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1
2
ES LA
MEDIANOCHE
ESCRITO POR:
RAFAEL
BEJARANO
(STAROSTA)
3
El gato, la casa vacía y la vida 4
Manzanas Podridas 21
No importa si todos morimos 32
Octubre 39
La sombra colgante 43
Delirio 55
El caso Alejandro 59
Huesos Store 81
Laocoonte 93
Es la Medianoche 97
El descenso de Dafne 106
4
El gato, la
casa vacía y
la vida
Hay canciones que no se dejan escuchar, libros que no se
dejan leer, personas que no se dejan conocer, amar, incluso
odiar. También existen pensamientos que no se dejan
expresar. Hay amores que mueren de noche en nuestra
mente, mientras nos imaginamos parados enfrente de ese
ser con el que fantaseamos estar, diciéndoles adiós, clavando
profundo nuestra mirada en sus ojos. La manía de soñar y
fantasear con nuestro pasado y cambiar las situaciones, las
decisiones, las formas en las que actuamos y fuimos, una y
otra vez. El peso de nuestros pensamientos puede ser tan
5
aplastante que en algunas personas el volumen de estos no
podría ser medido por ninguna bascula industrial. La parte
oculta, nuestro ser interno, pocas veces es expuesto al
exterior.
Hace poco, en un atardecer de mitad de año, estaba sentado
junto al enorme ventanal de mi oficina en el norte de Bogotá.
Después de varios meses de una enfermedad que afectó
gravemente mi garganta, me sentía lleno de vitalidad y con
el retorno de la posibilidad de salir a las calles y a los bares,
después de la tremenda cuarentena impuesta por culpa del
virus Eidolon, sentía esas enormes ganas de deambular, salir
a tomar unas cervezas, aunque ya no podría volver a fumar,
pues los médicos fueron muy claros de los riesgos a los que
me expongo si vuelvo a agarrar el vicio. Mi garganta no
soportaría otra situación como la que viví, de nuevo. Durante
todo el tiempo que duro el encierro lo que más extrañe de
salir a tomar fue fumar. Y ahora lo tengo prohibido. Pero, en
fin, el solo hecho de respirar era un disfrute, una razón de
gratitud con la vida, así que, no estaba tan mal. Incluso hasta
el hecho de empezar a recordar generaba ahora en mi un
6
extraño y culposo placer, siendo yo siempre un declarado ser
anti nostálgico. Pero ahora sentía un interés renovado,
inquisitivo, hacia todo lo que construyo mi pasado. Sin un
cigarro en la boca y un problema de circulación en mis
piernas, me las arregle para pasar gran parte de la tarde,
recorriendo por aquella zona de la capital algunos lugares
que frecuente mucho en mi juventud, sobre todo la ruta
hacia la antigua casa de un compañero del colegio que vivió
por allí hace unos veinte años más o menos. Escuchando
post punk en los audífonos, me dispuse a hacer de nuevo
ese recorrido hacia aquella morada, recorrido que hice
muchísimas veces en mis frecuentes visitas a aquel amigo
con el que compartíamos música, literatura, charlas y otras
amistades en común. El sector era muy tranquilo, de casas
grandes, algunas bastante ostentosas en verdad. A medida
que transitaba, la memoria del lugar se adhirió a la memoria
de mi cuerpo y el silencio y la tranquilidad del sitio me
llevaron de vuelta a mi yo del pasado, despreocupado y
ladino. Las casas se veían silenciosas, solo uno que otro
anciano era pescado por mi vista ágil cuando lo descubría
7
mirando hacia la calle a través de los cristales velados por la
niebla de la tarde invernal.
Dichas calles llevaban a una de las principales avenidas de la
ciudad, y durante todo el día se podía ver bastante actividad
de gente y automóviles por doquier. Al acercarse la noche,
la afluencia aumentó y cuando se encendieron los faroles se
pudo ver una animada y continúa cantidad de personas
pasando afanados ante mí. Decidí derivar hacia un bar que
estaba en el lugar y que yo no conocía, pues en los años en
los que hice parte del ecosistema de aquel sitio, no existía.
Empecé a beber cerveza con la calma del que no tiene afán
de ir a ningún lugar. Cuando reaccione ya era muy entrada
la oscuridad, empezando a bordear la medianoche, en
realidad. Quede un poco perplejo pues hacia demasiados
años que no estaba yo a esa hora en aquellas calles, aunque
la gente seguía viéndose pasar y los locales estaban movidos
y muy animados ciertamente, y el hecho de poder volver a
ver tanta gente, como antes del encierro de la cuarentena,
me llenó de una emoción deliciosamente nueva. Decidí
relajarme y me deje llevar por el alcohol y la contemplación
8
de la escena exterior. No estaba interesado en prestar
atención a nada o a nadie en particular. Miraba hacia la calle
y a los grupos de gente que departían ruidosos, con sus
cervezas en lata en la mano, hablando de sus asuntos o de
tonterías sin importancia, yo pensaba en ellos desde el punto
de vista de su relación grupal, y recordaba cuando yo hacía
lo mimos con mis amigos, en el pasado. Después pasé a los
análisis más específicos, escudriñando casi con morbo sus
personalidades, aspectos físicos, maneras de vestir, actitudes
y formas de hablar. Mucho eran personas tranquilas, con
vidas comunes y corrientes, nada espectacular o particular
que distinguiera sobre el resto. Algunas personas pasaban al
lado, notablemente cansadas, pues seguramente volvían a
sus casas después de un día demasiado largo. Fruncían el
ceño y se alejaban de los grupos y el bullicio, no parecían
molestos, solo apurados en llegar a su casa. Otros, en cambio
llegaban para unirse al ambiente festivo, hablando y
bebiendo en un deseo casi inconsciente de estar en el mismo
ritmo y humor que los demás. A medida que avanzaban en
las rondas de bebidas se redoblaban sus gesticulaciones,
mientras lo meseros de los bares y las tiendas los atendían
9
con paciencia, aunque con una sonrisa forzada y una mirada
ausente, sola buscando atenderlos pronto y esperar que el
reloj avanzara en su jornada nocturna. Algunos clientes ya
estaban empezando a ponerse evidentemente ebrios y
caminaban hacia el baño y se chocaban tambaleantes con
alguno, deshaciéndose en disculpas hacia los afectados,
mareados y llenos de confusión. Aparte de esto, no se
percibía nada distintivo entre aquella cantidad de gente. La
manera de vestir de todos, era en general decente. Eran sin
duda personas del común, comerciantes, empleados y
estudiantes. La gente ordinaria de la sociedad; Personas que
trataban de distribuir su tiempo de la mejor manera, gente
ocupada, interesada en ser responsable. Nadie llamo en
realidad mi atención.
A medida que la noche avanzaba, también empezó a ser más
intenso mi interés por aquel lugar; no sólo el aspecto general
de las calles y las casas, que habían cambiado un poco, como
era natural en veinte años, sino que los resplandores de las
luces de la ciudad, débiles al comienzo, ganaban brillo a
medida que la oscuridad se hacía más intensa y ofrecían un
10
panorama general agitado y deslumbrante. Todo era oscuro
y, sin embargo, exquisito. Esos raros efectos de la luz a esa
hora de la noche y las cervezas que me tome, me obligaron
a escudriñar más a detalle cada uno de los rostros de la
gente, aunque la realidad empezó a girar ante mí, en un claro
mareo de ebriedad, que me impedía fijar más de una mirada
a cada persona, aunque a veces solo baste una mirada para
leer la historia de alguien en sus ojos o en su osamenta.
Decidí salir de aquel lugar pues ya era pasada la medianoche
y no estaba bien que yo estuviese por allí, pues tenía que
caminar un buen trecho hasta llegar a la otra calle principal,
en donde yo tomaría el transporte a la casa, sin contar con
que en realidad no sabía si a esa hora aún estaba operando
el servicio. En medio de mi evidente
borrachera, equivoque el camino y empecé a transitar entre
cuadras, cuando de repente y sin darme cuenta, llegue a la
que era la antigua casa de mi compañero de colegio. La casa
estaba abandonada, pero reconocí cada ventana, la puerta,
la reja, todo. Al frente aún existía una suerte de capilla
11
mormona. De inmediato los recuerdos se agolparon en mi
cabeza, incontenibles. Esa casa tenía mucha música, mucha
tertulia. Quería fumar. Necesitaba encender un cigarrillo, pero
por allí ya no había locales abiertos, y menos mal pues yo
sabía, por más ebrio que estuviese, que no debía hacerlo. Me
quedé unos instantes más parado allí, reconociendo esa
parte de la ciudad que hizo parte de mí, cuando de pronto
vi que de una de las rendijas de aquella casa vacía salía la
silueta oscura de un gato. El animal salió, se detuvo,
observándome con sus enormes ojos que alumbraban en la
oscuridad. Su presencia tomo toda mi atención, a causa de
la tremenda singularidad de su expresión. Jamás había yo
sentido nada tan particular a la sensación que me produjo
esa expresión. Hasta la borrachera desapareció de mí de ipso
facto. Mi primera idea fue tratar de analizar esa sensación
que yo había experimentado, una sensación de miedo, de
soledad, de angustia, pero también de curiosidad. «¡Qué
Hace un gato negro en una noche tan oscura justo en esa
casa vacía!», me dije. Nació entonces en mí un infrenable
deseo de observar que más hacia este gato, de quedarme
allí parado si era preciso. Pero entonces el gato atravesó la
12
reja y empezó a deambular por el andén, aunque algún
movimiento mío debió asustarlo pues volteo a verme y
arranco raudo y veloz por la calle, conmigo detrás, corriendo,
hasta que lo perdí de vista. Después de avanzar algunas casas
y un parque terminé por encontrarlo. Lo seguí de cerca, muy
quedamente, silencioso, a fin de no llamar su atención. Tenía
ahora una buena oportunidad para observarlo y analizarlo
con calma. Era completamente negro, desnutrido y se le
notaba como muy débil. Parecía como si el pobre animalito
hubiese vivido toda la vida en las calles; pero, cuando la luz
de un farol lo alumbro de lleno, pude advertir que su raza
era siamesa, muy fina realmente. Este descubrimiento llamo
aún más mi atención por el felino y decidí seguirlo sin
importar donde fuese.
Corría ya la una de la madrugada, la llovizna empezó a cubrir
mi paso y el horizonte. La niebla que recorría aquellas calles
alargadas termino por convertirse en lluvia. El cambio de
tiempo produjo un extraño efecto en el animal, que volvió a
agitarse y se fue corriendo para ocultarse bajo un árbol de
aquel parque desolado. Las gotas comenzaron a caer al suelo
13
cada vez más fuertes e intensas. Por mi parte la lluvia no me
interesaba mucho; Me puse mi tapabocas, elemento de uso
obligatorio desde que se descubrió el virus, y seguí
acercándome al gato. Este se quedó agazapado mirándome
y luego observando la tormenta. Yo me acerque lo suficiente
para poder contemplarlo, pero sin asustarlo, pues no quería
que el animal saliera a mojarse sin necesidad. Durante casi
una hora el gato estuvo allí, bajo aquel árbol, tratando
dificultosamente de no mojarse, y yo seguía allí, a unos
metros, empapado pero decidido a no dejar que se alejara y
se me perdiera de vista. Después de un rato el gato se olvidó
de mi existencia y ya no me volteo a ver más. Cuando la
lluvia ceso un poco, el gato se dispuso de nuevo a avanzar,
caminando lentamente por los andenes encharcados, se
detenga a veces a oler alguna puerta o a observar a través
de alguna reja de jardín, auscultando con sus ojos brillantes
la oscuridad o parando sus orejas si percibía algo. Lugo
avanzaba de nuevo. Así avanzamos a la par, cruzando calles
y avenidas las cuales ya no estaban para nada concurridas,
pues la lluvia envió a todo el mundo a la casa, parecía como
si en toda la ciudad los dos únicos seres que andaban en la
14
calle eran ese gato y yo. Llegamos finalmente a un cruce de
carriles y de inmediato me di cuenta que el felino cambio su
actitud. Caminaba más rápido, de manera más decidida que
antes, y me llamo la atención que no giraba hacia ningún
lado, cruzó calles y avenidas muy rápidamente y sin un
propósito aparente; solo avanzaba más y más rápido, tanto
que me sentí casi como trotando detrás de él. Entonces de
imprevisto volteo en medio de las sombras por una calle
larga y llegamos hasta una rotonda donde empezamos a dar
la vuelta. A todas estas, estábamos andando por la mitad de
la calle, aunque no importaba, pues no se veía ni se
escuchaba por allí vehículo alguno. Después de girar, el gato
tomo otra calle recta y continuamos así casi una hora más,
por calles con altos árboles y eucaliptos ya sin hojas, cuando
me di cuenta, estábamos de nuevo cerca al parque donde
estuvimos antes. Un nuevo cambio de dirección nos llevó a
un condominio de casas hermosamente iluminadas,
elegantes, prístinas, rebosantes de vida. El gato tomo
entonces su forma más primitiva. Se dejó caer de bruces,
empezó a girar y a estirarse de una manera rara y hasta
graciosa. Fue entonces cuando me volteo a ver de nuevo e
15
hizo como un gesto de rabia, extrañamente con el entrecejo
fruncido, mirándome y mirando a la calle por turnos.
Comenzó una vez más a avanzar, pero ahora lo hacía entre
los jardines de las casas, lo que complico mi misión de
seguirle, pues tenía incluso a veces que meterme dentro de
los jardines de esas casas para poder ver por donde salía o
hacia donde seguía. El gato se abría camino con fuerza y
determinación entre las hojas. Llamo mucho mi atención que
después de darle casi toda la vuelta al condominio, regreso
de nuevo al lugar por donde habíamos entrado. Y mucho
más el hecho que después de volver a arrojarse al suelo y
rodar, hacer el mismo periplo de nuevo. Así lo hizo un total
de tres veces, en las cuales solo en una ocasión volteo a ver
si yo aún le seguía y después de asegurarse que yo aún iba
detrás de él, continuo imperturbable en su ciclo.
Otra hora transcurrió de esta forma, Después de la última
vuelta al condominio, salió por un callejo angosto y desierto
que daba a la parte de atrás de otro parque, más siniestro
que cualquier parque que yo allá visto a esas horas de la
madrugada. El viento frio parecía tragarme como la boca de
16
un dragón sin ojos. Solo sentía que me devoraba
desordenadamente. El gato estuvo allí, oliendo las raíces de
los árboles, las bancas vacías y buscando comida en las
canecas de la basura. Durante la hora y media
aproximadamente que pasamos en ese lugar aproveche para
sentarme en una de las bancas y descansar. El gato iba y
venía, pero desde donde yo estaba podía tener una visión
panorámica muy completa el lugar y el gato no se me perdió
nunca de vista. Mientras lo observaba me sentía lleno de
asombro por mi conducta, pero a pesar de esto yo seguía
resuelto a no perderle movimiento alguno hasta satisfacer mi
curiosidad. Aunque en realidad ya ni sabía curiosidad de que
exactamente. Mi reloj dio las cuatro de la madrugada y
empecé a ver de nuevo vida en aquel lugar. Luces que se
enciende en alguna casa, algún ruido de un auto que avanza
en la distancia, una puerta que suena al descorrerse los
cerrojos. La ciudad en poco comenzaría de nuevo su
infatigable y ruidosa rutina. El gato dejo de deambular y de
nuevo empezó a caminar. Su periplo me llevo por calles que
yo no conocía, la verdad a esas alturas me encontraba
totalmente perdido, aunque en ningún momento tuve miedo
17
por esto o por mi integridad, pues es bien sabido que la
ciudad a esa hora no es recomendable para una persona
solitaria en la calle, pero la compañía de aquel gato me daba
esa sensación de seguridad que uno tiene cuando está
afuera, pero con alguien, con otra persona. A la débil luz de
uno de los escasos faroles, se veían altos, antiguos y venidos
a menos, caserones de madera, con sus techos
peligrosamente ladeados, de manera rara, como un cuadro
expresionista e la primera etapa. Las losas del pavimento
estaban algunas fuera de su lugar, arrancadas por el peso de
los enormes autos que por allí transitan. La basura se
acumulaba e las enormes canecas que había colocado el
distrito para que la gente ya no tuviera que esperar el paso
del camión recolector. Toda la escena estaba impregnada por
una extraña sensación de desolación. Sin embargo, a medida
que avanzábamos los sonidos de la vida humana crecían
gradualmente y al final nos encontramos de nuevo en la zona
comercial, donde se podían observar algunos borrachines
tambaleándose de un lado para el otro. El gato pareció
reanimarse nuevamente, como una vela cuando su cabo está
a punto de extinguirse. Otra vez echó a andar con largas
18
zancadas. Al llegar a una esquina, giro de manera
diametralmente opuesta, y paso junto a mí, sin importarle ya
mi presencia. Pude sentir su contextura al frotarse por un
leve instante con mi pierna. En eso una luz brillante nos
golpeó y me di cuenta que estábamos frente a la enorme
entrada de una bodega que al parecer empezaba ay sus
actividades diarias. Faltaba ya poco para el amanecer, pero
un grupo de obreros entraban y salían por la enorme puerta.
Maullando indiferente el gato se abrió paso hasta el interior,
sin llamar la atención de nadie, solo de mí, que me quede
parado si poder avanzar más en mi tonto plan de seguirle.
Sentí una rara frustración de no poder continuar con el gato
y ya estaba alejándome de allí cuando un súbito movimiento
de un camión avanzando hacia aquella bodega hizo que el
gato saliera de allí corriendo dando grandes brincos e
internándose de nuevo entre las calles del barrio, mientras
yo, con una energía casi demoniaca volví sobre sus pasos. El
animal corrió rápidamente y por un largo trecho mientras yo
lo seguía, en el colmo de mi locura, decidido a no abandonar
algo que me interesaba demasiado y sin ninguna razón
sensata. Salió el sol mientras el gato y yo continuábamos
19
andando y fue entonces cuando me di cuenta que estaba
ensimismado en el animal y ni siquiera levantaba la cabeza,
lo cual hice, y cuál fue mi asombro cuando me vi de nuevo
frente a la casa abandonada de mi amigo. El gato observo la
puerta, me volteo a ver, maulló largamente y después
continúo caminando como cuando empezó la aventura a la
medianoche, y yo lo seguí terco en mi propósito. Y así
estuvimos andando de un lado para el otro, y durante todo
el día no me aleje de aquel maldito animal, y no dejamos de
transitar por las calles, esta vez, repletas de transeúntes, de
tráfico, de obstáculos de toda naturaleza. Y cuando llego de
nuevo la enorme oscuridad de la segunda noche, caí en
cuenta que me sentía absolutamente cansado, destruido, con
hambre y con sed. Me detuve y me senté en un andén y la
sorpresa fue mayúscula porque de nuevo estaba frente a la
casa abandonada, la misma que había parido de sus entrañas
al maldito gato, que se detuvo cuando yo lo hice, y nos
quedamos allí como dos seres sin alma, mirándonos
fijamente a la cara. Luego el gato volteo a mirar a otra parte,
y sin importarle en lo más mínimo mi bienestar o mi suerte
reanudó su interminable paseo, mientras que yo, sin un
20
átomo de fuerza o ganas de perseguirlo, me quedaba
sentado en aquel andén, como una esfinge, observándolo
alejarse de mí.
El animal se negaba a detenerse, era como el simbolismo de
la vida, que continuaba su marcha, impertérrita, indetenible.
No tenía sentido continuar siguiéndolo, pues nada más viviría
la vida de él, y me condicionaría a sus decisiones y acciones.
Cada quien tiene que vivir su vida y la mía no era la vida de
un gato, por más que la porfía me obligara a seguir a uno.
Por un momento me sentí como un hombre aturdido por
una increíble revelación.
21
Manzanas
Podridas
Llegamos juntos al cementerio. Eran las diez de la noche. Ana
estaba constantemente intranquila, era una persona racional,
tradicionalista, de buena familia. No le gustaba nada que se
saliera de la norma. A mí me daba igual, podría incluso vivir
allí si se me daba la gana, siempre fui un vagabundo, un
perro de la calle.
El pueblo tenía su cementerio casi en las afueras, antes fue
así, pero el crecimiento y la migración hicieron que ya no
fuera el último extremo del pueblo, pero si conservaba su
viento frio y esa sensación extraña de que a veces sientes
22
que alguien te observa. Siempre tuvo una energía rara el
cementerio, pero nunca tuvo una sensación de paz. Jamás.
Ana se acomodó como pudo, envolviéndose con su enorme
abrigo y recostándose junto al enorme muro blanco que por
el otro costado tenia las bóvedas de los difuntos de una
acaudalada familia que compro toda la sección para
depositar allí los restos de los que llevaran su apellido,
exclusivamente. No miraba hacia ninguna parte, solo tiro
hacia atrás su cabeza y entrecerró los ojos. Nunca la vi tan
eterna, y a la vez, tan real.
Estábamos en pleno noviembre. El invierno hizo del
cementerio un compendio de barro, frio, olor a flores
descompuestas y soledad. Mucha soledad. Las aguas se
convirtieron en el obstáculo final que tendrían que hacer los
difuntos en su último viaje. Ana encendió un cigarrillo para
exorcizar las sombras. Yo me quedé observándola y le dije:
—Dicen que en este cementerio asustan
23
Ana me miró fijamente y me contesto:
—Como en todos.
— ¿Sera que en todos los cementerios asustan?
Ana aspiro profundamente el humo de su cigarrillo y antes
de arrojarlo acoto:
—Solo en los que hay gente para asustar...
— ¿Sera que se nos aparece la muchacha muerta? —
Pregunte
Ana intento ocultar su incomodidad de estar allí y haciendo
una mueca despectiva contesto:
— ¿Nunca te han asustado?
— ¿Un muerto? No
24
—A mí una vez —respondió Ana con voz lúgubre—. Solo te
digo que será mejor que te asegures de que la tapa de su
ataúd está bien cerrada.
Nos quedamos en silencio un momento, mirando hacia la
nada, con nuestras rígidas expresiones en nuestros rostros.
Por un momento se me cruzo la idea de ir a cerciorarme,
pero la abandone de inmediato.
—Todos en el pueblo apuestan que esta noche la muchacha
se levantara y nos buscara a todos. ¿Eso no te parece raro?
— ¿Como un muerto viviente?
Ana me miro con ojos excitados. Encendió otro cigarrillo y
se limitó a contestarme:
—Exactamente.
25
Decidí ir a dar una vuelta. No tenía miedo, o no tenía miedo
como se conoce normalmente. Era una sensación de
intranquilidad, no me sentía cómodo, pero no tanto como
para salir corriendo de allí. Mientras tanto, Ana saco su
libreta, su lápiz y comenzó a escribir sobre zombis, fantasmas
y muertos. Necesitaba adentrarse en los lugares sobre los
cuales escribía. Los arboles del cementerio en medio de la
oscuridad parecían de plástico. La lluvia iba y volvía
intermitente, fue entonces que percibí que todo estaba en
silencio. El silencio más contundente que allá yo escuchado
en toda mi vida.
Lo que ocurrió con aquella muchacha fue un asunto terrible,
nos enteramos de lo ocurrido en la puerta de la funeraria, el
día del velorio, pero por la mañana, antes que llegara la
gente. Decían que esa muerte traería mala suerte a todo el
pueblo, que esas cosas nunca habían ocurrido, que todo era
culpa de la madre, en fin. Después del
entierro todos en el lugar se encerraron en sus casas, se
cercioraron que las ventanas y las puertas estaban
totalmente trancadas, y se encerraron en sus habitaciones a
26
rezar. Así, por ocho noches seguidas. Hoy es la novena y
última noche. Escuchamos historias raras en el desayuno,
como que hoy la muchacha volvería por venganza, que nadie
se salvaría, que todos moriríamos esta noche. Nadie salió hoy
después del mediodía, nadie, excepto Ana y yo.
Yo no sé de dónde venía Ana. Llego una tarde al pueblo, yo
la vi bajarse del transporte, con su hermosa maleta y sus
lentes de sol, gruesos, de carey. Parecía una escena de una
película muda de principios del siglo veinte. Recuerdo la
forma en que iba maquillada esa vez, era la misma de esta
noche Eso hizo que me estremeciera un poco. Parecía una
señal de despedida. Sus ojos estaban perfectamente
bordeados de negro y sus labios pintados de color carmesí.
Su blanca palidez resaltaba aún más en medio de la noche.
—Ana, quizás no deberíamos hacer esto — Le dije como por
hacer conversación
— Yo estoy de acuerdo. Pero aquí estamos
27
—Sí, pero estar custodiando una tumba no es un buen plan
para un viernes por la noche... No era lo que tenía en mente
precisamente.
— Dame una hora más, creo que ya atrapé algo — Contesto
mientras seguía escribiendo frenéticamente en su libreta
— ¿Y si la chica realmente revive?
— ¡Eres demasiado tonto si en realidad crees eso! Se supone
que la que no quería venir era yo.... — Me contesto sin dejar
de escribir
Yo emboce una sonrisa falsa, como casi todo lo mío
— ¡Por aquí debe ser! —dijo una voz entonces de repente.
Ana y yo nos volteamos entonces a ver, confundidos. Nos
escondimos rápidamente detrás de unas bóvedas
abandonadas y vimos a un grupo de hombres, armados, con
antorchas, que se acercaban rápidamente a la tumba de la
muchacha, alcanzamos a movernos sin ser vistos por cuestión
28
de segundos. Llevaban botellas de licor, eran
Algunos granujas que habían ido hasta allí con la intención
malsana de jugarle una broma a todos en el pueblo. Uno de
ellos llevaba una pala y comenzó a cavar rápidamente, en un
evidente intento de desenterrar a la chica.
— ¡Rápido! ¡Con energía! No quiero estar acá mucho tiempo
— Dijo uno de ellos
— Cuando mañana se den cuenta que el cadáver no está, se
van a volver locos — Dijo otro de voz muy delgada
Ana y yo seguíamos ocultos. El grupo se repartía la tarea de
ir cavando mientras otros iban hasta la puerta y volvían
percatándose que nadie viniera. Después de unos minutos
uno de los que estaban cavando toco el féretro con la punta
de su pala.
—Ayúdenme —dijo entonces el vil hombre.
29
Sacaron el féretro del fondo de la tierra y lo dejaron a un
lado. Se rotaron las botellas de licor, de las cuales todos
bebieron ávidamente. Ana me volteo a ver, no dijo nada,
pero en su expresión supe lo que iba a ocurrir. Con un
movimiento de mi cabeza le dije que no, pero era tarde, ella,
salto de donde estábamos y fue a detener aquel horrible
acto. Los hombres la voltearon a ver, pero no parecían para
nada sorprendidos de verla allí. La tomaron e las manos y las
piernas y la levantaron rápidamente. Yo entré en acción pero
sentí que alguien me sujeto. No eran los gandules que
habían entrado al cementerio, ni era tampoco ninguna suerte
de fantasma o zombi. Pero estaba tan oscuro que lo único
que vi brillar en medio de aquellas tinieblas eran dos pupilas,
traté de zafarme como pude, pero sentí más manos que me
aferraban y cada vez mis ojos adivinaban más y más pupilas
al fondo, por los corredores, como una multitud.
—Ya empieza —susurró entonces una voz— Quédate quieto
y no digas nada. Solo observa.
30
Yo ni sabía qué hacer. Sentí una mano fría que me apretaba
la boca para que no pudiera gritar. Otra me hizo voltear hacia
donde estaba Ana. Los malandrines la tenían sujeta, pero fue
entonces cuando el líder de ellos volteo a ver hacia donde
yo estaba y movió la cabeza y alguien o algo resonó un
silbido. Era como una señal. Yo comprendí entonces que no
era algo fortuito. Todo estaba preparado. Ana fue atada, el
féretro fue abierto, pero no había cadáver de la muchacha.
Ana fue puesta en el fondo del mismo. Y allí fue cuando sentí
el horror al ver como uno saco un puñal y lo clavo en ella,
luego se lo paso a otro, que hizo lo mismo, y así
sucesivamente, luego vi de entre las sombras en donde yo
estaba, que más y más personas hacían lo mismo. ¡Eran todos
los habitantes del pueblo! Yo pensaba: ... ¡Dios mío! ¡Dios
mío! ¡No! Intente soltarme con todas mis fuerzas, pero todo
era en vano. Tuve que soportar el ver a Ana ser apuñalada
cientos, miles de veces, no sé cuánto tiempo duro todo
aquello. Lo único que sé es que el pueblo entero estaba allí
para hacer su sacrificio. Al terminar, enterraron a Ana en
aquel ataúd y se fueron, dejándome allí, tirado y atado a mi
31
suerte, en medio de la oscuridad. Luego, todo quedó
inmóvil. La sangre derramada por el suelo se confundía con
la lluvia tenaz que caía deformando la tierra movida de
donde habían enterrado a Ana. Yo comencé a gritar
desesperadamente. Luego me desmayé.
Cuando los enfermeros me trajeron a este asilo, todos
estuvieron de acuerdo en que yo había sido declarado
culpable acertadamente. Yo estuve gritando por nueve
noches seguidas que habían sido las pupilas encendidas en
la oscuridad las que habían acuchillado a Ana, aquella a la
que todos llamaban: La muchacha.
32
No importa si
todos
morimos
La luz tenue del atardecer al caer la inquietante noche en los
enormes muros nos recuerda que estamos vivos. Una noche
que esconde muerte, una noche roja. Éramos pocos los que
estábamos atrincherados junto al enorme caserón que
oficiaba de palacio presidencial. Nos mirábamos unos a
otros, en silencio, bajo una ensordecedora lluvia de abril.
Decidimos ser kamikazes. Decidimos ir allá a morir. El silencio
en ese momento oficiaba de bandera. El temor de nuestras
miradas se mezclaba con los latidos llenos de seguridad. Una
lágrima corrió por la mejilla de alguien. Todos habíamos
33
conservado la esperanza de que aquel tirano Estado Mayor
recapacitara, entendiera la legalidad de nuestras demandas.
Pero, todo lo contrario. Pesaba sobre nuestras cabezas una
orden de captura. Nuestras familias habían sido sometidas.
Éramos como criaturas revolcándose de dolor bajo la lluvia.
Nuestros amigos fueron llevados a las afueras de la ciudad y
ahora estaban colgando, de cabeza, degollados. La crueldad
era el sello de garantía de su famosa y conocida seguridad
democrática. Cubrían los rostros de los rebeldes con
bayetillas rojas, como si fueran animales muertos. El
comandante estaba en la puerta del palacio presidencial.
Conocía de mucho antes personalmente al presidente. Eran
amigos antes de que este subiera al poder. Juntos habían
trabajado para las mafias, habían abrazado con su devoción
al abominable, como era conocido un expresidente que
jamás quiso soltar el poder y era quien decidía quien, cuando
y como debía gobernar al país. Un anciano con rostro
venerable, que escondía los ojos de una bestia, que trataba
a la vida como a un juguete más. Un juguete rabioso. Juntos
hablan bebido, habían pasado días y también noches enteras
sentados a la mesa de narcotraficantes, riendo, esnifando
34
cocaína, decidiendo entre pocos, el destino de todos.
También a veces, habían tenido desaguisados,
enfrentamientos entre ellos, se habían peleado por culpa de
las diferentes maneras en las que se podía llegar a gobernar.
Sus diferencias en cómo se debía actuar en todo caso
gozaban de alta camaradería, y de esas concesiones finales
se había forjado la manera en la que vivan, sumidos en la
pobreza, la violencia y la desesperanza todos los demás
habitantes de la nación. Intentamos hacer la toma del
palacio. Nos habían atrapado como una rata que cae dócil
en la trampa al oler el mendrugo de queso. Nos llevaron a
un sótano, nos golpearon y nos llevaron a las afueras de la
ciudad. No diré que perdí mi ser, pues ese ya lo había
perdido hace tiempo ya, cuando la violencia golpeo a la
puerta una mañana de mi infancia y vi como fuerzas legales
asesinaron a mis parientes y me dejaron solo medio muerto
por los golpes, dentro de un establo. Viví porque la vida es
cruel, viví para hacer la resistencia, pero al final caí, no como
los valientes, sino como uno más. Un desconocido. Pero ¿De
qué sirve ahora recordar? ¿Para qué? ¿En medio de la
violencia de qué sirve el razonamiento? El silencio es la
35
soledad que no habita. Todas esas cuestiones ahora se
amontonaban innecesarias en mi cabeza. No hay porvenir en
la pobreza, ni esperanza en el encierro cruel. Todo se había
consumado.
En medio de las oscuras laderas de aquella noche en la cual
nos habían llevado para morir, me reconocí a mí mismo
como no lo había hecho durante mucho tiempo. Durante el
camino no pronuncie ni una sola palabra, ni siquiera levante
mi rostro. Solo con un compañero de causa nos miramos un
instante y compartimos una sonrisa, la cual desapareció de
mi rostro ni en cuanto deje de verlo. La temible noche
encapsulaba los rayos de plata de la luna que se filtraba
impertinente en medio de las ramas secas de los árboles de
aquel lugar donde nos llevaron. La sangre de mis heridas
brotaba roja y tranquila escapando libre y feliz de aquel
camión que oficiaba como cárcel móvil. La colina respiraba
quietud, el crepitar de las hojas secas al paso de los vehículos
tenían el ritmo de los corazones que iban en esos camiones,
que sabían que se iban a morir, que anhelaban libertad,
36
aunque alto seria el precio a pagar por la misma. Solo con la
vida se podría obtener, en una suerte de ironía.
Entonces los vehículos se detuvieron. Las gruesas llantas
levantaron el barro en su frenar y marcaron con gruesas
cicatrices aquella tierra. Nos hicieron descender a todos, en
orden, y avanzar entre pasto y rocas. Adivinando los pasos
en medio de la oscuridad, tropezando y cayendo, a veces,
incluso, siendo arrastrados, pero al final llegamos.
Avanzamos todo el tiempo como en una coreografía gris,
interrumpible. Destinados a seguir el designio
inquebrantable de los acontecimientos. Los oficiales nos
pusieron en círculo, de rodillas. Nos insultaron, nos
golpearon, pero de nosotros no obtuvieron ni una sola
palabra. De repente, una inesperada rebeldía se apodero de
mi alma. Un arrebato ilógico que convirtió mi cuerpo en un
cascaron vacío. Debilitado, me puse de pie y permanecí así
ante aquellos hombres. ¿Qué le pasa a este loco? Escuche
que decían aquellos oficiales. Mi arrebato de dignidad y
valentía no significaba absolutamente nada. Yo no era más
37
que una insignificante mancha de carne de pie entre el
circulo de hombres postrados de rodillas. ¡Qué aires de
superioridad tan ridículos tenía yo! ¿Ante quien quería yo
demostrar dignidad en esta escena? Mis compañeros
estaban con la frente sobre la tierra y los verdugos no eran
más que fichas, formas que hacían parte de un sistema. Hubo
una suerte de mutis rara en ese momento. Nadie se movió.
Nada tuvo sentido. Casi todo cobro un tono paranormal por
algunos instantes. Yo empecé a sentirme n medio de un mal
sueño. ¿Desde hace cuánto estaba yo en aquel sitio? ¿Que
estaba ocurriendo? Pero entonces recordé todo. Yo no tenía
salvación. Nada iba a salvarme. Mi destino estaba decidido y
mi suerte, echada. Era mi instinto de conservación, mi anhelo
de vivir, que se hacía presente y se negaba a darse por
vencido. En mi inconsciencia, conservaba un oculto deseo
de salir con vida de allí, de alguna manera. Quise levantar mi
voz, por última vez, y decir algo, gritar con toda la fuerza de
mis pulmones, pero en mi temor, pronuncie solo silabas
incoherentes, un enredo de palabras carentes de todo
sentido. Los oficiales entonces alistaron sus armas y me
tiraron al suelo, junto a mis demás compañeros. Se dio la
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orden de disparar, y yo en un último arrebato de resistencia
decidí levantar la cabeza. La desesperación en mis ojos había
dado paso a una mirada más nítida, más fuerte, llena de
esperanza. El comandante antes de dar la orden se quedó
observándome. Algo en mi entereza, en mi desesperación,
en mi rabia o en mi nobleza, termino por hipnotizarlo,
mientras sus hombres esperaban la orden de disparar, pero
el comandante ya no podría moverse más, ni hablar, ni
dormir bien de noche. Descubrió que nosotros éramos lo que
él no se esperaba y ya no podía dejar de vernos, y ese fue
su error, un error tan grande como sus crímenes.
39
Octubre
El hombre solo pide que por favor se levante. Le dice que ya
es hora de despertarse. El hombre solo espera que ella
comprenda sus palabras. El cielo es como la ceniza, esta
lúgubre, hundido en la noche profunda. Está muy oscuro y
frio, pero él sabe muy bien que la mujer no lo va a entender
en lo absoluto. El paisaje esta enredado, invernal y huraño.
Parado a solas debajo del cielo, pide por favor que ella se
levante, mientras ella espera toda la noche para que él la
llame...
Las hojas ya están marchitas y secas. El hombre solo siente
el frío como hielo. Está muy oscuro y frio, pero él después
de aquel momento no la llamará nunca más. Es una solitaria
noche de octubre, que se enreda en su mirada, llena de
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temor al sentir que ella se aleja. El hombre espera verla
despertar y escucharla decir "Lo siento” en medio del frio
más inmemorial de los últimos años. El hombre observa las
horas pasar y se siente muy asustado, pero el cuerpo de la
mujer continua inmóvil, y termina repleta de gotas en sus
hermosos ojos cerrados. Fue cerca del profundo lago el lugar
donde habitaron, esperando tan solo que fuera verano, en la
región brumosa del norte, el hombre la veía dormir en una
enorme cama, segura y aislada del dolor que generaba el
mundo. El ya conocía estas historias desde antes, gustaba de
sentarse en las tardes a contárselas, pero esos eran otros
tiempos. Ahora ella estaba acostada y protegida, como el
día en que el hombre la conoció. Espera que ella ahora este
de acuerdo en levantarse, en medio de aquel bosque
embrujado, donde el proveyó dejarla bajo un techo seguro.
Recordó que ella intentaba esconderse, pero el hombre no
estuvo de acuerdo con eso. Ella igual corrió a través de un
laberinto interminable de cipreses en lo profundo del valle, y
el término encontrándola detrás del patio de la iglesia. Ella
había estado allí sentada, esperando toda la noche para
sentir sus besos, pero él no llego a tiempo. El hombre estaba
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vagando en la soledad de su alma y no se dio cuenta de los
cambios de la noche, y cuando reacciono ya era muy tarde.
La mujer empezó a sentirse adormilada, aunque intento
permanecer despierta. Pero no pudo. El hombre comenzó a
buscarla, la escuchaba respirar en medio de la oscuridad, y
la escucho gritar antes de que llegara a donde estaba. Su
corazón le palpitaba como la erupción de un volcán, y él se
dio cuenta al ver su rictus de callada desesperación. La
encontró con su cabeza descolgada, como las lianas que
cuelgan en los ríos. Entonces escucho al silencio mientras la
envolvía en una cadena de flores y rosas. Su alma, dolorida,
hervía como las lavas que ruedan intranquilas por la noche,
después de una erupción. La mujer estaba allí, durmiendo
como una figura de mármol y él está de rodillas, rezando,
esperando por oírla decir "Nunca te dejaré de nuevo" En los
últimos climas de aquel paraje, la mujer seguía durmiendo
como en otro mundo. Mientras el hombre lloraba, asustado,
pues pensó que aquel amor duraría por siempre, y ahora
estaba allí, solo, en medio de la noche, lleno de recuerdos,
inciertos y gastados. Con la mirada perdida en la nada,
inmerso por completo, adolorido y totalmente conmovido al
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comprobar que hacia donde volteara a ver, entre montañas
y planicies, entre oscuridad y frio, entre árboles y rocas, e
incluso más allá de donde concluía el paisaje, sólo estaba
ella…
43
La Sombra
Colgante
En medio de las grietas del techo de aquella vieja casa de
campo abandonada, se alcanzaban a filtrar los rayos de la
luna y también los rostros. Todos los rostros. El techo de
tejas de lata resonaba como en una enorme caverna al ritmo
incesante de la lluvia de aquella noche. Y en medio de aquel
continuo sonido de las gotas al estrellarse en el tejado, se
alcanzaban a filtrar las voces. Se escuchaban todas las voces.
Las figuras dentro de la habitación tomaban una extraña
forma en medio de la espesa oscuridad caldeada por aquel
resplandor de la noche en medio de la tormenta. Y se podía
adivinar en la pared como una especie de rostro, de ojos
extraños, pero atrayentes, de facciones indefinidas pero
intrigantes. Un rostro que no podía dejar de ser visto. Y esos
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labios, tan particulares, en un momento dado parecían
moverse, y de su movimiento se sentía como un susurro, una
voz demasiado tenue. No era necesario ni siquiera intentar
levantarse de la cama. El peso de la noche hacia
prácticamente imposible cualquier tipo de movimiento. Lo
único que quedaba era estar allí y observar. Entonces de la
nada, algo rasga la escena, es una luz, primero muy opaca y
después brillante, casi insoportable. Una luz que delata toda
la escena: El armario antiguo y empolvado al fondo, las
paredes blancas como mármol, la silla reclinada hacia un
costado, la porcelana china en la mesita junto al reloj que no
anda. Y entonces encima de la puerta se podía ver: Era una
sombra. Una sombra colgante. Solo te podías dar cuenta que
esa sombra estaba allí cuando la luz estallaba. Noche tras
noche tumbada sola sobre la cama, ella veía esa sombra
colgar encima del marco de la puerta. Sus ojos siempre
abiertos en la oscuridad, la inmovilidad de su cuerpo, la lluvia
todas las noches, a la medianoche, como una escena que se
repite una y otra vez y no termina nunca. Ella no recordaba
cuando fue la última vez que fue de día o que se pudo
levantar de aquella cama. Todas las cosas afuera de aquel
cuarto parecían tan raras, tan ajenas, tan extrañas. En
realidad, era yo, que siempre tenía la misma pesadilla de
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aquella chica en esa habitación. Me levantaba cansado y
todas las noches soñaba lo mismo. Me despertaba a las tres
menos cuarto. Empecé a dejar de dormir en la cama y me
tiraba en el suelo, pero siempre justo antes de caer en el
sueño sentía que había alguien o algo tirado al lado mío.
Entonces me despertaba y empezaba a dar vueltas y en un
momento dado ya estaba en aquella habitación, observando
a la chica inmóvil y después de la luz brillante la presencia
de la sombra colgante. Nunca puedo ver más allá de aquel
momento. Siempre me despierto en el suelo de la habitación,
con esa sensación de que algo o alguien acabo de levantarse
al lado mío. Despierto cubierto en sudor, las manos
congeladas y con un deseo enorme de gritar, pero con la
garganta cerrada. No puedo emitir ningún sonido. A veces
justo antes de caer en el sueño recurrente intento controlar
mis pensamientos y moverme así sea más lento, como
intentando atrapar a tientas ese alguien o ese algo que
siento que está allí, pero que no puedo ver. Al principio
probé dejando la luz encendida, pero me dormía igual y al
despertarme siempre estaba apagada. Eso me dio más miedo
y por eso deje de hacerlo. Siempre tenía a mi lado una
linterna, en caso tal que en algún momento dado pudiese
salir del sueño y despertar o entrar en un estado de
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conciencia, encenderla y ver si era algo real lo que me estaba
ocurriendo. Algunas noches sentía que algo me rozaba y me
quemaba, algo tan terso que incluso parece que fuera piel,
pero una piel cicatrizada. A veces sentía que era como una
espalda, a veces era una presencia que estaba acurrucada en
posición fetal. En mi sueño se convertía en la mujer que
estaba en la cama inmóvil, cambiaba de rostro, por el de una
mujer mayor que no lograba ver con claridad, mientras mi
cuerpo se congelaba y entonces ella por fin se levantaba, me
agarraba de la mano y se lanzaba con fuerza, atravesando
conmigo el espejo. Siempre que ocurría esto yo me
despertaba en la parálisis del sueño, intentando ser consiente
de cada inhalación y exhalación, hasta que podía por fin
moverme. Busqué la vieja casa en el campo donde se
desenvolvía mi pesadilla, pero no pude dar con ella.
Probablemente no existe, es solo una invención de mi
cerebro. La única vez que busque ayuda de un profesional
de la salud no supe cómo explicarle lo que me estaba
ocurriendo y me fui de allí, temeroso de ser tomado por loco
y que me emitiera alguna boleta que me impidiera ser
considerado como un ser humano normal. A veces incluso
sentía un poco de miedo de volver a la casa y prefería
caminar por las calles del pueblo sin rumbo fijo. Una tarde,
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justo antes que el sol se ocultara detrás de las colinas, iba
caminando y decidí entrar al cementerio. No sé por qué, solo
un impulso indescriptible me precipito al interior de aquel
lugar. Caminé entre las hileras de tumbas, indiferente,
cuando me encontré de frente y casi cayendo, una tumba
poco profunda, justo al lado de un monumento arruinado de
un ángel encorvado. Empezó a soplar un viento frio que me
entumeció hasta los ojos, tanto así que no podía cerrarlos ni
moverlos, se quedaron fijos observando el fondo de aquella
tumba. Después de un momento pude recobrar la movilidad
y me di cuenta que ya había salido la luna. El lugar no me
incomodaba, era como si yo lo recordara de otra época
pasada. La tumba tenía algo particular junto a aquella figura.
Decidí alejarme.
Los días siguieron pasando y yo estaba durmiendo menos
cada noche. Los días se volvían cada vez más lentos, y mucho
más lúgubres. Me encerré dentro de mí, empecé a socializar
menos. En el trabajo seguía siendo efectivo y rendía como
siempre, nunca fui muy charlatán, pero todos comenzaron a
percibir algo raro en mí y se alejaron de a poco, cosa que
agradecí pues en realidad no tenía ganas de interactuar con
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nadie. En las noches seguía esperando en la luz fría, hasta
que empezaba el ciclo de salir de la cama, tirarme al suelo,
dormitar, soñar con la chica, la sombra, y medio despertar
de nuevo. Y así todas las noches. Muchas noches. Y en el
atardecer, después de salir del trabajo, me iba caminando
hasta mi casa y entraba a la misma hora al cementerio y
caminaba siempre por la misma hilera de tumbas hasta llegar
a la tumba abierta junto al ángel. Esta situación me llevo a
empezar a tener alucinaciones a cualquier hora. Una vez en
el parque del centro vi a una señora sentada en una banca
que empezó a convertirse en una serpiente que se partía en
dos por la cintura y a la mitad sin cabeza le aparecía una, yo
como siempre trataba de gritar sin éxito alguno mientras la
serpiente desgarraba mi ropa, los arboles se estiraban hasta
el cielo y de sus raíces veía salir reptiles que lentamente me
acechaban. Otro día estaba en un restaurante y el camarero
de repente se quitaba la cabeza y brotaban incontenibles
arañas en su interior y la tierra se resquebrajaba, las ventanas
se apagaban y comenzaron a reírse. Veía los edificios y los
bloques se fracturaban y caían inundando de polvo y
escombros todo a su alrededor. Estas alucinaciones al
principio esporádicas, comenzaron a volverse parte de mí día
a día. Yo en esos trances solo sentía como apretaba los
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labios. Era como tener una diaria visión del infierno. Mi
aspecto también entro en el rigor de mis nuevas dinámicas.
Mi rostro albergaba un extraño y desquiciado bigote y mi
peinado desordenado enmarcaba unos ojos que ya no tenían
brillo. Me reí en el espejo por primera vez en casi un año al
ver en lo que me estaba convirtiendo. Es como si mi ser fuera
un fruto del mal. Y no estaba pidiendo ninguna absolución
Entre pesadillas, alucinaciones, abulia y depresión me
entregue de lleno a mi espiral descendente.
Una noche estaba decidido a romper con el ciclo y no ir a
casa. Entre en una cantina de mala muerte donde algunos
personajes sombríos jugaban billar y la música de fondo solo
acentuaba más lo triste de aquel sitio. Empecé a beber licor
con el ritmo de un medallista olímpico en competición. El
cantinero de ojos plateados y sin un solo pelo en la piel me
servía y me cobraba. Yo pagaba y consumía. Era casi una
competencia. Una mujer de edad adulta se levantaba con un
cigarrillo en la comisura de sus labios y bailaba con el aire
mientras entonaba pasionalmente las canciones de aquella
inmunda cantina que le recordaban que estaba sola y que el
amor le había pagado malamente. Era como una vieja
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muñeca pintada en medio de aquel solitario baile. Después
de un trago doble me levante y sin mediar palabra la tome
por la cintura y tome sus delgadas manos. Bailamos sin estar
juntos realmente. Ella entrecerraba los ojos y seguía
cantando desafinadamente, mientras yo sentía su aliento a
licor y cigarrillo y pensaba en que no quería volver a casa. El
licor siguió fluyendo no sé de dónde y la mujer y yo nos
sentamos a beber de una botella y a fumar, pero sin
hablarnos. La madrugada llego y la cantina cerró. La mujer
me tomo de la mano y me llevo hasta su vivienda, que
quedaba muy cerca del lugar. Lo único fue que en medio de
mi ebriedad me di cuenta que teníamos que pasar por un
camino angosto que entraba a una suerte de bosque, cosa
que me asusto un poco, pero la mujer me empujo
suavemente para continuar, después del paso, llegamos a un
lugar del pueblo que nunca había visitado, que no conocía,
que no sabía que existía. De casas destartaladas, calles rotas,
perros flacuchos aulladores, y el sonido del rio que estaba a
pocos metros. Pase la noche con aquella mujer, que me dio
lo mejor que tenía. Su fogosidad y apetito sexual me
sorprendieron y lo más grato es que dormí por fin sin soñar
con la chica inmóvil y la sombra sobre el marco de la puerta.
El nuevo día llego y me desperté como convertido en un
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hombre nuevo. Mire mi reloj y eran casi las tres de la tarde.
Volteé a ver a la mujer a mi lado y la vi placida, podía adivinar
casi una sonrisa en su rostro. Quise moverme despacio para
no despertarla, pues solo quería huir de allí sin tener que
hablar con esa señora o entrar en formalismos y trivialidades
raras. Sin querer le rocé una pierna y me di cuenta al acto
que estaba helada. Le tome el pulso. Nada que hacer. Estaba
muerta. Pondere rápidamente las implicaciones y decidí salir
de allí pronto, tratando de evitar que alguien me observara,
aunque era imposible. Fuera de esa pocilga los niños jugaban
en medio de las inmundas calles, los perros al verme
ladraban, y los habitantes de aquel sector me miraban
extrañados, pues nunca me habían visto por allí. Me fui
dando largas zancadas, estaba aterrado. Temía que alguien
descubriera a la mujer muerta y me llamara. Por suerte nadie
me grito nada. Salí y me encerré en mi habitación, ni siquiera
me duché. Me quede recostado en mi cama hasta que sin
darme cuenta me quede dormido. Soñé de nuevo con la
habitación, pero ahora la chica inmóvil era la mujer que había
muerto a mi lado, la sombra colgando en el marco de la
puerta era la sombra de aquella mujer, al despertarme estaba
en el suelo y al lado la pude ver, de espaldas a mí. Cuando
me volteo a ver me exalte y al parpadear ya no estaba más.
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Ese día no fui a trabajar. Trataba de recordar todo lo ocurrido
la noche anterior, pero en realidad por la ebriedad tenía en
mi mente como retazos de lo ocurrido. Ni siquiera sabía
cómo se llamaba, no sabía siquiera si en algún momento me
lo había dicho. Salí al caer la tarde a caminar y entre al
cementerio. Camine por las mismas hileras de tumbas, pero
al llegar a mi destino la tumba junto a la estatua del ángel
estaba cubierta. Pero no parecía un entierro reciente. En la
tumba había un nombre. Tome nota de él. También la fecha
del deceso. La habían enterrado allí hacía más de diez años.
A la mañana siguiente me llené de heroico valor y quise ir
hasta aquel barrio marginal nuevamente. Quería averiguar el
nombre de la mujer muerta, pues estaba seguro que era el
mismo que estaba grabado en la tumba. Una joven muy linda
estaba sentada en el pórtico de la casa de junto y le pregunte
por la mujer que vivía allí. Me dijo que en esa casa hacía
muchos años que no vivía nadie, que ella y sus padres
llegaron hacia unos ocho años y esa casa siempre había
estado vacía. Yo me retire de allí casi convencido de que mi
teoría era cierta. Yo había bailado con un fantasma y era la
misma mujer que está enterrada en aquella tumba junto a la
estatua. Pero tenía que confirmarlo. Esa noche, pasada la
media noche salí de mi vivienda y de nuevo me dirigí al
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barrio aquel junto al rio. Por la parte trasera de aquella casa
encontré una ventana medio rota por donde yo podría
entrar. Tenía que confirmar que era la misma casa donde yo
me había despertado aquel día. Al ingresar me di cuenta que
estaba totalmente abandonada y no había ni muebles si
quiera. Estaba vacía. Llegue a la puerta de lo que debería ser
la habitación, pero no abría. Estaba como con llave. Tomé
impulso y la abrí a la fuerza. Al ingresar me di cuenta que
efectivamente no era la habitación en la que haba
despertado junto a aquella mujer, pero era peor aún, era la
habitación de mis pesadillas. No había nadie en la cama.
Como un autómata fui hasta allí y me acosté, presa de un
demente impulso. Entonces vi que la puerta se cerró, la
oscuridad todo lo invadió y en el techo de lata empezó a
sonar el concierto de la lluvia. Veía el rostro en la pared y la
luz brillante entro y vi la sombra colgando del marco de la
puerta. La sombra tenía una forma en su rostro, era la mujer
mayor que yo buscaba. Ahora yo estaba atrapado en mi
propia pesadilla. Y probablemente yo hacía parte de la
pesadilla de alguien más.
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Y no hay nada más que contar, en realidad; pero, como
pueden imaginar, no se después de cuánto tiempo pude
liberarme de aquella pesadilla. Las opiniones del psiquiatra
sobre temas puntuales de mi caso no son ya tan
convincentes como al principio. De todo esto al final mis
nervios quedaron destrozados. El pánico me invade cuando
alguna sombra cae sobre alguna puerta, y no soporto ver
casas en medio del campo. Ni hablar de los anocheceres en
la época de invierno, aun me siguen costando más de una
noche de terrible insomnio. Vivir no es otra cosa que arder
en preguntas.
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Delirio
Estoy aquí, caminando bajo la noche, cruzando las sombras
como los rayos de la luna entre la espesura. Quisiera poder
ser invisible, quisiera poder pasarme a otro cuerpo, y correr,
huir. Mis ojos en medio de la oscuridad se disocian de la
realidad en la medianoche y veo formas extrañas. Camino
por las calles, pero en realidad es como si estuviera en otro
lugar. El asfalto es como un habitante, con cuero de
serpiente. Se enrosca a mis pies y se contrae. Los edificios
son como la maraña que no permite avanzar. Veo a los
habitantes que pasan a mi lado, inútiles y vacíos, van
caminando riendo, pero sin gesticular. Van avanzando
siempre en filas eternas, directo hacia el abismo. No hay más
hormigón ni cemento, en la selva estoy, en medio de tanta
espesura casi no puedo avanzar, solo algún rumor de
matanzas me llega. Las ventanas se apagan y ríen. Las luces
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de la ciudad morirán, para volver. Veo nacer una sombra de
pie, huele a azufre y sangre. El cielo gira y cambia de colores.
Es mi mareo que viene desde el fondo de mi cerebro. No
creo que yo esté muerto. No sé si quizás haya sido el vino,
pero todo da vueltas a mi alrededor. Tengo vértigo y temo
caer en alguna de esas enormes ulceras de la tierra. ¡Que
lejano se percibe el sol de siempre! Todas las zonas son
oscuras. Deforman el dolor del espacio y se encandilan.
Nunca fue igual esta jungla de hoy, nadie quiere ya las flores
del campo. Toda la sustancia de la noche se ha derramado
entre ellas, así como los hombres se agrietan con la edad.
Los caminos de la muerte son numerosos y extraños. La
sombra me invita a continuar. Quiere mostrarme las luces de
la noche donde ella se refracta para ser, para estar. Nada se
detiene allí, ni un solo instante; los enormes arboles oscuros
palpitan en el gélido oleaje del viento. Sus ramas se aparean
entre el manto de niebla. Se enroscan sumidas en el vacío,
danzan ceremonias vudúes. Es posible que no pueda yo
desde el nervio de mi ojo comprender si finalmente esto que
veo sea arte, pero este es un mundo de dulce amargura,
entonces quizás, sí. El beso de la noche fría en mi mejilla
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perdura por siempre, me hace reflexionar desde un estado
ambivalente donde los pensamientos profundos son un
deber, dejando en ellos el dolor del ser, al comprender que
la luz no siempre es todo. Mi espíritu indignado se tienta a
huir a través de mi mirada oscura. El mundo en el que
vivimos entiende el amor como una insensatez, una
distracción. La esperanza se va extinguiendo conforme va
pasando el tiempo. Asoma una tempestad terrible. Se acerca
ya la forma del trueno. El cielo triste se pone inquieto e
inquietante. La tormenta cae y las gotas se clavan en la tierra
como cascos de enormes bestias, pisando y destrozando.
Escucho gritos de seres que mueren dos veces. En mi
deambular sin rumbo fijo vuelvo a mi habitación venida a
menos. En la mesa está la araña de fiebre, en mis
pensamientos, propios y ajenos, no hay conexión hacia el
reino de la lengua. Se hace más apretado el nudo estrecho
en la garganta, es difícil mantener la cabeza en su sitio
cuando los que te rodean la han perdido y te lo echan en
cara. Intento forzar el corazón, los nervios, tendones y
músculos para tratar de seguir en movimiento a pesar de
estar preso de este singular sopor. Pero no hay caso. Soy
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como una estatua en medio de mi habitación. Una bola de
piedra. ¿Sera esta la despedida? ¿Sera el momento de partir?
Dura es la espalda y áspera es la soga. Besare a los que amo
desde mi forma astral. Diré adiós al recorrido sacudiendo
fuertemente mi mano. Luego en la tumba estaré helado de
llanto.
Ahora todos son como yo. Tengo miedo. Ya no podremos
vernos. En estas letras solo he transcrito el dolor de un ajuste
malogrado. Soy un completo abismo.
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El caso
Alejandro
Volví al Líbano después de haber cruzado la barrera de los
cuarenta años. La repentina muerte de un amigo provocada
por el virus Eidolon, la edad, el clima nebuloso y toxico de la
ciudad y mi manía inquebrantable de auto sabotearme me
llevaron en un repentino impulso a volver a la casa paterna
y al pueblo donde crecí. Llegue casi a la medianoche, pues
por las restricciones provocadas por el virus, el transito se
hizo lento y controlado por parte de la fuerza vial. El autobús
me dejo en el parque central del pueblo, donde
curiosamente solo una farola de la calle funcionaba, dándole
un aspecto espectral al lugar. Me pare justo debajo de la
misma, pues estaba desierto de personas y empezaba a
lloviznar. Inspeccioné con la mirada si algún taxi estaría
disponible, pues no quería irme caminando hasta la casa de
mis padres con la maleta que llevaba. En eso vi a alguien que
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pasaba en su bicicleta y al voltearme a ver levanto su brazo,
agitando su mano en una señal de saludo mientras gritaba
sin detenerse:
- ¡Hola Alejandro!
Yo levanté la cabeza en señal de respuesta y me sentí un
poco tonto, pues ese no es mi nombre. Empecé a caminar
maldiciendo mi suerte pues la llovizna se convirtió en
vendaval y las pocas farolas que alumbraban las calles se
apagaron todas súbitamente. Sentí un poco de temor de
andar solo a esas horas por esas calles desoladas, cuando
escuché el rugir del motor de un auto acelerando y un
momento después frenando justo frente a mí.
- Alejandro...que hace a esta hora por acá. Súbase rápido...
Yo no sabía ni que decir, pero ante la tentadora oferta decidí
embutirme como pude en aquel automóvil mientras miraba
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al tipo que conducía: Casi cincuenta años, algunos dientes
medio chuecos e inevitablemente calvo.
- ¿Cuándo volvió? - Me pregunto
- Llegue hace un rato - Conteste, evitando hacer contacto
visual y mirando al frente, pues la verdad no quería que se
diera cuenta que me estaba confundiendo con otra persona.
Solo anhelaba llegar pronto a la casa
- ¿Y su hermana como esta?
Yo abrí los ojos desmesuradamente, pero no lo mire. Estaba
preguntándome por alguien a quien no conocía. Mi farsa no
duraría un minuto...
- Bien - Conteste genéricamente - Ocupada con muchas
cosas
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El hombre no dijo nada, continúo avanzando en medio de la
lluvia. Por no sentirme tan raro le pregunte:
- ¿Y usted como esta? ¿Cómo va todo?
- Bien, trabajando en lo mismo todavía...
En ese momento me di cuenta que volteo por una calle
diametralmente opuesta a la mía. No supe que hacer, pues
no sabía si me iba a llevar hasta la casa o no, solo levanté la
cabeza para ver. El hombre se percató y me pregunto:
- ¿Va para donde sus parientes, ¿verdad? ¿O cambio de casa?
- Si. Para allá voy... - dije en voz baja.
- Listo - Contesto el hombre sin mirarme
Tres minutos después se detuvo frente a una casa de paredes
azules pálidas, de dos pisos, en la parte de arriba del pueblo.
Yo quede derivando unos instantes, cuando el hombre,
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prácticamente me despidió con una palmada en la espalda,
mientras enviaba saludos a mis padres. Yo me baje
rápidamente, contento de que mi farsa no fuera descubierta,
pero no duro mucho. El hombre se quedó con el auto
encendido, esperando a que yo ingresara. Pensé en correr,
pero estaba cansado y seguía lloviendo y no quería dar
explicaciones, aunque tendría que darlas. Estiré mi mano y
oprimí el botón del timbre. Del fondo de la casa se vio una
tenue luz y se escucharon los pasos acercándose al umbral.
Encendieron la lámpara del portón principal, descorrieron el
cerrojo y abrieron. Un anciano se quedó mirándome, con un
gesto de extrañeza, ante mi mirada de total estupor. Luego
entrecerró los ojos y me miro de arriba a abajo.
- ¡Alejandro! ¿Qué más hijo? ¿Por qué no aviso que venía? -
Exclamo alegre el viejo mientras le hacía gesto al hombre del
auto, el cual, al ver la escena, toco el claxon y se alejó entre
la oscuridad de aquellas calles. El hombre tomo mi maleta y
me invito a pasar mientras cerraba con llave y cerrojo
nuevamente
64
- Mija - Grito el anciano. - Llego Alejandro...
¡Esto era el colmo de mi parte! Termine metido en casa ajena,
pasada la media noche, haciéndome pasar por alguien que
ni idea quien era. Me maldije por estar metido en tamaña
situación. En eso entro a la sala una venerable anciana, quien
con solo verme estiro sus brazos. Yo me quede parado, no
sabía qué hacer, era demasiado. Me había excedido. La
anciana llego junto a mí, me abrazo, mientras me daba la
bienvenida, alegre de verme, derramando lágrimas tiernas de
sus ojos. Yo la abrace, mientras reflexionaba: ¿Qué era lo
peor que podía pasar? Claramente me estaban confundiendo
con alguien más. Solo tenía que portarme bien, no
interrumpir la alegría de los ancianos de verme, así no fuera
yo el que ellos creían, pasaría la noche allí y en la mañana,
justo en el amanecer, me escabulliría de aquella casa y no
tendría que darle explicaciones a nadie. Sería una buena
anécdota para contarle a la gente cuando volviera a la capital.
Me relaje un poco y me deje atender: Un chocolate caliente,
pan, queso, un cuarto confortable, una cobija caliente y una
almohada mullida cerraron ese día de locos. Ni que decir que
en cuanto cerré los ojos me quede profundamente dormido.
65
Me desperté alrededor de las nueve de la mañana. Me sentí
desorientado, mientras recordaba mi reprochable actuar la
noche anterior, aunque es menester reconocer que pase una
de las mejores noches en los últimos diez años. El sueño fue
reparador. Salte de la cama enérgico, dispuesto a poner en
marcha mi plan de fuga cuando escuche la voz de la anciana
que gritaba desde la cocina:
— ¡A desayunar!
Mire por la ventana del cuarto: El enorme jardín, que se
notaba con un aspecto de agradable desorden, terminaba en
un muro alto de ladrillos que colindaba junto a un terreno
baldío. Al fondo se alzaba una casa en ruinas que aún
conservaba algún vestigio de su pasado esplendor. Cruzaron
por mi mente repentinamente recuerdos que no me
pertenecían, que yo nunca había vivido, recuerdos de un niño
que gustaba juguetear entre las paredes de aquella casa
vacía. Las ramas entrelazadas de una mata de pepino y una
66
de ahuyama, plantadas demasiado cerca la una de la otra,
como siempre ocurre en los jardines y solares de los barrios
del pueblo, cubrían prácticamente toda la fachada y el ala
norte de la misma. No se cuánto tiempo estuve observando
fijamente esta escena cuando escuché la puerta de la
habitación abrirse.
—Buenos días hijo —exclamó la anciana.
— Nada que venden ese terreno —añadió. — Recuerdo
cuando de niño nadie lo sacaba de allá. No le gustaba estar
acá ni jugar con los demás niños, y cuando uno lo iba a sacar
de esa casa ¡Que cantidad de pataletas! Lo bueno era que
siempre que volvía se acostaba a dormir y quedaba
profundo...
—Pero ¿Es que pasaba mucho allá metido?
— Siempre. Su papa siempre decía que lo dejara donde
quisiera estar…y siempre elegía estar allá. Y cuando entraba
67
acá a la casa volvía pálido como un vaso de leche... Pero
bajemos que se le enfría el desayuno
La anciana condujo a su invitado al piso de abajo, al cuarto
de juegos, le mostro los juguetes y cachivaches con los que
pasaba sus días de infante y luego a la cocina, donde había
una mesa pequeña de madera que también hacía las veces
de comedor los días de mucho calor, pues la cocina tenía un
enorme ventanal que daba directo al jardín y el viento
generoso que venía desde la montaña se filtraba
imprudentemente. En otros tiempos había sido un espacioso
depósito de aquella casa de dos pisos. Ahora las paredes
estaban pintadas en un tono crema, con guarda escobas
azules de una baldosa bastante ordinaria, había unos cuantos
estantes de madera de nogal, fina, pero muy vieja, el suelo
era de baldosas otrora blancas y ahora amarillentas y un
enorme crucifijo colgaba en la pared.
Me dirigí hasta la mesa y en silencio la anciana sirvió el tinto
caliente, huevos, arepas, pan con mantequilla, chocolate y
68
caldo de costilla. El anciano no estaba por ahí y no sabía si
empezar a comer o esperar a que ellos también se sentaran.
En eso, un niño entro a la cocina arrastrando los pies y saludó
a la anciana con un gesto autómata. Su rostro me resultaba
vagamente familiar, pero no lo pude identificar, tenía la
forma de un ovalo perfecto, y me impresiono su blanca
palidez.
— ¡Ya volvió mi muchachito! —exclamó la anciana.
El niño la volteo a ver y clavando su mirada en la de ella, le
contesto cortante:
—No
En ese momento se abrió la puerta del jardín y entro el
anciano con las manos sucias de tierra.
— ¡Pensé que no iba a desayunar! — Exclamo emocionada
la anciana
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— No empiece a molestar tan temprano —le respondió el
anciano
— Cuidado se le dice algo al señor —le contestó la mujer.
— Pero el jovencito ya está listo para desayunar —prosiguió
el anciano—. ¿Ya se lavó las manos?
—No.
— ¿No qué?
—No señor.
— El Alejandro adulto y el Alejandro niño. Así se ve bonito
¿No le parece? — Exclamo el anciano mirándome — En
mis tiempos los niños pequeños tenían que llamar a los
adultos como don o doña, decir: sí señor. Y si se les olvidaba,
un par de nalgadas arreglaban la cosa — dijo el anciano,
mientras se limpiaba las manos con un trapo más sucio aún.
A esa altura yo estaba completamente desorientado. ¿Quién
era ese niño? ¿Cómo así que Alejandro adulto y Alejandro
70
niño? En esas voltee a ver al infante. Estaba resoplando
fuertemente por la nariz, invadido por la ira.
— No lo moleste — intervino bonachonamente la anciana —
Eso era antes. Los tiempos han cambiado.
— ¿Y que andaba haciendo el joven si se puede saber —
preguntó el anciano — mientras el Alejandro adulto estaba
durmiendo?
—Nada —Contesto el niño secamente.
— ¿Madrugo a hacer nada? —Respondió el anciano—. Eso
es pura falta de oficio. Mañana me ayuda mejor acá en el
jardín a desplantar esa maleza del fondo. Yo quiero que
aprenda algo útil, a trabajar, así es como se debe invertir el
tiempo libre — Dijo el anciano, que distaba mucho de aquel
nobel anciano que me recibió en el umbral la noche
inmediatamente anterior.
—Si. Ya se eso —respondió el pequeño con ese tono de
persona adulta que usan muchas veces los niños.
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— ¡El experto hablo! —Replicó el anciano—, Se la pasa todo
el día allá metido en esa casa abandonada haciendo quien
sabe que
—Se la pasa jugando, como cualquier niño — medio la
anciana
—Un poquito nada más — aclaro el niño.
—Un mucho será —corrigió la anciana— Porque eso vuelve
siempre sudando, todo pálido y cansado
— Con siete años y en esas...que bonito —le replicó el
anciano—. Ya tiene uso de razón. Debería estar estudiando,
ayudando acá con las tareas de la casa, aprendiendo algún
oficio... ¿Y qué es lo que tanto se la pasa haciendo por allá
metido en esa casa?
—Nada —contestó el niño altaneramente.
— ¿Muy altanero el jovencito? —protestó el viejo. Me hace
el favor y no me contesta de esa manera don Alejandro niño.
Siéntese bien. La próxima vez que me conteste así le voy a
72
dar un par de coscorrones para que aprenda a respetar. ¡No
pues que belleza los pájaros tirándole a las escopetas! ¿Con
quién es que se está juntando que aprende solo a ser un
rebelde y contestón?
—Con ellos — Contestó el niño señalándome. El anciano se
quedó observándome, arqueando las cejas e interrogando
con la mirada a su mujer. Yo no sabía ni que decir. La
situación cada vez estaba más rara.
—Es un juego que se inventó Alejandro niño. No moleste
tanto —aclaró la anciana
— ¡Yo no me invente nada! —gritó el niño con ganas de
llorar
—No se grita en la mesa —le respondió la anciana—. Bueno,
a desayunar que se enfría...
—Eso...Cambie de tema y malcríe ese muchachito — Reposto
el anciano — Como no va a ser un rebelde si usted siempre
73
le está acolitando cuanta pendejada hace este niño. No hace
sino inventar historias este solapado.
— No me invento nada —respondió el niño, derramando
gruesas lagrimas por sus ovalados cachetes
—Siempre está inventando tonterías—. Deje de andar
soñando tanto y ubíquese en la realidad. No hace sino estar
inventando tonterías y cuando crezca va a ser un inútil sin
oficio ni beneficio. A ver ¿Qué es lo que juega con estos
Alejandros adultos? - Termino volteándome a ver
—No sé…A nada —respondió el niño.
— ¿A nada de nada? ¡Jajajaja!
— Hablamos de cosas - Respondió el chico
— ¿De qué cosas? —Exclamó su padre— O sea que usamos
el aparato para nada... — Dijo mirándome el anciano un poco
molesto
—Yo creo que si —respondió el niño.
74
— Tanta lata que lo dejara traer a alguien y trajo este
Alejandro adulto que ni opina nada.
— ¡No! Yo lo quiero — dijo el pequeño.
— Pero él no lo quiere mucho a usted. Ni ha abierto la boca
para defenderlo. Yo le dije que eso mejor no usemos esa
cosa...
—Él es con el que me la paso en la casa de al lado —contestó
el niño con vehemencia—. Con nadie más
— Ayer cuando fue.... ¿Con quién estaba?
—Solo —respondió el niño.
— ¿Y entonces?
— Es que yo lo veo a través del aparato
— ¿Y eso que tiene que ver?
—Sí, sí tiene que ver
—Alejandro niño, ¡Deje de ser tan terco! —Exclamó el
anciano—. Le dije que dejara ese aparato quieto. Vea,
usamos el modo de reescritura y para nada. Este no era el
original Alejandro. Quien sabe a quién trajimos
75
—Sí, papá.
—Nos equivocamos. Otra vez...
El niño se quedó mirándome con tristeza, después bajo su
vista. Yo no entendía lo que estaba ocurriendo. Solo sentí
una fuerte necesidad de salir corriendo de allí lo más pronto
posible
—Supongo que no está entendiendo nada — Dijo el anciano
mirándome fijamente—. Lo único que usted tiene que saber
es que no es su culpa el haber terminado acá. Fue nuestra.
Hicimos mal el cálculo con el aparato y terminamos acá en
este embrollo. Todo por culpa de este mocoso, que lo eligió
a usted cuando lo vio pasar por la pantalla.
El niño seguía con los ojos fijos en el plato.
76
— No se afane, igual ya nos ha pasado antes. Lo único que
hay que hacer es volver al menú de programación y presionar
f4 y borrar y listo. No se demora nada la corrección.
En esas el anciano se levantó y tomo al chico por el brazo,
intentando levantarlo de la silla, mientras él se aferraba a la
mesa con todas sus fuerzas.
— Ya se dio cuenta de la diferencia entre elegir bien y elegir
mal. ¿Verdad? ¿Cuantos Alejandros hay acá?
— Alejandro adulto y Alejandro niño — contestó el pequeño.
— ¡No lo trate así! - Tercio la anciana haciendo que el viejo
soltara al chico. - Todo es por culpa de ese aparato.
—Pues entonces me hace el favor y va hasta el cuarto y me
trae el dichoso aparato ya y acabamos con esto rápido.
— ¿Lo va a borrar? — Pregunto lastimera la anciana
—No —intervino el niño—. Alejandro adulto se queda
— ¡Vaya a ver rápido! — Ordeno el anciano.
77
El niño se levantó de la mesa y se fue lentamente, arrastrando
sus pasos de nuevo hasta la entrada de la cocina, entonces
se detuvo y me dijo:
— Fue sin culpa. Por la pantalla se veía que era buena gente,
por eso lo elegí
Ninguno dijo palabra alguna. El anciano se acabó su taza de
café y salió sin prisa de la cocina, dirigiéndome una mirada
entre lastimera y despreocupada. La anciana bajo la mirada,
jugando con los bordes de su delantal. Yo la verdad
continuaba sin saber qué hacer. Estaba demasiado aturdido
como para tomar acción alguna. De repente se escuchó un
grito terrible. Era el anciano.
— ¡Dios mío! —exclamó—. ¿Qué fue eso? ¡Que paso hijo! —
Nos levantamos a la par y salimos corriendo de la cocina.
Alcance a ver en la escalera al niño con un aparato no más
78
grande que un teléfono celular. Pero lo que más me
horrorizo fue que también alcance a ver la figura del anciano
hacerse borrosa y desaparecer como por arte de magia.
— Tuve que hacerlo — Le dijo el niño a la anciana. Esto no
puede seguir más tiempo así. Estoy cansado de ser borrado
y traído de nuevo una y otra vez con este aparato. Y también
estoy cansado de que me traigan a todos mis ex compañeros
de la escuela en su versión adulta para ver con cual me
pueden llegar a reemplazar. Si — Dijo el niño volteando a
verme — Usted no es Alejandro, como efectivamente lo sabe.
De hecho, como usted, han venido ya más de veinte. Este
aparato contiene un software que sustrae de la realidad a la
persona del futuro y se le pueden programar ciertas
emociones, actitudes e ideas a la persona que se trae hasta
este plano. Usted en realidad no llego en la noche. Eso se lo
hizo creer mis padres, para que usted creyera que era una
situación particular, pero en realidad son los rezagos
archivados de su verdadera personalidad. La idea era ver si
su instinto natural, su esencia, su personalidad, podría encajar
79
con la de ellos para que se quedara acá como el hijo que
ellos perdieron hace mucho tiempo. Yo enloquecí y terminé
desapareciendo. Ellos nunca superaron perderme, y cuando
tuvieron acceso a este novedoso aparato empezaron a
traerme de vuelta, una y otra vez, pero siempre termino
despareciendo a esta edad. Los programadores del software
jamás pudieron explicar el por qué. Entonces empezaron a
traer a mis compañeros de escuela, que tuvieron interacción
conmigo en el pasado, para ver si podían enlazar las
personalidades y hacerlas compatibles...pero como ve, esto
ya no funciona y estoy cansado. Mi padre me tenía harto,
deseaba educarme del mismo modo una y otra vez y ya no
lo tolero.
- ¿Y ahora que va a ocurrir? - Pregunte inocentemente
- Yo me borrare. Ustedes hagan lo que quieran. - Dijo el
niño. Luego se despidió de su madre y presiono f4 y borrar.
Después la anciana se quedó observándome, pidió excusas
por todo lo ocurrido y abrió la puerta de la calle con manos
temblorosas; salimos a la luz del sol y aspiramos
80
profundamente el aire fresco del día que venía desde el
monte tauro...
81
HUESOS STORE
Ella se llamaba Jackie. Pertenecía a una de las familias más
acaudaladas del pueblo: Su padre trabajaba en la
municipalidad y la madre tenía un enorme local justo a la
salida norte del pueblo. Vendía huesos de muertos. Estos
eran usados para un sinfín de cosas en el pueblo: algunos
los trituraban para hacer brebajes, ungüentos, otros los
usaban para proteínas, como superstición, pero su uso más
común era la brujería. Algo de lo que el pueblo practicaba
comúnmente, pero nadie quería aceptar.
Desde su niñez hasta su adolescencia, Jackie aprendió las
minucias del oficio del local de su madre: Escabullirse
después de saltar los muros del cementerio, rastrear entre
las hileras de las lapidas o en invierno las tumbas que
estaban en tierra, cuáles de aquellas tenían fechas superiores
82
a 10 años de entierro, pues eran las que contenían los huesos
favoritos y más buscados por los clientes del local. Cavar con
agilidad o con una maceta abrir las bóvedas, pendiente en
todo momento que el vigilante no la descubriera; esto lo
hacía en las horas de la noche ya muy entrada o apenas con
las primeras luces del alba. No era que en el pueblo estuviese
prohibido como tal el comercio de huesos de gente muerta,
era solo que nadie quería saber que eran los huesos del
cementerio de SU pueblo el problema.
Lo otro era el temor indescriptible que le generaba su madre,
ya que era una mujer autoritaria y cruel. Cuando Jackie no
hacia las cosas tal cual ella las ordenaba la castigaba
físicamente con un alto nivel de agresividad y violencia. Más
de una tunda termino con ella desplomada en el suelo y
perdiendo el conocimiento. Su padre jamás intervino en su
ayuda. Eso género en Jackie dos sentimientos: Uno de temor
infinita hacia su madre y uno de desprecio infinito hacia su
padre.
83
Un día, cuando volvía del local de la madre, Jackie paso por
la acera de la municipalidad donde trabajaba su padre y no
pudo evitar percibir que uno de los vigilantes se había
quedado observándola constantemente. Ella sabía, por
historias contadas por su padre después de la hora de la
cena, que lo vigilantes de la municipalidad eran hombres
terribles, sin sentimientos y de una naturaleza cruel. Jackie se
sintió en algún instante, intimidada e inquieta, más cuando
vio que el vigilante bajo a la acera en una actitud casi de
persecución. Fue tanta esa sensación que ella opto por
devolverse rápidamente e ingresar a la municipalidad con la
excusa de visitar a su padre y termino escondiéndose en uno
de los cuartos de limpieza del tercer piso. El padre ya no
estaba en las instalaciones. Tenía por costumbre salir antes y
pasar por el billar del pueblo. Jackie se dio cuenta que, al
cerrar la puerta, esta no tenía forma de abrirse por dentro.
Solo desde afuera y con la llave. Escuchaba como las
personas pasaban por allí terminando su jornada laboral, y
se quedó pensando si gritar para que la ayudaran o no.
Temía que su padre se enfureciera con ella por ir a encerrarse
al sitio donde él trabajaba o sentirse muy tonta al no saberse
84
explicar cómo termino allí metida o que el vigilante la
descubriera y se hiciera cargo de ella. Al final quedo
encerrada, las luces se apagaron y no había nada que hacer.
Como pudo se acomodó en el suelo y se quedó dormida.
Esa noche tenia además que ir al cementerio en busca de
dos huesos fémur de hombre y una mano completa, pero en
vez de eso se quedó profundamente dormida y soñó con
que efectivamente iba allí a cumplir sus deberes con el
negocio de la madre, pero en su sueño cuando profanaba
una tumba, el muerto la jalaba y le arrancaba sus
extremidades, desgarrando piel, nervios y carne, hasta tomar
sus huesos.
Se despertó ya cerca de la madrugada, totalmente exaltada
y desorientada. A tientas en la oscuridad encontró la puerta
y la forcejeo, pero nada. No había forma de salir. Al darse
por vencida y ya sin saber que hacer teniendo en cuenta que
no había llegado a su casa y peor aún, sin el encargo de la
madre, decido empezar a golpear con fuerza y a gritar
pidiendo auxilio. Unos minutos después uno de los guardas
de seguridad llego y abrió la puerta. Jackie intento salir
85
corriendo, pero no logró escapar. El guardia la sujeto por la
solapa y la llevo a su garita mientras le preguntaba que hacia
escondida allí y más a esas horas de la madrugada. Jackie se
dio cuenta que el vigilante no era el mismo que la había
perseguido y le invento una historia sin sentido en la cual
ella estaba jugando a las escondidas y se había quedado
dormida. El guarda dijo que iba a llamar a la policía y Jackie
entro en pánico. Sus padres se iban a poner algo más que
furiosos y los castigos serian tremendamente severos que de
costumbre. Aterrada ante esta situación, vio una oportunidad
cuando el vigilante le dio la espalda para levantar la bocina
del teléfono y viendo un grueso pisapapeles que estaba en
el escritorio, lo sujeto y con toda su fuerza le propino un
contundente golpe en la cabeza. El hombre se desplomo de
inmediato y ella se quedó allí, mirando hacia la nada,
mientras al hombre le empezó a correr un hilo de sangre por
e oído, sus ojos de mirada vidriosa, la rigidez cadavérica.
Pasaron algunos minutos hasta que Jackie salió del trance,
justo cuando una fuerte lluvia empezó a caer a raudales. Ella
intento hacer volver en si al hombre, hasta que finalmente
entendió que estaba muerto. Pasaron algunos minutos en los
86
cuales ella se quedó reflexionando de la situación y algo
cambio en su mirada: Se hizo opaca, decidida, impenetrable.
Tomo al hombre, lo llevo afuera junto a unos matorrales,
volvió a la caseta, encontró un cuchillo y volviendo al lugar,
despellejo al tipo, y luego tomo los huesos, frescos, que
necesitaba llevarle a su madre aquel día. Después dejo al
hombre tirado entre la maleza y volvió a su casa.
«Espero que madre no se dé cuenta de los huesos —Pensó
Jackie—. Diré que fue de una tumba más reciente y que fue
lo único que pude conseguir, porque había más seguridad
en el cementerio y por eso me demore tanto. no puede ser
un detalle importante el que los huesos estén tan frescos.»
Jackie de esta forma avanzo directamente hacia el lado
criminal, con una pena muy honda en su alma.
Días después, su madre llego hasta donde ella con una
enorme excitación, frotándose las manos, ya que con los
últimos huesos que ella le había llevado, se había hecho una
87
suerte de pócima que resulto tremendamente efectiva entre
los clientes: Algunos sanaban sus dolores, desaparecían
manchas de la cara y en efectos de brujería y maldiciones,
eran extremadamente efectivos en un periodo de tiempo
muy corto, según atestiguaban los que los utilizaban. Al
pasar de los días la demanda se hizo mayor y la madre de
Jackie tenía un listado enorme que su hija debía abastecer
para la noche del fin de semana siguiente. Era el pedido más
grande jamás solicitado, pero la madre se lo entrego, como
quien le pide cualquier cosa, pues no le interesaba en lo más
mínimo como su hija haría para poder completar tamaño
pedido, eso era un problema de ella. Mientras, soñaría con
las cosas que se compraría con las ganancias de aquel
pedido, pero jamás pensó, ni por un solo momento en darle
algo a la hija. Como la madre no tenía la menor idea de
cómo lo había hecho, y ante tremenda situación, procedió a
confesar como había adquirido estos huesos, sin prever lo
que traería en consecuencia aquella confesión.
Sus padres por primera vez en su vida, escucharon y
comprendieron a su hija y le dijeron que nunca más tendría
88
que volver a hacer lo que había estado haciendo. Podría
dedicarse a tener una vida normal y tranquila, y no era su
responsabilidad el proveer nada para el negocio. De hecho,
la madre traslado su negocio al costado oeste del pueblo y
el padre renuncio a su puesto de la localidad para ayudar en
los quehaceres del negocio a la madre, mostrándose como
una honorable pareja dedicada a su independencia
económica. Jackie de repente tenia demasiado tiempo libre,
aunque seguía sintiendo esa mirada entre acusadora y llena
de rabia de la gente del pueblo, pero con el pasar de las
semanas empezó a integrarse más con las personas de su
edad y a realizar las actividades normales de un adolescente.
Por un muy breve periodo de tiempo ella pensó que quizás
podría llegar a tener una vida feliz y normal, pero no fue así.
Ante la enorme demanda de huesos y al ver los resultados y
la popularidad creciente que tenía su negocio en el pueblo,
sus padres se entregaron totalmente a este oficio. No solo
vendían los huesos, también sus derivados: los vendían en
trozos, molidos, para hacer bebidas proteínicas, pomadas,
pociones. ¡Hasta dulces de hueso vendían! El padre se
89
encargaba ahora de conseguir la materia prima. No solo
desenterraba cadáveres muy frescos, sino que buscaba
vagabundos, niños, ancianos solitarios, los llevaba hasta el
fondo de la tienda, cada vez más grande, que ahora era
prácticamente como una fábrica, y allí los asesinaba y
desollaba para luego, cada vez con más pericia, extraer hasta
el último hueso de sus cadáveres. La fábrica de huesos llegó
a ser una obsesión en sus vidas; la ambición se apodero de
sus seres y nada más en el mundo llego a importar, excepto
su negocio.
Ante el exponencial crecimiento de la tienda aparecieron las
primeras manifestaciones de desagrado y el deseo de frenar
tan singular manera de ganarse la vida de los padres de
Jackie. Se realizó una asamblea en el pueblo en donde la
gente, acertadamente, relacionaba la desaparición de
personas con el siempre disponible producto de la tienda de
huesos, El alcalde si bien no los pudo acusar directamente al
no tener pruebas, dejo entrever que si estas desapariciones
continuaban, todo el peso de la justicia no se haría esperar
90
sobre los responsables, y mientras decía esto miraba
fijamente a la pareja de emprendedores, los cuales
abandonaron la reunión ese día, pesarosos, asustados y con
la cabeza gacha. Jackie no quiso acompáñalos hasta la tienda
y prefirió irse sola hasta la casa.
Hacia la medianoche, Jackie se despertó exaltada y fue a
buscar a sus padres en la habitación, pero no los encontró.
Se fue directo a la tienda, la cual tenía las luces encendidas.
Al entrar vio al fondo a sus padres trabajando arduamente,
al aparecer tenían bastantes pedidos por entregar, por lo cual
no quiso advertirles de su presencia y se devolvió a su casa,
en medio de la noche fría.
Justo al caer la madrugada, Jackie volvió al cuarto de sus
padres para descubrir que no habían vuelto aún. De nuevo
se dirigió hasta la tienda. Al entrar, el silencio total reinaba
en el lugar. Avanzo hasta el fondo donde encontró una
escena que jamás olvidaría: El padre estaba sentado, con un
91
cuchillo de destazar cerdos en la mano, cubierto talmente de
sangre. Una pila de huesos frescos y con restos de carne
yacían a su lado. ¡Cual tremenda fue la sorpresa de la chica
al descubrir que estos eran los restos de su madre! El padre
la miro con la mirada desquiciada y le dijo que aún le hacían
falta un cuerpo entero para completar el pedido. La ambición
lo enloqueció, al igual que la matanza. Vio a su hija como el
insumo preciso para terminar el lote y se puso de pie, cuchillo
en mano, dispuesto a perseguirla. Jackie corrió por la tienda,
evitando al padre enceguecido que quería matarla para
desollarla. Pero en un momento determinado, el hombre
entro de nuevo en sí y al ver lo que estaba haciendo y en
que se había convertido, miro a su hija, con lágrimas en sus
ojos y pidiéndole perdón por todo, se cortó la garganta,
quedando tirado en mitad de la tienda.
Jackie comprendió que después de todo lo ocurrido, para
ella no quedaba futuro alguno en ese pueblo. Después de
los tramites policiales y el entierro e sus padres, cuyas
92
tumbas fueron profanadas tres noches después del sepelio,
la chica abandono aquel lugar, dirigiéndose a la capital, en
busca de un mejor futuro. Años después llego el rumor al
pueblo que había tenido un accidente en una moto. Nunca
se supo nada mas de Jackie...
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LAOCOONTE
El tiempo se va, se extingue, cae de bruces y muere. La
obscuridad inherente llena nuestras almas de una particular
y tenebrosa alegría. Despidamos a los muertos que a nuestro
lado están. Levantemos la mano para despedirnos entre
expectación y éxtasis. Eso le decía Laocoonte a sus dos hijos.
Y continuaba: Saludemos a la dama de la noche, propietaria
de las tormentas, el manto negro y las fantasías. Uno de sus
hijos intentó moverse, pero descubrió que su emoción estaba
atada a su alma deambulante. Las tinieblas primales eran las
que abrigaban el invierno. Eran tan frías que los abrazaba
congelando sus almas. Estaban iluminados, riendo
entonadamente al unísono. Pasaban por los valles desolados
y descendían en sus pesares, saludando a aquellos que creían
amar, y a los que carecían de amor también. Vieron las hileras
de seres que besaban a la muerte día tras día, arrastrando
94
su interminable purgar sobre el suelo muerto. El viento
congelado daba su beso en sus mejillas como una caricia de
rosas marchitas. Laocoonte entonaba los acordes de su voz
en el sonido más calmo: el silencio. Sus cuerpos estaban
mientras tanto encendidos en una habitación, iluminándola
sincronizadamente. Las aves negras de la luna les darán
descanso a sus almas, la luz negra de sus días alumbrara sus
venas vacías de sangre. El caballo traidor los mira ocultando
con malicia su secreto develado y mal interpretado.
Laocoonte desde el más allá lo observa con la certeza, ahora,
que tenía la razón. Sus hijos observan a su padre con respeto
y a la figura con rabia infinita. El final será devastador. La
ciudad ya no podrá sentir la lluvia, sus habitantes no podrán
escuchar el trinar de sus hermosos pájaros. No podrán sentir
su pena. La vida asume el lustre de su sombría quietud, antes
de la algarabía rabiosa. Es la medianoche que suscita la dulce
pasión. Los cuerpos de Laocoonte y sus hijos están
perfumados con almizcle de traición y el morado nenúfar.
Las serpientes enviadas los devoraron sin pestañear, entre
gritos y rabia sorda, difícil de explicar. Seres aterradores
andarán a ciegas entre charcos sangrientos, la tierra temblara
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muy por debajo de donde las criaturas tumefactas
prevalecerán. Las antorchas abrasadoras limpiaran la pútrida
penumbra de las angostas calles cargadas de arrogancia y
vanidad. Laocoonte llora al ver el futuro desde su lugar
espectral. El levanto la voz para avisar. Él fue juzgado y
condenado, por aquellos que urdirán entre el estribillo
inamovible y severo del infierno. Las sombras de los muertos
se interponen entre la luz mortecina y sus siluetas. Caen las
hojas marchitas y adornan al flotar el extraño rio. Las arenas
se estremecen y se hunden con el paso de las bestias
enormes de aquel paraje de oscuridad. Las almas,
encadenadas más allá del espacio y del tiempo, intentan
ocultarse sin éxito de su presencia y son aplastadas una y
otra vez, en un ciclo de sufrimiento sin final. A su alrededor
la niebla se va escurriendo descendiendo hacia el valle de la
muerte. Laocoonte ve desde la distancia su funeral. Su
cuerpo blanco como el mármol, su mirada perdida en la
nada, la luz de las velas que los alumbran, el escandalo
inclemente de la ciudad ardiendo. La culpa se desnuda de su
vestido de orgullo y acepta con un murmullo su destino. Los
tres levantan la vista para ver todo el cielo en la medianoche
96
del sol, y las serpientes con su música en las formas del
tiempo. El insensible tiempo ha marchitado la rama de su
sociedad, agotada de todas las cosas. Entristecida desde sus
espíritus al ver su sitio caer y desaparecer. Es muy fuerte
advertir que después del orden de este mundo hay otro
orden. Laocoonte seguirá en su ruta junto a sus hijos, riendo
en concordancia y desconfiando de los griegos, así traigan
regalos…
97
ES LA
MEDIANOCHE
La oscuridad más profunda cubría como un grueso manto
en la justa medianoche a todo el pueblo. Es la noche del
ultimo día del año. Desde las casas se escucha el festejo, los
abrazos, las risas, las lágrimas. La tormenta en precisa
sincronía se desprende del cielo y sus rayos atemorizan y
apagan todo vestigio de celebración. La planta eléctrica del
pueblo sucumbe ante tan teatrales descargas y se va la luz
en todos los hogares. La música se ha apagado y ha sido
reemplazada por el sonido de la lluvia que cae sobre toda
suerte de tejados y superficies, generando tonos monótonos
y abrumadores. Otto estaba pasando la festividad en casa de
un amigo, y no alcanzo a irse hasta la suya, que quedaba en
las afueras de pueblo. Se vio obligado dada la circunstancia
98
a permanecer encerrado en la casa de este último y a falta
de algo mejor que hacer, e influenciados por el clima y el
ambiente oscuro de los primeros minutos del nuevo año,
decidieron hacer una sesión espiritista, una práctica en la que
el amigo de Otto, quien respondía al nombre de Hermann, y
quien insistió hasta convencerlo, era muy versado. Decidieron
cazar algún espíritu al azar, ya que después de charlarlo
varios minutos, no llegaron a un común acuerdo sobre quien
llamar puntualmente para el experimento. Después de
realizadas las minucias del proceso empezaron a escuchar
una voz que venía de las entrañas mismas de la inquietante
oscuridad que se adivinaba más allá de la lumbre de las velas
y que se lamentaba quedamente, pero sin responder a
ninguna pregunta de sus consultores. A cada una, solo un
quejido o un lamento largo era toda la respuesta. En alguna
de estas preguntas, el espíritu contesto:
- ¡Esta noche no!
99
Otto, que hasta ese mismo instante había sido más bien
escéptico con las facultades de su amigo en cuanto a temas
extraterrenos, permanecía inmóvil en su silla, impresionado
por lo que estaba sucediendo, pero curioso al mismo tiempo,
lanzando preguntas, pero con un mal presentimiento en su
adentro, al saber muy bien que no se debe jugar con fuerzas
desconocidas. De un momento a otro, ante un lamento de
aquel espíritu que no se sabe por qué llego a visitarlos ante
la convocatoria, todas las luces de las velas dentro de la
vivienda se apagaron y los dos, en medio de las tinieblas,
mientras la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba
agresivamente, quedaron petrificados en sus sillas, presas de
un terror indescriptible. Otto reacciono como pudo y salió a
correr a tientas en medio de la oscuridad por aquella casa,
tropezando y cayendo, guiado solo por los breves intervalos
de luz que brindaban los rayos afuera, solo para darse cuenta
que después de dar algunas vueltas sin encontrar con suerte
la salida volvía siempre al mismo cuarto donde su amigo
estaba sentado, en completa calma. Hermann suspiró y,
bebiendo un trago de aguardiente se dirigió a su amigo y le
dijo:
100
-No debes temer. En mi experiencia te digo que es inútil
sentir ese miedo y ese deseo de escapar. Siéntate y respira
profundo.
Otto seguía horrorizado y en su cabeza las palabras del
espectro: "Esta noche no" Seguían dando vueltas hasta que
el mareo le llevo a vomitar la cena que había devorado
minutos antes. Sentía que no podía respirar bien, sudaba
copiosamente, no soportaba las tinieblas en las que estaba
envuelto. Intento encender un fosforo con manos
temblorosas, sin éxito alguno. Lo intento con uno, dos, tres,
pero no había caso. No pidió rastrillarlos contra la caja. Gritó,
intento de nuevo buscar la puerta que daba a la calle, al
fracasar de nuevo y volver a la habitación, lleno de horror y
de desesperación, cerro sus ojos. Luego se desmayó.
No supo cuánto tiempo paso y al volver en sí, vio una luz.
De nuevo las velas estaban encendidas y eso lo tranquilizo
un poco, en medio de la confusión. Estaba sentado en la
101
mesa, y su amigo continuaba frente a él, sentado, bebiendo
largos sorbos de aguardiente. La voz ya no se escuchaba ni
los lamentos. Pero algo lo asusto de nuevo: En la mitad de
la habitación ahora había un féretro. Hermoso, a decir
verdad, de caoba brillante, lleno de adornos, detalles,
acabados. Un ataúd magnifico realmente. Dentro de él,
alguien de buena talla, cabría perfecta y cómodamente. En
ese momento el reloj marco la hora en punto: Medianoche.
Y una vez más la escena se repitió. Una voz pronuncio las
palabras: "Esta noche no" y de nuevo las velas se apagaron
y la tormenta volvió a hacerse sentir afuera en el pueblo y
los rayos con su vigor aderezaban el valle y Otto corría ahora
más afanado que antes, buscando a tientas la puerta de
salida, solo para descubrir que volvía una y otra vez a la
habitación, chocándose con la mesa, las sillas y ahora el
féretro de caoba fina y esplendidos acabados. En uno de esos
ires y venires choco fuertemente su cabeza contra un muro,
y cayo derrumbado e inconsciente al suelo.
102
La lluvia continuaba el concierto de aquella noche sin
conocer pausa. El viento recio mecía sin compasión los
nogales y los eucaliptos. Otto despertó de nuevo, aturdido
por el golpe que se propino en su infructuosa huida. De
nuevo las velas estaban encendidas, pero ahora la escena se
volvía mas macabra: Estaba dentro del féretro. De un brinco
salió presa del temor y la confusión. Hermann lo miraba
fijamente, pero no pronunciaba palabra. Otto necesitaba
escapar, no podía quedarse allí. Pero ¿adónde ir? ¿Cómo salir
de aquella situación en la que estaba metido? Una idea cruzo
rauda y veloz por su mente: tomo una de las velas y sin
pronunciar palabra a Hermann salió de la habitación
alumbrándolo todo. Bajo las escaleras y observo la puerta.
Tomo la chapa y la giro. La lluvia caía fuertemente pero ya
no le importaba, ¡Estaba afuera! Al dar un paso la vela se
apagó. Otto la arrojo y arranco a correr, sin mirar hacia atrás
en ningún momento, decidió a llegar a su casa lo más pronto
posible. Atravesó las calles oscuras y frías, adivinando el
camino a través de los rayos que caían fuertemente sobre la
tierra. Llegó por fin a las afueras del pueblo y comenzó a
subir un antiguo camino de herradura hacia su morada. No
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Es la medianoche - Rafael Bejarano

  • 1. 1
  • 3. 3 El gato, la casa vacía y la vida 4 Manzanas Podridas 21 No importa si todos morimos 32 Octubre 39 La sombra colgante 43 Delirio 55 El caso Alejandro 59 Huesos Store 81 Laocoonte 93 Es la Medianoche 97 El descenso de Dafne 106
  • 4. 4 El gato, la casa vacía y la vida Hay canciones que no se dejan escuchar, libros que no se dejan leer, personas que no se dejan conocer, amar, incluso odiar. También existen pensamientos que no se dejan expresar. Hay amores que mueren de noche en nuestra mente, mientras nos imaginamos parados enfrente de ese ser con el que fantaseamos estar, diciéndoles adiós, clavando profundo nuestra mirada en sus ojos. La manía de soñar y fantasear con nuestro pasado y cambiar las situaciones, las decisiones, las formas en las que actuamos y fuimos, una y otra vez. El peso de nuestros pensamientos puede ser tan
  • 5. 5 aplastante que en algunas personas el volumen de estos no podría ser medido por ninguna bascula industrial. La parte oculta, nuestro ser interno, pocas veces es expuesto al exterior. Hace poco, en un atardecer de mitad de año, estaba sentado junto al enorme ventanal de mi oficina en el norte de Bogotá. Después de varios meses de una enfermedad que afectó gravemente mi garganta, me sentía lleno de vitalidad y con el retorno de la posibilidad de salir a las calles y a los bares, después de la tremenda cuarentena impuesta por culpa del virus Eidolon, sentía esas enormes ganas de deambular, salir a tomar unas cervezas, aunque ya no podría volver a fumar, pues los médicos fueron muy claros de los riesgos a los que me expongo si vuelvo a agarrar el vicio. Mi garganta no soportaría otra situación como la que viví, de nuevo. Durante todo el tiempo que duro el encierro lo que más extrañe de salir a tomar fue fumar. Y ahora lo tengo prohibido. Pero, en fin, el solo hecho de respirar era un disfrute, una razón de gratitud con la vida, así que, no estaba tan mal. Incluso hasta el hecho de empezar a recordar generaba ahora en mi un
  • 6. 6 extraño y culposo placer, siendo yo siempre un declarado ser anti nostálgico. Pero ahora sentía un interés renovado, inquisitivo, hacia todo lo que construyo mi pasado. Sin un cigarro en la boca y un problema de circulación en mis piernas, me las arregle para pasar gran parte de la tarde, recorriendo por aquella zona de la capital algunos lugares que frecuente mucho en mi juventud, sobre todo la ruta hacia la antigua casa de un compañero del colegio que vivió por allí hace unos veinte años más o menos. Escuchando post punk en los audífonos, me dispuse a hacer de nuevo ese recorrido hacia aquella morada, recorrido que hice muchísimas veces en mis frecuentes visitas a aquel amigo con el que compartíamos música, literatura, charlas y otras amistades en común. El sector era muy tranquilo, de casas grandes, algunas bastante ostentosas en verdad. A medida que transitaba, la memoria del lugar se adhirió a la memoria de mi cuerpo y el silencio y la tranquilidad del sitio me llevaron de vuelta a mi yo del pasado, despreocupado y ladino. Las casas se veían silenciosas, solo uno que otro anciano era pescado por mi vista ágil cuando lo descubría
  • 7. 7 mirando hacia la calle a través de los cristales velados por la niebla de la tarde invernal. Dichas calles llevaban a una de las principales avenidas de la ciudad, y durante todo el día se podía ver bastante actividad de gente y automóviles por doquier. Al acercarse la noche, la afluencia aumentó y cuando se encendieron los faroles se pudo ver una animada y continúa cantidad de personas pasando afanados ante mí. Decidí derivar hacia un bar que estaba en el lugar y que yo no conocía, pues en los años en los que hice parte del ecosistema de aquel sitio, no existía. Empecé a beber cerveza con la calma del que no tiene afán de ir a ningún lugar. Cuando reaccione ya era muy entrada la oscuridad, empezando a bordear la medianoche, en realidad. Quede un poco perplejo pues hacia demasiados años que no estaba yo a esa hora en aquellas calles, aunque la gente seguía viéndose pasar y los locales estaban movidos y muy animados ciertamente, y el hecho de poder volver a ver tanta gente, como antes del encierro de la cuarentena, me llenó de una emoción deliciosamente nueva. Decidí relajarme y me deje llevar por el alcohol y la contemplación
  • 8. 8 de la escena exterior. No estaba interesado en prestar atención a nada o a nadie en particular. Miraba hacia la calle y a los grupos de gente que departían ruidosos, con sus cervezas en lata en la mano, hablando de sus asuntos o de tonterías sin importancia, yo pensaba en ellos desde el punto de vista de su relación grupal, y recordaba cuando yo hacía lo mimos con mis amigos, en el pasado. Después pasé a los análisis más específicos, escudriñando casi con morbo sus personalidades, aspectos físicos, maneras de vestir, actitudes y formas de hablar. Mucho eran personas tranquilas, con vidas comunes y corrientes, nada espectacular o particular que distinguiera sobre el resto. Algunas personas pasaban al lado, notablemente cansadas, pues seguramente volvían a sus casas después de un día demasiado largo. Fruncían el ceño y se alejaban de los grupos y el bullicio, no parecían molestos, solo apurados en llegar a su casa. Otros, en cambio llegaban para unirse al ambiente festivo, hablando y bebiendo en un deseo casi inconsciente de estar en el mismo ritmo y humor que los demás. A medida que avanzaban en las rondas de bebidas se redoblaban sus gesticulaciones, mientras lo meseros de los bares y las tiendas los atendían
  • 9. 9 con paciencia, aunque con una sonrisa forzada y una mirada ausente, sola buscando atenderlos pronto y esperar que el reloj avanzara en su jornada nocturna. Algunos clientes ya estaban empezando a ponerse evidentemente ebrios y caminaban hacia el baño y se chocaban tambaleantes con alguno, deshaciéndose en disculpas hacia los afectados, mareados y llenos de confusión. Aparte de esto, no se percibía nada distintivo entre aquella cantidad de gente. La manera de vestir de todos, era en general decente. Eran sin duda personas del común, comerciantes, empleados y estudiantes. La gente ordinaria de la sociedad; Personas que trataban de distribuir su tiempo de la mejor manera, gente ocupada, interesada en ser responsable. Nadie llamo en realidad mi atención. A medida que la noche avanzaba, también empezó a ser más intenso mi interés por aquel lugar; no sólo el aspecto general de las calles y las casas, que habían cambiado un poco, como era natural en veinte años, sino que los resplandores de las luces de la ciudad, débiles al comienzo, ganaban brillo a medida que la oscuridad se hacía más intensa y ofrecían un
  • 10. 10 panorama general agitado y deslumbrante. Todo era oscuro y, sin embargo, exquisito. Esos raros efectos de la luz a esa hora de la noche y las cervezas que me tome, me obligaron a escudriñar más a detalle cada uno de los rostros de la gente, aunque la realidad empezó a girar ante mí, en un claro mareo de ebriedad, que me impedía fijar más de una mirada a cada persona, aunque a veces solo baste una mirada para leer la historia de alguien en sus ojos o en su osamenta. Decidí salir de aquel lugar pues ya era pasada la medianoche y no estaba bien que yo estuviese por allí, pues tenía que caminar un buen trecho hasta llegar a la otra calle principal, en donde yo tomaría el transporte a la casa, sin contar con que en realidad no sabía si a esa hora aún estaba operando el servicio. En medio de mi evidente borrachera, equivoque el camino y empecé a transitar entre cuadras, cuando de repente y sin darme cuenta, llegue a la que era la antigua casa de mi compañero de colegio. La casa estaba abandonada, pero reconocí cada ventana, la puerta, la reja, todo. Al frente aún existía una suerte de capilla
  • 11. 11 mormona. De inmediato los recuerdos se agolparon en mi cabeza, incontenibles. Esa casa tenía mucha música, mucha tertulia. Quería fumar. Necesitaba encender un cigarrillo, pero por allí ya no había locales abiertos, y menos mal pues yo sabía, por más ebrio que estuviese, que no debía hacerlo. Me quedé unos instantes más parado allí, reconociendo esa parte de la ciudad que hizo parte de mí, cuando de pronto vi que de una de las rendijas de aquella casa vacía salía la silueta oscura de un gato. El animal salió, se detuvo, observándome con sus enormes ojos que alumbraban en la oscuridad. Su presencia tomo toda mi atención, a causa de la tremenda singularidad de su expresión. Jamás había yo sentido nada tan particular a la sensación que me produjo esa expresión. Hasta la borrachera desapareció de mí de ipso facto. Mi primera idea fue tratar de analizar esa sensación que yo había experimentado, una sensación de miedo, de soledad, de angustia, pero también de curiosidad. «¡Qué Hace un gato negro en una noche tan oscura justo en esa casa vacía!», me dije. Nació entonces en mí un infrenable deseo de observar que más hacia este gato, de quedarme allí parado si era preciso. Pero entonces el gato atravesó la
  • 12. 12 reja y empezó a deambular por el andén, aunque algún movimiento mío debió asustarlo pues volteo a verme y arranco raudo y veloz por la calle, conmigo detrás, corriendo, hasta que lo perdí de vista. Después de avanzar algunas casas y un parque terminé por encontrarlo. Lo seguí de cerca, muy quedamente, silencioso, a fin de no llamar su atención. Tenía ahora una buena oportunidad para observarlo y analizarlo con calma. Era completamente negro, desnutrido y se le notaba como muy débil. Parecía como si el pobre animalito hubiese vivido toda la vida en las calles; pero, cuando la luz de un farol lo alumbro de lleno, pude advertir que su raza era siamesa, muy fina realmente. Este descubrimiento llamo aún más mi atención por el felino y decidí seguirlo sin importar donde fuese. Corría ya la una de la madrugada, la llovizna empezó a cubrir mi paso y el horizonte. La niebla que recorría aquellas calles alargadas termino por convertirse en lluvia. El cambio de tiempo produjo un extraño efecto en el animal, que volvió a agitarse y se fue corriendo para ocultarse bajo un árbol de aquel parque desolado. Las gotas comenzaron a caer al suelo
  • 13. 13 cada vez más fuertes e intensas. Por mi parte la lluvia no me interesaba mucho; Me puse mi tapabocas, elemento de uso obligatorio desde que se descubrió el virus, y seguí acercándome al gato. Este se quedó agazapado mirándome y luego observando la tormenta. Yo me acerque lo suficiente para poder contemplarlo, pero sin asustarlo, pues no quería que el animal saliera a mojarse sin necesidad. Durante casi una hora el gato estuvo allí, bajo aquel árbol, tratando dificultosamente de no mojarse, y yo seguía allí, a unos metros, empapado pero decidido a no dejar que se alejara y se me perdiera de vista. Después de un rato el gato se olvidó de mi existencia y ya no me volteo a ver más. Cuando la lluvia ceso un poco, el gato se dispuso de nuevo a avanzar, caminando lentamente por los andenes encharcados, se detenga a veces a oler alguna puerta o a observar a través de alguna reja de jardín, auscultando con sus ojos brillantes la oscuridad o parando sus orejas si percibía algo. Lugo avanzaba de nuevo. Así avanzamos a la par, cruzando calles y avenidas las cuales ya no estaban para nada concurridas, pues la lluvia envió a todo el mundo a la casa, parecía como si en toda la ciudad los dos únicos seres que andaban en la
  • 14. 14 calle eran ese gato y yo. Llegamos finalmente a un cruce de carriles y de inmediato me di cuenta que el felino cambio su actitud. Caminaba más rápido, de manera más decidida que antes, y me llamo la atención que no giraba hacia ningún lado, cruzó calles y avenidas muy rápidamente y sin un propósito aparente; solo avanzaba más y más rápido, tanto que me sentí casi como trotando detrás de él. Entonces de imprevisto volteo en medio de las sombras por una calle larga y llegamos hasta una rotonda donde empezamos a dar la vuelta. A todas estas, estábamos andando por la mitad de la calle, aunque no importaba, pues no se veía ni se escuchaba por allí vehículo alguno. Después de girar, el gato tomo otra calle recta y continuamos así casi una hora más, por calles con altos árboles y eucaliptos ya sin hojas, cuando me di cuenta, estábamos de nuevo cerca al parque donde estuvimos antes. Un nuevo cambio de dirección nos llevó a un condominio de casas hermosamente iluminadas, elegantes, prístinas, rebosantes de vida. El gato tomo entonces su forma más primitiva. Se dejó caer de bruces, empezó a girar y a estirarse de una manera rara y hasta graciosa. Fue entonces cuando me volteo a ver de nuevo e
  • 15. 15 hizo como un gesto de rabia, extrañamente con el entrecejo fruncido, mirándome y mirando a la calle por turnos. Comenzó una vez más a avanzar, pero ahora lo hacía entre los jardines de las casas, lo que complico mi misión de seguirle, pues tenía incluso a veces que meterme dentro de los jardines de esas casas para poder ver por donde salía o hacia donde seguía. El gato se abría camino con fuerza y determinación entre las hojas. Llamo mucho mi atención que después de darle casi toda la vuelta al condominio, regreso de nuevo al lugar por donde habíamos entrado. Y mucho más el hecho que después de volver a arrojarse al suelo y rodar, hacer el mismo periplo de nuevo. Así lo hizo un total de tres veces, en las cuales solo en una ocasión volteo a ver si yo aún le seguía y después de asegurarse que yo aún iba detrás de él, continuo imperturbable en su ciclo. Otra hora transcurrió de esta forma, Después de la última vuelta al condominio, salió por un callejo angosto y desierto que daba a la parte de atrás de otro parque, más siniestro que cualquier parque que yo allá visto a esas horas de la madrugada. El viento frio parecía tragarme como la boca de
  • 16. 16 un dragón sin ojos. Solo sentía que me devoraba desordenadamente. El gato estuvo allí, oliendo las raíces de los árboles, las bancas vacías y buscando comida en las canecas de la basura. Durante la hora y media aproximadamente que pasamos en ese lugar aproveche para sentarme en una de las bancas y descansar. El gato iba y venía, pero desde donde yo estaba podía tener una visión panorámica muy completa el lugar y el gato no se me perdió nunca de vista. Mientras lo observaba me sentía lleno de asombro por mi conducta, pero a pesar de esto yo seguía resuelto a no perderle movimiento alguno hasta satisfacer mi curiosidad. Aunque en realidad ya ni sabía curiosidad de que exactamente. Mi reloj dio las cuatro de la madrugada y empecé a ver de nuevo vida en aquel lugar. Luces que se enciende en alguna casa, algún ruido de un auto que avanza en la distancia, una puerta que suena al descorrerse los cerrojos. La ciudad en poco comenzaría de nuevo su infatigable y ruidosa rutina. El gato dejo de deambular y de nuevo empezó a caminar. Su periplo me llevo por calles que yo no conocía, la verdad a esas alturas me encontraba totalmente perdido, aunque en ningún momento tuve miedo
  • 17. 17 por esto o por mi integridad, pues es bien sabido que la ciudad a esa hora no es recomendable para una persona solitaria en la calle, pero la compañía de aquel gato me daba esa sensación de seguridad que uno tiene cuando está afuera, pero con alguien, con otra persona. A la débil luz de uno de los escasos faroles, se veían altos, antiguos y venidos a menos, caserones de madera, con sus techos peligrosamente ladeados, de manera rara, como un cuadro expresionista e la primera etapa. Las losas del pavimento estaban algunas fuera de su lugar, arrancadas por el peso de los enormes autos que por allí transitan. La basura se acumulaba e las enormes canecas que había colocado el distrito para que la gente ya no tuviera que esperar el paso del camión recolector. Toda la escena estaba impregnada por una extraña sensación de desolación. Sin embargo, a medida que avanzábamos los sonidos de la vida humana crecían gradualmente y al final nos encontramos de nuevo en la zona comercial, donde se podían observar algunos borrachines tambaleándose de un lado para el otro. El gato pareció reanimarse nuevamente, como una vela cuando su cabo está a punto de extinguirse. Otra vez echó a andar con largas
  • 18. 18 zancadas. Al llegar a una esquina, giro de manera diametralmente opuesta, y paso junto a mí, sin importarle ya mi presencia. Pude sentir su contextura al frotarse por un leve instante con mi pierna. En eso una luz brillante nos golpeó y me di cuenta que estábamos frente a la enorme entrada de una bodega que al parecer empezaba ay sus actividades diarias. Faltaba ya poco para el amanecer, pero un grupo de obreros entraban y salían por la enorme puerta. Maullando indiferente el gato se abrió paso hasta el interior, sin llamar la atención de nadie, solo de mí, que me quede parado si poder avanzar más en mi tonto plan de seguirle. Sentí una rara frustración de no poder continuar con el gato y ya estaba alejándome de allí cuando un súbito movimiento de un camión avanzando hacia aquella bodega hizo que el gato saliera de allí corriendo dando grandes brincos e internándose de nuevo entre las calles del barrio, mientras yo, con una energía casi demoniaca volví sobre sus pasos. El animal corrió rápidamente y por un largo trecho mientras yo lo seguía, en el colmo de mi locura, decidido a no abandonar algo que me interesaba demasiado y sin ninguna razón sensata. Salió el sol mientras el gato y yo continuábamos
  • 19. 19 andando y fue entonces cuando me di cuenta que estaba ensimismado en el animal y ni siquiera levantaba la cabeza, lo cual hice, y cuál fue mi asombro cuando me vi de nuevo frente a la casa abandonada de mi amigo. El gato observo la puerta, me volteo a ver, maulló largamente y después continúo caminando como cuando empezó la aventura a la medianoche, y yo lo seguí terco en mi propósito. Y así estuvimos andando de un lado para el otro, y durante todo el día no me aleje de aquel maldito animal, y no dejamos de transitar por las calles, esta vez, repletas de transeúntes, de tráfico, de obstáculos de toda naturaleza. Y cuando llego de nuevo la enorme oscuridad de la segunda noche, caí en cuenta que me sentía absolutamente cansado, destruido, con hambre y con sed. Me detuve y me senté en un andén y la sorpresa fue mayúscula porque de nuevo estaba frente a la casa abandonada, la misma que había parido de sus entrañas al maldito gato, que se detuvo cuando yo lo hice, y nos quedamos allí como dos seres sin alma, mirándonos fijamente a la cara. Luego el gato volteo a mirar a otra parte, y sin importarle en lo más mínimo mi bienestar o mi suerte reanudó su interminable paseo, mientras que yo, sin un
  • 20. 20 átomo de fuerza o ganas de perseguirlo, me quedaba sentado en aquel andén, como una esfinge, observándolo alejarse de mí. El animal se negaba a detenerse, era como el simbolismo de la vida, que continuaba su marcha, impertérrita, indetenible. No tenía sentido continuar siguiéndolo, pues nada más viviría la vida de él, y me condicionaría a sus decisiones y acciones. Cada quien tiene que vivir su vida y la mía no era la vida de un gato, por más que la porfía me obligara a seguir a uno. Por un momento me sentí como un hombre aturdido por una increíble revelación.
  • 21. 21 Manzanas Podridas Llegamos juntos al cementerio. Eran las diez de la noche. Ana estaba constantemente intranquila, era una persona racional, tradicionalista, de buena familia. No le gustaba nada que se saliera de la norma. A mí me daba igual, podría incluso vivir allí si se me daba la gana, siempre fui un vagabundo, un perro de la calle. El pueblo tenía su cementerio casi en las afueras, antes fue así, pero el crecimiento y la migración hicieron que ya no fuera el último extremo del pueblo, pero si conservaba su viento frio y esa sensación extraña de que a veces sientes
  • 22. 22 que alguien te observa. Siempre tuvo una energía rara el cementerio, pero nunca tuvo una sensación de paz. Jamás. Ana se acomodó como pudo, envolviéndose con su enorme abrigo y recostándose junto al enorme muro blanco que por el otro costado tenia las bóvedas de los difuntos de una acaudalada familia que compro toda la sección para depositar allí los restos de los que llevaran su apellido, exclusivamente. No miraba hacia ninguna parte, solo tiro hacia atrás su cabeza y entrecerró los ojos. Nunca la vi tan eterna, y a la vez, tan real. Estábamos en pleno noviembre. El invierno hizo del cementerio un compendio de barro, frio, olor a flores descompuestas y soledad. Mucha soledad. Las aguas se convirtieron en el obstáculo final que tendrían que hacer los difuntos en su último viaje. Ana encendió un cigarrillo para exorcizar las sombras. Yo me quedé observándola y le dije: —Dicen que en este cementerio asustan
  • 23. 23 Ana me miró fijamente y me contesto: —Como en todos. — ¿Sera que en todos los cementerios asustan? Ana aspiro profundamente el humo de su cigarrillo y antes de arrojarlo acoto: —Solo en los que hay gente para asustar... — ¿Sera que se nos aparece la muchacha muerta? — Pregunte Ana intento ocultar su incomodidad de estar allí y haciendo una mueca despectiva contesto: — ¿Nunca te han asustado? — ¿Un muerto? No
  • 24. 24 —A mí una vez —respondió Ana con voz lúgubre—. Solo te digo que será mejor que te asegures de que la tapa de su ataúd está bien cerrada. Nos quedamos en silencio un momento, mirando hacia la nada, con nuestras rígidas expresiones en nuestros rostros. Por un momento se me cruzo la idea de ir a cerciorarme, pero la abandone de inmediato. —Todos en el pueblo apuestan que esta noche la muchacha se levantara y nos buscara a todos. ¿Eso no te parece raro? — ¿Como un muerto viviente? Ana me miro con ojos excitados. Encendió otro cigarrillo y se limitó a contestarme: —Exactamente.
  • 25. 25 Decidí ir a dar una vuelta. No tenía miedo, o no tenía miedo como se conoce normalmente. Era una sensación de intranquilidad, no me sentía cómodo, pero no tanto como para salir corriendo de allí. Mientras tanto, Ana saco su libreta, su lápiz y comenzó a escribir sobre zombis, fantasmas y muertos. Necesitaba adentrarse en los lugares sobre los cuales escribía. Los arboles del cementerio en medio de la oscuridad parecían de plástico. La lluvia iba y volvía intermitente, fue entonces que percibí que todo estaba en silencio. El silencio más contundente que allá yo escuchado en toda mi vida. Lo que ocurrió con aquella muchacha fue un asunto terrible, nos enteramos de lo ocurrido en la puerta de la funeraria, el día del velorio, pero por la mañana, antes que llegara la gente. Decían que esa muerte traería mala suerte a todo el pueblo, que esas cosas nunca habían ocurrido, que todo era culpa de la madre, en fin. Después del entierro todos en el lugar se encerraron en sus casas, se cercioraron que las ventanas y las puertas estaban totalmente trancadas, y se encerraron en sus habitaciones a
  • 26. 26 rezar. Así, por ocho noches seguidas. Hoy es la novena y última noche. Escuchamos historias raras en el desayuno, como que hoy la muchacha volvería por venganza, que nadie se salvaría, que todos moriríamos esta noche. Nadie salió hoy después del mediodía, nadie, excepto Ana y yo. Yo no sé de dónde venía Ana. Llego una tarde al pueblo, yo la vi bajarse del transporte, con su hermosa maleta y sus lentes de sol, gruesos, de carey. Parecía una escena de una película muda de principios del siglo veinte. Recuerdo la forma en que iba maquillada esa vez, era la misma de esta noche Eso hizo que me estremeciera un poco. Parecía una señal de despedida. Sus ojos estaban perfectamente bordeados de negro y sus labios pintados de color carmesí. Su blanca palidez resaltaba aún más en medio de la noche. —Ana, quizás no deberíamos hacer esto — Le dije como por hacer conversación — Yo estoy de acuerdo. Pero aquí estamos
  • 27. 27 —Sí, pero estar custodiando una tumba no es un buen plan para un viernes por la noche... No era lo que tenía en mente precisamente. — Dame una hora más, creo que ya atrapé algo — Contesto mientras seguía escribiendo frenéticamente en su libreta — ¿Y si la chica realmente revive? — ¡Eres demasiado tonto si en realidad crees eso! Se supone que la que no quería venir era yo.... — Me contesto sin dejar de escribir Yo emboce una sonrisa falsa, como casi todo lo mío — ¡Por aquí debe ser! —dijo una voz entonces de repente. Ana y yo nos volteamos entonces a ver, confundidos. Nos escondimos rápidamente detrás de unas bóvedas abandonadas y vimos a un grupo de hombres, armados, con antorchas, que se acercaban rápidamente a la tumba de la muchacha, alcanzamos a movernos sin ser vistos por cuestión
  • 28. 28 de segundos. Llevaban botellas de licor, eran Algunos granujas que habían ido hasta allí con la intención malsana de jugarle una broma a todos en el pueblo. Uno de ellos llevaba una pala y comenzó a cavar rápidamente, en un evidente intento de desenterrar a la chica. — ¡Rápido! ¡Con energía! No quiero estar acá mucho tiempo — Dijo uno de ellos — Cuando mañana se den cuenta que el cadáver no está, se van a volver locos — Dijo otro de voz muy delgada Ana y yo seguíamos ocultos. El grupo se repartía la tarea de ir cavando mientras otros iban hasta la puerta y volvían percatándose que nadie viniera. Después de unos minutos uno de los que estaban cavando toco el féretro con la punta de su pala. —Ayúdenme —dijo entonces el vil hombre.
  • 29. 29 Sacaron el féretro del fondo de la tierra y lo dejaron a un lado. Se rotaron las botellas de licor, de las cuales todos bebieron ávidamente. Ana me volteo a ver, no dijo nada, pero en su expresión supe lo que iba a ocurrir. Con un movimiento de mi cabeza le dije que no, pero era tarde, ella, salto de donde estábamos y fue a detener aquel horrible acto. Los hombres la voltearon a ver, pero no parecían para nada sorprendidos de verla allí. La tomaron e las manos y las piernas y la levantaron rápidamente. Yo entré en acción pero sentí que alguien me sujeto. No eran los gandules que habían entrado al cementerio, ni era tampoco ninguna suerte de fantasma o zombi. Pero estaba tan oscuro que lo único que vi brillar en medio de aquellas tinieblas eran dos pupilas, traté de zafarme como pude, pero sentí más manos que me aferraban y cada vez mis ojos adivinaban más y más pupilas al fondo, por los corredores, como una multitud. —Ya empieza —susurró entonces una voz— Quédate quieto y no digas nada. Solo observa.
  • 30. 30 Yo ni sabía qué hacer. Sentí una mano fría que me apretaba la boca para que no pudiera gritar. Otra me hizo voltear hacia donde estaba Ana. Los malandrines la tenían sujeta, pero fue entonces cuando el líder de ellos volteo a ver hacia donde yo estaba y movió la cabeza y alguien o algo resonó un silbido. Era como una señal. Yo comprendí entonces que no era algo fortuito. Todo estaba preparado. Ana fue atada, el féretro fue abierto, pero no había cadáver de la muchacha. Ana fue puesta en el fondo del mismo. Y allí fue cuando sentí el horror al ver como uno saco un puñal y lo clavo en ella, luego se lo paso a otro, que hizo lo mismo, y así sucesivamente, luego vi de entre las sombras en donde yo estaba, que más y más personas hacían lo mismo. ¡Eran todos los habitantes del pueblo! Yo pensaba: ... ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡No! Intente soltarme con todas mis fuerzas, pero todo era en vano. Tuve que soportar el ver a Ana ser apuñalada cientos, miles de veces, no sé cuánto tiempo duro todo aquello. Lo único que sé es que el pueblo entero estaba allí para hacer su sacrificio. Al terminar, enterraron a Ana en aquel ataúd y se fueron, dejándome allí, tirado y atado a mi
  • 31. 31 suerte, en medio de la oscuridad. Luego, todo quedó inmóvil. La sangre derramada por el suelo se confundía con la lluvia tenaz que caía deformando la tierra movida de donde habían enterrado a Ana. Yo comencé a gritar desesperadamente. Luego me desmayé. Cuando los enfermeros me trajeron a este asilo, todos estuvieron de acuerdo en que yo había sido declarado culpable acertadamente. Yo estuve gritando por nueve noches seguidas que habían sido las pupilas encendidas en la oscuridad las que habían acuchillado a Ana, aquella a la que todos llamaban: La muchacha.
  • 32. 32 No importa si todos morimos La luz tenue del atardecer al caer la inquietante noche en los enormes muros nos recuerda que estamos vivos. Una noche que esconde muerte, una noche roja. Éramos pocos los que estábamos atrincherados junto al enorme caserón que oficiaba de palacio presidencial. Nos mirábamos unos a otros, en silencio, bajo una ensordecedora lluvia de abril. Decidimos ser kamikazes. Decidimos ir allá a morir. El silencio en ese momento oficiaba de bandera. El temor de nuestras miradas se mezclaba con los latidos llenos de seguridad. Una lágrima corrió por la mejilla de alguien. Todos habíamos
  • 33. 33 conservado la esperanza de que aquel tirano Estado Mayor recapacitara, entendiera la legalidad de nuestras demandas. Pero, todo lo contrario. Pesaba sobre nuestras cabezas una orden de captura. Nuestras familias habían sido sometidas. Éramos como criaturas revolcándose de dolor bajo la lluvia. Nuestros amigos fueron llevados a las afueras de la ciudad y ahora estaban colgando, de cabeza, degollados. La crueldad era el sello de garantía de su famosa y conocida seguridad democrática. Cubrían los rostros de los rebeldes con bayetillas rojas, como si fueran animales muertos. El comandante estaba en la puerta del palacio presidencial. Conocía de mucho antes personalmente al presidente. Eran amigos antes de que este subiera al poder. Juntos habían trabajado para las mafias, habían abrazado con su devoción al abominable, como era conocido un expresidente que jamás quiso soltar el poder y era quien decidía quien, cuando y como debía gobernar al país. Un anciano con rostro venerable, que escondía los ojos de una bestia, que trataba a la vida como a un juguete más. Un juguete rabioso. Juntos hablan bebido, habían pasado días y también noches enteras sentados a la mesa de narcotraficantes, riendo, esnifando
  • 34. 34 cocaína, decidiendo entre pocos, el destino de todos. También a veces, habían tenido desaguisados, enfrentamientos entre ellos, se habían peleado por culpa de las diferentes maneras en las que se podía llegar a gobernar. Sus diferencias en cómo se debía actuar en todo caso gozaban de alta camaradería, y de esas concesiones finales se había forjado la manera en la que vivan, sumidos en la pobreza, la violencia y la desesperanza todos los demás habitantes de la nación. Intentamos hacer la toma del palacio. Nos habían atrapado como una rata que cae dócil en la trampa al oler el mendrugo de queso. Nos llevaron a un sótano, nos golpearon y nos llevaron a las afueras de la ciudad. No diré que perdí mi ser, pues ese ya lo había perdido hace tiempo ya, cuando la violencia golpeo a la puerta una mañana de mi infancia y vi como fuerzas legales asesinaron a mis parientes y me dejaron solo medio muerto por los golpes, dentro de un establo. Viví porque la vida es cruel, viví para hacer la resistencia, pero al final caí, no como los valientes, sino como uno más. Un desconocido. Pero ¿De qué sirve ahora recordar? ¿Para qué? ¿En medio de la violencia de qué sirve el razonamiento? El silencio es la
  • 35. 35 soledad que no habita. Todas esas cuestiones ahora se amontonaban innecesarias en mi cabeza. No hay porvenir en la pobreza, ni esperanza en el encierro cruel. Todo se había consumado. En medio de las oscuras laderas de aquella noche en la cual nos habían llevado para morir, me reconocí a mí mismo como no lo había hecho durante mucho tiempo. Durante el camino no pronuncie ni una sola palabra, ni siquiera levante mi rostro. Solo con un compañero de causa nos miramos un instante y compartimos una sonrisa, la cual desapareció de mi rostro ni en cuanto deje de verlo. La temible noche encapsulaba los rayos de plata de la luna que se filtraba impertinente en medio de las ramas secas de los árboles de aquel lugar donde nos llevaron. La sangre de mis heridas brotaba roja y tranquila escapando libre y feliz de aquel camión que oficiaba como cárcel móvil. La colina respiraba quietud, el crepitar de las hojas secas al paso de los vehículos tenían el ritmo de los corazones que iban en esos camiones, que sabían que se iban a morir, que anhelaban libertad,
  • 36. 36 aunque alto seria el precio a pagar por la misma. Solo con la vida se podría obtener, en una suerte de ironía. Entonces los vehículos se detuvieron. Las gruesas llantas levantaron el barro en su frenar y marcaron con gruesas cicatrices aquella tierra. Nos hicieron descender a todos, en orden, y avanzar entre pasto y rocas. Adivinando los pasos en medio de la oscuridad, tropezando y cayendo, a veces, incluso, siendo arrastrados, pero al final llegamos. Avanzamos todo el tiempo como en una coreografía gris, interrumpible. Destinados a seguir el designio inquebrantable de los acontecimientos. Los oficiales nos pusieron en círculo, de rodillas. Nos insultaron, nos golpearon, pero de nosotros no obtuvieron ni una sola palabra. De repente, una inesperada rebeldía se apodero de mi alma. Un arrebato ilógico que convirtió mi cuerpo en un cascaron vacío. Debilitado, me puse de pie y permanecí así ante aquellos hombres. ¿Qué le pasa a este loco? Escuche que decían aquellos oficiales. Mi arrebato de dignidad y valentía no significaba absolutamente nada. Yo no era más
  • 37. 37 que una insignificante mancha de carne de pie entre el circulo de hombres postrados de rodillas. ¡Qué aires de superioridad tan ridículos tenía yo! ¿Ante quien quería yo demostrar dignidad en esta escena? Mis compañeros estaban con la frente sobre la tierra y los verdugos no eran más que fichas, formas que hacían parte de un sistema. Hubo una suerte de mutis rara en ese momento. Nadie se movió. Nada tuvo sentido. Casi todo cobro un tono paranormal por algunos instantes. Yo empecé a sentirme n medio de un mal sueño. ¿Desde hace cuánto estaba yo en aquel sitio? ¿Que estaba ocurriendo? Pero entonces recordé todo. Yo no tenía salvación. Nada iba a salvarme. Mi destino estaba decidido y mi suerte, echada. Era mi instinto de conservación, mi anhelo de vivir, que se hacía presente y se negaba a darse por vencido. En mi inconsciencia, conservaba un oculto deseo de salir con vida de allí, de alguna manera. Quise levantar mi voz, por última vez, y decir algo, gritar con toda la fuerza de mis pulmones, pero en mi temor, pronuncie solo silabas incoherentes, un enredo de palabras carentes de todo sentido. Los oficiales entonces alistaron sus armas y me tiraron al suelo, junto a mis demás compañeros. Se dio la
  • 38. 38 orden de disparar, y yo en un último arrebato de resistencia decidí levantar la cabeza. La desesperación en mis ojos había dado paso a una mirada más nítida, más fuerte, llena de esperanza. El comandante antes de dar la orden se quedó observándome. Algo en mi entereza, en mi desesperación, en mi rabia o en mi nobleza, termino por hipnotizarlo, mientras sus hombres esperaban la orden de disparar, pero el comandante ya no podría moverse más, ni hablar, ni dormir bien de noche. Descubrió que nosotros éramos lo que él no se esperaba y ya no podía dejar de vernos, y ese fue su error, un error tan grande como sus crímenes.
  • 39. 39 Octubre El hombre solo pide que por favor se levante. Le dice que ya es hora de despertarse. El hombre solo espera que ella comprenda sus palabras. El cielo es como la ceniza, esta lúgubre, hundido en la noche profunda. Está muy oscuro y frio, pero él sabe muy bien que la mujer no lo va a entender en lo absoluto. El paisaje esta enredado, invernal y huraño. Parado a solas debajo del cielo, pide por favor que ella se levante, mientras ella espera toda la noche para que él la llame... Las hojas ya están marchitas y secas. El hombre solo siente el frío como hielo. Está muy oscuro y frio, pero él después de aquel momento no la llamará nunca más. Es una solitaria noche de octubre, que se enreda en su mirada, llena de
  • 40. 40 temor al sentir que ella se aleja. El hombre espera verla despertar y escucharla decir "Lo siento” en medio del frio más inmemorial de los últimos años. El hombre observa las horas pasar y se siente muy asustado, pero el cuerpo de la mujer continua inmóvil, y termina repleta de gotas en sus hermosos ojos cerrados. Fue cerca del profundo lago el lugar donde habitaron, esperando tan solo que fuera verano, en la región brumosa del norte, el hombre la veía dormir en una enorme cama, segura y aislada del dolor que generaba el mundo. El ya conocía estas historias desde antes, gustaba de sentarse en las tardes a contárselas, pero esos eran otros tiempos. Ahora ella estaba acostada y protegida, como el día en que el hombre la conoció. Espera que ella ahora este de acuerdo en levantarse, en medio de aquel bosque embrujado, donde el proveyó dejarla bajo un techo seguro. Recordó que ella intentaba esconderse, pero el hombre no estuvo de acuerdo con eso. Ella igual corrió a través de un laberinto interminable de cipreses en lo profundo del valle, y el término encontrándola detrás del patio de la iglesia. Ella había estado allí sentada, esperando toda la noche para sentir sus besos, pero él no llego a tiempo. El hombre estaba
  • 41. 41 vagando en la soledad de su alma y no se dio cuenta de los cambios de la noche, y cuando reacciono ya era muy tarde. La mujer empezó a sentirse adormilada, aunque intento permanecer despierta. Pero no pudo. El hombre comenzó a buscarla, la escuchaba respirar en medio de la oscuridad, y la escucho gritar antes de que llegara a donde estaba. Su corazón le palpitaba como la erupción de un volcán, y él se dio cuenta al ver su rictus de callada desesperación. La encontró con su cabeza descolgada, como las lianas que cuelgan en los ríos. Entonces escucho al silencio mientras la envolvía en una cadena de flores y rosas. Su alma, dolorida, hervía como las lavas que ruedan intranquilas por la noche, después de una erupción. La mujer estaba allí, durmiendo como una figura de mármol y él está de rodillas, rezando, esperando por oírla decir "Nunca te dejaré de nuevo" En los últimos climas de aquel paraje, la mujer seguía durmiendo como en otro mundo. Mientras el hombre lloraba, asustado, pues pensó que aquel amor duraría por siempre, y ahora estaba allí, solo, en medio de la noche, lleno de recuerdos, inciertos y gastados. Con la mirada perdida en la nada, inmerso por completo, adolorido y totalmente conmovido al
  • 42. 42 comprobar que hacia donde volteara a ver, entre montañas y planicies, entre oscuridad y frio, entre árboles y rocas, e incluso más allá de donde concluía el paisaje, sólo estaba ella…
  • 43. 43 La Sombra Colgante En medio de las grietas del techo de aquella vieja casa de campo abandonada, se alcanzaban a filtrar los rayos de la luna y también los rostros. Todos los rostros. El techo de tejas de lata resonaba como en una enorme caverna al ritmo incesante de la lluvia de aquella noche. Y en medio de aquel continuo sonido de las gotas al estrellarse en el tejado, se alcanzaban a filtrar las voces. Se escuchaban todas las voces. Las figuras dentro de la habitación tomaban una extraña forma en medio de la espesa oscuridad caldeada por aquel resplandor de la noche en medio de la tormenta. Y se podía adivinar en la pared como una especie de rostro, de ojos extraños, pero atrayentes, de facciones indefinidas pero intrigantes. Un rostro que no podía dejar de ser visto. Y esos
  • 44. 44 labios, tan particulares, en un momento dado parecían moverse, y de su movimiento se sentía como un susurro, una voz demasiado tenue. No era necesario ni siquiera intentar levantarse de la cama. El peso de la noche hacia prácticamente imposible cualquier tipo de movimiento. Lo único que quedaba era estar allí y observar. Entonces de la nada, algo rasga la escena, es una luz, primero muy opaca y después brillante, casi insoportable. Una luz que delata toda la escena: El armario antiguo y empolvado al fondo, las paredes blancas como mármol, la silla reclinada hacia un costado, la porcelana china en la mesita junto al reloj que no anda. Y entonces encima de la puerta se podía ver: Era una sombra. Una sombra colgante. Solo te podías dar cuenta que esa sombra estaba allí cuando la luz estallaba. Noche tras noche tumbada sola sobre la cama, ella veía esa sombra colgar encima del marco de la puerta. Sus ojos siempre abiertos en la oscuridad, la inmovilidad de su cuerpo, la lluvia todas las noches, a la medianoche, como una escena que se repite una y otra vez y no termina nunca. Ella no recordaba cuando fue la última vez que fue de día o que se pudo levantar de aquella cama. Todas las cosas afuera de aquel cuarto parecían tan raras, tan ajenas, tan extrañas. En realidad, era yo, que siempre tenía la misma pesadilla de
  • 45. 45 aquella chica en esa habitación. Me levantaba cansado y todas las noches soñaba lo mismo. Me despertaba a las tres menos cuarto. Empecé a dejar de dormir en la cama y me tiraba en el suelo, pero siempre justo antes de caer en el sueño sentía que había alguien o algo tirado al lado mío. Entonces me despertaba y empezaba a dar vueltas y en un momento dado ya estaba en aquella habitación, observando a la chica inmóvil y después de la luz brillante la presencia de la sombra colgante. Nunca puedo ver más allá de aquel momento. Siempre me despierto en el suelo de la habitación, con esa sensación de que algo o alguien acabo de levantarse al lado mío. Despierto cubierto en sudor, las manos congeladas y con un deseo enorme de gritar, pero con la garganta cerrada. No puedo emitir ningún sonido. A veces justo antes de caer en el sueño recurrente intento controlar mis pensamientos y moverme así sea más lento, como intentando atrapar a tientas ese alguien o ese algo que siento que está allí, pero que no puedo ver. Al principio probé dejando la luz encendida, pero me dormía igual y al despertarme siempre estaba apagada. Eso me dio más miedo y por eso deje de hacerlo. Siempre tenía a mi lado una linterna, en caso tal que en algún momento dado pudiese salir del sueño y despertar o entrar en un estado de
  • 46. 46 conciencia, encenderla y ver si era algo real lo que me estaba ocurriendo. Algunas noches sentía que algo me rozaba y me quemaba, algo tan terso que incluso parece que fuera piel, pero una piel cicatrizada. A veces sentía que era como una espalda, a veces era una presencia que estaba acurrucada en posición fetal. En mi sueño se convertía en la mujer que estaba en la cama inmóvil, cambiaba de rostro, por el de una mujer mayor que no lograba ver con claridad, mientras mi cuerpo se congelaba y entonces ella por fin se levantaba, me agarraba de la mano y se lanzaba con fuerza, atravesando conmigo el espejo. Siempre que ocurría esto yo me despertaba en la parálisis del sueño, intentando ser consiente de cada inhalación y exhalación, hasta que podía por fin moverme. Busqué la vieja casa en el campo donde se desenvolvía mi pesadilla, pero no pude dar con ella. Probablemente no existe, es solo una invención de mi cerebro. La única vez que busque ayuda de un profesional de la salud no supe cómo explicarle lo que me estaba ocurriendo y me fui de allí, temeroso de ser tomado por loco y que me emitiera alguna boleta que me impidiera ser considerado como un ser humano normal. A veces incluso sentía un poco de miedo de volver a la casa y prefería caminar por las calles del pueblo sin rumbo fijo. Una tarde,
  • 47. 47 justo antes que el sol se ocultara detrás de las colinas, iba caminando y decidí entrar al cementerio. No sé por qué, solo un impulso indescriptible me precipito al interior de aquel lugar. Caminé entre las hileras de tumbas, indiferente, cuando me encontré de frente y casi cayendo, una tumba poco profunda, justo al lado de un monumento arruinado de un ángel encorvado. Empezó a soplar un viento frio que me entumeció hasta los ojos, tanto así que no podía cerrarlos ni moverlos, se quedaron fijos observando el fondo de aquella tumba. Después de un momento pude recobrar la movilidad y me di cuenta que ya había salido la luna. El lugar no me incomodaba, era como si yo lo recordara de otra época pasada. La tumba tenía algo particular junto a aquella figura. Decidí alejarme. Los días siguieron pasando y yo estaba durmiendo menos cada noche. Los días se volvían cada vez más lentos, y mucho más lúgubres. Me encerré dentro de mí, empecé a socializar menos. En el trabajo seguía siendo efectivo y rendía como siempre, nunca fui muy charlatán, pero todos comenzaron a percibir algo raro en mí y se alejaron de a poco, cosa que agradecí pues en realidad no tenía ganas de interactuar con
  • 48. 48 nadie. En las noches seguía esperando en la luz fría, hasta que empezaba el ciclo de salir de la cama, tirarme al suelo, dormitar, soñar con la chica, la sombra, y medio despertar de nuevo. Y así todas las noches. Muchas noches. Y en el atardecer, después de salir del trabajo, me iba caminando hasta mi casa y entraba a la misma hora al cementerio y caminaba siempre por la misma hilera de tumbas hasta llegar a la tumba abierta junto al ángel. Esta situación me llevo a empezar a tener alucinaciones a cualquier hora. Una vez en el parque del centro vi a una señora sentada en una banca que empezó a convertirse en una serpiente que se partía en dos por la cintura y a la mitad sin cabeza le aparecía una, yo como siempre trataba de gritar sin éxito alguno mientras la serpiente desgarraba mi ropa, los arboles se estiraban hasta el cielo y de sus raíces veía salir reptiles que lentamente me acechaban. Otro día estaba en un restaurante y el camarero de repente se quitaba la cabeza y brotaban incontenibles arañas en su interior y la tierra se resquebrajaba, las ventanas se apagaban y comenzaron a reírse. Veía los edificios y los bloques se fracturaban y caían inundando de polvo y escombros todo a su alrededor. Estas alucinaciones al principio esporádicas, comenzaron a volverse parte de mí día a día. Yo en esos trances solo sentía como apretaba los
  • 49. 49 labios. Era como tener una diaria visión del infierno. Mi aspecto también entro en el rigor de mis nuevas dinámicas. Mi rostro albergaba un extraño y desquiciado bigote y mi peinado desordenado enmarcaba unos ojos que ya no tenían brillo. Me reí en el espejo por primera vez en casi un año al ver en lo que me estaba convirtiendo. Es como si mi ser fuera un fruto del mal. Y no estaba pidiendo ninguna absolución Entre pesadillas, alucinaciones, abulia y depresión me entregue de lleno a mi espiral descendente. Una noche estaba decidido a romper con el ciclo y no ir a casa. Entre en una cantina de mala muerte donde algunos personajes sombríos jugaban billar y la música de fondo solo acentuaba más lo triste de aquel sitio. Empecé a beber licor con el ritmo de un medallista olímpico en competición. El cantinero de ojos plateados y sin un solo pelo en la piel me servía y me cobraba. Yo pagaba y consumía. Era casi una competencia. Una mujer de edad adulta se levantaba con un cigarrillo en la comisura de sus labios y bailaba con el aire mientras entonaba pasionalmente las canciones de aquella inmunda cantina que le recordaban que estaba sola y que el amor le había pagado malamente. Era como una vieja
  • 50. 50 muñeca pintada en medio de aquel solitario baile. Después de un trago doble me levante y sin mediar palabra la tome por la cintura y tome sus delgadas manos. Bailamos sin estar juntos realmente. Ella entrecerraba los ojos y seguía cantando desafinadamente, mientras yo sentía su aliento a licor y cigarrillo y pensaba en que no quería volver a casa. El licor siguió fluyendo no sé de dónde y la mujer y yo nos sentamos a beber de una botella y a fumar, pero sin hablarnos. La madrugada llego y la cantina cerró. La mujer me tomo de la mano y me llevo hasta su vivienda, que quedaba muy cerca del lugar. Lo único fue que en medio de mi ebriedad me di cuenta que teníamos que pasar por un camino angosto que entraba a una suerte de bosque, cosa que me asusto un poco, pero la mujer me empujo suavemente para continuar, después del paso, llegamos a un lugar del pueblo que nunca había visitado, que no conocía, que no sabía que existía. De casas destartaladas, calles rotas, perros flacuchos aulladores, y el sonido del rio que estaba a pocos metros. Pase la noche con aquella mujer, que me dio lo mejor que tenía. Su fogosidad y apetito sexual me sorprendieron y lo más grato es que dormí por fin sin soñar con la chica inmóvil y la sombra sobre el marco de la puerta. El nuevo día llego y me desperté como convertido en un
  • 51. 51 hombre nuevo. Mire mi reloj y eran casi las tres de la tarde. Volteé a ver a la mujer a mi lado y la vi placida, podía adivinar casi una sonrisa en su rostro. Quise moverme despacio para no despertarla, pues solo quería huir de allí sin tener que hablar con esa señora o entrar en formalismos y trivialidades raras. Sin querer le rocé una pierna y me di cuenta al acto que estaba helada. Le tome el pulso. Nada que hacer. Estaba muerta. Pondere rápidamente las implicaciones y decidí salir de allí pronto, tratando de evitar que alguien me observara, aunque era imposible. Fuera de esa pocilga los niños jugaban en medio de las inmundas calles, los perros al verme ladraban, y los habitantes de aquel sector me miraban extrañados, pues nunca me habían visto por allí. Me fui dando largas zancadas, estaba aterrado. Temía que alguien descubriera a la mujer muerta y me llamara. Por suerte nadie me grito nada. Salí y me encerré en mi habitación, ni siquiera me duché. Me quede recostado en mi cama hasta que sin darme cuenta me quede dormido. Soñé de nuevo con la habitación, pero ahora la chica inmóvil era la mujer que había muerto a mi lado, la sombra colgando en el marco de la puerta era la sombra de aquella mujer, al despertarme estaba en el suelo y al lado la pude ver, de espaldas a mí. Cuando me volteo a ver me exalte y al parpadear ya no estaba más.
  • 52. 52 Ese día no fui a trabajar. Trataba de recordar todo lo ocurrido la noche anterior, pero en realidad por la ebriedad tenía en mi mente como retazos de lo ocurrido. Ni siquiera sabía cómo se llamaba, no sabía siquiera si en algún momento me lo había dicho. Salí al caer la tarde a caminar y entre al cementerio. Camine por las mismas hileras de tumbas, pero al llegar a mi destino la tumba junto a la estatua del ángel estaba cubierta. Pero no parecía un entierro reciente. En la tumba había un nombre. Tome nota de él. También la fecha del deceso. La habían enterrado allí hacía más de diez años. A la mañana siguiente me llené de heroico valor y quise ir hasta aquel barrio marginal nuevamente. Quería averiguar el nombre de la mujer muerta, pues estaba seguro que era el mismo que estaba grabado en la tumba. Una joven muy linda estaba sentada en el pórtico de la casa de junto y le pregunte por la mujer que vivía allí. Me dijo que en esa casa hacía muchos años que no vivía nadie, que ella y sus padres llegaron hacia unos ocho años y esa casa siempre había estado vacía. Yo me retire de allí casi convencido de que mi teoría era cierta. Yo había bailado con un fantasma y era la misma mujer que está enterrada en aquella tumba junto a la estatua. Pero tenía que confirmarlo. Esa noche, pasada la media noche salí de mi vivienda y de nuevo me dirigí al
  • 53. 53 barrio aquel junto al rio. Por la parte trasera de aquella casa encontré una ventana medio rota por donde yo podría entrar. Tenía que confirmar que era la misma casa donde yo me había despertado aquel día. Al ingresar me di cuenta que estaba totalmente abandonada y no había ni muebles si quiera. Estaba vacía. Llegue a la puerta de lo que debería ser la habitación, pero no abría. Estaba como con llave. Tomé impulso y la abrí a la fuerza. Al ingresar me di cuenta que efectivamente no era la habitación en la que haba despertado junto a aquella mujer, pero era peor aún, era la habitación de mis pesadillas. No había nadie en la cama. Como un autómata fui hasta allí y me acosté, presa de un demente impulso. Entonces vi que la puerta se cerró, la oscuridad todo lo invadió y en el techo de lata empezó a sonar el concierto de la lluvia. Veía el rostro en la pared y la luz brillante entro y vi la sombra colgando del marco de la puerta. La sombra tenía una forma en su rostro, era la mujer mayor que yo buscaba. Ahora yo estaba atrapado en mi propia pesadilla. Y probablemente yo hacía parte de la pesadilla de alguien más.
  • 54. 54 Y no hay nada más que contar, en realidad; pero, como pueden imaginar, no se después de cuánto tiempo pude liberarme de aquella pesadilla. Las opiniones del psiquiatra sobre temas puntuales de mi caso no son ya tan convincentes como al principio. De todo esto al final mis nervios quedaron destrozados. El pánico me invade cuando alguna sombra cae sobre alguna puerta, y no soporto ver casas en medio del campo. Ni hablar de los anocheceres en la época de invierno, aun me siguen costando más de una noche de terrible insomnio. Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
  • 55. 55 Delirio Estoy aquí, caminando bajo la noche, cruzando las sombras como los rayos de la luna entre la espesura. Quisiera poder ser invisible, quisiera poder pasarme a otro cuerpo, y correr, huir. Mis ojos en medio de la oscuridad se disocian de la realidad en la medianoche y veo formas extrañas. Camino por las calles, pero en realidad es como si estuviera en otro lugar. El asfalto es como un habitante, con cuero de serpiente. Se enrosca a mis pies y se contrae. Los edificios son como la maraña que no permite avanzar. Veo a los habitantes que pasan a mi lado, inútiles y vacíos, van caminando riendo, pero sin gesticular. Van avanzando siempre en filas eternas, directo hacia el abismo. No hay más hormigón ni cemento, en la selva estoy, en medio de tanta espesura casi no puedo avanzar, solo algún rumor de matanzas me llega. Las ventanas se apagan y ríen. Las luces
  • 56. 56 de la ciudad morirán, para volver. Veo nacer una sombra de pie, huele a azufre y sangre. El cielo gira y cambia de colores. Es mi mareo que viene desde el fondo de mi cerebro. No creo que yo esté muerto. No sé si quizás haya sido el vino, pero todo da vueltas a mi alrededor. Tengo vértigo y temo caer en alguna de esas enormes ulceras de la tierra. ¡Que lejano se percibe el sol de siempre! Todas las zonas son oscuras. Deforman el dolor del espacio y se encandilan. Nunca fue igual esta jungla de hoy, nadie quiere ya las flores del campo. Toda la sustancia de la noche se ha derramado entre ellas, así como los hombres se agrietan con la edad. Los caminos de la muerte son numerosos y extraños. La sombra me invita a continuar. Quiere mostrarme las luces de la noche donde ella se refracta para ser, para estar. Nada se detiene allí, ni un solo instante; los enormes arboles oscuros palpitan en el gélido oleaje del viento. Sus ramas se aparean entre el manto de niebla. Se enroscan sumidas en el vacío, danzan ceremonias vudúes. Es posible que no pueda yo desde el nervio de mi ojo comprender si finalmente esto que veo sea arte, pero este es un mundo de dulce amargura, entonces quizás, sí. El beso de la noche fría en mi mejilla
  • 57. 57 perdura por siempre, me hace reflexionar desde un estado ambivalente donde los pensamientos profundos son un deber, dejando en ellos el dolor del ser, al comprender que la luz no siempre es todo. Mi espíritu indignado se tienta a huir a través de mi mirada oscura. El mundo en el que vivimos entiende el amor como una insensatez, una distracción. La esperanza se va extinguiendo conforme va pasando el tiempo. Asoma una tempestad terrible. Se acerca ya la forma del trueno. El cielo triste se pone inquieto e inquietante. La tormenta cae y las gotas se clavan en la tierra como cascos de enormes bestias, pisando y destrozando. Escucho gritos de seres que mueren dos veces. En mi deambular sin rumbo fijo vuelvo a mi habitación venida a menos. En la mesa está la araña de fiebre, en mis pensamientos, propios y ajenos, no hay conexión hacia el reino de la lengua. Se hace más apretado el nudo estrecho en la garganta, es difícil mantener la cabeza en su sitio cuando los que te rodean la han perdido y te lo echan en cara. Intento forzar el corazón, los nervios, tendones y músculos para tratar de seguir en movimiento a pesar de estar preso de este singular sopor. Pero no hay caso. Soy
  • 58. 58 como una estatua en medio de mi habitación. Una bola de piedra. ¿Sera esta la despedida? ¿Sera el momento de partir? Dura es la espalda y áspera es la soga. Besare a los que amo desde mi forma astral. Diré adiós al recorrido sacudiendo fuertemente mi mano. Luego en la tumba estaré helado de llanto. Ahora todos son como yo. Tengo miedo. Ya no podremos vernos. En estas letras solo he transcrito el dolor de un ajuste malogrado. Soy un completo abismo.
  • 59. 59 El caso Alejandro Volví al Líbano después de haber cruzado la barrera de los cuarenta años. La repentina muerte de un amigo provocada por el virus Eidolon, la edad, el clima nebuloso y toxico de la ciudad y mi manía inquebrantable de auto sabotearme me llevaron en un repentino impulso a volver a la casa paterna y al pueblo donde crecí. Llegue casi a la medianoche, pues por las restricciones provocadas por el virus, el transito se hizo lento y controlado por parte de la fuerza vial. El autobús me dejo en el parque central del pueblo, donde curiosamente solo una farola de la calle funcionaba, dándole un aspecto espectral al lugar. Me pare justo debajo de la misma, pues estaba desierto de personas y empezaba a lloviznar. Inspeccioné con la mirada si algún taxi estaría disponible, pues no quería irme caminando hasta la casa de mis padres con la maleta que llevaba. En eso vi a alguien que
  • 60. 60 pasaba en su bicicleta y al voltearme a ver levanto su brazo, agitando su mano en una señal de saludo mientras gritaba sin detenerse: - ¡Hola Alejandro! Yo levanté la cabeza en señal de respuesta y me sentí un poco tonto, pues ese no es mi nombre. Empecé a caminar maldiciendo mi suerte pues la llovizna se convirtió en vendaval y las pocas farolas que alumbraban las calles se apagaron todas súbitamente. Sentí un poco de temor de andar solo a esas horas por esas calles desoladas, cuando escuché el rugir del motor de un auto acelerando y un momento después frenando justo frente a mí. - Alejandro...que hace a esta hora por acá. Súbase rápido... Yo no sabía ni que decir, pero ante la tentadora oferta decidí embutirme como pude en aquel automóvil mientras miraba
  • 61. 61 al tipo que conducía: Casi cincuenta años, algunos dientes medio chuecos e inevitablemente calvo. - ¿Cuándo volvió? - Me pregunto - Llegue hace un rato - Conteste, evitando hacer contacto visual y mirando al frente, pues la verdad no quería que se diera cuenta que me estaba confundiendo con otra persona. Solo anhelaba llegar pronto a la casa - ¿Y su hermana como esta? Yo abrí los ojos desmesuradamente, pero no lo mire. Estaba preguntándome por alguien a quien no conocía. Mi farsa no duraría un minuto... - Bien - Conteste genéricamente - Ocupada con muchas cosas
  • 62. 62 El hombre no dijo nada, continúo avanzando en medio de la lluvia. Por no sentirme tan raro le pregunte: - ¿Y usted como esta? ¿Cómo va todo? - Bien, trabajando en lo mismo todavía... En ese momento me di cuenta que volteo por una calle diametralmente opuesta a la mía. No supe que hacer, pues no sabía si me iba a llevar hasta la casa o no, solo levanté la cabeza para ver. El hombre se percató y me pregunto: - ¿Va para donde sus parientes, ¿verdad? ¿O cambio de casa? - Si. Para allá voy... - dije en voz baja. - Listo - Contesto el hombre sin mirarme Tres minutos después se detuvo frente a una casa de paredes azules pálidas, de dos pisos, en la parte de arriba del pueblo. Yo quede derivando unos instantes, cuando el hombre,
  • 63. 63 prácticamente me despidió con una palmada en la espalda, mientras enviaba saludos a mis padres. Yo me baje rápidamente, contento de que mi farsa no fuera descubierta, pero no duro mucho. El hombre se quedó con el auto encendido, esperando a que yo ingresara. Pensé en correr, pero estaba cansado y seguía lloviendo y no quería dar explicaciones, aunque tendría que darlas. Estiré mi mano y oprimí el botón del timbre. Del fondo de la casa se vio una tenue luz y se escucharon los pasos acercándose al umbral. Encendieron la lámpara del portón principal, descorrieron el cerrojo y abrieron. Un anciano se quedó mirándome, con un gesto de extrañeza, ante mi mirada de total estupor. Luego entrecerró los ojos y me miro de arriba a abajo. - ¡Alejandro! ¿Qué más hijo? ¿Por qué no aviso que venía? - Exclamo alegre el viejo mientras le hacía gesto al hombre del auto, el cual, al ver la escena, toco el claxon y se alejó entre la oscuridad de aquellas calles. El hombre tomo mi maleta y me invito a pasar mientras cerraba con llave y cerrojo nuevamente
  • 64. 64 - Mija - Grito el anciano. - Llego Alejandro... ¡Esto era el colmo de mi parte! Termine metido en casa ajena, pasada la media noche, haciéndome pasar por alguien que ni idea quien era. Me maldije por estar metido en tamaña situación. En eso entro a la sala una venerable anciana, quien con solo verme estiro sus brazos. Yo me quede parado, no sabía qué hacer, era demasiado. Me había excedido. La anciana llego junto a mí, me abrazo, mientras me daba la bienvenida, alegre de verme, derramando lágrimas tiernas de sus ojos. Yo la abrace, mientras reflexionaba: ¿Qué era lo peor que podía pasar? Claramente me estaban confundiendo con alguien más. Solo tenía que portarme bien, no interrumpir la alegría de los ancianos de verme, así no fuera yo el que ellos creían, pasaría la noche allí y en la mañana, justo en el amanecer, me escabulliría de aquella casa y no tendría que darle explicaciones a nadie. Sería una buena anécdota para contarle a la gente cuando volviera a la capital. Me relaje un poco y me deje atender: Un chocolate caliente, pan, queso, un cuarto confortable, una cobija caliente y una almohada mullida cerraron ese día de locos. Ni que decir que en cuanto cerré los ojos me quede profundamente dormido.
  • 65. 65 Me desperté alrededor de las nueve de la mañana. Me sentí desorientado, mientras recordaba mi reprochable actuar la noche anterior, aunque es menester reconocer que pase una de las mejores noches en los últimos diez años. El sueño fue reparador. Salte de la cama enérgico, dispuesto a poner en marcha mi plan de fuga cuando escuche la voz de la anciana que gritaba desde la cocina: — ¡A desayunar! Mire por la ventana del cuarto: El enorme jardín, que se notaba con un aspecto de agradable desorden, terminaba en un muro alto de ladrillos que colindaba junto a un terreno baldío. Al fondo se alzaba una casa en ruinas que aún conservaba algún vestigio de su pasado esplendor. Cruzaron por mi mente repentinamente recuerdos que no me pertenecían, que yo nunca había vivido, recuerdos de un niño que gustaba juguetear entre las paredes de aquella casa vacía. Las ramas entrelazadas de una mata de pepino y una
  • 66. 66 de ahuyama, plantadas demasiado cerca la una de la otra, como siempre ocurre en los jardines y solares de los barrios del pueblo, cubrían prácticamente toda la fachada y el ala norte de la misma. No se cuánto tiempo estuve observando fijamente esta escena cuando escuché la puerta de la habitación abrirse. —Buenos días hijo —exclamó la anciana. — Nada que venden ese terreno —añadió. — Recuerdo cuando de niño nadie lo sacaba de allá. No le gustaba estar acá ni jugar con los demás niños, y cuando uno lo iba a sacar de esa casa ¡Que cantidad de pataletas! Lo bueno era que siempre que volvía se acostaba a dormir y quedaba profundo... —Pero ¿Es que pasaba mucho allá metido? — Siempre. Su papa siempre decía que lo dejara donde quisiera estar…y siempre elegía estar allá. Y cuando entraba
  • 67. 67 acá a la casa volvía pálido como un vaso de leche... Pero bajemos que se le enfría el desayuno La anciana condujo a su invitado al piso de abajo, al cuarto de juegos, le mostro los juguetes y cachivaches con los que pasaba sus días de infante y luego a la cocina, donde había una mesa pequeña de madera que también hacía las veces de comedor los días de mucho calor, pues la cocina tenía un enorme ventanal que daba directo al jardín y el viento generoso que venía desde la montaña se filtraba imprudentemente. En otros tiempos había sido un espacioso depósito de aquella casa de dos pisos. Ahora las paredes estaban pintadas en un tono crema, con guarda escobas azules de una baldosa bastante ordinaria, había unos cuantos estantes de madera de nogal, fina, pero muy vieja, el suelo era de baldosas otrora blancas y ahora amarillentas y un enorme crucifijo colgaba en la pared. Me dirigí hasta la mesa y en silencio la anciana sirvió el tinto caliente, huevos, arepas, pan con mantequilla, chocolate y
  • 68. 68 caldo de costilla. El anciano no estaba por ahí y no sabía si empezar a comer o esperar a que ellos también se sentaran. En eso, un niño entro a la cocina arrastrando los pies y saludó a la anciana con un gesto autómata. Su rostro me resultaba vagamente familiar, pero no lo pude identificar, tenía la forma de un ovalo perfecto, y me impresiono su blanca palidez. — ¡Ya volvió mi muchachito! —exclamó la anciana. El niño la volteo a ver y clavando su mirada en la de ella, le contesto cortante: —No En ese momento se abrió la puerta del jardín y entro el anciano con las manos sucias de tierra. — ¡Pensé que no iba a desayunar! — Exclamo emocionada la anciana
  • 69. 69 — No empiece a molestar tan temprano —le respondió el anciano — Cuidado se le dice algo al señor —le contestó la mujer. — Pero el jovencito ya está listo para desayunar —prosiguió el anciano—. ¿Ya se lavó las manos? —No. — ¿No qué? —No señor. — El Alejandro adulto y el Alejandro niño. Así se ve bonito ¿No le parece? — Exclamo el anciano mirándome — En mis tiempos los niños pequeños tenían que llamar a los adultos como don o doña, decir: sí señor. Y si se les olvidaba, un par de nalgadas arreglaban la cosa — dijo el anciano, mientras se limpiaba las manos con un trapo más sucio aún. A esa altura yo estaba completamente desorientado. ¿Quién era ese niño? ¿Cómo así que Alejandro adulto y Alejandro
  • 70. 70 niño? En esas voltee a ver al infante. Estaba resoplando fuertemente por la nariz, invadido por la ira. — No lo moleste — intervino bonachonamente la anciana — Eso era antes. Los tiempos han cambiado. — ¿Y que andaba haciendo el joven si se puede saber — preguntó el anciano — mientras el Alejandro adulto estaba durmiendo? —Nada —Contesto el niño secamente. — ¿Madrugo a hacer nada? —Respondió el anciano—. Eso es pura falta de oficio. Mañana me ayuda mejor acá en el jardín a desplantar esa maleza del fondo. Yo quiero que aprenda algo útil, a trabajar, así es como se debe invertir el tiempo libre — Dijo el anciano, que distaba mucho de aquel nobel anciano que me recibió en el umbral la noche inmediatamente anterior. —Si. Ya se eso —respondió el pequeño con ese tono de persona adulta que usan muchas veces los niños.
  • 71. 71 — ¡El experto hablo! —Replicó el anciano—, Se la pasa todo el día allá metido en esa casa abandonada haciendo quien sabe que —Se la pasa jugando, como cualquier niño — medio la anciana —Un poquito nada más — aclaro el niño. —Un mucho será —corrigió la anciana— Porque eso vuelve siempre sudando, todo pálido y cansado — Con siete años y en esas...que bonito —le replicó el anciano—. Ya tiene uso de razón. Debería estar estudiando, ayudando acá con las tareas de la casa, aprendiendo algún oficio... ¿Y qué es lo que tanto se la pasa haciendo por allá metido en esa casa? —Nada —contestó el niño altaneramente. — ¿Muy altanero el jovencito? —protestó el viejo. Me hace el favor y no me contesta de esa manera don Alejandro niño. Siéntese bien. La próxima vez que me conteste así le voy a
  • 72. 72 dar un par de coscorrones para que aprenda a respetar. ¡No pues que belleza los pájaros tirándole a las escopetas! ¿Con quién es que se está juntando que aprende solo a ser un rebelde y contestón? —Con ellos — Contestó el niño señalándome. El anciano se quedó observándome, arqueando las cejas e interrogando con la mirada a su mujer. Yo no sabía ni que decir. La situación cada vez estaba más rara. —Es un juego que se inventó Alejandro niño. No moleste tanto —aclaró la anciana — ¡Yo no me invente nada! —gritó el niño con ganas de llorar —No se grita en la mesa —le respondió la anciana—. Bueno, a desayunar que se enfría... —Eso...Cambie de tema y malcríe ese muchachito — Reposto el anciano — Como no va a ser un rebelde si usted siempre
  • 73. 73 le está acolitando cuanta pendejada hace este niño. No hace sino inventar historias este solapado. — No me invento nada —respondió el niño, derramando gruesas lagrimas por sus ovalados cachetes —Siempre está inventando tonterías—. Deje de andar soñando tanto y ubíquese en la realidad. No hace sino estar inventando tonterías y cuando crezca va a ser un inútil sin oficio ni beneficio. A ver ¿Qué es lo que juega con estos Alejandros adultos? - Termino volteándome a ver —No sé…A nada —respondió el niño. — ¿A nada de nada? ¡Jajajaja! — Hablamos de cosas - Respondió el chico — ¿De qué cosas? —Exclamó su padre— O sea que usamos el aparato para nada... — Dijo mirándome el anciano un poco molesto —Yo creo que si —respondió el niño.
  • 74. 74 — Tanta lata que lo dejara traer a alguien y trajo este Alejandro adulto que ni opina nada. — ¡No! Yo lo quiero — dijo el pequeño. — Pero él no lo quiere mucho a usted. Ni ha abierto la boca para defenderlo. Yo le dije que eso mejor no usemos esa cosa... —Él es con el que me la paso en la casa de al lado —contestó el niño con vehemencia—. Con nadie más — Ayer cuando fue.... ¿Con quién estaba? —Solo —respondió el niño. — ¿Y entonces? — Es que yo lo veo a través del aparato — ¿Y eso que tiene que ver? —Sí, sí tiene que ver —Alejandro niño, ¡Deje de ser tan terco! —Exclamó el anciano—. Le dije que dejara ese aparato quieto. Vea, usamos el modo de reescritura y para nada. Este no era el original Alejandro. Quien sabe a quién trajimos
  • 75. 75 —Sí, papá. —Nos equivocamos. Otra vez... El niño se quedó mirándome con tristeza, después bajo su vista. Yo no entendía lo que estaba ocurriendo. Solo sentí una fuerte necesidad de salir corriendo de allí lo más pronto posible —Supongo que no está entendiendo nada — Dijo el anciano mirándome fijamente—. Lo único que usted tiene que saber es que no es su culpa el haber terminado acá. Fue nuestra. Hicimos mal el cálculo con el aparato y terminamos acá en este embrollo. Todo por culpa de este mocoso, que lo eligió a usted cuando lo vio pasar por la pantalla. El niño seguía con los ojos fijos en el plato.
  • 76. 76 — No se afane, igual ya nos ha pasado antes. Lo único que hay que hacer es volver al menú de programación y presionar f4 y borrar y listo. No se demora nada la corrección. En esas el anciano se levantó y tomo al chico por el brazo, intentando levantarlo de la silla, mientras él se aferraba a la mesa con todas sus fuerzas. — Ya se dio cuenta de la diferencia entre elegir bien y elegir mal. ¿Verdad? ¿Cuantos Alejandros hay acá? — Alejandro adulto y Alejandro niño — contestó el pequeño. — ¡No lo trate así! - Tercio la anciana haciendo que el viejo soltara al chico. - Todo es por culpa de ese aparato. —Pues entonces me hace el favor y va hasta el cuarto y me trae el dichoso aparato ya y acabamos con esto rápido. — ¿Lo va a borrar? — Pregunto lastimera la anciana —No —intervino el niño—. Alejandro adulto se queda — ¡Vaya a ver rápido! — Ordeno el anciano.
  • 77. 77 El niño se levantó de la mesa y se fue lentamente, arrastrando sus pasos de nuevo hasta la entrada de la cocina, entonces se detuvo y me dijo: — Fue sin culpa. Por la pantalla se veía que era buena gente, por eso lo elegí Ninguno dijo palabra alguna. El anciano se acabó su taza de café y salió sin prisa de la cocina, dirigiéndome una mirada entre lastimera y despreocupada. La anciana bajo la mirada, jugando con los bordes de su delantal. Yo la verdad continuaba sin saber qué hacer. Estaba demasiado aturdido como para tomar acción alguna. De repente se escuchó un grito terrible. Era el anciano. — ¡Dios mío! —exclamó—. ¿Qué fue eso? ¡Que paso hijo! — Nos levantamos a la par y salimos corriendo de la cocina. Alcance a ver en la escalera al niño con un aparato no más
  • 78. 78 grande que un teléfono celular. Pero lo que más me horrorizo fue que también alcance a ver la figura del anciano hacerse borrosa y desaparecer como por arte de magia. — Tuve que hacerlo — Le dijo el niño a la anciana. Esto no puede seguir más tiempo así. Estoy cansado de ser borrado y traído de nuevo una y otra vez con este aparato. Y también estoy cansado de que me traigan a todos mis ex compañeros de la escuela en su versión adulta para ver con cual me pueden llegar a reemplazar. Si — Dijo el niño volteando a verme — Usted no es Alejandro, como efectivamente lo sabe. De hecho, como usted, han venido ya más de veinte. Este aparato contiene un software que sustrae de la realidad a la persona del futuro y se le pueden programar ciertas emociones, actitudes e ideas a la persona que se trae hasta este plano. Usted en realidad no llego en la noche. Eso se lo hizo creer mis padres, para que usted creyera que era una situación particular, pero en realidad son los rezagos archivados de su verdadera personalidad. La idea era ver si su instinto natural, su esencia, su personalidad, podría encajar
  • 79. 79 con la de ellos para que se quedara acá como el hijo que ellos perdieron hace mucho tiempo. Yo enloquecí y terminé desapareciendo. Ellos nunca superaron perderme, y cuando tuvieron acceso a este novedoso aparato empezaron a traerme de vuelta, una y otra vez, pero siempre termino despareciendo a esta edad. Los programadores del software jamás pudieron explicar el por qué. Entonces empezaron a traer a mis compañeros de escuela, que tuvieron interacción conmigo en el pasado, para ver si podían enlazar las personalidades y hacerlas compatibles...pero como ve, esto ya no funciona y estoy cansado. Mi padre me tenía harto, deseaba educarme del mismo modo una y otra vez y ya no lo tolero. - ¿Y ahora que va a ocurrir? - Pregunte inocentemente - Yo me borrare. Ustedes hagan lo que quieran. - Dijo el niño. Luego se despidió de su madre y presiono f4 y borrar. Después la anciana se quedó observándome, pidió excusas por todo lo ocurrido y abrió la puerta de la calle con manos temblorosas; salimos a la luz del sol y aspiramos
  • 80. 80 profundamente el aire fresco del día que venía desde el monte tauro...
  • 81. 81 HUESOS STORE Ella se llamaba Jackie. Pertenecía a una de las familias más acaudaladas del pueblo: Su padre trabajaba en la municipalidad y la madre tenía un enorme local justo a la salida norte del pueblo. Vendía huesos de muertos. Estos eran usados para un sinfín de cosas en el pueblo: algunos los trituraban para hacer brebajes, ungüentos, otros los usaban para proteínas, como superstición, pero su uso más común era la brujería. Algo de lo que el pueblo practicaba comúnmente, pero nadie quería aceptar. Desde su niñez hasta su adolescencia, Jackie aprendió las minucias del oficio del local de su madre: Escabullirse después de saltar los muros del cementerio, rastrear entre las hileras de las lapidas o en invierno las tumbas que estaban en tierra, cuáles de aquellas tenían fechas superiores
  • 82. 82 a 10 años de entierro, pues eran las que contenían los huesos favoritos y más buscados por los clientes del local. Cavar con agilidad o con una maceta abrir las bóvedas, pendiente en todo momento que el vigilante no la descubriera; esto lo hacía en las horas de la noche ya muy entrada o apenas con las primeras luces del alba. No era que en el pueblo estuviese prohibido como tal el comercio de huesos de gente muerta, era solo que nadie quería saber que eran los huesos del cementerio de SU pueblo el problema. Lo otro era el temor indescriptible que le generaba su madre, ya que era una mujer autoritaria y cruel. Cuando Jackie no hacia las cosas tal cual ella las ordenaba la castigaba físicamente con un alto nivel de agresividad y violencia. Más de una tunda termino con ella desplomada en el suelo y perdiendo el conocimiento. Su padre jamás intervino en su ayuda. Eso género en Jackie dos sentimientos: Uno de temor infinita hacia su madre y uno de desprecio infinito hacia su padre.
  • 83. 83 Un día, cuando volvía del local de la madre, Jackie paso por la acera de la municipalidad donde trabajaba su padre y no pudo evitar percibir que uno de los vigilantes se había quedado observándola constantemente. Ella sabía, por historias contadas por su padre después de la hora de la cena, que lo vigilantes de la municipalidad eran hombres terribles, sin sentimientos y de una naturaleza cruel. Jackie se sintió en algún instante, intimidada e inquieta, más cuando vio que el vigilante bajo a la acera en una actitud casi de persecución. Fue tanta esa sensación que ella opto por devolverse rápidamente e ingresar a la municipalidad con la excusa de visitar a su padre y termino escondiéndose en uno de los cuartos de limpieza del tercer piso. El padre ya no estaba en las instalaciones. Tenía por costumbre salir antes y pasar por el billar del pueblo. Jackie se dio cuenta que, al cerrar la puerta, esta no tenía forma de abrirse por dentro. Solo desde afuera y con la llave. Escuchaba como las personas pasaban por allí terminando su jornada laboral, y se quedó pensando si gritar para que la ayudaran o no. Temía que su padre se enfureciera con ella por ir a encerrarse al sitio donde él trabajaba o sentirse muy tonta al no saberse
  • 84. 84 explicar cómo termino allí metida o que el vigilante la descubriera y se hiciera cargo de ella. Al final quedo encerrada, las luces se apagaron y no había nada que hacer. Como pudo se acomodó en el suelo y se quedó dormida. Esa noche tenia además que ir al cementerio en busca de dos huesos fémur de hombre y una mano completa, pero en vez de eso se quedó profundamente dormida y soñó con que efectivamente iba allí a cumplir sus deberes con el negocio de la madre, pero en su sueño cuando profanaba una tumba, el muerto la jalaba y le arrancaba sus extremidades, desgarrando piel, nervios y carne, hasta tomar sus huesos. Se despertó ya cerca de la madrugada, totalmente exaltada y desorientada. A tientas en la oscuridad encontró la puerta y la forcejeo, pero nada. No había forma de salir. Al darse por vencida y ya sin saber que hacer teniendo en cuenta que no había llegado a su casa y peor aún, sin el encargo de la madre, decido empezar a golpear con fuerza y a gritar pidiendo auxilio. Unos minutos después uno de los guardas de seguridad llego y abrió la puerta. Jackie intento salir
  • 85. 85 corriendo, pero no logró escapar. El guardia la sujeto por la solapa y la llevo a su garita mientras le preguntaba que hacia escondida allí y más a esas horas de la madrugada. Jackie se dio cuenta que el vigilante no era el mismo que la había perseguido y le invento una historia sin sentido en la cual ella estaba jugando a las escondidas y se había quedado dormida. El guarda dijo que iba a llamar a la policía y Jackie entro en pánico. Sus padres se iban a poner algo más que furiosos y los castigos serian tremendamente severos que de costumbre. Aterrada ante esta situación, vio una oportunidad cuando el vigilante le dio la espalda para levantar la bocina del teléfono y viendo un grueso pisapapeles que estaba en el escritorio, lo sujeto y con toda su fuerza le propino un contundente golpe en la cabeza. El hombre se desplomo de inmediato y ella se quedó allí, mirando hacia la nada, mientras al hombre le empezó a correr un hilo de sangre por e oído, sus ojos de mirada vidriosa, la rigidez cadavérica. Pasaron algunos minutos hasta que Jackie salió del trance, justo cuando una fuerte lluvia empezó a caer a raudales. Ella intento hacer volver en si al hombre, hasta que finalmente entendió que estaba muerto. Pasaron algunos minutos en los
  • 86. 86 cuales ella se quedó reflexionando de la situación y algo cambio en su mirada: Se hizo opaca, decidida, impenetrable. Tomo al hombre, lo llevo afuera junto a unos matorrales, volvió a la caseta, encontró un cuchillo y volviendo al lugar, despellejo al tipo, y luego tomo los huesos, frescos, que necesitaba llevarle a su madre aquel día. Después dejo al hombre tirado entre la maleza y volvió a su casa. «Espero que madre no se dé cuenta de los huesos —Pensó Jackie—. Diré que fue de una tumba más reciente y que fue lo único que pude conseguir, porque había más seguridad en el cementerio y por eso me demore tanto. no puede ser un detalle importante el que los huesos estén tan frescos.» Jackie de esta forma avanzo directamente hacia el lado criminal, con una pena muy honda en su alma. Días después, su madre llego hasta donde ella con una enorme excitación, frotándose las manos, ya que con los últimos huesos que ella le había llevado, se había hecho una
  • 87. 87 suerte de pócima que resulto tremendamente efectiva entre los clientes: Algunos sanaban sus dolores, desaparecían manchas de la cara y en efectos de brujería y maldiciones, eran extremadamente efectivos en un periodo de tiempo muy corto, según atestiguaban los que los utilizaban. Al pasar de los días la demanda se hizo mayor y la madre de Jackie tenía un listado enorme que su hija debía abastecer para la noche del fin de semana siguiente. Era el pedido más grande jamás solicitado, pero la madre se lo entrego, como quien le pide cualquier cosa, pues no le interesaba en lo más mínimo como su hija haría para poder completar tamaño pedido, eso era un problema de ella. Mientras, soñaría con las cosas que se compraría con las ganancias de aquel pedido, pero jamás pensó, ni por un solo momento en darle algo a la hija. Como la madre no tenía la menor idea de cómo lo había hecho, y ante tremenda situación, procedió a confesar como había adquirido estos huesos, sin prever lo que traería en consecuencia aquella confesión. Sus padres por primera vez en su vida, escucharon y comprendieron a su hija y le dijeron que nunca más tendría
  • 88. 88 que volver a hacer lo que había estado haciendo. Podría dedicarse a tener una vida normal y tranquila, y no era su responsabilidad el proveer nada para el negocio. De hecho, la madre traslado su negocio al costado oeste del pueblo y el padre renuncio a su puesto de la localidad para ayudar en los quehaceres del negocio a la madre, mostrándose como una honorable pareja dedicada a su independencia económica. Jackie de repente tenia demasiado tiempo libre, aunque seguía sintiendo esa mirada entre acusadora y llena de rabia de la gente del pueblo, pero con el pasar de las semanas empezó a integrarse más con las personas de su edad y a realizar las actividades normales de un adolescente. Por un muy breve periodo de tiempo ella pensó que quizás podría llegar a tener una vida feliz y normal, pero no fue así. Ante la enorme demanda de huesos y al ver los resultados y la popularidad creciente que tenía su negocio en el pueblo, sus padres se entregaron totalmente a este oficio. No solo vendían los huesos, también sus derivados: los vendían en trozos, molidos, para hacer bebidas proteínicas, pomadas, pociones. ¡Hasta dulces de hueso vendían! El padre se
  • 89. 89 encargaba ahora de conseguir la materia prima. No solo desenterraba cadáveres muy frescos, sino que buscaba vagabundos, niños, ancianos solitarios, los llevaba hasta el fondo de la tienda, cada vez más grande, que ahora era prácticamente como una fábrica, y allí los asesinaba y desollaba para luego, cada vez con más pericia, extraer hasta el último hueso de sus cadáveres. La fábrica de huesos llegó a ser una obsesión en sus vidas; la ambición se apodero de sus seres y nada más en el mundo llego a importar, excepto su negocio. Ante el exponencial crecimiento de la tienda aparecieron las primeras manifestaciones de desagrado y el deseo de frenar tan singular manera de ganarse la vida de los padres de Jackie. Se realizó una asamblea en el pueblo en donde la gente, acertadamente, relacionaba la desaparición de personas con el siempre disponible producto de la tienda de huesos, El alcalde si bien no los pudo acusar directamente al no tener pruebas, dejo entrever que si estas desapariciones continuaban, todo el peso de la justicia no se haría esperar
  • 90. 90 sobre los responsables, y mientras decía esto miraba fijamente a la pareja de emprendedores, los cuales abandonaron la reunión ese día, pesarosos, asustados y con la cabeza gacha. Jackie no quiso acompáñalos hasta la tienda y prefirió irse sola hasta la casa. Hacia la medianoche, Jackie se despertó exaltada y fue a buscar a sus padres en la habitación, pero no los encontró. Se fue directo a la tienda, la cual tenía las luces encendidas. Al entrar vio al fondo a sus padres trabajando arduamente, al aparecer tenían bastantes pedidos por entregar, por lo cual no quiso advertirles de su presencia y se devolvió a su casa, en medio de la noche fría. Justo al caer la madrugada, Jackie volvió al cuarto de sus padres para descubrir que no habían vuelto aún. De nuevo se dirigió hasta la tienda. Al entrar, el silencio total reinaba en el lugar. Avanzo hasta el fondo donde encontró una escena que jamás olvidaría: El padre estaba sentado, con un
  • 91. 91 cuchillo de destazar cerdos en la mano, cubierto talmente de sangre. Una pila de huesos frescos y con restos de carne yacían a su lado. ¡Cual tremenda fue la sorpresa de la chica al descubrir que estos eran los restos de su madre! El padre la miro con la mirada desquiciada y le dijo que aún le hacían falta un cuerpo entero para completar el pedido. La ambición lo enloqueció, al igual que la matanza. Vio a su hija como el insumo preciso para terminar el lote y se puso de pie, cuchillo en mano, dispuesto a perseguirla. Jackie corrió por la tienda, evitando al padre enceguecido que quería matarla para desollarla. Pero en un momento determinado, el hombre entro de nuevo en sí y al ver lo que estaba haciendo y en que se había convertido, miro a su hija, con lágrimas en sus ojos y pidiéndole perdón por todo, se cortó la garganta, quedando tirado en mitad de la tienda. Jackie comprendió que después de todo lo ocurrido, para ella no quedaba futuro alguno en ese pueblo. Después de los tramites policiales y el entierro e sus padres, cuyas
  • 92. 92 tumbas fueron profanadas tres noches después del sepelio, la chica abandono aquel lugar, dirigiéndose a la capital, en busca de un mejor futuro. Años después llego el rumor al pueblo que había tenido un accidente en una moto. Nunca se supo nada mas de Jackie...
  • 93. 93 LAOCOONTE El tiempo se va, se extingue, cae de bruces y muere. La obscuridad inherente llena nuestras almas de una particular y tenebrosa alegría. Despidamos a los muertos que a nuestro lado están. Levantemos la mano para despedirnos entre expectación y éxtasis. Eso le decía Laocoonte a sus dos hijos. Y continuaba: Saludemos a la dama de la noche, propietaria de las tormentas, el manto negro y las fantasías. Uno de sus hijos intentó moverse, pero descubrió que su emoción estaba atada a su alma deambulante. Las tinieblas primales eran las que abrigaban el invierno. Eran tan frías que los abrazaba congelando sus almas. Estaban iluminados, riendo entonadamente al unísono. Pasaban por los valles desolados y descendían en sus pesares, saludando a aquellos que creían amar, y a los que carecían de amor también. Vieron las hileras de seres que besaban a la muerte día tras día, arrastrando
  • 94. 94 su interminable purgar sobre el suelo muerto. El viento congelado daba su beso en sus mejillas como una caricia de rosas marchitas. Laocoonte entonaba los acordes de su voz en el sonido más calmo: el silencio. Sus cuerpos estaban mientras tanto encendidos en una habitación, iluminándola sincronizadamente. Las aves negras de la luna les darán descanso a sus almas, la luz negra de sus días alumbrara sus venas vacías de sangre. El caballo traidor los mira ocultando con malicia su secreto develado y mal interpretado. Laocoonte desde el más allá lo observa con la certeza, ahora, que tenía la razón. Sus hijos observan a su padre con respeto y a la figura con rabia infinita. El final será devastador. La ciudad ya no podrá sentir la lluvia, sus habitantes no podrán escuchar el trinar de sus hermosos pájaros. No podrán sentir su pena. La vida asume el lustre de su sombría quietud, antes de la algarabía rabiosa. Es la medianoche que suscita la dulce pasión. Los cuerpos de Laocoonte y sus hijos están perfumados con almizcle de traición y el morado nenúfar. Las serpientes enviadas los devoraron sin pestañear, entre gritos y rabia sorda, difícil de explicar. Seres aterradores andarán a ciegas entre charcos sangrientos, la tierra temblara
  • 95. 95 muy por debajo de donde las criaturas tumefactas prevalecerán. Las antorchas abrasadoras limpiaran la pútrida penumbra de las angostas calles cargadas de arrogancia y vanidad. Laocoonte llora al ver el futuro desde su lugar espectral. El levanto la voz para avisar. Él fue juzgado y condenado, por aquellos que urdirán entre el estribillo inamovible y severo del infierno. Las sombras de los muertos se interponen entre la luz mortecina y sus siluetas. Caen las hojas marchitas y adornan al flotar el extraño rio. Las arenas se estremecen y se hunden con el paso de las bestias enormes de aquel paraje de oscuridad. Las almas, encadenadas más allá del espacio y del tiempo, intentan ocultarse sin éxito de su presencia y son aplastadas una y otra vez, en un ciclo de sufrimiento sin final. A su alrededor la niebla se va escurriendo descendiendo hacia el valle de la muerte. Laocoonte ve desde la distancia su funeral. Su cuerpo blanco como el mármol, su mirada perdida en la nada, la luz de las velas que los alumbran, el escandalo inclemente de la ciudad ardiendo. La culpa se desnuda de su vestido de orgullo y acepta con un murmullo su destino. Los tres levantan la vista para ver todo el cielo en la medianoche
  • 96. 96 del sol, y las serpientes con su música en las formas del tiempo. El insensible tiempo ha marchitado la rama de su sociedad, agotada de todas las cosas. Entristecida desde sus espíritus al ver su sitio caer y desaparecer. Es muy fuerte advertir que después del orden de este mundo hay otro orden. Laocoonte seguirá en su ruta junto a sus hijos, riendo en concordancia y desconfiando de los griegos, así traigan regalos…
  • 97. 97 ES LA MEDIANOCHE La oscuridad más profunda cubría como un grueso manto en la justa medianoche a todo el pueblo. Es la noche del ultimo día del año. Desde las casas se escucha el festejo, los abrazos, las risas, las lágrimas. La tormenta en precisa sincronía se desprende del cielo y sus rayos atemorizan y apagan todo vestigio de celebración. La planta eléctrica del pueblo sucumbe ante tan teatrales descargas y se va la luz en todos los hogares. La música se ha apagado y ha sido reemplazada por el sonido de la lluvia que cae sobre toda suerte de tejados y superficies, generando tonos monótonos y abrumadores. Otto estaba pasando la festividad en casa de un amigo, y no alcanzo a irse hasta la suya, que quedaba en las afueras de pueblo. Se vio obligado dada la circunstancia
  • 98. 98 a permanecer encerrado en la casa de este último y a falta de algo mejor que hacer, e influenciados por el clima y el ambiente oscuro de los primeros minutos del nuevo año, decidieron hacer una sesión espiritista, una práctica en la que el amigo de Otto, quien respondía al nombre de Hermann, y quien insistió hasta convencerlo, era muy versado. Decidieron cazar algún espíritu al azar, ya que después de charlarlo varios minutos, no llegaron a un común acuerdo sobre quien llamar puntualmente para el experimento. Después de realizadas las minucias del proceso empezaron a escuchar una voz que venía de las entrañas mismas de la inquietante oscuridad que se adivinaba más allá de la lumbre de las velas y que se lamentaba quedamente, pero sin responder a ninguna pregunta de sus consultores. A cada una, solo un quejido o un lamento largo era toda la respuesta. En alguna de estas preguntas, el espíritu contesto: - ¡Esta noche no!
  • 99. 99 Otto, que hasta ese mismo instante había sido más bien escéptico con las facultades de su amigo en cuanto a temas extraterrenos, permanecía inmóvil en su silla, impresionado por lo que estaba sucediendo, pero curioso al mismo tiempo, lanzando preguntas, pero con un mal presentimiento en su adentro, al saber muy bien que no se debe jugar con fuerzas desconocidas. De un momento a otro, ante un lamento de aquel espíritu que no se sabe por qué llego a visitarlos ante la convocatoria, todas las luces de las velas dentro de la vivienda se apagaron y los dos, en medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba agresivamente, quedaron petrificados en sus sillas, presas de un terror indescriptible. Otto reacciono como pudo y salió a correr a tientas en medio de la oscuridad por aquella casa, tropezando y cayendo, guiado solo por los breves intervalos de luz que brindaban los rayos afuera, solo para darse cuenta que después de dar algunas vueltas sin encontrar con suerte la salida volvía siempre al mismo cuarto donde su amigo estaba sentado, en completa calma. Hermann suspiró y, bebiendo un trago de aguardiente se dirigió a su amigo y le dijo:
  • 100. 100 -No debes temer. En mi experiencia te digo que es inútil sentir ese miedo y ese deseo de escapar. Siéntate y respira profundo. Otto seguía horrorizado y en su cabeza las palabras del espectro: "Esta noche no" Seguían dando vueltas hasta que el mareo le llevo a vomitar la cena que había devorado minutos antes. Sentía que no podía respirar bien, sudaba copiosamente, no soportaba las tinieblas en las que estaba envuelto. Intento encender un fosforo con manos temblorosas, sin éxito alguno. Lo intento con uno, dos, tres, pero no había caso. No pidió rastrillarlos contra la caja. Gritó, intento de nuevo buscar la puerta que daba a la calle, al fracasar de nuevo y volver a la habitación, lleno de horror y de desesperación, cerro sus ojos. Luego se desmayó. No supo cuánto tiempo paso y al volver en sí, vio una luz. De nuevo las velas estaban encendidas y eso lo tranquilizo un poco, en medio de la confusión. Estaba sentado en la
  • 101. 101 mesa, y su amigo continuaba frente a él, sentado, bebiendo largos sorbos de aguardiente. La voz ya no se escuchaba ni los lamentos. Pero algo lo asusto de nuevo: En la mitad de la habitación ahora había un féretro. Hermoso, a decir verdad, de caoba brillante, lleno de adornos, detalles, acabados. Un ataúd magnifico realmente. Dentro de él, alguien de buena talla, cabría perfecta y cómodamente. En ese momento el reloj marco la hora en punto: Medianoche. Y una vez más la escena se repitió. Una voz pronuncio las palabras: "Esta noche no" y de nuevo las velas se apagaron y la tormenta volvió a hacerse sentir afuera en el pueblo y los rayos con su vigor aderezaban el valle y Otto corría ahora más afanado que antes, buscando a tientas la puerta de salida, solo para descubrir que volvía una y otra vez a la habitación, chocándose con la mesa, las sillas y ahora el féretro de caoba fina y esplendidos acabados. En uno de esos ires y venires choco fuertemente su cabeza contra un muro, y cayo derrumbado e inconsciente al suelo.
  • 102. 102 La lluvia continuaba el concierto de aquella noche sin conocer pausa. El viento recio mecía sin compasión los nogales y los eucaliptos. Otto despertó de nuevo, aturdido por el golpe que se propino en su infructuosa huida. De nuevo las velas estaban encendidas, pero ahora la escena se volvía mas macabra: Estaba dentro del féretro. De un brinco salió presa del temor y la confusión. Hermann lo miraba fijamente, pero no pronunciaba palabra. Otto necesitaba escapar, no podía quedarse allí. Pero ¿adónde ir? ¿Cómo salir de aquella situación en la que estaba metido? Una idea cruzo rauda y veloz por su mente: tomo una de las velas y sin pronunciar palabra a Hermann salió de la habitación alumbrándolo todo. Bajo las escaleras y observo la puerta. Tomo la chapa y la giro. La lluvia caía fuertemente pero ya no le importaba, ¡Estaba afuera! Al dar un paso la vela se apagó. Otto la arrojo y arranco a correr, sin mirar hacia atrás en ningún momento, decidió a llegar a su casa lo más pronto posible. Atravesó las calles oscuras y frías, adivinando el camino a través de los rayos que caían fuertemente sobre la tierra. Llegó por fin a las afueras del pueblo y comenzó a subir un antiguo camino de herradura hacia su morada. No