1. Frondizi y La política del desarrollismo, 1958-1962
Romero Luis Alberto (2002) Historia Social Argentina. Bernal. UNQ. Pag 168 y ss.
Frondizi advirtió que, para llegar a la presidencia, debía intentar otro camino que le
acercara los votos peronistas. Recorrió ese camino desprendido de sus antiguas bases
políticas y rodeado por un nuevo grupo de asesores, encabezado por Rogelio Frigerio.
Ambos estaban convencidos de que cualquier alternativa para la Argentina requería un
fuerte impulso en el desarrollo de las fuerzas productivas, y que esto sólo podía lograrse
con la participación del capital extranjero. El diagnóstico probablemente era correcto,
pero de hecho significaba un giro importante respecto de las posiciones anteriores de
Frondizi y de su partido. También creían que el desarrollo requería reconstruir una gran
alianza nacional, integrando a los empresarios, nacionales y extranjeros, y a los
trabajadores, representados por el peronismo, junto con otras fuerzas provenientes del
nacionalismo o de la izquierda. Finalmente, consideraron que era necesario lograr un
acuerdo con dos grandes fuerzas corporativas: las Fuerzas Armadas y la Iglesia. Por
todos esos caminos, el antiguo partido radical quedaba alejado del centro de las
decisiones. En lo inmediato, era necesario lograr el apoyo electoral de Perón, logrado en
un acuerdo secreto, cuyos términos exactos nunca llegaron a conocerse. Nuevamente, la
política se salía de los carriles clásicos de la confrontación democrática.
Frondizi expresó acabadamente lo que Altamirano ha llamado un “desarrollismo
genérico” muy propio de esos años. La política “desarrollista” se materializó en dos
leyes básicas: la de Radicación de Capitales Extranjeros y la de Promoción Industrial.
Ambas buscaban orientar las inversiones hacia los sectores estratégicos: petróleo (el
Presidente encaró personalmente la gestión de la llamada “batalla del petróleo”),
petroquímica, papel, acero, agroquímicos, automotores. Los inversores fueron
beneficiados con exenciones impositivas, créditos baratos, compras estatales y sobre
todo protección aduanera, de modo que tuvieron el mercado interno prácticamente
cautivo.
También se aseguraron condiciones especiales para la remesa de ganancias, en una
situación de escasez crónica de divisas.
Vista en el largo plazo, la economía argentina, industrial y
agropecuaria, recibió un fuerte impulso, probablemente el último, cuyos
frutos fueron visibles dos décadas después; ese balance debe incluir, sin
embargo, que las condiciones de protección y promoción convirtieron
a las nuevas empresas en otro beneficiario de los favores del Estado, y
en otro competidor en la puja corporativa por sus favores. En lo
inmediato, en cambio, primaron las consecuencias negativas, tanto por
los desequilibrios de la estructura productiva como por la fuerte
inflación.
A fines de 1958 Frondizi convocó al ministerio de Economía a Álvaro Alsogaray,
liberal ortodoxo, con buenos contactos entre empresarios y militares, para lograr la
“estabilización” mediante medidas ortodoxas -devaluación, recesión- que sin embargo
no alteraron el rumbo general de la nueva política económica.
Frondizi y Frigerio obraron convencidos de que a la larga el desarrollo de las fuerzas
productivas crearía las condiciones para un nuevo acuerdo social, que con facilidad
encontraría su expresión política. Apostaron a la unión del nuevo capital extranjero, los
2. empresarios nacionales y los trabajadores, e identificaron al enemigo de este “pueblo
nacional” en los agentes de la antigua dependencia: Gran Bretaña, sus agentes locales y
la antigua oligarquía.
Convencidos de que en el largo plazo tendrían éxito, desestimaron la tremenda
debilidad de su sustento político, basado en votos prestados, y optaron por hacer
concesiones tácticas a los distintos factores de poder.
La manera de obrar de Frondizi es muy característica de esta coyuntura
de democracia ficticia: convencido de saber mejor que nadie qué
debía hacerse, y de que finalmente lo entenderían, se desentendió de
una tarea esencial de la política democrática: construir el apoyo
político necesario, mediante la persuasión y la negociación. Pese a que
tenía amplia mayoría en ambas Cámaras, nunca se interesó en hacer
jugar al parlamento un papel importante, ni para negociar con la
oposición, ni siquiera para organizar el apoyo de su propia fuerza
política. Se trataba de actuar rápido en cuestiones fundamentales, e
incluso de crear debates alternativos, en cuestiones juzgadas
secundarias, para mantener ocupada a la opinión. Tal el caso de la
llamada “enseñanza libre”, es decir, la autorización para el
funcionamiento de universidades privadas, que generó un intenso
debate, y a la vez le permitió dar satisfacción a la Iglesia, una de las
fuerzas corporativas que respetaba.