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HIERARQUIA: Explorações de Augusto de Franco em A MATRIX REALMENTE EXISTENTE
Augusto de Franco, 2012.
Versão Beta, sem revisão.
Traducción al español by Lía Goren.
La versión digital de esta obra fue entregada al Dominio Público, editada con el
sello Escola-de-Redes por decisión unilateral del autor.
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Escola-de-Redes es una red de personas dedicadas a la investigación sobre redes sociales e a la
creación y transferencia de tecnologías de netweaving.
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SUMARIO
PRESENTACIÓN | De repente usted ve la Matrix
INTRODUCCIÓN | ¿Existe la Matrix?
PARTE 1 | Como la Matrix es cargada en usted
En la familia
En la escuela
En la iglesia
En las organizaciones sociales y políticas
En el cuartel
En la universidad
En el trabajo
PARTE 2 | ¿Es posible salir de la Matrix?
Para salir de la Matrix
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DE REPENTE, UNA VENDA CAYÓ DE SUS OJOS y usted ve: La Matrix. Y
usted la ve en todo lugar: en su casa, en la escuela, en la iglesia, en la
empresa, en el comercio, en una partida de fútbol, en el tránsito, en los
locales de atención al público, en las medias sociales...
Para ver la Matrix basta detenerse un instante y observar el
comportamiento de las personas privadas. ¿Quiere un ejemplo? Observe
las filas de los bancos. Cuando aquél paciente cliente llega a la caja,
después de esperar una eternidad, el va a tardar tanto o más de los que
estaban antes. Es como si dijese: “–Ahora llegó mi turno de hacer lo que yo
quiera, entonces voy a conversar bastante con el empleado, voy a
preguntar de todo, charlar sobre todas esas cosas, aprovechar para
realizar varias operaciones... Que esperen los demás (como yo esperé)
porque ahora llegó mi turno.” Ese es un comportamiento típico de la
persona privada (no común). Mas es increíble como las personas que
reproducen ese comportamiento no se dan cuenta.
¿Quiere otro ejemplo? Observe con atención su muro de Facebook o su
timeline de Twitter. Verá multitudes de amigos o seguidores hablando
sólo del bien, de lo bello, de lo verdadero. Usted verá personas
escribiendo sobre ética, valores, consciencia, transformación de la
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sociedad, verá personas posteando fotos de gatitos tiernos, perritos con
moñitos, niños rubicundos con hermosas sonrisas, paisajes fantásticos...
Estas personas creen (o, algunas veces, ni siquiera creen, porque están
actuando inconscientemente) que, así, estarían redimiéndose de algún
pecado (y librándose de la culpa de no ser lo suficientemente buenas.
Imaginan (o hasta no imaginan, sino que actúan como si imaginasen) que
construyendo una persona (pública) identificada con el bien, lo bello y lo
verdadero, estarían perfeccionándose (dado que evalúan que no son
suficientemente buenas), reparando algún defecto que, supuestamente,
habrían traído: ¿de donde? Pues claro, ellas no saben y el hecho de no
saber pero aun así actuar (en el sentido psicoanalítico del término) de ese
modo, explica todo (a pesar de que, para ellas mismas no explique nada,
dado que estas personas no están buscando explicaciones para lo que es
como debería ser) .
Lo más interesante que usted verá en las medias sociales son las
multitudes conmemorando los viernes! Y otras multitudes compartiendo y
retuiteando esas manifestaciones de esclavos. Automáticamente. Pero
¿de qué quieren ellas escapar los fines de semana? Si usted quiere
saberlo, entre en una organización jerárquica. Cualquiera de ellas. Y
observe allí como las personas se relacionan en esos ambientes extraños,
como si no fuesen ellas mismas... Si, son autómatas.
Durante varias décadas estuve observando ese comportamiento de
rebaño. Imaginando, sin saber explicarlo adecuadamente, que la jerarquía
introduce deformaciones en el campo social capaces de inducir a las
personas a replicar ciertos comportamientos.
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Comencé entonces a hacer exploraciones en el espacio tiempo de los
flujos, para tratar de captar la estructura y la dinámica que estaría por
detrás de esa matriz que produce réplicas.
Hasta que, de repente, vi una cosa espantosa. Y lo que vi fue un ser no-
humano –un monstruo– representado en la figura de abajo:
Fue así, entonces, que vi la Matrix. Y cuando la vi me espanté. La imagen
es aterrorizante. Me recuerda aquellas naves de alienígenas predadores
del filme de Roland Emmerich (1996) Independence Day.
9
No por casualidad. Las organizaciones jerárquicas de seres humanos
generan seres no-humanos. Pero alguna cosa impide que las personas
vean eso. He aquí la razón por la cual resolví escribir este librito.
São Paulo, final del invierno de 2012.
Augusto de Franco
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EL TÍTULO ORIGINALMENTE PLANEADO para este texto era afirmativo: “La
Matrix Existe”. Hasta abrí un grupo en Facebook, exactamente con ese
nombre, para reunir reflexiones sobre el tema. A medida que rodaba la
conversación en el grupo seguía, todavía, siendo asaltado por dudas
crecientes.
Como es sabido, la idea de la Matrix surgió con la trilogía cinematográfica
de los hermanos Wachowski – The Matrix (1999), The Matrix Reloades
(2003) y Matrix Revolutions (2003) – cuyo argumento en el primer film fue
razonablemente presentado por las distribuidoras más o menos así: “En
un futuro próximo, el joven programador Thomas Anderson, un hacker
cuyo seudónimo es Neo y que vive en un oscuro cubículo, es atormentado
por extrañas pesadillas en las que se encuentra conectado por cables y
contra su voluntad, a un inmenso sistema de computadoras del futuro. En
todas esas ocasiones se despierta gritando en el momento exacto en que
los electrodos están por penetrar en su cerebro. A medida que el sueño se
repite, Anderson comienza a tener dudas acerca de la realidad. Por medio
del encuentro con los misteriosos Morpheus y Trinity, Thomas descubre
que, al igual que otras personas, es víctima de la Matrix, un sistema
inteligente artificial que manipula la mente de las personas creando la
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ilusión de un mundo real, en tanto usa los cerebros y los cuerpos de los
individuos para producir energía. Morpheus está convencido de que
Thomas es el esperado mesías capaz de enfrentar la Matrix y conducir a
las personas de vuelta a la realidad y a la libertad.”
La tesis central del filme – me refiero no sólo al primero, sino a la trilogía
completa (1999-2003) – fue así vista por algunos: “Lo que
experimentamos como realidad es una realidad virtual artificial generada
por la ‘Matrix’, el megacomputador acoplado a nuestras mentes” (1). Y, de
cierto modo, fue esa la visión que se generalizó. Pero yo no tenía tal
aprehensión de la metáfora. Captaba su lado social, no su lado, por así
decirlo, tecnológico. Inclusive, porque creía (y continúo creyendo) que
toda ‘realidad’ es virtual, en un sentido ampliado del término.
Por otro lado, el film nos entrega también una visión conspiratoria. Como
si existiesen centros manipuladores responsables por la alienación masiva
de las personas. Tampoco pienso así. No existe un Gran Hermano
(humano o extra-humano) que todo lo controla. Creo que la Matrix, si
existe, solo existe porque es replicada por nosotros, continuamente (como
escribí en 2009, en el texto “Você é o inimigo”) (2). Trabajar con la
metáfora de la Matrix significa, para mi, rechazar la hipótesis de que existe
un culpable, un enemigo universal responsable por todo mal que nos
asola.
Entonces, transformé el nombre originalmente imaginado en una
pregunta y la puse como título de esta introducción. La temática social (o
antisocial, en un sentido maturaniano del término) permanece todavía.
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Las personas continúan reproduciendo comportamientos muy semejantes
– que deforman el campo social – como si estuviesen bajo la influencia de
un mismo sistema de creencias, valores, normas de comportamiento y
patrones de organización; o como si rodasen un programa básico que fue
instalado en sus mentes y creen que el mundo (o ‘la realidad’) es
justamente así.
Ahora, eso evoca la metáfora del filme The Matrix, en la cual las máquinas
poderosas, con inteligencia artificial, controlan la humanidad cautiva y las
personas van viviendo sus vidas, monótonas o frenéticas, en sus modernas
colmenas humanas, sin saber de eso, tomando la apariencia por la
realidad.
Existe un paralelo que da sentido a la aprehensión social de la metáfora.
En la Matrix realmente existente, las personas no ven que su
comportamiento replicante deforma el campo social. Ellas creen que el
mundo social solo puede ser interpretado por medio de un conjunto de
creencias básicas de referencia, que toman por verdades evidentes por sí
mismas, axiomas que no carecen de corroboración. Ejemplos de esas
creencias son las de que:
El ser humano es inherentemente (o por naturaleza) competitivo.
Las personas siempre hacen elecciones tratando de maximizar la
satisfacción de sus propios intereses materiales (egoístas).
Sin líderes destacados no es posible movilizar y organizar la acción
colectiva.
Nada puede funcionar sin un mínimo de jerarquía.
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Estas creencias básicas resultan en parámetros del programa que fue
instalado en las personas. Entonces, ellas no se dan cuenta de que, al
actuar con base en esos presupuestos (en general no declarados, pero
siempre presentes), reproducen la realidad social que fue deformada. En
otras palabras, ellas no perciben la deformación: porque todo el mundo
sabe que es imposible ser de otro modo.
Estas creencias comunes, que nada tienen de científicas (aunque sean
justificadas con base en la verosimilitud científica) están rodando –como
un malware – en la nube social que llamamos mente. Y están tan
profundamente instaladas en la planta bajo – o fondeadas como
preconceptos en el subsuelo de las conciencias (sea lo que eso fuera)– que
no pueden siquiera ser percibidas. En general, las personas no saben que
están actuando dentro del “horizonte de eventos” configurados por ellas.
Como la conocida anécdota de aquél tipo que “no sabía que era imposible,
fue allí y lo hizo”, las personas, en general, no hacen nada diferente – que
contraríe estas prescripciones básicas de funcionamiento del mundo social
– porque saben que es imposible.
Evidentemente, Estamos ocupándonos aquí de la cultura, quiero decir, de
la transmisión no-genética de comportamientos, de un programa que
rueda en la red social deformando el campo (3). Un software que modifica
o hardware. Un hardware que, una vez modificad, induce la replicación
del software; o sea, instala automáticamente el programa en las personas
que a él se conectan.
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La cultura de la que nos estamos ocupando es aquella que se viene
replicando hace algunos milenios, desde que la red social fue verticalizada
con la concreción de instituciones centralizadas. Algunos la llaman cultura
patriarcal o guerrera. En verdad, su surgimiento coincide con lo que
llamamos civilización (palabra que la argucia de William Irwin Thompson
tradujo correctamente por militarización) (4). Pero se trata apenas de la
cultura jerárquica.
En un sentido general, se aplica la palabra jerarquía para designar
cualquier arreglo de ítems (objetos, nombres, valores, categorías) en los
cuales estos ítems son representados como estando “encima”, “abajo”, o
“en el mismo nivel” de otro. En matemática, este concepto designa un
conjunto ordenado o un grafo dirigido sin ciclos direccionados (grafo a-
cíclico dirigido, abreviado por DAG – Directed Acyclic Graph). Pero este es
un sentido deslizado del original. El término surgió para designar órdenes
de seres intermediarios entre entidades celestes y terrestres (y fue usado,
por ejemplo, por Pseudo-Dionísio, el Areopagita, en el siglo V, para
designar los coros angélicos).
La palabra jerarquía viene de la palabra latina hierarquia que, a su vez,
viene de la palabra griega ἱεραρχία (hierarchía), de ἱεράρχης (hierarchēs),
aquél que era encargado de presidir los ritos sagrados: ἱερεύς = hiereus,
sacerdote, de la raiz ἱερός = hieros, sagrado + ἀρχή = arché, tomada en
varias acepciones conexas como las de poder, gobierno, orden, principio
(organizativo).
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La jerarquía es un poder sacerdotal vertical que se instala en una sociedad
instituyendo artificialmente la necesidad de la intermediación por medio
de separaciones (entre superiores e inferiores). En general, es
representada por la pirámide (pocos en la cima y muchos en la base) o por
la araña (que tiene una cabeza y varios brazos o piernas, en oposición a
una estrella de mar, que no tiene centro de comando y control). La
Jerarquía celeste (con sus serafines, querubines, tronos, dominaciones,
potestades, virtudes, principados, arcángeles y ángeles) y la jerarquía
militar (con los generales, coroneles, mayores, capitanes, tenientes,
sargentos, cabos y soldados) son los ejemplos más comunes,
paradigmáticos, de jerarquía. Cualquier patrón de organización que
introduce anisotropías en el campo social direccionando flujos es
jerárquico (sea una organización estatal, empresarial o social, religiosa o
laica, militar o civil). El organigrama básico de un órgano de gobierno, de
una empresa o de una entidad de la sociedad civil ilustra el patrón de
organización jerárquico (las denominaciones particulares de las
posiciones, funciones, cargos o patentes, poco importan):
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La jerarquía es un patrón de organización que se reproduce como un todo.
Es una deformación en el campo social que afecta todos los eventos que
ocurren en ese campo porque condiciona el flujo interactivo a pasar por
determinados caminos (y no por otros).
Desde el punto de vista de la topología de la red social, jerarquía es
sinónimo de centralización. Hay poder – en el sentido de poder de mandar
a otros – en la exacta medida en que hay centralización (o sea,
jerarquización).
Para entender mejor ese punto de vista es necesario examinar los
diagramas de Paul Baran (1964), publicados en el famoso papper “On
distributed communications” (5), para percibir las deferencias entre
patrones: centralizado, descentralizado y distribuido.
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En el diagrama (B) de la figura de arriba tenemos el patrón
descentralizado que no representa una topología sin centro, sino, por el
contrario, una configuración multicentralizada. Este patrón no es otra cosa
que una jerarquía (con correspondencia con un organigrama de cualquier
entidad jerárquica, como lo representado en la figura anterior).
La jerarquía es una intervención centralizante en la red social (o una
deformación verticalizante del campo social) que permite excluir nodos
(desconectar o eliminar personas), apartar clusters (separar o eliminar
atajos) y suprimir caminos (obstruir flujos, filtrar o eliminar conexiones).
Sin hacer alguna de esas tres cosas es imposible erigir una jerarquía (o
ejercer poder sobre los otros: lo que es lo mismo). En redes totalmente
distribuidas no hay como hacer nada de eso. En tanto, las redes sociales
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realmente existentes no son, en general, totalmente distribuidas, sino que
presentan grados diferentes de distribución (o, inversamente, de
centralización) (6).
Pero sin eso – sin centralización, sin la posibilidad de ejercer poder sobre
los otros – se dice (dice la cultura jerárquica), nada podría funcionar: las
personas no podrían ser educadas, no aprenderían a respetar las reglas
que garantizan la coexistencia social y acabarían entregándose a una
guerra de todos contra todos (porque “la bestia humana no sería
domada”), las sociedades no evolucionarían, no tendríamos la filosofía, la
ciencia, el arte, las técnicas, en fin... el progreso. Estaríamos aun en la
edad de piedra. En la Matrix, las personas creen en eso o se comportan
como si lo creyesen, lo que es la misma cosa.
Según ese punto de vista, por lo tanto, la jerarquía es la Matrix realmente
existente.
Al vivir en sistemas jerárquicos usted se transforma, en alguna medida, en
un autómata y un replicante de la Matrix (una especie de unidad borg) (7).
Si, en ese sentido, existen algunas cosas que evocan fuertemente la
Matrix. Entonces, es mejor llamar a las cosas por su nombre.
Lo que viene a continuación son exploraciones imaginativas en la Matrix
realmente existente, lo que significa, libres investigaciones sobre la
jerarquía.
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EN LA MATRIX REALMENTE EXISTENTE un programa patrón –o programa
jerárquico – es cargado en usted. Eso sucede cada vez que usted se
conecta a una organización jerárquica o sufre la influencia de un campo
social deformado por una jerarquía.
Así, el programa jerárquico es instalado inicialmente en las personas
durante su infancia y juventud. En general, hoy día, ese proceso debe ser
completado hasta la mayoría de edad (el tiempo de implantación es, por
lo tanto, de siete a ocho mil días). Es un programa de obediencia. Su
objetivo es restringir los grados de libertad y desestimular la cooperación.
Su consecuencia más nefasta es matar la creatividad (o, en un juicio más
riguroso, dificultar que se forme aquello que ya fue llamado el alma
humana).
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En la familia
La infección comienza en la primera infancia. La institución encargada de
esa primera tarea es la familia (la familia monogámica nuclear, en los días
que corren). Su tarea es: inicializar el programa de control (no se pude
olvidar que aquí ya ser revela lo que la Matrix es). La Matrix se trata de
control.
Sí, comienza bien temprano. Gerda Verden-Zöller (1978-1982) fue a la raíz
del proceso por el cual la criatura es deshumanizada por los padres. Ella
desenmascara el comportamiento controlador en la relación materno-
infantil “cuando la madre, en las interacciones con sus hijos, está atenta a
su futuro y las usa para educarlos, preparándolos, precisamente, para
alcanzar dicho futuro. Cuando esa dinámica intencional se establece en la
relación materno-infantil, la madre deja de ver a sus hijos como individuos
específicos y restringe sus encuentros con ellos a esa condición [de
educadora]. En la medida en que tal restricción ocurre, un abrazo deja de
ser un abrazo como acción de plena aceptación del ser específico de los
huijos que se abraza. Se transforma en un presión por cierto
direccionamiento. Del mismo modo, la mano que ayuda deja de ser una
apoyo a la identidad individual de la criatura y se transforma en una guía
externa que niega esa identidad” (8).
Viendo al niño o la niña o al bebe como un futuro adulto, los padres no los
aceptan como son en el presente, sino como lo que deben ser en el
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futuro. Transforman así a los hijos en objetos de un proceso educativo. No
juegan realmente con sus hijos e hijas porque no encaran lo que hacen
con ellos como algo que tenga valor en sí (sin ningún otro propósito que la
propia interacción en el presente), sino que siempre, en alguna medida,
como una preparación para el futuro. Como consecuencia, los niños y las
niñas no son considerados como interactuantes válidos por lo que son y sí,
solamente, en la medida en que se hacen cargo de las expectativas de los
padres, al cumplir el papel que los padres de ellas esperan. Permanecen
dependientes de la aprobación (inicialmente de los padres y, después, de
cualquiera que cumpla la misma función de control sobre ellos). Y pasan a
poner a la aprobación “de arriba” en el lugar del reconocimiento
horizontal de su identidad en una comunidad. Es así que tienen inmensas
dificultades de desarrollar su conciencia social (o, en un juicio más
riguroso, de formar aquella cualidad del alma que llamamos humanidad).
La mayor parte de las veces, la madre y el padre no juegan gratuita y
desinteresadamente con el hijo. Quieren educarlo, quieren moldearlo
para que el sea “alguien en la vida”, quieren que se vuelva una copia de lo
que ellos mismos fueron (o son) o una superación proyectada de lo que no
son: en una especie de venganza compensatoria, quieren que sus hijos
consigan ser (o tener) lo que ellos no fueron (o tuvieron). Cuando esto
acontece, los niños y las niñas dejan de ser lo son, dejan de ser niños o
niñas y pasan a ser proyectos de adultos, adultos incompletos que
precisan ser formateados para que se completen según los proyectos
paternos.
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He ahí la primera lección embutida en el programa: usted no puede ser lo
que es en su libre interacción con los otros, sino que tiene que
transformarse – tiene que ser remendado, como si tuviera un defecto de
fábrica – a partir de las directivas de otros (los que están encima suyo). Si
no hiciera eso, no sería aceptado como sujeto válido. Pero hay una
segunda lección.
La familia privatiza el capital social. La niña o el niño aprenden la
desconfianza cuando oye a la mamá recomendar: ¡No yaya a dejar que
sus amiguitos le rompan sus juguetes; ellos son suyos, no de ellos!” Desde
la tierna edad los hijos son enseñados a separar lo que es “nuestro” de lo
que “es de los otros”. Son enseñados a aceptar (o tolerar) al otro en su
espacio de vida, pero con restricciones. Son enseñados a que, de cierto
modo, ellos (los otros) son menos legítimos. Y así, desde pequeños, los
hijos son incentivados a destacarse de los demás (de los hijos de otras
familias): son recompensados cuando traen notas más altas, cuando les va
bien (de preferencia mejor que sus colegas) en las pruebas, cuando
vencen en los concursos, competencias y torneos; y son amonestados (o
por lo menos no elogiados) cuando no están en primer lugar o no
sobresalen de algún modo. Las razones para esa pedagogía conductista de
recompensas y castigos nunca son expuestas abiertamente. Porque sus
conductores tampoco saben lo que están haciendo. O porque no es
necesario.
Sus hijos son más iguales que los otros hijos. Eso tampoco precisa ser
dicho: las niñas y los niños aprenden todo sólo con ver el comportamiento
recurrente de los padres. Aquel tratamiento que deberíamos dispensar a
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los amigos lo reservamos a “los de nuestra sangre”. Para ellos sí, hacemos
cosas gratuitamente. Para los amigos, sin embargo, tratamos todo en base
a la reciprocidad (tal como los economistas toman y deforman el
concepto): yo lo ayudo hoy, pero usted queda en deuda conmigo y debe
ayudarme más adelante. Esto, es claro, es implícito, es tácito, raramente
declarado, sin embargo forma parte del código de tratamiento con los
extraños: sí, los otros, los que no son de mi familia, los que no tienen
partes significativas de mi DNA o que no convivieron siendo parte de la
red cerrada que se conformó en torno de mi “cuna”, esos no son “míos”,
son “suyos” (o de alguien) y es usted (o alguien que no soy yo) quien debe
cuidar de ellos.
Es así que cada uno de esos núcleos que llamamos familia conforma una
unidad de protección contra la interacción, un destacamento prevenido
contra el mundo exterior (contra el otro, sobretodo el otro imprevisible).
Entonces, esta es la segunda lección incrustada en el programa: la
separación, la no aceptación plena de los “de afuera”, la desvalorización
del otro (que nunca más será encarado como otro yo mismo) y la
sobrevalorización de un inner circle, compuesto por los “de adentro”, (y de
esto, el adulto así producido, nunca más va a conseguir librarse: va a pasar
la vida entera intentando crear o adherir a grupos propietarios cerrados
en los cuales, los “de adentro” valen más que los “de afuera” y en el que el
otro solo es aceptado en la medida en que deje de ser el mismo para
transformarse en un “nos” organizacional).
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Mas el programa, en su versión básica full, solo es instalado también en la
escuela (actuando como iglesia) y, en algunos casos, en la iglesia
(actuando como escuela), como veremos en los próximos tópicos.
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En la escuela
Muy bien. Ahí la niña o el niño entra en la escuela y, como se dice, escapa
do espeto para cair na brasa (i)
. No es de casualidad que los niños y las
niñas, en general, no gustan de ir a la escuela (con la excepción, en
general, del preescolar, donde pueden jugar, lo que quiere decir, ser lo
que son: niños y niñas). Y no es porque sí que, más tarde, cuando ya son
jóvenes, conmemoran efusivamente la salida de la escuela, como si
hubieran reconquistado la libertad después de cumplir una condena (se la
escuela fuese buena pare ellos, lamentarían tener que dejarla, ¿no es
cierto?.
Entonces las niñas y los niños entran (o sea, que son compulsivamente
aprisionados por determinación de la familia y del estado) en una
institución estructurada para protegerla de la experiencia del libre-
aprendizaje que hasta ese momento estaba teniendo. Pero ahora no.
Ahora ellos van a aprender no lo que ellos quieren realmente aprender y sí
lo que alguien quiere que ellos aprendan. El nombre de eso es enseñanza.
Rápidamente, los niños y las niñas aprenden que no vale la pena
rebelarse. Luego, se dan cuenta de que resistir es inútil: he ahí la primera
lección. Como escribió Bob Black (1985), ahora ellos están en uno de esos
i
Literalmente: “escapa del hierro de grillar para caer en las brasas de la parrilla (N. De
la T.)
28
“campos de concentración para adquirir el hábito de obediencia y de la
puntualidad que tanto necesita un trabajador” (9).
Sí, ellos están siendo formateados para trabajar para alguien o, en casos
excepcionales, para servir y reproducir un sistema que obligará a alguien a
trabajar para otros. Para lograrlo, van a recibir un implante, un conjunto
de parámetros que asegurarán que el programa en ellos será instalado por
la escuela y podrá rodar sin problema. Este software especial, que será
cargado por las niñas y los niños, es la versión básica del “programa-
esclavo” (o, en casos excepcionales, del “programa-esclavizador”: en
verdad, las rutinas básicas de ambos programas son las mismas).
Al contrario de lo que se propaga, al entrar en la escuela, los niños y las
niñas no entraron en un ambiente capaz de enseñar o acelerar su
aprendizaje, ni tampoco en una institución de transferencia de
conocimientos. Los conocimientos existe, por cierto, pero son sólo la
disculpa legitimatoria, el producto aparente que justifica la existencia de la
fábrica o el lubricante para que la máquina no funcione en seco. Cualquier
cosa sirve, inclusive, para mantener en el siglo 21 currículos que tenían
sentido en la Edad Media. Porque lo fundamental es el programa que será
instalado. Es para eso que ellos están allá. En la escuela.
Pero para eso, la escuela precisa ser una institución heterodidáctica.
Precisa desestimular fuertemente el autodidactismo (aprender por sí
mismo buscando e inventando) y prohibir – o restringir la interacción al
punto de inviabilizar en la práctica – el alterdidactismo (aprender con el
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otro, co-creando y compartiendo). Si la escuela no fuese basada en el
heterodidactismo no tendría razón de existir.
El heterodidactismo se realiza por medio de la separación fundamental de
cuerpos que funda la escuela: la separación entre un cuerpo docente y un
cuerpo discente. Esta separación da origen a una subordinación: los
discentes son sub-ordenados en relación a los docentes. He ahí la primera
subordinación que los niños y las niñas experimentan fuera de su nido
familiar. Algunos otros – que no pertenecen a su familia (su primera
comunidad) – van a poder ahora decir lo que ellos deben hacer, van a
poder mandarla. Y serán sus propios padres los que avalan tal
subordinación. Aquellos mismos padres que la previnieron de los
extraños, ahora –paradoja para los niños y las niñas– van a decirle que hay
un tipo de extraño al que ella debe acatar: su maestro o maestra. A fin de
suavizar ese proceso, extremadamente violento en términos psicológicos
para los niños y las niñas, la maestra [en Brasil] es llamada “tía” (para
mantener el enlace con las relaciones familiares que ellos ya conocen: es
sólo una forma de engañarla dulcemente), lo que es facilitado en virtud de
la inmensa mayoría del cuerpo docente en la enseñanza básica,
compuesto por mujeres (sí, eso también forma parte del sistema).
Entonces, los chicos y las chicas son enseñados a obedecer. Hay un
desplazamiento. Obedecer a los padres es una preparación para obedecer
a los profesores. Obedecer a los burócratas de la enseñanza (los
profesores) será una preparación para obedecer a los burócratas
religiosos (los padres, pastores, rabinos, imanes y otros sacerdotes).
Algunas veces ese proceso es concomitante, cuando la primera
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experiencia heterodidacta acontece en la escuela y, simultáneamente, en
alguna iglesia (por medio de la catequesis), o cuando la escuela es
religiosa, o cuando todo eso es abierta y escandalosamente la misma cosa
(como una madrassa). Obedecer a los padres y los profesores es una
preparación para obedecer a los jefes en general (en las futuras
organizaciones sociales, estatales o empresariales de las que ellos
formarán parte cuando sean jóvenes o adultos).
El hecho es que las niñas y los niños continúan buscando la legitimación
para lo que hace en alguien que está encima de ellos y fuera de su
interacción con sus pares. La escuela se organiza como una cápsula,
separada de la comunidad, protegida de la interacción con la vecindad por
cercas, muros, grados, puertas, cerraduras (y dentro de la escuela, muchas
veces, las puertas están siempre cerradas, solamente el empleado que
carga las llaves puede abrirlas, siempre que eso sea autorizado por la
dirección del establecimiento). No hay una interacción significativa entre
este ambiente cerrado, comandado y controlado por un director, y las
personas de la comunidad donde se sitúa la escuela. Con rarísimas
excepciones (que confirman la regla), los padres y otros parientes, los
vecinos y los amigos de las niñas y los niños, no pueden interferir en el
proceso pedagógico al que ella está siendo sometida.
En la escuela, las niñas y los niños serán aceptados en la medida en que
respondan correctamente a las expectativas venidas desde arriba, de una
burocracia, de una orden instituida top down. La escuela (o, algunas veces
la iglesia) es la primera experiencia de los niños y niñas de ser poseída por
una entidad no-humana (monstruosidad que, a despecho de todos los
31
problemas ya mencionados anteriormente, no acontece en la familia=. Al
entrar en uno de estos campos sociales deformados, ellos, son violados,
por primera vez, por una jerarquía.
La principal violación es la prohibición de jugar. Al entrar en la escuela, los
chicos no pueden ya jugar a no ser en períodos determinados, bajo rígidas
condiciones de continua vigilancia. Es la llamada hora del recreo y, si hay
un recreo como forma de distracción, eso significa que todo el resto del
tiempo en ellos están aprisionados en la escuela es trabajo, obligación,
pena, yugo. La hora del recreo evoca aquellos baños de sol a los que los
presidiarios tienen derecho periódicamente.
En su origen, la palabra recrear se refería al acto de crear, de producir algo
nuevo. Es recreando que los niños y las niñas aprenden. Pero la escuela no
es sobre aprendizaje y si sobre enseñanza. La enseñanza es el proceso
forzado, fatigoso. Entonces, el recreo fue resignificado para expresar una
especie de refresco terapéutico necesario para prevenir o remediar las
afecciones causadas por la enseñanza.
Los educadores (quiero decir, los enseñadores) argumentan que en el
preescolar (que era llamada jardín de infantes) los nenes y las nenas
pueden jugar. El problema es que, cuando entra en la escuela, ellos
todavía son niños y niñas, todavía están en la infancia. Toda la enseñanza
básica debería continuar siendo un jardín de infantes y debería ser
considerado como un período de aprendizaje infantil. Pero, en ese caso,
no se trataría de enseñar. Y entonces ¡no existiría la escuela!
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Otra violación importante es la prohibición impuesta a las niñas y los niños
de aprender lo que ella quiere aprender. En la escuela, ellos no tienen que
querer. Tienen que acomodarse a un currículo o a un conjunto de temas
(verticales o transversales, poco importa) previamente escogidos por la
burocracia de enseñanza e impuesto o reconocido y avalado por el Estado.
El resultado es que los chicos no aprenden libremente: es enseñanza
compulsiva. Y los problemas de aprendizaje que esta violación de la
libertad fundamental de aprender acarreará son, en verdad, problemas de
enseñanza (inclusive e incorrectamente llamados “trastornos de
aprendizaje” son, en su mayor parte, trastornos introducidos por la
enseñanza). Si dejáramos de querer enseñar y dejásemos a los niños y las
niñas aprender (lo que ella quiere aprender y no lo que queremos que ella
aprenda), la mayoría de esos trastornos, simplemente, desaparecerían y
no sería necesario impregnarlos con drogas pesadas (como el
metilfenidato, muy usado actualmente – y criminalmente) o doparlos (con
otras sustancias que actúan estructuralmente como anfetaminas).
La prohibición de aprender libremente – pues aprender sin ser enseñado
es subversivo: es un peligro para la reproducción de las formas
institucionalizadas de gestión de las jerarquías de todo tipo – viene
acompañada de la prohibición de inventar. En el fondo, es la misma cosa,
porque el aprendizaje es siempre una invención (en tanto la enseñanza es
una reproducción). Entonces, los niños y las niñas son desalentados de
inventar, crear, co-crear; en suma, de hacer la única cosa capaz de dejarlos
sin un medio social perturbado.
33
Ellos serán aceptados, incluidos, validados y recompensados en la medida
en que sepan reproducir un contenido pretérito o un comportamiento
cognitivo esperado, no en la medida en que se aventure a generar,
individual o colectivamente, un nuevo contenido o un comportamiento
cognitivo inédito. Si ellos fueran encontrados dibujando durante una clase
de gramática, componiendo una música durante una prueba de ciencias o
elaborando un juego en su laptop durante una actividad de educación
física, serán amonestados. Si varios chicos se agrupan para hacer
cualquiera de estas cosas, será peor: el grupo será castigado, sus padres
recibirán notificaciones. Comportamientos desviantes del
heterodidactismo, sobre todo, cuando son colectivos, no pueden
permanecer impunes. Los enseñadores toman eso como una ofensa
personal.
Los educadores encargados de vigilar y castigar a los niños y las niñas no
se dan cuenta de que, procediendo así, están arrancando las raíces de la
creatividad de aquellos genios potenciales – y reales, si reales – de la
humanidad. Y ellos no se dan cuenta porque son autómatas, replicantes
de la Matrix. Ellos están cumpliendo su papel antisocial: están sólo
asesinando a Mozart al administrar esa extraña máquina de deformar
seres humanos. Como escribió Saint-Exupery (1939), “no hay jardineros
para los hombres. Mozart niño irá a la extraña máquina de deformar
hombres... Mozart está condenado... Es alguna cosa como la especie
humana, y no un individuo, que está herida, que está lesionada. Lo que me
atormenta es el punto de vista del jardinero... es ver a Mozart asesinado
un poco en cada uno de esos hombres (10).
34
La instalación del programa se completa con la enseñanza de la
competencia. En la escuela, los chicos son desalentados a cooperar e
incentivados a competir con sus pares. Esa es la violación jerárquica en
estado puro, la principal consecuencia maléfica de la deformación
centralizadora del campo social o del direccionamiento vertical de los
flujos. La jerarquía constriñe la corriente para que fluya hacia la cima. Que
le vaya bien es subir, subir los peldaños de una escalera, pasar de año
recibiendo el grado correspondiente. Para eso, las niñas y los niños tienen
que ser arrancados del enmarañado que conforma con sus pares, tienen
que ser individualizados (o despersonalizados al ser desconectados de su
red de amigos) para poder recibir – siempre desde la cima – las
recompensas debidas a su esfuerzo solitario. Las evaluaciones son
individuales, no en un grupo que co-opera (por más que puedan existir
grupos que cooperen). El alumno recibirá tanto más aprobación cuanto
más se destaque de los semejantes en vez de aproximarse a ellos. La
solidaridad, la ayuda mutua, la cooperación, no son valores y no
componen los criterios de evaluación adoptados por la escuela. Cada cual
cuide de sí. Los otros, que se dañen. Es así que los chicos son enseñados
(quiere decir, deformados) para la competencia.
En la competencia, en rigor, vale todo (todo aquello que los sistemas de
comando y control no consiguen prohibir, cohibir o reprimir). Como para
la cultura competitiva la cosa más importante es llevar ventaja, en la
escuela, los chicos aprenden a hacer trampa.
La trampa principal es la copia. Siendo que la copia que, en verdad, no
debería ser trampa sino el impulso natural de compartir. Solamente vira
35
trampa porque existe la prueba (individual). Si los desafíos del aprendizaje
fuesen colectivos, el “copiar” sería un comportamiento no sólo lícito, sino
deseable. La imitación o el “imitamiento” (cloning) es una fenomenología
de la interacción profundamente asociada al aprendizaje. Sólo
aprendemos cuando clonamos, lo que significa, en rigor, copiamos. Así es
con todas las especies vivas. Es por medio del cloning que las termitas
consiguen construir sus sofisticados nidos, cómo las aves del cielo
consiguen volar congregadas en formaciones tan sorprendentes (flocking),
y los peces del mar desempeñan aquellas evoluciones fantásticas
(shoaling). Todas las entidades auto propulsadas (self-propelled) que
interactúan se imitan unas a las otras. Los humanos también.
Las niñas y los niños aprenden imitando lo que perciben en su ambiente,
inicialmente clonando el comportamiento de los padres y hermanos y,
después, de los miembros de su enmarañado social ampliado (otros
parientes, vecinos y amigos). En la escuela, los chicos van a clonar el
comportamiento de los maestros y profesores, pero como en esa etapa ya
están conectados a una red social más amplia, serán fuertemente
desalentados a clonar también el comportamiento de sus compañeros. La
red social del grupo o clase escolar está centralizada en el profesor e
impedida así ser una red social distribuida. ¡Esto es jerarquía!
La jerarquía no consigue, mientras tanto, evitar las disfunciones que su
perturbación provoca en el campo social. La sociabilidad básica de los
humanos es cooperativa. Sin cooperación no podemos ser humanos (pues
el lenguaje mismo o el lenguajear y conversar presuponen cooperación).
Pero cuando el ambiente favorece actitudes competitivas y desalienta
36
actitudes cooperativas, es inevitable que las patologías sociales e
individuales aparezcan como disfunciones.
La disfunción más comentada actualmente es el bullying. Es una dolencia
del ambiente y no de las personas. Los individuos abusivos (tiranitos o
bullies, que están en el origen de la palabra) sólo pueden comportarse
como tales cuando son despersonalizados por el sistema. Ellos son
síntomas de alguna dolencia colectiva que fue contraída por la red
centralizada. La supuesta necesidad de controlar o de dominar a los otros
no se manifestaría en los individuos si ellos viviesen en ambientes
diseñados para el control.
Parece obvio que para acabar con el bullying en las escuelas bastaría
acabar con las escuelas. Mientras esto ni siquiera está siendo planeado, el
asedio y el maltrato continuarán. Y el bullying ocurre prácticamente en
todos los ambientes centralizados o en todos los campos sociales
deformados por la jerarquía (en los espacios de trabajo, en las pandillas de
los barrios, en las organizaciones militares, etc.).
Al final de siete u ocho años de su transformación continua en objeto de
enseñanza, sirviendo como materia prima de la fábrica escolar, el servicio
está casi terminado. Las niñas y los niños capturados con seis o siente
años de edad fueron enseñados a conformarse con la restricción de su
libertad (pues resistir es inútil), fueron impedidos de jugar (pues lo que
vale es dedicarse a cosas serias, que tienen un objetivo y producen un
resultado), fueron desalentados a aprender lo que ellos quieren aprender,
a inventar, a crear y co-crear (pues nada de eso es importante y sí ser
37
enseñado y saber reproducir las enseñanzas recibidas) y fueron inducidos
a competir (pues cooperar es un atraso en la vida y no lleva a ningún
lugar). En rigor, los niños y las niñas ahora están muertos – tuvieron su
infancia cegada – y lo que apareció en su lugar fue un joven formateado
para obedecer (y para sentirse culpable e inculpar a los otros cuando
transgreden). Listo. El programa jerárquico está cargado con éxito en su
versión básica.
Más tarde la misma escuela – o su versión vertical corporativa, la
universidad – enseñará al joven los argumentos para justificar todo eso.
En verdad, él aprenderá a repetir un montón de alegaciones basadas en
las creencias (ideológicas, que nada tienen de científicas) de que el ser
humano es inherentemente (o por naturaleza) competitivo, de que la vida
es una lucha en la que cada uno hace elecciones para maximizar la
satisfacción de sus propios intereses, de que sólo los vencedores cuentan
y los vencedores son los que hacen (individualmente) las elecciones
correctas y de que nada puede funcionar sin... jerarquía!
Pero mucho antes de saber racionalizar, los chicos que fueron infectados
en la escuela, que tuvieron instalados en sí mismos el programa-esclavo,
reproducirán con su comportamiento cotidiano el programa que
recibieron. Cada niño o niña escolarizado se transformará en un
‘escolarizador’ (y más tarde, convertirá a todas las organizaciones que
funde o de las cuales llegue a formar parte, en especies de escuelas). Es
así que el sistema jerárquico – la Matrix realmente existente – se
reproduce.
38
En la iglesia
A menudo, la iglesia (y la religión) actúa sobre los niños y las niñas como la
escuela (transformándola en víctima de la enseñanza, en la llamada
catequesis). Sin embargo, la intervención religiosa va mucho más a fondo:
su objetivo es inculcar ideas implante, memes (programas) maliciosos
capaces de tornarla en replicante de configuraciones jerárquicas (en
general sacerdotales). Esta operación es realizada en un nivel de
profundidad que ninguna enseñanza laica conseguiría alcanzar.
En la iglesia, al niño y la niña le será enseñado que existe un único sistema
de creencias correcto y plenamente verdadero (aquél que está recibiendo,
es claro; y, por consiguiente, todos los otros serán incorrectos y falsos.
Aun cuando eso no sea dicho claramente, permanece implícito: de lo
contrario, ¿por qué estaría siendo catequizada en aquella religión y no en
otra? o ¿por qué no estaría recibiendo una iniciación ecuménica en todas
las tradiciones religiosas?
Es una experiencia casi de violación de lo humano esta de ser inoculado
con una idea perversa de negación de todas las demás creencias y de
invalidación de todas las otras conversaciones místicas diferentes de la
suyas. Por sí mismos, los niños y las niñas jamás llegarían a tal conclusión,
que es evidentemente estúpida. Eso tiene que ser impreso en ella,
marcado, se marca al ganado, con hierro y brasa (11)
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La separación entre fiel e infiel, la deslegitimación del infiel como un igual
y su negación, rechazo y exclusión, fue una de las cosas más perversas
introducidas por la jerarquía religiosa (en verdad, por la jerarquía, por lo
tanto, en un sentido más profundo, toda jerarquía es religiosa, es siempre
un poder sagrado, lo que significa, separado del vulgo, de lo profano) en
las sociedades. Eso no tiene nada que ver con la espiritualidad, con la
experiencia mística “en la cual una persona se vive a sí misma como
componente integral de un dominio más amplio de relaciones de
existencia... [y que] depende de la red de conversaciones en las que ella
está inmersa y en la cual vive la persona que tiene esa experiencia”, como
escribió Humberto Maturana (1993) (12) Esto se relaciona con el mismo
programa-esclavo en que la escuela existe para implantar.
Las ideas implante básicas varían de acuerdo a la tradición religiosa, pero
son más o menos las siguientes, hace milenios, por lo menos desde que
los patriarcas “indo-europeos” (lo que fuera que eso pudiera haber sido) –
al parecer, en las civilizaciones derivadas de las primeras formaciones
jerárquicas de la Mesopotamia antigua (o por ellas contaminadas) –
erigieron “una frontera de negación de todas las conversaciones místicas
diferentes a las suyas”:
En primer lugar, usted tiene que introyectar la idea de que es un ser
inferior y de que hay un ser superior, sobre-humano, al que usted tiene
que temer y al cual tiene que sujetarse (volviéndose un siervo de ese ser
superior: sí, la palabra utilizada es esta misma: “siervo”).
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En segundo lugar, usted tiene que creer que, aunque no haga nada malo,
ya está equivocado, simplemente por ser lo que es: un humano
(imperfecto, impuro y malo) y no un sobre-humano (perfecto y puro, el
único ser realmente bueno). En ciertas tradiciones, esa creencia es
reforzada por el mito perverso del pecado original.
En tercer lugar, usted tiene que soltar la idea de intentar tener una
experiencia directa (sin mediación) de contacto con ese supuesto poder
sobre-humano. Para que el ser sobre-humano pueda relacionarse con los
humanos se habrán establecido intermediaros (los sacerdotes). Y para que
usted pueda pasar a ser salvado de las consecuencias de los errores
(pecados) inherentes a su condición humana, fue construido un programa
capaz de protegerlo de la interacción con ese poder terrible y, al mismo
tiempo, capaz de incluirlo en la lista de los fieles, o sea, en el rebaño de los
que serán salvados por él, en caso de que le prestasen el debido culto.
Este programa es la religión.
En cuarto y último lugar, usted tiene que obedecer a las directivas de los
sacerdotes que constituyen la iglesia (docente), fuera de la cual no hay
salvación.
Parecido a la escuela – es justamente escuela – porque la relación
fundante de la escuela permanece: la separación entre un cuerpo docente
y un cuerpo discente. En efecto, donde hay religión hay siempre dos
iglesias: una docente (de los sacerdotes, de los pastores) y otra discente o
enseñada (de los legos, del rebaño).
41
Más grave aún. El objetivo de toda esta operación es sacerdotalizar el
mundo, lo que significa, forjar un mundo social que solo funciona por
medio de la intermediación y sacralizarlo desde arriba hacia abajo.
Atención: usted no está mas en un cosmos social isotrópico. Hay alguien
encima (o alguna cosa terrible, con un poder inconmensurable) que
verticalizó los flujos. Ese poder no-humano confirió atributos especiales a
los intermediarios humanos que, a su vez, ganaron autorización para
reproducirse como estamento, invistiendo a otros humanos de la misma
función privativa de su condición y para sacralizar y consagrar ambientes,
eventos y personas (13).
La humanidad no está compuesta por iguales en la medida en que algunos
están más próximos (o reciben más gracias) de esta entidad sobre-
humana de lo que están otros. También están los santos, rishis,
mahatmas, personas justas... que tienen un status diferente de las
personas comunes, pecadores, injustas. Las personas normales no son
simplemente personas, sino especies de santos fracasados: si no son
santas es señal de que no han sido lo suficientemente buenas. Existe un
fundamento para distribuir a los humanos, según los grados de una escala,
de acuerdo a su proximidad con la jerarquía sobrenatural que penetra el
mundo (social) de los humanos.
Aun cuando nada de esto sea dicho así, tan crudamente, está implícito,
viene junto con el paquete. El resultado más banal (más o menos cruel) es
que usted va a llegar a creer que existen personas más importantes que
otras, más importantes que usted. Gran parte de las personas cree esto y
se comportan en coherencia con tal creencia, llenándose de reverencia al
42
momento de hablar con un superior (no solo un jerarca eclesiástico, sino
cualquier superior, quiero decir, alguien que tenga más poder, más
riqueza, más diplomas o más fama que usted). Por esto, del mundo
religioso hacia el mundo laico hay sólo un salto. Las personas poderosas,
ricas, llenas de títulos y famosas van a ser abordadas, en el marco de este
orden social verticalizado, como superiores. Los jefes tienen alguna razón
trascendente para estar en la posición que ocupan y deben ser nombrados
por sus títulos diferenciales, obedecidos, tratados con cierto temor y, no
es extraño, con servilismo.
Un niño o una niña que recibe tal carga de ideas (poco benignas,
convengamos, desde el punto de vista de la libertad y la cooperación) –
aunque reciba todo de manera endulzada, por medio de tiernas historias
edificantes y de ejemplos florales y pastorales que exaltan la belleza, la
gracia, la exuberancia de la naturaleza creada e invadida por el amor
divino, como hacen los catequistas – no conseguirá recuperarse
fácilmente. Alguna cosa dentro de ella quedará lesionada para el resto de
su vida.
Pero esta es apenas la primera intervención de la iglesia. En muchos casos
el joven y el adulto continuarán bajo la influencia de la iglesia y recibiendo
actualizaciones del programa, aun en la condición de legos (o de
miembros del rebaño, de la iglesia discente). En otros casos, en menor
número, el adulto entrará en la orden religiosa que erigió la iglesia
docente integrándose a su burocracia sacerdotal y convirtiéndose en un
jerarca (condición de la cual difícilmente escapará ileso, después de haber
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sido ordenado, quiero decir, después de haber sido reconocida por la
jerarquía su capacidad de reproducir el orden vertical de la Matrix).
El proceso llegará al paroxismo cuando, al lado de la iglesia y de otras
organizaciones confesionales o devocionales (sectas, asociaciones
religiosas, sociedades, hermandades, fraternidades), entren en escena las
organizaciones esotéricas (como las masonerías realmente clandestinas y
las organizaciones secretas de cuño iniciático, en especial las órdenes
religioso-militares que hacen eco de las tradiciones templarias, por medio
de las cuales el programa será instalado, entonces, en su versión hard,
quiere decir, en su versión profesional, para desarrolladores).
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En las organizaciones sociales y políticas
Muertos el niño y la niña, se trata ahora de dar continuidad al proceso de
impregnación del joven que fue formateado. Eso continúa en la escuela (y,
algunas veces, en la iglesia). Pero ahora aparecen nuevas instituciones,
como las organizaciones sociales y políticas llamadas “de juventud”, o
clubes recreativos, en algunos casos las pandillas o las organizaciones
criminales (como el narcotráfico, que recluta inclusive niños), los llamados
“movimientos sociales (sobre todo los apadrinados por organizaciones
corporativas y políticas jerárquicas, en especial el movimiento estudiantil
secundario), las organizaciones civiles de la nueva burocracia
asociacionista de las ONGs (incluidas sociedades, fundaciones, etc.) y los
llamados clubes de servicios. Lo que existe en común en todas ellas es que
son organizaciones jerárquicas. Son especies de servidores donde los
programas están listos para ser bajados e instalados. Basta con que usted
entre (se conecte) a una de ellas para que el download inicie
automáticamente. Y los programas – las diversas versiones del mismo
programa jerárquico – son ejecutables.
Un poco más tarde es el turno del cuartel (cuando existe el servicio militar
obligatorio), en algunos casos (dependiendo de la época y el lugar) de las
organizaciones políticas clandestinas, dichas revolucionarias (en general
estructuradas de acuerdo a un patrón fuertemente centralizado, cuando
no militar), y de la llamada juventud de los partidos. Todo eso actuará
concomitantemente (con excepción del trabajo infantil) al trabajo (como
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trainee o como auxiliar no calificado de servicios generales en empresas y
otras organizaciones burocráticas de Estado o de la sociedad civil, en el
pasaje de la primera juventud (si se pudiera decir así) hacia la edad adulta
joven.
Las organizaciones “de juventud”, de un modo general, son campos de
iniciación y entrenamiento en métodos y procesos autocráticos y
jerárquicos. Curiosamente son dirigidas – ostensiva y ocultamente –, en
gran parte, por personas no-jóvenes. Políticas para la juventud son
discutidas en los comités centrales de organizaciones gerontocráticas,
donde dirigentes mayores se ponen de acuerdo en como reclutar más y
más jóvenes para someternos a sus jefaturas o encuadrarlos en sus
jerarquías.
Cuando son organizaciones políticas “de derecha”, las organizaciones de
jóvenes tienen como objetivo la inculcación de ideologías y de
entrenamiento en métodos de comando-y-control. Cuando son “de
izquierda”, tienen como objetivo la inculcación de ideologías y de
entrenamiento en métodos de comando-y-control. La única diferencia es
que, en el primer caso, existe el presupuesto de la manutención del orden
y de las instituciones seculares (como la familia, la tradición y la propiedad
y, algunas veces, la religión y la “raza”) y, en el segundo, existe el objetivo
declarado de cambiar el orden actual por otro orden top down
(igualmente jerárquico, pero con nuevos actores ejerciendo el comando-y-
control). Existe también una diferencia en las dichas “de izquierda”: ellas
entrenan a los jóvenes en técnicas de manipulación de masas y
conducción de asambleas, abriendo para eso un espacio participativo (y
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poco interactivo). En esos ambientes de arrebañamiento, siempre
polarizados por líderes más antiguos, el joven va a aprender a ser un
profesional de las reuniones, a votar todo, a comprar votos, a hacer
campañas, a defender propuestas, a atacar y destruir las propuestas
adversarias y algunas veces, a destruir también a las personas que tienen
tales propuestas, las que pasarán a ser consideradas como sus enemigos.
Pero todas estas organizaciones – sean “de izquierda” o “de derecha” –
son dominadas por el imperativo de formar nuevos líderes (que serán los
substitutos de los jerarcas actuales, también llamados líderes).
Cabe aquí una nota sobre el papel de los partidos, esas instituciones
jerárquicas en que las personas aprenden a privatizar la esfera pública.
Los partidos son un tipo especial de corporación para hacer valer los
intereses de un grupo sobre los intereses de otros grupos y personas en
base a (o tomando como pretexto) un programa, un conjunto de ideas a
partir de las cuales sea posible conquistar y retener el poder para volver
legítimo el ejercicio (ilegítimo desde el punto de vista social, quiero decir,
desde le punto de vista de las redes sociales distribuidas) de comandar y
controlar a los otros.
Los primeros partidos fueron religiosos – fueron las castas sacerdotales
que erigían el Estado – y, por lo tanto, los partidos son, en el origen,
organizaciones jerárquicas stricto sensu.
Los partidos son un modo de proteger a las personas de la experiencia de
la política pública. Por ello – en un régimen de monopolio (en las
dictaduras) o de oligopolio (en las democracias formales) – ellos privatizan
47
la política pública. Su existencia legal indica que las personas, como tales,
no precisan hacer política púbica en su cotidianeidad y en la base de la
sociedad (en sus comunidades): ¡Alguien hará tal política por ellas! De la
misma manera, en las democracias de los modernos se entiende que las
personas no deben hacer política pública a menos que entren en un
partido: una especie de agencia de empleos estatales, una organización
privada autorizada a disputar con otras organizaciones privadas
congéneres el acceso a instituciones estatales reconocidas legalmente
como públicas y, por lo tanto, encargada con exclusividad de hacer política
pública. Dejando de lado todo lo que no es necesario de toda la literatura
legitimatoria de las teorías liberales sobre el papel de los partidos en la
democracia, lo que queda es más o menos esto.
Ahora bien, por más esfuerzo que se haga para justificar ese acceso
diferencial al ejercicio de la política pública, parece obvio que el sistema
de partidos privatiza la política. Al conferirse a los partidos – con
exclusividad – el don de transformar politics en policy, las personas pasan
a ser, automáticamente clientela del sistema.
Al entrar en un partido – aunque sea en el sector reservado a la juventud –
la persona comienza a ser deformada. Comienza a encontrar que la
sociedad es un campo de disputa de hegemonía y que la política es una
especie de “arte de la guerra”. Se trata, en suma, de imponer la voluntad
de un grupo a la sociedad, por todos los medios lícitos (y, no poco común,
ilícitos).
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Jóvenes que tuvieron su iniciación política en la vida partidaria tendrán
inmensas dificultades de liberarse de la práctica de instrumentalización de
los otros en nombre de una causa (de algunos), frecuentemente
permanecerán con la idea de que los fines justifican los medios;
aprenderán a mentir y a usar la mentira como método, se comportarán
como miembros de una pandilla o conspiradores y, también, en contra sus
declarados “valores”; pasarán a justificar – o por lo menos omitirán
denunciar o reprobar – la corrupción y otros crímenes cuando son
practicados por los “propios”.
En la medida en que la democracia es más “metabolismo” de una
comunidad de proyecto que el proyecto de algunos interesados en
conducir una comunidad para algún lugar según sus puntos de vista
particulares o para satisfacer sus intereses – una definición desnuda y
cruel de partico –, el joven aprenderá en los partidos, esencialmente,
autocracia (y, lo que es más curioso, hará eso reproduciendo
incesantemente discursos que elogian la democracia).
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En el cuartel
En el cuartel, el programa jerárquico es actualizado con la instalación de
una versión bruta, en verdad torpe. Por primera vez la jerarquía es
abiertamente presentada como un principio necesario para vivir (o
sobrevivir) en un estado de guerra universal y eterna en el que,
supuestamente, se encuentra (o es) el mundo. De acuerdo a la estupidez
inherente a la ideología militar, la guerra es una realidad
permanentemente presente: ella existe desde la fundación de la sociedad
humana y existirá por siempre.
Si vis pacem, parabellum (si quieres la paz, prepárate para la guerra): es el
lema principal que está escrito en los muros de los cuarteles. Debería ser
obvio que si alguien se prepara para la guerra tendrá la guerra y no lo
contrario. Solo a costa de la alta dosis de impregnación ideológica una
persona normal puede asimilar esta contradicción. Aceptarla significa
admitir el presupuesto de que el ser humano es, por naturaleza, un homo
hostilis, o sea, inherentemente competitivo y que, en la ausencia de un
poder por encima de ellos que refrene sus impulsos primitivos, los seres
humanos se despedazarían en una bellum omnium contra omnes (en una
guerra de todos contra todos), como escribió el famoso ideólogo del
Estado Thomas Hobbes (1651) (14).
Así, la preparación para la guerra exige jerarquía. En la guerra no se puede
romper, diluir, retardar o mediar el flujo vertical comando-ejecución.
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Como en tiempos de paz las personas tienen que prepararse para la
guerra, entonces, aun en ausencia de cualquier conflicto –que
eventualmente justificase el control absoluto de los jefes sobre sus
subordinados, por cuestión de vida o muerte – hay que observar
rigurosamente la más estricta secuencia orden-jerarquía-disciplina-
obediencia. En otras palabras: toda cuestión de vida se transforma en una
cuestión de muerte. He aquí la raíz necrófila de la ideología militar.
En el cuartel el joven experimentará, por primera vez, lo que es el mando
de una persona sobre otra (y la sujeción de una persona a la otra) en toda
su crudeza, sin ningún justificativo o necesidad de explicación racional;
quien manda, puede mandar a un recluta a hacer casi cualquier cosa: lavar
el patio, cargar muebles para una mudanza de residencia de un oficial,
comprar cigarrillos en el bar de la esquina, “pagar” cuarenta flexiones...
Eso es deliberadamente estimulado para entrenar a los subordinados en la
obediencia. Para soportar tal aberración, algunos scripts adicionales del
programa-esclavo de la Matrix serán inculcados en el recluta por medio de
aforismos fuertemente cargados de preconceptos: “El superior no se
equivoca nunca, a no ser únicamente por culpa y exclusiva del
subordinado”; “Solo puede mandar quien aprendió a obedecer”; “La
indisciplina colectiva es un error de comando”; etc. Más allá de un
conjunto interminable de otros dichos groseros, del tipo “El cuartel es el
lugar donde el hijo llora y la madre no ve” o “El militar no puede: tiene
permiso; no descansa: relaja la posición; no saluda: hace la venia” – todo
esto, una simple excusa, con el objetivo de implantar el espíritu de
sujeción a la orden jerárquica y la sumisión a los jefes.
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La jerarquía en estado bruto se revela en la topología de la red social
fuertemente centralizada de la organización militar, en la cual está
prohibido multiplicar los caminos o abrir atajos que pasen a lo largo de (o
bypasen al) superior inmediato (por ejemplo, el teniente no puede ir
directo al coronel sin pasar por el capitán y por el mayor y transgredir el
camino único; saltar las estaciones del recorrido obligatorio es una falta
grave). Todo esto, como es obvio, transborda hacia otras organizaciones
civiles y religiosas jerárquicas.
Algunas órdenes religiosas o religioso-militares llevan al paroxismo la
distribución de los puestos jerárquicos justificándolos, por analogía, con
configuraciones sobrehumanas. En este caso, la perversidad es mayor,
pero ahí ya estamos en un ambiente de programación, para
desarrolladores.
Por último, pero no menos importante, en el cuartel el joven “aprenderá”
el patriotismo, un delirio de raíz belicista (aquél mismo que acompañó la
instalación de ese fruto de la guerra – en verdad, de la Paz de Westfalia –
llamado Estado-nación moderno). No es por casualidad que las fuerzas
armadas hacen un culto de la comunidad imaginaria llamada nación, en
verdad, un dominio del Estado. El Estado reifica la nación para justificarse
como aparato autocrático que, supuestamente, emana de ella, y las
fuerzas armadas son uno de sus brazos (el brazo armado) sin el cual no
habría sido posible la erección de esa organización constituida contra los
otros, contra los enemigos (y para serlo basta con ser otro, no es
necesario mantener alguna postura beligerante), contra los demás
Estados. El sistema internacional perverso del equilibrio competitivo (que
52
aun no consiguió ser violado por la democracia) es un pacto entre menos
de dos centenas de Estados-naciones para centralizar sociosferas donde
viven 7 billones de personas.
El fervor patriótico será el combustible para que los gobernantes se
mantengan el poder, para reproducir el sistema de instituciones
(estatales) que quieran imponer su legitimidad a la sociedad con el
objetivo de tornarla su dominium (al modo feudal mismo) y para continuar
produciendo enemistad en el mundo. La cultura del fervor patriótico
permite la generación de una matriz de identidad, una identidad basada
en la guerra, en el estado de guerra, o en la preparación para la guerra. El
argumento básico es el de la realpolitik (autocrática, no democrática): si
nosotros no estamos preparados para la guerra, si no nos armamos,
seremos invadidos y dominados por los que están preparados y ya se
armaron (contra nosotros). Es un argumento de pandilla.
Por eso es que el patriotismo es tan importante para las fuerzas armadas.
Sin él no hay como regimentar a las personas para componerlas.
Juramentos, saludos a la bandera, exaltación del nacionalismo, deber
sagrado, morir por la patria... todo eso es droga pesada y forma parte de
la carga ideológica que recibe el recluta, preparándolo, en la mayor parte
de los casos, no para una guerra efectiva (caliente o fría) contra un
eventual enemigo externo real, sino para la manutención de un estado de
guerra (tomada, paradojalmente, como una condición para la paz) que
justifica la verticalización del campo social.
53
Para resumir, en el cuartel, el joven mal salido de la escuela secundaria o
solamente habiendo cursado la escuela primaria, es víctima de una
intervención ruda. Según parece, la mayor parte de los alistados
obligatoriamente consigue recuperarse del trauma al completar su
período de servicio. Los que deciden seguir la carrera militar, sin embargo,
difícilmente se librarán de la impregnación. En todo lugar al que van,
reproducirán la matriz que fuera impresa en ellos y que está compuesta
por conceptos míticos, jerárquicos y autocráticos del mundo épico de la
guerra universal y eterna: orden, jerarquía, comando, control, disciplina,
obediencia, honra, deber, bravura, heroísmo... Educarán a sus hijos con
esos “valores”. Tratarán a sus colaboradores, en emprendimientos civiles
en los que se impliquen después de ser dados de baja o de licenciarse,
como subordinados. Exigirán obediencia, respeto a la autoridad y
cohibirán las libertades que crean excesivas.
El cuartel es el ambiente donde la Matrix realmente existente se desnuda,
y a tal punto, que se revela, casi ingenuamente, como una caricatura. Es
tan tosca esa apariencia que llega a ser risible, como lo puede constatar
cualquier persona inteligente que observe durante un tiempo la vida en
los cuarteles.
54
En la universidad
Cuando va llegando a la llamada mayoría de edad, algunos jóvenes – en
número creciente y en buena parte de los países – entran a la universidad,
una corporación medieval meritocrática que sobrevivió a la modernidad y
llegó a los días de hoy por la fuerza del monopolio del otorgamiento de
diplomas (ya que el supuesto monopolio del conocimiento, que tetenta
hace ocho siglos, fue perdido en algún momento del pasado reciente con
la emergencia de una sociedad-en-red).
En la universidad, el joven va a aprender, básicamente, meritocracia. La
ideología autocrática que recibirá es la de que los que saben más tienen el
derecho de dirigir a los que saben menos. Aun cuando esto no esté dicho
– este principio autocrático platónico que inspiró academias por el mundo
circundante durante más de dos milenios – suena como la cosa natural a
ser realizada.
En la universidad, al joven le será enseñado que es legítimo erigir
tribunales epistemológicos, basados en un supuesto saber sobre el saber,
que juzgará lo que es científico (y debe ser aceptado) y lo que no lo es
(que debe entonces ser rechazado). En algunos casos, sobre todo en los
cursos de sociología y política, él también será reclutado para erigir o
formar parte de aduanas ideológicas, que dejarán pasar algunas visiones y
prohibirán la entrada de otras (consideradas como contrabando a la luz
de la ideología dominante en el medio académico).
55
En la universidad, el joven se integrará a la corporación (tal vez sea la
primera experiencia de corporación que tendrá en la vida, con excepción,
en algunos casos, de la militar, si hubiera sido reclutado, pero esta última
es más una casta). Comenzará a ver el mundo a partir de la óptica de la
corporación de los que saben y acreditará que tal visión es superior de
algún modo a las visiones de las personas comunes.
Es también en la universidad, que el joven – que decida continuar en la
vida académica – inicialmente entrará en contacto con la idea de carrera,
idea que, en el fondo, no pasa de ser un flujo condicionado para acceder a
posiciones de poder, prestigio y mejor remuneración relativa respecto de
los otros, contra los otros o destacándose de los demás en vez de
interactuar y aproximarse a ellos. En la dinámica de las carreras, la
competencia es fuertemente estimulada.
Por último, en la universidad el joven recibirá las justificaciones para
defender y reproducir todo eso. Es allí que él entrará en contacto con las
explicaciones doctas sobre la realidad social y sus leyes, por medio de
formulaciones que, en gran parte, no son científicas, pero componen el
sistema de creencias de la metafísica influyente aceptada por sus
profesores, quienes componen la burocracia sacerdotal del conocimiento.
En suma, en la universidad el joven aun está en la escuela y todo lo que se
habló de la escuela vale, mutatis mutandis (y cambiando muy poco), para
la universidad. La burocracia sacerdotal del conocimiento (la jerarquía
compuesta por libre-docentes, pos-doctores, doctores y maestros) es, en
verdad, una burocracia de enseñanza.
56
Ahora, sin embargo, él está en una jerarquía meritocrática que le dará
seguridad para emitir juicios sobre la organización del mundo, inclusive
para reforzar la necesidad universal de la meritocracia e, inevitablemente,
de la jerarquía.
En algunos países, como los Estados Unidos, existe aun la tradición de las
fraternidades universitarias (nominadas por combinaciones de letras
griegas, como Phi, Alpha, Delta, Kappa, Beta, Omega, etc.) que tienen por
objetivo “separar líderes de perdedores” (15). Estas fraternidades –cuyo
patrón de organización, los ritos secretos y la ideología fueron
descaradamente copiados de la masonería y de otras organizaciones
esotéricas –, cumplen un papel más importante del que en general se
evalúa en la formación del joven como instalador de jerarquías, o sea,
como agente de la Matrix.
Cuando vaya a una empresa o a otra organización cualquiera, estatal o
social, este joven universitario llevará hacia allá la convicción de que los
cargos (en especial el de jefatura) tienen que estar asociados a los títulos
conferidos por la corporación académica. De algún modo continuará
reproduciendo a la escuela en todos esos lugares.
57
En el trabajo
Bien, entonces los jóvenes legan al lugar donde las personas pasan a
conmemorar los viernes y a maldecir los lunes: ¡el trabajo! Solo por eso ya
deberían desconfiar y pensar que algo está errado; pero no notan esta
señal elocuente (que cerca del 70% de su vida no es vivida de acuerdo a
sus deseos). Encuentran natural pagar un tributo durante seis o cinco días
en la semana para poder vivir como quieren en los uno o dos días
restantes.
Cuando un joven consigue su primer empleo y va hacia un lugar de
trabajo, sea una empresa o en otra organización jerárquica del Estado o
de la sociedad civil, el programa-esclavo que fue instalado en él al final es
activado. De algún modo, fue para eso que él recibió una preparación tan
larga. En el trabajo, el empleador reconoce si el programa-esclavo está
rodando bien en el empleado (cuando ningún empleador tiene dificultad
para hacer tal reconocimiento, eso es llamado, algunas veces, como
“empleabilidad”).
El programa-esclavo es la señal para que el joven sea admitido en los
campos de reproducción de la Matrix. Todas las organizaciones jerárquicas
son campos de reproducción, pero estamos focalizando ahora en aquellas
que substituyen la libertad de la invención por la prisión del trabajo
(rutinario).
58
Si, los lugares de trabajo son ambientes de reproducción, no de creación.
Exigen disciplina y obediencia para que un proceso producto o servicio
pueda ser replicado con el menor número de errores, en el menor tiempo
y con el menor costo posible (y eso es lo que llamamos calidad y
productividad.
Por lo tanto, las empresas y otras organizaciones de trabajo, en general,
apresan los cuerpos de los trabajadores para posibilitar que los jefes (los
administradores de personas) consigan controlarlos y dirigirlos de cerca. El
presupuesto aquí es el de que el trabajador no cumplirá su papel
voluntariamente y sí, solamente, si está sometido a un sistema de factoría
o casi (en la actualidad, los capataces cambiaron el látigo por el reloj, las
tarjetas para fichar, o la tarjeta magnética), en el cual alguien vigila sus
movimientos para evitar que pierda el tiempo, que se desconcentre de sus
tareas y no consiga “alcanzar las metas” (disminuyendo la calidad y la
productividad).
Más del 90% de los empleadores son apresadores de cuerpos. Los jefes de
reparticiones gubernamentales, los administradores de empresas y los
dueños de ONGs acostumbran ser apresadores de cuerpos. Si las personas
no tuviesen que dormir y las leyes lo permitieran, les gustaría que ellas
permanecieran a su entera disposición todo el tiempo: 24 (horas) x 7
(días).
Aun cuando dicen lo contrario, ellos no quieren que las personas
emprendan, que sean creativas, elaboren productos o procesos
innovadores y que realicen cosas maravillosas. Lo que sí quieren es que
59
ellas trabajen. Quieren trabajo = repetición y ejecución de órdenes. Si
quisiesen creación, innovación, no impondrían a las personas agendas
extrañas (que ellas no tuvieran oportunidad de co-elaborar), no les
recortarían el horario en unidades controlables, estableciendo horarios
rígidos de entrada y salida en el marco de algún espacio amurallado.
Darían a sus colaboradores (a todos) las mejores condiciones para innovar
(quien sabe, alquilarían una casa en una isla paradisíaca, en una chacra
apacible o hasta en un bosque urbano, una huerta, cultivarían jardines...
en suma, no organizarían y decorarían sus espacios de trabajo de modo
tan horrendo, sin colores, sin arte, todo gris, cuadrado, justo como una
prisión, o un convento) y, sobre todo, no reducirían su movilidad: una
dimensión esencial de su libertad para crear.
Lo fundamental para los apresadores de cuerpos es mantener a sus
trabajadores fuera del caos creativo, protegerlos de su propio espíritu
emprendedor. Entonces, para esterilizarlo, lo ponen a usted en la
pirámide. O en el campo de concentración: en la entrada de Auscwitz,
donde se leían (aún se lee encima del portón principal) las palabras
“Arbeit macht frei” (el trabajo libera).
La empresa (lato sensu) es una máquina y el trabajador no es el operador
y sí, una pieza de la máquina. La máquina tiene que funcionar para
producir los procesos, los productos y los servicios para los cuales fue
proyectada y construida. Para que la máquina funcione, la pieza tiene que
funcionar como pieza, desempeñando exactamente el papel para el que
fue diseñada.
60
La empresa jerárquica fue creada para proteger a las personas de la
experiencia de emprender. Para entrar en ella, una persona tiene que
abandonar su propio sueño en pro del sueño ajeno. Es más o menos así,
como si el dueño del sueño (o un representante suyo) le dijese: “Usted no
precisa emprender y sí dejar que yo emprenda por usted; siempre y cuando
usted, es claro, abandone su sueño y adopte el mío, trabajando para mí.”
En el trabajo (en una empresa o en otra organización jerárquica) el joven
es enseñado a no crear, a no inventar. Luego, él aprende que eso puede
ser perjudicial para su carrera. Eso incomodará a sus jefes: saldrá de los
esquemas que ya fueron (por ellos) trazados para él. Sus propios colegas
de trabajo reprobarán sus iniciativas, considerarán como una especie de
deslealtad esa manía de querer estar “mandándose la parte”. Sus nuevas
ideas para mejorar un modelo de gestión, proceso, producto o servicio,
serán juzgadas en el medio del rebaño trabajador como un deseo de
“exhibirse” ante los jefes. Un rebaño de empleados es, más o menos,
como aquellas hordas de seres infectados por algún virus – muy comunes
en películas de terror (o en películas clase B de ficción científica) – que
persiguen y tratan de infectar a cualquiera que no esté infectado.
En el trabajo, el joven aprende a ser mediocre, a conformarse en seguir la
rutina, a hacer como todo el mundo hace a cambio de tener la posibilidad
de, en el 30% de vida que le resta, ver algún deporte, enamorarse, ir a la
playa o al cine, confraternizar con sus amigos en una parrilla dominical o
en el bar, dedicarse a un deporte o a un hobby, viajar durante el fin de
semana... En verdad, aprenderá a soportar el yugo, a padecer la fatiga,
divagando, soñando con lo que hará después, mientras hace de cuenta
61
que está concentrado en lo que está haciendo en ese momento.
Realmente es una vida de esclavo que sólo es creíble para una persona en
la que fue cargado un programa-esclavo (16). En una empresa jerárquica,
el joven aprenderá que no es su trabajo lo que será remunerado (por lo
que vale) y sí su disposición a permanecer a disposición de los jefes o de
los dueños, para hacer cualquier trabajo (que ellos quieren que haga).
Todo está organizado para que el joven no vea que él es el emprendedor,
no la empresa. Para que él no vea que la empresa es un medio para que él
pueda emprender, no una factoría (¿por casualidad es él un esclavo?), una
penitenciaría donde él tiene que pagar una pena de ocho horas por día
(como si hubiera sido condenado por algún crimen), casi todos los días de
la semana (siempre fastidiado y ansioso, como los escolares, no viendo la
hora en que va a sonar la campana); mucho menos un ídolo al que él deba
adorar. Si él no lo ve, entonces es señal de que el proceso de
adoctrinamiento fue cargado con éxito, está totalmente instalado y
rodando bien.
El joven está ahora perfectamente integrado a la Matrix y ya puede ser
considerado una persona adulta y responsable.
La familia, la escuela, la iglesia, las organizaciones juveniles, el partido, el
cuartel, la universidad, la empresa y las organizaciones (estatales o
sociales) de trabajo – todas estas instituciones cargan el programa, las
actualizaciones del programa (o sus diferentes versiones). Es casi
imposible escapar a todas ellas. ¿Y qué tienen de común todas ellas,
aparentemente tan diferentes, muchas con objetivos dispares entre sí y
62
hasta opuestos? Lo que tienen en común es la jerarquía, el patrón más
centralizado que distribuido de organización, con todo lo que eso implica:
el modelo de gestión basado en dirigir-y-controlar, la existencia de
monoliderazgos, la exigencia de obediencia (o sub-ordinación). Restringir
la libertad y desestimular la cooperación parece ser su objetivo.
Las personas de la Matrix reaccionarán a todo esto diciendo lo siguiente:
“¿Pero podría ser de otra manera? ¿Si no organizáramos a las personas en
sistemas jerárquicos ellas no estarían aún en la edad de piedra, viviendo
en manadas, errantes, consumidas por la necesidad de supervivencia y su
vida no sería –como escribió Hobbes (1651)– ‘solitaria, miserable, sórdida,
brutal y corta’?” (17)
Estas objeciones, obviamente, son sugeridas por el programa jerárquico
que fuera cargado en ellas. Al formularlas, las personas están solo
haciendo el doblaje del ser típico, el individuo-patrón de la Matrix
realmente existente y convirtiéndose en personas privadas, como
veremos a continuación.
64
ANTES DE QUALQUER COISA precisamos saber lo que significa salir de la
Matrix. La Matrix realmente existente no es una realidad externa a los
enmarañados donde estamos (y somos – como somos, nosotros, los
humanos). Ella es un campo social deformado por la jerarquía. Ella está en
el medio de nosotros en un doble sentido: está entre nosotros (en las
relaciones que tejemos con las otras personas) y está también dentro de
nosotros (cada vez que introyectamos o espejamos las configuraciones del
enmarañado social en que existimos propiamente como personas).
Dejar de reproducir esas configuraciones (jerárquicas) en nuestras
relaciones con las otras personas es el primer paso para libertarse de la
Matrix. Ese parece ser el paso decisivo para comenzar a desintroyectar las
deformaciones y no lo opuesto, como frecuentemente se cree. Hay una
creencia generalizada – de trasfondo jerárquico – según la cual primero la
persona tiene que transformarse internamente (como individuo) para,
después, cambiar las configuraciones (sociales) en que está inmersa. Sin
embargo, lo que todo indica, es que los cambios de visiones, concepciones
e ideas no cambian los comportamientos: solamente los comportamientos
cambian comportamientos. La Matrix no se reproduce en función de
nuestras creencias, convicciones y valores y sí en función de nuestros
65
comportamientos, de la manera como nos relacionamos con los demás. Si
no obedecemos (a alguien) y no exigimos obediencia (de nadie) no hay
jerarquía. Bastaría, en el fondo, sacarse de encima la intención de mandar
a los otros, o sea, de comandarlos y controlarlos. Así de simple.
Mandar y obedecer, en tanto, no es desear hacer esto y sí actuar para que
efectivamente se realice el mando y la obediencia. Nadie conseguirá hacer
eso si no puede seleccionar flujos eliminando nodos, conexiones o atajos
en la red social.
Ningún individuo solo consigue hacer eso. Es necesario tener una red
centralizada de personas para erigir una jerarquía (en verdad, la jerarquía
ya es la centralización de la red). Para salir de la Matrix una persona
precisa alterar la topología de las redes sociales a la que está conectada en
el sentido de más distribución (o menos centralización). No alcanza, por
esto, con sólo desear, hablar o escribir sobre esto. Es necesario cambiar
las configuraciones de la red. No se trata de un nuevo software, sino que
del cambio de hardware.
Escapar de la Matrix es como construir un refugio, un abrigo protegido de
la influencia del campo social deformado por la jerarquía (o por la
topología de la rede más centralizada que distribuida). Este resultado será
temporario – los refugios o los abrigos son como burbujas – y, así, el
esfuerzo de escapar deberá ser intermitente. Más temprano o más tarde
la influencia del ambiente jerárquico más general acabará rompiendo la
burbuja. Y otra burbuja deberá entonces ser abierta (18).
66
Las burbujas (los refugios o abrigos de la influencia de la Matrix) son sólo
redes más distribuidos que centralizadas. Cuanto más distribuida fuera
una red menos influencia sufrirá de la Matrix, lo que es apenas otra
manera de decir – lo obvio – que menos centralizada ella será (o menos
jerarquizado será el ambiente configurado por ella).
Para salir de la Matrix usted tiene que hackear a las instituciones que lo
ponen en la Matrix (quiero decir, que instalan el programa dentro de
usted): la familia, la escuela, la iglesia, las organizaciones jerárquicas
(incluyendo las entidades de la llamada sociedad civil y las corporaciones y
los partidos), el cuartel, la universidad y las organizaciones empresarias,
gubernamentales y sociales que emplean personas a cambio de
remuneración o solicitan su trabajo.
Todavía, aunque necesaria, esa medida no es suficiente. No basta cortar
(to hack) o quebrar (to crack) el código de estas instituciones
(desprogramándolas): usted tiene que reprogramarlas, o mejor,
programar lo que ellas serían sin jerarquía; y eso no es sólo hacking, sino
netweavig [ser tejedores de redes/animadores de redes –distribuidas–],
pero no de manera genérica y sí para usted y para un enmarañado donde
usted esté ‘glocalmente’ inserto. Por tanto, usted precisa tornarse una
persona común.
En el filme The Matrix, Neo (Thomas Anderson) es un hacker. Pero un
hacker es también una persona fuera de lo común y, como tal, no puede
salir de la Matrix. Un hacker es una persona diferenciada, una especie de
elegido digital, un miembro de una tribu o una élite cuyos miembros son
67
capaces de reconocerse en base a sus atributos diferenciales, quiero decir,
en aquello en lo que se destacan (y no de lo que los aproxima) de los otros
(19).
Neo es un hacker cuando sería preciso que él fuese un netweaver para
salir de la Matrix. Y allí no sería el elegido (the chosen one). Sería una
persona común, elegida conjuntamente como uno más entre todos los
que están en su enmarañado al momento en que ese cluster fuese
tomado por el flujo (quiere decir, cuando la configuración de la nube de
conexiones que lo envuelve se volviera más distribuida que centralizada.
Todos somos elegidos cuando somos tomados por el flujo de la red. Salir
de la Matrix es abandonarse a ese flujo interactivo, dejarlo infiltrarse en
los mundos que configuramos en nuestra convivencia, perforar los muros
que erigimos “contra los vientos, los mares y las estrellas” ... (20)
68
Para salir de la Matrix
Para salir de la Matrix usted precisa ser ‘desenseñado’. No hay otro modo.
Usted está en la Matrix porque fue enseñado, quiero decir, programado.
Ahora precisa ser desprogramado. Sin embargo, esto no alcanza. Usted
precisa también ser reprogramado. Tanto la desprogramación cuanto la
reprogramación deben ser hechas por usted y por otras personas que
interactúan con usted en su enmarañado. Pero la desprogramación y
reprogramación no son enseñanza y si libre aprendizaje y aprendizaje en
común. Todo aprendizaje autodidacta o alterdidacta es ‘desenseñanza’.
La desenseñanza fundamental es la de la Jerarquía. Desaprender
jerarquía, si, pero la palabra ‘desaprender’ es usada aquí en un sentido
opuesto al del aprendizaje heterodidacta, quiero decir, cuando usted
aprende no lo que usted quiere aprender y si lo que quieren que usted
aprenda (o sea, enseñanza). En este sentido, desaprender jerarquía es
aprender a desobedecer (o desaprender a mandar, lo que es la misma
cosa).
En la Matrix realmente existente, la enseñanza de la obediencia es
constante. Comienza en la familia, se profundiza en la escuela, se
fundamenta con razones trascendentes en la iglesia, se instrumentaliza en
69
las organizaciones sociales y políticas, se exacerba en el cuartel, se
racionaliza en la universidad y se consolida en el trabajo.
Para desprogramar aquella parte del programa (su capa más profunda)
que usted recibió en la familia es necesario dejar de replicar a la familia en
todo lugar, resistiendo la tentación de pertenecer (o formar) un grupo
propietario o cerrado (21), dejando de proyectar a los padres en los jefes y
autoridades en general (22) y, lo más importante, reaprendiendo a jugar
(23). Pero la reprogramación sólo vendrá cuando usted pase a convivir en
red (distribuida) o viva en comunidad (abierta) con sus amigos
(independientemente del grado de parentesco que tengan con usted), sin
ningún otro propósito que el de complacerse en el disfrute de la
convivencia con ellos.
Para desprogramar la escolarización de la que usted fue víctima, usted
tiene que renunciar a enseñar a los otros. Eso es más difícil de lo que
parece, porque no se trata solamente de no ser maestro (la mayoría de las
personas no lo son) y si de no reproducir el comportamiento docente latto
sensu, en todas sus formas. No querer conducir a los otros, “ser la cabeza”
de las otras personas – ni tampoco bajo el pretexto de facilitar su proceso
de aprendizaje o de dar oportunidades para que ellas “se incluyan” (¿a
dónde?) – requiere una atención constante. La reprogramación vendrá
cuando usted pase a actuar como un catalizador de los procesos de
aprendizaje en comunidades libres, comunidades llenas de buscadores y
polinizadores y estructuradas en red.
70
Para quebrar el script que usted tal vez haya recibido en la iglesia, usted
tiene que abandonar la costumbre de reunirse excesivamente en clusters
de los que profesan la misma fé (o creencia) y de creer que existe un
(único) camino hacia la verdad (24). No es necesario que usted abandone
su espiritualidad o su vida mística, ni siquiera a su dios (en tanto que usted
no quiera imponérselo a los otros, separando fieles de infieles). Este
proceso no se completará en tanto usted erija (o adhiera a) órdenes
sacerdotales que se proclaman como el único camino, la única puerta, la
única esperanza de salvación; o sea, en tanto usted reedite (o pertenezca
a) alguna de estas armadillas de flujos construidas para arrebañar ovejas y
apacentarlas (llamadas iglesias) (25). La reprogramación hará un viraje
cuando usted – si fuera el caso y si usted quisiera hacer eso – comience a
compartir formas pos-religiosas de espiritualidad con otras personas en
nuevas ecclesias (como “asambleas de amantes”), como redes de
buscadores que se disponen a celebrar sus amorosidades y polinizar
mutuamente los modos por los cuales viven su mística o su espiritualidad.
Para desprogramar lo que usted recibió en las organizaciones sociales y
políticas, usted tiene que abandonar el conservadorismo (que quiere
congelar y reproducir configuraciones pretéritas resistiendo al flujo
interactivo) y el transformacionismo (que quiere convertir a las personas
en lo que ellas no son para conducirlas para un porvenir radiante que se
instalaría con la transformación de la sociedad en lo que ella no es por
medio de la realización de alguna utopía autoritaria capaz de instalar un
nuevo orden) (26)
71
Para ello, bastaría adherir a la democracia. Pero como esta palabra no es
tomada en su sentido original de de-constitución de la autocracia y si
frecuentemente confundida con el modelo de gobierno o forma política
de administración del Estado, su empleo puro y simple (sin adjetivos) –
más allá de inducir a la confusión con el sistema representativo o electoral
– no aporta mucha claridad. La reprogramación llegará cuando usted –
desistiendo de las nociones regresivas de patriotismo y nacionalismo y
transformándose en un ciudadano trasnacional de su glocalidad –pasar a
relacionarse en redes de interacción social y política (pública) en el
vecindario y en los sectores de actividad, en comunidades que ejerciten la
democracia cooperativa en la base de la sociedad y en cotidiano de las
personas (que conviven con usted (27).
Para desprogramar lo que usted eventualmente recibió en el cuartel o en
las organizaciones militares en general (inclusive en las organizaciones
político-militares, como ciertos partidos; o religioso-militares, como
ciertas iglesias, sectas y órdenes) usted tiene que renunciar a la guerra y a
la construcción de enemigos. Los enemigos son creados por la lucha
contra alguien. Pero no existe una buena lucha, no existe un buen
combate, no existe una guerra justa del bien contra el mal. Así como el
justo monarca legitima las autocracias, el “guerrero de la luz”,
comprometido en un combate permanente contra el “guerrero de las
tinieblas, legitima la existencia de la guerra (y, consecuentemente, el
empleo y la fabricación de armas). La guerra (o la política practicada como
el arte de la guerra) es, en sí, el mal. El único enemigo que existe es el
creador enemigos. Si usted lucha, usted será el enemigo. La
72
reprogramación llegará cuando usted no luche. Se usted no lucha, no
existe lucha.
Para desprogramar lo que usted recibió en la universidad usted tiene que
renunciar a la meritocracia, desprendiéndose de la intención de erigir (o
validar) tribunales epistemológicos capaces de aprobar (o reprobar) a las
personas en base a verificaciones heterodidácticas del conocimiento
enseñado. La reprogramación vendrá cuando usted pase a validar al árbol
por sus frutos y no por los certificados emitidos por una corporación de
botánicos (28).
Para desprogramar lo que usted recibió en las empresas y en otros lugares
de trabajo, usted tiene que aprender a co-laborar (trabajar con los otros),
o sea, desaprender a trabajar para los otros y de poner a otras personas
trabajando para usted. La reprogramación vendrá cuando usted sea un
emprendedor independiente, quiero decir, un co-emprendedor, un co-
creador de ideas y un co-realizador de proyectos en emprendimientos
compartidos (29)
Aprender a desobedecer (o desaprender a mandar); resistir la tentación
de pertenecer a un grupo, dejar de proyectar a los padres en los jefes y
autoridades y reaprender a jugar; catalizar procesos de libre aprendizaje;
compartir horizontalmente su espiritualidad y celebrar sus amorosidades;
ejercitar la democracia cooperativa y no construir enemigos; valorar los
árboles por sus frutos deslegitimando los tribunales epistemológicos; y co-
crear y co-emprender. Parece difícil, pero nadie dijo que se sería fácil. En
tanto, no es necesario que nadie haga todas esas cosas a la vez.
73
El programa jerárquico que usted está hackeando es el mismo en todas
esas estructuras de flujos que son la familia la escuela, la iglesia, las
organizaciones sociales y políticas, el cuartel, la universidad y las empresas
y otras instituciones jerárquicas del trabajo. Basta mezclar en el código de
alguna de estas instituciones para alterar la programación de las
sociedades de control. Usted puede elegir por donde comenzar. Pero
comenzar no es terminar. Para reprogramar las socioesferas glocales no
basta hackear, es necesario también hacer netweaving.
En suma, todo eso puede ser resumido en una palabra: red. Las redes
deben ser encaradas, en este sentido, como movimientos de
desconstitución de las jerarquías y como ambientes de constitución de
otros mundos, protegidos – por lo menos temporariamente – de la
influencia de la Matrix realmente existente. Sería una tera imposible para
un individuo. Pero usted no es un individuo como la Matrix quiere que
usted sea (porque la Matrix es una fábrica de individuos). Es necesario
abandonar la ilusión de que usted es un individuo y volverse persona.
Persona común.
74
Volverse una persona común
Cuando una persona se relaciona con otras personas en una red más
distribuida que centralizada, ella va aprendiendo a volverse una persona
común. Pero en la Matrix realmente existente las personas, en general, no
son personas comunes (en el sentido de commons) y si personas privadas
(cerradas a la interacción con el otro imprevisible). La Matrix es una
especie de fábrica de personas privadas.
Las personas privadas podrían volverse personas comunes en tanto no
anhelasen ser personas fuera de lo común. Pero, inmersas en una
corriente vertical que todo lo arrastra hacia arriba, las personas quieren
ser fuera de lo común (y se comportan de acuerdo a ese deseo). Por eso
se cierran a la interacción y, entonces, no pueden volver a ser personas
comunes.
Sí, persona común. Este, tal vez, sea el concepto de más difícil
aprehensión en virtud de su desconcertante simplicidad. El surgió a partir
de la constatación de que, en las estructuras jerárquicas, no somos
personas comunes en la media en que luchamos para ser personas fuera
de lo común, para destacarnos de los semejantes (en lugar de
aproximarnos a ellos).
75
El término ‘común’ tiene aquí el sentido de commons, de bien común, de
algo compartible por una comunidad (y no de ordinario, normal o no
notable, ni de mediocre, como en general se le atribuye
peyorativamente). Así, la persona común es aquella que mantiene las
mismas condiciones para compartir que las otras personas de su
enmarañado, aunque cada una sea, en sus particularidades, totalmente
diferenciada, siempre unique.
La persona común es la que comparte (ella es realmente lo que comparte,
al dejarse barrer por el soplo, al ser permeable al flujo interactivo) y no
aquella que alcanzó el éxito en virtud de sus características heredadas (por
la “sangre” o por la “cuna”) o adquiridas por los esfuerzos que hizo para
subir en la vida o para progresar y evolucionar en su camino espiritual. Ella
es alguien que logró vivir su convivencia, que consiguió anticipar la
plenitud del con-vivir o del vivir en red prefigurando un simbionte social.
Las personas comunes no son santos o héroes fracasados. Al contrario,
santos y héroes fracasarán al no conseguir ser personas comunes (30).
Santos y héroes son personas fuera de lo común, resultados de huidas de
la humanidad, intentos de transformación individual por fuera del flujo
interactivo y son, en este sentido, seres humanos apartados de la
interacción y no lo contrario, como intentó inculcar la cultura jerárquica,
según la cual las personas comunes no son suficientemente buenas, como
si fuesen santos o héroes fracasados o, simplemente, perdedores (loosers,
como gusta de decir la cultura de los Estados Unidos, que asocia el éxito a
la virtud – porque no consiguieron vencer acumulando fortuna, poder o
muchos títulos. Lo mismo se puede decir de las llamadas celebridades
76
que, desde un punto de vista colectivo o de la red, son síntomas de una
patología de la interacción (31).
Cuando se les pregunta, las personas que creen en este tipo de cosas – y
son muchas – acostumbran decir que la vida es así. Es una lucha. Y que es
preciso vencer en la vida. Pero ¿vencer a quién? ¿Acaso estamos en una
guerra? El problema es que estamos. La Matrix sólo existe porque las
personas se comportan como si estuviesen en una guerra.
Es posible salir de la Matrix, sí, pero es difícil. Porque no es fácil ser una
persona común, al contrario de lo que parece. En la Matrix somos
inducidos a conquistar algún diferencial para destacarnos de las personas
comunes. Cuando interactuamos con alguien en cualquier ambiente
jerárquico somos valorados por esos diferenciales y comenzamos
entonces a cultivarlos. Como reflejo de los flujos verticales que pasamos a
valorar, nuestra vida también se verticaliza. Es como si importáramos la
anisotropía generado en el campo social por la jerarquía. En esta ansia de
subir, comenzamos a imitar los de arriba y a desplazar a los de abajo. Al
hacer esto, por ende, replicamos la Matrix.
Tenía razón James Joyce (1902) al escribir en una carta a Augusta Gregory,
que “no hay herejía o filosofía más aberrante para la iglesia que el ser
humano” (32). La iglesia es un ejemplo de cómo Matrix puede volverse
realmente existente. No hay nada más peligroso para Matrix que la
persona común. Ella es más peligrosa, infinitamente más peligrosa, de lo
que son que un santo o un héroe. Este es el motivo del discurso religioso
de desvalorización de la persona común en pro de las personas no-