajo la mesa para conectar el cable. Emily trató de ignorar la magnífica visión que le ofreció de su perfecto trasero. Mucho se temía que aquellos iban a ser los cinco días más largos de su vida. Durante el viaje hasta Reno no le había quedado ninguna duda de que Jack se sentía tan receloso de su compañía como ella de la de él, aunque no entendía por qué. Si era por lo de su archivo personal, ojalá lo olvidara o abordara directamente el tema para poder superarlo. Por otro lado, si su recelo se debía a la misma atracción sexual que ella experimentaba cada vez que lo tenía cerca, no quería saber nada al respecto. Por muy atractivo que fuera, un romance con alguien de la empresa sólo podía suponer problemas para ella. —Creo que ya está —dijo Jack mientras se erguía—. Pruébalo. Emily encendió el ordenador, tecleó la clave y esperó a que apareciera en la pantalla la demo del nuevo software. —Parece que todo va bien —murmuró—. Espero que todo siga igual mañana a las
  • 8. ocho de la mañana. —Así será —dijo Jack mientras miraba a su alrededor—. Parece que somos los únicos que quedamos en el salón. Emily asintió mientras apagaba el ordenador. —Ahora tenemos la oportunidad de husmear en el puesto de Acton sin que nadie nos vea. Tras echar un vistazo llegaron a la conclusión de que el puesto de Wintersoft era más práctico. Según la experiencia de Emily, los clientes preferían obtener información sustanciosa a los alardes publicitarios superficiales. —¿Quieres que comamos algo en Reno antes de ir a casa? —preguntó Jack—. Supongo que debe de haber algún restaurante bueno cerca. Emily desechó de inmediato aquella posibilidad. Su restaurante favorito de la zona era demasiado romántico para la ocasión. Más le valía encarar la incomodidad del viaje hasta la casa y superar aquel día cuanto antes. —Se está haciendo tarde —contestó—. Estoy segura de que los Wilbur habrán llenado la nevera. Además, con la nieve que hay será mejor que lleguemos antes de que anochezca. Así podremos descansar. Mañana hay que levantarse temprano. Jack asintió de inmediato. —Además, supongo que la mayoría de los restaurantes están en los casinos —dijo mientras tomaba la bolsa con los materiales para la presentación—. Vámonos. Afortunadamente, el viaje hasta la casa no fue tan incómodo como Emily había temido. Jack nunca había estado en Reno y ella aprovechó la ocasión para ir señalándole las vistas, pero se fue poniendo más tensa según fueron acercándose a la casa. Su refugio, la casa a la que se había retirado tras su terrible divorcio, el lugar en que su padre y ella encontraron consuelo tras la muerte de la madre de Emily, de pronto dejó de parecerle un refugio. La presencia de Jack era capaz de llenar incluso la casa más grande. —Debe de encantarte venir a este lugar —dijo Jack mientras Emily detenía el coche ante una verja y pulsaba un mando a distancia para abrirla. —Así es. Te van a encantar las vistas. Puede verse el lago Tahoe desde casi todas las habitaciones. —En ese caso, debe de ser espectacular. Unos minutos después, estaban en la casa. Emily aspiró profundamente el olor a madera mezclado con el del cuero de los sofás que tantos recuerdos le producía. —Creo que la palabra espectacular se queda corta —dijo Jack a sus espaldas. —¿Quieres hacer el recorrido completo? —preguntó Emily con una sonrisa. Al ver que Jack también sonreía y asentía, hizo un amplio gesto con la mano—. Éste es el vestíbulo de entrada. La escalera de bajada está delante de ti. Como podrás ver, hemos entrado directamente en la segunda planta, porque la casa está construida en el lateral de una colina. Avanzó unos pasos a su derecha y abrió una puerta, pero no pasó al interior. La
  • 9. idea de estar en un dormitorio con Jack en su propia casa resultaba inquietante. —Éste va a ser tu dormitorio. Cuenta con un baño completo y el armario de las medicinas está lleno por si necesitas algo. También hay una bata colgada detrás de la puerta. Jack entró en la habitación y dejó la maleta. Tras mirar a su alrededor, se asomó al baño. —Mejor que el Ritz —dijo antes de reunirse con Emily en la entrada. —Ése es mi dormitorio —Emily señaló una puerta que había en el lado opuesto del pasillo. Antes de que pudiera impedirlo, Jack tomó su maleta y entró en la habitación. Ella permaneció en el umbral de la puerta. —Es igual que la tuya. El resto de la casa está abajo —señaló las escaleras. Cuando llegaron a la planta baja, Jack contempló con admiración la chimenea que se hallaba en el centro de la planta. Tras ella se alzaban unos ventanales que llegaban del suelo al techo desde los que se divisaba una vista espectacular del lago Tahoe. A su izquierda estaba la cocina, separada de la zona de comedor por una larga encimera de granito beige. Una puerta de cristal cercana a la mesa daba a una gran terraza. —El arquitecto que contrató tu padre debía de ser un tipo brillante —dijo Jack —. Tal y como está situada la casa en el lateral de la colina, uno tiene la sensación de encontrarse al aire libre... pero sin el frío. A su derecha, cinco escalones llevaban a la sala de estar, en la que, además de dos grandes sofás de cuero y varios sillones, había un piano de cola con varias fotos familiares encima. En un extremo había un potente ordenador totalmente equipado. —Ahora entiendo por qué insistió tu padre en que viniéramos aquí. Nunca habríamos conseguido un equipo así en un hotel. Emily ignoró el equipo electrónico. Sabía que sólo era una excusa de su padre para enviarlos allí. —Mi padre no sugiere nada sin pensárselo mucho antes. Jack alzó una ceja. —Espero que eso signifique que ha animado a los vecinos a dejar algo en la nevera. No hemos comido nada desde que nos han dado ese sandwich de plástico en el avión. Conociendo a su padre, Emily temía que hubiera pedido a los Wilbur que les dejaran una sugerente botella de champán con una caja de bombones para darles la bienvenida. Se acercó a la nevera y la abrió. —La señora Wilbur, nuestra vecina más cercana, ha dejado un recipiente con salsa boloñesa. También ha dejado un guiso —sobre la tapa de la cacerola había una nota que Emily leyó rápidamente—. Dice que se suponía que sólo debía comprar provisiones, pero que no ha podido resistir la tentación de dejarnos algo de comida «auténtica». —¿Ella se ocupa de este lugar mientras estáis en Boston? —preguntó Jack. —Sí. Es una mujer estupenda, y su marido también. Emily ignoró la botella de Pinot Grigio que había en la nevera, el vino favorito de
  • 10. su padre, y ofreció a Jack un refresco. —¿Calentamos el guiso? —preguntó él. —Será mejor que lo reservemos para mañana, después de pasar el día en el congreso. Pero si quieres, puedo preparar unos espaguetis para tomarlos con la salsa de la señora Wilbur. —¿Vas a cocinar mientras estemos aquí? —Desde luego. Y tú también —Emily señaló una barra de pan que se hallaba sobre la encimera en una bolsa de papel—. ¿Puedes ocuparte de cortarlo y de aderezarlo con ajo? Mientras preparaba los espaguetis, Emily se preguntó durante cuánto tiempo iba a poder mantener la conversación centrada en temas superficiales y al margen de Wintersoft... y de los archivos secretos a los que habían accedido Carmella y ella. Pero Jack le ahorró las molestias. —Debes de haber tenido una vida familiar magnífica mientras vivías aquí — comentó mientras agarraba un cuchillo. Emily creyó captar cierto tono nostálgico en su voz. —¿Por qué dices eso? —Supongo que tu padre no habría construido esta casa si no hubiera tenido intención de pasar mucho tiempo en ella con su familia. Sólo hay dos dormitorios y no es el típico refugio alpino diseñado para que duerma en él la mayor cantidad de gente posible. Las fotos familiares que hay sobre el piano también son reveladoras. Tuviste mucha suerte —añadió Jack mientras miraba las fotos. Su tono fue ligero al hablar, pero su mirada contenía una inconfundible frialdad. Emily sintió la necesidad de explicarse. —Cuando yo era pequeña, mi padre trabajaba como inversor. Incluso durante nuestras vacaciones en Cape Code los clientes no dejaban de darle la lata y tenía que volver cada dos por tres a Boston. Pero en una ocasión vinimos aquí y sus clientes parecieron darse cuenta de que no podía volver a la oficina así como así. No recibimos ni una llamada. Por eso decidió construir aquí esta casa para pasar las vacaciones. Pasábamos aquí las navidades y una semana en verano, aparte de las vacaciones improvisadas —Emily no pudo evitar sonreír—. Por supuesto, mi padre hizo instalar todo lo necesario para mantenerse en contacto con su trabajo. No puede vivir sin sus artilugios. Jack había sacado de la nevera la crema de ajo y empezó a extenderla en las rebanadas de pan. Cuando terminó, hizo un gesto a Emily para que le abriera el horno. —Ahí va el famoso pan de ajo de mi madre. Que no se diga que una irlandesa no puede preparar comida italiana. O enseñar a su hijo a hacerlo. Emily se apoyó contra el borde de la encimera, sorprendida. Desde que conocía a Jack, no recordaba haberle escuchado nunca mencionar a su familia. —¿Mantienes una relación cercana con tu madre? Jack se encogió de hombros mientras se lavaba las manos. —Ahora vive en Florida.
  • 11. —¿Y mientras crecías? —Mi madre era estupenda. Carmella me ha dicho que tu madre también lo era, por cierto. Una mujer con mucha clase. —Lo era —aunque ya hacía diez años que su madre había muerto, Emily la echaba terriblemente de menos a diario. Al darse cuenta de que Jack había cambiado sutilmente de tema, preguntó—: ¿Y tu padre? —Murió hace años. —Oh. Lo siento. —No pasa nada —Jack señaló el fogón—. El agua está hirviendo. Emily introdujo los espaguetis en el recipiente. Sabía captar una indirecta cuando la escuchaba, y era obvio que Jack no quería hablar de su pasado. Pero no pudo evitar que se despertara su curiosidad. Parecía evidente que Jack se llevaba bien con su madre, pero debía de haber tenido problemas con su padre. Eso podía entenderlo. Observó a Jack mientras él tomaba el vaso favorito de su padre entre otra docena de vasos y se servía el refresco en él. Imaginó la sonrisa de su padre si lo hubiera visto. Emily sabía que su padre la adoraba, pero siempre había querido un hijo. Alguien como Jack, que algún día podría dirigir la empresa. Aquél era el principal motivo por el que la había animado a casarse con Todd Baxter. Todd había sido su favorito en Wintersoft, y siempre había hablado de él como del empleado ideal. Era obvio que su padre no pensaba en ella como posible presidenta de la empresa, de manera que la había animado a casarse con un hombre al que pudiera tratar como a un hijo y que con el tiempo pudiera ocupar su puesto. Mientras removía los espaguetis, Emily se preguntó si Jack habría deducido ya aquella faceta de la personalidad de su padre. Después de todo, Jack ya trabajaba en Wintersoft cuando ella se casó y divorció de Todd Baxter. Y Jack había estado implicado en las investigaciones que habían tenido lugar un mes antes, cuando se había descubierto que había logrado entrar en los archivos del nuevo programa de Wintersoft con la intención de vender la información a la competencia para vengarse de Emily y de la empresa. Miró de reojo a Jack. ¿Habría llegado a dudar de su profesionalidad debido a lo sucedido con Todd? ¿Pensaría que los esfuerzos de su padre por casarla significaban que no era la persona adecuada para dirigir algún día la compañía, y menos aún para ocuparse del congreso que comenzaba al día siguiente? —Tal vez deberíamos hablar de lo que tenemos que hacer mañana —dijo mientras sacaba el pan del horno. —Pensaba que ya habíamos hablado de todo lo necesario en el avión. A menos que me haya perdido algo, claro. —No te has perdido nada, pero acabo de recordar algo. ¿Conoces a Randall Wellinby? —He oído hablar de él. —Mientras dormitabas en el avión he leído un artículo sobre él en una revista financiera. Parece que va a dirigir las oficinas de ABG en Nueva York, de manera que
  • 12. es muy probable que asista al congreso. —ABG utiliza el software de Acton —Jack agarró el plato de espaguetis que le alcanzó Emily y lo llevó a la mesa junto con el pan—. ¿Crees que estaría dispuesto a cambiar? —Probablemente. El año pasado, mientras visitaba nuestras oficinas en Londres, tuve oportunidad de verme con él. Dijo que ABG estaba satisfecho con Acton, pero me dio la impresión de que había algún problema. Si aparece por el congreso, debemos asegurarnos de que eche un vistazo a nuestro nuevo software. Si le gusta y su relación con Acton no es buena, tiene la influencia necesaria para cambiar a Wintersoft. Se sentaron a la mesa mientras los últimos rayos de sol iluminaban el lago. —Hacernos con ABG como cliente sería increíble —dijo Jack, que un instante después preguntó—: ¿Qué aspecto tiene Wellinby? —Es alto, más o menos un metro ochenta, rubio, atractivo y viste muy bien. Debe de tener cerca de cuarenta años. Con su altura y su aspecto lo localizaremos enseguida. Emily captó una extraña expresión en el rostro de Jack. ¿Habría cometido un error al mencionar el buen aspecto de Randall? —De acuerdo —dijo Jack—. Si lo veo lo llevaré a nuestro puesto para hacerle una demostración del software. —Ya que yo lo conozco, puede que se sienta más cómodo conmigo. Necesitamos contar con todas las ventajas que podamos. —Supongo que tienes razón. Emily bajó la mirada hacia sus espaguetis. El tono de Jack no había parecido especialmente confiado. ¿Pensaría que le gustaba Randall? ¿O que carecía de la experiencia necesaria para cerrar un trato con un conocido hombre de negocios? En cualquier caso, no le agradaba su actitud. Pero ya que no había dicho nada ofensivo, decidió pasar por alto su comentario. Desde el desastre con Todd, estaba especialmente sensible a cómo la veían los demás dentro de la empresa. Si Randall Wellinby se presentaba en el congreso, debía hacer todo lo posible por convencerlo para que se cambiara a Wintersoft. Como directora de las ventas globales de la empresa iba a tener que ocuparse cada vez más de aquella clase de congresos, y no estaba dispuesta a permitir que Jack Devon creyera que había obtenido su puesto por ser la hija de su padre. O la ex esposa de Todd Baxter. Capítulo 3 JACK trató de no mirar su reloj mientras esperaba a que se abrieran las puertas del salón en que estaba a punto de inaugurarse el congreso. En cualquier momento, los asistentes comenzarían a entrar en oleadas. Una descarga de adrenalina recorrió sus venas cuando pulsó la tecla del ordenador que hizo que la demo de Wintersoft apareciera en las pantallas. Aquélla era la mejor parte de su trabajo: la anticipación de atrapar a un posible cliente y hacerle ver que su producto era el mejor del mercado. Sin embargo, aquel día había un toque de inquietud mezclado con la excitación.
  • 13. Estaba acostumbrado a contar con Quentin Kostador en el puesto, un tipo robusto de un metro setenta y cinco. Respiró profundamente mientras ignoraba a propósito a Emily, que estaba a su derecha organizando los materiales con el logotipo de Wintersoft. Cada vez que se movía enseñaba las piernas, cuya perfección quedaba acentuada por la falda negra y corta que había elegido ponerse aquel día. ¿Por qué no habría elegido unos pantalones? ¿Y por qué se sentía él tentado por la hija de su jefe? Se había pasado la vida manteniendo los negocios y el placer separados. Muy separados. No salía con mujeres que buscaran algo duradero y profundo y sus relaciones no duraban lo suficiente como para que alguna de ellas empezara a hacer preguntas sobre su pasado. Hasta el momento le había funcionado, y había disfrutado saliendo con mujeres muy guapas... al menos hasta hacía ocho meses. Uno de sus compañeros de estudios en Amherst, actual director de la revista Boston Magazine y con el que había coincidido en un par de ocasiones con dos mujeres distintas, había decidido incluirlo con el número doce en la lista que publicaba la revista de los solteros más cotizados de Boston, lo que lo había convertido en el centro de cotilleo de la oficina. Salir por ahí con mujeres guapas perdió su encanto en cuanto se dio cuenta de que hacerlo podía poner en peligro su carrera. Desde entonces, se había mantenido lo suficientemente ocupado con su trabajo como para no echar de menos aquellas salidas. La única que había tenido desde la aparición del artículo fue para acudir a una cena en casa de Lloyd, donde se sintió obligado a asistir acompañado. E incluso aquello salió mal. Invitó a una modelo que sabía que sólo iba a estar en la ciudad temporalmente y sólo necesitó un rato para darse cuenta de que era una mujer totalmente insulsa y malcriada en exceso por sus riquísimos padres. Incluso Lloyd bromeó sobre ello más tarde, en su despacho. Jack le hizo saber enseguida que no iba en serio con aquella «niña malcriada». Pero aquello le hizo preguntarse qué pensaría Lloyd al respecto, sobre todo después de haber visto un ejemplar de la revista Boston Magazine sobre la mesa de su despacho. Pero haber compartido una tranquila cena con Emily la noche anterior, haber visto la casa en que solía ir de vacaciones y sus fotos familiares, le había hecho comprender el vacío que aquel artículo, y su preocupación por mantener en privado su pasado, habían llevado a su vida. Mantuvo la mirada apartada de ella. ¿A quién trataba de engañar? Aunque lograra disfrutar de nuevo de una cita, nunca podría llegar a tener una vida familiar idílica, con hijos y una esposa cariñosa. Maldijo a su padre, responsable de haber estropeado las cosas para él. Primero cuando era un niño, y también después, incluso después de muerto. Por mucho que trabajara en Wintersoft para conseguir cierta seguridad económica, por muchas mujeres maravillosas que llegara a conocer, todo podía irse al traste en un instante si alguien llegara a descubrir la verdad sobre Patrick Devon.
  • 14. Si no lo hacía él mismo siguiendo los pasos de su padre. Cerró los ojos un instante y sintió una oleada de celos al comparar su infancia con la de Emily. Al principio, se había preguntado en más de una ocasión si sólo sería una niña mimada y malcriada por su padre, pero no tardó en comprender que no era así. Había sido una hija amada y protegida, algo que su madre también habría hecho con él si su padre no los hubiera obligado a verse reducidos a la pobreza. —¿Tienes la carpeta de Metrogroup? —preguntó Emily, distrayendo a Jack de aquellos desagradables pensamientos sobre su padre. —Está en mi maletín. Sácalo tú misma. Tiene la tapa azul. Emily así lo hizo, revisó rápidamente la información y volvió a guardar la carpeta justo cuando la primera oleada de visitantes irrumpía en el salón. Unos instantes después, ambos localizaron a uno de los especialistas en tecnología de Metrogroup. —Creo que lo conozco. Se llama Mike, ¿no? —murmuró Jack. —Mike Elliott —dijo Emily mientras el hombre se acercaba a su puesto—. El año pasado se puso en contacto con nuestro servicio de ayuda telefónica en un par de ocasiones y sus problemas quedaron resueltos rápidamente. Deberíamos lograr que siga con nosotros en lugar de marcharse con Acton. Oh, y mañana es su cumpleaños. Jack no ocultó su asombro cuando miró a Emily. —¿Todo eso aparece en el informe? —Lo puse al día antes de salir de viaje. —Estoy impresionado —murmuró Jack un instante antes de ofrecer su mano a Mike Elliott—. Mike, soy Jack Devon. Creo que nos conocimos el año pasado. El hombre le estrechó la mano con fuerza. —Jack Devon, por supuesto. Me alegra ver que Wintersoft está en el congreso. Tras presentarle a Emily, Jack se centró en exponer las ventajas del nuevo software de Wintersoft, intercalando su exposición con algunos comentarios más personales. Entretanto, Emily volvió su atención hacia los visitantes que se habían detenido ante el puesto para ver la demostración del nuevo software en la pantalla grande. Los animó a hacer preguntas y al cabo de un par de horas había logrado un nuevo cliente y había convencido a otros tres antiguos clientes para que siguieran con ellos en lugar de cambiarse a Acton. Su estómago acababa de empezar a protestar a causa de la sensación de hambre cuando localizó una cabeza rubia entre la multitud que avanzaba hacia allí. —Me alegra verte de nuevo —dijo con una sonrisa cuando el dueño de la cabeza se detuvo ante el puesto—. Me he enterado de que ya estás trabajando en Nueva York. ¡Felicidades! —Gracias, Emily —dijo Randall con un marcado acento británico—. Yo también me alegro mucho de volver a verte. Disfruté mucho de nuestro encuentro en Londres. Emily trató de no ruborizarse. Algo en el tono de Randall le hizo comprender que se alegraba realmente de verla. —Espero que el hecho de que hayas venido hasta mi puesto signifique que has
  • 15. estado pensando en la posibilidad de que ABG trabaje con nosotros. Randall tomó uno de los folletos que había en el mostrador. —Eso depende de lo convincente que resultes —tras echar un vistazo al folleto, añadió—: Pero, mirando esto, reconozco que la idea es tentadora. Todo lo que hay en el puesto resulta tentador. Emily sacó a relucir su sonrisa más profesional. —No logré tentarte para que dejaras a Acton en nuestro encuentro en Londres, pero tengo la impresión de que cuando pruebes nuestro nuevo software querrás que ABG trabaje con nosotros. ¿Quieres que te haga una demostración? Jack estaba hablando en aquellos momentos con el representante de uno de los clientes de Wintersoft, de manera que el ordenador principal estaba libre. Sin embargo, en cuanto Randall entró en el puesto, Emily notó que Jack volvía la mirada hacia ellos. Estaba escuchando al hombre que tenía delante, pero era evidente que estaba igualmente interesado en lo que ella estaba haciendo. ¿Pero qué más daba que quisiera ocuparse personalmente de Randall?, se dijo Emily. Ella estaba haciendo un buen trabajo y, si conseguía captar a ABG como cliente de Wintersoft, tanto Jack como el resto de la empresa tendrían que acabar reconociendo que ocupaba el puesto que ocupaba por méritos propios. —Es realmente fantástico —dijo Randall cuando acabó de ver la demostración del nuevo software—. ¿Y dices que tendríamos acceso durante las veinticuatro horas del día a vuestro servicio técnico? —Veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Pero esperamos que no lo necesites. Metrogroup utiliza hace tiempo nuestro software y el año pasado sólo necesitaron llamar a nuestro servicio técnico en un par de ocasiones. No voy a preguntarte cuántas veces tuvieron que hablar vuestros expertos con el servicio técnico de Acton, pero apostaría cualquier cosa a que fueron más de dos. Randall alzó una ceja. —¿Sólo dos veces? Eso es asombroso. Emily trató de no mostrar su euforia. —Mike Elliott, de Metrogroup, ha venido al congreso. Pregúntale a él si quieres. O, si ha venido alguno de vuestros expertos en tecnología, envíamelo para que trate de hacer fallar el programa. No lo logrará. Randall se rió. —Veo que estás muy segura de ti misma, pero lo cierto es que no estoy convencido de que la nueva versión del software de Acton ofrezca tantas ventajas como la vuestra. Pero la decisión de cambiar no depende sólo de mí, por supuesto. La semana que viene tengo una reunión con la junta directiva de ABG en Londres. Dame toda la información que tengas y me ocuparé de recomendar el cambio. —Eso sería magnífico, Randall —dijo Emily, tratando de que no se notara su excitación. Su padre se quedaría encantado si lograba captar a ABG como cliente—. Te enviaré todo en cuanto vuelva a Boston para que tengas tiempo de examinarlo antes de tu reunión, y si surge cualquier duda no dejes de llamarme.
  • 16. —Eso estaría muy bien, gracias —dijo Randall con una sonrisa—. Oh, y casi olvido mencionar, que voy a pasar tres días en Boston después de asistir a la reunión en Londres. Tengo que reunirme con los representantes de algunas de las compañías que financia ABG en Massachussets. Si estás libre, ¿qué te parece si quedamos a cenar una noche? Así podré informarte de cómo ha ido la reunión y tendré la oportunidad de que me enseñes la ciudad. Emily se preguntó si le estaba pidiendo una cita o si sólo estaba siendo amable. —Estaré allí, así que no creo que haya problema. Llámame cuando tengas organizada tu agenda y haré que mi secretaria lo arregle. —Ya estoy deseando estar de vuelta. Tras hacer un breve asentimiento de cabeza en dirección a Jack, Randall saludó con la mano a un especialista en tecnología que pasaba por allí y se alejó con él entre la multitud. Un instante después, Jack se acercó a Emily. —Parece que todo ha ido bien. Buen trabajo. —Creo que lo hemos conseguido —dijo Emily, sonriente—. ¿Le has oído decir que va a recomendarnos ante la junta directiva de ABG en Londres? Jack asintió, pero tenía la misma expresión extraña que Emily había captado en su rostro la noche anterior, cuando había sugerido que debía ser ella quien hablara con Randall. —Sí, lo he oído. Es magnífico. —Parece que a ti tampoco te ha ido mal con Mike Elliott —dijo Emily tras decidir que tal vez sería mejor no hablar más de Randall Wellinby—. ¿Y qué tal te ha ido con el tipo de Outland Systems? ¿Le has hablado sobre nuestro acuerdo? —Parece que todo va sobre ruedas. —Mi padre se alegrará de oír eso. Quiere que todo esté perfectamente organizado antes de que el nuevo software salga al mercado. Jack aseguró que así sería y a continuación se volvió bruscamente hacia el público. Emily tuvo la impresión de haber hecho algo mal, aunque no sabía de qué podía tratarse. Pero ya que no le iba a quedar otro remedio que seguir trabajando con Jack durante mucho tiempo en toda aquella clase de congresos, tenía que averiguar de qué se trataba. Por absurdo que fuera, la opinión que Jack pudiera tener sobre ella le importaba mucho. Emily pisó el acelerador a fondo para sumergirse en el tráfico. Jack alzó el bolígrafo que sostenía y se volvió a mirarla. —Es difícil tomar notas si conduces así. —¿Quieres conducir tú? —Si lo hago no podría tomar notas. Al ver que Emily no respondía, Jack dejó a un lado la carpeta de Outland Systems.
  • 17. —Hoy has hecho un trabajo magnífico —dijo, con la esperanza de mejorar el humor de Emily. —Supongo que no ha estado mal para ser una «niña malcriada». Jack pensó que no había oído bien. —¿Qué? —He estado pensando en ello todo el día. Anoche me pareció que te molestaste cuando te dije que quería hablar con Randall Wellinby. Y hoy, después de que prácticamente lo he captado como cliente, has puesto la misma expresión de desagrado —a pesar de su evidente enfado, Emily logró seguir hablando en tono calmado—. La única explicación que se me ocurre es que me consideras una niña mimada y malcriada que sólo ha ascendido gracias a ser la hija del dueño. Así que, haga lo que haga, nunca voy a conseguir tu respeto y no vas a querer que me ocupe de ningún cliente importante. —Eso no es cierto —dijo Jack, aunque tuvo que reconocer para sí que así había sido al principio. Pero Quentin, el hombre al que Emily había sustituido en el puesto de vicepresidente de ventas, se había ocupado de asegurarle que era muy competente en su trabajo. Además, todo el mundo en la empresa sabía que Lloyd nunca ascendía a nadie que no lo mereciera. Al ver que Emily no decía nada, añadió—: ¿Qué te ha hecho pensar eso? Yo nunca he dicho nada parecido. —Sí lo has dicho. Y, aunque no lo hubieras hecho, tu actitud es bastante obvia. —¿Cuándo y a quién le he dicho yo alguna vez que eres una niña malcriada? —A mi padre —replicó Emily de inmediato—. Me sorprende que no lo recuerdes. Jack se relajó contra el respaldo del asiento. —Ahora sé con certeza que tienes que estar bromeando. Si le hubiera dicho a tu padre algo así sobre ti, ya estaría despedido. ¿Te importaría decirme lo que de verdad te preocupa? —No estoy bromeando. Iba a entrar en el despacho de mi padre cuando te oí decir que era una «niña rica y malcriada». Ésas fueron tus palabras. Entonces mi padre te dijo lo impresionado que estaba de cómo habías salido de la pobreza, creo que dijo pobreza, pero estaba demasiado distraída por tu comentario como para recordar la palabra exacta, y que creía que podrías llegar muy lejos en Wintersoft. —De acuerdo, de acuerdo —Jack apoyó la cabeza contra el respaldo y puso los ojos en blanco—. Yo sí recuerdo con exactitud aquella conversación. Y te aseguro que estás equivocada. Debiste escucharla desde la mitad, porque estábamos hablando de la mujer que tuve la desgracia de elegir para que me acompañara a cenar con tu padre. Estaba avergonzado por su comportamiento y quería disculparme con tu padre. Eso era todo. —¿No estabais hablando sobre mí? —preguntó Emily, suspicaz. —No. —En ese caso, y ya que he metido la pata al respecto, ¿a qué vino la expresión que pusiste anoche durante la cena? —No recuerdo haber puesto ninguna expresión especial, pero si fue así, es
  • 18. evidente que voy por mal camino. No voy a poder negociar si la otra parte sabe todo el rato lo que estoy pensando. Emily se rió al oír aquello. —No creo que eso sea problema. Eres la clase de hombre que sabe mantener sus cartas guardadas —su tono se volvió más serio cuando añadió—: A pesar de todo, me ha dado la impresión de que querías hablar con Randall Weüinby personalmente. Y creo que no estás convencido de que haya logrado convencerlo para que se cambie a Wintersoft. Jack suspiró. —Tienes razón —admitió—. Pero no porque seas una niña rica malcriada. —¿Entonces? —Eres nueva en tu cargo, eso es todo. Me habría pasado lo mismo con cualquiera que hubiera venido por primera vez a uno de estos congresos. No podemos arriesgarnos a perder un cliente potencial tan importante como ABG. Emily miró a Jack con expresión escéptica. —¿Incluso a pesar de que ya me entrevisté con Randall en Londres y logré establecer una buena línea de comunicación con él? —Incluso a pesar de eso. Pero no es nada personal, Emily. Mi trabajo consiste en evitar cualquier posible error. Emily tamborileó con los dedos sobre el volante. —¿Y no podías haberme comentado eso antes, mientras lo preparábamos todo? —Nunca estábamos a solas en la oficina, y no habría sido apropiado que te dijera en público que no te ocuparas de los clientes importantes hasta que hubiera visto cómo actuabas. ¿No estás de acuerdo? Y una vez aquí... no sé. No quería que creyeras que dudo de tu habilidad, porque no es así. —De acuerdo —dijo Emily con un suspiro—. Debo reconocer que es lo mismo que habría hecho mi padre en tu situación. No me extraña que le gustes tanto. Jack se encogió de hombros. A Lloyd le gustaba todo el mundo hasta que le demostraban lo contrario. —No es tu padre quien me preocupa —Jack esperó a que Emily lo mirara para continuar—. No tenía intención de entrometerme. Haces muy bien tu trabajo. —En ese caso, siento haberme enfadado. Debería haberme dado cuenta —al cabo de un rato de silencio, Emily añadió—: ¿Qué te parece si te compenso con un buen guiso? —¿Con los saludos de la señora Wilbur? —Yo me ocuparé de calentarlo. E incluso pondré la mesa. —¿Eso quiere decir que estoy perdonado? —preguntó Jack con una sonrisa. —De momento —dijo Emily mientras entraban en el sendero que llevaba a la casa. —¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso esperas que vuelva a entrometerme? —Espero que no. La sonrisa que Emily dedicó a Jack hizo que él se sintiera mejor de lo debido. Al margen de la atracción física que sentía por ella, había algo en Emily que lo
  • 19. desestabilizaba cada vez que estaban a solas. —Pero no sé por qué dudas de que el trato con ABG vaya a salir adelante — continuó Emily—. ¿Crees que he malinterpretado el interés que ha mostrado Randall por el nuevo software? ¿O tú habrías hecho las cosas de otro modo? —Será mejor que hablemos de eso mientras comemos el guiso. Las charlas de negocios son más agradables con un vaso de vino en la mano, y he visto que hay una botella de Pinot Grigio en la nevera. Si a tu padre no le importa que nos la tomemos, por supuesto. —Probablemente, nos alentaría a hacerlo —antes de que Jack pudiera preguntar a qué se refería, Emily añadió—: Para celebrarlo. A fin de cuentas, no nos han ido mal las cosas para ser el primer día, ¿no te parece? Emily tomó un sorbo de vino mientras Jack terminaba de comer. A pesar de lo relajada que había sido la cena, sentía que algo no andaba bien. A pesar de haber sido quien había sugerido que abrieran la botella, Jack apenas había probado el vino. —¿Tan malo está el guiso? —bromeó—. Te prometo mentir a la señora Wilbur si no te ha gustado. —Estaba muy bueno. Jack dejó el tenedor y fue a decir algo, pero Emily lo interrumpió. No quería que siguiera recurriendo a tópicos como la comida, el tiempo, o las magníficas vistas. —Antes has dicho que debíamos hablar sobre Randall Wellinby. ¿No estás convencido de que quiera convertirse en cliente de Wintersoft? —Creo que está interesado, pero no estoy convencido de que la cosa vaya a resultar tan fácil. —Ha sido él quien se ha acercado a nosotros esta mañana, no al revés. Y parecía muy interesado en lo que pudiera ofrecer Wintersoft. —Ésa es la cuestión. Sé que vas a malinterpretar esto... —Jack respiró profundamente antes de continuar—. Es cierto que Randall se ha acercado al puesto y que parecía interesado. Pero no se ha acercado a nosotros, sino a ti. Y no creo que su principal interés residiera en el software. —Supongo que estás bromeando —Emily no pudo ocultar por completo su indignación. —Piensa en ello un momento. ¿Te ha pedido que salieras a cenar con él o no? —Para cuando Randall venga a Boston es posible que ya tengamos el trato muy avanzado, y es normal que quiera hablar de ello conmigo. Dadas las circunstancias, me parece perfectamente normal que quiera cenar conmigo. —A mí no me parece tan normal. No tal como lo ha hecho. Y me he fijado en detalles que tú no has podido notar. Mientras le mostrabas la demo no ha dejado de mirarte, y es obvio que está interesado. —Creo que te has vuelto loco, pero cada uno tiene derecho a opinar lo que quiera —dijo Emily. Mientras se levantaba y empezaba a recoger los platos, repasó mentalmente su
  • 20. conversación con Randall. Tal vez había flirteado un poco con él, pero no a propósito. Simplemente se había mostrado amistosa, como lo habría hecho con cualquier posible cliente de Wintersoft. Cuando se volvió tras dejar los platos en el fregadero, comprobó que Jack la había seguido a la cocina. —Lo siento, Emily. Simplemente dudo que Randall esté tan interesado en Wintersoft como lo está en ti. —Jamás flirtearía para conseguir una venta. —Y no lo has hecho. Precisamente por eso no quería decir nada. Sabía que si lo hacía pensarías que estaba cuestionando tu habilidad como vendedora, tu integridad, o ambas cosas. Pero lo cierto es que no has hecho nada mal. Y él tampoco —Jack dejó su vaso de vino en la encimera y sorprendió a Emily al apoyar las manos sobre sus hombros para hacerla volverse—. Eres una mujer muy atractiva, Emily. De hecho, eres preciosa. Tienes éxito en tu profesión y algún día dirigirás una empresa internacional de software muy rentable. Los hombres no van a dejar de abordarte durante el resto de tu vida, y puede que no siempre vayas a ser capaz de discernir sus verdaderas intenciones mientras tu mente está centrada en los negocios. Como si no hubiera aprendido ya aquella lección con Todd, pensó Emily mientras trataba de ocultar la mezcla de nerviosismo y euforia que le producía sentir las manos de Jack en sus hombros, o su cercanía. Ningún hombre la había tocado desde Todd. No podía contar a Marco Valenti, ya que ni siquiera se había sentido atraída por él; simplemente salió con él una temporada para que su padre dejara de darle la lata. Y aunque Marco la hubiera besado hasta dejarla sin sentido, nunca habría podido compararse con la sensación de las cálidas manos de Jack sobre ella. Él podía pensar que su mente estaba siempre centrada en los negocios, pero no era precisamente así en aquellos momentos. —Si eso es un cumplido, tienes una forma muy peculiar de hacerlos —trató de bromear—. Además, resulta difícil creerlo si a la vez piensas que estoy equivocada respecto a lo que opino sobre Randall. Pero pienso demostrarte que no estoy equivocada con él. ABG acabará dejando Acton para trabajar con Wintersoft. Estoy segura de ello. Emily captó un brillo de diversión en los ojos de Jack que enseguida dio paso a algo más. —Y yo pienso demostrarte que estás equivocada. Si no respecto a Randall, sí respecto a ti misma. Emily iba a preguntarle a qué se refería, pero Jack se inclinó hacia ella y la besó delicadamente en los labios, dejando perfectamente claro a qué se refería. Y si hasta entonces Emily había encontrado a Jack Devon difícil de resistir, aquel dulce beso y la promesa que contenía lograron que le resultara imposible. Capítulo 4 JACK deslizó las manos de los hombros de Emily hacia su espalda. Sabía que besarla era lo último que debería haber hecho, pero meses de celibato autoimpuesto
  • 21. mezclados con el delicado y bello rostro de Emily mirándolo lograron quebrar su voluntad. ¿Acaso desconocía lo perfecta que era? ¿Hasta qué punto le había hecho perder la confianza en sí misma el miserable de su ex marido? Se permitió disfrutar un momento más del beso y luego apoyó las manos en la cintura de Emily con intención de apartarla. Pero entonces ella le devolvió el beso. Un incontrolable deseo hizo olvidar a Jack todo pensamiento de profesionalidad mientras Emily le ofrecía su boca abierta con más pasión y delicadeza de la que jamás habría imaginado posible. Ningún hombre habría podido contenerse con una mujer como ella, y menos aún después del inconfundible murmullo de excitación que escapó de entre sus labios. La quería en la cama, con sus piernas en torno a él... Sin poder contenerse, y a la vez que el beso se volvía más y más profundo y apasionado, deslizó una mano hasta encontrar el primer botón de la blusa de Emily. La ligera resistencia que encontró al tratar de desabrocharlo le hizo volver a la realidad. Meterse en la cama con una compañera de trabajo que además era la hija de su jefe sólo podía tener un resultado: que lo despidieran. Y si le desabrochaba aquel botón los desabrocharía todos. Se obligó a pensar en su despacho en la empresa y en cuánto había tenido que trabajar para llegar donde estaba. Un instante después se apartaba de Emily con una sonrisa que esperaba que pareciera desenfadada. —Ya está. ¿Te ha convencido? Eres atractiva. Y si yo puedo besarte así, imagina lo que estaría pasando por la cabeza de Randall Wellinby esta mañana. Más vale que no lo subestimes. Estoy seguro de que tiene segundas intenciones en lo que a ti se refiere. —¿Es así como manejabas tus desacuerdos profesionales con Quentin Kostador? —el tono ronco de Emily hizo comprender a Jack que se sentía tan afectada como él. Jack se rió y agradeció en silencio que le estuviera facilitando de aquel modo la retirada. —Afortunadamente, nunca tuve que convencer a Quentin de que era atractivo. —Sospecho que te habría dado un buen mamporro. —Me sorprende que tú no lo hayas hecho. En aquella ocasión, fue Emily la que se rió. —No podía. Te necesito en el puesto junto a mí mañana. —Deberíamos hablar de eso —dijo Jack con un desenfado que estaba muy lejos de sentir después de aquel beso—. Sólo necesito saber que vas a fiarte de mis instintos. Si Randall pasa mañana por el puesto, creo que debería hablar yo con él. Así sabremos con certeza que está prestando atención al software. —De acuerdo. Me fiaré de tus instintos —dijo Emily mientras empezaba a llenar el lavavajillas—. Por cierto, aún no te he dado las gracias por el modo en que me apoyaste ante Todd el mes pasado, cuando lo pillamos tratando de enviar los archivos de mi ordenador a Acton y pretendió defenderse soltando todas esas cosas
  • 22. desagradables sobre mí. —Todd es un bravucón y te dijo cosas que nadie debería decir nunca a otro ser humano. No te las merecías. Sólo hice lo mismo que habría hecho por Quentin. —Seguro —Emily golpeó desenfadadamente a Jack con un trapo de cocina y él no pudo evitar que su admiración por ella aumentara. No podía entender cómo había superado con tanta facilidad el intenso calor sexual que había generado su beso. Él había necesitado hacer acopio de toda su voluntad para conseguirlo—. Pero hablando en serio —continuó Emily—, sí me fío de tus instintos. Se te da bien conocer a la gente y sospechaste que Todd no se traía nada bueno entre manos en cuanto apareció en las oficinas el mes pasado gimoteando y quejándose de que lo habían despedido de su nueva compañía. A pesar de haber estado casada con él, yo no supe verlo. Debería haber sido la primera en sospecharlo. —No se puede acertar en todo —dijo Jack mientras volvían al salón tras terminar de llenar el lavavajillas—. Pero hoy me he dado cuenta de que a ti también se te da bien conocer enseguida a la gente, sobre todo teniendo en cuenta que eres nueva en tu puesto. No habría podido tener una conversación tan interesante para el negocio con Mike Elliott si no me hubieras puesto al tanto de ciertos detalles. Y lo de saber que su cumpleaños es mañana ha sido un golpe genial —volvió la mirada hacia las fotos familiares que había sobre el piano—. Supongo que se debe a tu exquisita educación en Harvard. Emily desestimó el comentario con un gesto de la mano y sacó del maletín que había dejado en el sofá la carpeta de Metrogroup. —De acuerdo, ya has hablado con Mike Elliott. Pero creo que he visto el nombre de Ethan Poston en la lista de asistentes, que también tiene mucho peso en las decisiones de la empresa relacionadas con el software. No me importaría nada ocuparme de él si tú estás ocupado con otro posible cliente, pero según las notas que tengo sobre él, se licenció en Amherst, donde estudió con una beca. Ya que tú también estudiaste becado en Amherst, supongo que lo más lógico sería que hablaras tú con él. Jack sintió como si un fuerte puño atenazara su estómago. —¿Cómo sabes que fui a Amherst? Emily se encogió de hombros, pero no lo miró a los ojos. —Creo que siempre lo he sabido. En cualquier caso, creo que deberías ser tú quien hablara con Ethan... —Yo nunca te he dicho que estudié en Amherst, y tampoco tengo el título colgado en mi despacho. Y tampoco he mencionado nunca que estudié becado. —Supongo que fue Carmella la que me lo dijo. Lo sabe todo sobre todo el mundo. —Tampoco se lo he dicho nunca a Carmella. Has leído mi archivo personal, ¿verdad, Emily? Jack no necesitó que Emily respondiera. Supo al instante por la expresión de su rostro que la respuesta era afirmativa. —Lo hiciste —dijo a la vez que movía la cabeza, y su tono dejó bien claro su enfado, o su decepción—. La última vez que acudí al departamento de recursos
  • 23. humanos, la secretaria no logró encontrar mi archivo y me comentó que tampoco lograba encontrar los de otros cinco empleados. Pensé que tal vez había sido Todd Baxter, ya que pretendía conseguir información para Acton, pero ahora veo que no fue así. Emily se mordió el labio inferior. —Lo siento, Jack. Estás en lo cierto, pero no es lo que crees. —No sólo miraste el mío, sino también los de Matt Burke, Grant Lawson, Brett Hamilton, Reed Connors y Nate Leeman. El hecho de que faltara éste último fue lo que me hizo pensar que habría sido Todd, ya que Nate es el vicepresidente del sector tecnológico de la empresa. Pero no entiendo por qué miraste los otros —Jack se levantó y fue hasta la ventana. No podía soportar ver la expresión de culpabilidad de Emily, pero tampoco podía pasar por alto lo sucedido. Debía averiguar la verdad—. ¿Por qué? —preguntó. —No puedo decírtelo. —¡Claro que puedes! En ese archivo está mi vida. —Lo sé. Y no debí acceder a él —dijo Emily y, por primera vez desde que la conocía, Jack captó una expresión de temor en su mirada—. Te diré lo que puedo, pero antes tienes que hacerme una promesa. —Nada de promesas —replicó Jack con firmeza. Emily se cruzó de brazos y lo miró en silencio con expresión desafiante. —¿Qué piensas de Carmella López? —preguntó finalmente. —La adoro. ¿No le sucede lo mismo a todo el mundo? —¿Y qué piensas de mi padre? —A él le debo mi sustento. Me ha enseñado casi todo lo que sé —Lloyd había sido para Jack como un padre. —En ese caso, si te digo lo que puedo, debes prometerme que no te vas a enfadar con Carmella. Y tampoco le contarás nada a mi padre. —Prometo no enfadarme con Carmella, pero me reservo el derecho a enfadarme contigo, y también el de acudir a tu padre si pienso que puede redundar en beneficio de la empresa. Le debo mi lealtad a él, no a ti. —De acuerdo —Emily descruzó los brazos, aunque su mirada siguió siendo cautelosa—. Carmella y yo accedimos a los archivos. Tanto ella como yo tenemos derecho legal a hacerlo, así que, al menos técnicamente, no hicimos nada malo. Estábamos trabajando en un proyecto muy importante. Si pudiera explicártelo entenderías por qué lo hice. —Pero no puedes. —No. Si lo hiciera perjudicaría a mi padre tanto personal como profesionalmente. Y violaría la intimidad de los demás hombres cuyos archivos leí. Jack soltó un bufido. —Eso no tiene sentido. —Lo sé, pero es todo lo que puedo decirte. Jack no podía imaginar a Emily y Carmella leyendo los archivos con intención de
  • 24. perjudicar a nadie. Y debía admitir que le aliviaba haber averiguado que no había sido Todd Baxter. En su archivo no había nada incriminatorio respecto a su padre, pero Todd no era de fiar. Sin embargo, Carmella sí era de fiar. Y a pesar de lo que había hecho, sabía que Emily también lo era. —No quiero que vuelvas a mirar mi archivo personal. En ningún caso. No sin consultarme a mí antes. Tengo derecho a saber quién lo mira y por qué. —Por eso no te preocupes. El motivo por el que accedí a tu archivo ya no existe. —¿Sucede lo mismo con los demás? —No puedo decirte nada más. Lo siento —Emily tragó con esfuerzo y luego señaló los papeles que había sobre la mesa—. Tenemos que echar un vistazo a eso, y rápido. Mi padre llamará en menos de media hora y, por muy bien que se te dé leerme el pensamiento, a él se le da mejor. Lo último que queremos es que piense que no nos estamos llevando bien, o que el congreso no está funcionando como esperaba. ¿Estás de acuerdo? Jack maldijo entre dientes, pero asintió. —De acuerdo. Centrémonos en preparar lo de mañana. Emily suspiró, aliviada. —Gracias. Jack se sentó y volvió a echar un vistazo al informe de Metrogroup. Cuando Emily fue a tomar de la mesa el de ABG, él la agarró por la muñeca. —No hemos terminado de hablar de esto. Antes o después, quiero saber por qué accediste a esos archivos. Es una promesa. ¿Cómo podía haber cometido dos errores de aquel calibre en una sola hora? Emily tomó un sorbo de café mientras inspeccionaba los folletos del puesto de Wintersoft. Dado lo mal que había dormido después de lo sucedido la noche anterior, tenía la sensación de que aquél no iba a ser su último café del día. Después de tantos meses de cautela y discreción, ¿cómo era posible que hubiera metido la pata precisamente con Jack Devon? Si él decidía abordar el tema con Carmella, o con su padre, la humillación de ambos sería terrible. Afortunadamente, la conversación telefónica con su padre había ido bien. Cuando Lloyd se enteró del interés que había manifestado Randall Wellinby por el nuevo software de Wintersoft, su excitación y alegría se evidenciaron en su tono. Emily dio otro sorbo de café pensando que prefería caerle mal a Jack a que la besara. Aquél había sido su otro error. En aquel momento, Jack, que estaba recolocando el monitor para que los potenciales clientes pudieran verlo mejor, chocó de espaldas contra ella. —Lo siento —murmuró sin molestarse en volverse. —No pasa nada —dijo Emily, que tampoco pensaba preocuparse por él. Aquel beso alucinante había tenido lugar la última vez que se había preocupado, y no estaba dispuesta a volver a repetir la experiencia. Por mucho que Jack hubiera tratado de quitar importancia a lo sucedido, ella no se había dejado engañar. Nadie besaba de aquel modo sólo para probar algo
  • 25. relacionado con el trabajo, ni siquiera un dios del sexo como Jack Devon. Era evidente que sabía lo mismo que ella: que a pesar de su aparentemente mutua atracción, una relación entre ellos era imposible. Estaba al tanto de lo que había sucedido con Todd. Salir con ella podía significar perder su trabajo Por deprimente que fuera aquel pensamiento, Emily estaba tan dispuesta como él a aferrarse a una excusa. Afortunadamente, en aquel momento se abrieron las puertas del salón para dar paso al público y Mike Elliott y Ethan Poston, de Metrogroup, fueron de los primeros en entrar. Como habían planeado, Jack se ocupó de Ethan y le hizo una demostración completa del nuevo software. Un miembro de la organización se acercó a Emily para hacerle una pregunta y a partir de aquel momento ella pudo dejar de pensar en Jack. Pero para la hora del almuerzo el salón comenzó a despejarse. Emily acababa de despedirse de un cliente cuando notó que Jack estaba a sus espaldas. Se volvió, reacia. —¿Qué tal te ha ido la mañana? —preguntó. —Creo que he convencido a Ethan para que Metrogroup siga con nosotros. Y he tenido la oportunidad de hablar con el equipo de una compañía inversora que también está interesada. Emily asintió y miró a su alrededor. La mayoría de los puestos ya estaban cerrando. Aquella tarde el salón de congresos se cerraba para que los expositores pudieran asistir a la junta general anual de la asociación. —Supongo que tendremos que ir recogiendo —dijo. —Sí —la expresión de Jack mostró la misma incertidumbre que sentía Emily. Al parecer, tampoco le apetecía demasiado quedarse a solas con ella. —Aquí en Reno sólo tenemos un vehículo, así que no nos va a quedar más remedio que movernos juntos. Si quieres hacer algo por tu cuenta, puedes utilizar el coche que tiene mi padre en el garaje. La expresión de Jack dejó bien claro que no le seducía la idea de andar deambulando por Tahoe en coche toda la tarde. —¿Qué te parece si vamos a jugar al casino? —sugirió Emily—. Mi padre y yo solemos ir a menudo. Jack pareció sorprendido. —¿Tu padre y tú soléis apostar? —Sí, pero sólo para conseguir cupones de estancia en hoteles y cosas parecidas. Creo que mi padre regaló los últimos que consiguió a Carmella, que vino aquí con una amiga y lo pasó en grande. En cuanto mencionó a Carmella, Emily supo que había metido la pata de nuevo al recordar a Jack el asunto de los archivos personales. Pero Jack se limitó a recoger los folletos y apagar el ordenador. —Si no te importa, preferiría no ir a jugar —dijo—. Pero tampoco me apetece demasiado pasarme la tarde en casa o conduciendo el coche de tu padre —miró un momento a Emily antes de preguntar—: ¿Esquías? —Sí.
  • 26. —Ethan Poston me ha dicho que ayer fue a esquiar y la nieve está perfecta. Podríamos ir a Heavenly. Emily se animó al instante ante aquella perspectiva. Mientras estuvieran esquiando no tendrían por qué hablar. —Las pistas más rápidas están en Diamond Peak y están más cerca de casa. Además, las vistas son espectaculares. Pero podemos ir a donde quieras. —Tú conoces mejor la zona —dijo Jack mientras guardaba la caja de los folletos bajo el mostrador—. Tendré que alquilar el equipo. —Eso no será problema —Emily bajó la mirada hacia los pies de Jack—. ¿Qué pie calzas? —Un cuarenta y tres. —El mismo que mi padre. Puedes utilizar sus esquís. Jack miró a Emily de reojo mientras se encaminaban hacia la salida. —¿Seguro que no le importará? Hay gente muy quisquillosa respecto a su equipo. —Mi padre no lo es. —Espera a que deje un buen arañazo en uno de sus esquís. Seguro que cambia de opinión cuando lo vea. Emily sonrió. A su padre no le importaría nada que Jack le destrozara los esquís si aquello significaba que iba a pasar tiempo con ella. Y ella prefería estar esquiando que pasarse la tarde metida en casa con Jack. Además, aquello les podía dar tema de conversación para el resto de su estancia en Reno. O eso esperaba al menos. Capítulo 5 EN CUANTO se puso los magníficos esquís de Lloyd, Jack supo que habían tomado la decisión correcta. Un poco de ejercicio haría que se le despejara la mente y le permitiría librarse de su agitación. Trabajar junto a Emily toda la mañana sólo había servido para intensificarla. La noche anterior, de no haber sido porque Emily representaba todo lo que había jurado no permitirse, la hija del jefe, la clase de chica que quería un compromiso, tal vez se la habría llevado a la cama. Y hacerlo habría sido un error. A pesar de todo, debía admitir que su respeto hacia ella había aumentado cuando le había pedido que no se enfadara con Carmella por lo que habían hecho. Además, pensó mientras se subía la cremallera del mono, Emily no había averiguado nada que pudiera hacer salir a la luz su secreto. Al parecer, no tenía la más remota idea. El instinto le decía que no había accedido a su informe personal con una intención maliciosa. Emilv no era ese tipo de persona, sino más bien al contrario. Ella fue la que se ocupó de ayudar a Ariana Lawson cuando se quedó embarazada de gemelos. También se ocupó de que Brett Hamilton pudiera disfrutar de una luna de miel más larga con su esposa, Sunny. Y Jack también estaba seguro de que había tenido algo que ver con el hecho de que Reed Connors, el encargado del marketing global de la empresa, encontrara a su hijo unos meses atrás. Si Emily no era un ángel, no sabía quién podía serlo.
  • 27. Y si no tenía sospechas sobre su pasado, ¿qué había querido averiguar leyendo su informe personal? Esquió por delante de Emily hacia la base del telesilla mientras pensaba en diversos motivos para ello, pero no logró encontrar ninguno. ¿Por qué no se había limitado a preguntar a los empleados implicados lo que quería saber? ¿Y cuánto tiempo llevaría haciendo averiguaciones sobre ellos? Algo debían de tener en común los seis hombres a los que había investigado, aunque no se le ocurría qué podía ser. —¿Cuánto calentamiento necesitas? —preguntó Emily mientras se montaban en el telesilla. —No mucho. Además, sólo contamos con algunas horas antes de que anochezca. —Si quieres podemos lanzarnos por una de las laderas más suaves para luego subir hasta las pendientes más grandes. Pero no tenemos por qué subir hasta ésas. —Si tú prefieres no hacerlo... —A mí me gusta esquiar en cualquier sitio. —A mí también —Jack no pudo reprimir una sonrisa ante el espíritu competitivo de Emily—. Podemos descender primero por una pendiente suave y luego subir a las más complicadas. Mientras el telesilla iba tomando altura, Jack no pudo evitar mirar a Emily cuando ella cerró los ojos y aspiró con fruición el aire limpio y fresco de la montaña. ¿Por qué tenía que ser tan guapa?, se preguntó y, al recordar el beso que le había dado, decidió que más le valía no seguir por aquel camino. Emily se volvió hacia él. —¿Esquiaste mucho de joven? —preguntó. —En realidad, no. Empecé a hacerlo de adulto —aunque hubiera querido, Jack no habría podido dedicarse a esquiar de joven. La única vez que su madre reunió algo de dinero para poder enviarlo a una excursión organizada por la iglesia a Massachussets, su padre se ocupó de utilizar el dinero para otra cosa. Como de costumbre. —¿Tus padres esquiaban? —No —contestó Jack y, al darse cuenta de la sequedad de su tono, señaló a un esquiador que estaba haciendo unas piruetas—. Mira a ese tipo. No lo hace mal, ¿verdad? Emily se rió mientras alzaba las puntas de sus esquís. —Más vale que mantengas la vista al frente. Casi hemos llegado. En cuanto sus esquís tocaron la nieve, Emily viró a su derecha para lanzarse desde lo alto de la pendiente. Mientras la seguía, y a pesar de su firme decisión de concentrarse en otra cosa, el estómago de Jack se contrajo de deseo mientras contemplaba el ágil y sinuoso balanceo de su trasero. Aunque su enfado fuera a disiparse gracias al ejercicio, mucho se temía que iba a ser sustituido por algo aún más difícil de controlar. Cuando llegaron de nuevo a la base del telesilla, el rostro de Emily brillaba debido al esfuerzo. —¿Listo para lanzarte desde una pendiente más grande? —preguntó con una
  • 28. sonrisa radiante. —Por mí no hay problema. En aquella ocasión, mientras subían, no dejaron de bromear y reír, lo que alivió considerablemente el ambiente. —Prepárate para disfrutar de una de las vistas más maravillosas de Nevada — dijo Emily cuando estaban a punto de llegar. —¿Mejor que la que hay desde la casa? —No puede ni compararse. Unos minutos después, cuando alcanzaron la cima, Jack manifestó su admiración con un prolongado silbido. El lago Tahoe se extendía ante ellos en toda su inmensidad, rodeado de montañas con las cimas cubiertas de nieve. El sol del atardecer brillaba sobre la azul y serena superficie del lago, enviando destellos de luz en todas las direcciones. Jack no había visto nunca un agua tan azul, tan clara. —Es precioso, ¿verdad? —dijo Emily, sonriente—. ¿No te alegras ahora de que hayamos tenido la tarde libre? Jack no pudo evitar reír ante su tono, que dejó bien claro que Emily había tenido los mismos reparos que él ante la perspectiva de tener que pasar la tarde juntos y encerrados en la casa. El hecho de que también hubiera reconocido la tensión reinante entre ellos hizo que se sintiera mucho más cómodo con ella. Demasiado, en realidad. ¿Cómo era posible que aquella mujer se le metiera bajo la piel con tanta facilidad? Le devolvió la sonrisa y luego miró de nuevo hacia el lago. —Ésta no es la mejor vista de Nevada. Tiene que ser una de las mejores del mundo. —Estoy de acuerdo, pero sé que soy un poco parcial y no quería excederme y que pareciera que trataba de venderte las vistas —bromeó Emily. —No hay duda de que sabes cómo vender un producto —sin pensarlo, Jack apoyó una mano sobre el brazo de Emily—. Y lo cierto es que lo sé desde hace tiempo. No debería haber puesto en duda tu habilidad para sacar adelante el trato con Randall Wellinby. ¿Me perdonas? —Sólo si tú... —Emily se interrumpió antes de terminar lo que iba a decir—. Claro que te perdono. De hecho, ya te había perdonado. Jack le apretó el brazo con delicadeza. —Y yo también te perdono a ti. No volveré a preguntarte nada sobre el asunto de los archivos —antes de que Emily pudiera decir nada, Jack utilizó uno de sus esquís para quitarse el exceso de nieve de las botas y luego le guiñó un ojo—. Y ahora, veamos si vas a ser capaz de perdonarme por vencerte esquiando. Te apuesto lo que quieras a que llego antes abajo. —¡Ni en sueños! —replicó Emily. Pero antes de que pudiera ponerse las gafas, Jack ya se había lanzado por la
  • 29. pronunciada pendiente. Emily lo adelantó unos segundos después, pero él aprovechó un giro para volver a tomar la delantera, aunque las cosas volvieron a cambiar poco después. Cuando alcanzaron una zona más llana, Emily giró de costado y casi se paró en seco. Jack se detuvo a escasos metros de ella y al hacerlo la roció de nieve. —Muy gracioso —dijo Emily, riendo mientras respiraba agitadamente a causa del esfuerzo. —Tenías que ganarte esa disculpa —bromeó él—. Además, ya es evidente quién es el mejor esquiador. —Un momento... —Yo soy más rápido, pero tú eres más hábil... así que debo aprovechar las oportunidades que surjan para rociarte de nieve... aunque sospecho que querrás vengarte. —No lo dudes —Emily señaló con la punta del esquí un lugar que se hallaba a unos veinte metros de ellos—. ¿Ves ese hueco entre los pinos? Hay una senda que conecta esta pendiente con Battle Born. ¿Te atreves a ir por ahí? Jack hizo una reverencia. —Después de usted, milady. Emily se lanzó hacia el bosque y, mientras se concentraba en alcanzar la entrada de la senda, un joven con una tabla de esquiar que pareció surgir de pronto de la nada se cruzó en su camino. —¡Em! —gritó Jack, sabiendo que no podía hacer nada por evitar el choque. En el último instante, el joven la vio e hizo un giro inverosímil para evitar chocar con ella. Emily se apartó al mismo tiempo, pero al hacerlo perdió un esquí a la vez que entraba en el sendero a toda velocidad. El pánico se apoderó de ella mientras lograba esquivar un árbol sólo para que las ramas de otro la golpearan en el rostro y le hicieran perder aún más el equilibrio. Finalmente, el esquí que aún le quedaba dio un traspiés y Emily resbaló por el suelo a toda velocidad antes de detenerse entre dos pinos que de inmediato arrojaron su nieve sobre ella. Se rió aliviada mientras se quitaba la nieve del rostro. Afortunadamente, el aterrizaje había sido bastante suave y no había tenido consecuencias. —¡Emily! —la voz de Jack llegó a ella a través de los árboles. Emily rogó para que hubiera recogido su esquí. Unos momentos después, Jack se detenía ante ella... y volvía a rociarla de nieve al frenar en seco. —¿Te encuentras bien? —preguntó, preocupado. —¿Acaso has decidido tomar la costumbre de rociarme de nieve cada dos por tres? —preguntó Emily mientras se erguía sobre un codo—. ¿Es ésa tu forma de regodearte? —Temía que...
  • 30. —Estoy bien. Sólo tengo un par de rozaduras, pero no es nada serio —Emily sonrió para intentar que Jack dejara de mirarla con aquella expresión de preocupación. —A mí no me parece que estés bien —tras quitarse los guantes, Jack apoyó una mano bajo la barbilla de Emily para hacerle volver el rostro—. Tienes sangre en la mejilla. Has debido de golpearte con la rama de un árbol. —Es sólo un roce. Y, por si te interesa saberlo, estoy más abochornada que dolorida. Se suponía que debería estar deslumbrándote con mi habilidad sobre los esquís. Ahora voy a tener que dedicarme a explicar la causa de mis rozaduras en el congreso. —Eres deslumbrante sin necesidad de hacer nada —murmuró Jack mientras le acariciaba la mejilla. —La nieve debe de haberte cegado. ¿Seguro que te encuentras bien? Justo cuando Emily se dio cuenta de que Jack estaba a punto de besarla, un grupo de adolescentes pasó cerca de ellos bromeando y gritando. Aquello hizo volver a Jack a la realidad y apartó la mano de inmediato. —Supongo que deberíamos ponernos en marcha —dijo Emily mientras se ponía en pie. Miró a su alrededor en busca del esquí perdido en un esfuerzo por ocultar la inquietud que le había producido aquel casi beso—. No habrás visto por casualidad mi otro... —He venido empujándolo con mis esquís —Jack se volvió para sacar el esquí de donde había quedado semienterrado bajo la nieve y ayudó a Emily a ponérselo. —¿Seguimos esquiando hasta Battle Born? —preguntó ella en cuanto estuvieron de vuelta en la pista. —Si te sientes con ánimos de seguir, por mí no hay problema —dijo Jack en tono escéptico. —La caída no ha sido nada. En serio. Además, en cualquier caso no nos quedaría más remedio que seguir esquiando hasta el telesilla. Siguieron esquiando sin más incidentes durante el resto de la tarde, pero el espíritu juguetón y animado que había coloreado sus dos primeros descensos no regresó, y Emily supo que se debía al beso que no había llegado a consumarse. Capítulo 6 EN CUANTO lleguemos a casa —dijo Jack mientras conducía de regreso—, voy a prepararte una taza de chocolate bien caliente. Tienes que poner ese tobillo en alto cuanto antes. Si me hubieras dicho que te lo habías torcido no te habría dejado seguir esquiando. Y ni siquiera voy a recordarte que te he ganado en los dos últimos descensos. ¿Cómo podía ser tan dulce, caballeroso y afable y, sin embargo, no revelar nunca nada sobre sí mismo?, se preguntó Emily. Era algo que la volvía loca a la vez que alimentaba su deseo, por otro lado totalmente inapropiado. —Podemos comprar una pizza y alquilar un vídeo de camino —dijo. Una buena película evitaría que se pusieran a hablar o a pensar en lo que estaba pasando entre
  • 31. ellos. —Me parece una idea perfecta —replicó Jack. Una hora más tarde, Jack se ocupaba de sacar unos platos y unas servilletas de la cocina mientras Emily servía zumo en dos vasos en el cuarto de estar. Cuando se volvió para tomar de una mesa la película de vídeo que habían elegido, le falló el tobillo y, de no ser por Jack, que apareció providencialmente en aquel momento y la sujetó justo a tiempo, se habría caído al suelo. —Sabía que tu tobillo estaba peor de lo que asegurabas. —No es nada. Sólo me he tropezado. Pero gracias por sujetarme. Jack miró a Emily atentamente mientras la ayudaba a sentarse. Luego apartó las servilletas y los platos a un lado. —¿Qué haces? —preguntó Emily. —Lo que no haces tú. Cuidarte —antes de que Emily pudiera protestar, Jack le rodeó con una mano la pantorrilla y le alzó el pie para dejarlo sobre la mesa con gran delicadeza, como si temiera que fuera a romperse. —Jack, estoy bien... Jack colocó un almohadón bajo el pie de Emily, le quitó el calcetín y le subió la pernera del pantalón hasta la rodilla. —¡Jack! Jack ignoró las protestas de Emily mientras deslizaba los dedos por su tobillo. —¿Por qué te empeñas tanto en parecer invencible? —preguntó con el ceño fruncido—. No lo eres. Nadie lo es. Pero tú no eres capaz de permitir que nadie vea un destello de tu vulnerabilidad, ¿verdad? —Puede que no me haya hecho daño —dijo Emily, a pesar de lo vulnerable que se sentía en aquellos momentos. —Mentirosa. —Estoy segura de que mi tobillo está bien. Me he caído las suficientes veces mientras esquiaba como para saber si merece la pena preocuparse. Mañana estaré perfectamente. —No estaba hablando de tu tobillo —dijo Jack. Emily alargó una mano para agarrar el vídeo, ansiosa por que acabara aquella conversación. Jack se sentó en el sofá junto a ella. —¿Es porque tu padre dirige Wintersoft? ¿Acaso temes que los demás empleados de la empresa piensen que no has conseguido el puesto que ocupas por tus propios méritos? Emily apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y miró al techo. —Estás empeñado en psicoanalizarme, ¿no? —Aún tenemos que pasar tres días aquí juntos, y resultaría mucho más cómodo que nos dejáramos de farsas. Emily se irguió y miró a Jack a los ojos. —¿No te esforzarías tú más de lo normal en tu trabajo si fuera tu padre el que
  • 32. dirigiera la compañía? Jack apoyó un brazo en el respaldo del sofá, detrás de ella. —Seguro que sí. Pero es algo más que eso. Tú no bajas la guardia ni siquiera cuando estás a solas con tu padre, y sin embargo, es el hombre más amable y generoso que he conocido en mi vida. Os he visto lo suficiente en la oficina como para saberlo. ¿Por qué? —Si te digo que tiene que ver con el asunto de los archivos personales y que no puedo hablar de ello, ¿dejarás el tema? —al ver que Jack negaba firmemente con la cabeza, añadió—: Prometiste no hacer preguntas sobre ese asunto... —Ya deberías saber a estas alturas que jamás haría nada que pudiera perjudicar a tu padre. O a ti. Emily volvió a apoyarse contra el respaldo a la vez que apartaba la mirada, pero al hacerlo rozó el brazo de Jack. Él dejó que cayera sobre sus hombros. ¿Cómo era posible que aquel simple contacto le nublara la mente de aquel modo?, se preguntó Emily. —Ya estabas en la empresa durante mi matrimonio con Todd y sabes muy bien lo mal que fueron las cosas. —Los divorcios nunca son fáciles, ni siquiera cuando llevarlos a cabo es la decisión correcta. Emily miró a Jack sin ocultar su sorpresa. —¿Hablas por propia experiencia? —Dejémoslo en que mis padres deberían haberse divorciado. Y tú hiciste bien divorciándote de Todd Baxter. El mes pasado, cuando fue atrapado robando secretos de la empresa, no pude evitar preguntarme cómo era posible que un miserable como él hubiera tenido la fortuna de casarse con alguien como tú. Emily soltó un bufido. —Por mi padre, por supuesto. —¿Cómo? A pesar de que Jack era todo un secreto andante, Emily supo en aquel momento que lo correcto era contarle la verdad. —Mi padre me quiere mucho —dijo, eligiendo con sumo cuidado las palabras—. Pero por mucho que me quiera, siempre ha deseado aún más tener un hijo. Alguien con su apellido que pudiera dirigir la empresa cuando él muera. Pero mis padres tuvieron problemas de fertilidad y fueron muy afortunados de tenerme a mí. —Me cuesta creer eso —dijo Jack—. Me refiero a lo de que tu padre hubiera querido tener un hijo. —Él nunca lo ha expresado exactamente así, pero... —Emily se encogió de hombros—. A veces, los niños pueden intuir cosas respecto a sus padres. El sueño de mi padre era tener un hijo. Jack asintió lentamente y esperó a que continuara. —El mismo año que terminé mis estudios en la universidad, Todd Baxter empezó a trabajar en la empresa y mi padre llegó a considerarlo en pocos meses su chico de
  • 33. oro. Un hombre atractivo, ambicioso, educado y sólo un par de años mayor que su hija. —¿El hijo que nunca tuvo? —Exacto. A mí también me pareció atractivo y muy educado, de manera que cuando mi padre me alentó a salir con él, lo hice. Y acabamos casándonos —Emily suspiró y trató de no pensar en la sensación del brazo de Jack sobre sus hombros—. Supongo que me pareció el siguiente paso lógico en mi vida. Tenía veintitrés años cuando nos comprometimos y veinticuatro cuando nos casamos. Acababa de conseguir mi primer ascenso en el departamento de ventas y todas mis amigas se estaban casando. Pero supe casi desde el principio que las cosas no saldrían bien. Jack apoyó su mano libre sobre la que Emily tenía en su regazo. En lugar de apartarla, enlazó sus dedos con los de él. —Pues aguantaste mucho tiempo —susurró él. —Dieciocho meses. Los dieciocho meses más duros de mi vida. Pero no quería decepcionar a mi padre. Y tampoco quería reconocer el terrible error que había cometido. —Supongo que Todd sabía lo que sentías. —No estoy segura. Creo que nunca llegó a entenderme. A pesar de todo, me esforcé para que las cosas funcionaran. Pero cuando no hay nada que salvar, es imposible mantener vivo un matrimonio. —Odio preguntarte esto, Emily, ¿pero qué tiene que ver tu matrimonio con Todd con el asunto de los archivos personales? —Ya sabes que Carmella y yo accedimos a cinco archivos más además del tuyo. Vuelve seis meses atrás. ¿Qué teníais todos vosotros en común? —Ya me he hecho esa pregunta y no he llegado a ninguna conclusión —Jack miró atentamente el rostro de Emily, como tratando de encontrar en él la respuesta—. Todos ocupamos puestos de responsabilidad en la empresa, excepto Reed Connors, que supongo que no tardará en hacerlo. Y hace seis meses, todos estábamos solteros. Pero... Jack se quedó boquiabierto al comprender. Todos se habían casado o comprometido a lo largo de los seis meses anteriores. Todos menos él. —Mi padre está desesperado por casarme con alguien de la empresa. Alguien a quien le apasione Wintersoft tanto como a él y que esté dispuesto a dirigirla cuando llegue la ocasión. Planeaba sugeriros que me invitarais a salir, pero yo no podía permitir que sucediera algo así. Habría resultado mortificante. Para todo el mundo. —De manera que Carmella y tú intervinisteis... —En casi todos los casos. Con Grant y Ariana no hizo falta. Y a Reed sólo hubo que animarlo un poco —Emily sintió cómo se acaloraba su rostro mientras hablaba—. Sé que fue algo horrible por mi parte. Odio entrometerme en la vida personal de los demás. Hacer de casamentera no es precisamente mi estilo. Pero después de lo que pasó con Todd... —No querías que tu padre se dedicara a hacer de casamentero contigo y decidiste ganarle por la mano. Leíste los archivos de esos seis empleados y trataste
  • 34. de buscar alguna mujer adecuada para cada uno de ellos de manera que estuvieran ocupados y tu padre dejara de insinuarles que salieran contigo. Emily hizo una mueca. —Más o menos. Lo siento, Jack. Sé que estuvo mal hecho, pero no sabía qué otra cosa hacer. El pasado septiembre, Carmella oyó que mi padre le decía a mi tía que planeaba casarme cuanto antes. Traté de hablar con él de ello y hacerle ver que ya soy una mujer adulta y que puedo tomar mis propias decisiones, pero no quiso escucharme. Jack la sorprendió con una risotada. —Guau. Ahora empiezo a entender. ¿Fue ése el motivo por el que llevaste a Steven Hansen al baile benéfico de la empresa el pasado septiembre? —¡De manera que lo sabías! Noté que me mirabas de forma rara durante toda la velada. —¿Que Steven es gay? Claro que lo sabía. No se le da nada bien ocultarlo. Emily apoyó la cabeza contra el brazo de Jack y gimió. —Ahora sí que estoy avergonzada. —No lo estés. Y, por favor, dime que ése fue el motivo por el que llevaste a Marco Valenti a la última fiesta que dio tu padre. —Marco no es gay. —No, pero es un impresentable. Al menos en lo que se refiere a las mujeres. Me resultaba imposible imaginarte saliendo con él. —Lo sé —Emily dejó escapar un prolongado suspiro—. Pero tenía que llevar a alguien y sabía que Steven acabaría delatándose. Si no hubiera llevado acompañante, mi padre se habría dedicado a arrinconar a cada soltero de la empresa. Me hubiera muerto de vergüenza si te hubiera abordado a ti, y Marco era el único conocido disponible que habría aceptado. Jack estrechó cariñosamente su mano. —A veces, los padres hacen cosas que avergüenzan a sus hijos. Creo que forma parte de su trabajo como tales. Pero aprecio que estuvieras tratando de defendernos a todos del tuyo. Me temo que ninguno de nosotros habría sido capaz de decir que no —se inclinó hacia Emily hasta que sus bocas quedaron a tan sólo unos centímetros de distancia—. ¿Y con quién planeabais emparejarme tú y Carmella en vuestro pequeño plan de casamenteras? —¿Con Heidi Davis? —bromeó Emily, nerviosa, refiriéndose a una jovencita que tendría la mitad, de años que Jack y que estaba trabajando con un contrato de prácticas en la empresa. Solía pasarse el día leyendo revistas para adolescentes. —Ya sabemos cuánto desea casarse Heidi, pero, ¿no te parece que soy un poco... alto para ella? —Sí, alto. Demasiado alto. —Ahora en serio. ¿Con quién pensabais liarme? —Con nadie —logró susurrar Emily—. Acabamos por renunciar en tu caso. —¿No encontrasteis nada que os diera una pista en mi archivo? —No. Y no lográbamos imaginar a una mujer adecuada para ti. Eres una persona