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enero 2017 nº 5 (invierno)
Destacamos en este número:
* Ilustraciones de Elvira Palazuelos,
incluida la araña de la cubierta
* Carpeta de Alberto Bañuelos
* Cómic de Eloy Luna
* Relatos, poemas, artículos...
Además:
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No se puede vivir sin héroes, santos ni mártires.
Ernesto Sábato
Paráfrasis: Algunos no pueden vivir sin héroes, santos ni mártires.
Nuestra más sincero gradecimiento a Elvira Palazuelos, por su desinteresada colaboración en
este número.
http://www.elvirapalazuelos.com/
En las bibliotecas municipales y pública de Burgos hay a disposición del lector ejemplares
impresos de esta revista. No podemos sino expresar nuestra gratitud por ello.
Cul ura es un empeño de: Fernando Ortega, Fernando Arnaiz, José Mª Izarra, Alfonso Hernando, Jesús
Borro, Jesús Pérez, Luis Carlos Blanco y Félix J. Alonso, entre otros.
©de los textos (faltas de ortografía incluidas), ilustraciones y fotos, los respectivos autores.
©del logo, grafismo y maquetación: el maquetista, JMI.
Contacto: culdbura@gmail.com
Página3
SUMARIO
Cuento de invierno: La apagadora de luces, Esther Pardiñas ................................. Pág. 5
Nuestros hermosos vencidos, Carlos de la Sierra ........................................................ 7
Bush Cooper (una historia del barrio Preservación), Félix J. Alonso Camarero ............... 11
Naderías: Elena Arroyo, J. A. Martínez Gutiérrez, “Guti” ........................................... 17
Coloquios fraternos con tintes de memoria, Luis Carlos Blanco Izquierdo ..................... 21
Guantes, José Gutiérrez Román ............................................................................. 25
La última vez y Una bicicleta (poemas), Pablo César del Río....................................... 29
Distancia y Puente (poemas), Carmen Plaza ............................................................ 31
Al espíritu de la Navidad (poema), José María Izarra ................................................. 33
Borbotón. Grupo sonoro, musical, Borbotón............................................................. 35
El mal, Lino Varela ............................................................................................... 39
Carpeta artística de Alberto Bañuelos...................................................................... 41
Reflexiones al amor de la lumbre (II Foro de la Cultura), Angélica Lafuente y dos más... 49
Lucio, amigo de la infancia (cómic), Eloy Luna ......................................................... 54
Ilustra:
Elvira Palazuelos
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco y Máster en Arte,
Creación e Investigación de la Universidad Complutense de Madrid, ha complementado su
formación a través de cursos y estancias en la École Nationale Supérieure de París, en la
School of Visual Arts de Nueva York y en la Slade School de Londres.
Su obra ha sido expuesta en espacios como el CAB de Burgos, el Centro de Arte
Contemporáneo Huarte de Pamplona, el Centro Bilbaoarte de Bilbao, el MUSAC de León o
La Casa Encendida de Madrid, entre otros, y en proyectos internacionales en París, Braga,
Thessaloniki, Berlín, Santiago de Chile, Buenos Aires y Nueva York.
“Mi trabajo actual parte de un interés hacia lo inestable como rasgo del momento al
que pertenezco. Las sensaciones de inseguridad, variabilidad, incertidumbre y
transformación que percibo en mi contexto directo son algunas de las nociones que mis
obras me permiten sugerir.
Entre mis referencias se incluyen recuerdos personales, estructuras cotidianas y
objetos e imágenes encontradas de manera fortuita. Un imaginario heterogéneo que
descontextualizo, organizo y mezclo para crear una atmósfera de alucinación,
vulnerabilidad y desequilibrio identificable con mi propia experiencia.”
Página4
Página5
Cuento de invierno: la apagadora de luces
Los hombres de aquellas tierras la llamaban la Apagadora de Luces. El cuerpo, el
alma se quedaban fríos a su paso, a su alrededor se extendía un viento gélido que
terminaba envolviéndolo todo. Según avanzaba se apagaban las luces que estuvieran
encendidas, las velas se consumían rápidamente con su soplo, y hasta la luz del día se
tornaba gris paulatinamente dejándolo todo cubierto de una oscuridad tenebrosa, sin
esperanza.
Nadie sabía de dónde provenía aquella extraña y terrorífica mujer. Un espíritu
devorador y frío como las entrañas del hielo, había tomado posesión de su ser ocultando
todo renacer, apagando toda idea agradable, cualquier disfrute. Su presencia acrecentaba
los enojos y lo malo de la vida, aparecían las lágrimas, y la tristeza, inmensa, se
apoderaba de todos los que osaban acercarse a ella.
Nada era lo suficientemente bueno ni hermoso porque todo quedaba congelado al
instante si ella andaba cerca. Su mirada producía sólo negrura y desolación. Deambulaba
como una sombra causando espanto y arrasando todo lo bello.
Un día los hombres de aquellos lugares se atrevieron a echarla de allí, la empujaron
con sus cánticos, con sus luces, con sus risas y bailes, aunque a más de uno la sonrisa se
le heló en la cara y le partió el corazón, pero la persiguieron hasta que la perdieron de
vista.
Huyó a las montañas, a lo más alto, allí donde la luz del sol se convertía en atisbo
al amanecer y pronto devenía en ocaso. Allí donde reinaban las nieves eternas, sus
hermanas.
Sucedió que la Apagadora de Luces tuvo un hijo, enorme, descomunal, tan frío y
horrible como su madre. Las montañas temblaron y la nieve cayó en alud sobre los valles,
sepultándolos, el día que aquel tremendo ser vino al mundo.
Desde entonces llegaron los tiempos en los que el hijo de la Apagadora de Luces
dejaba su hogar y bajaba al pueblo para helarlo todo y vengar el destierro de su madre.
La oscuridad acechaba y se extendía cada vez más, cada día llegaba un poco más lejos,
acortando los días, las horas de luz, con un aire gélido que soplaba desde los bosques y
que presagiaba su llegada, con unas nubes grises que se desprendían de lo alto cubriendo
el cielo con un manto impenetrable que no dejaba pasar la luz del sol. A veces ni las
estrellas conseguían atravesar tanta negrura. El hijo de la Apagadora de Luces descendía
de las cumbres inaccesibles, siempre tocadas por sus dedos, blancas eternamente, de
hielo, y bajaba lento primero y apurado después, dándose prisa en completar su obra,
hasta llegar a los valles y los pueblos, cubriéndolo todo de su glacial congoja.
Página6
Los habitantes de aquel lugar, una semana antes, celebraban una fiesta llena de luz
y alegría, antes de que el sol se ocultara definitivamente durante largos meses. Así se
despedían de la luz y el calor.
Las gentes temían a aquel hijo fruto del frío, porque su hálito era muy parecido al
de la muerte, y si alguno topaba con él cara a cara, a la intemperie, moría
irremisiblemente, con las cejas y las pestañas congeladas, el último aliento condensado en
una mueca extraña entre los dientes, el cuerpo rígido, inerte.
Eran los días en los que mantenerse a cubierto, en los que las horas largas y
oscuras se paliaban con un fuego encendido, con candelas y linternas, con el calor
próximo de otros cuerpos que apenas si llegaban para aliviar tanta frialdad.
Ni siquiera las bestias y otras alimañas de los montes podían soportar la llegada de
aquel engendro helador. Los animales se ocultaban de su vista y procuraban refugio en las
entrañas de la tierra. Aquellos que lograban soportarlo también eran considerados
engendros del ser del frío y se huía de ellos.
Nadie podía evitar su llegada. Ni conjuros, hechizos u oraciones hacían mella en
aquella extraña criatura. Aquellos que sobrevivieron sus envites un año tras otro lo
llamaron Invierno, y aprendieron que tras él llegaba cada año un nuevo renacer, que el
Invierno se retiraba de nuevo a lo alto de las montañas y regresaba con la mujer que le
diera el ser. También se celebraba con una gran fiesta su marcha y los ancianos, mientras
esperaban ese momento, contaban una y otra vez, junto al fuego de los hogares, para
todo aquel que quisiera escucharles, la historia de aquella mujer que tuvo un hijo fruto del
frío y de un alma helada.
Esther Pardiñas
Utopías 8
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Nuestros hermosos vencidos
El año 1975 compré un libro que me llamó la atención antes por su título que por
su contenido. Se trataba de Los hermosos vencidos, del gran Leonard Cohen. Varios
meses después, en marzo del año 1976, cinco obreros murieron en Vitoria víctimas de la
represión franquista. Entonces, como si un resorte saltase dentro de mi mente, con el
alma rota por el dolor de los hermanos muertos y heridos, recordé el título de aquel libro,
y encontré en su nombre el nombre de tantos miles de españoles que sufrieron
persecución, cárcel, tortura y muerte durante el trágico periodo que la historia que
conocemos como Dictadura franquista. Y de eso quiero hablar hoy aquí, de nuestros
hermosos vencidos, todos ellos personificados en la figura de Marcos Ana.
En realidad todo lo que ahora voy a decir lo conocéis sobradamente, no en vano la
vida y obra, moral y solidaria, de Marcos Ana ha trascendido las fronteras de los hombres,
y quiero decir todas las fronteras y a todos los hombres. Recordad que estamos hablando
de la voz de un poeta que fue poeta porque antes fue hombre, y que habla de su vida con
la emoción de un bardo y con la pasión de un místico; que narra su existencia con la
modestia de un sabio y con la grandeza de un rebelde. Dice, refiriéndose a su padre: La
pobreza tiene un olor noble y honrado que se percibe desde la pobreza. Y a su madre,
Ana, a la que adora, la pinta con los rasgos más nobles y queridos. Hay unos versos en su
poesía, que parecen escritos a propósito de la memoria de su madre: Hoy hay madres que
rezan todavía/-miles de corazones prosternados-/por sus hijos en las sombras./Y otras
madres que luchan, golpean/ las puertas de la tierra,/ exigen a los hombres la muerte de
los muros.
Lo dice un hombre que estuvo en prisión 23 años, que cubría su miseria carcelaria
con los harapos de luz de sus palabras prodigiosas para iluminar de esperanza las
miserias de otros compañeros que, junto a él, padecieron injusticia, desesperanza, vida y
muerte. Visto desde la portentosa objetividad con la que el propio Marcos Ana valora su
cautiverio, es preciso destacar que nuestro poeta vivió 23 años de libertad. ¡Nadie más
libre! Los fascistas estaban encarcelados. Los guardianes y los verdugos eran los
verdaderos prisioneros: de su miedo, de su intolerancia, de su ignorancia, de su rabia, de
su odio, de su error. Nunca leeréis de la pluma de este hombre ni una palabra de rencor,
de venganza, de revancha. Él sabe perfectamente lo que dice. Escribe: La cultura es una
eterna alborotadora siempre renaciente e invencible. Ahí radica su fuerza, en su
superioridad moral, ética, cultural, ideológica. Posee, además, la capacidad delicada e
invisible de la resistencia, un don que otorga fuerza a los valientes y destreza para
sobrevivir a los cautos.
Marcos Ana. Este es el libro de un hombre. El relato de un hombre sencillo, que
confiesa que ha vivido con la sinceridad de un inocente, con la alegría de un niño, con la
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dureza de un ser que, temeroso, se enfrenta a su destino en las horas angustiosas de la
antesala de la capilla de los condenados a muerte.
Tengo ante mí un puñado de poemas de Diego San José ilustrados por Pepe
Robledano, con los que Marcos Ana compartió penalidades y horrores en Porlier. Cárcel de
Porlier. “Noche del 29 de abril de 1940, en cuya madrugada fue fusilado Pedro Luis
Gálvez”. Romance de Pedro Luis. Escribe Diego San José: Yo le he visto ir a la muerte/
con la sonrisa en los labios. / Yo he visto brillar sus ojos/con el último relámpago/de
vida/mientras los míos/se apagaban con el llanto. (…)Yo le he oído decir al borde/de la
tumba en que ya ha entrado: / “Yo que por mal de mi estrella / he sido en la vida un rayo
/ y allí donde he puesto el pie / los rencores han brotado, / sin rencores para nadie, / hoy
de la vida me marcho, / pidiendo que perdonen / a los que hubiera agraviado, / y quisiera
que esta fuera / (y a Dios habré de rogárselo) / la última sangre española / que se
empape en nuestros campos.
Pero dejadme que hable de Marcos Ana y de Burgos. De Burgos, del Arlanzón y de
Marcos Ana. De la vida de un poeta atrapado en el terrible Penal de Burgos, en el corazón
de la España fascista, en la fortaleza de la Capital de la Cruzada. Burgos. Alguna vez
habrá que reivindicar los nombres de estas ciudades mártires, de sus gentes, atrapadas
en ellas, que realizaron actos de heroísmo comparables a las acciones más temerarias de
de las trincheras de vanguardia. En las ciudades cabecera de los fascistas, Burgos,
Salamanca, Zaragoza, Sevilla, y otras muchas localidades, habitaban personas extrañadas
dentro de sí mismos, los famosos topos, y gentes en todo contrarias a la represión salvaje
ejercida por los gobernantes. Hay casos, gloriosos, de muchachas que se hacen pasar por
novias, hermanas y hasta por esposas de los presos, a la sazón perfectos desconocidos, y
los visitan a diario llevándoles alegría y un parco alimento, mientras arriesgan sus vidas
ofreciéndose de enlace, de correo, de nexo único con la exigua vida que alienta al otro
lado de los muros.
Permitidme que personalice mi intervención en dos mujeres: Florentina Villanueva y
Raquel Neira. El propio Marcos Ana nos recuerda, agradecido, la respuesta generosa de
varias familias de Burgos, que acogían a familiares de presos, llegados desde lejanos
puntos, durante los días que permanecían en la ciudad. En el libro Burgos, la ciudad
vivida, Raquel y Florentina nos narran sus vidas, y nos recuerdan las experiencias vividas
en el penal, cuando visitaban a Luis Alberto Quesada y a Melquisedec Rodríguez Chaos,
compañeros de prisión y amigos de Marcos Ana, a quien inexplicablemente, nos
olvidamos de mencionar en el precitado libro. Aunque nuestro olvido involuntario queda
subsanado, y superado con creces, en el relato que el propio Marcos Ana realiza en este
libro que ahora presentamos, Decidme cómo es un árbol.
Escribe nuestro querido autor: Fue en una celda de castigo donde inicié una
creación adolescente y temblorosa. Los amigos me pasaron lecturas, introduciendo en mi
petate unas hojas sueltas con poemas de Alberti, Neruda, Machado… Los leía y releía mil
veces. (…) Y, en aquel clima, comencé a escribir, o a construir memorizando, sin apenas
conocer la carpintería del poema, dejándome llevar por una cadencia musical que subía de
mí mismo. Fueron los días en que nació “La Aldaba”, tertulia de arte y literatura. Después,
tomando el nombre de la tertulia, crearon una revista y después otra, Muro. Unas líneas
más arriba he comentado que iba a hablar del río Arlanzón. En el poema De río a río,
Marcos Ana reúne algunos de sus grandes amores: Burgos, el Arlanzón, su lucha
incesante por la amnistía de todos los presos políticos y su gratitud hacia París, ciudad que
hermana con Burgos mediante las aguas poéticas del Sena. Este hermoso poema es el
preferido de Florentina Villanueva, que se declara fervorosa amante del Arlanzón:
Arlanzón, díselo al Sena. / Dile que en la Noche escuchas / mi soledad, mis cadenas. /
Háblale de mis hermanos, / vivos en tumbas de piedra. / Dile que escriba en los puentes /
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de su libertad mi pena. / Que su corazón me lleve. Que su corriente me extienda. / Que
en cada hoja del agua / el pueblo francés me lea. / Arlanzón, díselo al Sena.
Después, tras 23 años en cinco prisiones y dos condenas a muerte, llegó la libertad.
Lo más difícil fue la libertad, confiesa Marcos Ana. Bueno, la libertad y su relación con las
mujeres, como reconoce en numerosas ocasiones. Desde el relato de esas incertidumbres,
conocemos otro de los perfiles humanos del poeta; algo tímido y romántico, pero que
nunca trata de ocultar ese punto entre pícaro y canalla que tanto éxito le confiere en el
mundo femenino.
Y para Marcos Ana llega la vorágine, el reconocimiento, la vida que tantas veces la
vida le negó. El homenaje de bienvenida en la UNESCO, la carta de Pablo Neruda,
Inglaterra, la URSS, la visita a Elisabeth, reina madre de Bélgica. Y, pronto, el gran salto
al Caribe. Cuba, el Ché, Fidel… Vida Sender y vuestro hijo Marquitos. El viaje prosigue por
Brasil, Uruguay, Chile y Argentina. Y allí por donde pasa, su presencia provoca admiración
y respeto. Desde luego, nunca olvida a sus hermanos presos en España, y todos los
homenajes que le dispensan los comparte solidariamente con ellos. En Chile conoce a
Salvador Allende, entonces candidato a la Presidencia, y a su admirado maestro, Pablo
Neruda, que le recibe en su casa de Isla Negra. Regresa al Viejo Continente, y Europa le
reclama en mil sitios: Italia, Escandinavia… En Italia se produce, por fin, el encuentro con
Rafael Alberti y María Teresa León, a quienes tanto quiere.
Pero España es su objetivo final. La muerte del dictador, el 20 de noviembre de
1975, no supone “de facto”, el fin de la dictadura. Para vergüenza de todos los
demócratas, el dictador muere en una clínica, amparado bajo el manto de la Virgen del
Pilar y sin que la oposición logre sentarle ante un tribunal de justicia. El tirano muere
como ha vivido: matando. Su final, bendecido por la Santa Madre Iglesia, horroriza a los
demócratas del mundo civilizado. Miles de españoles mueren luchando contra la dictadura,
y algunos nombres han pasado a la historia de la resistencia: Julián Grimau, Rafael
Guijarro, Enrique Ruano, Salvador Puig Antich o Yolanda Gonzalez Martín. Todos ellos son
jóvenes demócratas que luchan contra la tiranía. Y todos ellos son ajusticiados a garrote
vil, arrojados desde ventanas de centros de detención, asesinados por miembros de la
extrema derecha o fusilados tras juicios sumarísimos.
Conocida fue la masacre de Vitoria -nos recuerda en su libro el propio Marcos Ana-.
El 3 de marzo de 1976 la Policía Armada rodeó unos mil trabajadores que estaban
celebrando una asamblea pacífica en una parroquia de Gasteiz. Fueron gaseados para
obligarles a salir y les balearon matando a cinco de ellos y causando numerosos heridos.
Sobre este triste episodio escribió Lluis Llach el hermoso oratorio Campanades a mort:
Campanadas a muerto lanzan un grito para la guerra de los tres hijos que han perdido las
tres campanas negras. / (…) ¿Quién cortó el aliento de aquellos cuerpos tan jóvenes sin
otro tesoro que la razón de los que lloran? / (…) Asesinos de razones y de vidas que nunca
tengáis reposo a lo largo de vuestras vidas y que en la muerte os persigan nuestras
memorias. / Asesinos, asesinos de razones, asesinos de vidas que nunca, nunca tengáis
reposo a lo largo de vuestros días y que en la muerte os persigan nuestras memorias,
memorias.
Los años de la Transición son terribles. Mientras los asesinos etarras centran sus
objetivos en militares, policías y Guardia Civil, entre los que realizan una carnicería
salvaje, grupos de extrema derecha, con la anuencia de poderes fácticos y residuales del
franquismo en descomposición, arremeten contra sindicalistas, socialistas, comunistas,
rojos y demócratas en general con una virulencia inusitada.
Los primeros días de enero de 1977 me instalé definitivamente en Madrid, aunque
seguía a caballo entre España y París. La parte final de esta historia comienza a escribirse
cuando, el día 3 de julio de 1976, Adolfo Suárez González, último ministro Secretario
General del Movimiento, alcanza la presidencia del Gobierno. Y entonces se producen dos
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hechos fundamentales en la historian reciente de España. El 9 de abril de 1977,
aprovechando las vacaciones de Semana Santa, Adolfo Suárez, respaldado por el Rey,
legalizó por fin el Partido Comunista de España. El otro acontecimiento fundamental
sucede unos días después: el 28 de abril del mismo año el sindicalismo, libre y
democrático, recupera la legalidad tras el negro paréntesis del franquismo. Dos meses
más tarde, el 15 de junio de 1977, se celebran las primeras elecciones libres desde 1936.
Marcos Ana pudo, por fin, gozar del Sábado Santo Rojo. Seguramente nunca como
en ese día sintió el peso de todo lo que quedaba por hacer. Había que construir una
España nueva, nada menos y todos éramos primerizos. Los recuerdos se agolpan en la
cabeza del poeta. ¡Tantos muertos! ¡Tantas luchas! No sé el tiempo que permanecí en ese
estado, como un sonámbulo, rodeado de mis viejos camaradas. Recuerdos. Su padre,
Marcos, su madre, Ana, sus hermanas, sus hermanos, la aldea de Ventosa del Río Almar,
la niñez… Su compañera, Vida, y su hijo Marquitos… Y… su poema, que da nombre a estas
Memorias: Decidme cómo es un árbol. / Decidme el canto del río / cuando se cubre de
pájaros. / Habladme del mar, habladme / del olor ancho del campo, / de las estrellas, del
aire.
Decidme vosotros, amigos, cómo es un hombre, y os hablaré de Marcos Ana.
Carlos de la Sierra
Colibrí-calamar
Página11
BUSH COOPER
(una historia del barrio Preservación)
En cualquiera otra época que no
fuera aquella de la posguerra donde le
tocó vivir, don Aquilino Mata podría haber
sido en la vida lo que hubiese querido.
Aunque la naturaleza fue tacaña con él en
lo físico, en cambio no vaciló a la hora de
dotarle de talento y habilidades. Su
sentido de la estética y una agilidad
manual poco comunes le darían fama
como profesional de la encuadernación y
cierto desahogo en lo económico. No
sería para menos, pues notarios,
registradores y eclesiásticos formaban
casi en exclusiva su clientela.
Al soltar la maleta, como solía
decirse entonces al morir una persona,
don Aquilino dejó el ejemplo de una leal
amistad, la lección de una vida dedicada
al trabajo y la hermosa realidad de su
literatura bajo el seudónimo de Bush
Cooper. Lo recordamos sus
desconsolados amigos con contenida
emoción en la cimera comida de
homenaje que celebramos en su honor, a
cuyos postres, el que suscribe, en
representación de la cuadrilla de los
Relámpagos, entregó al hijo del
desaparecido una placa de plata,
montada sobre elegante marco de cedro,
cuya leyenda decía: “A don Aquilino Mata
a título póstumo, de parte de “Los
Relámpagos”, con profundo
agradecimiento por el cariño y la amistad
que tan generosamente nos dispensó por
espacio de cuarenta años”.
Humanamente hablando, el final
de nuestro hombre no sobrevino
repentinamente. Si la Parca tuvo la
deferencia de advertirle que le llegaba el
turno inexorable, él acopió el coraje
necesario para estar a la altura de las
circunstancias y recibirla con la dignidad
de los fuertes. Quiere decirse que, con el
mismo rigor con que había venido
frecuentando los Siete Bares con sus
amigos durante tantos años, el elegido se
fue descuadrillando con meses de
antelación e incapacitándose para
completar aquel recorrido.
Aquella tarde, Juan, el camarero
del Encuentro, le dijo que los Relámpagos
acababan de marcharse. Si apuraba el
servicio de un trago, los alcanzaría en la
Armonía, pero don Aquilino Mata no se
inmutó. Por primera vez en muchos años
se sentía triste por preferir la soledad al
calor de sus amigos, y por atisbar tan
nítidamente su papel de protagonista en
la historia que se cernía sobre su cabeza
como un sencillo resumen final.
Llegado el momento culminante,
nuestro hombre rinde dócilmente su
despoblada testa y la deposita sobre uno
de los veladores del bar. Es decir, lejos
de rechazar a la Muerte o rebelarse
contra ella, la espera pacientemente para
cobijarse en su regazo como si se tratara
de su última amante, una madame Corine
enlutada y bellísima. Fiel a sus
costumbres y aficiones, cumplió con este
Página12
trámite final solemnizándolo con la
iniciativa de que sus dedos quedaran
fijados al vidrio del vaso que contenía el
rojo guinda que estaba bebiendo. En un
momento tan trascendente como aquél le
importaba poco que le tacharan de
borrachín aquellos que se acercaron a
auxiliarlo, y a quienes rogó que no
hicieran nada por evitar lo inevitable:
quería partir desde allí, amorrado contra
el mármol del velador, tal que si ensayara
unas cabezaditas como tenía por
costumbre en los últimos tiempos, en
tanto llegaban sus compinches.
En el transcurso de la reunión, los
amigos destacaríamos, sobre todo, su
devoción al morapio, recordando el
sonado lance protagonizado junto a Pepe
Rodales, otro miembro entrañable de la
cuadrilla, también desaparecido.
En un primer momento, cuando se
enteró de la muerte de su amigo, don
Aquilino no la dio por cierta. Y aunque
después contempló al interfecto,
amortajado y bien acomodado en el
féretro, se persuadió -¡tanto como lo
quería!-, de que aquella situación sólo era
extrema en apariencia, es decir, no más
que una broma de fin de semana, dada la
propensión a la chanza que reinaba en el
seno de la cuadrilla por aquel entonces.
Además don Aquilino barajaba a favor de
este parecer argumentos como que el
óbito había sobrevenido sin aviso previo
de enfermedad y que Pepe Rodales era el
más joven de los cuadrilleros. ¡Tantas
veces como, entre trago y trago, habían
bromeado sobre el particular! Establecido
el orden por razones de edad, Rodales
era el menos indicado para partir el
primero.
Así que se figuró que aquello era
una pantomima y que al día siguiente, de
madrugada, su compañero del alma
despertaría y se incorporaría para
cambiarse el traje negro que le habían
puesto para tan definitiva ocasión por el
buzo marrón con logotipo verde en la
pechera de la empresa de mudanzas en
la que trabajaba. Por eso, en el
transcurso de la visita que le hizo en la
casa de pompas fúnebres, “Matita”,
como le llamaba el presunto fallecido, le
ocultó una botella de vino entre el faldón
de la chaqueta, convencido de que se lo
agradecería a la hora de aliviarse del
reseco, día y medio después de
mortuoria inmovilización.
Pero desafortunadamente el
encuadernador hubo de convencerse de
que se había equivocado al descreer,
cuando, tras sacar a su amigo del coche
fúnebre para introducirlo en la iglesia, el
vino comenzó a derramarse sobre los
hombros de los empleados de la funeraria
que le transportaban. Entonces se afligió
de veras al corroborar que la muerte iba
en serio con Pepe Rodales, pues incluso
dormido, éste nunca habría consentido
que el vino cayera fuera de su propia
boca o fuera de la boca de sus amigos.
A don Aquilino, la afición por
escribir novelas del Oeste le entró en
torno a los cincuenta, durante una etapa
de zozobra personal, provocada por la
muerte de sus padres, el alejamiento del
único hijo y una úlcera de estómago que
se erigió en su compañera inseparable.
Entre unas cosas y otras, con tanto
zarandeo y achuchón, perdió el carácter
abierto y campechano que le
caracterizaba, y se volvió taciturno y
reconcentrado. ¿Recurrió a la literatura
violenta para apaciguar rencores y
vengar desengaños?
“Bush Cooper, queridos lectores, -
así comenzaba el reportaje que el diario
local le dedicó un fin de semana otoñal-,
¡asómbrense!, es el cinematográfico
seudónimo bajo el que esconde su
verdadera identidad para sacar a la luz
sus creaciones literarias un paisano
entrañable, un vecino modélico, un amigo
incondicional, al que ustedes habrán
saludado más de una vez y con el que, a
buen seguro, se habrán cruzado muchas
más en la calle: don Aquilino Mata.
“-Don Aquilino, ¿de dónde viene el
seudónimo de Bush Cooper?
Página13
“-Es evidente que trato de
testimoniar mi admiración a Gary Cooper
asociando su apellido con el mío, que, en
inglés, como usted sabe, corresponde a la
palabra Bush.
“-Diría usted entonces que los
protagonistas de sus libros deberían
evocar en los lectores la imagen de este
famoso actor?
“-Desde luego que sí. Admiro
sobremanera a Gary Cooper por su
sobriedad interpretativa y por su
majestuosa presencia. Ladd, Wayne o
Stewart no acaban de convencerme como
héroes. Tienen cara de buenos chicos y,
comparados con él, me parecen
segundones…”.
“Veintitantas novelas del Oeste
lleva escritas Bush Cooper. ¿Quién no ha
leído u oído hablar, al menos, de títulos
como “Bajo un sol justiciero” o “Cita en
Santa Fe”? Decenas de protagonistas
creados por nuestro entrevistado que,
caballeros andantes como don Quijote,
cabalgan sobre jamelgo con revólver al
cinto en lugar de lanza en ristre.
Cautivadores galanes a los que nuestro
fabulador los ofrece a sus lectores,
adornados con las virtudes del valor, la
abnegación y un sentido estricto de la
justicia. Sin duda, así era su admirado
actor americano. Y qué convincentes sus
modernas dulcineas, hermosas mujeres
de las que aquellos se enamoran y con
las que encaran riesgos, comparten
sueños y luchan a tiro limpio. Y si
aludimos a los “malos” ¡qué escalofrío
recorre nuestro cuerpo por culpa de la
atinada descripción! ¡Qué convenientes
adjetivos para presentarlos
personificando el mal en su estado más
depurado, y qué ajustados para arrancar
de nuestros sentimientos la más enérgica
repulsión! ¡Qué descanso, al fin, cuando
estos hombres vestidos generalmente de
negro, de descuidada barba y mirada
asesina, acaban pagando sus fechorías y
mordiendo el polvo!
“Don Aquilino Mata, que lleva a sus
espaldas o en su conciencia, vayan
ustedes a saber, centenares de muertos,
sonríe con sonrisa de bonachón cuando le
hablo de esto. Centenares de “malos”
eliminados valientemente en el saloom,
en medio de la calle polvorienta, o en la
pradera...
“-Don Aquilino o Bush Cooper, ¿no
cree que son demasiados muertos para
un hombre honrado?
“-No son demasiados, si todos
vinieron al mundo para hacer el mal.
-“Pero hablamos de personajes de
ficción.
“-No, señor. Hablamos de personas
de carne y hueso.
“-¿Lo dice usted en serio, señor
Mata?
“-Sí, señor.
“-¿Con tanto odio ha vivido usted?
“-No, señor. Yo siempre viví en paz
con Dios y con el prójimo.
“-Entonces ¿cómo se explica tanta
muerte?
“-Por mi deseo de justicia,
seguramente. En este mundo abunda la
maldad y la perversión. Usted como
periodista lo sabrá mejor.
“-Y Bush Cooper ha aprovechado
los héroes de sus historias y la rapidez de
sus pistolas para quitarlas de en medio...
“-A criminales y violadores. Sí,
señor.
“-Diríase que cada muerte de las
que abundan en sus argumentos viene a
representar la ejecución intencionada de
un asesino real...
“-Algo así.
“-Una forma muy peculiar y, desde
luego, estricta de impartir justicia.
“-Tratándose del Oeste, ya sabe
usted cómo funcionaban las cosas....”.
Los amigos y allegados, que se
sorprendieron y regocijaron porque el
periódico hubiera sacado a uno de los
nuestros y lo hubiera tratado como a un
gran personaje, se apresuraron a felicitar
entusiasmados al encuadernador por su
inesperada fama. Todos lo hicieron,
Página14
menos yo, Juan Crisóstomo de la Parte. El
silencio de este su servidor no se debía a
que se viera oscurecido en su calidad de
catedrático e historiador por la figura de
don Aquilino. Pensar que era envidioso
habría supuesto un insulto por
desconocer su talante pues, bajo ningún
concepto, ambicionaba la estridencia de
los medios ni las alharacas de la
notoriedad. Sencillamente no le pareció
acertado el reportaje y menos las
respuestas de un hombre de la calidad
humana de don Aquilino Mata, al que le
unían tantos vínculos felices después de
un trato asiduo de más de treinta años.
Es decir, desaprobaba que se hubiera
presentado públicamente como un vulgar
justiciero bajo su apariencia de asceta
menudo y vulnerable, cuya personalidad
acaso había terminado corrompiéndose
en el transcurso de su empresa literaria
por el principio de que uno siempre sale
transformado de todo proyecto que
acomete. Y si, como decía el periódico,
Bush Cooper había escrito tantas historias
de pistoleros, lo probable fuera que el
sentido práctico le empujara ya a resolver
sistemáticamente el mínimo conflicto con
la violencia, aunque fuera en el terreno
de la fabulación. “Después de un periodo
tan largo trajinando con el crimen,
sospecho que la conciencia la tiene
insensibilizada hasta el embrutecimiento.
¿No opina usted lo mismo?”, aventuró el
narrador en una larga conversación que
mantuvo sobre Bush Cooper y su
actividad literaria con el doctor Ferrón,
siquiatra del Hospicio y del Asilo, también
amigo y contertulio.
¿Hasta dónde podía haber llegado
el celebrado autor de “Desafío mortal”
por aquel camino del ojo por ojo?
El asunto era más grave de lo que parecía
a primera vista pues no sólo los criminales y
asesinos más famosos del país, como confesó
al periodista, habían sido barridos por el fuego
de sus pistolas, sino también (esto nunca saldría
del fondo de su alma) varios políticos y hombres
de negocios y alguna autoridad local y vecinos
del mismísimo barrio donde había
transcurrido toda su vida.
“Asesinar o matar, como queráis
llamarlo, me costó sobre todo con los tres
primeros. Y a partir de ahí la cosa resultó
cada vez más fácil.”, susurraría entre
dientes, en plan confidencial, un don
Aquilino metido de lleno en la refriega del
chateo. A través de esta sencilla
confesión, habría reconocido, sin un
punto de rubor ni rastro de emoción,
orgullo o prepotencia, su condición de
criminal y asesino en serie.
Siguiendo el rastro de esta
carnicería, cualquier habitante de la
ciudad podía haber sido el objetivo de
personajes tan malvados como Steve
Barry, Dennis Dungan, Gary Becker, etc.
¿Y cuántos de los conocidos del
encuadernador no llevaban en la
intención de éste los nombres de los
bandidos que asaltaban diligencias, que
atracaban bancos o que robaban ganado,
y que a la postre eran encarcelados o
abatidos? Acaso muchos de los que
pululaban por las calles de la ciudad,
absorbidos por sus afanes y obligaciones,
eran ya meras apariencias. Tal vez la
ciudad toda fuera ya un ejército de
fantasmas, incluida la cuadrilla de
bebedores con los que el escritor se
mezclaba y departía a diario. Es decir,
quién sabe si alguien que vivía en el
mundo de Bush Cooper seguía siendo de
carne y hueso o, por el contario, formaba
ya parte de una exótica nomenclatura,
diseminada por las páginas de novelas
baratas en razón a su capricho
exterminador.
Pero aún hay más. Qué frutos del
mal no habríamos podido descubrir con
horror, si un imposible nos hubiera
permitido husmear por entre los foscos e
intrincados breñales de la mente del
encuadernador novelista. Qué de
espeluznante no habríamos contemplado
Página15
si aquel mismo imposible nos hubiera
conducido por la vasta y sofocante
atmósfera del corazón amigo. Sobre la
arena de aquel desierto que no permitía
ya asomo de vida, habría distinguido el
mismísimo esqueleto reseco de la esposa
del escritor.
En efecto, doña Elvira había sido
liquidada tras un absurdo rifirrafe de los
que surgen a menudo en el seno de toda
pareja, aunque esto nunca lo adivinarían
los lectores de Bush Cooper. Pues bien, la
esposa es la viandante enlutada que pasa
con la cesta de la compra en el preciso
instante en que el “bueno” de “Desafío
Mortal” hace recular al “malo” tras
expulsarlo del saloom. La buena mujer se
desploma inesperadamente sobre la
tarima del soportal cuando el “malo”
dispara y huye segundos antes de que
acabe sus días despatarrado sobre la
calle desierta. No resulta fuera de lugar la
existencia de víctimas colaterales en este
duelo terminal pues es el más
encarnizado con que Bush Cooper remató
uno de sus argumentos. Si uno repara
detenidamente en este pasaje, es cierto
que el novelista concede a esta víctima
inocente una desproporcionada
importancia cuando escribe: “El negro
rebujo de la desgraciada ama de casa
quedó tendido sobre las carcomidas
tablas. Los dos perros de Teddy, el
vagabundo, se acercaron a husmear la
cesta y acabaron llevándose sendas
longanizas, mientras el pelotón de
curiosos seguía a Steve Barry por ver el
momento en que acabaría con su
enemigo”. Ya se alejaban los dos canes
con los embutidos cuando: “Steve se
acercó al cuerpo de Duncan apuntando
todavía con los revólveres humeantes.
Con la punta de la bota levantó la cabeza
del moribundo y una fría sonrisa se
insinuó en sus delgados labios al
contemplar el rostro agonizante.
Entonces sus armas tornaron a la negras
fundas claveteadas de plata, y el sol del
mediodía arrancó un fugaz destello al
hilillo rojo que brotaba de la comisura del
muerto”.
Y sin embargo, de puertas afuera
cuánto no lloró don Aquilino a su amada
esposa. Aquellos años que le precedió en
la partida fueron para él años de
tristísima añoranza. Misas por su alma no
faltaron y las visitas al cementerio se
convirtieron en una costumbre que
probaba ante todo aquel que lo conocía el
gran amor que había profesado a su
contraria.
Para justificar pueriles dislates,
impropios de un hombre respetable; para
que Elvira le perdonara las frías actitudes
que intermediaron entre ambos por culpa
suya, a veces (debía reconocerlo) con
grave peligro para la integridad de la vida
conyugal, don Aquilino vaciaba cada
tarde su corazón sobre la tumba a modo
de ejercicio expiatorio. Es decir, acababa
abriendo a su difunta las puertas que
nunca le había abierto, y así le confesó
que la había asesinado prematuramente
para convertirla en literatura. “Debes
comprender que yo tenía que vivir. Me
sentía tan frustrado en lo personal no
siendo amado. Tan a desmano me veía
de todo afecto que, para sobrevivir,
sucumbí a la tentación de las
posibilidades que me brindaban los
sueños”. Por este camino se fue
apartando, fue dejando de lado la
existencia anodina a la que la familia le
sometía y rechazó el anónimo papel que
el círculo de amigos le había asignado.
Por todo esto tuvo que traicionar a unos y
a otros disfrazándose de cawboy y
pasear con deliberada insolencia su
palmito de pistolero: cara pálida y mirada
penetrante, aureolada por una sed
insaciable de acabar con el mal.
Pero mucho antes del asesinato,
ya reinaba el desamor en el seno de la
pareja. El punto culminante de este
proceso quedaría marcado en los anales
del corazón de nuestro protagonista la
tarde en que él y Pepe Rodales se
cruzaron casualmente en la estación del
ferrocarril con madame Corine, la dueña
del Gato Negro. Hasta allí solían alargar
su paseo algunas tardes por la curiosidad
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de ver quiénes llegaban y quiénes se iban
de la ciudad. Liberado de todo
compromiso sentimental como se creía,
empezó a darse vehemente a la devoción
de la pelandusca. No pudo evitarlo. La
fuerza de la pasión pudo más que su
decencia. “Esa es”, le dijo su
acompañante que, por privilegio de
soltería, había visitado el prostíbulo que
la dama regentaba. “¡Esa es madame
Corine, amigo Matita!”, le había insistido
en un susurro nervioso y emocionado
mientras le clavaba los dedos en el
antebrazo. De modo que aquel primor de
mujer encarnaba a la famosa
dispensadora del pecado más cometido
por salidos y priápicos, suspiró en sus
adentros don Aquilino aquel atardecer
febrerino que no invitaba precisamente al
romanticismo, en tanto la bella se
contoneaba insinuante por el amplio
vestíbulo. Prisionero quedó ya de la grácil
silueta y de aquel rostro, todo carmín y
afeites, resaltado por el suave contorno
de una graciosa capucha de visón.
A partir de aquel instante, don
Aquilino Mata se cobraría la deuda que,
en su opinión, el amor debía pagarle,
viviendo de la devoción de aquella
Afrodita y convirtiéndola en todas y cada
una de las novias y amantes de sus
protagonistas. El amor le impulsaba a
compartir con ella la gloria y la
inmortalidad de sus creaciones.
Félix J. Alonso Camarero
Burbujas11
Burbujaspic11
Doscabezas
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NADERÍAS: Elena Arroyo
Ocurre que Elena Arroyo camina
esta mañana con cierta pesadumbre:
tiene fiebre, los ojos húmedos, y no le
abandona el dolor que se ha detenido en
los riñones. Pero su malestar no le impide
una mañana más caminar por la avenida
de los Reyes Católicos para cumplir la
tarea de limpiar el piso que la espera. Yo,
voy a su lado, llevo en la mano la bolsa
que pertenece a Elena. Contiene los
efectos de la compra: tomates, media
docena de huevos y un cuarto de carne
para el cocido.
Elena Arroyo es viuda, y su único
hijo está en la cárcel. Es de estatura
mediana, cara rellena, casi redonda, de
piel fina y morena. Sus ojos si no
lagrimean como ocurre esta mañana, son
de color de avellana. Lleva un abrigo de
paño, de un gris descolorido, una bufanda
de lana gruesa, alrededor de la garganta,
y el pelo encanecido, recogido en un
moño, sujetado con una cinta roja. Como
si fuera un capricho, luce un lunar en la
mejilla derecha. Tiene 58 años.
Tres días antes de este encuentro,
los dos estábamos sentados en una
cafetería, y no llegaba a creerse que
hubiese ido a buscarla para interesarme
por ella. “Es la primera vez que me
ocurre, y no lo termino de creer. Mi vida
ha tenido y tiene problemas, ¿quién no
los tiene en esta vida? Y son tristes,
mejor no moverlos. Pero es otra persona
la que te conviene para hacer realidad lo
que deseas”. La he propuesto
acompañarla en su trabajo una mañana.
Hace años que la conozco. Elena acudía a
limpiar nuestro piso, cuando mi padre
todavía vivía.
Lo piensa, no se decide, pero al
fin, por gratitud, decide satisfacer mi
deseo.
Por eso, caminamos juntos, uno al
lado del otro, en silencio, recibiendo el
viento frío, húmedo, en esta mañana de
noviembre, bajo un cielo invernizo que
amenaza lluvia, lejos de los días, cálidos,
luminosos de verano que me parecen una
veleidad de la memoria.
El piso es el sexto, A o B, no
recuerdo, del número 18 de la avenida de
los Reyes Católicos. Es amplio, luminoso,
decorado con esa sencillez que revela
criterio y gusto. Mientras Elena se ocupa
de poner en orden la cocina, yo
aprovecho para recorrer los cuartos,
todos pintados de color malva enfermizo
que parece desprender una luz que se
agradece. Me quedo en el salón, donde la
mirada se detiene con asombro en el
armario acristalado: contiene una
colección de cerámica en la que destacan
esculturas de arte africano y una vasija
ceremonial. Las esculturas son dos
cabezas de barro ensombrecido con
manchas faciales, cuya belleza desprende
serenidad, calma, una cierta paz
espiritual, diría yo.
La luz desvanecida entra por el
amplio ventanal, una luz que parece
temblar cuando acaricia los rostros
apacibles y serenos de las dos cabezas.
Siento que floto en un tiempo lejano y me
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dejo llevar por el silencio y la quietud de
la hora.
En la pared, frente al armario,
contemplo un paisaje a espátula
excelente. Tierras ásperas, duras,
agrietadas, sembradas de aves, sienas
tostados y un gris verdoso admirable. Es
de Modesto Ciruelos, y revela la calidad
de pintor que era.
“José Antonio, ven al dormitorio,
me dice Elena, casi gritando. Mira esto”.
Veo la cama deshecha, sábanas azules
arrugadas por el suelo, la almohada
doblada. En la mesilla una caja de
preservativos abierta. Al pie de la cama
una botella de ginebra vacía, botes de
Coca-Cola y un cenicero rebosante de
colillas. En realidad, parece que un ladrón
hubiese saqueado el cuarto, dejando
algunos cajones de la cómoda abiertos y
otros cerrados. Encima de la cómoda hay
una fotografía con marco de cuero de una
mujer joven, de apacible y cálida belleza.
“Claro, cómo va a casarse, si cuando
necesita compañía la encuentra”, dice
Elena que parece hablar para ella misma,
como si estuviera sola.
Elena ha limpiado con prisas en
parte por mí, en parte por culpa de la
gripe. Ahora plancha el pantalón del
señor, porque en este piso vive sólo un
señor que se comunica con Elena por
medio de notas que deja encima de la
vitro. “Nunca me da los recados por el
móvil, ¿qué te parece? ¿No sería más
sencillo? Pues no, siempre las notitas.
“Pláncheme el pantalón y la camisa de
rayas que he dejado en el sillón del
cuarto de estar”. A veces también Elena
le deja mensajes: “Mañana no podré
venir. Tengo fiebre”, escribe delante de
mí en una hoja del block que ha sacado
del bolso trasero del pantalón vaquero.
Al fin, ha terminado la labor.
Pálida, ojerosa, con aspecto abatido, se
echa de golpe sobre el sillón de pana de
color de miel. “Me encuentro cansada.
Algunas mañanas, sin el malestar que
hoy tengo, me sucede lo mismo.
Entonces me siento aquí, cierro los ojos y
dejo pasar el tiempo, vencida por la
impresión de que no voy a ninguna parte,
como si estuviera de paso y me he
sentado a descansar, para luego seguir
caminando”. No te miento José Antonio,
si te confieso que ciertas mañanas
escucho la voz de mi madre y sus
constantes consejos. “En mi familia todos
éramos muy habladores, algunos como
mi padre, charlatanes, aunque con largas
y malhumoradas rachas de silencio. Mi
madre era la más callada, parecía
guardar para sí sus pensamientos, pero
cuando decía, decía bien. Y llegaban los
consejos: Elena, sigue adelante, no
pierdas nunca la esperanza. Sé honesta y
honrada, Habla lo necesario y no cuentes
intimidades a quien lo las merece. Piensa
y luego obras, no al revés. No te fíes de
los hombres, van a lo suyo y son
enredadores”. Y así con frases y
sentencias, la mujer creía hacerme bien y
prepararme para enfrentarme a la vida”.
Yo tenía quince años. Trabajaba de
recadera en la Panificadora Burgalesa.
Ganaba 20 pesetas a la semana.
-Y ahora, ¿qué días trabajas?
-Lunes, miércoles y jueves limpio y
cocino en uno de los pisos. El viernes
trabajo de tarde. No me cortarán la luz,
espero.
-La soledad, ¿convives bien con
ella?
-¡Oh! He vivido tantos años sola
que estoy habituada. No me causa
molestias. Durante días enteros en los
que no hago nada más que trabajar, me
siento dulcemente arropada por una
apacible satisfacción. Luego me sirvo de
estrategias. Pienso en mi marido. Murió
hace catorce años. De repente. Un paro
cardiaco. Era un buen hombre, a veces
vehemente, impulsivo, pero nunca
violento. Lo cierto es que todavía le
recuerdo. Me dejó una pena, que en
ocasiones brota. Volví a trabajar,
teníamos deudas, llamé a algunas
puertas, que no me abrieron. Conocí
momentos duros, pero poco a poco voy
saliendo del pozo”. Y se queda unos
instantes replegada en sí misma, como si
le rozara el lado oscuro e incomprensible
Página19
de la vida, desde cuyo silencio me
contempla ahora.
De pronto, sonríe. Sus ojos cobran
vida, y me dice: Y si necesito compañía,
subo a ver a Amelia, que vive en el
segundo piso de esta casa. Es ocurrente,
graciosa y divertida. Es dos años más
joven que yo. Ayer, me confiesa: “Elena,
voy a buscar a un hombre de mi edad,
para que haga las labores de casa y sepa
cocinar. Estoy harta de trabajar y si
quiere algo más…, se lo tiene que ganar,
¿no te parece? Claro, mujer, que duerma
debajo de tu cama y el día que cumpla
con la labor y tú, acostada, sientas de
noche “calentura”, le dices que suba
arriba”. Por primera vez se ríe
abiertamente, echa la cabeza hacia atrás
y el rostro parece que se estira para
mostrar las huellas que el tiempo dela al
pasar.
-¿Qué apartarías de tu vida? –le
pregunto de pronto.
La pregunta la coge desprevenida.
Duda unos instantes antes de contestar:
“Seguro que piensas que muchas cosas.
No señor. Soy una mujer sencilla que no
hace aspavientos a la vida. Me conformo
con lo que tengo. No pido más. Salud,
trabajo y, especialmente, quiero que mi
hijo salga de la cárcel, encuentre trabajo,
forme un hogar y me dé algún nieto.
¡Oh!, sí, éste me haría feliz.
-¿Te volverías a casar?
-¡Qué cosas me preguntas! ¿Para
qué? Para que otro señor me tenga de
asistenta. Ya he tenido bastante. A mi
edad ya no me queda tiempo ni llega eso
que llamamos amor. Es muy complicado.
Te llena la cabeza de ilusiones, de
fantasías que has metido en tu cabecita
de ratón. Le imaginas como tú quieres y
luego llega la realidad y todo lo
desmorona.
Salimos a la avenida de Reyes
Católicos. Elena avanza con cierta
pesadez, le falta el aliento. “Voy a
meterme en la cama en cuanto llegue a
casa”. Sopla un viento frío y húmedo. A
esta hora la avenida aparece
prácticamente desierta. En un instante
siento el impulso de retener entre mis
manos la mano de Elena, expresar sin
palabras mi gratitud por los momentos
que he compartido con ella. Me reprimo,
mirando el cielo, cuya tonalidad me
enfría, un telón gris oscuro donde la
mirada no encuentra consuelo.
Llegamos a la plaza del monasterio
de san Juan. Pienso que es hora de
despedirse. “Elena, ha sido un placer”.
“Lo mismo digo”. Me abraza emocionada
y yo aprovecho para introducir un billete
en el bolso de su abrigo.
Son las dos y media cuando llego a
casa. Vacía. Silenciosa. Pura soledad. La
luz que bordea la cortina ahora es más
intensa. Una luz que de algún modo es
más clara, parece vivir dentro de sí
misma a medida que se afianza.
La quietud, el sosiego, que me
rodea, me devuelve al piso que he
conocido esta mañana. Y vuelvo a ver a
Elena trajinando y poniendo en orden la
casa: La “pequeña” Elena, de 58 años, en
la que pienso ahora. Y me digo: Adiós,
Elena. No puedo recoger aquí todo lo que
me dijiste. Pero nada me impide
recuperar la dulzura de tu rostro, el
milagro de tu sonrisa, la voluntad que te
mantiene viva, tu energía y tu esperanza.
Lo guardaré en algún lugar de este
corazón solitario, lo guardaré como una
deuda secreta y me alegra pensar que
nunca podré pagarla.
J. A. Martínez Gutiérrez, “Guti”
Burbujas 9
Página20
NewPanting1
Página21
Coloquios fraternos con tintes de memoria
Le ofrecí dos opciones para
vestirse de vida durante fiesta local tan
señalada.
–¿Dónde quieres que te lleve,
mamá, al barrio de Huelgas o de visita al
cementerio?
Mi madre me miró con ribetes de
perplejidad, y cierto escepticismo, entre
las escasas arrugas de su frente, pues, a
pesar de ser mujer con noventa y dos
años sobre chepa, todavía cree que las
aguas de los ríos se embalsan, con tono
esdrújulo, en los pántanos; y, sobre todo,
asevera que las albóndigas tienen mejor
textura si se les llaman almóndigas. No
obstante posee una mente lúcida, una
gracia con la que todavía bien-sazona los
guisos y, dicho sea de paso, tiene algún
callo en el pie de la orilla que le atenúa el
ritmo de su paso. Su corazón mantiene la
métrica de la risa y el color de la bondad.
–Ya no estoy para algunos trotes,
hijo –me respondió. Y después, sumida
en su pensamiento, extrajo la siguiente
conclusión–. El simulacro festivo de las
Huelgas nunca me atrajo, pues, a pesar
de mi profunda religiosidad y ser devota
de san Amaro, me espanta tanto boato y
enseñanza bajo palio en el Curpillos.
Además, en tal evento, nunca logré
distinguir, entre tantos estandartes y
brillos de medallas, al famoso pendón...,
ese que dicen de las Navas. A mí lo que
me gustaba era la tortilla de patata en el
Parral, cuando echábamos huevos
frescos, de gallinas de verdad, y no esa
porquería química que ponen ahora,
dicen por ahí, para bien cuajar la
patata...
–Bueno, mamá, eso se hace para
combatir la salmonelosis...
–Limón, hijo..., un chorrito al batir
los huevos... Pero lo que más me gustaba
durante la gira en el Parral era los bailes
a la tarde... Comenzábamos con un
pasodoble y terminábamos con la jota
¡Qué bien me llevaba tu padre!
–Sí... Erais buenos bailarines..., a
lo antiguo.
–No me lleves al Curpillos...
Llévame de visita al cementerio, hijo,
aunque hoy no haya comprado flores...
–Hartas compraste para la vida –le
respondí.
El día se presentaba con augurios
de calor, eso que todavía no era cuarenta
de mayo; incluso se preveían tormentas
vespertinas.
Entramos al recinto en el que se
cruzan los caminos de los cielos y las
veredas de los infiernos. Las sendas del
purgatorio y los recodos del limbo ya no
se distinguen, eso que todo el entorno
semeja un jardín de serenidad y pulcritud
que nos invitó a sentarnos bajo las ramas
de una morera, donde el descanso para
las piernas ancianas era límpido, el
frescor de su sombra liberase mi
pensamiento y éste compusiera un haiku
a los trinos de cada ave...
Página22
–Compondré un soneto dedicado a
esa figura tan singular que muestran los
cipreses –le dije a mi madre–. Fíjate en
ellos, que poda tan singular lucen: bien
perfilados por abajo y con desarrollo libre
por las copas, como si quienes los
podaron no alcanzasen las alturas –y
concluí–. Me recuerdan a esos jóvenes
que se rapan hasta la raya imaginaria
detrás de sus orejas y dejan al soberano
albedrío la parte superior de sus
cabelleras; o, cómo no: también me
evocan la testa de aquellos frailes que
les cortaban el pelo con un cazuelo sobre
la cabeza..., para no perder línea.
–Se lo trasquilaban siguiendo la
guía con un orinal; nunca con una
cacerola –corrigió mi madre; y concluyó–.
Mientras poetizas entraré en la capilla y
encenderé unas velas.
La idea de encender hachones
desató mi intolerancia y le dije, con
marcada sorna, que no era necesario
encender cirios, que el día estaba muy
claro, y que con lo que echase en el
cepillo bien podíamos tomarnos unos
mostos acompañados de aceitunas.
–No te preocupes, hijo; nos
tomaremos unos marianitos y pagarás
tú... Acompañados de patatas fritas, que
no es tiempo de gambas a la plancha;
además, el bar Juanjo ya no está en la
calle de san Cosme. Y ni sueñes que te
lleve a la cantina del Patillas, que no
tienes sitio para aparcar ese cochazo que
te has comprado... Que bien en aquellos
tiempos, cuando me llevaba tu padre
sobre el trasportín de la bicicleta, así, al
estilo de las amazonas, igual que cuando
salíamos a caballo, haciendo sonar los
cascabeles de sus colleras, el día de san
Isidro.
Colgada de mi brazo paseamos
entre la serenidad de las tumbas,
escuchando el silencio, sólo quebrado por
los cánticos de los pájaros y el continuo
acoso de un cuco, señal ésta inequívoca
de que los huevos de algún nido iban a
perder su naturaleza para sufrir la
intrusión de ave tan cuca...
–O de que tronará esta tarde... –
adivinó el pensamiento de mis puntos
suspensivos.
–¡Cuánta concordia! –exclamé; y,
ante el silencio de mi madre, bien
cargado de recuerdos que ahora asentaba
sobre mi brazo, pensé–: cuántas
historias, todavía por escribir, bajo tanta
losa con los nombres de quienes llenaron
de anonimato las cunetas.
La ostentación pétrea, resaltada
con ideas marmóreas y plurales
arquitecturas, se luce con los apellidos
solemnes de quienes duermen el sueño
sin fin.
De nuevo traté de sacarle la voz:
–¿Crees, mamá, que algunos de
los que aquí yacen se hicieron enterrar
con sus riquezas, al estilo de los
faraones?
–No; posiblemente la materia ya
estará podrida; no así los secretos y
artimañas de las almas que les hicieron
ricos –y bajando la voz, tal vez por
tradición necrológica, señaló uno de
aquellos panteones y me dijo–: Aquél,
durante los tiempos de estraperlo,
arbitraba sobre abastos y consumos;
vivía al tanto de todos los trasiegos en la
alhóndiga, y cuando no, inspeccionaba los
muros traseros de los fielatos,
productivos éstos de vez en cuando.
–¿Estás segura, mamá?
–Tanto como que tengo más años
que tú, hijo; así que te llevo ventaja –
señaló la insignificancia de una lápida y
afirmó, con orgullo–. Esa es la del
coadjutor que se quitaba sus botas, o
sacaba las mantas de su casa y abría los
cepillos para repartir entre los pobres... El
párroco lo regañaba, decían los
feligreses, incluso se cree que en cierta
ocasión lo zarandeó por repartir los
bienes del templo entre los hambrientos.
Junto a un saúco que comenzaba a
desprender sus aromas, ambos
recuperamos los tiempos de recogida de
Página23
sus flores y vimos la misma imagen en
nuestra memoria: la abuela Margarita
cortando los racimos floreados, los
colgaba hacia abajo para que se secasen
en la oscuridad del desván y después,
con toda la fe de la costumbre, preparaba
infusiones con las que lavaba nuestros
ojos.
Pasamos junto al descanso eterno
de Félix, alias el almendrero o el peluso,
y ambos sonreímos ante el recuerdo de
su odisea personal con un sargento
chusquero. Éste lo quiso denunciar
porque aquél nombraba Fabiola a una
borrica con la que transitaba por la
ciudad; eran tiempos de Balduino. El
milico de los galones dorados aseguraba
que era un escándalo social nombrar así a
una borriquilla. El almendrero, echado
hacia delante sobre la vara izquierda del
carro, miró hacia la ribera derecha del
río, sobre la que se armaba el tinglado
conmemorativo de los veinticinco años de
paz y respondió, con la entereza de su
figura menuda, que para él era más
escandaloso un desfile militar.
–Y en que concluyó la disputa –
pregunté.
–En la paz impuesta, hijo. Como el
almendrero tenía un tío en la curia y ésta
ostentaba buenas relaciones con la
milicia, entre ambas llegaron al acuerdo
de que tan inmoral sobrino se
comprometiese a comulgar durante
nueve primeros viernes de mes,
seguidos; y todo para que tan díscolo
pariente obtuviese la salvación de su
alma y librara del calabozo a su cuerpo...
Dice la gente que cuando el almendrero
agonizaba, muchos años después, invocó
la presencia de su borriquilla: –Fabiola...
Fabiola.
–Cuanta paz para pensar, aquí,
entre los cipreses –recalqué.
–Sí, hijo; es lo que tiene recuperar
memorias. Mira... ¿Ves aquella humilde
tumba, protegida con reja de hierro
forjado, sobre la que siempre hay flores
silvestres? En ella descansa la Sabina,
aquella viuda vestida siempre de luto,
cabizbaja, que recogía las pizcas de
carbón caídas sobre las vías del
Santander-Mediterráneo; sí, recuerda,
aquellas miserias incandescentes que se
desprendían de las locomotoras... Una
vez se encontró un par de briquetas que
se habían caído de algún ténder. La
alegría del calor llenó su covacha, allí,
junto al arroyo de Cardeña... Pobre
mujer. Cuando el fogón enrojecía llegó la
autoridad y la acusó de robar carbón. Al
poco tiempo de salir de la mazmorra la
arrolló un tren procedente de Calatayud.
A sus tres criaturas las acogieron en el
hospicio.
–¿Quién le pone flores frescas?
–No se sabe, hijo. Dicen que es un
viejo enterrador añorante de la paz. Las
beatas del barrio de san Pedro aseguran
que es un acto milagroso; y los contrarios
a las teorías prodigiosas afirman que se
las pone su ángel de la guarda,
remordido hasta las alas, por no
protegerla durante fatídico día... Pero,
éste también es un dato portentoso...
¿No te parece?
Como entiendo tan poco de tales
actos me callé, igual que cuando oigo
hablar de fútbol.
Llegamos a la humilde tumba
familiar y callamos. Mientras mi madre
murmuraba alguna oración yo releía los
nombres de mis ancestros e imaginaba
sus raíces, porque las memorias ponen
vida.
De pronto mi madre soltó una
risita. Yo sabía qué le hacía reír, pero ella
lo recordó con esa gracia que le
caracteriza.
–Vaya hato de cabras, tu padre y
sus amigos... En aquellos tiempos de
cerrazón, cuando estaba prohibido que la
ciudadanía pasease en mangas de camisa
por el Espolón... Ellos, en protesta, se
fueron a la plaza de La Flora. La noche
era benigna, de las pocas que la
climatología regala a la ciudad; el calor
era sofocante. Allí, ante la soledad de la
madrugada, se desnudaron para bañarse
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en la pileta, todos en cueros bajo los
caños de agua, ante los regocijados ojos
de la dama de piedra. Ellos, razonadores
de taberna, aseguraban que si tan
hermosa dama podía exhibir sus senos
desnudos... ¿Por qué no iban a poder
bañar ellos las purezas de sus pellejos?
Pero he ahí que, cuando los chorros de
agua purificaban todos los sudores, se
presentó el Aproniano clamando justicia
mientras blandía su chuzo al estilo
Quijote, como era de razón en cualquier
sereno riguroso.
–¿Qué sanción les puso?
–Allí le iban a esperar... Salieron
todos corriendo, desnudos y con la ropa
bajo el brazo, hacia las partes altas y
oscuras de la ciudad, donde nunca
llegaban los faroleros porque no tenían
nada que encender –mi madre se rió de
nuevo y concluyó–. Al día siguiente lo
celebraron con el propio sereno mientras
tomaban unos chatos de vino en la
taberna del Piriri.
Entre las tenues risas que nos
dimos surgió mi voz, tal coletilla de un
fin: –Cuánta paz se respira aquí...
–Es natural, hijo... En este lugar
todos están muertos.
A medida que nuestros pasos se
dirigían hacia la salida noté que mi madre
hurgaba en su monedero.
–¿No pensarás encender otra vela?
–pregunté.
–Ésta es para que La Flora perdone
a tu padre y sus amigos, que en paz
descansen todos.
Mamá... A quienes tiene que
perdonar La Flora es a los que prohibían
pasear en mangas de camisa por el
Espolón...
No obstante, igual que les pasa a
muchos burgaleses al transitar por la
ciudad sin observarla, yo acudí por la
tarde a comprobar que la dama de tan
sonada fuente tenía descubiertos sus
senos ¿Era posible, después de tantos
años paseando por su plaza, que no me
hubiese fijado en la belleza de mujer tan
popular, o no recordase haberla
admirado?
Luis Carlos Blanco Izquierdo
Ballena
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Guantes
Dije: te vas a olvidar de mí.
Cuando regreses a tu país no seré más
que una mancha borrosa en tu vida.
Pensé que a mí a veces me costaba
recordar cómo era su rostro cuando
pasaban varias semanas sin vernos y que
quizá me había puesto un pelín
dramática. Así que rápidamente añadí: yo
también terminaré por olvidarte, no te
creas (aunque en ese momento me
pareciese algo improbable). Como
siempre que no conseguía dormir, me
levanté y fui a fumar a la ventana. La
tiritona del cigarro era evidente pese a
los esfuerzos que hacía por controlar mi
temblor de manos. Él me escuchaba en
silencio desde la cama, expectante, como
si estuviese contemplando una obra de
teatro o una película. Dije: se me va a
hacer extraño no verte sentado en el
suelo meditando (si bien aún me seguía
pareciendo una excentricidad esa afición
suya por colocarse en posición de loto
apenas clareaba el día). Él dijo: yo
también voy a echar de menos muchas
cosas tuyas. ¿Por ejemplo?, pregunté. Y
él respondió: tu sonrisa y tus mamadas.
Aseguró que jamás le habían chupado la
polla tan bien como yo; según matizó,
poseía un don especial para ello. Le di las
gracias por el cumplido con una media
sonrisa y, no sé por qué, se lo devolví
declarando que a mí también me
encantaba tener su aceitunado pene
oriental en mi boca. No se conformó con
eso. Quiso saber entonces si me gustaba
chupar pollas en general o si era sólo la
suya la que me provocaba ese placer. Le
dije lo que quería oír. Luego separó la
sábana de su cuerpo y me pidió que se lo
demostrara de nuevo. Y eso hice,
convencida de que quizá era el único
modo de abrirme un hueco en su
memoria. Me vino a la mente mi amiga
Lourdes, cuando éramos adolescentes y
nos contaba que todas las pollas sabían
igual. Ella ya lo había comprobado en su
pueblo durante los meses de verano. Las
demás solíamos reír, alteradas y curiosas,
ante aquellas confidencias. A mí su sabor
me daba lo mismo (aunque eso
significase darle la razón a la idiota de
Lourdes), lo que realmente me atraía de
aquel pene era su aspecto pardusco y
nervudo, como si fuera la rama de un
poderoso árbol. Y el olor, un olor que no
había encontrado en ningún otro hombre,
y donde se mezclaba el aroma del
incienso y el de una pescadería. Le chupé
la polla por última vez con el afán de
quien se está jugando su paso a la
posteridad. Cuando terminé, me tumbé
de nuevo a su lado. Dije: nadie me ha
chuleado jamás de esta manera. Y lo dije
en español. Después de un rato en
silencio me preguntó qué significaba eso.
Le expliqué que “chulear a alguien” era
precisamente lo que él había hecho
conmigo: ese ahora sí, ahora no, crear
expectativas y después nada. Aparecer,
follar, desaparecer, y así durante dos
años. Él se rio y me explicó cuál era la
expresión que se utilizaba para decir eso
en inglés. No presté atención. Yo seguía
mirándolo y preguntándome cómo era
posible que aquel indio esmirriado me
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hubiera podido chulear así a mí. Dije:
seguro que en tu país te estará
esperando alguna chica. Mi amiga Lisa
me había contado que muchos de los
hindúes que venían a estudiar a
Inglaterra pertenecían a familias ricas, y
que a su vuelta, una vez obtenido su
título universitario, tenían preparada la
boda y un puesto en el consejo de
administración de alguna empresa
familiar. No te enganches con ninguno,
me advirtió. Y de puertas para fuera
parecía así. Ni Lisa ni las demás
sospechaban nada, o al menos se
cuidaron de hacerme ningún comentario
al respecto. Se trataba simplemente de
un amigo, no había que darle más
vueltas. Era el chico que me había
ayudado a meter el colchón dentro del
último cuarto que había alquilado. La
casa, de planta baja y minúscula, tenía
un recibidor igualmente minúsculo donde
era imposible maniobrar para meter el
colchón en el interior de edificio. Por más
que intentaba girarlo, no entraba ni bien
ni mal. Lo había comprado en una tienda
de muebles de segunda mano y los tipos
que me lo trajeron no se hacían cargo de
aquel problema. Dije: ¿por qué te
ofreciste para ayudarme? No sé,
respondió, supongo que por pena. Tenías
cara de estar desesperada. Sonreí al
recordarme junto a la puerta de casa,
sujetando el colchón para que no se
manchara y sin saber qué hacer con
aquel armatoste. Al final apareció él y lo
pudimos meter por la ventana. Dije: ¿me
ayudaste sólo para ver si conseguías
acostarte conmigo? Sí, musitó sin muchas
ganas, quizás también pensé en eso.
Tenía los ojos entrecerrados, estaba a
punto de dormirse. Dije: ya no te
acuerdas, para ti todo esto ha sido algo
sin importancia. Yo, en cambio,
recordaba que esa misma tarde ya sentí
ganas de hacer el amor con él. En cuanto
se quitó los guantes verdes de lana para
agarrar el colchón, imaginé cómo sería
estrenarlo juntos. Fue ver sus manos y
mi cuerpo se puso tontito. Una de esas
cosas que si saliese en una película te
parecería una cursilada, pero que por lo
visto existen. Dije: luego te dejaste los
guantes por olvido, ¿o lo hiciste a
propósito? Pero no contestó; intuí por su
manera de respirar que se había dormido,
pero no quise comprobarlo con la mirada.
Ya daba igual. Dije: dos días después
volviste a por ellos, te invité a cenar y
luego acabamos en esta cama. Tampoco
te llevaste los guantes aquella noche.
Seguro que no te has vuelto a preguntar
por ellos, ni tampoco por qué yo insistí en
quedármelos. Me hacía ilusión pensar que
tenía un molde de tus manos, pero a ti
todo esto te parecerá una estupidez. No
sé para qué te lo cuento. Al decir esto me
percaté de que lo estaba haciendo en
español y con los ojos humedecidos.
Pensé, como otras veces, que aquel indio
escuchimizado no merecía la pena y me
di la vuelta en la cama para no verlo. Lo
malo es que seguía respirando el intenso
olor de su sexo. Y ya no pude volver a
pegar ojo.
Poco después de que amaneciera
se levantó de la cama. Esa mañana no
hizo sus habituales ejercicios de
meditación. Yo me puse a recoger el
cuarto, como cualquier otro día, fingiendo
la mayor naturalidad posible. De pronto,
al abrir un cajón me topé con sus
guantes; rápidamente lo cerré sin decir
nada. Él trató de ligar un pequeño
discurso, pero no parecía encontrar las
palabras apropiadas. Al final se calló, me
miró fijamente y me dio las gracias. Dijo:
es mejor así. Dije: sí, es mejor así. Y se
fue.
Imagino que tomó su avión dos
días después, tal y como tenía previsto, y
que luego comenzó su nueva vida en la
India. Nunca le pregunté por sus planes
futuros ni él me dio detalles sobre lo que
le deparaba su vuelta a casa. Es mejor
así, me repetí. Tampoco yo, a decir
verdad, tenía muy claro qué iba a
suceder conmigo cuando regresara a
España, ni cuándo iba a hacerlo, aunque
estaba convencida de que aún faltaba
bastante tiempo para eso. Tres días
después de su partida, sin embargo,
decidí dejar el Reino Unido y volver a
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casa de mis padres. Compré un billete de
avión, comuniqué mi marcha en el
trabajo y arreglé todo el papeleo
necesario con los del máster y con la
agencia que me había alquilado el cuarto.
El sábado salí a cenar con Lisa y otras
amigas que aún no se explicaban mi
precipitada decisión y que trataron de
hacerme recapacitar. En apenas una
semana había dejado todo listo para mi
marcha. Sólo me quedaba liquidar los
pocos muebles que poseía, para lo que
había reservado la última mañana antes
de tomar el tren hacia el aeropuerto.
Vinieron para llevárselos del mismo
almacén de objetos de segunda mano
donde los compré dos años antes, y
apenas me dieron cincuenta libras por
todo el conjunto. Como era de prever, el
colchón tuvo que salir por la ventana y a
empujones. Aunque había tratado de
ocultar las manchas dándole la vuelta, en
su parte central lucía varios corros
amarillentos que me hicieron avergonzar
cuando, al girarlo, uno de los operarios se
quedó mirándolos. Imaginé que aquel
tipo me estaría visualizando en ese
instante con una polla en la boca. Me
hubiera gustado decirle que mi modo de
practicar la felación era una experiencia
inolvidable, quizá mi más firme asidero
en la memoria masculina. Pero no lo hice.
Claro.
Al cargar la mesilla se abrieron los
dos cajones. Uno de los chicos me
advirtió de que me había dejado allí unos
guantes. Dije: no son míos. No me
apetecía dar más explicaciones, la
verdad, pero, al ver que seguía allí
parado, sólo se me ocurrió decir:
quédeselos usted, le traerán suerte.
José Gutiérrez Román
Burbujas 6
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NewPainting3
Página29
La última vez que hablé con Holly
me dijo que la agorafobia no existía,
que sólo era un piano desafinado
por el olor de los gatos,
o la niebla muda
del que lo toca
a deshora.
Comida
Niñaypez
Una bicicleta vino a visitarme
como un perro doliente.
Se alojó en la timidez del trastero
como un avergonzado inquilino.
Por las noches paseaba por los pasillos
como una vagabunda herida.
Perdida de su montura,
agachaba su manillar
bajo telarañas de metal y goma.
Una mañana timbró un suspiro.
Con las llantas llagadas,
buscó aire y aliento en mis manos.
Mas yo no pude hinchar su ánimo.
Soy una persona que, a ratos,
se desnuda al sol.
Sólo le di brillo niquelado,
el óxido del delirio.
Pablo César del Río
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Crisálida
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Distancia
La distancia es la única culpable.
Amo a mi perro, que está cerca
y conoce mi voz.
Puedo amar —un poco menos—
al perro del vecino.
Todo es cuestión de geografía:
la cosecha, la sed,
la faz del universo,
el grosor de la piel,
sentimientos que la atraviesan
por milímetro cuadrado.
El sur queda tan lejos
que está a punto
de caerse del mapa.
(Breviario para tardes de aguacero, 2012)
Instalación1
Instalación2
Puente
Las riberas del río
se lavan y se extienden
como ropa mojada.
Temen que el aire se las lleve.
Cualquiera puede construir un puente,
inventar dos orillas, descubrir
una tercera si es preciso.
No hacen falta
piedras, hormigonera,
diseños de papel,
medir distancias.
Basta un firme deseo:
cruzar el aire,
llegar a la otra orilla.
(Breviario para el bolsillo interior
Premio Laureà Mela 2006)
Carmen Plaza
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Jirafita
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Apelando al espíritu de la Navidad,
debería a los bancos acuciarse
a celebrar un día, como mínimo,
sin puertas en las cajas fuertes,
o a que se dejen atracar
con la mejor de sus sonrisas,
exonerándolos a cambio
de la autoimpuesta obligación
de repartir misericordia
obsequiando vistosos almanaques.
Como, en virtud de tal espíritu,
debiera en tales fechas permitirse
la expropiación de chicas 10
(malas samaritanas ellas)
a los playboys a cuyos pies se hacinan,
a fin de echárselas de Reyes
a tanto corazón aflicto como hay.
Y como debería, a la sazón,
con invocarlo solamente,
poder ajusticiarse a todo aquel
que volea cizaña por el mundo.
La mayor parte de la ecúmene
se hace preguntas mientras tanto:
¿qué navideño espíritu
sin paz, afectos ni fortuna,
o con todo lo cual de pacotilla?
¿Qué cielo sin estrellamares?
¿Qué mar sin celestrellas?
¿Qué paraíso en el infierno?
José María Izarra
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Metamorfosis
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Borbotón. Grupo sonoro, musical
Hace poco más de un año, en el
Festival de Audio Tangente (FAT)
Estación Dadá, celebrado a finales de
noviembre de 2015 en Espacio Tangente
(C/ Valentín Jalón), se forma un grupo a
partir del Taller de Música Dadá impartido
por Llorenç Barber. Según su mentor, se
trata de ejercer de Ladrones de aire o
Sobre el desimprovisar la improvisación
mientras somos sonadores novadores,
mientras creamos ruido nuevo.
Comenzamos a vernos cada 15
días, más o menos, y a ensayar con
sonidos espontáneos, con lecturas
estereofónicas, con deconstrucción de
textos, con silencios, con gestos, etc.
Cada cual venía de ámbitos distintos:
música, danza, literatura… En nuestras
conversaciones de primavera aparece la
posibilidad de trabajar hacia un
espectáculo, una función abierta, lo cual
se transforma al poco tiempo en una
necesidad. Así que nos vamos centrando
en una serie de contenidos, alrededor de
los cuales desarrollar las improvisaciones.
Es la época en que nos atrae la actividad
de la Escuela de Bañuelos de Bureba en
los años 1934-1936, cuyo maestro,
Antonio Benaiges, enseña con la técnica
Freinet, montando unas imprentas
adecuadas, en las que las propias
criaturas imprimen los textos libres que
componen con los que elaboran unos
cuadernos. Método en el que se halla
conexión con lo que hacíamos en el
grupo.
Entre los cuadernos (rescatados
recientemente) de esta escuela elegimos
4 para nuestro quehacer musical, de
título: Sueños, El retratista, Folklore
burgalés y El mar. Entiéndase: son una
idea central, pero no un guión (pues todo
podría ser de otra manera). Cada ensayo
es diferente, incluso, la sesión final
abierta al público no deja de ser una
incógnita cuando sube el telón. Nacer ex
novo es el reto; llegar a la sorpresa, a la
provocación, a lo inesperado. Establecer
canales en los que el público pueda llegar
a oírse. Proponemos junio de 2016 como
fecha idónea para la muestra. Ante la
necesidad de intensificar los ensayos, nos
concentramos un par de sábados,
trabajando de modo intensivo. Parece
que va saliendo. Tenemos que ponernos
un nombre. Surgen y se disuelven
términos posibles hasta que es
justamente eso lo que deseamos:
Borbotón. Pronto queda dibujado el
símbolo.
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Nacimos en un Taller de Música
Dadá. El Dadaísmo surgió hace 100 años
cuando varios artistas actuaban
simultáneamente cada uno con su
propuesta. A principios de los 60 hay una
relectura del Dadá, el movimiento Fluxus,
pero tendrá una mentalidad más musical
que poética, conceptual o performativa.
Hay que tener en cuenta que fue el
momento de la explosión de las
vanguardias de posguerra con la inclusión
de la electroacústica, la música concreta
y el serialismo integral. Todo ello lo
tradujo Fluxus amontonando en un solo
escenario varios intérpretes cada uno con
su partitura, su acción…
Hay otro pensamiento igualmente
anárquico que se superpone; John Cage.
Para él la música ya no es sonido en el
tiempo, sino simplemente tiempo. De
esta manera propone de nuevo el
simultaneísmo a partir del silencio, del
sonido inevitable y del gesto (del
movimiento).
En la muestra que hicimos con
Llorenç Barber tras el Taller de Música
Dadá ofrecimos una superposición de
pensamientos en coincidencia o
descoincidencia, dejando fluir el tiempo.
Salir del suelo conocido, asignando arte al
soplo, el rasguño, el golpe, la boca…
desde potencias no exploradas, siendo
cada cual el primero que recibe el
impacto.
Fotos Espacio Tangente
No conviene confurdirse. Hay
quien no concede a esta actividad la
cualidad de ser arte. «Dentro de 100
años nadie recordará las supuestas
creaciones musicales de esta corriente.
Sin embargo –objetan– todo el mundo
sabrá como suena El concierto de
Aranjuez». No nos detenemos en
polemizar. Aquí entran en juego las
maneras de ser. Si se tiene ingenuidad,
habitaciones entreabiertas, disposición a
viajar (con traje o con harapos), a no
buscar explicaciones acabadas, a
cabalgar el miedo, a combinar, a
desechar chapuzas, a la intensidad
furtiva, a escuchar, a… entonces puede
hacerse arte musical.
Somos grupo, archipiélago,
conjunto de islas unidas por aquello que
las separa (era el lema de la conocida
revista homónima). Utilizamos el metal,
el plástico, el cristal, el cuerpo, la voz…
para sacar sonidos no pensados, con lo
que (según dice Barber) somos ladrones
del aire. Donde nacen sutilezas, rasgos
inexplicables de lo que existe, por lo que
ahí se puede ganar el respeto del público.
Diríamos que esta actividad tiene sus
agarraderos: Escapar de lo inmóvil. Notar
que los instrumentos y las cosas son
infinitamente manipulables (hasta pueden
destruirse). Construir o entregarse a
“situaciones” (de son y de escucha)
nuevas o impredecibles.
Fotos Espacio Tangente
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En los inicios estábamos: Mayte (la
dibujante), Javi (el músico), Elena (la
danzante y conocedora de técnicas) e
Ignacio (el de los cuadernos), más otra
serie de gente que entró y salió.
Realizada la función de junio, pasado el
verano, intentamos rehacer el grupo ante
las ausencias de Javi y Elena. Por ahora
se están animando Juanjo, Luis, Luis y
gente pendiente de que le cuadre el día
de los ensayos, que los hacemos cada 15
días en Espacio Tangente. Cualquiera que
lo desee puede ponerse en contacto
(infoARROBAespaciotangente.net).
Para finalizar, dejamos unos
enlaces en los que poder disfrutar de la
improvisación.
http://www.fluxusvillage.com/es/que-es-
fluxus
http://www.johncage.org/
https://www.uclm.es/artesonoro/ZAJ/IND
EX.HTM
http://www.wadematthews.info/Wade_M
atthews/Escucha%21_Claves_para_enten
der_la_libre_improvisacion.html
https://chefaalonso.wordpress.com/taller
es/
https://archipiel.wordpress.com/a-que-
jugamos-2/
https://madamconbarba.wordpress.com/
Borbotón
Gemelas
Danza
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Acróbatas
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El mal
Es bien sabido que el pene del
diablo, además de tener un tacto frio y un
descomunal tamaño, está rodeado de
grandes escamas, lo que hace que su
entrada sea suave e incluso placentera,
pero no así su descarnada huida.
En la película La semilla del diablo
de Roman Polanski (Rosemary’s Baby,
1968), Mia Farrow (o mejor dicho
Rosemary, su personaje) tiene la
“fortuna” de ser fecundada por el
mismísimo diablo (la verdad es que el
título en español ya hace un poco de
spoiler). El problema es que Rosemary es
elegida en un casting al que ni siquiera
sabía que se presentaba. El diablo
fecunda a una Rosemary previamente
drogada, en una onírica secuencia
realizada con el talento propio de un
genio como Polanski. Rosemary,
traicionada y vendida por su propio
marido (espléndido John Cassavetes), no
se da cuenta de quien es realmente el
padre de la criatura hasta casi el final de
la película. A pesar de su aparente
rechazo, termina asumiendo el desenlace
final con un gesto inquietante lleno de
ternura (al fin y al cabo es su hijo). No
me quiero ni imaginar como podría haber
sido la segunda parte de la película…
La existencia del diablo es un
hecho similar al de encontrarte arenilla
en los berberechos. Iba todo bien hasta
que llegó uno a jorobar la fiesta… ¿Qué
necesidad había de darle un papel a un
personaje tan triste, tan amargado, tan
tenebroso, tan desaborío, en definitiva
tan malo, si lo que nosotros queríamos
hacer era una comedia?
Hablando del diablo, me viene a la
memoria una antigua anécdota familiar.
Hace ya años, cuando mi hermana vivía
en Sotresgudo, tenía un perro al que le
pusimos Satán (ya era el segundo con
este nombre, desconozco a quien se le
ocurrió la idea). Satán era un imponente
pastor alemán, fiel guardián y protector
de mi hermana, que vivía sola en la
farmacia. Le ladraba a todo dios, pero
fundamentalmente al cura (no me
pregunten por qué). Entonces mi
hermana gritaba “quieto Satán” “Satán
deja al cura”. Cualquiera que estuviese
escuchando los gritos desde la calle,
fuera de contexto, seguro que sacaba
conclusiones equivocadas (la gente es así
de quisquillosa).
Uno de los mejor posicionados
para ser candidato a embajador del
demonio en la Tierra y encarnar el MAL
(con mayúsculas y en negrita), es sin
duda Charles Manson. Manson,tuvo una
niñez muy desgraciada. Hijo de una
mujer soltera de 16 años de nombre
Kathleen Maddox, no conoció a su padre
y fue repudiado y rechazado por todos los
adultos a los que intentó acercarse en
busca de cariño (por lo visto su madre
que era alcohólica, le vendió de niño una
vez por una jarra de cerveza a una
camarera que no tenía hijos, tuvo que ir
al día siguiente su tío para recuperarle).
Claro que esto no justifica el posterior
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comportamiento de Manson, pero hizo
que el tipo se mostrase bastante
cabreado con la vida y el resto de los
seres humanos. Pudo darle por oler
pegamento y morir con los pulmones
abrasados de cola, pero no, apostó por la
música intentando cambiar la maldición
por bendición de la noche a la mañana.
Pero nada, su música fue rechazada por
productores musicales y compañías
discográficas.
Manson entonces decidió ser malo,
pero malo malo. Malo de verdad, como
los legendarios Hermanos Malasombra,
“que eran malos de verdad, malos como
una espina que sólo sabe pinchar, y más
malos que la quina…” decía la canción.
Para mostrar al mundo sus intenciones,
se tatuó una cruz gamada entre ceja y
ceja. Cuando alguien hace esto es que
tiene claro que quiere ser malo para
siempre (bad for ever, que dirían los
americanos). Sin propósito de enmienda.
Entonces se obsesionó con un disco de
los Beatles (White Album) convencido
que emanaba un mensaje para desatar
una guerra racial. Formó una secta
denominada La Familia y un 9 de agosto
de 1969 irrumpió junto a sus secuaces en
la casa de Roman Polanski en Beverly
Hills. Sin contemplaciones, La Familia
asesinó a su esposa, la actriz Sharon Tate
y a otras cuatro personas más (Polanski
se encontraba en Londres localizando
para su próxima película). Sharon Tate
estaba embarazada de ocho meses y
medio. Como legado cinematográfico
queda la única película que Tate y
Polanski hicieron juntos: El baile de los
vampiros (The Fearless Vampire Killers,
1967), una divertida parodia de las
películas de vampiros.
Hay quien relaciona la masacre de
la casa de los Polanski con que este
dirigiera La semilla del diablo, pero los
motivos de Charles Manson pudieron ser
otros bien distintos. La mansión de
Polanski había pertenecido al productor
Terry Melcher, (hijo de Doris Day) que
había rechazado en su momento un
proyecto de Manson para grabar un disco.
El caso es que la familia Manson parece
que le cogió gusto al jueguecito y al día
siguiente asesinó al matrimonio
LaBianca… Actualmente Charles Manson
tiene 82 años y cumple condena de
cadena perpetua en la prisión Estatal de
Corcoran.
Manson, sobrevalorado según va
pasando el tiempo, tiene un montón de
clubs de fans repartidos por todo el
mundo. Muchos le consideran ideólogo y
filósofo, pero su única obra conocida es el
asesinato de Sharon Tate. Incluso, El País
abre la edición del videolibro de La
semilla del diablo, con una cita
(supuestamente) suya: “La paranoia es
una forma de conciencia, y la conciencia
una forma de amor” como si Charles
Manson pudiera aportar algo al intelecto
de la humanidad. Siempre es atractivo
ponerse al otro lado, en el lado oscuro,
defender el mal y al diablo como si
fuesen estandarte del antisistema,
cuando en realidad son dos caras de la
misma moneda.
Así es la vida. Nadie invitó a
Manson y sus secuaces a cenar a la casa
de los Polanski… y destrozó sus vidas.
Existe el bien y el mal, la noche y el día,
el yin y el yang, el cielo y el infierno…
Quién inventó a Dios, tuvo que inventar
después al diablo para darle sentido. Por
muy bien que laves los berberechos,
siempre encontrarás alguno con arenilla…
Lino Varela
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[Carpeta artística de Alberto Bañuelos]
*
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Citas
“Bañuelos es un caso singular de coherencia en su evolución artística y, a medida que
profundiza en la consecución de unos objetivos claros, se acerca a una meta de
“escultura-escrita”. En el momento actual, Bañuelos mantiene un equilibrio entre los
volúmenes y los signos. Es un equilibrio clásico en el que se puede captar la anatomía
inicial y la eclosión del grafismo. Momento espléndido, pues no se sabe si es la
sensibilidad o la reflexión la que hace hablar al mármol y le convierte en el más elocuente
de los mediadores. Por eso, el efecto resulta paradójico ya que mientras el escultor actúa
líricamente, dejando trabajar espontáneamente a sus manos, lo que va naciendo es un
“discurso intelectual”, apoyado en una semiótica. Escultura creada en el goce que se
convierte en escultura reflexiva y profunda. LUIS MARTÍN SANTOS, mayo de 1989.”
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Obra en Burgos
 Heptacordo (Homenaje a Antonio José), en las Bernardas
 La Puerta al Camino, con referencia al Camino de Santiago, en el colegio de las
Concepcionistas.
 Luna en cuarto menguante, en el hall del Edificio Avenida, calle Vitoria
 Ausencia, en el cementerio de Burgos, panteón familiar
 Torso, en el Museo Provincial, calle Miranda
 Obra en las colecciones Caja de Burgos y Ayuntamiento de Burgos
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Proyectos expositivos
 Monasterio Santa María de Valbuena, Valladolid
 Museo de la Evolución Humana
 Claustro de la Catedral de Burgos. Fundación Silos
Biografía
Nace en Burgos en 1949 y consigue la licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología por la
Universidad Complutense de Madrid en 1977. Su estancia en Carrara (Italia) al año
siguiente le descubre su gran pasión: la escultura.
Realiza su primera exposición en la Galería Club 24 de Madrid en 1984. Premio Castilla y
León de las Artes 2011. Ver www.banuelos-fournier.com
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Reflexiones propias
SER PIEDRA (UN PASEO POR LA MEMORIA)
No es que tengamos memoria, somos nuestra memoria
En los treinta y cinco años que llevo trabajando con la piedra, he realizado cientos de
esculturas y pasado por varios lenguajes escultóricos. Todas estas formas de expresión
han sido el resultado de una manera de pensar formada por los libros que he le ido, los
lugares que he visitado, las personas con las que he convivido, mi paso por la
universidad...porque uno es lo que lee, lo que piensa, lo que come...Al final somos lo que
hacemos y nuestras acciones son el resultado de nuestros conocimientos, de los recuerdos
e imágenes que quedan en nuestra memoria. Somos memoria. Entre los diferentes
lenguajes escultóricos por los que he pasado, destaca el de la DECONSTRUCCIÓN en el
que llevo trabajando los últimos quince años. Mi descubrimiento en los años 70 del filósofo
francés Jacques Derrida, creador del método filosófico de la deconstrucción, dejó una
huella en mi memoria que treinta años después, hacia el año 2000, reaparece
impredeciblemente en el momento que trabajo con cantos rodados y determina mi obra
de una manera decisiva.
Comencé a deconstruir los cantos rodados. Los cortaba en diferentes partes y
posteriormente, en un nuevo paso, reconstruía uniendo estas piezas, estas rodajas,
Página46
mediante una mezcla entre un caos controlado, y un orden estético, de tal manera que un
canto rodado aparentemente terminado y definitivo, algo que parecía cerrado y concluido,
se convertía mediante este proceso de combinación de las partes en otra forma muy
diferente de la anterior. Surgían mediante esta mezcla de las partes, nuevas y estudiadas
estructuras que creaban interesantes e impredecibles formas muy distintas a la originaria.
Nacía así en mi trabajo una nueva y diferente manera de proceder, la deconstrucción de
las piedras, si bien desde un ámbito muy personal de esta filosofía. (praxiología).
Estos cantos rodados, especialmente duros, formados por el desgaste en el choque
mecánico entre las piedras, el pulimiento del agua y la erosión durante cientos de años,
me aportaban además un interesante punto de partida desde el que comencé mi nuevo
lenguaje escultórico. Aparecía una rica dicotomía que me permitía jugar entre lo basto y
rudo de su exterior, de su piel, y los cortes perfectamente cuidados y pulidos de ese
interior que nacía reluciente y que establecían un excelente diálogo que reflejaba esa
dicotomía entre nuestra parte natural y sencilla y esa otra culta, suma de lo aprendido y
estudiado en nuestra vida que es la mezcla de la que estamos formados todos. El
desarrollo de este método de la deconstrucción, ese abrir los cantos rodados, permitió que
la luz terminara por entrar en el interior de las piedras. Surge así iluminada como una
tumba egipcia el alma de estas. Aparece, nace, un espacio mágico, como sagrado, que
inmediatamente como un potente imán provoca una gran atracción, una llamada, una
invitación a visitarlo, a pasar y recorrer ese nuevo lugar y es ahí cuando todo mi empeño,
mi razón, se dirige a intentar conseguir entrar en las mismas...a pasear por su interior.
Página47
Al final de nuestra búsqueda llegaremos a donde empezamos y conoceremos por
primera vez el lugar. (T.S. Eliot)
Hay días que hacen biografía, viajes que te llenan el alma y cuyo recuerdo te acompañará
hasta la muerte. Imágenes que jamás podrás olvidar porque se marcan como a fuego en
tu mente y te graban, te dibujan en el recuerdo, un luminoso camino que ya nunca se
borrará. Hay rincones en el mundo, lugares y espacios paseados y sentidos de tal manera
y con tal intensidad que no consigues sacarlos de tu memoria; que te siguen
acompañando y te dejan para siempre como un sello. Son imágenes que como insistentes
sueños perseveran y aparecen uno y otro día en tu vida como una revelación,
intempestivamente, y a las que no puedes renunciar, ni debieras, porque como
compañeros ya del viaje, esas imágenes, esos recuerdos, (como un marchamo) forman
parte para siempre de tu piel, de tu alma, de tu existencia. Esos lugares a los que siempre
se está llegando; en los que se recala como casualmente, como se arriba a un puerto
inesperado, aparentemente descubierto por azar pero que reconocemos inmediatamente
como un lugar ya visitado, como un terreno soñado y conocido que nos recibe y acoge y
que sin embargo descubrimos por primera vez. Esos rincones que como un amanecer nos
salen al encuentro de una manera fortuita como si de un viejo rito de eterno retorno se
tratara.
Ese es el espacio que descubre la luz cuando penetra en el interior de la piedra
deconstruida y que nos invita a pasar. Nos remite a esos lugares que cuando los
recorremos, nos envuelven, nos calan hasta los huesos y nos hacen suyos. Que nos
llevan, con un escalofrío, a sentir con cierta voluptuosidad en nuestro más profundo
interior, esas vibraciones que nos hablan de otros momentos, de otros paseos, de otros
encuentros muy antiguos que están en nuestro ADN desde el principio de los tiempos y
que forman parte de nuestra más atávica memoria.
Si al vivir estamos construyendo futuros recuerdos, al entrar en ese espacio evocamos,
reconstruimos con melancolía y cierta desesperanza, las imágenes, las presencias que nos
quedaron grabadas y que perduran de alguna forma en nuestra parte más profunda de la
memoria. Esa es la sensación que tuve en mi visita al interior de las pirámides en Egipto
hace ya muchos años. Desde entonces todo ha sido un intentar representar, y así poder
volver a recorrer, esos espacios sagrados y cuasi religiosos del interior de las piedras.
Transportarme una última vez y pasear por ese mundo que pensaba perdido, como
nuestra inocencia primera, pero ahora milagrosamente recuperado como esos imborrables
recuerdos que nos miran desde nuestra memoria; en un intento de regresar a ser arcilla
de nuevo. A SER PIEDRA.
Página48
A ferida (Muxía)
Página49
REFLEXIONES AL AMOR DE LA LUMBRE
Identidades, en la frontera,
en el II Foro de la Cultura
En este momento histórico en el que no tenemos contenido para los conceptos, el
intento de dotar de significantes ha tenido un espacio de reflexión en el Foro de la Cultura
celebrado en Burgos. En esta segunda convocatoria, es bianual, gira sobre conceptos
inasibles y complejos a día de hoy: identidades y fronteras.
Intelectuales de ámbito internacional, ligados a diversas áreas del conocimiento
(como la filosofía, la antropología, la arquitectura, el diseño, la educación, la sociología y
el arte, entre otras), se han dado cita en Fórum Evolución, Casa del Cordón, CAB y Teatro
Principal.
La cita de los días 4, 5 y 6 de noviembre estuvo precedida y prologada por la visita
de Gilles Lipovetsky. El filósofo y sociólogo francés señaló los principales aspectos que
hoy nos definen: la falta de reflexión, la excesiva cultura emocional y el peligro de los
populismos. Concluyó diciendo que “en este momento la cultura nos ayuda a ver
mejor, no dará respuestas pero marca una exigencia que, en un mundo de
inmediatez, se hace necesaria”.
El desarrollo de las jornadas fue denso y destacaré lo que personalmente me
parece más definitorio.
El testimonio más esperanzador y relevante sobre la identidad y las fronteras
fue el de la Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, la congoleña Caddy Azduba.
Abogada, periodista, escritora y sobre todo activista, ejemplifica que dejando a un lado la
política y elevándose sobre ella y sobre la indignidad humana la convivencia entre
fronteras es posible.
Hace diez años, ella cubría como periodista la guerra de su país. Morían 15 mujeres
diarias. Se preguntó por qué y salió a buscar respuestas y a encontrar soluciones. Las
encontró utilizando las bases culturales y no la política para superar las barreras. Probó
con el idioma universal de la música y el teatro y lo usa como vehículo para curar, unir y
dignificar. Y es a través de estas acciones como ella está consiguiendo una cohabitación
en un territorio con nueve fronteras, entre ellas, Ruanda. Tras el genocidio de 1994
muchos de sus habitantes llegaron a República del Congo y sembraron el terror mediante
la violación y la rebeldía.
Adzuba concluye y demuestra con su acción responsable que “somos fuertes en la
diversidad”.
Página50Utopías3
Utopías 3
Página51Utopías 1
Algo difícil de interiorizar porque exige un esfuerzo complementario a cada uno de
nosotros, al individuo. Y aquí destacamos la reflexión del escultor Jaume Plensa que apela
a la flexibilidad en cada mente: “A veces hay que sentirse fascinado por la confusión,
convivir con ella con naturalidad. Hoy día millones de intimidades se vuelven colectivas. Lo
global y lo local se entremezclan con naturalidad o así debiéramos comprenderlo”.
Sin embargo las barreras mentales son múltiples. En opinión del escritor iraquí
afincado en Finlandia, Hassam Blassim: “Europa únicamente se lee a sí misma y de esta
manera es imposible que conozcamos de donde proceden los conflictos y cuál es el sentir
de otros pueblos y hoy el mundo es global, no podemos seguir mirándonos el ombligo
habrá que ampliar conocimientos y reflexión sobre las identidades y las fronteras”.
El proceso identitario está intrínsecamente ligado a la modernidad occidental. La
identidad es extraordinariamente compleja, movible e inasible. Principios históricos de
cohesión como la religión, el principio de pertenencia o la idea nacional se han desplazado.
Página52
La identificación nacional se vuelve más abstracta. Internet se ríe de las fronteras, la
economía está globalizada.
Nuestra época tiene dos rostros: el de las nuevas aperturas para el despliegue de
subjetividades y el del auge de los fundamentalismos identitarios.
Cómo podemos hacer convivir estos rasgos es un desafío. Ya lo señaló el año
pasado en su visita a la ciudad el sociólogo Zygmunt Bauman. El mundo puede ser aún
mejor si, colectiva e individualmente, no nos dejamos ganar por el miedo.
La coincidencia de varios de los invitados -sería muy extenso nombrar a todos-, la
podemos resumir en una reflexión de Fernando Savater que en definitiva apela a la
responsabilidad de cada uno de nosotros:
“La democracia contemporánea ha ampliado la autonomía de cada ciudadano, que
puede y debe elegir los rasgos que le caracterizan con una libertad que desampara a los
menos dispuestos o peor preparados para tal aventura. Las identidades colectivas, fuertes
y obligatorias, les dispensan de esa búsqueda personal, acogiéndoles bajo lo que
Nietzsche llamó “un calor de establo” homogéneo y tranquilizador” (En: El País, 26 de
septiembre de 2015,
http://elpais.com/elpais/2015/09/25/opinion/1443195184_298685.html)
Utopías 4
Página53
Por último, a tomar muy en cuenta es la apreciación sobre la cultura de Iyoti
Hosangraha, desde su lugar en la Unesco: “Tenemos que ser capaces de sacar la cultura
del ámbito del ocio y del lujo y llevarla al ámbito de la subsistencia de la vida”. Plantear la
cultura como algo no puramente recreativo sino como algo que contribuye al desarrollo de
los individuos, a la cohesión social y a la paz. Y es un trabajo que hay que hacer ver a las
comunidades.
Y en este punto lo quiero vincular al ContraForo de la Cultura (Espacio Tangente,
Festival Tribu y el What is Music”). Los colectivos manifestaron públicamente su queja por
“el estado actual del tejido cultural local”. “Que la ciudad sea referente cultural se gana
con trabajo a largo plazo y valorando la cultura de base y a todos los que en ella trabajan,
muchas veces de manera altruista”.
La esencia de este periodo transitorio de la humanidad es que deberá aprender a
integrar y hacer convivir lo local con lo global. Por lo tanto la política local habrá de
atender a este aspecto con el cuidado de la cultura que la comunidad genera como
manifestación de convivencia y participación.
Angélica Lafuente Izquierdo
Elena Gallego Andrade
Ricardo Amo Caballero
Utopías 8
Página54
*
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Culdbura nº 5

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Culdbura nº 5

  • 1. enero 2017 nº 5 (invierno) Destacamos en este número: * Ilustraciones de Elvira Palazuelos, incluida la araña de la cubierta * Carpeta de Alberto Bañuelos * Cómic de Eloy Luna * Relatos, poemas, artículos... Además:
  • 2. Página2 No se puede vivir sin héroes, santos ni mártires. Ernesto Sábato Paráfrasis: Algunos no pueden vivir sin héroes, santos ni mártires. Nuestra más sincero gradecimiento a Elvira Palazuelos, por su desinteresada colaboración en este número. http://www.elvirapalazuelos.com/ En las bibliotecas municipales y pública de Burgos hay a disposición del lector ejemplares impresos de esta revista. No podemos sino expresar nuestra gratitud por ello. Cul ura es un empeño de: Fernando Ortega, Fernando Arnaiz, José Mª Izarra, Alfonso Hernando, Jesús Borro, Jesús Pérez, Luis Carlos Blanco y Félix J. Alonso, entre otros. ©de los textos (faltas de ortografía incluidas), ilustraciones y fotos, los respectivos autores. ©del logo, grafismo y maquetación: el maquetista, JMI. Contacto: culdbura@gmail.com
  • 3. Página3 SUMARIO Cuento de invierno: La apagadora de luces, Esther Pardiñas ................................. Pág. 5 Nuestros hermosos vencidos, Carlos de la Sierra ........................................................ 7 Bush Cooper (una historia del barrio Preservación), Félix J. Alonso Camarero ............... 11 Naderías: Elena Arroyo, J. A. Martínez Gutiérrez, “Guti” ........................................... 17 Coloquios fraternos con tintes de memoria, Luis Carlos Blanco Izquierdo ..................... 21 Guantes, José Gutiérrez Román ............................................................................. 25 La última vez y Una bicicleta (poemas), Pablo César del Río....................................... 29 Distancia y Puente (poemas), Carmen Plaza ............................................................ 31 Al espíritu de la Navidad (poema), José María Izarra ................................................. 33 Borbotón. Grupo sonoro, musical, Borbotón............................................................. 35 El mal, Lino Varela ............................................................................................... 39 Carpeta artística de Alberto Bañuelos...................................................................... 41 Reflexiones al amor de la lumbre (II Foro de la Cultura), Angélica Lafuente y dos más... 49 Lucio, amigo de la infancia (cómic), Eloy Luna ......................................................... 54 Ilustra: Elvira Palazuelos Licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco y Máster en Arte, Creación e Investigación de la Universidad Complutense de Madrid, ha complementado su formación a través de cursos y estancias en la École Nationale Supérieure de París, en la School of Visual Arts de Nueva York y en la Slade School de Londres. Su obra ha sido expuesta en espacios como el CAB de Burgos, el Centro de Arte Contemporáneo Huarte de Pamplona, el Centro Bilbaoarte de Bilbao, el MUSAC de León o La Casa Encendida de Madrid, entre otros, y en proyectos internacionales en París, Braga, Thessaloniki, Berlín, Santiago de Chile, Buenos Aires y Nueva York. “Mi trabajo actual parte de un interés hacia lo inestable como rasgo del momento al que pertenezco. Las sensaciones de inseguridad, variabilidad, incertidumbre y transformación que percibo en mi contexto directo son algunas de las nociones que mis obras me permiten sugerir. Entre mis referencias se incluyen recuerdos personales, estructuras cotidianas y objetos e imágenes encontradas de manera fortuita. Un imaginario heterogéneo que descontextualizo, organizo y mezclo para crear una atmósfera de alucinación, vulnerabilidad y desequilibrio identificable con mi propia experiencia.”
  • 5. Página5 Cuento de invierno: la apagadora de luces Los hombres de aquellas tierras la llamaban la Apagadora de Luces. El cuerpo, el alma se quedaban fríos a su paso, a su alrededor se extendía un viento gélido que terminaba envolviéndolo todo. Según avanzaba se apagaban las luces que estuvieran encendidas, las velas se consumían rápidamente con su soplo, y hasta la luz del día se tornaba gris paulatinamente dejándolo todo cubierto de una oscuridad tenebrosa, sin esperanza. Nadie sabía de dónde provenía aquella extraña y terrorífica mujer. Un espíritu devorador y frío como las entrañas del hielo, había tomado posesión de su ser ocultando todo renacer, apagando toda idea agradable, cualquier disfrute. Su presencia acrecentaba los enojos y lo malo de la vida, aparecían las lágrimas, y la tristeza, inmensa, se apoderaba de todos los que osaban acercarse a ella. Nada era lo suficientemente bueno ni hermoso porque todo quedaba congelado al instante si ella andaba cerca. Su mirada producía sólo negrura y desolación. Deambulaba como una sombra causando espanto y arrasando todo lo bello. Un día los hombres de aquellos lugares se atrevieron a echarla de allí, la empujaron con sus cánticos, con sus luces, con sus risas y bailes, aunque a más de uno la sonrisa se le heló en la cara y le partió el corazón, pero la persiguieron hasta que la perdieron de vista. Huyó a las montañas, a lo más alto, allí donde la luz del sol se convertía en atisbo al amanecer y pronto devenía en ocaso. Allí donde reinaban las nieves eternas, sus hermanas. Sucedió que la Apagadora de Luces tuvo un hijo, enorme, descomunal, tan frío y horrible como su madre. Las montañas temblaron y la nieve cayó en alud sobre los valles, sepultándolos, el día que aquel tremendo ser vino al mundo. Desde entonces llegaron los tiempos en los que el hijo de la Apagadora de Luces dejaba su hogar y bajaba al pueblo para helarlo todo y vengar el destierro de su madre. La oscuridad acechaba y se extendía cada vez más, cada día llegaba un poco más lejos, acortando los días, las horas de luz, con un aire gélido que soplaba desde los bosques y que presagiaba su llegada, con unas nubes grises que se desprendían de lo alto cubriendo el cielo con un manto impenetrable que no dejaba pasar la luz del sol. A veces ni las estrellas conseguían atravesar tanta negrura. El hijo de la Apagadora de Luces descendía de las cumbres inaccesibles, siempre tocadas por sus dedos, blancas eternamente, de hielo, y bajaba lento primero y apurado después, dándose prisa en completar su obra, hasta llegar a los valles y los pueblos, cubriéndolo todo de su glacial congoja.
  • 6. Página6 Los habitantes de aquel lugar, una semana antes, celebraban una fiesta llena de luz y alegría, antes de que el sol se ocultara definitivamente durante largos meses. Así se despedían de la luz y el calor. Las gentes temían a aquel hijo fruto del frío, porque su hálito era muy parecido al de la muerte, y si alguno topaba con él cara a cara, a la intemperie, moría irremisiblemente, con las cejas y las pestañas congeladas, el último aliento condensado en una mueca extraña entre los dientes, el cuerpo rígido, inerte. Eran los días en los que mantenerse a cubierto, en los que las horas largas y oscuras se paliaban con un fuego encendido, con candelas y linternas, con el calor próximo de otros cuerpos que apenas si llegaban para aliviar tanta frialdad. Ni siquiera las bestias y otras alimañas de los montes podían soportar la llegada de aquel engendro helador. Los animales se ocultaban de su vista y procuraban refugio en las entrañas de la tierra. Aquellos que lograban soportarlo también eran considerados engendros del ser del frío y se huía de ellos. Nadie podía evitar su llegada. Ni conjuros, hechizos u oraciones hacían mella en aquella extraña criatura. Aquellos que sobrevivieron sus envites un año tras otro lo llamaron Invierno, y aprendieron que tras él llegaba cada año un nuevo renacer, que el Invierno se retiraba de nuevo a lo alto de las montañas y regresaba con la mujer que le diera el ser. También se celebraba con una gran fiesta su marcha y los ancianos, mientras esperaban ese momento, contaban una y otra vez, junto al fuego de los hogares, para todo aquel que quisiera escucharles, la historia de aquella mujer que tuvo un hijo fruto del frío y de un alma helada. Esther Pardiñas Utopías 8
  • 7. Página7 Nuestros hermosos vencidos El año 1975 compré un libro que me llamó la atención antes por su título que por su contenido. Se trataba de Los hermosos vencidos, del gran Leonard Cohen. Varios meses después, en marzo del año 1976, cinco obreros murieron en Vitoria víctimas de la represión franquista. Entonces, como si un resorte saltase dentro de mi mente, con el alma rota por el dolor de los hermanos muertos y heridos, recordé el título de aquel libro, y encontré en su nombre el nombre de tantos miles de españoles que sufrieron persecución, cárcel, tortura y muerte durante el trágico periodo que la historia que conocemos como Dictadura franquista. Y de eso quiero hablar hoy aquí, de nuestros hermosos vencidos, todos ellos personificados en la figura de Marcos Ana. En realidad todo lo que ahora voy a decir lo conocéis sobradamente, no en vano la vida y obra, moral y solidaria, de Marcos Ana ha trascendido las fronteras de los hombres, y quiero decir todas las fronteras y a todos los hombres. Recordad que estamos hablando de la voz de un poeta que fue poeta porque antes fue hombre, y que habla de su vida con la emoción de un bardo y con la pasión de un místico; que narra su existencia con la modestia de un sabio y con la grandeza de un rebelde. Dice, refiriéndose a su padre: La pobreza tiene un olor noble y honrado que se percibe desde la pobreza. Y a su madre, Ana, a la que adora, la pinta con los rasgos más nobles y queridos. Hay unos versos en su poesía, que parecen escritos a propósito de la memoria de su madre: Hoy hay madres que rezan todavía/-miles de corazones prosternados-/por sus hijos en las sombras./Y otras madres que luchan, golpean/ las puertas de la tierra,/ exigen a los hombres la muerte de los muros. Lo dice un hombre que estuvo en prisión 23 años, que cubría su miseria carcelaria con los harapos de luz de sus palabras prodigiosas para iluminar de esperanza las miserias de otros compañeros que, junto a él, padecieron injusticia, desesperanza, vida y muerte. Visto desde la portentosa objetividad con la que el propio Marcos Ana valora su cautiverio, es preciso destacar que nuestro poeta vivió 23 años de libertad. ¡Nadie más libre! Los fascistas estaban encarcelados. Los guardianes y los verdugos eran los verdaderos prisioneros: de su miedo, de su intolerancia, de su ignorancia, de su rabia, de su odio, de su error. Nunca leeréis de la pluma de este hombre ni una palabra de rencor, de venganza, de revancha. Él sabe perfectamente lo que dice. Escribe: La cultura es una eterna alborotadora siempre renaciente e invencible. Ahí radica su fuerza, en su superioridad moral, ética, cultural, ideológica. Posee, además, la capacidad delicada e invisible de la resistencia, un don que otorga fuerza a los valientes y destreza para sobrevivir a los cautos. Marcos Ana. Este es el libro de un hombre. El relato de un hombre sencillo, que confiesa que ha vivido con la sinceridad de un inocente, con la alegría de un niño, con la
  • 8. Página8 dureza de un ser que, temeroso, se enfrenta a su destino en las horas angustiosas de la antesala de la capilla de los condenados a muerte. Tengo ante mí un puñado de poemas de Diego San José ilustrados por Pepe Robledano, con los que Marcos Ana compartió penalidades y horrores en Porlier. Cárcel de Porlier. “Noche del 29 de abril de 1940, en cuya madrugada fue fusilado Pedro Luis Gálvez”. Romance de Pedro Luis. Escribe Diego San José: Yo le he visto ir a la muerte/ con la sonrisa en los labios. / Yo he visto brillar sus ojos/con el último relámpago/de vida/mientras los míos/se apagaban con el llanto. (…)Yo le he oído decir al borde/de la tumba en que ya ha entrado: / “Yo que por mal de mi estrella / he sido en la vida un rayo / y allí donde he puesto el pie / los rencores han brotado, / sin rencores para nadie, / hoy de la vida me marcho, / pidiendo que perdonen / a los que hubiera agraviado, / y quisiera que esta fuera / (y a Dios habré de rogárselo) / la última sangre española / que se empape en nuestros campos. Pero dejadme que hable de Marcos Ana y de Burgos. De Burgos, del Arlanzón y de Marcos Ana. De la vida de un poeta atrapado en el terrible Penal de Burgos, en el corazón de la España fascista, en la fortaleza de la Capital de la Cruzada. Burgos. Alguna vez habrá que reivindicar los nombres de estas ciudades mártires, de sus gentes, atrapadas en ellas, que realizaron actos de heroísmo comparables a las acciones más temerarias de de las trincheras de vanguardia. En las ciudades cabecera de los fascistas, Burgos, Salamanca, Zaragoza, Sevilla, y otras muchas localidades, habitaban personas extrañadas dentro de sí mismos, los famosos topos, y gentes en todo contrarias a la represión salvaje ejercida por los gobernantes. Hay casos, gloriosos, de muchachas que se hacen pasar por novias, hermanas y hasta por esposas de los presos, a la sazón perfectos desconocidos, y los visitan a diario llevándoles alegría y un parco alimento, mientras arriesgan sus vidas ofreciéndose de enlace, de correo, de nexo único con la exigua vida que alienta al otro lado de los muros. Permitidme que personalice mi intervención en dos mujeres: Florentina Villanueva y Raquel Neira. El propio Marcos Ana nos recuerda, agradecido, la respuesta generosa de varias familias de Burgos, que acogían a familiares de presos, llegados desde lejanos puntos, durante los días que permanecían en la ciudad. En el libro Burgos, la ciudad vivida, Raquel y Florentina nos narran sus vidas, y nos recuerdan las experiencias vividas en el penal, cuando visitaban a Luis Alberto Quesada y a Melquisedec Rodríguez Chaos, compañeros de prisión y amigos de Marcos Ana, a quien inexplicablemente, nos olvidamos de mencionar en el precitado libro. Aunque nuestro olvido involuntario queda subsanado, y superado con creces, en el relato que el propio Marcos Ana realiza en este libro que ahora presentamos, Decidme cómo es un árbol. Escribe nuestro querido autor: Fue en una celda de castigo donde inicié una creación adolescente y temblorosa. Los amigos me pasaron lecturas, introduciendo en mi petate unas hojas sueltas con poemas de Alberti, Neruda, Machado… Los leía y releía mil veces. (…) Y, en aquel clima, comencé a escribir, o a construir memorizando, sin apenas conocer la carpintería del poema, dejándome llevar por una cadencia musical que subía de mí mismo. Fueron los días en que nació “La Aldaba”, tertulia de arte y literatura. Después, tomando el nombre de la tertulia, crearon una revista y después otra, Muro. Unas líneas más arriba he comentado que iba a hablar del río Arlanzón. En el poema De río a río, Marcos Ana reúne algunos de sus grandes amores: Burgos, el Arlanzón, su lucha incesante por la amnistía de todos los presos políticos y su gratitud hacia París, ciudad que hermana con Burgos mediante las aguas poéticas del Sena. Este hermoso poema es el preferido de Florentina Villanueva, que se declara fervorosa amante del Arlanzón: Arlanzón, díselo al Sena. / Dile que en la Noche escuchas / mi soledad, mis cadenas. / Háblale de mis hermanos, / vivos en tumbas de piedra. / Dile que escriba en los puentes /
  • 9. Página9 de su libertad mi pena. / Que su corazón me lleve. Que su corriente me extienda. / Que en cada hoja del agua / el pueblo francés me lea. / Arlanzón, díselo al Sena. Después, tras 23 años en cinco prisiones y dos condenas a muerte, llegó la libertad. Lo más difícil fue la libertad, confiesa Marcos Ana. Bueno, la libertad y su relación con las mujeres, como reconoce en numerosas ocasiones. Desde el relato de esas incertidumbres, conocemos otro de los perfiles humanos del poeta; algo tímido y romántico, pero que nunca trata de ocultar ese punto entre pícaro y canalla que tanto éxito le confiere en el mundo femenino. Y para Marcos Ana llega la vorágine, el reconocimiento, la vida que tantas veces la vida le negó. El homenaje de bienvenida en la UNESCO, la carta de Pablo Neruda, Inglaterra, la URSS, la visita a Elisabeth, reina madre de Bélgica. Y, pronto, el gran salto al Caribe. Cuba, el Ché, Fidel… Vida Sender y vuestro hijo Marquitos. El viaje prosigue por Brasil, Uruguay, Chile y Argentina. Y allí por donde pasa, su presencia provoca admiración y respeto. Desde luego, nunca olvida a sus hermanos presos en España, y todos los homenajes que le dispensan los comparte solidariamente con ellos. En Chile conoce a Salvador Allende, entonces candidato a la Presidencia, y a su admirado maestro, Pablo Neruda, que le recibe en su casa de Isla Negra. Regresa al Viejo Continente, y Europa le reclama en mil sitios: Italia, Escandinavia… En Italia se produce, por fin, el encuentro con Rafael Alberti y María Teresa León, a quienes tanto quiere. Pero España es su objetivo final. La muerte del dictador, el 20 de noviembre de 1975, no supone “de facto”, el fin de la dictadura. Para vergüenza de todos los demócratas, el dictador muere en una clínica, amparado bajo el manto de la Virgen del Pilar y sin que la oposición logre sentarle ante un tribunal de justicia. El tirano muere como ha vivido: matando. Su final, bendecido por la Santa Madre Iglesia, horroriza a los demócratas del mundo civilizado. Miles de españoles mueren luchando contra la dictadura, y algunos nombres han pasado a la historia de la resistencia: Julián Grimau, Rafael Guijarro, Enrique Ruano, Salvador Puig Antich o Yolanda Gonzalez Martín. Todos ellos son jóvenes demócratas que luchan contra la tiranía. Y todos ellos son ajusticiados a garrote vil, arrojados desde ventanas de centros de detención, asesinados por miembros de la extrema derecha o fusilados tras juicios sumarísimos. Conocida fue la masacre de Vitoria -nos recuerda en su libro el propio Marcos Ana-. El 3 de marzo de 1976 la Policía Armada rodeó unos mil trabajadores que estaban celebrando una asamblea pacífica en una parroquia de Gasteiz. Fueron gaseados para obligarles a salir y les balearon matando a cinco de ellos y causando numerosos heridos. Sobre este triste episodio escribió Lluis Llach el hermoso oratorio Campanades a mort: Campanadas a muerto lanzan un grito para la guerra de los tres hijos que han perdido las tres campanas negras. / (…) ¿Quién cortó el aliento de aquellos cuerpos tan jóvenes sin otro tesoro que la razón de los que lloran? / (…) Asesinos de razones y de vidas que nunca tengáis reposo a lo largo de vuestras vidas y que en la muerte os persigan nuestras memorias. / Asesinos, asesinos de razones, asesinos de vidas que nunca, nunca tengáis reposo a lo largo de vuestros días y que en la muerte os persigan nuestras memorias, memorias. Los años de la Transición son terribles. Mientras los asesinos etarras centran sus objetivos en militares, policías y Guardia Civil, entre los que realizan una carnicería salvaje, grupos de extrema derecha, con la anuencia de poderes fácticos y residuales del franquismo en descomposición, arremeten contra sindicalistas, socialistas, comunistas, rojos y demócratas en general con una virulencia inusitada. Los primeros días de enero de 1977 me instalé definitivamente en Madrid, aunque seguía a caballo entre España y París. La parte final de esta historia comienza a escribirse cuando, el día 3 de julio de 1976, Adolfo Suárez González, último ministro Secretario General del Movimiento, alcanza la presidencia del Gobierno. Y entonces se producen dos
  • 10. Página10 hechos fundamentales en la historian reciente de España. El 9 de abril de 1977, aprovechando las vacaciones de Semana Santa, Adolfo Suárez, respaldado por el Rey, legalizó por fin el Partido Comunista de España. El otro acontecimiento fundamental sucede unos días después: el 28 de abril del mismo año el sindicalismo, libre y democrático, recupera la legalidad tras el negro paréntesis del franquismo. Dos meses más tarde, el 15 de junio de 1977, se celebran las primeras elecciones libres desde 1936. Marcos Ana pudo, por fin, gozar del Sábado Santo Rojo. Seguramente nunca como en ese día sintió el peso de todo lo que quedaba por hacer. Había que construir una España nueva, nada menos y todos éramos primerizos. Los recuerdos se agolpan en la cabeza del poeta. ¡Tantos muertos! ¡Tantas luchas! No sé el tiempo que permanecí en ese estado, como un sonámbulo, rodeado de mis viejos camaradas. Recuerdos. Su padre, Marcos, su madre, Ana, sus hermanas, sus hermanos, la aldea de Ventosa del Río Almar, la niñez… Su compañera, Vida, y su hijo Marquitos… Y… su poema, que da nombre a estas Memorias: Decidme cómo es un árbol. / Decidme el canto del río / cuando se cubre de pájaros. / Habladme del mar, habladme / del olor ancho del campo, / de las estrellas, del aire. Decidme vosotros, amigos, cómo es un hombre, y os hablaré de Marcos Ana. Carlos de la Sierra Colibrí-calamar
  • 11. Página11 BUSH COOPER (una historia del barrio Preservación) En cualquiera otra época que no fuera aquella de la posguerra donde le tocó vivir, don Aquilino Mata podría haber sido en la vida lo que hubiese querido. Aunque la naturaleza fue tacaña con él en lo físico, en cambio no vaciló a la hora de dotarle de talento y habilidades. Su sentido de la estética y una agilidad manual poco comunes le darían fama como profesional de la encuadernación y cierto desahogo en lo económico. No sería para menos, pues notarios, registradores y eclesiásticos formaban casi en exclusiva su clientela. Al soltar la maleta, como solía decirse entonces al morir una persona, don Aquilino dejó el ejemplo de una leal amistad, la lección de una vida dedicada al trabajo y la hermosa realidad de su literatura bajo el seudónimo de Bush Cooper. Lo recordamos sus desconsolados amigos con contenida emoción en la cimera comida de homenaje que celebramos en su honor, a cuyos postres, el que suscribe, en representación de la cuadrilla de los Relámpagos, entregó al hijo del desaparecido una placa de plata, montada sobre elegante marco de cedro, cuya leyenda decía: “A don Aquilino Mata a título póstumo, de parte de “Los Relámpagos”, con profundo agradecimiento por el cariño y la amistad que tan generosamente nos dispensó por espacio de cuarenta años”. Humanamente hablando, el final de nuestro hombre no sobrevino repentinamente. Si la Parca tuvo la deferencia de advertirle que le llegaba el turno inexorable, él acopió el coraje necesario para estar a la altura de las circunstancias y recibirla con la dignidad de los fuertes. Quiere decirse que, con el mismo rigor con que había venido frecuentando los Siete Bares con sus amigos durante tantos años, el elegido se fue descuadrillando con meses de antelación e incapacitándose para completar aquel recorrido. Aquella tarde, Juan, el camarero del Encuentro, le dijo que los Relámpagos acababan de marcharse. Si apuraba el servicio de un trago, los alcanzaría en la Armonía, pero don Aquilino Mata no se inmutó. Por primera vez en muchos años se sentía triste por preferir la soledad al calor de sus amigos, y por atisbar tan nítidamente su papel de protagonista en la historia que se cernía sobre su cabeza como un sencillo resumen final. Llegado el momento culminante, nuestro hombre rinde dócilmente su despoblada testa y la deposita sobre uno de los veladores del bar. Es decir, lejos de rechazar a la Muerte o rebelarse contra ella, la espera pacientemente para cobijarse en su regazo como si se tratara de su última amante, una madame Corine enlutada y bellísima. Fiel a sus costumbres y aficiones, cumplió con este
  • 12. Página12 trámite final solemnizándolo con la iniciativa de que sus dedos quedaran fijados al vidrio del vaso que contenía el rojo guinda que estaba bebiendo. En un momento tan trascendente como aquél le importaba poco que le tacharan de borrachín aquellos que se acercaron a auxiliarlo, y a quienes rogó que no hicieran nada por evitar lo inevitable: quería partir desde allí, amorrado contra el mármol del velador, tal que si ensayara unas cabezaditas como tenía por costumbre en los últimos tiempos, en tanto llegaban sus compinches. En el transcurso de la reunión, los amigos destacaríamos, sobre todo, su devoción al morapio, recordando el sonado lance protagonizado junto a Pepe Rodales, otro miembro entrañable de la cuadrilla, también desaparecido. En un primer momento, cuando se enteró de la muerte de su amigo, don Aquilino no la dio por cierta. Y aunque después contempló al interfecto, amortajado y bien acomodado en el féretro, se persuadió -¡tanto como lo quería!-, de que aquella situación sólo era extrema en apariencia, es decir, no más que una broma de fin de semana, dada la propensión a la chanza que reinaba en el seno de la cuadrilla por aquel entonces. Además don Aquilino barajaba a favor de este parecer argumentos como que el óbito había sobrevenido sin aviso previo de enfermedad y que Pepe Rodales era el más joven de los cuadrilleros. ¡Tantas veces como, entre trago y trago, habían bromeado sobre el particular! Establecido el orden por razones de edad, Rodales era el menos indicado para partir el primero. Así que se figuró que aquello era una pantomima y que al día siguiente, de madrugada, su compañero del alma despertaría y se incorporaría para cambiarse el traje negro que le habían puesto para tan definitiva ocasión por el buzo marrón con logotipo verde en la pechera de la empresa de mudanzas en la que trabajaba. Por eso, en el transcurso de la visita que le hizo en la casa de pompas fúnebres, “Matita”, como le llamaba el presunto fallecido, le ocultó una botella de vino entre el faldón de la chaqueta, convencido de que se lo agradecería a la hora de aliviarse del reseco, día y medio después de mortuoria inmovilización. Pero desafortunadamente el encuadernador hubo de convencerse de que se había equivocado al descreer, cuando, tras sacar a su amigo del coche fúnebre para introducirlo en la iglesia, el vino comenzó a derramarse sobre los hombros de los empleados de la funeraria que le transportaban. Entonces se afligió de veras al corroborar que la muerte iba en serio con Pepe Rodales, pues incluso dormido, éste nunca habría consentido que el vino cayera fuera de su propia boca o fuera de la boca de sus amigos. A don Aquilino, la afición por escribir novelas del Oeste le entró en torno a los cincuenta, durante una etapa de zozobra personal, provocada por la muerte de sus padres, el alejamiento del único hijo y una úlcera de estómago que se erigió en su compañera inseparable. Entre unas cosas y otras, con tanto zarandeo y achuchón, perdió el carácter abierto y campechano que le caracterizaba, y se volvió taciturno y reconcentrado. ¿Recurrió a la literatura violenta para apaciguar rencores y vengar desengaños? “Bush Cooper, queridos lectores, - así comenzaba el reportaje que el diario local le dedicó un fin de semana otoñal-, ¡asómbrense!, es el cinematográfico seudónimo bajo el que esconde su verdadera identidad para sacar a la luz sus creaciones literarias un paisano entrañable, un vecino modélico, un amigo incondicional, al que ustedes habrán saludado más de una vez y con el que, a buen seguro, se habrán cruzado muchas más en la calle: don Aquilino Mata. “-Don Aquilino, ¿de dónde viene el seudónimo de Bush Cooper?
  • 13. Página13 “-Es evidente que trato de testimoniar mi admiración a Gary Cooper asociando su apellido con el mío, que, en inglés, como usted sabe, corresponde a la palabra Bush. “-Diría usted entonces que los protagonistas de sus libros deberían evocar en los lectores la imagen de este famoso actor? “-Desde luego que sí. Admiro sobremanera a Gary Cooper por su sobriedad interpretativa y por su majestuosa presencia. Ladd, Wayne o Stewart no acaban de convencerme como héroes. Tienen cara de buenos chicos y, comparados con él, me parecen segundones…”. “Veintitantas novelas del Oeste lleva escritas Bush Cooper. ¿Quién no ha leído u oído hablar, al menos, de títulos como “Bajo un sol justiciero” o “Cita en Santa Fe”? Decenas de protagonistas creados por nuestro entrevistado que, caballeros andantes como don Quijote, cabalgan sobre jamelgo con revólver al cinto en lugar de lanza en ristre. Cautivadores galanes a los que nuestro fabulador los ofrece a sus lectores, adornados con las virtudes del valor, la abnegación y un sentido estricto de la justicia. Sin duda, así era su admirado actor americano. Y qué convincentes sus modernas dulcineas, hermosas mujeres de las que aquellos se enamoran y con las que encaran riesgos, comparten sueños y luchan a tiro limpio. Y si aludimos a los “malos” ¡qué escalofrío recorre nuestro cuerpo por culpa de la atinada descripción! ¡Qué convenientes adjetivos para presentarlos personificando el mal en su estado más depurado, y qué ajustados para arrancar de nuestros sentimientos la más enérgica repulsión! ¡Qué descanso, al fin, cuando estos hombres vestidos generalmente de negro, de descuidada barba y mirada asesina, acaban pagando sus fechorías y mordiendo el polvo! “Don Aquilino Mata, que lleva a sus espaldas o en su conciencia, vayan ustedes a saber, centenares de muertos, sonríe con sonrisa de bonachón cuando le hablo de esto. Centenares de “malos” eliminados valientemente en el saloom, en medio de la calle polvorienta, o en la pradera... “-Don Aquilino o Bush Cooper, ¿no cree que son demasiados muertos para un hombre honrado? “-No son demasiados, si todos vinieron al mundo para hacer el mal. -“Pero hablamos de personajes de ficción. “-No, señor. Hablamos de personas de carne y hueso. “-¿Lo dice usted en serio, señor Mata? “-Sí, señor. “-¿Con tanto odio ha vivido usted? “-No, señor. Yo siempre viví en paz con Dios y con el prójimo. “-Entonces ¿cómo se explica tanta muerte? “-Por mi deseo de justicia, seguramente. En este mundo abunda la maldad y la perversión. Usted como periodista lo sabrá mejor. “-Y Bush Cooper ha aprovechado los héroes de sus historias y la rapidez de sus pistolas para quitarlas de en medio... “-A criminales y violadores. Sí, señor. “-Diríase que cada muerte de las que abundan en sus argumentos viene a representar la ejecución intencionada de un asesino real... “-Algo así. “-Una forma muy peculiar y, desde luego, estricta de impartir justicia. “-Tratándose del Oeste, ya sabe usted cómo funcionaban las cosas....”. Los amigos y allegados, que se sorprendieron y regocijaron porque el periódico hubiera sacado a uno de los nuestros y lo hubiera tratado como a un gran personaje, se apresuraron a felicitar entusiasmados al encuadernador por su inesperada fama. Todos lo hicieron,
  • 14. Página14 menos yo, Juan Crisóstomo de la Parte. El silencio de este su servidor no se debía a que se viera oscurecido en su calidad de catedrático e historiador por la figura de don Aquilino. Pensar que era envidioso habría supuesto un insulto por desconocer su talante pues, bajo ningún concepto, ambicionaba la estridencia de los medios ni las alharacas de la notoriedad. Sencillamente no le pareció acertado el reportaje y menos las respuestas de un hombre de la calidad humana de don Aquilino Mata, al que le unían tantos vínculos felices después de un trato asiduo de más de treinta años. Es decir, desaprobaba que se hubiera presentado públicamente como un vulgar justiciero bajo su apariencia de asceta menudo y vulnerable, cuya personalidad acaso había terminado corrompiéndose en el transcurso de su empresa literaria por el principio de que uno siempre sale transformado de todo proyecto que acomete. Y si, como decía el periódico, Bush Cooper había escrito tantas historias de pistoleros, lo probable fuera que el sentido práctico le empujara ya a resolver sistemáticamente el mínimo conflicto con la violencia, aunque fuera en el terreno de la fabulación. “Después de un periodo tan largo trajinando con el crimen, sospecho que la conciencia la tiene insensibilizada hasta el embrutecimiento. ¿No opina usted lo mismo?”, aventuró el narrador en una larga conversación que mantuvo sobre Bush Cooper y su actividad literaria con el doctor Ferrón, siquiatra del Hospicio y del Asilo, también amigo y contertulio. ¿Hasta dónde podía haber llegado el celebrado autor de “Desafío mortal” por aquel camino del ojo por ojo? El asunto era más grave de lo que parecía a primera vista pues no sólo los criminales y asesinos más famosos del país, como confesó al periodista, habían sido barridos por el fuego de sus pistolas, sino también (esto nunca saldría del fondo de su alma) varios políticos y hombres de negocios y alguna autoridad local y vecinos del mismísimo barrio donde había transcurrido toda su vida. “Asesinar o matar, como queráis llamarlo, me costó sobre todo con los tres primeros. Y a partir de ahí la cosa resultó cada vez más fácil.”, susurraría entre dientes, en plan confidencial, un don Aquilino metido de lleno en la refriega del chateo. A través de esta sencilla confesión, habría reconocido, sin un punto de rubor ni rastro de emoción, orgullo o prepotencia, su condición de criminal y asesino en serie. Siguiendo el rastro de esta carnicería, cualquier habitante de la ciudad podía haber sido el objetivo de personajes tan malvados como Steve Barry, Dennis Dungan, Gary Becker, etc. ¿Y cuántos de los conocidos del encuadernador no llevaban en la intención de éste los nombres de los bandidos que asaltaban diligencias, que atracaban bancos o que robaban ganado, y que a la postre eran encarcelados o abatidos? Acaso muchos de los que pululaban por las calles de la ciudad, absorbidos por sus afanes y obligaciones, eran ya meras apariencias. Tal vez la ciudad toda fuera ya un ejército de fantasmas, incluida la cuadrilla de bebedores con los que el escritor se mezclaba y departía a diario. Es decir, quién sabe si alguien que vivía en el mundo de Bush Cooper seguía siendo de carne y hueso o, por el contario, formaba ya parte de una exótica nomenclatura, diseminada por las páginas de novelas baratas en razón a su capricho exterminador. Pero aún hay más. Qué frutos del mal no habríamos podido descubrir con horror, si un imposible nos hubiera permitido husmear por entre los foscos e intrincados breñales de la mente del encuadernador novelista. Qué de espeluznante no habríamos contemplado
  • 15. Página15 si aquel mismo imposible nos hubiera conducido por la vasta y sofocante atmósfera del corazón amigo. Sobre la arena de aquel desierto que no permitía ya asomo de vida, habría distinguido el mismísimo esqueleto reseco de la esposa del escritor. En efecto, doña Elvira había sido liquidada tras un absurdo rifirrafe de los que surgen a menudo en el seno de toda pareja, aunque esto nunca lo adivinarían los lectores de Bush Cooper. Pues bien, la esposa es la viandante enlutada que pasa con la cesta de la compra en el preciso instante en que el “bueno” de “Desafío Mortal” hace recular al “malo” tras expulsarlo del saloom. La buena mujer se desploma inesperadamente sobre la tarima del soportal cuando el “malo” dispara y huye segundos antes de que acabe sus días despatarrado sobre la calle desierta. No resulta fuera de lugar la existencia de víctimas colaterales en este duelo terminal pues es el más encarnizado con que Bush Cooper remató uno de sus argumentos. Si uno repara detenidamente en este pasaje, es cierto que el novelista concede a esta víctima inocente una desproporcionada importancia cuando escribe: “El negro rebujo de la desgraciada ama de casa quedó tendido sobre las carcomidas tablas. Los dos perros de Teddy, el vagabundo, se acercaron a husmear la cesta y acabaron llevándose sendas longanizas, mientras el pelotón de curiosos seguía a Steve Barry por ver el momento en que acabaría con su enemigo”. Ya se alejaban los dos canes con los embutidos cuando: “Steve se acercó al cuerpo de Duncan apuntando todavía con los revólveres humeantes. Con la punta de la bota levantó la cabeza del moribundo y una fría sonrisa se insinuó en sus delgados labios al contemplar el rostro agonizante. Entonces sus armas tornaron a la negras fundas claveteadas de plata, y el sol del mediodía arrancó un fugaz destello al hilillo rojo que brotaba de la comisura del muerto”. Y sin embargo, de puertas afuera cuánto no lloró don Aquilino a su amada esposa. Aquellos años que le precedió en la partida fueron para él años de tristísima añoranza. Misas por su alma no faltaron y las visitas al cementerio se convirtieron en una costumbre que probaba ante todo aquel que lo conocía el gran amor que había profesado a su contraria. Para justificar pueriles dislates, impropios de un hombre respetable; para que Elvira le perdonara las frías actitudes que intermediaron entre ambos por culpa suya, a veces (debía reconocerlo) con grave peligro para la integridad de la vida conyugal, don Aquilino vaciaba cada tarde su corazón sobre la tumba a modo de ejercicio expiatorio. Es decir, acababa abriendo a su difunta las puertas que nunca le había abierto, y así le confesó que la había asesinado prematuramente para convertirla en literatura. “Debes comprender que yo tenía que vivir. Me sentía tan frustrado en lo personal no siendo amado. Tan a desmano me veía de todo afecto que, para sobrevivir, sucumbí a la tentación de las posibilidades que me brindaban los sueños”. Por este camino se fue apartando, fue dejando de lado la existencia anodina a la que la familia le sometía y rechazó el anónimo papel que el círculo de amigos le había asignado. Por todo esto tuvo que traicionar a unos y a otros disfrazándose de cawboy y pasear con deliberada insolencia su palmito de pistolero: cara pálida y mirada penetrante, aureolada por una sed insaciable de acabar con el mal. Pero mucho antes del asesinato, ya reinaba el desamor en el seno de la pareja. El punto culminante de este proceso quedaría marcado en los anales del corazón de nuestro protagonista la tarde en que él y Pepe Rodales se cruzaron casualmente en la estación del ferrocarril con madame Corine, la dueña del Gato Negro. Hasta allí solían alargar su paseo algunas tardes por la curiosidad
  • 16. Página16 de ver quiénes llegaban y quiénes se iban de la ciudad. Liberado de todo compromiso sentimental como se creía, empezó a darse vehemente a la devoción de la pelandusca. No pudo evitarlo. La fuerza de la pasión pudo más que su decencia. “Esa es”, le dijo su acompañante que, por privilegio de soltería, había visitado el prostíbulo que la dama regentaba. “¡Esa es madame Corine, amigo Matita!”, le había insistido en un susurro nervioso y emocionado mientras le clavaba los dedos en el antebrazo. De modo que aquel primor de mujer encarnaba a la famosa dispensadora del pecado más cometido por salidos y priápicos, suspiró en sus adentros don Aquilino aquel atardecer febrerino que no invitaba precisamente al romanticismo, en tanto la bella se contoneaba insinuante por el amplio vestíbulo. Prisionero quedó ya de la grácil silueta y de aquel rostro, todo carmín y afeites, resaltado por el suave contorno de una graciosa capucha de visón. A partir de aquel instante, don Aquilino Mata se cobraría la deuda que, en su opinión, el amor debía pagarle, viviendo de la devoción de aquella Afrodita y convirtiéndola en todas y cada una de las novias y amantes de sus protagonistas. El amor le impulsaba a compartir con ella la gloria y la inmortalidad de sus creaciones. Félix J. Alonso Camarero Burbujas11 Burbujaspic11 Doscabezas
  • 17. Página17 NADERÍAS: Elena Arroyo Ocurre que Elena Arroyo camina esta mañana con cierta pesadumbre: tiene fiebre, los ojos húmedos, y no le abandona el dolor que se ha detenido en los riñones. Pero su malestar no le impide una mañana más caminar por la avenida de los Reyes Católicos para cumplir la tarea de limpiar el piso que la espera. Yo, voy a su lado, llevo en la mano la bolsa que pertenece a Elena. Contiene los efectos de la compra: tomates, media docena de huevos y un cuarto de carne para el cocido. Elena Arroyo es viuda, y su único hijo está en la cárcel. Es de estatura mediana, cara rellena, casi redonda, de piel fina y morena. Sus ojos si no lagrimean como ocurre esta mañana, son de color de avellana. Lleva un abrigo de paño, de un gris descolorido, una bufanda de lana gruesa, alrededor de la garganta, y el pelo encanecido, recogido en un moño, sujetado con una cinta roja. Como si fuera un capricho, luce un lunar en la mejilla derecha. Tiene 58 años. Tres días antes de este encuentro, los dos estábamos sentados en una cafetería, y no llegaba a creerse que hubiese ido a buscarla para interesarme por ella. “Es la primera vez que me ocurre, y no lo termino de creer. Mi vida ha tenido y tiene problemas, ¿quién no los tiene en esta vida? Y son tristes, mejor no moverlos. Pero es otra persona la que te conviene para hacer realidad lo que deseas”. La he propuesto acompañarla en su trabajo una mañana. Hace años que la conozco. Elena acudía a limpiar nuestro piso, cuando mi padre todavía vivía. Lo piensa, no se decide, pero al fin, por gratitud, decide satisfacer mi deseo. Por eso, caminamos juntos, uno al lado del otro, en silencio, recibiendo el viento frío, húmedo, en esta mañana de noviembre, bajo un cielo invernizo que amenaza lluvia, lejos de los días, cálidos, luminosos de verano que me parecen una veleidad de la memoria. El piso es el sexto, A o B, no recuerdo, del número 18 de la avenida de los Reyes Católicos. Es amplio, luminoso, decorado con esa sencillez que revela criterio y gusto. Mientras Elena se ocupa de poner en orden la cocina, yo aprovecho para recorrer los cuartos, todos pintados de color malva enfermizo que parece desprender una luz que se agradece. Me quedo en el salón, donde la mirada se detiene con asombro en el armario acristalado: contiene una colección de cerámica en la que destacan esculturas de arte africano y una vasija ceremonial. Las esculturas son dos cabezas de barro ensombrecido con manchas faciales, cuya belleza desprende serenidad, calma, una cierta paz espiritual, diría yo. La luz desvanecida entra por el amplio ventanal, una luz que parece temblar cuando acaricia los rostros apacibles y serenos de las dos cabezas. Siento que floto en un tiempo lejano y me
  • 18. Página18 dejo llevar por el silencio y la quietud de la hora. En la pared, frente al armario, contemplo un paisaje a espátula excelente. Tierras ásperas, duras, agrietadas, sembradas de aves, sienas tostados y un gris verdoso admirable. Es de Modesto Ciruelos, y revela la calidad de pintor que era. “José Antonio, ven al dormitorio, me dice Elena, casi gritando. Mira esto”. Veo la cama deshecha, sábanas azules arrugadas por el suelo, la almohada doblada. En la mesilla una caja de preservativos abierta. Al pie de la cama una botella de ginebra vacía, botes de Coca-Cola y un cenicero rebosante de colillas. En realidad, parece que un ladrón hubiese saqueado el cuarto, dejando algunos cajones de la cómoda abiertos y otros cerrados. Encima de la cómoda hay una fotografía con marco de cuero de una mujer joven, de apacible y cálida belleza. “Claro, cómo va a casarse, si cuando necesita compañía la encuentra”, dice Elena que parece hablar para ella misma, como si estuviera sola. Elena ha limpiado con prisas en parte por mí, en parte por culpa de la gripe. Ahora plancha el pantalón del señor, porque en este piso vive sólo un señor que se comunica con Elena por medio de notas que deja encima de la vitro. “Nunca me da los recados por el móvil, ¿qué te parece? ¿No sería más sencillo? Pues no, siempre las notitas. “Pláncheme el pantalón y la camisa de rayas que he dejado en el sillón del cuarto de estar”. A veces también Elena le deja mensajes: “Mañana no podré venir. Tengo fiebre”, escribe delante de mí en una hoja del block que ha sacado del bolso trasero del pantalón vaquero. Al fin, ha terminado la labor. Pálida, ojerosa, con aspecto abatido, se echa de golpe sobre el sillón de pana de color de miel. “Me encuentro cansada. Algunas mañanas, sin el malestar que hoy tengo, me sucede lo mismo. Entonces me siento aquí, cierro los ojos y dejo pasar el tiempo, vencida por la impresión de que no voy a ninguna parte, como si estuviera de paso y me he sentado a descansar, para luego seguir caminando”. No te miento José Antonio, si te confieso que ciertas mañanas escucho la voz de mi madre y sus constantes consejos. “En mi familia todos éramos muy habladores, algunos como mi padre, charlatanes, aunque con largas y malhumoradas rachas de silencio. Mi madre era la más callada, parecía guardar para sí sus pensamientos, pero cuando decía, decía bien. Y llegaban los consejos: Elena, sigue adelante, no pierdas nunca la esperanza. Sé honesta y honrada, Habla lo necesario y no cuentes intimidades a quien lo las merece. Piensa y luego obras, no al revés. No te fíes de los hombres, van a lo suyo y son enredadores”. Y así con frases y sentencias, la mujer creía hacerme bien y prepararme para enfrentarme a la vida”. Yo tenía quince años. Trabajaba de recadera en la Panificadora Burgalesa. Ganaba 20 pesetas a la semana. -Y ahora, ¿qué días trabajas? -Lunes, miércoles y jueves limpio y cocino en uno de los pisos. El viernes trabajo de tarde. No me cortarán la luz, espero. -La soledad, ¿convives bien con ella? -¡Oh! He vivido tantos años sola que estoy habituada. No me causa molestias. Durante días enteros en los que no hago nada más que trabajar, me siento dulcemente arropada por una apacible satisfacción. Luego me sirvo de estrategias. Pienso en mi marido. Murió hace catorce años. De repente. Un paro cardiaco. Era un buen hombre, a veces vehemente, impulsivo, pero nunca violento. Lo cierto es que todavía le recuerdo. Me dejó una pena, que en ocasiones brota. Volví a trabajar, teníamos deudas, llamé a algunas puertas, que no me abrieron. Conocí momentos duros, pero poco a poco voy saliendo del pozo”. Y se queda unos instantes replegada en sí misma, como si le rozara el lado oscuro e incomprensible
  • 19. Página19 de la vida, desde cuyo silencio me contempla ahora. De pronto, sonríe. Sus ojos cobran vida, y me dice: Y si necesito compañía, subo a ver a Amelia, que vive en el segundo piso de esta casa. Es ocurrente, graciosa y divertida. Es dos años más joven que yo. Ayer, me confiesa: “Elena, voy a buscar a un hombre de mi edad, para que haga las labores de casa y sepa cocinar. Estoy harta de trabajar y si quiere algo más…, se lo tiene que ganar, ¿no te parece? Claro, mujer, que duerma debajo de tu cama y el día que cumpla con la labor y tú, acostada, sientas de noche “calentura”, le dices que suba arriba”. Por primera vez se ríe abiertamente, echa la cabeza hacia atrás y el rostro parece que se estira para mostrar las huellas que el tiempo dela al pasar. -¿Qué apartarías de tu vida? –le pregunto de pronto. La pregunta la coge desprevenida. Duda unos instantes antes de contestar: “Seguro que piensas que muchas cosas. No señor. Soy una mujer sencilla que no hace aspavientos a la vida. Me conformo con lo que tengo. No pido más. Salud, trabajo y, especialmente, quiero que mi hijo salga de la cárcel, encuentre trabajo, forme un hogar y me dé algún nieto. ¡Oh!, sí, éste me haría feliz. -¿Te volverías a casar? -¡Qué cosas me preguntas! ¿Para qué? Para que otro señor me tenga de asistenta. Ya he tenido bastante. A mi edad ya no me queda tiempo ni llega eso que llamamos amor. Es muy complicado. Te llena la cabeza de ilusiones, de fantasías que has metido en tu cabecita de ratón. Le imaginas como tú quieres y luego llega la realidad y todo lo desmorona. Salimos a la avenida de Reyes Católicos. Elena avanza con cierta pesadez, le falta el aliento. “Voy a meterme en la cama en cuanto llegue a casa”. Sopla un viento frío y húmedo. A esta hora la avenida aparece prácticamente desierta. En un instante siento el impulso de retener entre mis manos la mano de Elena, expresar sin palabras mi gratitud por los momentos que he compartido con ella. Me reprimo, mirando el cielo, cuya tonalidad me enfría, un telón gris oscuro donde la mirada no encuentra consuelo. Llegamos a la plaza del monasterio de san Juan. Pienso que es hora de despedirse. “Elena, ha sido un placer”. “Lo mismo digo”. Me abraza emocionada y yo aprovecho para introducir un billete en el bolso de su abrigo. Son las dos y media cuando llego a casa. Vacía. Silenciosa. Pura soledad. La luz que bordea la cortina ahora es más intensa. Una luz que de algún modo es más clara, parece vivir dentro de sí misma a medida que se afianza. La quietud, el sosiego, que me rodea, me devuelve al piso que he conocido esta mañana. Y vuelvo a ver a Elena trajinando y poniendo en orden la casa: La “pequeña” Elena, de 58 años, en la que pienso ahora. Y me digo: Adiós, Elena. No puedo recoger aquí todo lo que me dijiste. Pero nada me impide recuperar la dulzura de tu rostro, el milagro de tu sonrisa, la voluntad que te mantiene viva, tu energía y tu esperanza. Lo guardaré en algún lugar de este corazón solitario, lo guardaré como una deuda secreta y me alegra pensar que nunca podré pagarla. J. A. Martínez Gutiérrez, “Guti” Burbujas 9
  • 21. Página21 Coloquios fraternos con tintes de memoria Le ofrecí dos opciones para vestirse de vida durante fiesta local tan señalada. –¿Dónde quieres que te lleve, mamá, al barrio de Huelgas o de visita al cementerio? Mi madre me miró con ribetes de perplejidad, y cierto escepticismo, entre las escasas arrugas de su frente, pues, a pesar de ser mujer con noventa y dos años sobre chepa, todavía cree que las aguas de los ríos se embalsan, con tono esdrújulo, en los pántanos; y, sobre todo, asevera que las albóndigas tienen mejor textura si se les llaman almóndigas. No obstante posee una mente lúcida, una gracia con la que todavía bien-sazona los guisos y, dicho sea de paso, tiene algún callo en el pie de la orilla que le atenúa el ritmo de su paso. Su corazón mantiene la métrica de la risa y el color de la bondad. –Ya no estoy para algunos trotes, hijo –me respondió. Y después, sumida en su pensamiento, extrajo la siguiente conclusión–. El simulacro festivo de las Huelgas nunca me atrajo, pues, a pesar de mi profunda religiosidad y ser devota de san Amaro, me espanta tanto boato y enseñanza bajo palio en el Curpillos. Además, en tal evento, nunca logré distinguir, entre tantos estandartes y brillos de medallas, al famoso pendón..., ese que dicen de las Navas. A mí lo que me gustaba era la tortilla de patata en el Parral, cuando echábamos huevos frescos, de gallinas de verdad, y no esa porquería química que ponen ahora, dicen por ahí, para bien cuajar la patata... –Bueno, mamá, eso se hace para combatir la salmonelosis... –Limón, hijo..., un chorrito al batir los huevos... Pero lo que más me gustaba durante la gira en el Parral era los bailes a la tarde... Comenzábamos con un pasodoble y terminábamos con la jota ¡Qué bien me llevaba tu padre! –Sí... Erais buenos bailarines..., a lo antiguo. –No me lleves al Curpillos... Llévame de visita al cementerio, hijo, aunque hoy no haya comprado flores... –Hartas compraste para la vida –le respondí. El día se presentaba con augurios de calor, eso que todavía no era cuarenta de mayo; incluso se preveían tormentas vespertinas. Entramos al recinto en el que se cruzan los caminos de los cielos y las veredas de los infiernos. Las sendas del purgatorio y los recodos del limbo ya no se distinguen, eso que todo el entorno semeja un jardín de serenidad y pulcritud que nos invitó a sentarnos bajo las ramas de una morera, donde el descanso para las piernas ancianas era límpido, el frescor de su sombra liberase mi pensamiento y éste compusiera un haiku a los trinos de cada ave...
  • 22. Página22 –Compondré un soneto dedicado a esa figura tan singular que muestran los cipreses –le dije a mi madre–. Fíjate en ellos, que poda tan singular lucen: bien perfilados por abajo y con desarrollo libre por las copas, como si quienes los podaron no alcanzasen las alturas –y concluí–. Me recuerdan a esos jóvenes que se rapan hasta la raya imaginaria detrás de sus orejas y dejan al soberano albedrío la parte superior de sus cabelleras; o, cómo no: también me evocan la testa de aquellos frailes que les cortaban el pelo con un cazuelo sobre la cabeza..., para no perder línea. –Se lo trasquilaban siguiendo la guía con un orinal; nunca con una cacerola –corrigió mi madre; y concluyó–. Mientras poetizas entraré en la capilla y encenderé unas velas. La idea de encender hachones desató mi intolerancia y le dije, con marcada sorna, que no era necesario encender cirios, que el día estaba muy claro, y que con lo que echase en el cepillo bien podíamos tomarnos unos mostos acompañados de aceitunas. –No te preocupes, hijo; nos tomaremos unos marianitos y pagarás tú... Acompañados de patatas fritas, que no es tiempo de gambas a la plancha; además, el bar Juanjo ya no está en la calle de san Cosme. Y ni sueñes que te lleve a la cantina del Patillas, que no tienes sitio para aparcar ese cochazo que te has comprado... Que bien en aquellos tiempos, cuando me llevaba tu padre sobre el trasportín de la bicicleta, así, al estilo de las amazonas, igual que cuando salíamos a caballo, haciendo sonar los cascabeles de sus colleras, el día de san Isidro. Colgada de mi brazo paseamos entre la serenidad de las tumbas, escuchando el silencio, sólo quebrado por los cánticos de los pájaros y el continuo acoso de un cuco, señal ésta inequívoca de que los huevos de algún nido iban a perder su naturaleza para sufrir la intrusión de ave tan cuca... –O de que tronará esta tarde... – adivinó el pensamiento de mis puntos suspensivos. –¡Cuánta concordia! –exclamé; y, ante el silencio de mi madre, bien cargado de recuerdos que ahora asentaba sobre mi brazo, pensé–: cuántas historias, todavía por escribir, bajo tanta losa con los nombres de quienes llenaron de anonimato las cunetas. La ostentación pétrea, resaltada con ideas marmóreas y plurales arquitecturas, se luce con los apellidos solemnes de quienes duermen el sueño sin fin. De nuevo traté de sacarle la voz: –¿Crees, mamá, que algunos de los que aquí yacen se hicieron enterrar con sus riquezas, al estilo de los faraones? –No; posiblemente la materia ya estará podrida; no así los secretos y artimañas de las almas que les hicieron ricos –y bajando la voz, tal vez por tradición necrológica, señaló uno de aquellos panteones y me dijo–: Aquél, durante los tiempos de estraperlo, arbitraba sobre abastos y consumos; vivía al tanto de todos los trasiegos en la alhóndiga, y cuando no, inspeccionaba los muros traseros de los fielatos, productivos éstos de vez en cuando. –¿Estás segura, mamá? –Tanto como que tengo más años que tú, hijo; así que te llevo ventaja – señaló la insignificancia de una lápida y afirmó, con orgullo–. Esa es la del coadjutor que se quitaba sus botas, o sacaba las mantas de su casa y abría los cepillos para repartir entre los pobres... El párroco lo regañaba, decían los feligreses, incluso se cree que en cierta ocasión lo zarandeó por repartir los bienes del templo entre los hambrientos. Junto a un saúco que comenzaba a desprender sus aromas, ambos recuperamos los tiempos de recogida de
  • 23. Página23 sus flores y vimos la misma imagen en nuestra memoria: la abuela Margarita cortando los racimos floreados, los colgaba hacia abajo para que se secasen en la oscuridad del desván y después, con toda la fe de la costumbre, preparaba infusiones con las que lavaba nuestros ojos. Pasamos junto al descanso eterno de Félix, alias el almendrero o el peluso, y ambos sonreímos ante el recuerdo de su odisea personal con un sargento chusquero. Éste lo quiso denunciar porque aquél nombraba Fabiola a una borrica con la que transitaba por la ciudad; eran tiempos de Balduino. El milico de los galones dorados aseguraba que era un escándalo social nombrar así a una borriquilla. El almendrero, echado hacia delante sobre la vara izquierda del carro, miró hacia la ribera derecha del río, sobre la que se armaba el tinglado conmemorativo de los veinticinco años de paz y respondió, con la entereza de su figura menuda, que para él era más escandaloso un desfile militar. –Y en que concluyó la disputa – pregunté. –En la paz impuesta, hijo. Como el almendrero tenía un tío en la curia y ésta ostentaba buenas relaciones con la milicia, entre ambas llegaron al acuerdo de que tan inmoral sobrino se comprometiese a comulgar durante nueve primeros viernes de mes, seguidos; y todo para que tan díscolo pariente obtuviese la salvación de su alma y librara del calabozo a su cuerpo... Dice la gente que cuando el almendrero agonizaba, muchos años después, invocó la presencia de su borriquilla: –Fabiola... Fabiola. –Cuanta paz para pensar, aquí, entre los cipreses –recalqué. –Sí, hijo; es lo que tiene recuperar memorias. Mira... ¿Ves aquella humilde tumba, protegida con reja de hierro forjado, sobre la que siempre hay flores silvestres? En ella descansa la Sabina, aquella viuda vestida siempre de luto, cabizbaja, que recogía las pizcas de carbón caídas sobre las vías del Santander-Mediterráneo; sí, recuerda, aquellas miserias incandescentes que se desprendían de las locomotoras... Una vez se encontró un par de briquetas que se habían caído de algún ténder. La alegría del calor llenó su covacha, allí, junto al arroyo de Cardeña... Pobre mujer. Cuando el fogón enrojecía llegó la autoridad y la acusó de robar carbón. Al poco tiempo de salir de la mazmorra la arrolló un tren procedente de Calatayud. A sus tres criaturas las acogieron en el hospicio. –¿Quién le pone flores frescas? –No se sabe, hijo. Dicen que es un viejo enterrador añorante de la paz. Las beatas del barrio de san Pedro aseguran que es un acto milagroso; y los contrarios a las teorías prodigiosas afirman que se las pone su ángel de la guarda, remordido hasta las alas, por no protegerla durante fatídico día... Pero, éste también es un dato portentoso... ¿No te parece? Como entiendo tan poco de tales actos me callé, igual que cuando oigo hablar de fútbol. Llegamos a la humilde tumba familiar y callamos. Mientras mi madre murmuraba alguna oración yo releía los nombres de mis ancestros e imaginaba sus raíces, porque las memorias ponen vida. De pronto mi madre soltó una risita. Yo sabía qué le hacía reír, pero ella lo recordó con esa gracia que le caracteriza. –Vaya hato de cabras, tu padre y sus amigos... En aquellos tiempos de cerrazón, cuando estaba prohibido que la ciudadanía pasease en mangas de camisa por el Espolón... Ellos, en protesta, se fueron a la plaza de La Flora. La noche era benigna, de las pocas que la climatología regala a la ciudad; el calor era sofocante. Allí, ante la soledad de la madrugada, se desnudaron para bañarse
  • 24. Página24 en la pileta, todos en cueros bajo los caños de agua, ante los regocijados ojos de la dama de piedra. Ellos, razonadores de taberna, aseguraban que si tan hermosa dama podía exhibir sus senos desnudos... ¿Por qué no iban a poder bañar ellos las purezas de sus pellejos? Pero he ahí que, cuando los chorros de agua purificaban todos los sudores, se presentó el Aproniano clamando justicia mientras blandía su chuzo al estilo Quijote, como era de razón en cualquier sereno riguroso. –¿Qué sanción les puso? –Allí le iban a esperar... Salieron todos corriendo, desnudos y con la ropa bajo el brazo, hacia las partes altas y oscuras de la ciudad, donde nunca llegaban los faroleros porque no tenían nada que encender –mi madre se rió de nuevo y concluyó–. Al día siguiente lo celebraron con el propio sereno mientras tomaban unos chatos de vino en la taberna del Piriri. Entre las tenues risas que nos dimos surgió mi voz, tal coletilla de un fin: –Cuánta paz se respira aquí... –Es natural, hijo... En este lugar todos están muertos. A medida que nuestros pasos se dirigían hacia la salida noté que mi madre hurgaba en su monedero. –¿No pensarás encender otra vela? –pregunté. –Ésta es para que La Flora perdone a tu padre y sus amigos, que en paz descansen todos. Mamá... A quienes tiene que perdonar La Flora es a los que prohibían pasear en mangas de camisa por el Espolón... No obstante, igual que les pasa a muchos burgaleses al transitar por la ciudad sin observarla, yo acudí por la tarde a comprobar que la dama de tan sonada fuente tenía descubiertos sus senos ¿Era posible, después de tantos años paseando por su plaza, que no me hubiese fijado en la belleza de mujer tan popular, o no recordase haberla admirado? Luis Carlos Blanco Izquierdo Ballena
  • 25. Página25 Guantes Dije: te vas a olvidar de mí. Cuando regreses a tu país no seré más que una mancha borrosa en tu vida. Pensé que a mí a veces me costaba recordar cómo era su rostro cuando pasaban varias semanas sin vernos y que quizá me había puesto un pelín dramática. Así que rápidamente añadí: yo también terminaré por olvidarte, no te creas (aunque en ese momento me pareciese algo improbable). Como siempre que no conseguía dormir, me levanté y fui a fumar a la ventana. La tiritona del cigarro era evidente pese a los esfuerzos que hacía por controlar mi temblor de manos. Él me escuchaba en silencio desde la cama, expectante, como si estuviese contemplando una obra de teatro o una película. Dije: se me va a hacer extraño no verte sentado en el suelo meditando (si bien aún me seguía pareciendo una excentricidad esa afición suya por colocarse en posición de loto apenas clareaba el día). Él dijo: yo también voy a echar de menos muchas cosas tuyas. ¿Por ejemplo?, pregunté. Y él respondió: tu sonrisa y tus mamadas. Aseguró que jamás le habían chupado la polla tan bien como yo; según matizó, poseía un don especial para ello. Le di las gracias por el cumplido con una media sonrisa y, no sé por qué, se lo devolví declarando que a mí también me encantaba tener su aceitunado pene oriental en mi boca. No se conformó con eso. Quiso saber entonces si me gustaba chupar pollas en general o si era sólo la suya la que me provocaba ese placer. Le dije lo que quería oír. Luego separó la sábana de su cuerpo y me pidió que se lo demostrara de nuevo. Y eso hice, convencida de que quizá era el único modo de abrirme un hueco en su memoria. Me vino a la mente mi amiga Lourdes, cuando éramos adolescentes y nos contaba que todas las pollas sabían igual. Ella ya lo había comprobado en su pueblo durante los meses de verano. Las demás solíamos reír, alteradas y curiosas, ante aquellas confidencias. A mí su sabor me daba lo mismo (aunque eso significase darle la razón a la idiota de Lourdes), lo que realmente me atraía de aquel pene era su aspecto pardusco y nervudo, como si fuera la rama de un poderoso árbol. Y el olor, un olor que no había encontrado en ningún otro hombre, y donde se mezclaba el aroma del incienso y el de una pescadería. Le chupé la polla por última vez con el afán de quien se está jugando su paso a la posteridad. Cuando terminé, me tumbé de nuevo a su lado. Dije: nadie me ha chuleado jamás de esta manera. Y lo dije en español. Después de un rato en silencio me preguntó qué significaba eso. Le expliqué que “chulear a alguien” era precisamente lo que él había hecho conmigo: ese ahora sí, ahora no, crear expectativas y después nada. Aparecer, follar, desaparecer, y así durante dos años. Él se rio y me explicó cuál era la expresión que se utilizaba para decir eso en inglés. No presté atención. Yo seguía mirándolo y preguntándome cómo era posible que aquel indio esmirriado me
  • 26. Página26 hubiera podido chulear así a mí. Dije: seguro que en tu país te estará esperando alguna chica. Mi amiga Lisa me había contado que muchos de los hindúes que venían a estudiar a Inglaterra pertenecían a familias ricas, y que a su vuelta, una vez obtenido su título universitario, tenían preparada la boda y un puesto en el consejo de administración de alguna empresa familiar. No te enganches con ninguno, me advirtió. Y de puertas para fuera parecía así. Ni Lisa ni las demás sospechaban nada, o al menos se cuidaron de hacerme ningún comentario al respecto. Se trataba simplemente de un amigo, no había que darle más vueltas. Era el chico que me había ayudado a meter el colchón dentro del último cuarto que había alquilado. La casa, de planta baja y minúscula, tenía un recibidor igualmente minúsculo donde era imposible maniobrar para meter el colchón en el interior de edificio. Por más que intentaba girarlo, no entraba ni bien ni mal. Lo había comprado en una tienda de muebles de segunda mano y los tipos que me lo trajeron no se hacían cargo de aquel problema. Dije: ¿por qué te ofreciste para ayudarme? No sé, respondió, supongo que por pena. Tenías cara de estar desesperada. Sonreí al recordarme junto a la puerta de casa, sujetando el colchón para que no se manchara y sin saber qué hacer con aquel armatoste. Al final apareció él y lo pudimos meter por la ventana. Dije: ¿me ayudaste sólo para ver si conseguías acostarte conmigo? Sí, musitó sin muchas ganas, quizás también pensé en eso. Tenía los ojos entrecerrados, estaba a punto de dormirse. Dije: ya no te acuerdas, para ti todo esto ha sido algo sin importancia. Yo, en cambio, recordaba que esa misma tarde ya sentí ganas de hacer el amor con él. En cuanto se quitó los guantes verdes de lana para agarrar el colchón, imaginé cómo sería estrenarlo juntos. Fue ver sus manos y mi cuerpo se puso tontito. Una de esas cosas que si saliese en una película te parecería una cursilada, pero que por lo visto existen. Dije: luego te dejaste los guantes por olvido, ¿o lo hiciste a propósito? Pero no contestó; intuí por su manera de respirar que se había dormido, pero no quise comprobarlo con la mirada. Ya daba igual. Dije: dos días después volviste a por ellos, te invité a cenar y luego acabamos en esta cama. Tampoco te llevaste los guantes aquella noche. Seguro que no te has vuelto a preguntar por ellos, ni tampoco por qué yo insistí en quedármelos. Me hacía ilusión pensar que tenía un molde de tus manos, pero a ti todo esto te parecerá una estupidez. No sé para qué te lo cuento. Al decir esto me percaté de que lo estaba haciendo en español y con los ojos humedecidos. Pensé, como otras veces, que aquel indio escuchimizado no merecía la pena y me di la vuelta en la cama para no verlo. Lo malo es que seguía respirando el intenso olor de su sexo. Y ya no pude volver a pegar ojo. Poco después de que amaneciera se levantó de la cama. Esa mañana no hizo sus habituales ejercicios de meditación. Yo me puse a recoger el cuarto, como cualquier otro día, fingiendo la mayor naturalidad posible. De pronto, al abrir un cajón me topé con sus guantes; rápidamente lo cerré sin decir nada. Él trató de ligar un pequeño discurso, pero no parecía encontrar las palabras apropiadas. Al final se calló, me miró fijamente y me dio las gracias. Dijo: es mejor así. Dije: sí, es mejor así. Y se fue. Imagino que tomó su avión dos días después, tal y como tenía previsto, y que luego comenzó su nueva vida en la India. Nunca le pregunté por sus planes futuros ni él me dio detalles sobre lo que le deparaba su vuelta a casa. Es mejor así, me repetí. Tampoco yo, a decir verdad, tenía muy claro qué iba a suceder conmigo cuando regresara a España, ni cuándo iba a hacerlo, aunque estaba convencida de que aún faltaba bastante tiempo para eso. Tres días después de su partida, sin embargo, decidí dejar el Reino Unido y volver a
  • 27. Página27 casa de mis padres. Compré un billete de avión, comuniqué mi marcha en el trabajo y arreglé todo el papeleo necesario con los del máster y con la agencia que me había alquilado el cuarto. El sábado salí a cenar con Lisa y otras amigas que aún no se explicaban mi precipitada decisión y que trataron de hacerme recapacitar. En apenas una semana había dejado todo listo para mi marcha. Sólo me quedaba liquidar los pocos muebles que poseía, para lo que había reservado la última mañana antes de tomar el tren hacia el aeropuerto. Vinieron para llevárselos del mismo almacén de objetos de segunda mano donde los compré dos años antes, y apenas me dieron cincuenta libras por todo el conjunto. Como era de prever, el colchón tuvo que salir por la ventana y a empujones. Aunque había tratado de ocultar las manchas dándole la vuelta, en su parte central lucía varios corros amarillentos que me hicieron avergonzar cuando, al girarlo, uno de los operarios se quedó mirándolos. Imaginé que aquel tipo me estaría visualizando en ese instante con una polla en la boca. Me hubiera gustado decirle que mi modo de practicar la felación era una experiencia inolvidable, quizá mi más firme asidero en la memoria masculina. Pero no lo hice. Claro. Al cargar la mesilla se abrieron los dos cajones. Uno de los chicos me advirtió de que me había dejado allí unos guantes. Dije: no son míos. No me apetecía dar más explicaciones, la verdad, pero, al ver que seguía allí parado, sólo se me ocurrió decir: quédeselos usted, le traerán suerte. José Gutiérrez Román Burbujas 6
  • 29. Página29 La última vez que hablé con Holly me dijo que la agorafobia no existía, que sólo era un piano desafinado por el olor de los gatos, o la niebla muda del que lo toca a deshora. Comida Niñaypez Una bicicleta vino a visitarme como un perro doliente. Se alojó en la timidez del trastero como un avergonzado inquilino. Por las noches paseaba por los pasillos como una vagabunda herida. Perdida de su montura, agachaba su manillar bajo telarañas de metal y goma. Una mañana timbró un suspiro. Con las llantas llagadas, buscó aire y aliento en mis manos. Mas yo no pude hinchar su ánimo. Soy una persona que, a ratos, se desnuda al sol. Sólo le di brillo niquelado, el óxido del delirio. Pablo César del Río
  • 31. Página31 Distancia La distancia es la única culpable. Amo a mi perro, que está cerca y conoce mi voz. Puedo amar —un poco menos— al perro del vecino. Todo es cuestión de geografía: la cosecha, la sed, la faz del universo, el grosor de la piel, sentimientos que la atraviesan por milímetro cuadrado. El sur queda tan lejos que está a punto de caerse del mapa. (Breviario para tardes de aguacero, 2012) Instalación1 Instalación2 Puente Las riberas del río se lavan y se extienden como ropa mojada. Temen que el aire se las lleve. Cualquiera puede construir un puente, inventar dos orillas, descubrir una tercera si es preciso. No hacen falta piedras, hormigonera, diseños de papel, medir distancias. Basta un firme deseo: cruzar el aire, llegar a la otra orilla. (Breviario para el bolsillo interior Premio Laureà Mela 2006) Carmen Plaza
  • 33. Página33 Apelando al espíritu de la Navidad, debería a los bancos acuciarse a celebrar un día, como mínimo, sin puertas en las cajas fuertes, o a que se dejen atracar con la mejor de sus sonrisas, exonerándolos a cambio de la autoimpuesta obligación de repartir misericordia obsequiando vistosos almanaques. Como, en virtud de tal espíritu, debiera en tales fechas permitirse la expropiación de chicas 10 (malas samaritanas ellas) a los playboys a cuyos pies se hacinan, a fin de echárselas de Reyes a tanto corazón aflicto como hay. Y como debería, a la sazón, con invocarlo solamente, poder ajusticiarse a todo aquel que volea cizaña por el mundo. La mayor parte de la ecúmene se hace preguntas mientras tanto: ¿qué navideño espíritu sin paz, afectos ni fortuna, o con todo lo cual de pacotilla? ¿Qué cielo sin estrellamares? ¿Qué mar sin celestrellas? ¿Qué paraíso en el infierno? José María Izarra
  • 35. Página35 Borbotón. Grupo sonoro, musical Hace poco más de un año, en el Festival de Audio Tangente (FAT) Estación Dadá, celebrado a finales de noviembre de 2015 en Espacio Tangente (C/ Valentín Jalón), se forma un grupo a partir del Taller de Música Dadá impartido por Llorenç Barber. Según su mentor, se trata de ejercer de Ladrones de aire o Sobre el desimprovisar la improvisación mientras somos sonadores novadores, mientras creamos ruido nuevo. Comenzamos a vernos cada 15 días, más o menos, y a ensayar con sonidos espontáneos, con lecturas estereofónicas, con deconstrucción de textos, con silencios, con gestos, etc. Cada cual venía de ámbitos distintos: música, danza, literatura… En nuestras conversaciones de primavera aparece la posibilidad de trabajar hacia un espectáculo, una función abierta, lo cual se transforma al poco tiempo en una necesidad. Así que nos vamos centrando en una serie de contenidos, alrededor de los cuales desarrollar las improvisaciones. Es la época en que nos atrae la actividad de la Escuela de Bañuelos de Bureba en los años 1934-1936, cuyo maestro, Antonio Benaiges, enseña con la técnica Freinet, montando unas imprentas adecuadas, en las que las propias criaturas imprimen los textos libres que componen con los que elaboran unos cuadernos. Método en el que se halla conexión con lo que hacíamos en el grupo. Entre los cuadernos (rescatados recientemente) de esta escuela elegimos 4 para nuestro quehacer musical, de título: Sueños, El retratista, Folklore burgalés y El mar. Entiéndase: son una idea central, pero no un guión (pues todo podría ser de otra manera). Cada ensayo es diferente, incluso, la sesión final abierta al público no deja de ser una incógnita cuando sube el telón. Nacer ex novo es el reto; llegar a la sorpresa, a la provocación, a lo inesperado. Establecer canales en los que el público pueda llegar a oírse. Proponemos junio de 2016 como fecha idónea para la muestra. Ante la necesidad de intensificar los ensayos, nos concentramos un par de sábados, trabajando de modo intensivo. Parece que va saliendo. Tenemos que ponernos un nombre. Surgen y se disuelven términos posibles hasta que es justamente eso lo que deseamos: Borbotón. Pronto queda dibujado el símbolo.
  • 36. Página36 Nacimos en un Taller de Música Dadá. El Dadaísmo surgió hace 100 años cuando varios artistas actuaban simultáneamente cada uno con su propuesta. A principios de los 60 hay una relectura del Dadá, el movimiento Fluxus, pero tendrá una mentalidad más musical que poética, conceptual o performativa. Hay que tener en cuenta que fue el momento de la explosión de las vanguardias de posguerra con la inclusión de la electroacústica, la música concreta y el serialismo integral. Todo ello lo tradujo Fluxus amontonando en un solo escenario varios intérpretes cada uno con su partitura, su acción… Hay otro pensamiento igualmente anárquico que se superpone; John Cage. Para él la música ya no es sonido en el tiempo, sino simplemente tiempo. De esta manera propone de nuevo el simultaneísmo a partir del silencio, del sonido inevitable y del gesto (del movimiento). En la muestra que hicimos con Llorenç Barber tras el Taller de Música Dadá ofrecimos una superposición de pensamientos en coincidencia o descoincidencia, dejando fluir el tiempo. Salir del suelo conocido, asignando arte al soplo, el rasguño, el golpe, la boca… desde potencias no exploradas, siendo cada cual el primero que recibe el impacto. Fotos Espacio Tangente No conviene confurdirse. Hay quien no concede a esta actividad la cualidad de ser arte. «Dentro de 100 años nadie recordará las supuestas creaciones musicales de esta corriente. Sin embargo –objetan– todo el mundo sabrá como suena El concierto de Aranjuez». No nos detenemos en polemizar. Aquí entran en juego las maneras de ser. Si se tiene ingenuidad, habitaciones entreabiertas, disposición a viajar (con traje o con harapos), a no buscar explicaciones acabadas, a cabalgar el miedo, a combinar, a desechar chapuzas, a la intensidad furtiva, a escuchar, a… entonces puede hacerse arte musical. Somos grupo, archipiélago, conjunto de islas unidas por aquello que las separa (era el lema de la conocida revista homónima). Utilizamos el metal, el plástico, el cristal, el cuerpo, la voz… para sacar sonidos no pensados, con lo que (según dice Barber) somos ladrones del aire. Donde nacen sutilezas, rasgos inexplicables de lo que existe, por lo que ahí se puede ganar el respeto del público. Diríamos que esta actividad tiene sus agarraderos: Escapar de lo inmóvil. Notar que los instrumentos y las cosas son infinitamente manipulables (hasta pueden destruirse). Construir o entregarse a “situaciones” (de son y de escucha) nuevas o impredecibles. Fotos Espacio Tangente
  • 37. Página37 En los inicios estábamos: Mayte (la dibujante), Javi (el músico), Elena (la danzante y conocedora de técnicas) e Ignacio (el de los cuadernos), más otra serie de gente que entró y salió. Realizada la función de junio, pasado el verano, intentamos rehacer el grupo ante las ausencias de Javi y Elena. Por ahora se están animando Juanjo, Luis, Luis y gente pendiente de que le cuadre el día de los ensayos, que los hacemos cada 15 días en Espacio Tangente. Cualquiera que lo desee puede ponerse en contacto (infoARROBAespaciotangente.net). Para finalizar, dejamos unos enlaces en los que poder disfrutar de la improvisación. http://www.fluxusvillage.com/es/que-es- fluxus http://www.johncage.org/ https://www.uclm.es/artesonoro/ZAJ/IND EX.HTM http://www.wadematthews.info/Wade_M atthews/Escucha%21_Claves_para_enten der_la_libre_improvisacion.html https://chefaalonso.wordpress.com/taller es/ https://archipiel.wordpress.com/a-que- jugamos-2/ https://madamconbarba.wordpress.com/ Borbotón Gemelas Danza
  • 39. Página39 El mal Es bien sabido que el pene del diablo, además de tener un tacto frio y un descomunal tamaño, está rodeado de grandes escamas, lo que hace que su entrada sea suave e incluso placentera, pero no así su descarnada huida. En la película La semilla del diablo de Roman Polanski (Rosemary’s Baby, 1968), Mia Farrow (o mejor dicho Rosemary, su personaje) tiene la “fortuna” de ser fecundada por el mismísimo diablo (la verdad es que el título en español ya hace un poco de spoiler). El problema es que Rosemary es elegida en un casting al que ni siquiera sabía que se presentaba. El diablo fecunda a una Rosemary previamente drogada, en una onírica secuencia realizada con el talento propio de un genio como Polanski. Rosemary, traicionada y vendida por su propio marido (espléndido John Cassavetes), no se da cuenta de quien es realmente el padre de la criatura hasta casi el final de la película. A pesar de su aparente rechazo, termina asumiendo el desenlace final con un gesto inquietante lleno de ternura (al fin y al cabo es su hijo). No me quiero ni imaginar como podría haber sido la segunda parte de la película… La existencia del diablo es un hecho similar al de encontrarte arenilla en los berberechos. Iba todo bien hasta que llegó uno a jorobar la fiesta… ¿Qué necesidad había de darle un papel a un personaje tan triste, tan amargado, tan tenebroso, tan desaborío, en definitiva tan malo, si lo que nosotros queríamos hacer era una comedia? Hablando del diablo, me viene a la memoria una antigua anécdota familiar. Hace ya años, cuando mi hermana vivía en Sotresgudo, tenía un perro al que le pusimos Satán (ya era el segundo con este nombre, desconozco a quien se le ocurrió la idea). Satán era un imponente pastor alemán, fiel guardián y protector de mi hermana, que vivía sola en la farmacia. Le ladraba a todo dios, pero fundamentalmente al cura (no me pregunten por qué). Entonces mi hermana gritaba “quieto Satán” “Satán deja al cura”. Cualquiera que estuviese escuchando los gritos desde la calle, fuera de contexto, seguro que sacaba conclusiones equivocadas (la gente es así de quisquillosa). Uno de los mejor posicionados para ser candidato a embajador del demonio en la Tierra y encarnar el MAL (con mayúsculas y en negrita), es sin duda Charles Manson. Manson,tuvo una niñez muy desgraciada. Hijo de una mujer soltera de 16 años de nombre Kathleen Maddox, no conoció a su padre y fue repudiado y rechazado por todos los adultos a los que intentó acercarse en busca de cariño (por lo visto su madre que era alcohólica, le vendió de niño una vez por una jarra de cerveza a una camarera que no tenía hijos, tuvo que ir al día siguiente su tío para recuperarle). Claro que esto no justifica el posterior
  • 40. Página40 comportamiento de Manson, pero hizo que el tipo se mostrase bastante cabreado con la vida y el resto de los seres humanos. Pudo darle por oler pegamento y morir con los pulmones abrasados de cola, pero no, apostó por la música intentando cambiar la maldición por bendición de la noche a la mañana. Pero nada, su música fue rechazada por productores musicales y compañías discográficas. Manson entonces decidió ser malo, pero malo malo. Malo de verdad, como los legendarios Hermanos Malasombra, “que eran malos de verdad, malos como una espina que sólo sabe pinchar, y más malos que la quina…” decía la canción. Para mostrar al mundo sus intenciones, se tatuó una cruz gamada entre ceja y ceja. Cuando alguien hace esto es que tiene claro que quiere ser malo para siempre (bad for ever, que dirían los americanos). Sin propósito de enmienda. Entonces se obsesionó con un disco de los Beatles (White Album) convencido que emanaba un mensaje para desatar una guerra racial. Formó una secta denominada La Familia y un 9 de agosto de 1969 irrumpió junto a sus secuaces en la casa de Roman Polanski en Beverly Hills. Sin contemplaciones, La Familia asesinó a su esposa, la actriz Sharon Tate y a otras cuatro personas más (Polanski se encontraba en Londres localizando para su próxima película). Sharon Tate estaba embarazada de ocho meses y medio. Como legado cinematográfico queda la única película que Tate y Polanski hicieron juntos: El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967), una divertida parodia de las películas de vampiros. Hay quien relaciona la masacre de la casa de los Polanski con que este dirigiera La semilla del diablo, pero los motivos de Charles Manson pudieron ser otros bien distintos. La mansión de Polanski había pertenecido al productor Terry Melcher, (hijo de Doris Day) que había rechazado en su momento un proyecto de Manson para grabar un disco. El caso es que la familia Manson parece que le cogió gusto al jueguecito y al día siguiente asesinó al matrimonio LaBianca… Actualmente Charles Manson tiene 82 años y cumple condena de cadena perpetua en la prisión Estatal de Corcoran. Manson, sobrevalorado según va pasando el tiempo, tiene un montón de clubs de fans repartidos por todo el mundo. Muchos le consideran ideólogo y filósofo, pero su única obra conocida es el asesinato de Sharon Tate. Incluso, El País abre la edición del videolibro de La semilla del diablo, con una cita (supuestamente) suya: “La paranoia es una forma de conciencia, y la conciencia una forma de amor” como si Charles Manson pudiera aportar algo al intelecto de la humanidad. Siempre es atractivo ponerse al otro lado, en el lado oscuro, defender el mal y al diablo como si fuesen estandarte del antisistema, cuando en realidad son dos caras de la misma moneda. Así es la vida. Nadie invitó a Manson y sus secuaces a cenar a la casa de los Polanski… y destrozó sus vidas. Existe el bien y el mal, la noche y el día, el yin y el yang, el cielo y el infierno… Quién inventó a Dios, tuvo que inventar después al diablo para darle sentido. Por muy bien que laves los berberechos, siempre encontrarás alguno con arenilla… Lino Varela
  • 41. Página41 [Carpeta artística de Alberto Bañuelos] *
  • 42. Página42 Citas “Bañuelos es un caso singular de coherencia en su evolución artística y, a medida que profundiza en la consecución de unos objetivos claros, se acerca a una meta de “escultura-escrita”. En el momento actual, Bañuelos mantiene un equilibrio entre los volúmenes y los signos. Es un equilibrio clásico en el que se puede captar la anatomía inicial y la eclosión del grafismo. Momento espléndido, pues no se sabe si es la sensibilidad o la reflexión la que hace hablar al mármol y le convierte en el más elocuente de los mediadores. Por eso, el efecto resulta paradójico ya que mientras el escultor actúa líricamente, dejando trabajar espontáneamente a sus manos, lo que va naciendo es un “discurso intelectual”, apoyado en una semiótica. Escultura creada en el goce que se convierte en escultura reflexiva y profunda. LUIS MARTÍN SANTOS, mayo de 1989.”
  • 43. Página43 Obra en Burgos  Heptacordo (Homenaje a Antonio José), en las Bernardas  La Puerta al Camino, con referencia al Camino de Santiago, en el colegio de las Concepcionistas.  Luna en cuarto menguante, en el hall del Edificio Avenida, calle Vitoria  Ausencia, en el cementerio de Burgos, panteón familiar  Torso, en el Museo Provincial, calle Miranda  Obra en las colecciones Caja de Burgos y Ayuntamiento de Burgos
  • 44. Página44 Proyectos expositivos  Monasterio Santa María de Valbuena, Valladolid  Museo de la Evolución Humana  Claustro de la Catedral de Burgos. Fundación Silos Biografía Nace en Burgos en 1949 y consigue la licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid en 1977. Su estancia en Carrara (Italia) al año siguiente le descubre su gran pasión: la escultura. Realiza su primera exposición en la Galería Club 24 de Madrid en 1984. Premio Castilla y León de las Artes 2011. Ver www.banuelos-fournier.com
  • 45. Página45 Reflexiones propias SER PIEDRA (UN PASEO POR LA MEMORIA) No es que tengamos memoria, somos nuestra memoria En los treinta y cinco años que llevo trabajando con la piedra, he realizado cientos de esculturas y pasado por varios lenguajes escultóricos. Todas estas formas de expresión han sido el resultado de una manera de pensar formada por los libros que he le ido, los lugares que he visitado, las personas con las que he convivido, mi paso por la universidad...porque uno es lo que lee, lo que piensa, lo que come...Al final somos lo que hacemos y nuestras acciones son el resultado de nuestros conocimientos, de los recuerdos e imágenes que quedan en nuestra memoria. Somos memoria. Entre los diferentes lenguajes escultóricos por los que he pasado, destaca el de la DECONSTRUCCIÓN en el que llevo trabajando los últimos quince años. Mi descubrimiento en los años 70 del filósofo francés Jacques Derrida, creador del método filosófico de la deconstrucción, dejó una huella en mi memoria que treinta años después, hacia el año 2000, reaparece impredeciblemente en el momento que trabajo con cantos rodados y determina mi obra de una manera decisiva. Comencé a deconstruir los cantos rodados. Los cortaba en diferentes partes y posteriormente, en un nuevo paso, reconstruía uniendo estas piezas, estas rodajas,
  • 46. Página46 mediante una mezcla entre un caos controlado, y un orden estético, de tal manera que un canto rodado aparentemente terminado y definitivo, algo que parecía cerrado y concluido, se convertía mediante este proceso de combinación de las partes en otra forma muy diferente de la anterior. Surgían mediante esta mezcla de las partes, nuevas y estudiadas estructuras que creaban interesantes e impredecibles formas muy distintas a la originaria. Nacía así en mi trabajo una nueva y diferente manera de proceder, la deconstrucción de las piedras, si bien desde un ámbito muy personal de esta filosofía. (praxiología). Estos cantos rodados, especialmente duros, formados por el desgaste en el choque mecánico entre las piedras, el pulimiento del agua y la erosión durante cientos de años, me aportaban además un interesante punto de partida desde el que comencé mi nuevo lenguaje escultórico. Aparecía una rica dicotomía que me permitía jugar entre lo basto y rudo de su exterior, de su piel, y los cortes perfectamente cuidados y pulidos de ese interior que nacía reluciente y que establecían un excelente diálogo que reflejaba esa dicotomía entre nuestra parte natural y sencilla y esa otra culta, suma de lo aprendido y estudiado en nuestra vida que es la mezcla de la que estamos formados todos. El desarrollo de este método de la deconstrucción, ese abrir los cantos rodados, permitió que la luz terminara por entrar en el interior de las piedras. Surge así iluminada como una tumba egipcia el alma de estas. Aparece, nace, un espacio mágico, como sagrado, que inmediatamente como un potente imán provoca una gran atracción, una llamada, una invitación a visitarlo, a pasar y recorrer ese nuevo lugar y es ahí cuando todo mi empeño, mi razón, se dirige a intentar conseguir entrar en las mismas...a pasear por su interior.
  • 47. Página47 Al final de nuestra búsqueda llegaremos a donde empezamos y conoceremos por primera vez el lugar. (T.S. Eliot) Hay días que hacen biografía, viajes que te llenan el alma y cuyo recuerdo te acompañará hasta la muerte. Imágenes que jamás podrás olvidar porque se marcan como a fuego en tu mente y te graban, te dibujan en el recuerdo, un luminoso camino que ya nunca se borrará. Hay rincones en el mundo, lugares y espacios paseados y sentidos de tal manera y con tal intensidad que no consigues sacarlos de tu memoria; que te siguen acompañando y te dejan para siempre como un sello. Son imágenes que como insistentes sueños perseveran y aparecen uno y otro día en tu vida como una revelación, intempestivamente, y a las que no puedes renunciar, ni debieras, porque como compañeros ya del viaje, esas imágenes, esos recuerdos, (como un marchamo) forman parte para siempre de tu piel, de tu alma, de tu existencia. Esos lugares a los que siempre se está llegando; en los que se recala como casualmente, como se arriba a un puerto inesperado, aparentemente descubierto por azar pero que reconocemos inmediatamente como un lugar ya visitado, como un terreno soñado y conocido que nos recibe y acoge y que sin embargo descubrimos por primera vez. Esos rincones que como un amanecer nos salen al encuentro de una manera fortuita como si de un viejo rito de eterno retorno se tratara. Ese es el espacio que descubre la luz cuando penetra en el interior de la piedra deconstruida y que nos invita a pasar. Nos remite a esos lugares que cuando los recorremos, nos envuelven, nos calan hasta los huesos y nos hacen suyos. Que nos llevan, con un escalofrío, a sentir con cierta voluptuosidad en nuestro más profundo interior, esas vibraciones que nos hablan de otros momentos, de otros paseos, de otros encuentros muy antiguos que están en nuestro ADN desde el principio de los tiempos y que forman parte de nuestra más atávica memoria. Si al vivir estamos construyendo futuros recuerdos, al entrar en ese espacio evocamos, reconstruimos con melancolía y cierta desesperanza, las imágenes, las presencias que nos quedaron grabadas y que perduran de alguna forma en nuestra parte más profunda de la memoria. Esa es la sensación que tuve en mi visita al interior de las pirámides en Egipto hace ya muchos años. Desde entonces todo ha sido un intentar representar, y así poder volver a recorrer, esos espacios sagrados y cuasi religiosos del interior de las piedras. Transportarme una última vez y pasear por ese mundo que pensaba perdido, como nuestra inocencia primera, pero ahora milagrosamente recuperado como esos imborrables recuerdos que nos miran desde nuestra memoria; en un intento de regresar a ser arcilla de nuevo. A SER PIEDRA.
  • 49. Página49 REFLEXIONES AL AMOR DE LA LUMBRE Identidades, en la frontera, en el II Foro de la Cultura En este momento histórico en el que no tenemos contenido para los conceptos, el intento de dotar de significantes ha tenido un espacio de reflexión en el Foro de la Cultura celebrado en Burgos. En esta segunda convocatoria, es bianual, gira sobre conceptos inasibles y complejos a día de hoy: identidades y fronteras. Intelectuales de ámbito internacional, ligados a diversas áreas del conocimiento (como la filosofía, la antropología, la arquitectura, el diseño, la educación, la sociología y el arte, entre otras), se han dado cita en Fórum Evolución, Casa del Cordón, CAB y Teatro Principal. La cita de los días 4, 5 y 6 de noviembre estuvo precedida y prologada por la visita de Gilles Lipovetsky. El filósofo y sociólogo francés señaló los principales aspectos que hoy nos definen: la falta de reflexión, la excesiva cultura emocional y el peligro de los populismos. Concluyó diciendo que “en este momento la cultura nos ayuda a ver mejor, no dará respuestas pero marca una exigencia que, en un mundo de inmediatez, se hace necesaria”. El desarrollo de las jornadas fue denso y destacaré lo que personalmente me parece más definitorio. El testimonio más esperanzador y relevante sobre la identidad y las fronteras fue el de la Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, la congoleña Caddy Azduba. Abogada, periodista, escritora y sobre todo activista, ejemplifica que dejando a un lado la política y elevándose sobre ella y sobre la indignidad humana la convivencia entre fronteras es posible. Hace diez años, ella cubría como periodista la guerra de su país. Morían 15 mujeres diarias. Se preguntó por qué y salió a buscar respuestas y a encontrar soluciones. Las encontró utilizando las bases culturales y no la política para superar las barreras. Probó con el idioma universal de la música y el teatro y lo usa como vehículo para curar, unir y dignificar. Y es a través de estas acciones como ella está consiguiendo una cohabitación en un territorio con nueve fronteras, entre ellas, Ruanda. Tras el genocidio de 1994 muchos de sus habitantes llegaron a República del Congo y sembraron el terror mediante la violación y la rebeldía. Adzuba concluye y demuestra con su acción responsable que “somos fuertes en la diversidad”.
  • 51. Página51Utopías 1 Algo difícil de interiorizar porque exige un esfuerzo complementario a cada uno de nosotros, al individuo. Y aquí destacamos la reflexión del escultor Jaume Plensa que apela a la flexibilidad en cada mente: “A veces hay que sentirse fascinado por la confusión, convivir con ella con naturalidad. Hoy día millones de intimidades se vuelven colectivas. Lo global y lo local se entremezclan con naturalidad o así debiéramos comprenderlo”. Sin embargo las barreras mentales son múltiples. En opinión del escritor iraquí afincado en Finlandia, Hassam Blassim: “Europa únicamente se lee a sí misma y de esta manera es imposible que conozcamos de donde proceden los conflictos y cuál es el sentir de otros pueblos y hoy el mundo es global, no podemos seguir mirándonos el ombligo habrá que ampliar conocimientos y reflexión sobre las identidades y las fronteras”. El proceso identitario está intrínsecamente ligado a la modernidad occidental. La identidad es extraordinariamente compleja, movible e inasible. Principios históricos de cohesión como la religión, el principio de pertenencia o la idea nacional se han desplazado.
  • 52. Página52 La identificación nacional se vuelve más abstracta. Internet se ríe de las fronteras, la economía está globalizada. Nuestra época tiene dos rostros: el de las nuevas aperturas para el despliegue de subjetividades y el del auge de los fundamentalismos identitarios. Cómo podemos hacer convivir estos rasgos es un desafío. Ya lo señaló el año pasado en su visita a la ciudad el sociólogo Zygmunt Bauman. El mundo puede ser aún mejor si, colectiva e individualmente, no nos dejamos ganar por el miedo. La coincidencia de varios de los invitados -sería muy extenso nombrar a todos-, la podemos resumir en una reflexión de Fernando Savater que en definitiva apela a la responsabilidad de cada uno de nosotros: “La democracia contemporánea ha ampliado la autonomía de cada ciudadano, que puede y debe elegir los rasgos que le caracterizan con una libertad que desampara a los menos dispuestos o peor preparados para tal aventura. Las identidades colectivas, fuertes y obligatorias, les dispensan de esa búsqueda personal, acogiéndoles bajo lo que Nietzsche llamó “un calor de establo” homogéneo y tranquilizador” (En: El País, 26 de septiembre de 2015, http://elpais.com/elpais/2015/09/25/opinion/1443195184_298685.html) Utopías 4
  • 53. Página53 Por último, a tomar muy en cuenta es la apreciación sobre la cultura de Iyoti Hosangraha, desde su lugar en la Unesco: “Tenemos que ser capaces de sacar la cultura del ámbito del ocio y del lujo y llevarla al ámbito de la subsistencia de la vida”. Plantear la cultura como algo no puramente recreativo sino como algo que contribuye al desarrollo de los individuos, a la cohesión social y a la paz. Y es un trabajo que hay que hacer ver a las comunidades. Y en este punto lo quiero vincular al ContraForo de la Cultura (Espacio Tangente, Festival Tribu y el What is Music”). Los colectivos manifestaron públicamente su queja por “el estado actual del tejido cultural local”. “Que la ciudad sea referente cultural se gana con trabajo a largo plazo y valorando la cultura de base y a todos los que en ella trabajan, muchas veces de manera altruista”. La esencia de este periodo transitorio de la humanidad es que deberá aprender a integrar y hacer convivir lo local con lo global. Por lo tanto la política local habrá de atender a este aspecto con el cuidado de la cultura que la comunidad genera como manifestación de convivencia y participación. Angélica Lafuente Izquierdo Elena Gallego Andrade Ricardo Amo Caballero Utopías 8