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T E N E B R O S A

O S C U R I D A D

Autora: Ximena.
 
PARTE 1.

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I.
La propuesta había sido formulada. Unos ojos castaños la miraban suplicantes, buscando una respuesta afirmativa.
Un silencio incómodo se instaló en la habitación haciendo que la distancia entre las dos mujeres sea mayor de lo que
realmente era.
– ¿Me estás pidiendo que te acompañe a una reunión y que me haga pasar por tu... nueva pareja?– preguntó
posando su mirada en la cabeza gacha de su amiga.
– Básicamente... sí– se oyó murmurar con timidez.

– ¡Por todos los santos, Mónica...! ¿¡Te has vuelto loca!?

A medida que decía estas palabras, Mónica fue levantando lentamente su cabeza y pudo observar como aquellos
increíbles ojos verdes parecían más grandes de lo habitual y con un brillo poco común a causa del enojo.
– Camille, soy consciente de lo que te estoy pidiendo– Mónica hizo una pausa buscando la frase correcta– y sé que
esto te parece una locura... pero eres mi mejor amiga y realmente pensé... que me ayudarías.
Terminó. Otra vez el silencio se apoderó de la habitación. Mónica esperaba que las

palabras hayan tocado el corazón de la mujer rubia, que permanecía inusualmente callada y con los brazos
cruzados. Se oyó un suspiro de resignación. Camille había cedido.
– Está bien, lo haré por ti... pero te advierto que no quiero nada de "cosas raras".

Mónica notó como se sonrojaba la blanca piel por unos instantes. ¿Qué serían esas cosas raras que hacían ruborizar
a su amiga? Esbozó una amplia sonrisa y estrechó con fuerza a la pequeña figura.
– ¡Gracias, muchísimas gracias! Esto significa mucho para mí.

Camille, con un gran esfuerzo se apartó del abrazo. Tomó su abrigo que reposaba en el largo sillón de cuero del
comedor y se encaminó a la puerta del departamento. Llegaban a sus oídos las innumerables expresiones de
gratitud y los incontables favores que le serían otorgados, la mayoría de los cuales quedarían olvidados en un futuro
no muy lejano. Abrió la puerta y se perdió en el pasillo del edificio.

Miró su reloj, marcaban las ocho en punto. Todavía disponía de unos treinta minutos para terminar de arreglarse
antes de que Mónica pasara a buscarla. Se miró en el espejo y su reflejo le devolvió su imagen con el ceño fruncido.
Demonios, Camille, se suponía que ibas a trabajar y para eso elegiste este acogedor y tranquilo lugar... ahora
mírate, estás peinada, vestida y maquillada para ir a la fiesta de una tal Clara, a la que ni siquiera conoces,
haciendo el papel de novia de tu mejor amiga. Meditó esta última idea que se formó en su mente y no pudo evitar
echarse a reír.
Había decidido que venir a este pueblo, lejos del bullicio y del smog de la capital, ayudaría a inspirarla. La fecha que
aparecía en el contrato que había firmado con la editorial se avecinaba a pasos agigantados y necesitaba de toda su
imaginación para cumplir con este compromiso. Importante para su futuro. Importante para su ascendente carrera.
Había llegado ayer por la noche y no podía dejar de visitar a su amiga, sobre todo después de tanto tiempo. Apenas
la vio, supo que algo andaba mal. Su instinto rara vez fallaba, siempre había sido muy perceptiva y Mónica era, a los
ojos de Camille, tan transparente como una hoja de papel para calcar.
Entre sollozos le contó que su pareja, Gloria, la había dejado. Mónica estaba absolutamente convencida de que
Gloria asistiría a la reunión y que iría con su nueva "amiguita".
– No puedo faltar.– le dijo con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar– Llámame masoquista, pero tengo
que ir a esa fiesta, debo saber quién es ella... pero no puedo hacerlo sola...
Y después vino la bendita proposición que había arruinado todos los planes de Camille para esa noche. "Bueno,
Camille, no seas tan gruñona, después de todo estás ayudando a tu amiga... además, tal vez podrías encontrar
algún personaje interesante para tu historia. Ya sabes como es esto: "La inspiración puede llegar en el momento
menos esperado y de la forma más extraña, es ese pequeño duende que se cuela en nuestra mente, embriagando
nuestros sentidos, de manera tal que todo lo que nos rodea se vea como una gigantesca metáfora"."
El sonido del timbre interrumpió el curso de sus pensamientos. Se dio un último vistazo en el espejo y bajó
rápidamente hacia la salida. Abrió la puerta. Una impaciente Mónica la esperaba.
– ¿Cómo me veo?– le preguntó para calmar a su amiga visiblemente nerviosa.
Los ojos castaños exploraron de pies a cabeza a la figura que tenían delante y una sonrisa de satisfacción se dibujó
en aquel rostro, relajando claramente las tensas facciones.

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– ¡¡¡ Te ves estupenda!!! ¡¡¡Seré la envidia del lugar!!!– exclamó Mónica sin intentar disimular su creciente
entusiasmo.
Oh, oh... estás en problemas, Camille. Y Mónica la tomó con firmeza del brazo, introduciéndola a toda velocidad en
su automóvil.

La casa era extraordinaria. Similar a las que aparecen en las películas. Un amplio comedor atestado de gente,
puertas corredizas de vidrio que dejaban ver un inmenso jardín rodeando a una pileta gigantesca, de cuya tranquila
agua emergían luces de diversos colores.
El murmullo de las conversaciones y la agradable música de fondo envolvían la estancia. El exquisito aroma de los
aperitivos dispuestos en una amplia mesada se mezclaba con las sugestivas fragancias que provenían de la barra del
bar.
Camille pudo notar como Mónica alzaba la cabeza buscando a alguien. Instintivamente o por costumbre su amiga la
había tomado fuertemente de la mano. Se dejó llevar a través del gentío, sin dejar de observar como ojos curiosos y
completamente extraños la miraban con interés.
– ¡¡Clara!!– le escuchó decir a Mónica.

Camille giró su cabeza y vio que una alta mujer se acercaba hacia ellas mostrando una franca sonrisa. La dueña de
casa abrazó con ternura a su amiga y después de intercambiar unas palabras centró toda su atención en la rubia
acompañante.
– ¿No me vas a presentar a tu compañera?– preguntó Clara, arrastrando las palabras en un claro y sugerente
ronroneo.
– Me llamo Camille– respondió exhibiendo una sonrisa amistosa.

Como acto reflejo, la menuda mujer le extendió su mano a modo de saludo. Clara la tomó y tiró de ella para poder
acercarla y darle un sonoro beso en la mejilla.
– Mónica, tengo que admitir que tienes muy buen gusto... pero ten cuidado, Gloria está aquí.– le advirtió y
volviéndose le dijo a la aturdida rubia– Y tú preciosa, si llegas a tener algún problema házmelo saber...
La dueña de casa le guiñó en forma cómplice un ojo y tomándola de los hombros le susurró al oído:
– Si llegas a pelearte con Moni, no dudes en llamarme.

Camille pudo sentir como una tarjeta se depositaba furtivamente en sus manos. Respiró aliviada cuando la anfitriona
decidió marcharse.
– Le gustas... has hecho una importante conquista, ¿lo sabías?– le dijo una divertida Mónica.

La sonrisa de Mónica lentamente se fue convirtiendo en una mueca de desesperación. Camille miró hacia la dirección
en la que su amiga tenía fija la vista. Divisó a dos mujeres, una alta y de largo cabello renegrido y a su lado, una
mujer un poco más baja que la anterior y de cabello rubio rojizo.
Mónica se quedó petrificada, incapaz de mover un solo músculo. La tensión se veía reflejada en cada una de sus
facciones. Camille puso una mano sobre su hombro para reconfortarla y esperó pacientemente la explicación de su
amiga.
– Gloria es la pelirroja– fue lo único que atinó a decir.
La menuda rubia volvió a mirar hacia las dos mujeres y sintió como unos ojos grises la atravesaban con la mirada.
Después, vio como Gloria le daba un apasionado beso a la morena. Inmediatamente, sintió como unas manos la
tomaban por la cintura y unos labios se encontraron con los suyos. Se apartó bruscamente y sus ojos verdes se
encontraron con los de Mónica que suplicaban una silenciosa disculpa. " ¡Pero qué demonios significa esto! Mónica te
advertí que si me prestaba a este juego era con la condición de nada de "cosas raras"... y simplemente ves a tu ex,
te descontrolas completamente y me besas... ¡no lo puedo creer!".
– Moni... ¿cómo has estado?– otra vez los ojos grises de Gloria fulminaron a una Camille ensimismada en sus
pensamientos.
– Disfrutando de la vida... como tú– le respondió dando una mirada significativa a la mujer morena.
– ¿Puedo hablar contigo?
Mónica alzó las cejas en señal de asombro, dio un rápido vistazo a Camille, la cual asintió con la cabeza.
– Claro– dijo finalmente.
Camille observó como la pelirroja y su amiga se perdían entre la gente.

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Genial, ahora me deja sola.... espero que todo esto sirva para algo. Y también espero que la tal Clara no me vea
sola y desamparada. Miró la tarjeta que le había dado y que todavía descansaba en su mano derecha. Con prolijas
letras doradas aparecía grabado:
Dra. Clara Iturralde
Abogada
Especialidad en Derecho Familiar
T.E.: 4658–9852

Abrió su cartera y dejó caer en forma descuidada el rectángulo de cartón. Tomó aire y decidida se encaminó al bar.
Un apuesto barman, le sonrió amablemente al escuchar su pedido. " Lo más fuerte que tenga.... no estás
acostumbrada a beber... no creo que embriagarte en este lugar sea lo más conveniente... ¿consideraste la
posibilidad de que Mónica y Gloria se reconcilien? Tendrás que arreglártelas para volverte sola... Consideró esto
último. Observó como el muchacho detrás de la barra trabajaba con interés en la creación de un explosivo trago y
un suspiro escapó de su boca. Qué más da, estoy en una fiesta, y lo menos que puedo hacer es divertirme".
– Aquí tiene.
– Gracias.

Un largo vaso había sido colocado en frente de ella, el sospechoso líquido azulado invitaba a ser bebido. Se llevó el
sorbete a sus labios y succionó con fuerza. Una oleada de intenso calor atravesó su garganta para luego estrellarse
abruptamente en su estómago.
– Debes beber más despacio.

Levantó la vista hacia la persona que había dado aquella recomendación y se topó con unos electrizantes ojos azules
que parecían desnudarla con la mirada. ¡Maldición! ¡Es la "amiga" de Gloria!
– Parece que nos dejaron solas...

Hizo caso omiso al comentario. Camille estaba concentrada tratando de eliminar una espuma blanquecina que se
había depositado en la superficie de su bebida. Por el rabillo del ojo observó como la morena se sentaba en la
banqueta de al lado.
– Mi nombre es Sofía... ¿cómo te llamas?

¡Menuda suerte! ¿Qué demonios te propones? ¿Y esa sonrisa? Camille había abandonado su infructuosa tarea y clavó
sus ojos en la sonriente mujer.
– Camille.– respondió secamente obsequiándole una sonrisa de mala gana.

¡Basta, deja de mirarme de ese modo! Me está dando un terrible dolor de cabeza...

Tratando desesperadamente de evitar esos ojos, la rubia figura se giró hacia el barman y le preguntó:
– ¿Cómo se llama esta cosa?
– Dinamita...

Vaya, mejor ni pregunto lo que tiene... ¿Todavía sigues aquí? ¡Por qué no te largas y me dejas sola de una buena
vez!
– No te había visto antes... ¿recién llegada?– insistió Sofía, estudiando minuciosamente cada movimiento que
efectuaba la pequeña mujer.
– Sí.– su tono reflejaba austeridad.
Bien, estoy haciendo mis mejores esfuerzos para parecer una bruja y no hay forma que logre ahuyentarte...
¡Mónica! ¿¡dónde diablos te has metido!?
Sofía arqueó una ceja, cuando vio cómo la mujer que tenía enfrente vaciaba con una rapidez asombrosa el contenido
del vaso. Contempló como las mejillas de Camille adquirían un color rojizo que la hacían ver absolutamente
encantadora.
La menuda rubia apenas se estaba reponiendo del fuego abrumador en el que parecía estar consumiéndose cada
centímetro de su cuerpo, cuando una mano se apoyó en su hombro. Una voz familiar acarició sus oídos.
– ¿Todo está bien?
Camille levantó su cabeza y entrecerró sus ojos para lograr un mejor enfoque. Al reconocer la figura de Mónica un
enorme alivio se apoderó de su ser. Aún bajo el efecto del alcohol pudo darse cuenta que la cara de su amiga
resplandecía de felicidad producto de una segura reconciliación con Gloria. Se irguió y sorprendentemente mantuvo
el equilibrio, aunque no se sentía demasiado segura apoyada sobre la tambaleante extensión en la que se había
convertido el piso.
– ¿Podemos ir a casa?... antes de que pierda la poca dignidad que me queda– alcanzó a murmurar.

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Mónica gentilmente la tomó por la cintura y la condujo hacia el exterior. La joven rubia sonrió tontamente cuando
Clara levantó su copa en señal de despedida. No más bebida para ti Camille...

II

La oscuridad la envolvía en un sofocante abrazo. El miedo, instalado en la atmósfera del pequeño espacio en el que
se encontraba atrapada. Intentó orientarse en medio de las tinieblas agitando desesperadamente sus brazos. A cada
paso que daba un vertiginoso torbellino de inseguridad convulsionaba su cuerpo y la amenazaba con desplomarse en
el húmedo suelo. Respiraba con dificultad. Su corazón golpeaba con fuerza en su pecho y sus latidos cada vez más
audibles, retumbaban como una enloquecedora melodía en su interior. De pronto, sintió gritos desgarradores que
parecían provenir de un lugar cercano. Una luz enceguecedora rompió las sombras en las que se hallaba sometida.
Tardó unos segundos en acostumbrar sus ojos a la claridad para luego contemplar con horror el charco de sangre en
el que yacía un cuerpo inerte.
Abrió los ojos abruptamente, su cuerpo temblaba aún bajo la influencia latente de su reciente pesadilla. Estaba sudando
copiosamente y su corazón palpitaba con un acelerado ritmo. Miró los números rojos de su radio despertador: 4:35. Calculó que
hacía unas dos horas que había vuelto de la fiesta. Una terrible punzada en la sien le recordó la "Dinamita" ingerida y lanzó una
maldición por lo bajo. Respiró hondo, obligando a su mente a desprenderse de las imágenes del mal sueño.
Pesadillas. Hacía mucho que no tenía alguna. Se levantó de la cama y se colocó un pulover de lana gris para protegerse del frío de
la madrugada. Bajó hasta la cocina y mecánicamente se dispuso a preparar café. ¿Cuánto tiempo? Casi trece años... Tomó la
cafetera y volcó cuidadosamente el líquido humeante sobre una taza verde de cerámica. Atrapó una galleta de un tarro cercano y le
dio un mordisco. En ese entonces tenía doce años... ¿Puede ser posible, nuevamente? Sacudió su cabeza para eliminar estas ideas
y taza en mano se dirigió al living. Su computadora portátil reposaba en la mesa lista para ser usada. Contempló unos instantes la
negra pantalla. Su mano se estiró hasta el botón de encendido y desfilaron ante sus ojos las conocidas imágenes de la puesta en
marcha de la máquina. Bueno, Camille, es hora de escribir. Y sus dedos se posicionaron en el teclado.

El cursor titilaba con impaciencia en el fondo blanco de la pantalla. Anclado durante más de veinte minutos en la misma posición,
repentinamente se deslizó a lo largo de la línea, devorando a su paso las palabras que formaban parte de una oración inconclusa.
¡Esto es una porquería! ¿En qué momento se supone que perdí la inspiración? Frustrada, se levantó de su asiento y apagó el
monitor. Estiró sus brazos y sus contracturados músculos se relajaron agradeciendo el cambio de posición.
Había escrito tan solo unos cuantos párrafos y ya llevaba unas tres horas despierta. Se dirigió hacia la ventana, sus profundos ojos
verdes percibieron la calma que envolvía los hogares en esa fría mañana de sábado. Sabía que tenía compromisos que cumplir.
Podía evidenciar como la carga que recaía sobre sus hombros comenzaba a ser más pesada con el transcurso del tiempo.
Siempre había anhelado con tener la posibilidad de que miles de personas pudieran apreciar los sentimientos y sensaciones que con
tanto empeño trataba de plasmar en el papel. Había descubierto que el escribir no era más que un simple pasatiempo o una
entretenida forma de alejarse de una dura realidad. Era sumamente consciente del placer que experimentaba cuando sus dedos se
hundían con segura velocidad en las profundidades del teclado. Apreciaba como el vacío que llenaba su alma iba reconfortándose a
medida que las palabras correctas resonaban en su mente, para que instantáneamente, sus nervios dispararan una descarga que
ordenaba a sus manos a redactar la idea que había sido formada en su cerebro, como si el simple hecho de sentarse enfrente del
monitor hiciese activar un interruptor invisible.
Y ahora que su sueño cobraba vida y tomaba una firme consistencia, sentía que no era lo suficientemente buena, sentía que aún no
había madurado y que esta falta de experiencia era la principal responsable de que se sintiera tan abrumada ante la carencia de
imaginación. Por primera vez en su vida algo que realmente le gustaba traía consigo una gratificación económica y no estaba
dispuesta a perder este privilegio.
El sonido del timbre la alejó repentinamente de sus reflexiones. Se preguntó quién podía llamar a la puerta tan temprano un día
sábado. Miró a través de la mirilla y abrió la puerta con cautela. Un joven oficial de policía apareció ante ella.
– Buenos días señorita, soy el oficial Miguenz– saludó cortésmente– ¿podría hacerle unas preguntas?
Camille asintió ligeramente con la cabeza y dejó que el oficial avanzara hacia el interior de su casa.. Notó que tenía fruncido el ceño,
pero no podía hacer nada por evitarlo. El hecho de que un policía estuviese sentado en uno de sus sillones para un interrogatorio
era bastante infrecuente como para sentirse preocupada.
– ¿Sucedió algo malo?– pudo preguntar al fin.

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El policía pareció dudar unos instantes, tratando de evaluar su respuesta. Esta actitud no ayudó en nada para calmar el intenso
nerviosismo de la escritora.
– No es mi deseo alarmarla, pero... esta mañana nos notificaron que...– vaciló y esto hizo que la rubia figura contuviera la
respiración– su vecina había sido... asesinada.
Camille se desplomó en el sillón contiguo, totalmente conmocionada.

Evidentemente este joven no tenía el menor tacto para comunicar semejante noticia. La vecina, Constanza Amadeo, le había
parecido una agradable mujer con la que había mantenido una breve conversación el día de su llegada.
– ¿Cómo dijo?– preguntó al darse cuenta que el policía había hablado.

– Quisiera saber si escuchó o notó algo fuera de lugar durante la noche.

– Estuve en una reunión y llegué tarde a casa... alrededor de las dos de la madrugada y no me pareció observar nada extraño...
El oficial asintió y garabateó unas cuantas líneas en una pequeña libreta.
– ¿Cómo ocurrió?

Camille sabía que no era una buena pregunta, pero su intriga superaba su capacidad de entendimiento. El policía la miró
intensamente por unos segundos considerando la pregunta.
– Su criada la encontró... tiene la garganta degollada.
– ¿Quién pudo haber hecho algo así?

El oficial Miguenz se encogió de hombros. Sus largos dedos tamborileaban en el brazo de su asiento. La menuda mujer notó como
el policía desviaba rápida y tímidamente la mirada cuando lo sorprendió observándola. Era alto, guapo, de cabello castaño claro y
ojos celestes. Un leve sonrojo apareció imprevistamente en las facciones varoniles.
– ¿Sería tan amable de proporcionarme sus datos personales? Es cuestión de rutina– explicó el policía.

La sonrisa de Camille le llegó como respuesta y esto hizo que nuevamente el uniformado bajara sus ojos y se concentrase en algún
punto de la alfombra que había a sus pies.
– ¿Nombre?

– Camille Blanc

El joven alzó rápidamente su cabeza y observaba absolutamente anonadado a la mujer que tenía enfrente. ¿Pero qué está
pasando? Me estás mirando como si fuese una aparición...
– No lo puedo creer... sabía que eras tú...

Camille elevó una ceja. Si esto era alguna clase de justificación todavía no llegaba a comprender el mensaje. Se mantuvo en
silencio. El oficial tenía el rostro iluminado y los pequeños ojos celestes brillaban por la emoción.
– ¡¡Eres la escritora de "Tenebrosa Oscuridad"!!
La menuda rubia se echó a reír, francamente aliviada. El policía se levantó y salió a la calle, para luego volver con un libro entre sus
manos.
– ¿Me lo firmas?
Camille tomó el ejemplar que le había sido entregado y después de una breve dedicatoria estampó su firma en la primera página.
– ¿Qué te pareció mi historia?
– ¡Es absolutamente brillante!... todos los de la estación de policía la han leído y curiosamente hemos llegado a la misma conclusión:
nuestras noches de insomnio no volverán a ser las mismas...
El entusiasmo del oficial Miguenz le acercó una agradable sensación pero que hasta ahora le había resultado desconocida: el
reconocimiento de sus lectores.
– Vaya, no tenía idea de que fuera tan popular...– replicó Camille modestamente.
– ¿Popular? ¡Eres increíble! No en vano ganaste el primer premio en el concurso más importante de la lengua española en relatos
de suspenso, terror y ciencia ficción...
Otra vez fue sorprendida. Se notaba que tenía delante suyo un fiel admirador.

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– Bueno, muchas gracias, es muy lindo todo lo que me dices– sintió que era ella la que se estaba ruborizando.
Muchas, muchas gracias, oficial Miguenz... no creo que puedas imaginarte lo bien que me están haciendo tus palabras. Me estás
obsequiando la dosis de optimismo y confianza que me estaba haciendo falta.
El policía abrió el libro y sonrió al encontrar sin esfuerzo la página que buscaba.

– Esta es mi parte favorita.– le señaló y aclarándose la garganta se dispuso a leer:

"Después de un día plagado de complicaciones, decidió que leer sería una buena manera de despejar su agotada mente Se dirigió a
la biblioteca y recogió de uno de los estantes un pesado libro. Dejó caer su extenuado cuerpo en el sillón. Comprobó como en la
mullida comodidad de los almohadones sus músculos se relajaban paulatinamente. Abrió el ejemplar en el lugar indicado por un
señalador y notó la presencia de un sobre de color amarronado intercalado entre las páginas. Con curiosidad, tomó el sobre y espió
su contenido. Su propia imagen leyendo ese mismo libro aparecía retratada en una fotografía. Un escalofrío recorrió toda su espalda,
tenía la inminente sensación de no estar sola en la habitación. Repentinamente, una luz blanquecina iluminó la estancia. Otra
fotografía había sido tomada. Oyó unos pasos a los que le siguieron el ruido de una puerta cerrándose.
– Has venido por mí...– murmuró en un susurro inaudible.
La casa quedó a oscuras a modo de respuesta."

Una vez que terminó, el joven oficial la miró con una mezcla de adoración y respeto. La radio del policía comenzó a chirriar,
rompiendo la magia del emotivo momento que se había creado.
– Eh... Miguenz, ¿terminaste?

– Si comisario, enseguida estoy con usted.

El policía se dirigió rápidamente a la puerta acompañado de cerca por Camille.

La joven escritora siguió con la mirada como el uniformado se alejaba. Miguenz se detuvo y regresó hacia la entrada en la que la
menuda mujer se encontraba apostada.
– ¿Me harías el honor de cenar conmigo esta noche?– preguntó el oficial y en su tono se percibía una notable excitación.
¡Demonios, Miguenz! Me resultas adorable, eres bastante atractivo y me diste

ánimos para seguir adelante pero... ¿no crees que esto es demasiado? Camille dudó unos instantes, en verdad no tenía intensiones
de herir sus sentimientos, sin embargo sentía la necesidad de mantener las distancias. Si ella aceptaba la proposición, tal vez esto
podría llevar a malas interpretaciones o a crear falsas ilusiones en el policía. Por otro lado, ella estaba aquí para trabajar en su nueva
obra y el tiempo era un factor que todavía no llegaba a controlar. La decisión estaba tomada.
– Lo siento mucho, no puedo...

– Tiene una entrevista conmigo.

Los ojos verdes se agrandaron al ver a la persona que había pronunciado estas palabras.

– ¡Ey Salas! ¿Qué te trae por aquí?– dijo Miguenz dando un fuerte apretón a la mano que le había sido ofrecida.

– Ya ves, estoy cubriendo este homicidio, entre otras cosas...– unos ojos azules examinaron inquisitivamente a la joven escritora que
no salía de su estado de shock.
– Bueno, señorita Blanc, tengo que marcharme... otra vez será.– el oficial inclinó la cabeza en un respetuoso saludo, se colocó su
gorra y avanzó hacia el grupo de uniformados que se encontraban en la vereda de enfrente.
Camille clavó su mirada en la mujer que le sonreía descaradamente. ¡Otra vez no!, ¿Quién demonios te crees para interrumpir una
conversación privada? Y esa sonrisita tan estúpidamente arrogante...
– ¿Por qué lo hiciste?– cuestionó la escritora.
Sofía Salas tiró hacia atrás un mechón rebelde de pelo renegrido. Sin dejar de sonreír, se acercó más a la menuda rubia, hasta estar
lo suficientemente cerca como para notar el destello de furia que provenía de esos ojos de color esmeralda.
– Pensé que necesitabas ayuda.– contestó simplemente la alta mujer.
– ¡Yo no te pedí que me ayudaras!
¿Nadie le dijo señorita Blanc, lo hermosa que se ve cuando está enojada? La forma en la que se acentúan las comisuras de sus
labios, el modo en el que pronuncia sus palabras y la manera en la que centellea esa increíble verde mirada, la transforman en un
ser totalmente encantador.

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– ¿Qué te hace creer que no tengo un compromiso y que por eso rechacé la oferta?– preguntó Camille desafiante, alzando
levemente el mentón.
– Porque tardaste demasiado tiempo en contestar.

¡Eres una maldita! ¿Con que te crees muy lista, verdad? No puedo comprender cómo lo haces pero tienes la extraordinaria habilidad
de exasperarme.
– Bien, pero si hay algo que no me falta es imaginación... después de todo forma parte de mi trabajo.

– ¡Por supuesto!– Sofía volvió a sonreírle y esto irritó aún más a la menuda mujer– lo de la nota iba en serio, no siempre una
periodista tiene la oportunidad de toparse con una talentosa, joven, bella y excelente escritora.
Tienes la sonrisa dibujada en los labios... me haces recordar al Guasón. ¿Quieres entrevistarme? ¡Qué lástima! Ni aunque mi vida
dependiese de ello te daría el gusto... Me las vas a pagar por entrometerte en los "asuntos" de mi amiga.
– Tengo mucho trabajo por hacer y no tengo tiempo para notas...– manifestó la joven escritora.

Camille acortó la distancia que la separaba de la alta morena, tomando uno de sus hombros como apoyo se alzó en puntas de pie
hasta estar a la altura de su oído derecho.
– Estoy segura de que encontrarás algo mejor que hacer esta noche.– le susurró.

El portazo que dio la rubia figura al ingresar a su casa hizo que Sofía despertara del encantamiento. Parpadeó un par de veces y se
quedó contemplando la pesada puerta de roble tratando de digerir lo recientemente ocurrido.

Colgó el teléfono. Su mano descansaba distraídamente en la superficie azulada del tubo. Fragmentos de la conversación mantenida
con Mónica flotaban en los recónditos pasadizos de su mente. Su amiga la había llamado para confirmar que se encontraba bien
después de haberse enterado lo sucedido con la vecina. Estuvieron charlando un buen rato hasta que sobrevino de forma inevitable,
el tema por el cual había sido realizada la llamada.
– Cami... quiero pedirte disculpas por lo de anoche...– la preocupación y la angustia se fusionaban agravando la voz de su amiga.
– ¡Ey! No importa...

– ¡Sí importa! La única condición que me pediste que respetara... la olvidé por completo cuando vi a Gloria...–Mónica dio un profundo
suspiro y continuó– escúchame, eres mi mejor amiga, te has convertido en una de las personas que más quiero en esta vida...
créeme que no quiero perder este hermoso lazo que nos une por la estupidez que cometí...– a medida que iba hablando, un nudo
aprisionó su garganta y no pudo contener las lágrimas.
– Mónica– la voz de Camille era suave y melodiosa– no has perdido mi amistad... Te quiero y siempre te querré, pase lo que pase
siempre tendrás un lugar en mi corazón, supongo que lo sabes...
– Si...

– Entonces, dime, ¿ha servido de algo todo este embrollo?
– Oh, sí– Mónica pareció recuperar la chispeante alegría que le era tan característica y que tanto valoraba Camille– llegamos a
buenos términos, volvimos a estar juntas.
– Me alegro mucho... pero ten cuidado, ¿de acuerdo?. Y... no te aflijas, después de todo el beso no estuvo tan mal– bromeó la
escritora.
¿El beso no estuvo tan mal? Por Dios, Camille, ¿qué es lo que está pasándote?
Deben ser los nervios, sí eso tiene que ser... Las pesadillas, el homicidio de su vecina, la fecha de entrega de su próximo libro, todo
contribuía a que el cansancio dominara y nublara su raciocinio. De lo contrario, no encontraba una explicación coherente para
justificar la causa de que en el momento de hacer ese comentario, la imagen de unos maravillosos ojos azules que brillaban por
encima de una sonrisa seductora se había instalado en su cabeza.

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Autora: Ximena.
 
PARTE 2.
Una risita traviesa se escapó de su garganta cuando verificó que los datos eran correctos. Sacó del bolsillo de su
chaqueta un teléfono celular. Sus dedos marcaron con acostumbrada rapidez los números anotados en un papel. Su
corazón latía rápidamente a medida que la señal de llamado se repetía una y otra vez.
– Hola– contestó una apacible voz al otro lado de la línea.

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– ¡Hola! ¿Cómo estás?
– ¿Quién habla?– pudo notar el desconcierto en el tono.

– ¿No te acuerdas de mí?– le preguntó juguetonamente.
– No.– la entonación se hizo más severa.
– Soy Sofía.

Silencio. Por un momento, la alta periodista pensó que la escritora iba a cortar la comunicación. Al considerar esta
posibilidad una extraña incomodidad flotó en la boca de su estómago. Estaba a punto de disculparse cuando oyó
nuevamente la voz de Camille.
– ¿¡Cómo conseguiste mi número!?– su enojo era evidente.

– Soy periodista, averiguar ciertos detalles de personas de interés forma parte de mi rutina...
– ¿¡Qué quieres!?
– Entrevistarte.

– Ya te he dicho que no.

Sofía podía oír las fuertes exhalaciones que provenían de la pequeña rubia, como si se tratase de algún ejercicio
respiratorio para evitar descontrolarse y mandarla al mismísimo infierno. El obstinado empeño que mantenía en no
permitir que se acercase a ella, hacía que el interés de la morena mujer se concentre más y más. Era divertido, era
todo un reto. Y Sofía Salas amaba los desafíos.
– No lo sé, después de todo, otros colegas con los que he hablado me habían comentado maravillas acerca de tu
persona, de lo fantásticamente agradable que eras... ¿Sabes? Realmente estoy empezando a creer que no eres tan
increíblemente amable como pareces...
La periodista jugó su última carta. La respuesta se hizo esperar, lo que produjo que raudales de adrenalina circularan
por cada una de las venas y arterias de su cuerpo provocando un cosquilleo que le resultaba excitante y estimulaba
todos sus sentidos.
– Te daré tu bendita nota, pero tendrás que venir lo más pronto posible... estoy algo ocupada.– le contestó
sumamente irritada.
Caíste. Encontré tu talón de Aquiles, Camille Blanc. La morena periodista esbozó una sonrisa de triunfo.

Con el teléfono aún pegado a su oído, Camille abrió la puerta de su casa al oír el particular sonido del timbre. La alta
figura de la periodista, celular en mano, la esperaba apoyada en el marco de la entrada.
– Pasa.– dijo la escritora a medida que depositaba el teléfono inalámbrico en la larga mesada del living.

Los azules ojos de Sofía estudiaron con curiosidad el amplio comedor. La acertada decoración combinada con el buen
gusto de los muebles hacían que la casa sea realmente acogedora. Desde la enorme biblioteca que se extendía a lo
ancho de una de las paredes, hasta la estufa que simulaba ser una antigua chimenea, todo resultaba tan
deliciosamente agradable, que la alta periodista consideró que debía realizar algunas reformas en lo que denominaba
"su hogar". ¿Para qué? Si casi nunca estás en casa...
– ¿Podemos comenzar?
Sofía se encontró con una impaciente Camille. Hizo un movimiento afirmativo con su cabeza y comenzó a buscar en
su bolso el pequeño grabador. La periodista se acomodó en un extremo del largo sillón en el que se encontraba la
mujer rubia. Notó como movía de manera nerviosa su pie izquierdo. Hasta el más despistado de los seres hubiera
percibido lo molesta que se encontraba la joven mujer, y el poco esfuerzo que hacía para ocultarlo.
– No te agrado ¿cierto?– las palabras se escaparon de sus labios, pronunciadas con extrema sinceridad.
Sofía era una persona directa, franca, pero cautelosa por instinto. No demostraba sus sentimientos hasta no tener la
certeza completa de que no resultaría dañada. Y ahora, esta mujer que conocía tan solo hace unos días, derribó, sin
siquiera notarlo, la barrera que con tanto esfuerzo había levantado.
¿Por qué de pronto tenía la irresistible necesidad de limpiar esa mala imagen que la joven escritora se había
formado de ella? ¿Por qué trataba irremediablemente de llegar a la rubia mujer? ¿Por qué no podía evitar
observarla? ¿Por qué experimentaba un cosquilleo interno, como si hormigas diminutas caminaran por su piel, cada
vez que esos ojos verdes la miraban? Muchos por qué para una sencilla respuesta: Sofía se sentía atraída por la
pequeña mujer que tenía delante.
Camille frunció el ceño, claramente confundida. ¿¡Qué!? Supongo que esta será una táctica para que me relaje y así
se facilite tu trabajo...
– No pensé que te importara lo que piense acerca de ti– le contestó la escritora, siguiendo el juego.

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– Claro que me interesa– la periodista hizo una breve pausa y añadió– siempre he procurado mantener buenos
tratos con mis entrevistados.
En un movimiento prácticamente imperceptible, Sofía desvió su mirada por unos instantes, para luego enredarse
nuevamente en los ojos de Camille. Esto último no era cierto, pero no podía decir la verdad. Aún no.
– En ese caso... honestamente, no.– le respondió la joven mujer.

Camille sintió remordimiento al ver como las facciones de la periodista se ensombrecieron. ¡Camille... mira lo que
has hecho! Realmente te has convertido en una verdadera bruja.... ¿Pero qué esperabas Sofía Salas? Por tu culpa
Mónica casi pierde a Gloria... tú eres la responsable de que mi amiga sufriera... Me parecen suficientes razones como
para que no me agrades.
Sofía abandonó su asiento. Dándole la espalda a la escritora, se situó delante de la falsa chimenea y contempló en
forma ausente, como se enrojecían los leños sintéticos que formaban parte de la estufa. La alta silueta proyectaba
una sombra alargada que se expandía a lo largo de una de las paredes.
– Lo siento, no quise ser tan ruda... pero, me haces la nota, te contesto, y luego te marchas... no veo por qué
preocuparse.– balbuceó Camille haciendo su mejor esfuerzo por disculparse.
Sofía giró y enfocó sus profundos ojos azules en la rubia escritora. Duele. Tus palabras me lastiman.... sólo intento
conocerte. Nunca fui tan sociable en mi vida y no haces más que rechazarme.
– Nunca fui la amante de Gloria, ella es solo una amiga... me pidió que la acompañara a la fiesta y cuando te vio,
perdió el sentido... pensó que jamás volvería a estar con Mónica, por eso me besó.
Camille quedó boquiabierta frente a esta explicación. Consideró por unos momentos que la periodista pudiera estar
mintiendo. Rechazó de inmediato esta idea. ¡Cómo iba a dudar que fuera cierta esta historia, si ella había vivido
exactamente la misma situación! La curiosa casualidad hizo que se dibujara en sus labios una divertida sonrisa a la
que le siguieron sonoras risotadas.
– ¿De qué te ríes?, no me crees...– inquirió la alta mujer, un tanto ofendida.

– No, no es eso... es que pasé por lo mismo... con Mónica.– trató de aclararle entre risas.

La escritora alcanzó a ver como una ceja se elevaba oculta tras el flequillo oscuro. Luego de unos instantes, las
carcajadas de Sofía se unieron a las de Camille.
La rubia mujer sintió un alivio enorme. Con cada una de las sacudidas que experimentaba su cuerpo a causa de la
risa, sentía como sus músculos se iban relajando. La muralla que había construido para evitar a la morena mujer se
había caído. Se sintió extraordinariamente bien al poder abandonar esa rudeza con la que trataba a Sofía. Cada vez
que se encontraban le resultaba difícil el ser tan desagradable, a pesar del comportamiento desmesuradamente
egocéntrico de la periodista que ayudaba bastante.
Camille estaba asombrada. ¿Cómo esta mujer podía resultar tan arrogante y ahora, de pronto, era capaz de
demostrar sensibilidad alguna? Parecía, en cierta forma que la periodista también jugaba a un personaje y que en
este momento, era la verdadera Sofía la que se estaba doblando de la risa junto a ella. Pararon de reír, ambas
sentían un profundo dolor en el estómago y se tomaban el abdomen con fuerza a modo de respuesta. Mientras
normalizaban sus respiraciones, los ojos verdes de Camille se encontraron con los ojos azules de Sofía. Se
estudiaron en silencio. Tanto la periodista como la escritora notaron que algo había cambiado.
– ¿Empezamos?– sugirió la rubia figura.

Y un largo dedo pulsó un botón rojo del pequeño grabador.

Trató con desesperación ponerse en pie. Estaba aterrorizada. Algo en su interior la impulsaba a acercarse hacia la
figura inmóvil. Con horror, comprobó la lentitud de sus movimientos, como si cada una de las células de sus tejidos
pesaran toneladas y esto le impidiese manejarse con plena libertad. Recorrió la distancia de unos pocos metros en
un trayecto que le pareció interminable. Se inclinó sobre el cuerpo y sus ojos verdes se ensancharon en profundo
pánico. Contempló los coágulos de sangre que taponaban una gigantesca herida que se extendía a lo largo de todo el
cuello. Ahogó un grito con sus manos temblorosas cuando reconoció a la mujer que yacía en el suelo. Constanza
Amadeo. Instintivamente giró su cabeza y su mirada se clavó en una de las paredes de la habitación. Cerró los ojos
con fuerza intentando alejar las imágenes recién descubiertas.
Se despertó llorando. Sus miembros se estremecían aún producto de las impresiones percibidas. Se aferró con
ambas manos a la sábanas y al sentir el familiar contacto, supo que estaba a salvo, resguardada en el silencio de su
habitación. Inspiró y exhaló grandes bocanadas de aire hasta lograr calmar la alteración que había asaltado a cada
uno de sus sentidos. Tal como lo esperaba, el ejercicio funcionó. Como siempre había funcionado. Como la primera
vez que lo puso en práctica, unos trece años atrás.

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Caminaba de un lado hacia el otro, como si fuese un león enjaulado. Sus largas piernas hacían posible que
atravesara la pequeña oficina dando unos pocos pasos. Estaba impaciente. La conferencia de prensa en la que se
daban los detalles técnicos acerca de la muerte de la señorita Amadeo había finalizado hacía un largo rato. No le
gustaba esperar, la expectativa la ponía tremendamente inquieta y esto le molestaba profundamente.
Miguenz le había pedido que lo aguardara en su despacho. Tenía algo que mostrarle. Se detuvo y pudo ver a través
de la puerta entreabierta como el joven oficial mantenía una acalorada conversación con el viejo comisario y uno de
sus compañeros. Afinó sus oídos tratando de distinguir las palabras que se perdían en el tumulto de la seccional.
Una sonrisa asomó en sus labios cuando pudo apartar el molesto murmullo y escuchar la discusión que le
interesaba. Había aprendido a escuchar a través de los sonidos, tenía la capacidad de seleccionar la información que
llegaba a sus oídos, como si pudiera despreciar los ruidos sin importancia tal como se deshoja una margarita. Esta
era una de sus muchas habilidades, probablemente producto de un riguroso entrenamiento al que se había
sometido. Lástima que su vida se había tornado demasiado tranquila como para poner en práctica sus antiguos
conocimientos.
– ¿Y bien?– unos ojos azules se clavaron sobre el rostro del policía.

– ¡Salas!– pronunció su apellido como si se hubiera sorprendido de encontrarla allí.

Sofía elevó una ceja. Observó el cansancio que se reflejaba en las jóvenes facciones. La preocupación era demasiado
evidente como para que el oficial Miguenz intente ocultarla. Los ojos celestes aparecían irritados y unas oscuras
ojeras que amenazaban con extenderse, eran suficientes para darse cuenta que el policía estaba sin dormir.
– Quiero que me prometas, que lo que voy a rebelarte no saldrá de estas cuatro paredes...

La periodista frunció el ceño. La petición era por demás extraña. Sin embargo, asintió con un movimiento de su
cabeza.
– El homicida era conocido por la víctima. No encontramos ninguna señal de que haya forzado alguna puerta para
ingresar a la casa... Incluso no hay evidencia de violencia física, a excepción del corte que Constanza tenía en la
garganta...
El policía apoyó el peso de su cuerpo en el escritorio que ocupaba gran parte de su despacho. Suspiró y estrechó
descuidadamente el sobre de papel que llevaba en sus manos.
– Eso ya lo sabes, es lo que se le dijo a todos tus colegas... pero hay algo más.

Los ojos azules se estrecharon y apremiaron en una silenciosa orden a que el policía continuase.
– Nos dejó una nota... escrita con la propia sangre de la víctima en una de las paredes.

Sofía observó como el oficial sacaba una de las fotografías del sobre y la extendía hacia ella. Comprobó con
desconcierto la prolijidad y la claridad de la caligrafía. El mensaje era corto, pero reflejaba un claro desafío. Esta no
sería la única víctima que habría. Como si se tratase de un ritual de iniciación o una simple carta de presentación.
"¿Qué es una pesadilla? ¿Un mal sueño? Para alguien como yo, es inspiración" Este era el anuncio que el homicida
había delineado en su mente enfermiza y que había plasmado con destreza sobre el blanco muro.
– ¿Con qué se supone que escribió esto?– quiso saber la periodista.

– A juzgar por los cortes que presenta el cuerpo en los brazos... puede que haya utilizado algún dispositivo para
hacerlo.
– ¿Podría existir la posibilidad de que la haya obligado a escribir el mensaje antes de matarla? –interrumpió la alta
mujer.
– El informe del forense indica que las heridas fueron post–mortem.
La desvencijada silla hizo un sonoro crujido cuando el joven policía se dejó caer en ella. Hubo un momento de
silencio. Cada uno estudiando la poca información de la que disponían. Tratando de encontrar algún detalle o indicio
que pudiera revelar alguna pista antes desapercibida.
– ¡Maldita sea!– maldijo Miguenz, golpeando con sus puños la superficie del escritorio– Nos enfrentamos a un
desquiciado muy inteligente... No hay huellas, no hay marcas, no hay desorden... nada, absolutamente nada.
Sofía apoyó una mano reconfortante sobre su hombro. Advirtió la intensa tensión en la que estaba sumido el joven
oficial y que se había materializado en forma de implacables nudos que colonizaban la vasta extensión de su ancha
espalda.
– Necesito tu ayuda.– la súplica llegó a sus oídos y caló hondo en su ser.
– Claro que la tienes.– le respondió la periodista a medida que abandonaba la oficina.

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Con paso decidido se alejó de la estación de policía. A medida que avanzaba, recuerdos difusos de un pasado lejano
comenzaron a proyectarse. Fragmentos de su anterior vida desfilaban en su mente y traían consigo una dolorosa
opresión en el pecho. Las barreras erigidas en su memoria sepultaron eficientemente cada una de las sensaciones o
sentimientos que pudieran evocar esos días. Hasta este momento.

III

Contempló a una joven Sofía llorando en la tumba de su madre. Si bien no era una niña, aún necesitaba de ese
cariño y calidez que sólo podía dar esa mujer de carácter sencillo y alegre. No tardó su padre en abandonarlos, tanto
a ella como a su hermano mayor. Se quedaron solos. Huérfanos. Arrancados del confort y bienestar de un hogar,
privados del amor, comprensión y guía de sus progenitores, era relativamente fácil caer en las garras tentadoras de
los vicios. Sobre todo cuando eran los únicos medios de los que disponían para apartarse de la oscura realidad. Un
mundo de ilusión donde no había pena, culpa o sufrimiento alguno les era ofrecido en cada inhalación, en cada
pitada y en cada trago.
¿Por cuánto tiempo habían llevado ese ritmo de vida? ¿Cuántas noches estuvieron expuestos a los peligros
inherentes de una subsistencia en las calles? Era imposible determinarlo. Los días y las noches se confundían en el
delirio errante que proporcionaban las drogas y el alcohol. Ningún familiar quiso hacerse cargo de ellos, nadie tenía
la fuerza suficiente para extirpar la oscuridad que crecía, a pasos agigantados, en aquellos jóvenes corazones. No
comprendían que en cada acción realizada se ocultaba un grito desesperado de ayuda. Nadie entendía que un simple
gesto de amor podía realizar el milagro de rescatarlos de las sombras en las que se habían ocultado. Hasta que un
amigo de su padre se apiadó de sus torturadas almas y los liberó de la miserable existencia que mantenían. Un viejo
militar, viudo y cansado de sostener una casa que le era exageradamente grande y vacía, se convirtió en su ángel
guardián. Se transformó en su única y verdadera familia.
Bajo la atenta mirada, los cuidados y el afecto constante de ese hombre de pelo entrecano, reservado a la hora de
hablar y de mirada serena, tanto Sofía como su hermano recobraron la esperanza perdida. Aún hoy podía ver la
satisfacción plasmada en aquél rostro cuando su hermano recibía el título de ingeniero naval. Todavía recordaba la
expresión de regocijo y orgullo cuando ella misma se graduó con honores en la escuela militar.
El ejército. Recordó el esfuerzo que realizaba por superarse día a día. Cada mañana, al despuntar el alba, se imponía
una meta que era alcanzada sin dificultad, al ponerse el sol. No tardó en ganarse el respeto de todos los de su clase.
Hombres y mujeres la admiraban por igual, dejando entrever en sus miradas un tanto de envidia por la dedicación y
el empeño que rendía en cada duro entrenamiento. Su carrera derivó un rumbo vertiginoso, pasando de rango en
rango, como un atleta supera las vallas. Cabo, sargento, teniente. La teniente Salas. La imagen imponente,
enfundada en un traje verde oscuro. Todavía podía percibir los murmullos y comentarios que se acallaban
abruptamente a su paso. Una mezcla de miedo y devoción en cada reverencia dada por los oficiales de menor
jerarquía. La sensación de dominio y poder flotando en el aire. Sofía era feliz, se sentía completa. Había nacido para
esto. Sin embargo...
La tarde gris de un domingo lluvioso repentinamente se coló entre sus recuerdos. Estaba de guardia en el cuartel,
tenía a cargo solo unos pocos soldados que no hacían más que bostezar de aburrimiento. Cansada de observar la
cortina de agua que obstinadamente caía sobre el campo de ejercicio, decidió que entrenar sería una buena idea. El
poner sus músculos en movimiento haría que el tiempo en cautiverio pasara más rápido. Se deslizó hasta el
gimnasio. Alguien la siguió.
– ¿Quién está ahí?– preguntó advirtiendo la presencia del desconocido.

Un hombre mayor, de porte arrogante, se plantó delante de ella. Una sonrisa insinuante asomaba debajo de un
pulcro bigote.
– General, ¿qué está haciendo aquí? ¿algún problema?
El militar se acercó lentamente, sus ojos oscuros brillaban. La tomó del brazo y notó la forma en la que el bíceps se
tensaba por la contracción. Torpemente intentó besarla. Sofía, que había sido tomada por sorpresa, hábilmente se
desprendió del agarre. Sus ojos azules destellaban con furia.
– ¿¡Qué demonios pretende!? Se lo advierto...– su voz se hizo grave y profunda, intimidante en el tono.
– Vamos teniente, sé que disfrutarás tanto como yo...
El militar nuevamente arremetió contra ella y Sofía lo esquivó con una agilidad felina.
– ¡Si sabes lo que te conviene, me obedecerás!– vociferó encolerizado.
Intentó tomarla del brazo, pero la alta morena, alcanzó su muñeca y le torció el brazo por detrás de la espalda.
– ¡Eres un pedazo de mierda! Te crees muy macho, escudándote en tu estampa de general... ¿cierto?– Sofía se
esforzó en pronunciar cada una de estas palabras como un insulto.

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Lo soltó y de inmediato el militar saltó sobre ella. Sofía le respondió con una elegante patada que le dio de lleno en
la cara. El agresor se tambaleó hacia atrás, abundantes chorros de sangre emanaban copiosamente de su nariz. La
alta mujer esperó a que se recuperara, la extraña sonrisa dibujada en sus labios contrastaba con su mirada
mortalmente amenazadora. El hombre lanzó un golpe con su mano izquierda, el que fue eludido sin inconvenientes
con un leve giro, luego atacó con su puño derecho y éste fue atrapado por las manos de la teniente que luego tensó
el brazo del militar, enviándolo a volar, por encima de sus hombros en fracción de segundos. En su viaje por los
aires, el acosador chocó contra un saco de boxeo que se precipitó al suelo junto con su cuerpo maltrecho. La arena
que servía de relleno en la pesada bolsa, se desparramó formando un abundante montón. Tomó un puñado de la
arena que había caído, arrojándola directamente a los ojos de Sofía. Aprovechando la momentánea ceguera de su
rival, la empujó con todas sus fuerzas contra la pared y cuando se disponía a golpear a su presa, la teniente, aun
con los ojos cerrados, dio un salto y estando en el aire maniobró una voltereta, para luego caer sobre sus pies justo
detrás del anonadado general. Le dio un fuerte golpe a la altura de los riñones, lo que hizo que el hombre se doblara
de dolor y luego con una patada en su trasero, lo envió contra la pared estrellando su cabeza con un sonido hueco.
– Vas a lamentar esto...– la amenazó.

Sofía abrió los ojos. Le ardían intensamente. Tardó unos instantes en enfocar y pudo ver con agrado el rostro
ensangrentado y plagado de moretones del abusador.
– Eso lo veremos.– respondió la teniente con indiferencia y caminó hacia la salida.

– Muy lista... pero dime, ¿a quién van a creerle? ¿a ti o a mí?– le advirtió y soltó una carcajada enfermiza que se
expandió en la inmensidad del gimnasio en un sonoro eco.
Estaba en lo cierto. Él era un prestigioso general del ejército, condecorado y con una trayectoria de muchos años
que le había permitido codearse con las altas esferas del gobierno. Y ella... era respetada, temida, pero era solo una
teniente. El simple hecho de haber golpeado a un superior implicaba la prisión como castigo. Además de que estaba
segura de que iba a ser culpada con innumerables cargos de acuerdo a la historia que inventaría el militar. Entonces
comprendió que la batalla se había reducido al influyente general contra la teniente de largas y bonitas piernas.
Nadie iba a creerle. Nadie le creyó. Terriblemente indignada, decidió renunciar a su puesto antes de tener que
soportar la humillación en un juicio injusto. Lo único que lograba aliviarla era la idea de que su hermano se
encontraba embarcado en un buque a miles de kilómetros y que su tutor ya no estuviera vivo para presenciar este
proceso. Sofía no podría haber resistido la expresión de dolor en las facciones de sus dos seres más queridos.
Al abandonar el ejército, sintió que toda su vida se había impregnado en las paredes del cuartel, se sentía
terriblemente vacía. No obstante, encontró una luz al final del oscuro túnel: tenía que luchar por evitar que otra
persona corriera su mismo destino. Fue así como decidió hacer valer su título de periodista, el cual había obtenido
tiempo antes de ingresar al círculo militar. Investigando, pudo conseguir testimonios de otras mujeres que habían
padecido los ataques del general. Su nota salió en primera plana y el militar no tardó en sufrir su merecido castigo.
Después de lo ocurrido, muchos se acercaron nuevamente para instarla a que regresara a la milicia. Los rechazó una
y otra vez. No estaba dispuesta a sacrificar su vida en un ámbito donde había sido traicionada su confianza.
El periodismo le había otorgado algunas satisfacciones. Aunque no podía compararlo con la excitación que
experimentaba en cada simulacro de combate. El ritual de pintarse la cara y poner a punto su equipo de camuflaje,
mientras en su cabeza se ideaba una estrategia para neutralizar rápidamente al enemigo, eran hechos que
extrañaba considerablemente. Si bien se había acostumbrado a su nueva vida, y se había hecho a la idea de que de
alguna manera luchaba para vislumbrar la verdad en cada investigación, añoraba la actividad de aquellos días. Y
ahora, inesperadamente, Miguenz pedía su ayuda. El joven oficial conocía su historia y jamás había dudado por un
momento de su integridad. Él confiaba absolutamente en la morena mujer. Tanto que había permitido que conociese
detalles que fueron negados para otros periodistas. Era su amigo. Y ella lo ayudaría.
Sin darse cuenta, sus pasos la habían guiado hasta la puerta de su casa. Cuando cruzó el umbral, una sensación de
alegría invadió su espíritu. Después de todo volvía a ponerse en acción.

Camille se miró por quinta vez en el espejo. Hizo un gesto de desagrado. La remera blanca que llevaba puesta cayó
en el montón de ropa que yacía en forma desordenada sobre la cama. El constante cosquilleo en la boca del
estómago era un indicio inequívoco que se encontraba nerviosa. No entendía cuál era la causa de su inquietud. Esta
no sería la primera ni la última vez que le iban a tomar alguna fotografía. Sin embargo, se encontraba inusualmente
ansiosa. Disgustada, se quitó al atuendo que llevaba puesto y optó por los jeans azul claro y una camisa entallada
verde manzana, que era el primer conjunto que se había probado.
Bajó las escaleras que separan su habitación de la sala de estar. Miró su reloj y comprobó que tenía una hora de
tiempo antes de que llegara Sofía. Se sentó frente a la computadora portátil y leyó con detalle los últimos párrafos
escritos. La noche anterior, había sido realmente productiva: no sólo había escrito tres capítulos, sino que había
terminado de delinear las características del personaje principal. Me pregunto que pensaría si supiera que me basé
en ella para dar vida al protagonista de la historia. Después de la entrevista habían charlado un buen rato y Camille
se sorprendió de lo grato que le resultaba su compañía. Ay, Camille... ¿Qué hay en esta cabecita tuya? Primero la
odias y deseas matarla y ahora la... Bueno, ahora te sientes a gusto con ella.
Hizo clic en el icono del diskette y apagó la máquina. Miró nuevamente su reloj, las agujas marcaban las siete en
punto. Sonó el timbre y Camille dio un respingo en su silla. Rápidamente abrió la puerta y se encontró con la
familiar sonrisa de la periodista.
– Hola.
– Hola... Pasa, por favor.

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Camille le regaló una sonrisa. Era la primera vez que lo hacía sin que haya un tinte irónico o sarcástico de por
medio.
Sin perder tiempo, Sofía comenzó a preparar con ágil destreza su cámara para empezar la sesión de fotos.
– ¿Quieres un café?– preguntó una voz desde la cocina.
– Sí, claro.

Una vez terminada su tarea, la periodista paseó en forma distraída su mirada por el comedor. Sus ojos se centraron
en un cuadro que no había visto en su última visita. Se acercó y observó que se trataba de un retrato. En él aparecía
la imagen de una joven mujer que sonreía cálidamente.
– Hermosa, ¿no te parece?– la voz de la rubia mujer le llegó como una suave caricia para sus oídos.

– Se parece a ti... Si no fuera por el largo del cabello y por las ropas que viste... dirías que eres tú. ¿Quién es?
– Era hermana de mi abuela, yo la llamaba tía Gabrielle.

Sofía notó que los ojos de Camille comenzaban a llenarse de lágrimas. Por un momento tuvo deseos de abrazar a la
pequeña mujer y reconfortarla. Se obligó a detenerse cuando vio lo rápido que la escritora se repuso.
– La querías mucho, ¿verdad?

– Era la persona más adorable e interesante que he conocido– la voz se le quebraba embargada por la emoción.
– ¿Interesante?

– Oh, sí... A los diecisiete años rompió su compromiso con su prometido y se marchó de la casa... siempre me
decía: "Camille, nunca dejes de soñar, siempre ten presente que esos sueños son el combustible que alimenta tu
espíritu, los que te permitirán alcanzar las metas más allá de las dificultades..."– hizo una pausa y continuó– Me
confesó que se había marchado porque quería conocer diferentes personas, lugares, culturas... antes de establecer
una familia.
– Y sus padres no lo aceptaron...

– No... Pero por suerte, mi abuela la adoraba y siempre se mantuvieron en contacto, a pesar de que mis
tatarabuelos nunca aprobaron lo que había hecho, con el tiempo llegaron a entenderla.
– Bueno, al menos la historia tiene un final feliz...

– Mi padre la quería con locura, me llamó Gabrielle en honor a ella...– ante la sorpresa que demostró la periodista,
Camille se apuró a aclarar– mi madre tenía temor de que sea tan rebelde como ella y decidió que ese sería mi
segundo nombre... como si tan solo con el nombre pudiera heredar su carácter...
La rubia figura detuvo su relato. Se tomó la barbilla en forma pensativa, reflexionando por unos instantes.
– Aunque... mi madre tal vez tenía razón... además del parecido hay algo que heredé de ella...
– ¿Qué?– preguntó intrigada la periodista.

– La pasión por escribir... es una pena que yo no tenga su sensibilidad. Era una gran poeta.
– Sin embargo, eres una gran escritora– comentó Sofía.
– ¿Sabes? Creo que debería escribir acerca de ella. Sería una historia fabulosa.

Sofía contempló con detenimiento las delicadas facciones de la escritora. La nariz pequeña que se cernía por encima
de su boca de labios coralinos. Sus ojos verdes de profunda mirada, que por momentos brillaban con destellos
azulados. Sin pensarlo, se fue acercando a Camille y la tomó de los hombros para que no se apartara.
– ¿¡Qué crees que estás haciendo!?– amenazó la menuda mujer, pero sin moverse de su lugar.
La periodista ignoró la advertencia y concentró su mirada de lleno en esos ojos que le resultaban hipnóticos.
Inspeccionó con sumo interés aquellos iris de tan singular color y pudo ver como las pupilas se dilataban cuanto más
se aproximaba a la rubia mujer.
– Demasiado verdes para ser azules, pero a la vez, demasiado azules para ser enteramente verdes...– la voz de
Sofía se había enronquecido y se asemejaba a un suave ronroneo.– Tienes unos bonitos ojos verde azulados.
Satisfecha con su conclusión liberó de su agarre a una más que sorprendida Camille. ¡Por Dios! Por un momento
pensé que ibas a...
– ¿Comenzamos?– preguntó a la escritora que aún se encontraba un tanto aturdida por lo que acababa de ocurrir.

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Sofía le indicó el sitio donde quería que se acomodara. Pensó que la biblioteca como fondo sería ideal. Gatilló un par
de veces su cámara. Y se quedó sumamente complacida cuando Camille empezó a adoptar posiciones más sensuales
para la cámara como si fuera una modelo. La periodista por poco sufre un infarto cuando la rubia figura amagó con
quitarse la camisa.
– Supongo que estas últimas fotografías no serán publicadas...– insinuó divertida.
– No, son para mi colección personal.– bromeó la morena.

Haré un póster gigantesco para pegarlo en la pared del living... Creo que de esa manera pasaría más tiempo en
casa. Con estos pensamientos acompañó a Camille hasta la cocina.
– ¡Mierda! ¡Otra vez se descompuso!

La escritora introdujo sus dedos en el interior de la máquina para hacer café y después de ajustar algunos cables, se
escuchó un sonido ronco. El caprichoso artefacto volvió a funcionar. Apartó, despreocupadamente un mechón
rebelde que caía sobre su rostro y lanzó una maldición al observar sus manos engrasadas.
– Camille...– la llamó Sofía.

Cuando la rubia miró hacia ella, la alta periodista disparó el flash. Ampliamente disgustada, le arrebató de las manos
la cámara de fotos y echó a correr hacia el comedor. La morena la siguió al instante y no le llevó mucho esfuerzo
alcanzarla. Camille había quedado acorralada entre la periodista y la pared.
– ¡Debo parecer un payaso... con toda la cara manchada!– exclamó la escritora, sintiéndose derrotada.

Sofía no escuchó el reclamo. Sólo podía oír el palpitar desenfrenado de su corazón. Sólo podía sentir la proximidad
del pequeño y bien formado cuerpo. Sólo podía percibir el intoxicante aroma que emanaba de esa suave y blanca
piel. Sólo podía mirar a esos ojos que la cautivaban. Sus sentidos completamente desordenados, sus ideas, sus
pensamientos, todo lo que sabía o era parecía haber sido arrasado por un colosal remolino. Sólo había un deseo,
que había adquirido voz en su interior, que clamaba a gritos ser saciado. Solo podía hacer una cosa.
– Te ves hermosa.– susurró Sofía y sus labios encontraron la boca que tanto anhelaba.
Camille se apartó de la alta mujer. Su rostro reflejaba consternación.
– Yo no... no soy lo que piensas– finalmente dijo la escritora.

¡Maldita sea! Tenías que echarlo todo a perder... después de tanto esfuerzo lograste ganar su simpatía y ahora te
lanzas sobre ella sin siquiera pensarlo...
– Perdóname, soy una estúpida... no debí hacerlo... por favor, te pido mil disculpas.

La rubia escritora contempló como la periodista guardaba apresuradamente todos sus elementos en su bolso. La alta
mujer abrió la puerta y depositó sus ojos azules sobre los de Camille, tratando de expresar todo el pesar que sentía
con su mirada, ya que no podía hacerlo con las palabras.
El frío intenso golpeó sin piedad su rostro al abandonar la casa. Sofía se adentró en la oscuridad de la noche,
esperando que las sombras ocultaran la vergüenza que sentía.

La iluminación era escasa. El rumor de unas voces lejanas alcanzaron sus oídos. Comenzó a moverse en la dirección
del murmullo. El sonido de una carcajada se deslizó por la estancia, llegándole intacto en la quietud de la noche.
Otra risa resonó en los rincones del estrecho pasillo en el que se encontraba. Y luego otra. Después... silencio. No
más ruidos. No más risotadas. Nada. Sólo el silencio y una creciente oscuridad cómo compañía. Avanzó torpemente
hacia el sitio donde creyó del que provenían los sonidos. Tropezó con algo rígido que se elevaba como un desnivel en
el suelo. Se incorporó rápidamente. Una sustancia viscosa apareció en sus dedos. Sangre. Miró hacia abajo, el
cuerpo de una mujer colmado de profundos cortes surgió ante su vista. Se sintió terriblemente mareada y con un
inminente deseo de vomitar. Inspiró una bocanada de aire. De a poco, recuperó el equilibrio y las nauseas
desaparecieron. Cerró sus ojos y alzó su cabeza. Su corazón golpeaba frenéticamente su pecho. Ordenó a sus
párpados elevarse, teniendo la plena certeza de lo que encontraría. Las pupilas se dilataron en forma refleja cuando
las profundidades verde azuladas absorbieron el mensaje escrito en el muro.
Abandonó el sueño en forma violenta. Con los ojos completamente abiertos en la oscuridad, supo que se encontraba
en su cuarto. Su cuerpo se hizo un ovillo en la gigantesca cama. Su mirada se encontró con las familiares luces rojas
que despedía su reloj despertador. Rojas. Igual que el mensaje... letras rojo... rojo sangre... cerró los ojos y apretó
con más fuerza sus piernas contra su pecho. No puede ser cierto... no otra vez. Es una pesadilla, es una pesadilla,
nada más. Para cuando los brazos de Morfeo la atraparon de nuevo, una decisión había sido tomada.

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Sin dar crédito a lo que acababan de escuchar, Miguenz y Sofía se miraron brevemente para luego centrar su
atención en la exaltada figura que tenían delante.
– Se que ha ocurrido un nuevo asesinato...

Camille, agotada, se dejó caer en la desgastada silla giratoria que el policía le había ofrecido. Los ojos verdes
pasaron de la alta periodista al joven oficial. Observó el rostro pensativo de Miguenz. Su aire meditabundo estaba
muy cercano a la confusión, entre la sorpresa y el asombro.
– Ha ocurrido de la misma forma que el anterior... ningún rastro de violencia física, sin desorden aparente, sólo un
corte profundo en la garganta, además de los cortes en los brazos.
La voz dulce de la escritora se veía claramente afectada por el gran nerviosismo que estaba experimentando en ese
momento, transformando su tono de manera tal que sonaba ligeramente más agudo de lo normal.
Tanto el policía como la periodista sabían que la información de que había ocurrido un nuevo homicidio era reciente.
Fue en las primeras horas de la mañana cuando el hermano de la víctima encontró el cuerpo. El oficial contempló
cómo la menuda rubia retorcía con impaciencia la cadena de oro que pendía de su cuello. ¿Cómo era posible que ella
supiera todo esto? Ningún medio radial o televisivo conocía esta noticia...
– "El miedo nutre mi espíritu, es la esencia de mi poder".

Sofía abrió sus ojos de par en par poniendo en evidencia la majestuosidad de esa mirada que rivalizaba con el azul
del cielo.
– ¡¿De dónde sacaste eso?!– preguntó Miguenz, exigiendo una pronta respuesta.

– Es lo que estaba escrito en una de las paredes... ¿verdad?– manifestó la menuda mujer.

– ¿Cómo lo sabes?– interrogó Sofía, interviniendo ante el notorio desconcierto del joven policía.
– Porque lo he visto... en mis sueños. Tengo visiones de los asesinatos.
– ¿Has visto al asesino?– cuestionó el oficial recuperando el habla.

– No, no aún... – respondió tristemente Camille– esta no es la primera vez que me ocurre, hace trece años, pasé por
lo mismo.
– Cuéntanos.– la animó la alta periodista.
Recuerdos de Camille – I

Era una fría mañana de invierno. Camille se despertó muy temprano sintiendo una intensa emoción. Era el día de su
cumpleaños. Doce años. Estaba realmente ansiosa, puesto que sus padres le habían prometido un regalo muy
especial. Si ella estaba en lo cierto, el libro que tanto tiempo había querido, hoy aparecería en su biblioteca. Salió de
su casa con una sonrisa dibujada en sus labios. Segura de todas las felicitaciones que iba a recibir de parte de sus
compañeros de grado.
Camino a la escuela, un sonido le llamó poderosamente la atención, como si se tratase de un lamento. Movida por la
curiosidad, avanzó hacia lo que parecía un terreno abandonado. Angustiosos sollozos provenían de un profundo hoyo
cavado en la tierra. Se acercó y olvidando cualquier precaución, asomó su cabeza. Lo último que sus ojos vieron fue
la oscuridad engullendo su pequeño cuerpo.
Despertó en su cama luego de tres días de haber sido hallada en el interior del pozo. Lo único que recordaba era el
sonido del llanto que la había atraído hacia ese lugar. Cómo la encontraron y de qué manera fue rescatada era un
verdadero misterio para ella.
Miró a su alrededor. Los conocidos pósters y afiches de personajes famosos aparecieron ante su vista. Estaba en su
cuarto. Una cálida sensación de bienestar se hizo presente. Sus ojos verdes se encontraron con la mirada llena de
ternura y preocupación de su madre.
– Prométeme que no volverás a hacer algo parecido.– le rogó.
Camille asintió con un leve movimiento de su cabeza.
Recuerdos de Camille – II

Estaba oscuro. Tenía los ojos completamente abiertos pero no lograba ver nada. El olor a tierra mojada se impregnó
en sus fosas nasales. Este aroma le resultó familiar. Se incorporó con la ayuda de sus manos notando una ligera
humedad en el suelo. Con los brazos extendidos trató de palpar una superficie en la cual apoyarse. Encontró una
pared, al tacto le pareció que presentaba algunas grietas. Escuchó un sollozo. Intentó orientarse en las sombras en
busca del origen del llanto.

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El sonido de una puerta abriéndose. Una luz enceguecedora atravesó la oscuridad. El resplandor era tan intenso que
se tuvo que cubrir los ojos. El ruido de los escalones crujiendo debajo de fuertes pisadas llegó a sus oídos. Oyó un
forcejeo acompañado de gritos desgarradores. Pudo distinguir una alta silueta arrastrando el cuerpo de una niña a
través de las escaleras.
Con los ojos firmemente cerrados y el corazón palpitando en acelerado ritmo, retornó de la pesadilla. Inspiró
profundamente, exhalando el aire lentamente. ¿Qué fue eso? Parecía tan real...
Con el piyama puesto, salió de la cama y caminó hacia la cocina. El desayuno estaba listo. Encontró a su madre
untando una tostada con mermelada.
– ¡Buenos días, dormilona!– la saludó.

Camille se acercó y le dio un beso en la mejilla.

– ¿Qué ocurre? Hija, estás muy pálida...– le dijo al tiempo que apartaba los desordenados mechones rubios y le
colocaba una mano en la frente.
– Nada... mamá, no he dormido muy bien...– finalmente comentó.

– Creo que hoy te quedarás en casa. Todavía estás un poco débil para ir al colegio.– le anunció su madre.

La pequeña rubia sintió un gran alivio. Por alguna extraña razón, no tenía deseo alguno de volver a esa escuela.
Recuerdos de Camille – III

El ruido de los escalones crujiendo debajo de fuertes pisadas llegó a sus oídos. Oyó un forcejeo acompañado de
gritos de desgarradores. Pudo distinguir una alta silueta arrastrando el cuerpo de una niña a través de las escaleras.
Subió tan rápido cómo pudo. A través de la puerta entreabierta contempló un horroroso espectáculo: el hombre
estaba golpeando salvajemente a la niña. La pequeña víctima giró la cabeza y aquellos ojos tremendamente
hinchados e inyectados de sangre contemplaron su rostro. Camille se estremeció ante la visión. El hombre se inclinó
hacia el maltratado cuerpo, sostenía una tenaza en su mano.
– ¡Nooooooo!– gritó Camille..

Nadie pareció escucharla. El hombre lanzó una carcajada cuando observó las piezas extraídas.

Camille sacudió la cabeza. Durante todo el día las imágenes de su sueño la habían estado acosando. Miró el reloj de
la cocina, habían pasado más de tres cuartos de hora y todavía se encontraba leyendo el mismo párrafo. Una y otra
vez, la misma oración repitiéndose en un incesante eco en su mente. Se concentró en memorizar los detalles del
Virreynato del Río de la Plata, con la esperanza de poder alejar las visiones de su pesadilla. No había caso.
Decidió que tal vez un poco de televisión resolvería el problema. En la pantalla, el Correcaminos echaba a perder
cada uno de los planes del pobre Coyote. El corte comercial interrumpió su divertida sesión de dibujos animados.
Aprovechando la pausa, colocó la leche en el fuego. Era hora de su merienda. La música de fondo del flash
informativo resonó en el ambiente. "Solicitamos a la población información acerca del paradero de Julia Oliveri,
cualquier dato deberá ser comunicado a..." Casi se le cae la taza que tenía en la mano, cuando la fotografía de la
niña de su pesadilla apareció ante su vista.
Recuerdos de Camille – IV

Habían pasado tres noches libres de sueños. Comenzó a creer que su madre estaba en lo cierto: que estaba
impresionada por el accidente en el pozo y que esto era probablemente lo que ocasionaba sus pesadillas. Sin
embargo, ¿cómo era posible que la niña desaparecida era idéntica a la de sus visiones? Finalmente, llegó a
convencerse que se trataba de una curiosa casualidad.
– ¡Qué terrible!– escuchó decir a su padre.– Encontraron el cuerpo de la niña...
Camille se acercó. Se paró en puntas de pie para poder leer el periódico por encima del hombro de su progenitor.
Sus ojos verdes se agrandaron desmesuradamente. A Julia le faltaban dos piezas dentarias, dos colmillos.
Corrió a su habitación, cerrando la puerta de un golpe. Lo que había soñado no era casualidad... era verdad. De
alguna forma, ella podía ver todo esto. Hasta ahora no había podido observar el rostro del asesino... tal vez, si
lograba concentrarse lo suficiente podría identificarlo. Se impuso una nueva meta: ¡Detener al loco del colmillo!
Recuerdos de Camille – V

– Camille, hija... ¿por qué no vas a jugar con tus amigas?... ¡Has pasado todo el fin de semana en tu cuarto!– le
recriminó su madre.
Camille se asomó por la puerta. No había contado a sus padres lo que pretendía hacer. No lo entenderían, o lo que
era peor, pensarían que los golpes que había sufrido al caer a ese pozo le estaban haciendo perder el juicio. De una
u otra forma intervendrían con su misión y ella no estaba dispuesta a darse por vencida. Sabiendo que otra chica
había sido atrapada.
– Estoy haciendo la tarea... con esto del accidente, estoy un poco atrasada...– dijo a su madre con la mejor de sus
sonrisas.
– Bien, pero luego saldrás un rato... no quiero que pases todo el día encerrada.– le ordenó.

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La pequeña Camille asintió, volviendo a la calma cuando observó a su madre regresar a la cocina. Lo cierto era que
a pesar de sus esfuerzos, el rostro del psicópata todavía le resultaba borroso. Reconoció a la nueva víctima como
Estela, una niña que iba a su misma escuela pero en un grado inferior. Tenía que apresurarse, no sabía de cuánto
tiempo disponía para salvarla.
Se recostó en su cama y cerró los ojos. Rezó en silencio, rogando poder ver aquel infame rostro.

Se encontraba en la oscura habitación. Prestó atención intentando escuchar el gimoteo de Estela. Silencio. Un vacío
se hizo en su estómago al notar que estaba sola... Subió a trompicones la escalera. Llegó a una sala escasamente
amueblada, el lugar estaba desordenado y bastante sucio. Recorrió con la mirada en busca de la niña. Era
demasiado tarde... Las lágrimas cubrieron sus ojos y apenas alcanzó a ver una luz que provenía de la habitación
contigua. Caminó hasta el cuarto. Allí estaba. Observó el trayecto de una aguja que se alzaba en el aire para luego
perderse ocultada por el cuerpo del homicida. Camille se acercó. ¡Aquel monstruoso hombre estaba entrelazando los
colmillos en una especie de collar! Terriblemente asustada, un quejido se quebró en su garganta. Por un momento
pensó que la había oído, porque alzó la cabeza y miró hacia los costados. Entonces pudo contemplar el rostro del
asesino... Y el loco del colmillo reanudó su tarea.
Recuerdos de Camille – VI

El policía la miraba incrédulo, con el ceño fruncido y de brazos cruzados.

– Niña, esto no es un juego... ¿por qué no te vas a divertir con tus muñecas?– le dijo bastante enojado.
– ¡Estoy diciendo la verdad! ¡Es él!

El oficial tomó a Camille del brazo y comenzó a empujarla hasta la salida.

– Si no me cree, entonces dígame cómo es que sé que Estela es otra de las víctimas del loco del colmillo...

El policía entrecerró los ojos y clavó su oscura mirada en la pequeña. Podría estar mintiendo... pero esos ojos verde
azulados parecen tan sinceros... El timbre del teléfono lo sacó de sus pensamientos.
– Hola.– contestó.– Bien... Adiós.

Camille esperaba impaciente en la puerta de la oficina.

– Parece que tenías razón, pequeña.– le comentó el uniformado.– Han encontrado a Estela...
El policía se inclinó y llevó un mechón de cabello dorado detrás de la oreja de Camille.
– Lo seguiré.– le prometió.

Camille sonrió. El oficial abandonó el despacho dando grandes zancadas.
Recuerdos de Camille – VII

"La policía finalmente ha apresado al temible asesino, el loco del colmillo. El terrible homicida se trata de Valdemar
Otis, quien se mostraba como un respetable ciudadano y padre ejemplar y que se desempeñaba como bibliotecario
del Instituto Superior Nº 5. Se supone que aprovechando su contacto con los menores en el establecimiento, es
donde escogía a sus víctimas. Todas ellas fueron niñas que concurrían al prestigioso colegio. Las autoridades están
claramente sorprendidas, puesto que el señor Otis siempre había demostrado una conducta intachable. La detención
del asesino pudo ser llevada a cabo gracias a la colaboración de una niña, que al parecer tenía visiones de los
macabros actos que efectuaba el homicida..."
La imagen del cronista vespertino desapareció de la pantalla del televisor y fue reemplazada por los dibujos
animados. Tweety se burlaba irónicamente de Silvestre.
Camille se acomodó en el regazo de su madre, mientras que su padre acariciaba cariñosamente el dorso de su
mano.
El timbre sonó. El padre de Camille fue a atender el llamado. Regresó trayendo un bulto en sus manos.
– Esto es para ti.– le dijo entregándole un colorido paquete.
Camille, con los ojos brillando de emoción, se lanzó hacia el envoltorio y desprendió con cuidado el papel que lo
cubría. Un oso de peluche vestido con un uniforme de policía la saludó amistosamente. Sostenía en una de sus
regordetas manos un silbato, y en la otra, un papel cuidadosamente doblado. La nota decía: "Gracias. Tu amigo,
el oficial".

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O S C U R I D A D

Autora: Ximena.
 
PARTE 3.

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Las lágrimas caían libremente rodeando con húmeda delicadeza las mejillas de la rubia escritora. Lanzó un suspiro.
Tal vez era alivio o desahogo, o la simple necesidad de compartir la terrible carga que todo esto le significaba.
– Sofía, ¡al fin te encuentro!

Tres pares de ojos se fijaron en la figura que acababa de irrumpir en la oficina del joven oficial. La alta periodista la
reprochó en silencio, con una mirada que haría temblar al corazón más embravecido.
– Lo siento, no quise interrumpir...– se disculpó Gloria, claramente avergonzada– ¿puedo hablarte un momento?
La mujer morena abandonó de muy mala gana el despacho. Se dirigió al rincón apartado en el que se encontraba su
amiga. Los ojos grises de Gloria estudiaron con insistencia las facciones de la periodista tratando de desentrañar el
misterio que se encerraba en aquel ceño fruncido.
– ¿Qué sucede? ¿Por qué está llorando Camille?
– Tiene visiones...

– ¿Visiones? ¿acerca de qué?
– De los asesinatos.
– ¿Ve al homicida?

– No, aún no... pero es sólo cuestión de tiempo.
– Entonces... ¡podrían atraparlo!
– Eso espero.

La alta periodista observó el creciente interés que tenía la pelirroja y sabía que si no ponía un límite estaría
atormentándola durante horas. Gloria, eres una pesadilla... ¿es que nunca te cansas de hacer más y más preguntas?
– Dime, ¿qué te trae por aquí?– dijo Sofía, desviando el hilo de la conversación.

– ¿Qué te ocurre?– cuestionó un tanto ofendida, hastiada del mal humor que demostraba la periodista.

Los ojos azul cielo se agrandaron por un leve instante para luego entrecerrarse. Una leve chispa muy cercana al
enojo se vislumbraba en esa mirada. La pelirroja, atenta al sutil cambio en la expresión de su amiga, desvió la vista
para descubrir aquello que tanto parecía molestar a la alta figura. Miguenz acunaba tiernamente entre sus brazos a
la joven escritora.
– ¿Te molesta?
– ¿¡El qué!?

Sofía se cruzó de brazos preparada para soportar las molestas insinuaciones que sobrevendrían. Muy a pesar suyo,
no podía dejar de observar la cabeza rubia que permanecía cómodamente apoyada en el hombro del policía.
– ¡Estás celosa!– exclamó Gloria.

– Estás loca– propuso la periodista.
– Vamos... ¿acaso me crees tonta? Rubia, de unos ojos verdes increíbles, un cuerpo con curvas insinuantes y con
una sonrisa que es capaz de derretir un iceberg... ¿Piensas que no me fijé en ella?
Lo dicho acaparó toda la atención de la alta mujer que se volvió en forma brusca hacia Gloria. Al ver la sonrisa
traviesa y el brillo pícaro en esos ojos grises, comprendió que por más que lo intentase no podría engañarla.
– Estoy convencida de que la gran mayoría de las personas que estamos en esta seccional estarán deseando
explorar las delicias ocultas que se esconden debajo de toda esa ropa.
– ¡Gloria!
– ¡Ey..! Al menos soy sincera.
– Bueno, está bien, tienes razón... me atrae de una forma incomprensible... todo en ella me resulta absolutamente
fascinante.– manifestó la periodista, sintiendo repentinamente un leve calor recorrer su esbelta figura.
– Estás... ¿enamorada?– sugirió Gloria.
– ¿A qué has venido?– cuestionó Sofía evitando contestar la anterior pregunta.

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Gloria comprendió que no conseguiría sonsacar más información de la alta morena. Era imposible tratar de mantener
una charla amena con la periodista cuando los sentimientos eran el tema principal de conversación. Sofía era un
enigma viviente con respecto al tema amoroso, es por eso que para Gloria, había sido un verdadero triunfo que le
haya confesado lo mucho que le gustaba la pequeña escritora.
– Mira, mañana por la noche haré una pequeña reunión para festejar el cumpleaños de Mónica y... necesito tu
cámara de fotos ¿me harías ese favor?– pidió la pelirroja pestañeando inocentemente.
– Te la presto con la condición de que alimentes a Cerbero.
– ¿Tu perro? ¡Debe estar hambriento el pobrecillo!

Sofía le entregó su llavero. Vio cómo Gloria guardaba cuidadosamente el voluminoso manojo de llaves en la cartera
de cuero marrón. Arqueando dubitativamente una ceja, observó cómo se introducía al pequeño despacho del oficial
Miguenz.
– Camille... te recuerdo que mañana es el cumpleaños de Mónica y me imagino que no faltarás a la fiesta ¿cierto?.
La escritora asintió a la pelirroja mujer, sonriendo por primera vez en toda la larga tarde.
– Y tú guapo, también estás invitado.

Miguenz no pudo evitar sonrojarse por el comentario. Sofía fulminó a su sonriente amiga con otra de sus peligrosas
miradas. Y Gloria, sin inmutarse, le guiñó un ojo antes de abandonar la pequeña oficina.

Hogar, dulce hogar.

Camille cerró la puerta y apoyó su espalda en la superficie de madera. Sus ojos se alzaron y observó los contornos
irregulares de una mancha de humedad que se expandía despreocupadamente en el cielo raso. Tendré que pintar...
la casa es vieja, pero vale la pena el esfuerzo... por supuesto si es que decido instalarme aquí en forma definitiva...
Se impulsó ligeramente con las manos y caminó hacia la escalera. Nada mejor que un baño de inmersión con sales
aromáticas para relajarse.
Ascender esos dieciocho escalones le resultó una verdadera odisea. Las piernas le temblaban levemente, como si
sobre su espalda estuviese llevando una carga demasiado grande. Estaba exhausta. Revivir todos esos momentos,
tan lejanos en el tiempo y a la vez tan dolorosos, exigían cierta fortaleza y entereza. Le había costado un terrible
esfuerzo superar el horror de ver esas imágenes, de ser un testigo privilegiado de los movimientos de un psicópata.
Pasó innumerables noches en vela. No quería dormir, sobre todo si los sueños traerían aparejado esas visiones de
pesadilla. Y a pesar de todo, lo había logrado... Y ahora, en este pueblito alejado y aparentemente tranquilo,
después de trece años, la historia se volvía a repetir. ¿Capricho del destino... o irónica manifestación de su
verdadero camino?
Llegó a su habitación. Arrojó su cartera y abrigo en la cama. Se quitó los zapatos, agradeciendo las suaves caricias
de la alfombra sobre la planta de sus pies. Con lentitud se fue despojando de sus ropas. La polera blanca de hilo, la
camiseta de algodón, los jeans gastados. Se dirigió hacia el baño. Abrió la canilla que se distinguía por encima de la
generosa bañera. Sus ojos verdes fijos en el chorro de agua humeante. Estaba cansada. Se sentía impotente,
sabiendo que tenía que transcurrir un cierto tiempo antes de que pueda ver al homicida... ¿cuántas muertes
significarían este impedimento?
Estaba extenuada. Esta era su cruz. Una cruz excesivamente pesada. A los doce años contaba con el apoyo y afecto
de sus padres. Hoy, en su presente actual, no contaba con esta ayuda inconmensurable. Estaba sola. No, en realidad
no. Tenía a Mónica... su amiga, su hermana. Cuando sus padres murieron, fue el pilar que la mantuvo en pie. Fue su
columna, su sostén. Incluso había sido la responsable de mandar el borrador de una historia a un concurso
literario... la que resultó inexplicablemente ganadora del primer premio.
No, no estaba sola. Además estaba Miguenz. Tan cortés y paciente. Tan afectuoso y tierno. Entre sus brazos se
había sentido protegida, resguardada.
No, no estaba sola. También se encontraba Sofía. Enigmática, misteriosa, deslumbrante. Recordó la fría mirada, los
distantes que parecían esos ojos de ensueño. Recordó la forma cortante con la que la había tratado durante toda la
jornada. La alta periodista se erguía con toda la plenitud de su vasta estatura, imponiendo una barrera imposible de
traspasar. Esta era una extraña, muy alejada de la mujer con la que había llegado a simpatizar.
Sofía, Sofía, Sofía. ¿Ahora eres tú la que quiere evitarme? ¿Por qué? No logro entenderlo... La sensación de
seguridad y tranquilidad que advirtió con el oficial Miguenz no podían compararse, bajo ningún aspecto o parámetro
posible, con la maraña de sentimientos que experimentó su cuerpo, cuando la periodista apoyó una mano sobre su
hombro. El simple y sutil contacto. El estremecimiento frente a la ligera carga. El breve apretón antes de abandonar
su punto de apoyo. Este gesto, que podía catalogarse como impulsivo, casual o inconsciente, había sido capaz de
generar un torbellino de reacciones. Sofía, Sofía, Sofía. ¿Ahora eres tú la que quiere evitarme? ¿Por qué? No logro
entenderlo... no después de... aquél beso... que me robaste.

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Comprobó la temperatura del agua. Satisfecha, cerró el grifo. Arrojó un puñado de sales. Se quitó la ropa interior y
se introdujo en la tina. Se dejó envolver por el aire tibio y húmedo que invitaba a relajar su cuerpo. Sus párpados se
volvían más y más pesados. Cerró sus ojos, esperando que las visiones no asalten sus sueños... al menos por esta
noche.

– ¡No olvides pedir tres deseos ...!

Mónica asintió levemente. Con el rostro pensativo y una sonrisa pronta a desplegarse, tomó una bocanada de aire y
sopló. Las llamas se agitaron frente al sorpresivo embate, torciéndose en forma peligrosa en la cúspide de las velitas
que adornaban la torta, para luego erguirse y arder intensamente. Mónica intentó una vez más. Y otra. Ante la
inesperada resistencia, Camille decidió ayudar a su amiga.
Sus ojos verdes adquirieron un tono más profundo y las delicadas líneas de su rostro resaltaban en la penumbra.
Aspiró, exagerando el gesto en forma cómica. La del cumpleaños imitó la acción y juntas exhalaron. Unos ojos azules
atraparon la mirada de la rubia escritora. Los pulsos se aceleraron. Miguenz, Mónica, Gloria, la torta, todo se
desvaneció. Y... las velitas se apagaron .
¡Mierda! ¡Lo has hecho otra vez! ¿Es que no puedes controlarte? ¡Quita tus manos de ahí, oficial! ¡Déjala en paz!
Sofía contempló a Miguenz tomando un mechón dorado y colocándolo detrás de la oreja de Camille, acariciando
cariñosamente el contorno de su mejilla. ¡Qué demonios! Gloria ¿por qué tuviste que invitarlo?
– ¡Eh! ¿apeteces una porción?– el plato con un generoso trozo de torta se movía en un lento vaivén delante del
rostro inmutable de la periodista.
Sofía aceptó de mala gana el ofrecimiento de Gloria. Muy molesta, se llevó la cuchara a la boca devorando en
cuestión de segundos el delicioso pastel.
– Hacen una bonita pareja...

Dicho el comentario, la mujer pelirroja se apresuró a escabullirse hacia la cocina. Como un resorte, la alta morena
se levantó de su silla. Se quedó inmóvil por unos instantes meditando el próximo paso que iba a dar: seguir a Gloria
y estamparle una olla en la cabeza a modo de sombrero o bien dirigirse a la mesa y beber una cerveza fría. Se
decidió por la ultima opción... ya tendría oportunidad para dar a la irritante pelirroja una merecida lección.
¡¿QUÉ RAYOS SIGNIFICA ESTO?! La azul mirada observó como Miguenz había tomado firmemente de la cintura a
Camille atrayéndola hacia su cuerpo. Un abrazo, dos sonrisas, captadas por la lente de la cámara. Hermosa
fotografía.
Me comporté como un ogro... pensando que así todo iba a ser más fácil... Creía que si te mantenía a una distancia
prudencial podría lograr quitarte de mi cabeza... ¿Por qué es tan complicado...? Se que tus gustos no son los míos...
y por alguna extraña razón te interesa mi amistad... me encantaría compartir ese lazo contigo, sin embargo el
tenerte tan cerca... me perturba. No puedo hacerlo Camille... por ahora no.
– ¿No vas a tomarte una fotografía conmigo?

La pregunta de la menuda rubia extrajo a la periodista de sus reflexiones. Aquella voz dulce y melodiosa
repentinamente le causó una aguda opresión en el pecho. Sofía, era una mujer acostumbrada a manejar sus
emociones pero se veía completamente indefensa ante la escritora. Se sentía como un guerrero sin su espada. Le
resultaba tremendamente incómodo el tener irrefrenables deseos de estrechar a la rubia figura y verse obligada a
permanecer en su sitio. Le costaba muchísimo mantenerse a raya cuando cada célula de su cuerpo rogaba por
degustar nuevamente el sabor de aquellos labios. Camille era como un oasis en el medio de un desolador desierto,
en el cual Sofía podría calmar su sed. Pero una barrera invisible le impedía llegar hasta ese delicioso lugar...
– No me gustan... salgo demasiado alta y un tanto desgarbada– ensayó como excusa.
Camille frunció el ceño, un tanto contrariada por la respuesta. No debería sorprenderme, has estado evadiéndome
durante toda la noche... ¿Por qué no me miras cuando te hablo? ¿Acaso ya no soy de tu agrado? ¿Ya no te atraigo,
Sofía Salas?
La joven escritora arrebató el vaso de la mano de la periodista en un rápido movimiento. Bajando de un solo trago
todo su contenido. Restos de una espuma blanquecina se situaron por encima de sus labios. Sofía clavó su mirada
en esa boca perfecta. Con todas sus fuerzas resistió el impulso de besarla. La lengua de la menuda rubia, en una
sensual maniobra, removió los vestigios de la cerveza bebida.
– Gracias, tenía sed.
Camille le devolvió el vaso sonriendo de forma seductora. Dio media vuelta y se marchó para hablar con Mónica,
dejando a la periodista con la necesidad de tomar una ducha de agua fría.

Sal. Tequila. Limón. El pintoresco ritual repetido una y otra vez a lo largo de toda la noche. Media docena de botellas
dispuestas en ordenada fila y una pila de gajos de limón eran los testigos mudos de la celebración.

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Camille tomó una de las tantas botellas que se encontraban detrás de la barra del bar. Examinó con interés la
etiqueta que indicaba que era un producto importado. Vodka... Hummm.... creo que un poco no me hará mal... Sin
pensarlo, llenó su vaso hasta el tope. Miró el aspecto aparentemente inofensivo del líquido, que se asemejaba al del
agua corriente. Sonrió, siendo consciente de que la combinación de bebidas que estaba a punto de efectuar no era
una de las más convenientes.
– Brindo por ti, mi querida amiga...– pronunció alzando su vaso.
– Espera un momento. Suficiente de alcohol para ti, Camille.

El oficial Miguenz le quitó el vaso y la sentó delicadamente en uno de los sillones del living.

– ¡Oye! ¡Ni siquiera pude mojar mis labios...!– se quejó la rubia escritora, imitando el tono de una chiquilla
malcriada.
El joven policía rió frente a la protesta. Sin decir palabra alguna, comenzó a ponerse su campera.

– Tú... – un dedo índice señaló en forma amenazadora el pecho del oficial– ¿¡Te estás burlando de mí?!
– Vamos, Camille, es tarde... te llevaré a tu casa.
– ¡No iré a ningún lado!

Miguenz tomó del brazo a Camille obligándola a incorporarse. Al instante, una fuerte mano sujetó la muñeca del
policía.
– ¡ELLA DIJO QUE NO!

Los ojos azules resplandecían con una desbordante energía. El oficial sintió una terrible presión en la articulación
causada por el apretón que se tornaba más intenso con el transcurso de los segundos. Derrotado, soltó a la
escritora.
– Lo siento... no fue mi intención lastimarte– se disculpó con la rubia figura que lo miraba con cierto recelo desde
una distancia prudencial.
– No hay problema... Camille puede quedarse a dormir con nosotras si lo desea...– intervino Gloria, cortando la
tensión del momento.
Miguenz alzó la mano a modo de saludo. Se colocó su gorra y abandonó el departamento.

Gloria y Mónica observaron a la alta periodista, la cual tenía los puños apretados y su mirada fija en la puerta que
acababa de cerrarse. Camille caminó hasta Sofía y le depositó un sonoro beso en la mejilla.
– Gracias.– le susurró.

La mujer morena, alzó una ceja. Total y completamente aturdida por la acción de la joven escritora. Observó como
la menuda figura estiraba sus brazos, bostezando en varias oportunidades.
– Estoy muy cansada... creo que es hora de irme...

– Camille... ¡no permitiré que conduzcas en este estado...!– la reprendió Mónica.

– Bien... puede que tengas razón... ¿Me llevarías a mi casa? Por favor...– le pidió a Sofía.

No, no y no. No me lances esa sonrisa... no puedo resistirme... ¡Demonios! Claro que lo haré. Quedarte aquí no
sería una buena idea... supongo que Mónica y Gloria querrán un poco de intimidad... ¡Vamos, Sofía, eres tú la que
quiere estar a solas con la rubia!
La alta periodista accedió. No hubo ninguna necesidad de repetir la petición.
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Tenebrosa oscuridad de Ximena

  • 1. T E N E B R O S A O S C U R I D A D Autora: Ximena.   PARTE 1. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m I. La propuesta había sido formulada. Unos ojos castaños la miraban suplicantes, buscando una respuesta afirmativa. Un silencio incómodo se instaló en la habitación haciendo que la distancia entre las dos mujeres sea mayor de lo que realmente era. – ¿Me estás pidiendo que te acompañe a una reunión y que me haga pasar por tu... nueva pareja?– preguntó posando su mirada en la cabeza gacha de su amiga. – Básicamente... sí– se oyó murmurar con timidez. – ¡Por todos los santos, Mónica...! ¿¡Te has vuelto loca!? A medida que decía estas palabras, Mónica fue levantando lentamente su cabeza y pudo observar como aquellos increíbles ojos verdes parecían más grandes de lo habitual y con un brillo poco común a causa del enojo. – Camille, soy consciente de lo que te estoy pidiendo– Mónica hizo una pausa buscando la frase correcta– y sé que esto te parece una locura... pero eres mi mejor amiga y realmente pensé... que me ayudarías. Terminó. Otra vez el silencio se apoderó de la habitación. Mónica esperaba que las palabras hayan tocado el corazón de la mujer rubia, que permanecía inusualmente callada y con los brazos cruzados. Se oyó un suspiro de resignación. Camille había cedido. – Está bien, lo haré por ti... pero te advierto que no quiero nada de "cosas raras". Mónica notó como se sonrojaba la blanca piel por unos instantes. ¿Qué serían esas cosas raras que hacían ruborizar a su amiga? Esbozó una amplia sonrisa y estrechó con fuerza a la pequeña figura. – ¡Gracias, muchísimas gracias! Esto significa mucho para mí. Camille, con un gran esfuerzo se apartó del abrazo. Tomó su abrigo que reposaba en el largo sillón de cuero del comedor y se encaminó a la puerta del departamento. Llegaban a sus oídos las innumerables expresiones de gratitud y los incontables favores que le serían otorgados, la mayoría de los cuales quedarían olvidados en un futuro no muy lejano. Abrió la puerta y se perdió en el pasillo del edificio. Miró su reloj, marcaban las ocho en punto. Todavía disponía de unos treinta minutos para terminar de arreglarse antes de que Mónica pasara a buscarla. Se miró en el espejo y su reflejo le devolvió su imagen con el ceño fruncido. Demonios, Camille, se suponía que ibas a trabajar y para eso elegiste este acogedor y tranquilo lugar... ahora mírate, estás peinada, vestida y maquillada para ir a la fiesta de una tal Clara, a la que ni siquiera conoces, haciendo el papel de novia de tu mejor amiga. Meditó esta última idea que se formó en su mente y no pudo evitar echarse a reír. Había decidido que venir a este pueblo, lejos del bullicio y del smog de la capital, ayudaría a inspirarla. La fecha que aparecía en el contrato que había firmado con la editorial se avecinaba a pasos agigantados y necesitaba de toda su imaginación para cumplir con este compromiso. Importante para su futuro. Importante para su ascendente carrera. Había llegado ayer por la noche y no podía dejar de visitar a su amiga, sobre todo después de tanto tiempo. Apenas la vio, supo que algo andaba mal. Su instinto rara vez fallaba, siempre había sido muy perceptiva y Mónica era, a los ojos de Camille, tan transparente como una hoja de papel para calcar. Entre sollozos le contó que su pareja, Gloria, la había dejado. Mónica estaba absolutamente convencida de que Gloria asistiría a la reunión y que iría con su nueva "amiguita". – No puedo faltar.– le dijo con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar– Llámame masoquista, pero tengo
  • 2. que ir a esa fiesta, debo saber quién es ella... pero no puedo hacerlo sola... Y después vino la bendita proposición que había arruinado todos los planes de Camille para esa noche. "Bueno, Camille, no seas tan gruñona, después de todo estás ayudando a tu amiga... además, tal vez podrías encontrar algún personaje interesante para tu historia. Ya sabes como es esto: "La inspiración puede llegar en el momento menos esperado y de la forma más extraña, es ese pequeño duende que se cuela en nuestra mente, embriagando nuestros sentidos, de manera tal que todo lo que nos rodea se vea como una gigantesca metáfora"." El sonido del timbre interrumpió el curso de sus pensamientos. Se dio un último vistazo en el espejo y bajó rápidamente hacia la salida. Abrió la puerta. Una impaciente Mónica la esperaba. – ¿Cómo me veo?– le preguntó para calmar a su amiga visiblemente nerviosa. Los ojos castaños exploraron de pies a cabeza a la figura que tenían delante y una sonrisa de satisfacción se dibujó en aquel rostro, relajando claramente las tensas facciones. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – ¡¡¡ Te ves estupenda!!! ¡¡¡Seré la envidia del lugar!!!– exclamó Mónica sin intentar disimular su creciente entusiasmo. Oh, oh... estás en problemas, Camille. Y Mónica la tomó con firmeza del brazo, introduciéndola a toda velocidad en su automóvil. La casa era extraordinaria. Similar a las que aparecen en las películas. Un amplio comedor atestado de gente, puertas corredizas de vidrio que dejaban ver un inmenso jardín rodeando a una pileta gigantesca, de cuya tranquila agua emergían luces de diversos colores. El murmullo de las conversaciones y la agradable música de fondo envolvían la estancia. El exquisito aroma de los aperitivos dispuestos en una amplia mesada se mezclaba con las sugestivas fragancias que provenían de la barra del bar. Camille pudo notar como Mónica alzaba la cabeza buscando a alguien. Instintivamente o por costumbre su amiga la había tomado fuertemente de la mano. Se dejó llevar a través del gentío, sin dejar de observar como ojos curiosos y completamente extraños la miraban con interés. – ¡¡Clara!!– le escuchó decir a Mónica. Camille giró su cabeza y vio que una alta mujer se acercaba hacia ellas mostrando una franca sonrisa. La dueña de casa abrazó con ternura a su amiga y después de intercambiar unas palabras centró toda su atención en la rubia acompañante. – ¿No me vas a presentar a tu compañera?– preguntó Clara, arrastrando las palabras en un claro y sugerente ronroneo. – Me llamo Camille– respondió exhibiendo una sonrisa amistosa. Como acto reflejo, la menuda mujer le extendió su mano a modo de saludo. Clara la tomó y tiró de ella para poder acercarla y darle un sonoro beso en la mejilla. – Mónica, tengo que admitir que tienes muy buen gusto... pero ten cuidado, Gloria está aquí.– le advirtió y volviéndose le dijo a la aturdida rubia– Y tú preciosa, si llegas a tener algún problema házmelo saber... La dueña de casa le guiñó en forma cómplice un ojo y tomándola de los hombros le susurró al oído: – Si llegas a pelearte con Moni, no dudes en llamarme. Camille pudo sentir como una tarjeta se depositaba furtivamente en sus manos. Respiró aliviada cuando la anfitriona decidió marcharse. – Le gustas... has hecho una importante conquista, ¿lo sabías?– le dijo una divertida Mónica. La sonrisa de Mónica lentamente se fue convirtiendo en una mueca de desesperación. Camille miró hacia la dirección en la que su amiga tenía fija la vista. Divisó a dos mujeres, una alta y de largo cabello renegrido y a su lado, una mujer un poco más baja que la anterior y de cabello rubio rojizo. Mónica se quedó petrificada, incapaz de mover un solo músculo. La tensión se veía reflejada en cada una de sus facciones. Camille puso una mano sobre su hombro para reconfortarla y esperó pacientemente la explicación de su amiga. – Gloria es la pelirroja– fue lo único que atinó a decir. La menuda rubia volvió a mirar hacia las dos mujeres y sintió como unos ojos grises la atravesaban con la mirada. Después, vio como Gloria le daba un apasionado beso a la morena. Inmediatamente, sintió como unas manos la tomaban por la cintura y unos labios se encontraron con los suyos. Se apartó bruscamente y sus ojos verdes se
  • 3. encontraron con los de Mónica que suplicaban una silenciosa disculpa. " ¡Pero qué demonios significa esto! Mónica te advertí que si me prestaba a este juego era con la condición de nada de "cosas raras"... y simplemente ves a tu ex, te descontrolas completamente y me besas... ¡no lo puedo creer!". – Moni... ¿cómo has estado?– otra vez los ojos grises de Gloria fulminaron a una Camille ensimismada en sus pensamientos. – Disfrutando de la vida... como tú– le respondió dando una mirada significativa a la mujer morena. – ¿Puedo hablar contigo? Mónica alzó las cejas en señal de asombro, dio un rápido vistazo a Camille, la cual asintió con la cabeza. – Claro– dijo finalmente. Camille observó como la pelirroja y su amiga se perdían entre la gente. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Genial, ahora me deja sola.... espero que todo esto sirva para algo. Y también espero que la tal Clara no me vea sola y desamparada. Miró la tarjeta que le había dado y que todavía descansaba en su mano derecha. Con prolijas letras doradas aparecía grabado: Dra. Clara Iturralde Abogada Especialidad en Derecho Familiar T.E.: 4658–9852 Abrió su cartera y dejó caer en forma descuidada el rectángulo de cartón. Tomó aire y decidida se encaminó al bar. Un apuesto barman, le sonrió amablemente al escuchar su pedido. " Lo más fuerte que tenga.... no estás acostumbrada a beber... no creo que embriagarte en este lugar sea lo más conveniente... ¿consideraste la posibilidad de que Mónica y Gloria se reconcilien? Tendrás que arreglártelas para volverte sola... Consideró esto último. Observó como el muchacho detrás de la barra trabajaba con interés en la creación de un explosivo trago y un suspiro escapó de su boca. Qué más da, estoy en una fiesta, y lo menos que puedo hacer es divertirme". – Aquí tiene. – Gracias. Un largo vaso había sido colocado en frente de ella, el sospechoso líquido azulado invitaba a ser bebido. Se llevó el sorbete a sus labios y succionó con fuerza. Una oleada de intenso calor atravesó su garganta para luego estrellarse abruptamente en su estómago. – Debes beber más despacio. Levantó la vista hacia la persona que había dado aquella recomendación y se topó con unos electrizantes ojos azules que parecían desnudarla con la mirada. ¡Maldición! ¡Es la "amiga" de Gloria! – Parece que nos dejaron solas... Hizo caso omiso al comentario. Camille estaba concentrada tratando de eliminar una espuma blanquecina que se había depositado en la superficie de su bebida. Por el rabillo del ojo observó como la morena se sentaba en la banqueta de al lado. – Mi nombre es Sofía... ¿cómo te llamas? ¡Menuda suerte! ¿Qué demonios te propones? ¿Y esa sonrisa? Camille había abandonado su infructuosa tarea y clavó sus ojos en la sonriente mujer. – Camille.– respondió secamente obsequiándole una sonrisa de mala gana. ¡Basta, deja de mirarme de ese modo! Me está dando un terrible dolor de cabeza... Tratando desesperadamente de evitar esos ojos, la rubia figura se giró hacia el barman y le preguntó: – ¿Cómo se llama esta cosa? – Dinamita... Vaya, mejor ni pregunto lo que tiene... ¿Todavía sigues aquí? ¡Por qué no te largas y me dejas sola de una buena vez! – No te había visto antes... ¿recién llegada?– insistió Sofía, estudiando minuciosamente cada movimiento que efectuaba la pequeña mujer. – Sí.– su tono reflejaba austeridad. Bien, estoy haciendo mis mejores esfuerzos para parecer una bruja y no hay forma que logre ahuyentarte... ¡Mónica! ¿¡dónde diablos te has metido!?
  • 4. Sofía arqueó una ceja, cuando vio cómo la mujer que tenía enfrente vaciaba con una rapidez asombrosa el contenido del vaso. Contempló como las mejillas de Camille adquirían un color rojizo que la hacían ver absolutamente encantadora. La menuda rubia apenas se estaba reponiendo del fuego abrumador en el que parecía estar consumiéndose cada centímetro de su cuerpo, cuando una mano se apoyó en su hombro. Una voz familiar acarició sus oídos. – ¿Todo está bien? Camille levantó su cabeza y entrecerró sus ojos para lograr un mejor enfoque. Al reconocer la figura de Mónica un enorme alivio se apoderó de su ser. Aún bajo el efecto del alcohol pudo darse cuenta que la cara de su amiga resplandecía de felicidad producto de una segura reconciliación con Gloria. Se irguió y sorprendentemente mantuvo el equilibrio, aunque no se sentía demasiado segura apoyada sobre la tambaleante extensión en la que se había convertido el piso. – ¿Podemos ir a casa?... antes de que pierda la poca dignidad que me queda– alcanzó a murmurar. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Mónica gentilmente la tomó por la cintura y la condujo hacia el exterior. La joven rubia sonrió tontamente cuando Clara levantó su copa en señal de despedida. No más bebida para ti Camille... II La oscuridad la envolvía en un sofocante abrazo. El miedo, instalado en la atmósfera del pequeño espacio en el que se encontraba atrapada. Intentó orientarse en medio de las tinieblas agitando desesperadamente sus brazos. A cada paso que daba un vertiginoso torbellino de inseguridad convulsionaba su cuerpo y la amenazaba con desplomarse en el húmedo suelo. Respiraba con dificultad. Su corazón golpeaba con fuerza en su pecho y sus latidos cada vez más audibles, retumbaban como una enloquecedora melodía en su interior. De pronto, sintió gritos desgarradores que parecían provenir de un lugar cercano. Una luz enceguecedora rompió las sombras en las que se hallaba sometida. Tardó unos segundos en acostumbrar sus ojos a la claridad para luego contemplar con horror el charco de sangre en el que yacía un cuerpo inerte. Abrió los ojos abruptamente, su cuerpo temblaba aún bajo la influencia latente de su reciente pesadilla. Estaba sudando copiosamente y su corazón palpitaba con un acelerado ritmo. Miró los números rojos de su radio despertador: 4:35. Calculó que hacía unas dos horas que había vuelto de la fiesta. Una terrible punzada en la sien le recordó la "Dinamita" ingerida y lanzó una maldición por lo bajo. Respiró hondo, obligando a su mente a desprenderse de las imágenes del mal sueño. Pesadillas. Hacía mucho que no tenía alguna. Se levantó de la cama y se colocó un pulover de lana gris para protegerse del frío de la madrugada. Bajó hasta la cocina y mecánicamente se dispuso a preparar café. ¿Cuánto tiempo? Casi trece años... Tomó la cafetera y volcó cuidadosamente el líquido humeante sobre una taza verde de cerámica. Atrapó una galleta de un tarro cercano y le dio un mordisco. En ese entonces tenía doce años... ¿Puede ser posible, nuevamente? Sacudió su cabeza para eliminar estas ideas y taza en mano se dirigió al living. Su computadora portátil reposaba en la mesa lista para ser usada. Contempló unos instantes la negra pantalla. Su mano se estiró hasta el botón de encendido y desfilaron ante sus ojos las conocidas imágenes de la puesta en marcha de la máquina. Bueno, Camille, es hora de escribir. Y sus dedos se posicionaron en el teclado. El cursor titilaba con impaciencia en el fondo blanco de la pantalla. Anclado durante más de veinte minutos en la misma posición, repentinamente se deslizó a lo largo de la línea, devorando a su paso las palabras que formaban parte de una oración inconclusa. ¡Esto es una porquería! ¿En qué momento se supone que perdí la inspiración? Frustrada, se levantó de su asiento y apagó el monitor. Estiró sus brazos y sus contracturados músculos se relajaron agradeciendo el cambio de posición. Había escrito tan solo unos cuantos párrafos y ya llevaba unas tres horas despierta. Se dirigió hacia la ventana, sus profundos ojos verdes percibieron la calma que envolvía los hogares en esa fría mañana de sábado. Sabía que tenía compromisos que cumplir. Podía evidenciar como la carga que recaía sobre sus hombros comenzaba a ser más pesada con el transcurso del tiempo. Siempre había anhelado con tener la posibilidad de que miles de personas pudieran apreciar los sentimientos y sensaciones que con tanto empeño trataba de plasmar en el papel. Había descubierto que el escribir no era más que un simple pasatiempo o una entretenida forma de alejarse de una dura realidad. Era sumamente consciente del placer que experimentaba cuando sus dedos se hundían con segura velocidad en las profundidades del teclado. Apreciaba como el vacío que llenaba su alma iba reconfortándose a medida que las palabras correctas resonaban en su mente, para que instantáneamente, sus nervios dispararan una descarga que ordenaba a sus manos a redactar la idea que había sido formada en su cerebro, como si el simple hecho de sentarse enfrente del monitor hiciese activar un interruptor invisible. Y ahora que su sueño cobraba vida y tomaba una firme consistencia, sentía que no era lo suficientemente buena, sentía que aún no
  • 5. había madurado y que esta falta de experiencia era la principal responsable de que se sintiera tan abrumada ante la carencia de imaginación. Por primera vez en su vida algo que realmente le gustaba traía consigo una gratificación económica y no estaba dispuesta a perder este privilegio. El sonido del timbre la alejó repentinamente de sus reflexiones. Se preguntó quién podía llamar a la puerta tan temprano un día sábado. Miró a través de la mirilla y abrió la puerta con cautela. Un joven oficial de policía apareció ante ella. – Buenos días señorita, soy el oficial Miguenz– saludó cortésmente– ¿podría hacerle unas preguntas? Camille asintió ligeramente con la cabeza y dejó que el oficial avanzara hacia el interior de su casa.. Notó que tenía fruncido el ceño, pero no podía hacer nada por evitarlo. El hecho de que un policía estuviese sentado en uno de sus sillones para un interrogatorio era bastante infrecuente como para sentirse preocupada. – ¿Sucedió algo malo?– pudo preguntar al fin. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m El policía pareció dudar unos instantes, tratando de evaluar su respuesta. Esta actitud no ayudó en nada para calmar el intenso nerviosismo de la escritora. – No es mi deseo alarmarla, pero... esta mañana nos notificaron que...– vaciló y esto hizo que la rubia figura contuviera la respiración– su vecina había sido... asesinada. Camille se desplomó en el sillón contiguo, totalmente conmocionada. Evidentemente este joven no tenía el menor tacto para comunicar semejante noticia. La vecina, Constanza Amadeo, le había parecido una agradable mujer con la que había mantenido una breve conversación el día de su llegada. – ¿Cómo dijo?– preguntó al darse cuenta que el policía había hablado. – Quisiera saber si escuchó o notó algo fuera de lugar durante la noche. – Estuve en una reunión y llegué tarde a casa... alrededor de las dos de la madrugada y no me pareció observar nada extraño... El oficial asintió y garabateó unas cuantas líneas en una pequeña libreta. – ¿Cómo ocurrió? Camille sabía que no era una buena pregunta, pero su intriga superaba su capacidad de entendimiento. El policía la miró intensamente por unos segundos considerando la pregunta. – Su criada la encontró... tiene la garganta degollada. – ¿Quién pudo haber hecho algo así? El oficial Miguenz se encogió de hombros. Sus largos dedos tamborileaban en el brazo de su asiento. La menuda mujer notó como el policía desviaba rápida y tímidamente la mirada cuando lo sorprendió observándola. Era alto, guapo, de cabello castaño claro y ojos celestes. Un leve sonrojo apareció imprevistamente en las facciones varoniles. – ¿Sería tan amable de proporcionarme sus datos personales? Es cuestión de rutina– explicó el policía. La sonrisa de Camille le llegó como respuesta y esto hizo que nuevamente el uniformado bajara sus ojos y se concentrase en algún punto de la alfombra que había a sus pies. – ¿Nombre? – Camille Blanc El joven alzó rápidamente su cabeza y observaba absolutamente anonadado a la mujer que tenía enfrente. ¿Pero qué está pasando? Me estás mirando como si fuese una aparición... – No lo puedo creer... sabía que eras tú... Camille elevó una ceja. Si esto era alguna clase de justificación todavía no llegaba a comprender el mensaje. Se mantuvo en silencio. El oficial tenía el rostro iluminado y los pequeños ojos celestes brillaban por la emoción. – ¡¡Eres la escritora de "Tenebrosa Oscuridad"!! La menuda rubia se echó a reír, francamente aliviada. El policía se levantó y salió a la calle, para luego volver con un libro entre sus manos. – ¿Me lo firmas? Camille tomó el ejemplar que le había sido entregado y después de una breve dedicatoria estampó su firma en la primera página.
  • 6. – ¿Qué te pareció mi historia? – ¡Es absolutamente brillante!... todos los de la estación de policía la han leído y curiosamente hemos llegado a la misma conclusión: nuestras noches de insomnio no volverán a ser las mismas... El entusiasmo del oficial Miguenz le acercó una agradable sensación pero que hasta ahora le había resultado desconocida: el reconocimiento de sus lectores. – Vaya, no tenía idea de que fuera tan popular...– replicó Camille modestamente. – ¿Popular? ¡Eres increíble! No en vano ganaste el primer premio en el concurso más importante de la lengua española en relatos de suspenso, terror y ciencia ficción... Otra vez fue sorprendida. Se notaba que tenía delante suyo un fiel admirador. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Bueno, muchas gracias, es muy lindo todo lo que me dices– sintió que era ella la que se estaba ruborizando. Muchas, muchas gracias, oficial Miguenz... no creo que puedas imaginarte lo bien que me están haciendo tus palabras. Me estás obsequiando la dosis de optimismo y confianza que me estaba haciendo falta. El policía abrió el libro y sonrió al encontrar sin esfuerzo la página que buscaba. – Esta es mi parte favorita.– le señaló y aclarándose la garganta se dispuso a leer: "Después de un día plagado de complicaciones, decidió que leer sería una buena manera de despejar su agotada mente Se dirigió a la biblioteca y recogió de uno de los estantes un pesado libro. Dejó caer su extenuado cuerpo en el sillón. Comprobó como en la mullida comodidad de los almohadones sus músculos se relajaban paulatinamente. Abrió el ejemplar en el lugar indicado por un señalador y notó la presencia de un sobre de color amarronado intercalado entre las páginas. Con curiosidad, tomó el sobre y espió su contenido. Su propia imagen leyendo ese mismo libro aparecía retratada en una fotografía. Un escalofrío recorrió toda su espalda, tenía la inminente sensación de no estar sola en la habitación. Repentinamente, una luz blanquecina iluminó la estancia. Otra fotografía había sido tomada. Oyó unos pasos a los que le siguieron el ruido de una puerta cerrándose. – Has venido por mí...– murmuró en un susurro inaudible. La casa quedó a oscuras a modo de respuesta." Una vez que terminó, el joven oficial la miró con una mezcla de adoración y respeto. La radio del policía comenzó a chirriar, rompiendo la magia del emotivo momento que se había creado. – Eh... Miguenz, ¿terminaste? – Si comisario, enseguida estoy con usted. El policía se dirigió rápidamente a la puerta acompañado de cerca por Camille. La joven escritora siguió con la mirada como el uniformado se alejaba. Miguenz se detuvo y regresó hacia la entrada en la que la menuda mujer se encontraba apostada. – ¿Me harías el honor de cenar conmigo esta noche?– preguntó el oficial y en su tono se percibía una notable excitación. ¡Demonios, Miguenz! Me resultas adorable, eres bastante atractivo y me diste ánimos para seguir adelante pero... ¿no crees que esto es demasiado? Camille dudó unos instantes, en verdad no tenía intensiones de herir sus sentimientos, sin embargo sentía la necesidad de mantener las distancias. Si ella aceptaba la proposición, tal vez esto podría llevar a malas interpretaciones o a crear falsas ilusiones en el policía. Por otro lado, ella estaba aquí para trabajar en su nueva obra y el tiempo era un factor que todavía no llegaba a controlar. La decisión estaba tomada. – Lo siento mucho, no puedo... – Tiene una entrevista conmigo. Los ojos verdes se agrandaron al ver a la persona que había pronunciado estas palabras. – ¡Ey Salas! ¿Qué te trae por aquí?– dijo Miguenz dando un fuerte apretón a la mano que le había sido ofrecida. – Ya ves, estoy cubriendo este homicidio, entre otras cosas...– unos ojos azules examinaron inquisitivamente a la joven escritora que no salía de su estado de shock. – Bueno, señorita Blanc, tengo que marcharme... otra vez será.– el oficial inclinó la cabeza en un respetuoso saludo, se colocó su gorra y avanzó hacia el grupo de uniformados que se encontraban en la vereda de enfrente.
  • 7. Camille clavó su mirada en la mujer que le sonreía descaradamente. ¡Otra vez no!, ¿Quién demonios te crees para interrumpir una conversación privada? Y esa sonrisita tan estúpidamente arrogante... – ¿Por qué lo hiciste?– cuestionó la escritora. Sofía Salas tiró hacia atrás un mechón rebelde de pelo renegrido. Sin dejar de sonreír, se acercó más a la menuda rubia, hasta estar lo suficientemente cerca como para notar el destello de furia que provenía de esos ojos de color esmeralda. – Pensé que necesitabas ayuda.– contestó simplemente la alta mujer. – ¡Yo no te pedí que me ayudaras! ¿Nadie le dijo señorita Blanc, lo hermosa que se ve cuando está enojada? La forma en la que se acentúan las comisuras de sus labios, el modo en el que pronuncia sus palabras y la manera en la que centellea esa increíble verde mirada, la transforman en un ser totalmente encantador. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – ¿Qué te hace creer que no tengo un compromiso y que por eso rechacé la oferta?– preguntó Camille desafiante, alzando levemente el mentón. – Porque tardaste demasiado tiempo en contestar. ¡Eres una maldita! ¿Con que te crees muy lista, verdad? No puedo comprender cómo lo haces pero tienes la extraordinaria habilidad de exasperarme. – Bien, pero si hay algo que no me falta es imaginación... después de todo forma parte de mi trabajo. – ¡Por supuesto!– Sofía volvió a sonreírle y esto irritó aún más a la menuda mujer– lo de la nota iba en serio, no siempre una periodista tiene la oportunidad de toparse con una talentosa, joven, bella y excelente escritora. Tienes la sonrisa dibujada en los labios... me haces recordar al Guasón. ¿Quieres entrevistarme? ¡Qué lástima! Ni aunque mi vida dependiese de ello te daría el gusto... Me las vas a pagar por entrometerte en los "asuntos" de mi amiga. – Tengo mucho trabajo por hacer y no tengo tiempo para notas...– manifestó la joven escritora. Camille acortó la distancia que la separaba de la alta morena, tomando uno de sus hombros como apoyo se alzó en puntas de pie hasta estar a la altura de su oído derecho. – Estoy segura de que encontrarás algo mejor que hacer esta noche.– le susurró. El portazo que dio la rubia figura al ingresar a su casa hizo que Sofía despertara del encantamiento. Parpadeó un par de veces y se quedó contemplando la pesada puerta de roble tratando de digerir lo recientemente ocurrido. Colgó el teléfono. Su mano descansaba distraídamente en la superficie azulada del tubo. Fragmentos de la conversación mantenida con Mónica flotaban en los recónditos pasadizos de su mente. Su amiga la había llamado para confirmar que se encontraba bien después de haberse enterado lo sucedido con la vecina. Estuvieron charlando un buen rato hasta que sobrevino de forma inevitable, el tema por el cual había sido realizada la llamada. – Cami... quiero pedirte disculpas por lo de anoche...– la preocupación y la angustia se fusionaban agravando la voz de su amiga. – ¡Ey! No importa... – ¡Sí importa! La única condición que me pediste que respetara... la olvidé por completo cuando vi a Gloria...–Mónica dio un profundo suspiro y continuó– escúchame, eres mi mejor amiga, te has convertido en una de las personas que más quiero en esta vida... créeme que no quiero perder este hermoso lazo que nos une por la estupidez que cometí...– a medida que iba hablando, un nudo aprisionó su garganta y no pudo contener las lágrimas. – Mónica– la voz de Camille era suave y melodiosa– no has perdido mi amistad... Te quiero y siempre te querré, pase lo que pase siempre tendrás un lugar en mi corazón, supongo que lo sabes... – Si... – Entonces, dime, ¿ha servido de algo todo este embrollo? – Oh, sí– Mónica pareció recuperar la chispeante alegría que le era tan característica y que tanto valoraba Camille– llegamos a buenos términos, volvimos a estar juntas. – Me alegro mucho... pero ten cuidado, ¿de acuerdo?. Y... no te aflijas, después de todo el beso no estuvo tan mal– bromeó la escritora.
  • 8. ¿El beso no estuvo tan mal? Por Dios, Camille, ¿qué es lo que está pasándote? Deben ser los nervios, sí eso tiene que ser... Las pesadillas, el homicidio de su vecina, la fecha de entrega de su próximo libro, todo contribuía a que el cansancio dominara y nublara su raciocinio. De lo contrario, no encontraba una explicación coherente para justificar la causa de que en el momento de hacer ese comentario, la imagen de unos maravillosos ojos azules que brillaban por encima de una sonrisa seductora se había instalado en su cabeza. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Sigue -->
  • 9. T E N E B R O S A O S C U R I D A D Autora: Ximena.   PARTE 2. Una risita traviesa se escapó de su garganta cuando verificó que los datos eran correctos. Sacó del bolsillo de su chaqueta un teléfono celular. Sus dedos marcaron con acostumbrada rapidez los números anotados en un papel. Su corazón latía rápidamente a medida que la señal de llamado se repetía una y otra vez. – Hola– contestó una apacible voz al otro lado de la línea. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – ¡Hola! ¿Cómo estás? – ¿Quién habla?– pudo notar el desconcierto en el tono. – ¿No te acuerdas de mí?– le preguntó juguetonamente. – No.– la entonación se hizo más severa. – Soy Sofía. Silencio. Por un momento, la alta periodista pensó que la escritora iba a cortar la comunicación. Al considerar esta posibilidad una extraña incomodidad flotó en la boca de su estómago. Estaba a punto de disculparse cuando oyó nuevamente la voz de Camille. – ¿¡Cómo conseguiste mi número!?– su enojo era evidente. – Soy periodista, averiguar ciertos detalles de personas de interés forma parte de mi rutina... – ¿¡Qué quieres!? – Entrevistarte. – Ya te he dicho que no. Sofía podía oír las fuertes exhalaciones que provenían de la pequeña rubia, como si se tratase de algún ejercicio respiratorio para evitar descontrolarse y mandarla al mismísimo infierno. El obstinado empeño que mantenía en no permitir que se acercase a ella, hacía que el interés de la morena mujer se concentre más y más. Era divertido, era todo un reto. Y Sofía Salas amaba los desafíos. – No lo sé, después de todo, otros colegas con los que he hablado me habían comentado maravillas acerca de tu persona, de lo fantásticamente agradable que eras... ¿Sabes? Realmente estoy empezando a creer que no eres tan increíblemente amable como pareces... La periodista jugó su última carta. La respuesta se hizo esperar, lo que produjo que raudales de adrenalina circularan por cada una de las venas y arterias de su cuerpo provocando un cosquilleo que le resultaba excitante y estimulaba todos sus sentidos. – Te daré tu bendita nota, pero tendrás que venir lo más pronto posible... estoy algo ocupada.– le contestó sumamente irritada. Caíste. Encontré tu talón de Aquiles, Camille Blanc. La morena periodista esbozó una sonrisa de triunfo. Con el teléfono aún pegado a su oído, Camille abrió la puerta de su casa al oír el particular sonido del timbre. La alta figura de la periodista, celular en mano, la esperaba apoyada en el marco de la entrada. – Pasa.– dijo la escritora a medida que depositaba el teléfono inalámbrico en la larga mesada del living. Los azules ojos de Sofía estudiaron con curiosidad el amplio comedor. La acertada decoración combinada con el buen gusto de los muebles hacían que la casa sea realmente acogedora. Desde la enorme biblioteca que se extendía a lo ancho de una de las paredes, hasta la estufa que simulaba ser una antigua chimenea, todo resultaba tan deliciosamente agradable, que la alta periodista consideró que debía realizar algunas reformas en lo que denominaba "su hogar". ¿Para qué? Si casi nunca estás en casa... – ¿Podemos comenzar? Sofía se encontró con una impaciente Camille. Hizo un movimiento afirmativo con su cabeza y comenzó a buscar en su bolso el pequeño grabador. La periodista se acomodó en un extremo del largo sillón en el que se encontraba la mujer rubia. Notó como movía de manera nerviosa su pie izquierdo. Hasta el más despistado de los seres hubiera percibido lo molesta que se encontraba la joven mujer, y el poco esfuerzo que hacía para ocultarlo.
  • 10. – No te agrado ¿cierto?– las palabras se escaparon de sus labios, pronunciadas con extrema sinceridad. Sofía era una persona directa, franca, pero cautelosa por instinto. No demostraba sus sentimientos hasta no tener la certeza completa de que no resultaría dañada. Y ahora, esta mujer que conocía tan solo hace unos días, derribó, sin siquiera notarlo, la barrera que con tanto esfuerzo había levantado. ¿Por qué de pronto tenía la irresistible necesidad de limpiar esa mala imagen que la joven escritora se había formado de ella? ¿Por qué trataba irremediablemente de llegar a la rubia mujer? ¿Por qué no podía evitar observarla? ¿Por qué experimentaba un cosquilleo interno, como si hormigas diminutas caminaran por su piel, cada vez que esos ojos verdes la miraban? Muchos por qué para una sencilla respuesta: Sofía se sentía atraída por la pequeña mujer que tenía delante. Camille frunció el ceño, claramente confundida. ¿¡Qué!? Supongo que esta será una táctica para que me relaje y así se facilite tu trabajo... – No pensé que te importara lo que piense acerca de ti– le contestó la escritora, siguiendo el juego. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m – Claro que me interesa– la periodista hizo una breve pausa y añadió– siempre he procurado mantener buenos tratos con mis entrevistados. En un movimiento prácticamente imperceptible, Sofía desvió su mirada por unos instantes, para luego enredarse nuevamente en los ojos de Camille. Esto último no era cierto, pero no podía decir la verdad. Aún no. – En ese caso... honestamente, no.– le respondió la joven mujer. Camille sintió remordimiento al ver como las facciones de la periodista se ensombrecieron. ¡Camille... mira lo que has hecho! Realmente te has convertido en una verdadera bruja.... ¿Pero qué esperabas Sofía Salas? Por tu culpa Mónica casi pierde a Gloria... tú eres la responsable de que mi amiga sufriera... Me parecen suficientes razones como para que no me agrades. Sofía abandonó su asiento. Dándole la espalda a la escritora, se situó delante de la falsa chimenea y contempló en forma ausente, como se enrojecían los leños sintéticos que formaban parte de la estufa. La alta silueta proyectaba una sombra alargada que se expandía a lo largo de una de las paredes. – Lo siento, no quise ser tan ruda... pero, me haces la nota, te contesto, y luego te marchas... no veo por qué preocuparse.– balbuceó Camille haciendo su mejor esfuerzo por disculparse. Sofía giró y enfocó sus profundos ojos azules en la rubia escritora. Duele. Tus palabras me lastiman.... sólo intento conocerte. Nunca fui tan sociable en mi vida y no haces más que rechazarme. – Nunca fui la amante de Gloria, ella es solo una amiga... me pidió que la acompañara a la fiesta y cuando te vio, perdió el sentido... pensó que jamás volvería a estar con Mónica, por eso me besó. Camille quedó boquiabierta frente a esta explicación. Consideró por unos momentos que la periodista pudiera estar mintiendo. Rechazó de inmediato esta idea. ¡Cómo iba a dudar que fuera cierta esta historia, si ella había vivido exactamente la misma situación! La curiosa casualidad hizo que se dibujara en sus labios una divertida sonrisa a la que le siguieron sonoras risotadas. – ¿De qué te ríes?, no me crees...– inquirió la alta mujer, un tanto ofendida. – No, no es eso... es que pasé por lo mismo... con Mónica.– trató de aclararle entre risas. La escritora alcanzó a ver como una ceja se elevaba oculta tras el flequillo oscuro. Luego de unos instantes, las carcajadas de Sofía se unieron a las de Camille. La rubia mujer sintió un alivio enorme. Con cada una de las sacudidas que experimentaba su cuerpo a causa de la risa, sentía como sus músculos se iban relajando. La muralla que había construido para evitar a la morena mujer se había caído. Se sintió extraordinariamente bien al poder abandonar esa rudeza con la que trataba a Sofía. Cada vez que se encontraban le resultaba difícil el ser tan desagradable, a pesar del comportamiento desmesuradamente egocéntrico de la periodista que ayudaba bastante. Camille estaba asombrada. ¿Cómo esta mujer podía resultar tan arrogante y ahora, de pronto, era capaz de demostrar sensibilidad alguna? Parecía, en cierta forma que la periodista también jugaba a un personaje y que en este momento, era la verdadera Sofía la que se estaba doblando de la risa junto a ella. Pararon de reír, ambas sentían un profundo dolor en el estómago y se tomaban el abdomen con fuerza a modo de respuesta. Mientras normalizaban sus respiraciones, los ojos verdes de Camille se encontraron con los ojos azules de Sofía. Se estudiaron en silencio. Tanto la periodista como la escritora notaron que algo había cambiado. – ¿Empezamos?– sugirió la rubia figura. Y un largo dedo pulsó un botón rojo del pequeño grabador. Trató con desesperación ponerse en pie. Estaba aterrorizada. Algo en su interior la impulsaba a acercarse hacia la
  • 11. figura inmóvil. Con horror, comprobó la lentitud de sus movimientos, como si cada una de las células de sus tejidos pesaran toneladas y esto le impidiese manejarse con plena libertad. Recorrió la distancia de unos pocos metros en un trayecto que le pareció interminable. Se inclinó sobre el cuerpo y sus ojos verdes se ensancharon en profundo pánico. Contempló los coágulos de sangre que taponaban una gigantesca herida que se extendía a lo largo de todo el cuello. Ahogó un grito con sus manos temblorosas cuando reconoció a la mujer que yacía en el suelo. Constanza Amadeo. Instintivamente giró su cabeza y su mirada se clavó en una de las paredes de la habitación. Cerró los ojos con fuerza intentando alejar las imágenes recién descubiertas. Se despertó llorando. Sus miembros se estremecían aún producto de las impresiones percibidas. Se aferró con ambas manos a la sábanas y al sentir el familiar contacto, supo que estaba a salvo, resguardada en el silencio de su habitación. Inspiró y exhaló grandes bocanadas de aire hasta lograr calmar la alteración que había asaltado a cada uno de sus sentidos. Tal como lo esperaba, el ejercicio funcionó. Como siempre había funcionado. Como la primera vez que lo puso en práctica, unos trece años atrás. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Caminaba de un lado hacia el otro, como si fuese un león enjaulado. Sus largas piernas hacían posible que atravesara la pequeña oficina dando unos pocos pasos. Estaba impaciente. La conferencia de prensa en la que se daban los detalles técnicos acerca de la muerte de la señorita Amadeo había finalizado hacía un largo rato. No le gustaba esperar, la expectativa la ponía tremendamente inquieta y esto le molestaba profundamente. Miguenz le había pedido que lo aguardara en su despacho. Tenía algo que mostrarle. Se detuvo y pudo ver a través de la puerta entreabierta como el joven oficial mantenía una acalorada conversación con el viejo comisario y uno de sus compañeros. Afinó sus oídos tratando de distinguir las palabras que se perdían en el tumulto de la seccional. Una sonrisa asomó en sus labios cuando pudo apartar el molesto murmullo y escuchar la discusión que le interesaba. Había aprendido a escuchar a través de los sonidos, tenía la capacidad de seleccionar la información que llegaba a sus oídos, como si pudiera despreciar los ruidos sin importancia tal como se deshoja una margarita. Esta era una de sus muchas habilidades, probablemente producto de un riguroso entrenamiento al que se había sometido. Lástima que su vida se había tornado demasiado tranquila como para poner en práctica sus antiguos conocimientos. – ¿Y bien?– unos ojos azules se clavaron sobre el rostro del policía. – ¡Salas!– pronunció su apellido como si se hubiera sorprendido de encontrarla allí. Sofía elevó una ceja. Observó el cansancio que se reflejaba en las jóvenes facciones. La preocupación era demasiado evidente como para que el oficial Miguenz intente ocultarla. Los ojos celestes aparecían irritados y unas oscuras ojeras que amenazaban con extenderse, eran suficientes para darse cuenta que el policía estaba sin dormir. – Quiero que me prometas, que lo que voy a rebelarte no saldrá de estas cuatro paredes... La periodista frunció el ceño. La petición era por demás extraña. Sin embargo, asintió con un movimiento de su cabeza. – El homicida era conocido por la víctima. No encontramos ninguna señal de que haya forzado alguna puerta para ingresar a la casa... Incluso no hay evidencia de violencia física, a excepción del corte que Constanza tenía en la garganta... El policía apoyó el peso de su cuerpo en el escritorio que ocupaba gran parte de su despacho. Suspiró y estrechó descuidadamente el sobre de papel que llevaba en sus manos. – Eso ya lo sabes, es lo que se le dijo a todos tus colegas... pero hay algo más. Los ojos azules se estrecharon y apremiaron en una silenciosa orden a que el policía continuase. – Nos dejó una nota... escrita con la propia sangre de la víctima en una de las paredes. Sofía observó como el oficial sacaba una de las fotografías del sobre y la extendía hacia ella. Comprobó con desconcierto la prolijidad y la claridad de la caligrafía. El mensaje era corto, pero reflejaba un claro desafío. Esta no sería la única víctima que habría. Como si se tratase de un ritual de iniciación o una simple carta de presentación. "¿Qué es una pesadilla? ¿Un mal sueño? Para alguien como yo, es inspiración" Este era el anuncio que el homicida había delineado en su mente enfermiza y que había plasmado con destreza sobre el blanco muro. – ¿Con qué se supone que escribió esto?– quiso saber la periodista. – A juzgar por los cortes que presenta el cuerpo en los brazos... puede que haya utilizado algún dispositivo para hacerlo. – ¿Podría existir la posibilidad de que la haya obligado a escribir el mensaje antes de matarla? –interrumpió la alta mujer. – El informe del forense indica que las heridas fueron post–mortem. La desvencijada silla hizo un sonoro crujido cuando el joven policía se dejó caer en ella. Hubo un momento de silencio. Cada uno estudiando la poca información de la que disponían. Tratando de encontrar algún detalle o indicio
  • 12. que pudiera revelar alguna pista antes desapercibida. – ¡Maldita sea!– maldijo Miguenz, golpeando con sus puños la superficie del escritorio– Nos enfrentamos a un desquiciado muy inteligente... No hay huellas, no hay marcas, no hay desorden... nada, absolutamente nada. Sofía apoyó una mano reconfortante sobre su hombro. Advirtió la intensa tensión en la que estaba sumido el joven oficial y que se había materializado en forma de implacables nudos que colonizaban la vasta extensión de su ancha espalda. – Necesito tu ayuda.– la súplica llegó a sus oídos y caló hondo en su ser. – Claro que la tienes.– le respondió la periodista a medida que abandonaba la oficina. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Con paso decidido se alejó de la estación de policía. A medida que avanzaba, recuerdos difusos de un pasado lejano comenzaron a proyectarse. Fragmentos de su anterior vida desfilaban en su mente y traían consigo una dolorosa opresión en el pecho. Las barreras erigidas en su memoria sepultaron eficientemente cada una de las sensaciones o sentimientos que pudieran evocar esos días. Hasta este momento. III Contempló a una joven Sofía llorando en la tumba de su madre. Si bien no era una niña, aún necesitaba de ese cariño y calidez que sólo podía dar esa mujer de carácter sencillo y alegre. No tardó su padre en abandonarlos, tanto a ella como a su hermano mayor. Se quedaron solos. Huérfanos. Arrancados del confort y bienestar de un hogar, privados del amor, comprensión y guía de sus progenitores, era relativamente fácil caer en las garras tentadoras de los vicios. Sobre todo cuando eran los únicos medios de los que disponían para apartarse de la oscura realidad. Un mundo de ilusión donde no había pena, culpa o sufrimiento alguno les era ofrecido en cada inhalación, en cada pitada y en cada trago. ¿Por cuánto tiempo habían llevado ese ritmo de vida? ¿Cuántas noches estuvieron expuestos a los peligros inherentes de una subsistencia en las calles? Era imposible determinarlo. Los días y las noches se confundían en el delirio errante que proporcionaban las drogas y el alcohol. Ningún familiar quiso hacerse cargo de ellos, nadie tenía la fuerza suficiente para extirpar la oscuridad que crecía, a pasos agigantados, en aquellos jóvenes corazones. No comprendían que en cada acción realizada se ocultaba un grito desesperado de ayuda. Nadie entendía que un simple gesto de amor podía realizar el milagro de rescatarlos de las sombras en las que se habían ocultado. Hasta que un amigo de su padre se apiadó de sus torturadas almas y los liberó de la miserable existencia que mantenían. Un viejo militar, viudo y cansado de sostener una casa que le era exageradamente grande y vacía, se convirtió en su ángel guardián. Se transformó en su única y verdadera familia. Bajo la atenta mirada, los cuidados y el afecto constante de ese hombre de pelo entrecano, reservado a la hora de hablar y de mirada serena, tanto Sofía como su hermano recobraron la esperanza perdida. Aún hoy podía ver la satisfacción plasmada en aquél rostro cuando su hermano recibía el título de ingeniero naval. Todavía recordaba la expresión de regocijo y orgullo cuando ella misma se graduó con honores en la escuela militar. El ejército. Recordó el esfuerzo que realizaba por superarse día a día. Cada mañana, al despuntar el alba, se imponía una meta que era alcanzada sin dificultad, al ponerse el sol. No tardó en ganarse el respeto de todos los de su clase. Hombres y mujeres la admiraban por igual, dejando entrever en sus miradas un tanto de envidia por la dedicación y el empeño que rendía en cada duro entrenamiento. Su carrera derivó un rumbo vertiginoso, pasando de rango en rango, como un atleta supera las vallas. Cabo, sargento, teniente. La teniente Salas. La imagen imponente, enfundada en un traje verde oscuro. Todavía podía percibir los murmullos y comentarios que se acallaban abruptamente a su paso. Una mezcla de miedo y devoción en cada reverencia dada por los oficiales de menor jerarquía. La sensación de dominio y poder flotando en el aire. Sofía era feliz, se sentía completa. Había nacido para esto. Sin embargo... La tarde gris de un domingo lluvioso repentinamente se coló entre sus recuerdos. Estaba de guardia en el cuartel, tenía a cargo solo unos pocos soldados que no hacían más que bostezar de aburrimiento. Cansada de observar la cortina de agua que obstinadamente caía sobre el campo de ejercicio, decidió que entrenar sería una buena idea. El poner sus músculos en movimiento haría que el tiempo en cautiverio pasara más rápido. Se deslizó hasta el gimnasio. Alguien la siguió. – ¿Quién está ahí?– preguntó advirtiendo la presencia del desconocido. Un hombre mayor, de porte arrogante, se plantó delante de ella. Una sonrisa insinuante asomaba debajo de un pulcro bigote. – General, ¿qué está haciendo aquí? ¿algún problema? El militar se acercó lentamente, sus ojos oscuros brillaban. La tomó del brazo y notó la forma en la que el bíceps se tensaba por la contracción. Torpemente intentó besarla. Sofía, que había sido tomada por sorpresa, hábilmente se desprendió del agarre. Sus ojos azules destellaban con furia.
  • 13. – ¿¡Qué demonios pretende!? Se lo advierto...– su voz se hizo grave y profunda, intimidante en el tono. – Vamos teniente, sé que disfrutarás tanto como yo... El militar nuevamente arremetió contra ella y Sofía lo esquivó con una agilidad felina. – ¡Si sabes lo que te conviene, me obedecerás!– vociferó encolerizado. Intentó tomarla del brazo, pero la alta morena, alcanzó su muñeca y le torció el brazo por detrás de la espalda. – ¡Eres un pedazo de mierda! Te crees muy macho, escudándote en tu estampa de general... ¿cierto?– Sofía se esforzó en pronunciar cada una de estas palabras como un insulto. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Lo soltó y de inmediato el militar saltó sobre ella. Sofía le respondió con una elegante patada que le dio de lleno en la cara. El agresor se tambaleó hacia atrás, abundantes chorros de sangre emanaban copiosamente de su nariz. La alta mujer esperó a que se recuperara, la extraña sonrisa dibujada en sus labios contrastaba con su mirada mortalmente amenazadora. El hombre lanzó un golpe con su mano izquierda, el que fue eludido sin inconvenientes con un leve giro, luego atacó con su puño derecho y éste fue atrapado por las manos de la teniente que luego tensó el brazo del militar, enviándolo a volar, por encima de sus hombros en fracción de segundos. En su viaje por los aires, el acosador chocó contra un saco de boxeo que se precipitó al suelo junto con su cuerpo maltrecho. La arena que servía de relleno en la pesada bolsa, se desparramó formando un abundante montón. Tomó un puñado de la arena que había caído, arrojándola directamente a los ojos de Sofía. Aprovechando la momentánea ceguera de su rival, la empujó con todas sus fuerzas contra la pared y cuando se disponía a golpear a su presa, la teniente, aun con los ojos cerrados, dio un salto y estando en el aire maniobró una voltereta, para luego caer sobre sus pies justo detrás del anonadado general. Le dio un fuerte golpe a la altura de los riñones, lo que hizo que el hombre se doblara de dolor y luego con una patada en su trasero, lo envió contra la pared estrellando su cabeza con un sonido hueco. – Vas a lamentar esto...– la amenazó. Sofía abrió los ojos. Le ardían intensamente. Tardó unos instantes en enfocar y pudo ver con agrado el rostro ensangrentado y plagado de moretones del abusador. – Eso lo veremos.– respondió la teniente con indiferencia y caminó hacia la salida. – Muy lista... pero dime, ¿a quién van a creerle? ¿a ti o a mí?– le advirtió y soltó una carcajada enfermiza que se expandió en la inmensidad del gimnasio en un sonoro eco. Estaba en lo cierto. Él era un prestigioso general del ejército, condecorado y con una trayectoria de muchos años que le había permitido codearse con las altas esferas del gobierno. Y ella... era respetada, temida, pero era solo una teniente. El simple hecho de haber golpeado a un superior implicaba la prisión como castigo. Además de que estaba segura de que iba a ser culpada con innumerables cargos de acuerdo a la historia que inventaría el militar. Entonces comprendió que la batalla se había reducido al influyente general contra la teniente de largas y bonitas piernas. Nadie iba a creerle. Nadie le creyó. Terriblemente indignada, decidió renunciar a su puesto antes de tener que soportar la humillación en un juicio injusto. Lo único que lograba aliviarla era la idea de que su hermano se encontraba embarcado en un buque a miles de kilómetros y que su tutor ya no estuviera vivo para presenciar este proceso. Sofía no podría haber resistido la expresión de dolor en las facciones de sus dos seres más queridos. Al abandonar el ejército, sintió que toda su vida se había impregnado en las paredes del cuartel, se sentía terriblemente vacía. No obstante, encontró una luz al final del oscuro túnel: tenía que luchar por evitar que otra persona corriera su mismo destino. Fue así como decidió hacer valer su título de periodista, el cual había obtenido tiempo antes de ingresar al círculo militar. Investigando, pudo conseguir testimonios de otras mujeres que habían padecido los ataques del general. Su nota salió en primera plana y el militar no tardó en sufrir su merecido castigo. Después de lo ocurrido, muchos se acercaron nuevamente para instarla a que regresara a la milicia. Los rechazó una y otra vez. No estaba dispuesta a sacrificar su vida en un ámbito donde había sido traicionada su confianza. El periodismo le había otorgado algunas satisfacciones. Aunque no podía compararlo con la excitación que experimentaba en cada simulacro de combate. El ritual de pintarse la cara y poner a punto su equipo de camuflaje, mientras en su cabeza se ideaba una estrategia para neutralizar rápidamente al enemigo, eran hechos que extrañaba considerablemente. Si bien se había acostumbrado a su nueva vida, y se había hecho a la idea de que de alguna manera luchaba para vislumbrar la verdad en cada investigación, añoraba la actividad de aquellos días. Y ahora, inesperadamente, Miguenz pedía su ayuda. El joven oficial conocía su historia y jamás había dudado por un momento de su integridad. Él confiaba absolutamente en la morena mujer. Tanto que había permitido que conociese detalles que fueron negados para otros periodistas. Era su amigo. Y ella lo ayudaría. Sin darse cuenta, sus pasos la habían guiado hasta la puerta de su casa. Cuando cruzó el umbral, una sensación de alegría invadió su espíritu. Después de todo volvía a ponerse en acción. Camille se miró por quinta vez en el espejo. Hizo un gesto de desagrado. La remera blanca que llevaba puesta cayó en el montón de ropa que yacía en forma desordenada sobre la cama. El constante cosquilleo en la boca del estómago era un indicio inequívoco que se encontraba nerviosa. No entendía cuál era la causa de su inquietud. Esta no sería la primera ni la última vez que le iban a tomar alguna fotografía. Sin embargo, se encontraba inusualmente ansiosa. Disgustada, se quitó al atuendo que llevaba puesto y optó por los jeans azul claro y una camisa entallada
  • 14. verde manzana, que era el primer conjunto que se había probado. Bajó las escaleras que separan su habitación de la sala de estar. Miró su reloj y comprobó que tenía una hora de tiempo antes de que llegara Sofía. Se sentó frente a la computadora portátil y leyó con detalle los últimos párrafos escritos. La noche anterior, había sido realmente productiva: no sólo había escrito tres capítulos, sino que había terminado de delinear las características del personaje principal. Me pregunto que pensaría si supiera que me basé en ella para dar vida al protagonista de la historia. Después de la entrevista habían charlado un buen rato y Camille se sorprendió de lo grato que le resultaba su compañía. Ay, Camille... ¿Qué hay en esta cabecita tuya? Primero la odias y deseas matarla y ahora la... Bueno, ahora te sientes a gusto con ella. Hizo clic en el icono del diskette y apagó la máquina. Miró nuevamente su reloj, las agujas marcaban las siete en punto. Sonó el timbre y Camille dio un respingo en su silla. Rápidamente abrió la puerta y se encontró con la familiar sonrisa de la periodista. – Hola. – Hola... Pasa, por favor. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Camille le regaló una sonrisa. Era la primera vez que lo hacía sin que haya un tinte irónico o sarcástico de por medio. Sin perder tiempo, Sofía comenzó a preparar con ágil destreza su cámara para empezar la sesión de fotos. – ¿Quieres un café?– preguntó una voz desde la cocina. – Sí, claro. Una vez terminada su tarea, la periodista paseó en forma distraída su mirada por el comedor. Sus ojos se centraron en un cuadro que no había visto en su última visita. Se acercó y observó que se trataba de un retrato. En él aparecía la imagen de una joven mujer que sonreía cálidamente. – Hermosa, ¿no te parece?– la voz de la rubia mujer le llegó como una suave caricia para sus oídos. – Se parece a ti... Si no fuera por el largo del cabello y por las ropas que viste... dirías que eres tú. ¿Quién es? – Era hermana de mi abuela, yo la llamaba tía Gabrielle. Sofía notó que los ojos de Camille comenzaban a llenarse de lágrimas. Por un momento tuvo deseos de abrazar a la pequeña mujer y reconfortarla. Se obligó a detenerse cuando vio lo rápido que la escritora se repuso. – La querías mucho, ¿verdad? – Era la persona más adorable e interesante que he conocido– la voz se le quebraba embargada por la emoción. – ¿Interesante? – Oh, sí... A los diecisiete años rompió su compromiso con su prometido y se marchó de la casa... siempre me decía: "Camille, nunca dejes de soñar, siempre ten presente que esos sueños son el combustible que alimenta tu espíritu, los que te permitirán alcanzar las metas más allá de las dificultades..."– hizo una pausa y continuó– Me confesó que se había marchado porque quería conocer diferentes personas, lugares, culturas... antes de establecer una familia. – Y sus padres no lo aceptaron... – No... Pero por suerte, mi abuela la adoraba y siempre se mantuvieron en contacto, a pesar de que mis tatarabuelos nunca aprobaron lo que había hecho, con el tiempo llegaron a entenderla. – Bueno, al menos la historia tiene un final feliz... – Mi padre la quería con locura, me llamó Gabrielle en honor a ella...– ante la sorpresa que demostró la periodista, Camille se apuró a aclarar– mi madre tenía temor de que sea tan rebelde como ella y decidió que ese sería mi segundo nombre... como si tan solo con el nombre pudiera heredar su carácter... La rubia figura detuvo su relato. Se tomó la barbilla en forma pensativa, reflexionando por unos instantes. – Aunque... mi madre tal vez tenía razón... además del parecido hay algo que heredé de ella... – ¿Qué?– preguntó intrigada la periodista. – La pasión por escribir... es una pena que yo no tenga su sensibilidad. Era una gran poeta. – Sin embargo, eres una gran escritora– comentó Sofía. – ¿Sabes? Creo que debería escribir acerca de ella. Sería una historia fabulosa. Sofía contempló con detenimiento las delicadas facciones de la escritora. La nariz pequeña que se cernía por encima de su boca de labios coralinos. Sus ojos verdes de profunda mirada, que por momentos brillaban con destellos azulados. Sin pensarlo, se fue acercando a Camille y la tomó de los hombros para que no se apartara.
  • 15. – ¿¡Qué crees que estás haciendo!?– amenazó la menuda mujer, pero sin moverse de su lugar. La periodista ignoró la advertencia y concentró su mirada de lleno en esos ojos que le resultaban hipnóticos. Inspeccionó con sumo interés aquellos iris de tan singular color y pudo ver como las pupilas se dilataban cuanto más se aproximaba a la rubia mujer. – Demasiado verdes para ser azules, pero a la vez, demasiado azules para ser enteramente verdes...– la voz de Sofía se había enronquecido y se asemejaba a un suave ronroneo.– Tienes unos bonitos ojos verde azulados. Satisfecha con su conclusión liberó de su agarre a una más que sorprendida Camille. ¡Por Dios! Por un momento pensé que ibas a... – ¿Comenzamos?– preguntó a la escritora que aún se encontraba un tanto aturdida por lo que acababa de ocurrir. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Sofía le indicó el sitio donde quería que se acomodara. Pensó que la biblioteca como fondo sería ideal. Gatilló un par de veces su cámara. Y se quedó sumamente complacida cuando Camille empezó a adoptar posiciones más sensuales para la cámara como si fuera una modelo. La periodista por poco sufre un infarto cuando la rubia figura amagó con quitarse la camisa. – Supongo que estas últimas fotografías no serán publicadas...– insinuó divertida. – No, son para mi colección personal.– bromeó la morena. Haré un póster gigantesco para pegarlo en la pared del living... Creo que de esa manera pasaría más tiempo en casa. Con estos pensamientos acompañó a Camille hasta la cocina. – ¡Mierda! ¡Otra vez se descompuso! La escritora introdujo sus dedos en el interior de la máquina para hacer café y después de ajustar algunos cables, se escuchó un sonido ronco. El caprichoso artefacto volvió a funcionar. Apartó, despreocupadamente un mechón rebelde que caía sobre su rostro y lanzó una maldición al observar sus manos engrasadas. – Camille...– la llamó Sofía. Cuando la rubia miró hacia ella, la alta periodista disparó el flash. Ampliamente disgustada, le arrebató de las manos la cámara de fotos y echó a correr hacia el comedor. La morena la siguió al instante y no le llevó mucho esfuerzo alcanzarla. Camille había quedado acorralada entre la periodista y la pared. – ¡Debo parecer un payaso... con toda la cara manchada!– exclamó la escritora, sintiéndose derrotada. Sofía no escuchó el reclamo. Sólo podía oír el palpitar desenfrenado de su corazón. Sólo podía sentir la proximidad del pequeño y bien formado cuerpo. Sólo podía percibir el intoxicante aroma que emanaba de esa suave y blanca piel. Sólo podía mirar a esos ojos que la cautivaban. Sus sentidos completamente desordenados, sus ideas, sus pensamientos, todo lo que sabía o era parecía haber sido arrasado por un colosal remolino. Sólo había un deseo, que había adquirido voz en su interior, que clamaba a gritos ser saciado. Solo podía hacer una cosa. – Te ves hermosa.– susurró Sofía y sus labios encontraron la boca que tanto anhelaba. Camille se apartó de la alta mujer. Su rostro reflejaba consternación. – Yo no... no soy lo que piensas– finalmente dijo la escritora. ¡Maldita sea! Tenías que echarlo todo a perder... después de tanto esfuerzo lograste ganar su simpatía y ahora te lanzas sobre ella sin siquiera pensarlo... – Perdóname, soy una estúpida... no debí hacerlo... por favor, te pido mil disculpas. La rubia escritora contempló como la periodista guardaba apresuradamente todos sus elementos en su bolso. La alta mujer abrió la puerta y depositó sus ojos azules sobre los de Camille, tratando de expresar todo el pesar que sentía con su mirada, ya que no podía hacerlo con las palabras. El frío intenso golpeó sin piedad su rostro al abandonar la casa. Sofía se adentró en la oscuridad de la noche, esperando que las sombras ocultaran la vergüenza que sentía. La iluminación era escasa. El rumor de unas voces lejanas alcanzaron sus oídos. Comenzó a moverse en la dirección del murmullo. El sonido de una carcajada se deslizó por la estancia, llegándole intacto en la quietud de la noche. Otra risa resonó en los rincones del estrecho pasillo en el que se encontraba. Y luego otra. Después... silencio. No más ruidos. No más risotadas. Nada. Sólo el silencio y una creciente oscuridad cómo compañía. Avanzó torpemente hacia el sitio donde creyó del que provenían los sonidos. Tropezó con algo rígido que se elevaba como un desnivel en el suelo. Se incorporó rápidamente. Una sustancia viscosa apareció en sus dedos. Sangre. Miró hacia abajo, el cuerpo de una mujer colmado de profundos cortes surgió ante su vista. Se sintió terriblemente mareada y con un inminente deseo de vomitar. Inspiró una bocanada de aire. De a poco, recuperó el equilibrio y las nauseas desaparecieron. Cerró sus ojos y alzó su cabeza. Su corazón golpeaba frenéticamente su pecho. Ordenó a sus
  • 16. párpados elevarse, teniendo la plena certeza de lo que encontraría. Las pupilas se dilataron en forma refleja cuando las profundidades verde azuladas absorbieron el mensaje escrito en el muro. Abandonó el sueño en forma violenta. Con los ojos completamente abiertos en la oscuridad, supo que se encontraba en su cuarto. Su cuerpo se hizo un ovillo en la gigantesca cama. Su mirada se encontró con las familiares luces rojas que despedía su reloj despertador. Rojas. Igual que el mensaje... letras rojo... rojo sangre... cerró los ojos y apretó con más fuerza sus piernas contra su pecho. No puede ser cierto... no otra vez. Es una pesadilla, es una pesadilla, nada más. Para cuando los brazos de Morfeo la atraparon de nuevo, una decisión había sido tomada. IV V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Sin dar crédito a lo que acababan de escuchar, Miguenz y Sofía se miraron brevemente para luego centrar su atención en la exaltada figura que tenían delante. – Se que ha ocurrido un nuevo asesinato... Camille, agotada, se dejó caer en la desgastada silla giratoria que el policía le había ofrecido. Los ojos verdes pasaron de la alta periodista al joven oficial. Observó el rostro pensativo de Miguenz. Su aire meditabundo estaba muy cercano a la confusión, entre la sorpresa y el asombro. – Ha ocurrido de la misma forma que el anterior... ningún rastro de violencia física, sin desorden aparente, sólo un corte profundo en la garganta, además de los cortes en los brazos. La voz dulce de la escritora se veía claramente afectada por el gran nerviosismo que estaba experimentando en ese momento, transformando su tono de manera tal que sonaba ligeramente más agudo de lo normal. Tanto el policía como la periodista sabían que la información de que había ocurrido un nuevo homicidio era reciente. Fue en las primeras horas de la mañana cuando el hermano de la víctima encontró el cuerpo. El oficial contempló cómo la menuda rubia retorcía con impaciencia la cadena de oro que pendía de su cuello. ¿Cómo era posible que ella supiera todo esto? Ningún medio radial o televisivo conocía esta noticia... – "El miedo nutre mi espíritu, es la esencia de mi poder". Sofía abrió sus ojos de par en par poniendo en evidencia la majestuosidad de esa mirada que rivalizaba con el azul del cielo. – ¡¿De dónde sacaste eso?!– preguntó Miguenz, exigiendo una pronta respuesta. – Es lo que estaba escrito en una de las paredes... ¿verdad?– manifestó la menuda mujer. – ¿Cómo lo sabes?– interrogó Sofía, interviniendo ante el notorio desconcierto del joven policía. – Porque lo he visto... en mis sueños. Tengo visiones de los asesinatos. – ¿Has visto al asesino?– cuestionó el oficial recuperando el habla. – No, no aún... – respondió tristemente Camille– esta no es la primera vez que me ocurre, hace trece años, pasé por lo mismo. – Cuéntanos.– la animó la alta periodista. Recuerdos de Camille – I Era una fría mañana de invierno. Camille se despertó muy temprano sintiendo una intensa emoción. Era el día de su cumpleaños. Doce años. Estaba realmente ansiosa, puesto que sus padres le habían prometido un regalo muy especial. Si ella estaba en lo cierto, el libro que tanto tiempo había querido, hoy aparecería en su biblioteca. Salió de su casa con una sonrisa dibujada en sus labios. Segura de todas las felicitaciones que iba a recibir de parte de sus compañeros de grado. Camino a la escuela, un sonido le llamó poderosamente la atención, como si se tratase de un lamento. Movida por la curiosidad, avanzó hacia lo que parecía un terreno abandonado. Angustiosos sollozos provenían de un profundo hoyo cavado en la tierra. Se acercó y olvidando cualquier precaución, asomó su cabeza. Lo último que sus ojos vieron fue la oscuridad engullendo su pequeño cuerpo. Despertó en su cama luego de tres días de haber sido hallada en el interior del pozo. Lo único que recordaba era el sonido del llanto que la había atraído hacia ese lugar. Cómo la encontraron y de qué manera fue rescatada era un verdadero misterio para ella. Miró a su alrededor. Los conocidos pósters y afiches de personajes famosos aparecieron ante su vista. Estaba en su cuarto. Una cálida sensación de bienestar se hizo presente. Sus ojos verdes se encontraron con la mirada llena de
  • 17. ternura y preocupación de su madre. – Prométeme que no volverás a hacer algo parecido.– le rogó. Camille asintió con un leve movimiento de su cabeza. Recuerdos de Camille – II Estaba oscuro. Tenía los ojos completamente abiertos pero no lograba ver nada. El olor a tierra mojada se impregnó en sus fosas nasales. Este aroma le resultó familiar. Se incorporó con la ayuda de sus manos notando una ligera humedad en el suelo. Con los brazos extendidos trató de palpar una superficie en la cual apoyarse. Encontró una pared, al tacto le pareció que presentaba algunas grietas. Escuchó un sollozo. Intentó orientarse en las sombras en busca del origen del llanto. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m El sonido de una puerta abriéndose. Una luz enceguecedora atravesó la oscuridad. El resplandor era tan intenso que se tuvo que cubrir los ojos. El ruido de los escalones crujiendo debajo de fuertes pisadas llegó a sus oídos. Oyó un forcejeo acompañado de gritos desgarradores. Pudo distinguir una alta silueta arrastrando el cuerpo de una niña a través de las escaleras. Con los ojos firmemente cerrados y el corazón palpitando en acelerado ritmo, retornó de la pesadilla. Inspiró profundamente, exhalando el aire lentamente. ¿Qué fue eso? Parecía tan real... Con el piyama puesto, salió de la cama y caminó hacia la cocina. El desayuno estaba listo. Encontró a su madre untando una tostada con mermelada. – ¡Buenos días, dormilona!– la saludó. Camille se acercó y le dio un beso en la mejilla. – ¿Qué ocurre? Hija, estás muy pálida...– le dijo al tiempo que apartaba los desordenados mechones rubios y le colocaba una mano en la frente. – Nada... mamá, no he dormido muy bien...– finalmente comentó. – Creo que hoy te quedarás en casa. Todavía estás un poco débil para ir al colegio.– le anunció su madre. La pequeña rubia sintió un gran alivio. Por alguna extraña razón, no tenía deseo alguno de volver a esa escuela. Recuerdos de Camille – III El ruido de los escalones crujiendo debajo de fuertes pisadas llegó a sus oídos. Oyó un forcejeo acompañado de gritos de desgarradores. Pudo distinguir una alta silueta arrastrando el cuerpo de una niña a través de las escaleras. Subió tan rápido cómo pudo. A través de la puerta entreabierta contempló un horroroso espectáculo: el hombre estaba golpeando salvajemente a la niña. La pequeña víctima giró la cabeza y aquellos ojos tremendamente hinchados e inyectados de sangre contemplaron su rostro. Camille se estremeció ante la visión. El hombre se inclinó hacia el maltratado cuerpo, sostenía una tenaza en su mano. – ¡Nooooooo!– gritó Camille.. Nadie pareció escucharla. El hombre lanzó una carcajada cuando observó las piezas extraídas. Camille sacudió la cabeza. Durante todo el día las imágenes de su sueño la habían estado acosando. Miró el reloj de la cocina, habían pasado más de tres cuartos de hora y todavía se encontraba leyendo el mismo párrafo. Una y otra vez, la misma oración repitiéndose en un incesante eco en su mente. Se concentró en memorizar los detalles del Virreynato del Río de la Plata, con la esperanza de poder alejar las visiones de su pesadilla. No había caso. Decidió que tal vez un poco de televisión resolvería el problema. En la pantalla, el Correcaminos echaba a perder cada uno de los planes del pobre Coyote. El corte comercial interrumpió su divertida sesión de dibujos animados. Aprovechando la pausa, colocó la leche en el fuego. Era hora de su merienda. La música de fondo del flash informativo resonó en el ambiente. "Solicitamos a la población información acerca del paradero de Julia Oliveri, cualquier dato deberá ser comunicado a..." Casi se le cae la taza que tenía en la mano, cuando la fotografía de la niña de su pesadilla apareció ante su vista. Recuerdos de Camille – IV Habían pasado tres noches libres de sueños. Comenzó a creer que su madre estaba en lo cierto: que estaba impresionada por el accidente en el pozo y que esto era probablemente lo que ocasionaba sus pesadillas. Sin embargo, ¿cómo era posible que la niña desaparecida era idéntica a la de sus visiones? Finalmente, llegó a convencerse que se trataba de una curiosa casualidad. – ¡Qué terrible!– escuchó decir a su padre.– Encontraron el cuerpo de la niña... Camille se acercó. Se paró en puntas de pie para poder leer el periódico por encima del hombro de su progenitor. Sus ojos verdes se agrandaron desmesuradamente. A Julia le faltaban dos piezas dentarias, dos colmillos. Corrió a su habitación, cerrando la puerta de un golpe. Lo que había soñado no era casualidad... era verdad. De
  • 18. alguna forma, ella podía ver todo esto. Hasta ahora no había podido observar el rostro del asesino... tal vez, si lograba concentrarse lo suficiente podría identificarlo. Se impuso una nueva meta: ¡Detener al loco del colmillo! Recuerdos de Camille – V – Camille, hija... ¿por qué no vas a jugar con tus amigas?... ¡Has pasado todo el fin de semana en tu cuarto!– le recriminó su madre. Camille se asomó por la puerta. No había contado a sus padres lo que pretendía hacer. No lo entenderían, o lo que era peor, pensarían que los golpes que había sufrido al caer a ese pozo le estaban haciendo perder el juicio. De una u otra forma intervendrían con su misión y ella no estaba dispuesta a darse por vencida. Sabiendo que otra chica había sido atrapada. – Estoy haciendo la tarea... con esto del accidente, estoy un poco atrasada...– dijo a su madre con la mejor de sus sonrisas. – Bien, pero luego saldrás un rato... no quiero que pases todo el día encerrada.– le ordenó. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m La pequeña Camille asintió, volviendo a la calma cuando observó a su madre regresar a la cocina. Lo cierto era que a pesar de sus esfuerzos, el rostro del psicópata todavía le resultaba borroso. Reconoció a la nueva víctima como Estela, una niña que iba a su misma escuela pero en un grado inferior. Tenía que apresurarse, no sabía de cuánto tiempo disponía para salvarla. Se recostó en su cama y cerró los ojos. Rezó en silencio, rogando poder ver aquel infame rostro. Se encontraba en la oscura habitación. Prestó atención intentando escuchar el gimoteo de Estela. Silencio. Un vacío se hizo en su estómago al notar que estaba sola... Subió a trompicones la escalera. Llegó a una sala escasamente amueblada, el lugar estaba desordenado y bastante sucio. Recorrió con la mirada en busca de la niña. Era demasiado tarde... Las lágrimas cubrieron sus ojos y apenas alcanzó a ver una luz que provenía de la habitación contigua. Caminó hasta el cuarto. Allí estaba. Observó el trayecto de una aguja que se alzaba en el aire para luego perderse ocultada por el cuerpo del homicida. Camille se acercó. ¡Aquel monstruoso hombre estaba entrelazando los colmillos en una especie de collar! Terriblemente asustada, un quejido se quebró en su garganta. Por un momento pensó que la había oído, porque alzó la cabeza y miró hacia los costados. Entonces pudo contemplar el rostro del asesino... Y el loco del colmillo reanudó su tarea. Recuerdos de Camille – VI El policía la miraba incrédulo, con el ceño fruncido y de brazos cruzados. – Niña, esto no es un juego... ¿por qué no te vas a divertir con tus muñecas?– le dijo bastante enojado. – ¡Estoy diciendo la verdad! ¡Es él! El oficial tomó a Camille del brazo y comenzó a empujarla hasta la salida. – Si no me cree, entonces dígame cómo es que sé que Estela es otra de las víctimas del loco del colmillo... El policía entrecerró los ojos y clavó su oscura mirada en la pequeña. Podría estar mintiendo... pero esos ojos verde azulados parecen tan sinceros... El timbre del teléfono lo sacó de sus pensamientos. – Hola.– contestó.– Bien... Adiós. Camille esperaba impaciente en la puerta de la oficina. – Parece que tenías razón, pequeña.– le comentó el uniformado.– Han encontrado a Estela... El policía se inclinó y llevó un mechón de cabello dorado detrás de la oreja de Camille. – Lo seguiré.– le prometió. Camille sonrió. El oficial abandonó el despacho dando grandes zancadas. Recuerdos de Camille – VII "La policía finalmente ha apresado al temible asesino, el loco del colmillo. El terrible homicida se trata de Valdemar Otis, quien se mostraba como un respetable ciudadano y padre ejemplar y que se desempeñaba como bibliotecario del Instituto Superior Nº 5. Se supone que aprovechando su contacto con los menores en el establecimiento, es donde escogía a sus víctimas. Todas ellas fueron niñas que concurrían al prestigioso colegio. Las autoridades están claramente sorprendidas, puesto que el señor Otis siempre había demostrado una conducta intachable. La detención del asesino pudo ser llevada a cabo gracias a la colaboración de una niña, que al parecer tenía visiones de los macabros actos que efectuaba el homicida..." La imagen del cronista vespertino desapareció de la pantalla del televisor y fue reemplazada por los dibujos animados. Tweety se burlaba irónicamente de Silvestre. Camille se acomodó en el regazo de su madre, mientras que su padre acariciaba cariñosamente el dorso de su
  • 19. mano. El timbre sonó. El padre de Camille fue a atender el llamado. Regresó trayendo un bulto en sus manos. – Esto es para ti.– le dijo entregándole un colorido paquete. Camille, con los ojos brillando de emoción, se lanzó hacia el envoltorio y desprendió con cuidado el papel que lo cubría. Un oso de peluche vestido con un uniforme de policía la saludó amistosamente. Sostenía en una de sus regordetas manos un silbato, y en la otra, un papel cuidadosamente doblado. La nota decía: "Gracias. Tu amigo, el oficial". V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Sigue -->
  • 20. T E N E B R O S A O S C U R I D A D Autora: Ximena.   PARTE 3. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m V. Las lágrimas caían libremente rodeando con húmeda delicadeza las mejillas de la rubia escritora. Lanzó un suspiro. Tal vez era alivio o desahogo, o la simple necesidad de compartir la terrible carga que todo esto le significaba. – Sofía, ¡al fin te encuentro! Tres pares de ojos se fijaron en la figura que acababa de irrumpir en la oficina del joven oficial. La alta periodista la reprochó en silencio, con una mirada que haría temblar al corazón más embravecido. – Lo siento, no quise interrumpir...– se disculpó Gloria, claramente avergonzada– ¿puedo hablarte un momento? La mujer morena abandonó de muy mala gana el despacho. Se dirigió al rincón apartado en el que se encontraba su amiga. Los ojos grises de Gloria estudiaron con insistencia las facciones de la periodista tratando de desentrañar el misterio que se encerraba en aquel ceño fruncido. – ¿Qué sucede? ¿Por qué está llorando Camille? – Tiene visiones... – ¿Visiones? ¿acerca de qué? – De los asesinatos. – ¿Ve al homicida? – No, aún no... pero es sólo cuestión de tiempo. – Entonces... ¡podrían atraparlo! – Eso espero. La alta periodista observó el creciente interés que tenía la pelirroja y sabía que si no ponía un límite estaría atormentándola durante horas. Gloria, eres una pesadilla... ¿es que nunca te cansas de hacer más y más preguntas? – Dime, ¿qué te trae por aquí?– dijo Sofía, desviando el hilo de la conversación. – ¿Qué te ocurre?– cuestionó un tanto ofendida, hastiada del mal humor que demostraba la periodista. Los ojos azul cielo se agrandaron por un leve instante para luego entrecerrarse. Una leve chispa muy cercana al enojo se vislumbraba en esa mirada. La pelirroja, atenta al sutil cambio en la expresión de su amiga, desvió la vista para descubrir aquello que tanto parecía molestar a la alta figura. Miguenz acunaba tiernamente entre sus brazos a la joven escritora. – ¿Te molesta? – ¿¡El qué!? Sofía se cruzó de brazos preparada para soportar las molestas insinuaciones que sobrevendrían. Muy a pesar suyo, no podía dejar de observar la cabeza rubia que permanecía cómodamente apoyada en el hombro del policía. – ¡Estás celosa!– exclamó Gloria. – Estás loca– propuso la periodista. – Vamos... ¿acaso me crees tonta? Rubia, de unos ojos verdes increíbles, un cuerpo con curvas insinuantes y con una sonrisa que es capaz de derretir un iceberg... ¿Piensas que no me fijé en ella? Lo dicho acaparó toda la atención de la alta mujer que se volvió en forma brusca hacia Gloria. Al ver la sonrisa traviesa y el brillo pícaro en esos ojos grises, comprendió que por más que lo intentase no podría engañarla.
  • 21. – Estoy convencida de que la gran mayoría de las personas que estamos en esta seccional estarán deseando explorar las delicias ocultas que se esconden debajo de toda esa ropa. – ¡Gloria! – ¡Ey..! Al menos soy sincera. – Bueno, está bien, tienes razón... me atrae de una forma incomprensible... todo en ella me resulta absolutamente fascinante.– manifestó la periodista, sintiendo repentinamente un leve calor recorrer su esbelta figura. – Estás... ¿enamorada?– sugirió Gloria. – ¿A qué has venido?– cuestionó Sofía evitando contestar la anterior pregunta. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Gloria comprendió que no conseguiría sonsacar más información de la alta morena. Era imposible tratar de mantener una charla amena con la periodista cuando los sentimientos eran el tema principal de conversación. Sofía era un enigma viviente con respecto al tema amoroso, es por eso que para Gloria, había sido un verdadero triunfo que le haya confesado lo mucho que le gustaba la pequeña escritora. – Mira, mañana por la noche haré una pequeña reunión para festejar el cumpleaños de Mónica y... necesito tu cámara de fotos ¿me harías ese favor?– pidió la pelirroja pestañeando inocentemente. – Te la presto con la condición de que alimentes a Cerbero. – ¿Tu perro? ¡Debe estar hambriento el pobrecillo! Sofía le entregó su llavero. Vio cómo Gloria guardaba cuidadosamente el voluminoso manojo de llaves en la cartera de cuero marrón. Arqueando dubitativamente una ceja, observó cómo se introducía al pequeño despacho del oficial Miguenz. – Camille... te recuerdo que mañana es el cumpleaños de Mónica y me imagino que no faltarás a la fiesta ¿cierto?. La escritora asintió a la pelirroja mujer, sonriendo por primera vez en toda la larga tarde. – Y tú guapo, también estás invitado. Miguenz no pudo evitar sonrojarse por el comentario. Sofía fulminó a su sonriente amiga con otra de sus peligrosas miradas. Y Gloria, sin inmutarse, le guiñó un ojo antes de abandonar la pequeña oficina. Hogar, dulce hogar. Camille cerró la puerta y apoyó su espalda en la superficie de madera. Sus ojos se alzaron y observó los contornos irregulares de una mancha de humedad que se expandía despreocupadamente en el cielo raso. Tendré que pintar... la casa es vieja, pero vale la pena el esfuerzo... por supuesto si es que decido instalarme aquí en forma definitiva... Se impulsó ligeramente con las manos y caminó hacia la escalera. Nada mejor que un baño de inmersión con sales aromáticas para relajarse. Ascender esos dieciocho escalones le resultó una verdadera odisea. Las piernas le temblaban levemente, como si sobre su espalda estuviese llevando una carga demasiado grande. Estaba exhausta. Revivir todos esos momentos, tan lejanos en el tiempo y a la vez tan dolorosos, exigían cierta fortaleza y entereza. Le había costado un terrible esfuerzo superar el horror de ver esas imágenes, de ser un testigo privilegiado de los movimientos de un psicópata. Pasó innumerables noches en vela. No quería dormir, sobre todo si los sueños traerían aparejado esas visiones de pesadilla. Y a pesar de todo, lo había logrado... Y ahora, en este pueblito alejado y aparentemente tranquilo, después de trece años, la historia se volvía a repetir. ¿Capricho del destino... o irónica manifestación de su verdadero camino? Llegó a su habitación. Arrojó su cartera y abrigo en la cama. Se quitó los zapatos, agradeciendo las suaves caricias de la alfombra sobre la planta de sus pies. Con lentitud se fue despojando de sus ropas. La polera blanca de hilo, la camiseta de algodón, los jeans gastados. Se dirigió hacia el baño. Abrió la canilla que se distinguía por encima de la generosa bañera. Sus ojos verdes fijos en el chorro de agua humeante. Estaba cansada. Se sentía impotente, sabiendo que tenía que transcurrir un cierto tiempo antes de que pueda ver al homicida... ¿cuántas muertes significarían este impedimento? Estaba extenuada. Esta era su cruz. Una cruz excesivamente pesada. A los doce años contaba con el apoyo y afecto de sus padres. Hoy, en su presente actual, no contaba con esta ayuda inconmensurable. Estaba sola. No, en realidad no. Tenía a Mónica... su amiga, su hermana. Cuando sus padres murieron, fue el pilar que la mantuvo en pie. Fue su columna, su sostén. Incluso había sido la responsable de mandar el borrador de una historia a un concurso literario... la que resultó inexplicablemente ganadora del primer premio. No, no estaba sola. Además estaba Miguenz. Tan cortés y paciente. Tan afectuoso y tierno. Entre sus brazos se había sentido protegida, resguardada. No, no estaba sola. También se encontraba Sofía. Enigmática, misteriosa, deslumbrante. Recordó la fría mirada, los
  • 22. distantes que parecían esos ojos de ensueño. Recordó la forma cortante con la que la había tratado durante toda la jornada. La alta periodista se erguía con toda la plenitud de su vasta estatura, imponiendo una barrera imposible de traspasar. Esta era una extraña, muy alejada de la mujer con la que había llegado a simpatizar. Sofía, Sofía, Sofía. ¿Ahora eres tú la que quiere evitarme? ¿Por qué? No logro entenderlo... La sensación de seguridad y tranquilidad que advirtió con el oficial Miguenz no podían compararse, bajo ningún aspecto o parámetro posible, con la maraña de sentimientos que experimentó su cuerpo, cuando la periodista apoyó una mano sobre su hombro. El simple y sutil contacto. El estremecimiento frente a la ligera carga. El breve apretón antes de abandonar su punto de apoyo. Este gesto, que podía catalogarse como impulsivo, casual o inconsciente, había sido capaz de generar un torbellino de reacciones. Sofía, Sofía, Sofía. ¿Ahora eres tú la que quiere evitarme? ¿Por qué? No logro entenderlo... no después de... aquél beso... que me robaste. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Comprobó la temperatura del agua. Satisfecha, cerró el grifo. Arrojó un puñado de sales. Se quitó la ropa interior y se introdujo en la tina. Se dejó envolver por el aire tibio y húmedo que invitaba a relajar su cuerpo. Sus párpados se volvían más y más pesados. Cerró sus ojos, esperando que las visiones no asalten sus sueños... al menos por esta noche. – ¡No olvides pedir tres deseos ...! Mónica asintió levemente. Con el rostro pensativo y una sonrisa pronta a desplegarse, tomó una bocanada de aire y sopló. Las llamas se agitaron frente al sorpresivo embate, torciéndose en forma peligrosa en la cúspide de las velitas que adornaban la torta, para luego erguirse y arder intensamente. Mónica intentó una vez más. Y otra. Ante la inesperada resistencia, Camille decidió ayudar a su amiga. Sus ojos verdes adquirieron un tono más profundo y las delicadas líneas de su rostro resaltaban en la penumbra. Aspiró, exagerando el gesto en forma cómica. La del cumpleaños imitó la acción y juntas exhalaron. Unos ojos azules atraparon la mirada de la rubia escritora. Los pulsos se aceleraron. Miguenz, Mónica, Gloria, la torta, todo se desvaneció. Y... las velitas se apagaron . ¡Mierda! ¡Lo has hecho otra vez! ¿Es que no puedes controlarte? ¡Quita tus manos de ahí, oficial! ¡Déjala en paz! Sofía contempló a Miguenz tomando un mechón dorado y colocándolo detrás de la oreja de Camille, acariciando cariñosamente el contorno de su mejilla. ¡Qué demonios! Gloria ¿por qué tuviste que invitarlo? – ¡Eh! ¿apeteces una porción?– el plato con un generoso trozo de torta se movía en un lento vaivén delante del rostro inmutable de la periodista. Sofía aceptó de mala gana el ofrecimiento de Gloria. Muy molesta, se llevó la cuchara a la boca devorando en cuestión de segundos el delicioso pastel. – Hacen una bonita pareja... Dicho el comentario, la mujer pelirroja se apresuró a escabullirse hacia la cocina. Como un resorte, la alta morena se levantó de su silla. Se quedó inmóvil por unos instantes meditando el próximo paso que iba a dar: seguir a Gloria y estamparle una olla en la cabeza a modo de sombrero o bien dirigirse a la mesa y beber una cerveza fría. Se decidió por la ultima opción... ya tendría oportunidad para dar a la irritante pelirroja una merecida lección. ¡¿QUÉ RAYOS SIGNIFICA ESTO?! La azul mirada observó como Miguenz había tomado firmemente de la cintura a Camille atrayéndola hacia su cuerpo. Un abrazo, dos sonrisas, captadas por la lente de la cámara. Hermosa fotografía. Me comporté como un ogro... pensando que así todo iba a ser más fácil... Creía que si te mantenía a una distancia prudencial podría lograr quitarte de mi cabeza... ¿Por qué es tan complicado...? Se que tus gustos no son los míos... y por alguna extraña razón te interesa mi amistad... me encantaría compartir ese lazo contigo, sin embargo el tenerte tan cerca... me perturba. No puedo hacerlo Camille... por ahora no. – ¿No vas a tomarte una fotografía conmigo? La pregunta de la menuda rubia extrajo a la periodista de sus reflexiones. Aquella voz dulce y melodiosa repentinamente le causó una aguda opresión en el pecho. Sofía, era una mujer acostumbrada a manejar sus emociones pero se veía completamente indefensa ante la escritora. Se sentía como un guerrero sin su espada. Le resultaba tremendamente incómodo el tener irrefrenables deseos de estrechar a la rubia figura y verse obligada a permanecer en su sitio. Le costaba muchísimo mantenerse a raya cuando cada célula de su cuerpo rogaba por degustar nuevamente el sabor de aquellos labios. Camille era como un oasis en el medio de un desolador desierto, en el cual Sofía podría calmar su sed. Pero una barrera invisible le impedía llegar hasta ese delicioso lugar... – No me gustan... salgo demasiado alta y un tanto desgarbada– ensayó como excusa. Camille frunció el ceño, un tanto contrariada por la respuesta. No debería sorprenderme, has estado evadiéndome durante toda la noche... ¿Por qué no me miras cuando te hablo? ¿Acaso ya no soy de tu agrado? ¿Ya no te atraigo, Sofía Salas? La joven escritora arrebató el vaso de la mano de la periodista en un rápido movimiento. Bajando de un solo trago
  • 23. todo su contenido. Restos de una espuma blanquecina se situaron por encima de sus labios. Sofía clavó su mirada en esa boca perfecta. Con todas sus fuerzas resistió el impulso de besarla. La lengua de la menuda rubia, en una sensual maniobra, removió los vestigios de la cerveza bebida. – Gracias, tenía sed. Camille le devolvió el vaso sonriendo de forma seductora. Dio media vuelta y se marchó para hablar con Mónica, dejando a la periodista con la necesidad de tomar una ducha de agua fría. Sal. Tequila. Limón. El pintoresco ritual repetido una y otra vez a lo largo de toda la noche. Media docena de botellas dispuestas en ordenada fila y una pila de gajos de limón eran los testigos mudos de la celebración. V E FA R ht N SI ht tp FI ÓN tp :// C V E O :// O N R vo . IG co E .h S IN ol sa P A AL .e te Ñ s c O , a. L co m Camille tomó una de las tantas botellas que se encontraban detrás de la barra del bar. Examinó con interés la etiqueta que indicaba que era un producto importado. Vodka... Hummm.... creo que un poco no me hará mal... Sin pensarlo, llenó su vaso hasta el tope. Miró el aspecto aparentemente inofensivo del líquido, que se asemejaba al del agua corriente. Sonrió, siendo consciente de que la combinación de bebidas que estaba a punto de efectuar no era una de las más convenientes. – Brindo por ti, mi querida amiga...– pronunció alzando su vaso. – Espera un momento. Suficiente de alcohol para ti, Camille. El oficial Miguenz le quitó el vaso y la sentó delicadamente en uno de los sillones del living. – ¡Oye! ¡Ni siquiera pude mojar mis labios...!– se quejó la rubia escritora, imitando el tono de una chiquilla malcriada. El joven policía rió frente a la protesta. Sin decir palabra alguna, comenzó a ponerse su campera. – Tú... – un dedo índice señaló en forma amenazadora el pecho del oficial– ¿¡Te estás burlando de mí?! – Vamos, Camille, es tarde... te llevaré a tu casa. – ¡No iré a ningún lado! Miguenz tomó del brazo a Camille obligándola a incorporarse. Al instante, una fuerte mano sujetó la muñeca del policía. – ¡ELLA DIJO QUE NO! Los ojos azules resplandecían con una desbordante energía. El oficial sintió una terrible presión en la articulación causada por el apretón que se tornaba más intenso con el transcurso de los segundos. Derrotado, soltó a la escritora. – Lo siento... no fue mi intención lastimarte– se disculpó con la rubia figura que lo miraba con cierto recelo desde una distancia prudencial. – No hay problema... Camille puede quedarse a dormir con nosotras si lo desea...– intervino Gloria, cortando la tensión del momento. Miguenz alzó la mano a modo de saludo. Se colocó su gorra y abandonó el departamento. Gloria y Mónica observaron a la alta periodista, la cual tenía los puños apretados y su mirada fija en la puerta que acababa de cerrarse. Camille caminó hasta Sofía y le depositó un sonoro beso en la mejilla. – Gracias.– le susurró. La mujer morena, alzó una ceja. Total y completamente aturdida por la acción de la joven escritora. Observó como la menuda figura estiraba sus brazos, bostezando en varias oportunidades. – Estoy muy cansada... creo que es hora de irme... – Camille... ¡no permitiré que conduzcas en este estado...!– la reprendió Mónica. – Bien... puede que tengas razón... ¿Me llevarías a mi casa? Por favor...– le pidió a Sofía. No, no y no. No me lances esa sonrisa... no puedo resistirme... ¡Demonios! Claro que lo haré. Quedarte aquí no sería una buena idea... supongo que Mónica y Gloria querrán un poco de intimidad... ¡Vamos, Sofía, eres tú la que quiere estar a solas con la rubia! La alta periodista accedió. No hubo ninguna necesidad de repetir la petición.