Tercer fragmento de "Ciudad Fortuna II: Trébol de madera". Más información en www.davidfcanaveral.es.

1. © 2016 David Fernández-Cañaveral Rodríguez. Todos los derechos reservados.
Descubre Trébol de madera en www.davidfcanaveral.es 1
9
Esperaba no haberse pasado en el tono de sus palabras. No quería en-
fadar ni lastimar a Alexander. Al fin y al cabo, él también andaba escaso
de amigos. Pero creía que su deber era decirle aquellas cosas. Por encima
de todo, había una promesa que cumplir.
Luka Miller cogió la circular del tranvía para atravesar el barrio de
Hornos de regreso a casa. Anochecía. Iba abstraído en sus cavilaciones.
Hablar con Alexander había avivado el recuerdo de su abuela Betina, la
mujer que le crio desde que él se quedara huérfano a corta edad. Evocar-
la era hermoso, aunque triste. Unas semanas antes de que la casi nonage-
naria falleciera, él le prometió que ayudaría a Alexander y permanecería a
su lado. Y estaba decidido a no traicionar tal juramento.
No sería capaz. Para Luka, a causa de su traumática orfandad, la fami-
lia era intocable. Se mostraba generoso y protector. Sin ir más lejos, su
trabajo consistía en cuidar al prójimo. Sufría ante el malestar ajeno. La
calamidad en su familia representaba su mayor temor. Por descontado,
consideraba que la familia no era solo la de sangre. La familia también
abarcaba a personas como Alexander Berkel. Para él, era así. Jamás
abandonaría a Alexander, igual que a su mujer o a su hijo.
Se apeó del tranvía en la tranquila calle de las Pizarras, una vía de vi-
viendas humildes, la mayoría unifamiliares, con bastantes tejados hechos
de dicho material. Cruzó la chirriante verja del porche delantero de la
suya, una casita blanca de dos plantas.
Pasó al salón. Desde siempre, en esa estancia había un montón de
muebles. Ahora, a esa congestión se habían sumado los juguetes del
niño.
Clarisa, con un despierto Marko en brazos, acudió a recibirle.
–Estaba preocupada –dijo ella–. Pensé que vendrías antes.
–No pasa nada. El tranvía se retrasó. Además, tenemos derecho a re-
lajarnos. Todavía me quedan unos días de vacaciones. Hay que disfrutar.
Luka besó en los labios a su mujer; su guapa mujer de rostro redon-
deado y ojos verdes. Se abrazó a ella mientras le daba otro beso en la
frente a Marko, su hijo de siete meses. Este jugueteaba con el abundante
y trenzado cabello dorado de su madre.
Luka comprendía que su esposa se preocupase por él. Trataba de qui-
tarle relevancia a sus reuniones en La herradura de plata. Aunque ella jamás

2. © 2016 David Fernández-Cañaveral Rodríguez. Todos los derechos reservados.
2 Descubre Trébol de madera en www.davidfcanaveral.es
lo admitiese en voz alta, él percibía el temor de Clarisa a su amistad con
Alexander Berkel. Pese a ello, se mantenía en sus promesas a su abuela.
Betina Sikorski había sido extraordinaria, agraciada con un don excelso y
muy arraigado en su familia. Era una clarividente de la suerte, alguien
capaz de ver, percibir, presentir y presagiar la suerte. Él creería siempre
en cada uno de los vaticinios que hizo.
–Se está poniendo el Sol –anunció Luka–. ¿Qué tal si cenamos hoy en
el patio?
Clarisa sonrió y besó a su esposo.
–Estupendo –anotó la mujer.
Clarisa le pasó al niño. Marko intentó quitarle las redondas gafas a su
padre.
La noche fue muy agradable. La temperatura se suavizó. Cenaron en
el patio. Acostaron al niño. Vieron una película en la televisión. Después,
se fueron a dormir.
Esa noche, Luka tuvo un sueño.
10
Sentía la pesadez del costoso avance. Discernía el más mínimo detalle
del mecanismo en el transcurso de la marcha. Sintió la plenitud de los
sonidos. Advirtió la plasticidad de las formas y los colores. La luz era li-
mitada. Solo veía un poco por delante de él. El frío le estremeció. Vio
una vía de tren recta, férrea, uniforme e interminable, sobre grava de
umbrío gris. Empezó a escuchar los compases de la cuenta atrás. Tic tac.
Tic tac. Tic tac.
Era él, mas no era su cuerpo ni su razón. Un pedazo de conocimiento
se le mostraba. Se desplazaba hacia delante por esa vía de tren. La oscu-
ridad era palpable. Entonces, poco a poco, un resplandor encarnado se
encendía allá en el horizonte, el cual era un sumidero al que, sin remedio,
se encaminaba todo. Tic tac. Tic tac. Tic tac.
De improviso, el ritmo se ralentizaba, pero él quería llegar a su des-
tino. Aparecía algo en la lejanía. En aquel resplandor encarnado que que-
braba la lobreguez, se dibujaba el contorno de una puerta. El marco de
esa puerta se confundía con la oscuridad circundante. En ella, algo le
atraía. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac.

3. © 2016 David Fernández-Cañaveral Rodríguez. Todos los derechos reservados.
Descubre Trébol de madera en www.davidfcanaveral.es 3
Al final, todo se aceleraba. No se podía detener. Sabía que se estrella-
ría contra su destino. Al aproximarse, discernía qué había en la puerta: un
trébol de cuatro hojas, realizado en madera. Terminaba la cuenta atrás.
Justo antes del impacto, le faltaba el aire. Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic tac.
Tic tac. Tic tac. Tic tac.
11
Luka se despertó sobresaltado. Miró el reloj. Apenas había dormido
una hora. Jamás había tenido un sueño tan vívido y tangible.
El niño lloraba. También se había despertado. Clarisa suspiró al lado
de Luka. Este la acarició para que se durmiera. Se levantó, fue a la cuna
de Marko y le cogió en brazos.
Bajó al salón con el crío. El niño se apaciguó nada más notar su
contacto. Se abrazó a él como si temiera algo. Gimoteaba de vez en
cuando. Luka le besó la frente. Adoraba ese tacto límpido de la clara
piel del nene. Marko estaba gracioso, rollizo y saludable. Tenía el pelo
fino y moreno de su padre, así como sus ojos azules, igual que su difun-
ta bisabuela.
Padre e hijo se tranquilizaron delante del acuario, cuyas fascinantes
luces relucían en la estancia. Luka meditó en torno a tan insólito sueño.
En sus brazos, Marko admiraba los peces de colores de Betina, reía y
gorjeaba.