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VE A DONDE TU CORAZÓN TE LLEVE. EVANGELIOS VIVOS
Intervención de D. José A. Sánchez Herrera.
Encuentro de profesores 27 – octubre - 2018
"El siglo XXI será religioso o no será en absoluto". Estas palabras atribuidas a Andrés Malraux
se han venido repitiendo a lo largo del último cuarto de siglo tratando de reflejar la urgencia del
rearme espiritual de occidente ante la inminente catástrofe que amenazaba con su misma
desaparición física. El intelectual francés decía: "Como ustedes saben, se me ha atribuido esta
frase. Yo no he dicho jamás tal cosa, naturalmente porque del siglo XXI no sé nada, lo que yo
digo es más incierto. No excluyo la posibilidad de un acontecimiento espiritual a escala
planetaria".
LA IGLESIA FRENTE AL MISTERIO DEL TIEMPO
Es indudable que nos hallamos ante un momento de cambio. Ya el Concilio Vaticano II, hace
40 años, reconocía en G.S. 4 que "la humanidad vive un período nuevo de la historia". El
proceso de cambio no ha dejado de acelerarse en estos últimos decenios. Nos dirigimos hacia
una sociedad cuyos contornos se van dibujando lentamente y que a falta de un término mejor
hemos llamado postmoderna.
No os alarméis, no pretendo hacer aquí un análisis filosófico de lo que se ha dado en llamar
postmodernidad. Ni siquiera sus mismos autores de Lyotard a Vattimo, concuerdan a la hora
de describir sus rasgos esenciales. No sabemos bien de qué se trata, si de una etapa
cronológica o de un juicio de valor. El caso es que, de buen o mal grado, hemos entrado en un
nuevo período de la historia de los hombres.
La pregunta que surge inevitablemente es si en este nuevo escenario que se avecina, más aún,
que está ya en gestación, habrá sitio para la Iglesia, o si habrá aún fe en la tierra en este nuevo
milenio. Ya Guardini en los años cincuenta del siglo pasado en un análisis titulado "El ocaso de
la era moderna" diagnosticaba: "la imagen del mundo de los tiempos modernos se deshace.
Aparece una nueva cultura no cristiana. ¿De qué tipo será la religiosidad de los tiempos que
vienen? Se desarrollará un nuevo paganismo, pero de carácter distinto al primero. La soledad
de la fe será terrible. Nuestra existencia se enfrenta a una opción absoluta con todas sus
consecuencias: las más grandes posibilidades y los peligros extremos".
Frente a este escenario que se perfila en el horizonte con rasgos cada vez más precisos, la
actitud frecuente suele ser la de aquellos que el Papa Juan XXIII denominaba profetas de
desventuras, quienes "creen ver sólo males y ruinas en la situación de la sociedad actual.
Repiten constantemente que nuestra época va de mal en peor en comparación con el pasado.
Nosotros opinamos de manera muy diferente de estos profetas de calamidades que propagan
la desgracia como si fuera inminente la ruina del mundo”. (Discurso de apertura del Concilio
Vaticano II, 11/11/62). Ya San Agustín corregía a sus contemporáneos, que se lamentaban de
los tiempos que le habían tocado vivir, tiempos de invasiones bárbaras y de caída de un imperio
y que añoraban tiempos pasados y les decía: "En realidad juzgas que los tiempos pasados son
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buenos porque no son tuyos". El Libro del Eclesiastés (7, 10) con su particular escepticismo
afirma: "no preguntes por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora. Eso no lo
pregunta un sabio". Y el cardenal Newman decía que cada siglo es semejante a los otros, pero
a los que lo viven les parece peor que todas las épocas precedentes. Y concluía diciendo, por
lo que se refiere a la suerte del cristianismo, que "la causa de Cristo agoniza siempre".
No tiene sentido andar comparando los tiempos presentes con los pasados ni medir a la
generación actual con la anterior. Siempre se tendrá la impresión de que empeora. En lugar de
lamentarse añorando los felices tiempos pasados, la Iglesia ha reaccionado siempre con un
gesto audaz, lanzándose a evangelizar los tiempos nuevos que le ha sido dado vivir.
En palabras del joven profesor Federico Ozanam, beatificado por Juan Pablo II en 1.997 "la
Iglesia pasa continuamente a los bárbaros". Para él la Iglesia desde sus orígenes no ha dejado
de aceptar los desafíos que cada época de cambio le ha lanzado. Así sucedió en los tiempos
de San Agustín, cuando la Iglesia ligada al imperio romano desde Constantino lo ve
derrumbarse bajo los golpes de los bárbaros y supo ir con audacia evangélica al encuentro de
los invasores germánicos y convertirlos a la Buena Noticia del Evangelio.
¿No es acaso un gesto semejante y más profundo lo que se requiere también hoy día? Este
gesto de coraje y de ardor, de esperanza y de amor, ¿no es precisamente lo que el nuevo
milenio espera de la Iglesia?
La nueva fe propuso un modo diverso de vivir el tiempo, de pensar las relaciones familiares, de
concebir la muerte y el más allá en plena crisis del imperio romano y mientras va surgiendo una
nueva religiosidad, la fe en Cristo, en virtud de su novedad, satisface las aspiraciones más
profundas del espíritu, tanto en la relación con Dios como en las relaciones humanas. Hoy,
después de años de confrontación con los movimientos culturales e ideológicos que han
transformado profundamente a Europa en los últimos 300 años, la Iglesia ha comenzado a
pasar a los bárbaros de la modernidad con el giro que el Concilio Vaticano II le ha impuesto.
El Concilio ha sido el intento de reconciliar a la Iglesia con el Espíritu de la Ilustración, purificada
ya de sus entusiasmos juveniles iconoclastas. La Iglesia, en su apertura al mundo de hoy, no
ha hecho sino un poderoso esfuerzo de discernimiento para tratar de acoger cuanto de bueno
y de positivo ha creado nuestro mundo, recorriendo a veces caminos lejanos de la Iglesia. No
significaba la renuncia a la pretensión de verdad con mayúsculas, a la que la Iglesia no puede
renunciar, sino al contrario, reconocer que, en el hombre, aún herido por el pecado original,
resplandece siempre algo de la imagen que Dios ha impreso en él, y es, por tanto, capaz
aunque limitadamente, de verdad, de belleza y de bien (Poupard).
Pablo VI resumió esta actitud en su célebre discurso de clausura del Concilio. "La Iglesia, decía,
se ha ocupado, sí, no sólo de sí misma y de la relación que lo une con Dios, sino del hombre
tal y como se presenta". La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la
religión del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un encuentro, una lucha, un
anatema? Podía ser, más no ha sucedido. La antigua historia del samaritano ha sido el
paradigma de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo ha invadido todo. El
descubrimiento de las necesidades humanas (y tanto mayores son cuanto más grande se hace
el hijo de la tierra) ha absorbido la atención del Concilio (7 - 12 - 1.965).
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Esta reconciliación no es una tarea fácil. Se trata de recomponer una fractura profunda y de
conjugar valores aparentemente auténticos: libertad y verdad, ciencia y sabiduría,
individualismo y solidaridad. Tan fácil con la condena apriorística de la modernidad es el riesgo
de una integración total, de una rendición sin condiciones a la modernidad en la que la Iglesia
renuncia a principios y criterios para hacerse aceptar de la sociedad moderna.
Apenas unos años después de la clausura del Concilio, el mayo del 68, crónica de una muerte
anunciada, irrumpe por doquier con toda su fuerza. Aquella fecha señala el inicio de una nueva
etapa de la historia. La Iglesia ha venido así a encontrarse en la paradójica situación de
salvadora de la modernidad según el paradigma del buen samaritano, precisamente cuando
acaba de reconciliarse con ella. Parece que se hubiera cumplido una vez más la observación
del sociólogo (Peter Bergen): "Quien se desposa con el espíritu de los tiempos bien pronto se
quedará viudo".
Si hay una palabra que pueda sintetizar el espíritu de la post-modernidad, sin duda sería: "light",
con su riqueza de matices. ¿Cuántas clases de coca-cola podemos beber?
La condición postmoderna es la negación de los absolutos que fundamentan la modernidad
(razón, ciencia, técnica, revolución, estado, moral, religión, partido, clase social o raza), y la
renuncia, ante todo, a la verdad, sustituida por el pensamiento débil (Vattino), un conocimiento
parcial, fragmentario, que reniega de las grandes cosmovisiones que conferían sentido. La
postmodernidad se ve a sí misma con experiencia de fin de la historia. Frente al hombre
moderno, el hombre de la historia, que se siente inmerso en el curso de acontecimientos
ordenados, el hombre postmoderno de la época de la televisión digital, la era de internet, pierde
la noción de discurrir en virtud de la simultaneidad, y con ella la memoria de los acontecimientos.
Esta es la nueva época en la que la Iglesia tiene que dar una vez más el paso hacia los
bárbaros, en un gesto audaz y lleno de espíritu evangélico.
Confiado en la acción del Espíritu Santo y la capacidad del hombre, más que describir las
amenazas que se ciernen sobre la Iglesia, prefiero compartir esta mañana con vosotros los
desafíos. Porque no se trata sólo de detectar los peligros y amenazas latentes para la fe en el
mundo actual, sino más bien, de discernir, en medio de la confusión reinante, aquellos
elementos que permiten un punto de anclaje para la predicación del Evangelio. Cuáles son las
esperanzas, a veces ocultas, de los hombres de nuestro tiempo, a los cuales el Evangelio puede
dar respuesta, más aún, la única respuesta posible.
EL DESAFÍO DE LA VERDAD FRENTE AL PENSAMIENTO DÉBIL
El hombre postmoderno es hedonista y consumista, como le enseña el sistema. A diferencia
del escriba prudente del que habla Jesús, que sacaba del arcón lo viejo y lo nuevo, nuestro
hombre compra cada mañana una cosa nueva y a la tarde la tira porque es vieja. Relativista y
escéptico prefiere el pensamiento débil y fragmentario que no le comprometa a nada. Es la
época del sentimiento sobre la verdad. Se vive de impresiones, de emociones, de lo efímero.
Oyendo hablar de verdad, nuestro mundo responde con la pregunta cínica y desengañada de
Pilatos: "¿Y qué es la verdad?''
El cristianismo no puede renunciar al anuncio de la verdad. Convencido que la necesidad del
hombre es saciar el hambre de verdad, ¿cómo hablar de verdad a una cultura que aborrece
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conceptos y palabras fuertes? Este es el desafío que tenemos planteado: quizás más que la
verdad, una cultura de la verdad. Una cultura de la verdad hecha de inmenso respeto y acogida
hacia la realidad, traducida en respeto hacia la persona, que es la forma eminente de lo real.
En esta cultura de la verdad, en la que la dimensión de la atención, el cuidado, la sensibilidad,
la búsqueda humilde adquieren un protagonismo especial, es posible reconciliar la razón y el
sentimiento que la postmodernidad juzga incompatibles. Y así San Agustín se vuelve más
actual que nunca al realizar en su vida la unión entre la verdad y el sentimiento. Agustín dice:
"Ve a donde tu corazón te lleva", "es decir, hacia la verdad".
ANUNCIAR A JESUCRISTO EN LA ERA DE LA RELIGIOSIDAD SALVAJE
Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no es que no crean en nada. Creen en cualquier
cosa (Chesterton). Se trata del regreso de una religiosidad salvaje, una especie de plastilina
religiosa a partir de la cual cada uno se fabrica sus dioses a su propio gusto, adaptándolos a
las necesidades propias. De nuevo se plantea el desafío: ¿Cómo anunciar en el gran
supermercado del bricolaje religioso a Jesucristo? Aquí es donde se requiere toda la audacia
del evangelizador, recordando las palabras de Juan XXIII en la inauguración del Concilio: "Una
cosa es el depósito mismo de la fe y otra el modo en que ésta se anuncia, conservando, sin
embargo, idéntico sentido y alcance".
Juan Pablo II por su parte ha señalado el diálogo con los creyentes de otras religiones como
una prioridad en la carta de preparación al jubileo, reiterado después en el mensaje de la Novo
Milenio Ineunte. Es un imperativo inaplazable para alejar el espectro funesto de las guerras de
religión. Se trata de un diálogo difícil, hecho de respeto, tejido con amorosa paciencia, que no
se cansa ni se deja vencer por los reveses y que nunca puede reemplazar el anuncio explícito
de Jesucristo "camino, verdad y vida". Diálogo en perpetuo equilibrio entre la búsqueda de
caminos de colaboración, evitando que degenere en sincretismo. El diálogo no puede sustituir
a la misión, ni convertirse en el consenso de mínimos.
El otro desafío: la desintegración de la persona irá dejando a los bordes del camino seres
maltrechos y heridos a quienes la Iglesia habrá de recoger con infinito amor. A este hombre del
siglo XXI, prófugo, vagabundo de afecto, es a quien hay que anunciar el misterio de la íntima
comunidad de personas en Dios Trinidad, la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de una
familia, la llamada a la comunión con los demás en la familia de los hijos de Dios.
SER CRISTIANO EN EL MUNDO DE LA ECONOMÍA GLOBALIZADA
El juicio sobre la globalización ha de ser prudente. Contiene elementos muy positivos que
facilitan enormemente el intercambio entre pueblos diversos y también, ¿por qué no?, el
anuncio del Evangelio. Para la Iglesia el compromiso principal en la hora actual está en la
defensa de los débiles, especialmente de los nuevos esclavos que la globalización está
produciendo. En un fenómeno migratorio sin precedente. ¿Sabrá la Iglesia estar al lado de los
nuevos esclavos del siglo XXI?
LAS NUEVAS SOCIEDADES MULTICULTURALES. LA REVOLUCIÓN INFORMÁTICA, LA
TUTELA DEL MEDIO AMBIENTE…
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Tales son los desafíos que la Iglesia del Tercer Milenio encuentra ante sí que exigen la
movilización de todos sus recursos, de su creatividad, pero que al mismo tiempo son
posibilidades de anunciar al mundo a Jesucristo.
¿Cuál ha de ser la respuesta en esta nueva etapa? ¿Cómo aprovechar las nuevas
circunstancias para anunciar a los hombres a Jesucristo? Una vez más: la Iglesia pasa a los
bárbaros y habría que añadir ¡¡¡Amándolos!!! La respuesta viene dada por la palabra más
repetida estos días: "La santidad".
El principal desafío para la Iglesia no está fuera, sino dentro de ella misma. Su tarea principal,
antes que cualquier otra, es acoger el Evangelio con más fidelidad, con más radicalidad, dejarse
purificar por la Palabra de Dios. La Iglesia del siglo XXI ha de ser sobre todo cristiana, es decir,
más de Cristo; sólo hombre y mujeres reconstruidos interiormente podrán dar nueva vida a la
Iglesia, como entendió Francisco de Asís.
Antes de preguntarnos por la adopción de nuevas estrategias, o la creación de nuevas
estructuras, tenemos todos que hacer una humilde confesión de culpa y emprender el camino
de la propia conversión. El último Sínodo nos ha recordado: "Es urgente la transformación de
la Iglesia, no sólo en una Iglesia para los pobres, sino en una Iglesia pobre, es decir más
confiada en la fuerza del Espíritu y apoyada más en su acción que en sus propios métodos,
estructuras e instituciones. Una Iglesia pobre, que no renuncia a usar los medios que Dios le
da para desempeñar su misión, pero no pone en ellos su esperanza ni su salvación No sabemos
si nos aguarda una nueva era martirial, o si conoceremos una nueva primavera de fe en
nuestros tiempos.
La fe no conoce un progreso lineal de una época a otra. En cada generación la fe es la semilla
de mostaza insignificante y siempre amenazada. Cuenta, sin embargo, con la presencia de su
Salvador y del Espíritu Santo que no deja de suscitar nunca nuevos santos que aportan
soluciones nuevas y creativas a los desafíos de su tiempo. Sí, los países de la antigua
cristiandad envejecen. Pero la Iglesia permanece siempre joven. El fallo de muchos cristianos
es esperar poco. Es creer, frente a cualquier obstáculo o ataque, en la ruina de la Iglesia. Somos
como los apóstoles en la barca durante la tempestad: olvidamos que el Salvador está en medio
nuestro.
UNA IGLESIA EN SALIDA, CONVERSIÓN PASTORAL Y ESTRUCTURAL
Un mandato universal y permanente. Hay un mandato fundamental de Jesús que debe regir
siempre en la vida de la Iglesia y de todas sus personas e instituciones: "Id y haced a todos los
hombres discípulos míos... " Mt 28, 19-21. El Apocalipsis se refiere a «una Buena Noticia, la
eterna, la que él debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y
pueblo» (Ap 14,6). No lo vivimos. No lo entendemos. Nos hemos acomodado. En el mundo.
Ahora en España nos estamos acomodando a ser una minoría casi irrelevante. Vivimos en
tiempos de deserción: Jóvenes, 4%. Matrimonios, 25% .Divorcios, Sociedad disgregada. En
diez años dos millones de abortos.
Un entorno preocupante; cuando el Papa nos llama a la conversión general, no es un iluso,
conoce bien el mundo en que vivimos, Lo describe en el cap. IIº de EG. El mundo del egoísmo
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y de la muerte, de la desigualdad, de la crueldad. Estos párrafos muestran su preocupación por
el bien de la sociedad humana en general:
"En la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato,
lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia. En
muchos países, la globalización ha significado un acelerado deterioro de las raíces
culturales con la invasión de tendencias pertenecientes a otras culturas,
económicamente desarrolladas, pero éticamente debilitadas".
"El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y
de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente
deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un
progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada,
especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los
cambios"
La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos
sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave
porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la
diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio
tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de
cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte
indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las
necesidades circunstanciales de la pareja. Como enseñan los Obispos franceses, no procede
«del sentimiento amoroso, efímero por definición, sino de la profundidad del compromiso
asumido por los esposos que aceptan entrar en una unión de vida total".
Estas observaciones las podemos aplicar a nuestro mundo local, a la sociedad más cercana en
la que vivimos. Y en la que tenemos una responsabilidad. No sirve de nada comparar ni
lamentarse. Vivimos en nuestro mundo y tenemos que sentimos responsables de lo que
tenemos a nuestro alrededor. Es el mundo de Dios, es el mundo de Cristo. Es nuestro mundo.
Tenemos que mirarlo con amor, sentimos parte de él, con compasión y responsabilidad.
Nos preguntamos con razón. ¿Por qué? ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué estamos haciendo mal?
Hay una inadecuación entre la cultura dominante y la vida cristiana, entre las formas de vida
habituales y la sensibilidad religiosa, que empuja a la gente al descreimiento, al desinterés, a
la despreocupación religiosa. Cada vez hay menos "crisis religiosas", en la vida humana actual
va desapareciendo la sensibilidad del misterio de la vida y de la existencia, no hay inquietudes
religiosas, la religiosidad del hombre se debilita y casi desaparece, desde los primeros años de
la vida. Estos son los rasgos más característicos de la situación:
- Espesor creciente de lo mundano en la vida del hombre, cosas, instrumentos, imágenes.
- Supermultiplicación de imágenes, estímulos, ofertas, ocupaciones.
- Acaparamiento del hombre por lo exterior, tanto el trabajo como el ocio;
- Seducción del mundo material, de sus infinitas posibilidades
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- Sed de ocios
- Egocentrismo agudo, vivimos para nosotros mismos.
- Subjetivismo como norma de la realidad, de la verdad, del bien.
- Pragmatismo
- Mitificación de la libertad
- Inmediatismo
Tenemos que repensar nuestra visión de las relaciones entre Iglesia y mundo. Teníamos el
nacional catolicismo, orden de cristiandad, en el cual la Iglesia dominaba sobre el poder político
y acogía dentro de sí a la sociedad entera. La Iglesia renunció a ese estatuto jurídico Era la
doctrina del Concilio, Gaudium et Spes Iglesia sin poder, "Iglesia libre en Estado libre."
Pensábamos que íbamos a poder vivir en un ambiente más tranquilo, más neutral, menos
agresivo. Pero vivimos en un ambiente cultural hostil. Es la realidad del mundo tal como lo
muestra el evangelio. Dominado por el pecado, tentado por el diablo. De una manera u otra
será siempre así.
Después de los sustos y las tensiones de la transición y de los cambios, ahora tenemos el
peligro de acostumbramos demasiado, y de legitimar como definitiva y normal una situación de
minoría, de pluralismo, de disgregación religiosa y cultural. Esta no es la visión cristiana. Sigue
vigente el mandato de la misión. Sigue la necesidad del evangelio y de la fe. Sigue el mandato
de la conversión. Actualmente en España se defiende el pluralismo, también el pluralismo
religioso, como un ideal de sociedad libre y democrática. Pero si lo pensamos bien el pluralismo
no es un ideal cristiano. Tenemos que aspirar a una sociedad del todo cristiana. "Un solo rebaño
con un solo Pastor" pero no por la imposición política, como era antes, sino por la conversión,
por la fe libre y generalizada. Para conseguirlo tenemos que llegar a todos, convencer a todos,
Hacer que la fe en Cristo sea predominante, normal, determinante, en convencimiento y en
libertad.
Nuestro ideal tendría que ser algo así: Sociedad cristiana en libertad, con plena autonomía civil
y política, Iglesia libre y misionera, sin poder ni injerencias políticas. Reconociendo y aceptando
la influencia de la fe en la vida pública mediante la conciencia de los ciudadanos cristianos.
Leyes respetuosas con la moral natural, leyes justas, que favorezcan la vida tranquila y virtuosa
de los ciudadanos, de las familias, etc. No estamos en ese camino.
Ver con claridad la necesidad del evangelio. En el fondo de todo puede haber una manera de
ver las cosas poco cristiana que prescinde de la necesidad del evangelio y de la fe cristiana.
¿Si Todos se pueden salvar donde están para qué molestamos tanto? Necesitamos tener las
ideas claras en esto asuntos: -Necesidad de la revelación y de la gracia de Cristo para la
salvación -Necesidad de fe, amor y esperanza -Necesidad de la gracia de Dios para practicar
la justicia en la vida familiar, en la vida social, en el conjunto de la vida personal. -
Reconocimiento del valor de la recta conciencia.
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Poco a poco el mundo moderno se va instalando en una concepción de la vida cerrada sobre
nosotros mismos, sin referencias a Dios, sin el reconocimiento de una moral universal y
suprema, se llame como se llame. Saltan los conflictos por todas partes, los arreglamos como
podemos, pero no reconocemos que nos falta la referencia a Dios como norma y fuerza moral
que nos ilumine y nos guíe en la labor de organizar nuestra vida. Desde la Ilustración se ha ido
abriendo un abismo cada vez mayor entre la Iglesia, la mentalidad católica, y la vida real del
mundo occidental, incluidos los mismos católicos. El Concilio quiso terminar con esa
divergencia y esa escisión. No más condenas, No más enfrentamientos, Somos hermanos, Nos
necesitamos mutuamente (El mensaje de Gaudium et Spes)
Cambio profundo en la Iglesia; necesitamos un cambio de actitud generalizado. Del esquema
tridentino al esquema Vaticano II, Gaudium et Spes. Cambio imprescindible. Lo que hacemos
pudo valer. Hoy no vale. No es suficiente. La fe resulta más difícil. La gente no "entra"
espontáneamente en la actitud de la fe ni de la piedad. Porque no tenemos el apoyo social ni
cultural de la fe. Porque somos muy subjetivistas, muy "nuestros", nos cuesta comprometer la
vida. Nos cuesta reconocer la provisionalidad de este mundo y dar valor al mundo futuro y
espiritual que no vemos ni tocamos. La irreligión resulta más cómoda, más apoyada, más
congruente con el conjunto del mundo en que vivimos. Ya el Concilio Vaticano II fue un Concilio
de Reforma, porque quería ser un Concilio de Misión. El Concilio Vaticano II presentó la
conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a
Jesucristo: «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la
fidelidad a su vocación [... ] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma,
de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad"
(26).
Hay que cambiar. ¿Pero qué cambio? Muchos hablan de cambios superficiales, secundarios,
cambios administrativos. En el primer posconcilio perdimos mucho tiempo en cuestiones
secundarias. Hay que cambiar muchas cosas, pero el cambio decisivo es la conversión. El
reconocimiento efectivo de las cuestiones primarias, -el seguimiento de Cristo -el anuncio
efectivo del evangelio. Para las personas concretas, como para la Iglesia en general, Cambio
es Conversión. Esto significa, más cerca de Jesús, más al servicio de la gente. Para la
organización y la vida de la Iglesia el modelo nunca es la sociedad civil Lo que necesitamos no
son cambios de acomodamiento al mundo (en la moral, en la organización, en el estilo de vida)
Sino de acercamiento al mensaje de Jesús, mejor comprendido, mejor propuesto.
Dice el Papa Francisco: "Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para
que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta
en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la
autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede
entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral
ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes
pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos
a quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía,
«toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer
presa de una especie de introversión eclesial».
Todo en la Iglesia tiene que cambiar, El Papado, El Episcopado Los presbíteros Los fieles. ¿En
qué tiene que consistir este cambio? Me atrevo a sugerir: -una Iglesia menos preocupada de
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sí misma, menos atada a sus historias y a sus posiciones sociales, si somos muchos o pocos,
si nos aceptan o nos rechazan, más sencilla, más ágil, más cercana a las realidades de la vida
de la gente. -un estilo más sencillo, más transparente, menos defensivo, -una vida de los
cristianos más clara, más coherente, más diferente en lo que no coincide con el estilo de Jesús,
en la sobriedad y el desprendimiento, en la fraternidad, en el servicio. -una mirada más
compasiva, menos condenatoria, más de ayuda que de condena. Ser samaritanos y no jueces.
Un fin determinante: Misión y conversión; valorar el tesoro que tenemos, valorar la necesidad
que tienen de conocerlo y vivirlo. Salir a su encuentro, hacernos presentes, ofrecer lo que
tenemos, porque es también suyo, porque lo necesitan. Con más claridad, con más libertad,
con más amor. No condenar, dialogar, escuchar, ofrecer en todos los ámbitos y niveles. La
Universidad, profesores y alumnos; el mundo del trabajo, empresarios y trabajadores; el mundo
de la cultura, la opinión pública, los medios; el mundo de la política, los objetivos, los
procedimientos; el gran déficit de la presencia pública; el mundo de la vida personal, familiar,
social.
Se necesita una movilización general; tener en cuenta el nuevo concepto sintético de "discípulo
misionero". Las dos cosas se suponen mutuamente. Ser cristiano es TAMBIÉN vivir la
preocupación de la difusión del Evangelio. Hay que ir formando otro tipo de cristianos, más
responsables de la difusión del evangelio, del bien general de la sociedad. Tenemos que pensar
en cómo los preparamos, los incorporamos, los asociamos, los movilizamos. Lo que el Concilio
y la situación nos están pidiendo es una Iglesia diferente, movilizada, dinámica, misionera, una
Iglesia activa. Todo el Pueblo de Dios en movilización evangelizadora. Todo el cap. IIIº de
Evangelii Gaudium. La Iglesia cambiará a pesar de nosotros. Esta situación se va agotando.
Los hechos nos harán cambiar a la fuerza. Cambiará. Tenemos que movilizamos para prever,
para descubrir los verdaderos caminos y ahorrar tensiones y dificultades. Es tiempo de
descubrir nuevos modos, nuevos caminos. Sin miedo, con generosidad y valentía, sin
prohibiciones.
¿En qué sentido?:
Más Evangelio. La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es
contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo
abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivamos una y otra
vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada
día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida
nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás. Una vida de los cristianos
diferente: en la familia; en el ejercicio de la profesión; en el testimonio natural de la fe
Más unidad, menos multiplicación de cosas, de asociaciones caprichosas, de
entretenimientos internos, de entretenimientos secundarios, de centenarios y
conmemoraciones.
Menos autocontemplación, precedencias, honores, homenajes, y más responsabilidad
de los demás. Tener siempre presente la visión y la necesidad de los que están fuera,
de los que están privados.
Acercamientos con los que no están en la Iglesia, invitaciones, valoraciones, alabar lo
que hacen, coloquios, colaboraciones posibles, sentimos solidarios con sus luchas y
esfuerzos, con movimientos de solidaridad y de humanidad, ciencia, sanidad,
adquisiciones, compartir metas, alegrías, sufrimientos.
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Pensar y vivir el evangelio en términos de humanidad y sociedad, no en términos de
Iglesia. Jesús no es propiedad de los cristianos sino de la humanidad, no es el Salvador
de la Iglesia, es el Salvador de la sociedad, de la calle, de las familias, de los trabajos,
de la vida y de la muerte.
Ofrecer salvación. Es fundamental saber conectar la oferta del evangelio y de la vida
cristiana con los deseos profundos de la gente, los deseos del corazón que el hombre
no pierde nunca, y que son una verdadera preparación para recibir el evangelio, deseos
de vida y de paz, deseos de justicia y de felicidad. La mayoría de la gente tiene deseos
positivos, aunque a veces los concrete equivocadamente.
Necesitamos mentalidad de minoría interpelante. Minoría convincente. Vivir radicalmente la
confianza. La tristeza se convertirá en alegría; El Padre os ama; Yo he vencido al mundo (Jn16)
La victoria sobre el mundo es nuestra fe (I Jn 5,4).