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- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                                                 25


                                II/ PSICO-PEDAGOGÍA RELIGIOSA

II.A/ LA PEDAGOGÍA DE DIOS, FUENTE Y MODELO DE LA PEDAGOGÍA DE FE                                                                             26
    II. A. 1.- LA PEDAGOGÍA DE DIOS ..................................................................................................26
    II. A. 2.- LA PEDAGOGÍA DE CRISTO..............................................................................................27

II.B/ LA EVOLUCIÓN RELIGIOSA Y MORAL DEL NIÑO                                                                                                 27
    II. B. 1.- DE 0 A 2 AÑOS ...................................................................................................................28
    II. B. 2.- DE 2 A 6 AÑOS ...................................................................................................................29
           II.B.2.A. REFERENCIAS GENERALES ....................................................................................29
           II.B.2.B. LA RELIGIOSIDAD..................................................................................................30
    II. B. 3.- DE 7 A 11 AÑOS .................................................................................................................32
           II.B.3.A. REFERENCIAS GENERALES ....................................................................................32
           II.B.3.B. RELIGIOSIDAD.......................................................................................................33
    II. B. 4.- LA ADOLESCENCIA ...........................................................................................................35
           II.B.4.A. REFERENCIAS GENERALES ....................................................................................35
           II.B.4.B. RELIGIOSIDAD.......................................................................................................37
    II. B. 5.- CONCLUSIONES ................................................................................................................40




                                                                                                           II. Psico-pedagogía religiosa
- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                26


II.A/ LA PEDAGOGÍA DE DIOS, FUENTE Y MODELO DE LA PEDAGOGÍA DE FE
La expresión ‘pedagogía de Dios’ es utilizada por el CONCILIO VATICANO II (DV 15:
pædagogiam divinam). Será posteriormente el Directorio General para la Catequesis
(SANTA SEDE: CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, 15-agosto-1997) el documento que
dedique un espacio extenso (tercera parte: la pedagogía de la fe) a describir la peda-
gogía de la fe inspirada en la pedagogía divina. Se trata de la forma de proceder de
Dios para con las criaturas, su estilo educativo. Tiene unas características particulares
que permanecen a lo largo de la historia: no es un método o un conjunto de normas
y actividades, sino una forma de relación con las personas, de educación, en el sen-
tido etimológico del término, que acompaña al discípulo en su proceso de crecimien-
to personal (educare: criar, cuidar, alimentar) ayudándole a extraer lo mejor de sí
(ex-ducere). La enseñanza de la Religión Católica tiene como referencia, modelo y
fuente el modo de ser y de proceder de Dios.
     En el ejercicio de su docencia, el profesor de Religión Católica ha de servirse de
las aportaciones de las Ciencias de la Educación (por su identidad profesional), im-
pregnándolas de la pedagogía divina (por su identidad eclesial). En este sentido, la
pedagogía de Dios deberá iluminar todo el currículo a la hora de actuar en el aula
(objetivos, contenidos, criterios de evaluación, métodos, actividades que se realicen.
II. A. 1.- La pedagogía de Dios
En analogía con las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada
tiempo, la Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un Padre misericordioso, un
Maestro, un Sabio que toma a su cargo a la persona –individuo y comunidad– en las
condiciones en que se encuentra y la hace crecer progresiva y pacientemente hacia
la madurez de hijo libre. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transfor-
ma los acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría, adaptán-
dose a las diversas edades y situaciones de vida.
• En su actuar, Dios toma la iniciativa, en cuanto que siempre se acerca como una
    oferta de amor para el hombre, y lo hace teniendo en cuenta a la persona (preo-
    cupaciones, circunstancias, relación con los otros, entorno...). Así nos lo muestra
    Jesucristo cuando se dirige a las personas eligiendo las imágenes y parábolas que
    pueden comprender el labrador, el pescador, el centurión... No quiere enseñar la
    cultura del entorno: se sirve de ella para presentarse a sí mismo y su mensaje.
• Toda la Historia de la Salvación, la Revelación en sí misma, es progresiva. La
    progresividad es una característica fundamental del actuar divino y requisito in-
    dispensable para que pueda realizarse el aprendizaje, que tiene en cuenta los
    procesos y el desarrollo propios del ser humano. Acercarnos al conocimiento de
    la verdad de una manera progresiva exige tomar en cuenta varios aspectos en el
    desarrollo de los contenidos teológicos de la fe cristiana: conocer el sentido de la
    doctrina que se enseña y explicarla progresivamente teniendo en cuenta los pro-
    cesos y progresos del alumno, y respondiendo a características de su propio ser
    personal y de la cultura del entorno. En las circunstancias actuales, los alumnos
    posiblemente tienen conocimientos previos erróneos acerca de la Religión Católi-
    ca (o no los tienen en absoluto), aprendidos en su ambiente laicista o en los me-
    dios de comunicación. En tales casos, el maestro está llamado a ayudarles a de-
    construir prejuicios y modificar criterios (Mt 5,22.28.32...).

                                                                  II. Psico-pedagogía religiosa
- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                   27


• El rasgo más significativo de la Pedagogía de Dios manifestada en Jesús es, sin
  duda, el de la relación interpersonal entre Dios, que busca al hombre, y el Hom-
  bre, que busca el sentido de su vida.
II. A. 2.- La pedagogía de Cristo
A partir de las palabras, signos y obras de Jesús, los discípulos tuvieron la experien-
cia directa de los rasgos fundamentales de la pedagogía de Dios manifestada en
Cristo, consignados después en los evangelios. La reflexión acerca de los episodios
de encuentros narrados en los Evangelios es un instrumento muy útil para compren-
der esta pedagogía. Entre otras, se podrían enumerar las siguientes cualidades:
•   La acogida incondicional del otro, en especial del pobre y del pequeño, que conlleva actitu-
    des como el respeto, la actitud de servicio, la condescendencia.
•   El anuncio genuino del Reino de Dios como buena noticia de la verdad y de la misericordia
    de Dios Padre. La pedagogía de Dios no rebaja el contenido y la fuerza de la verdad, sino que
    prepara al destinatario para que pueda recibirla.
•   Un estilo de relaciones humanas cuyo fundamento es el amor tierno y fuerte que libera del
    mal y promueve la vida.
•   La invitación apremiante a un modo de vivir sostenido por la fe en Dios, la esperanza en el
    Reino y la caridad hacia el prójimo.
•   El empleo de todos los recursos propios de la comunicación interpersonal (palabra, silencio,
    metáfora, imagen, ejemplo…).
•   El exquisito respeto por la libertad personal.




II.B/ LA EVOLUCIÓN RELIGIOSA Y MORAL DEL NIÑO
Desde la óptica de la psicología del desarrollo evolutivo de la persona, la primera
cuestión que se plantea es la posibilidad de una modificación de la religiosidad a lo
largo de la vida según una lógica biográfica. Si la respuesta fuera radicalmente posi-
tiva, podría suscitar la esperanza de poder predecir con exactitud –desde la cuna al
sepulcro– en qué fase se encuentra en un momento dado la experiencia y el pensa-
miento religioso de una persona; en cierto modo, sería deseable que la psicología
del desarrollo religioso proporcionara conclusiones fiables para pronunciar la pala-
bra justa en el momento adecuado. Pero no es posible satisfacer tales expectativas...
     Una teoría plausible del desarrollo religioso señala los estadios de cómo cada in-
dividuo relaciona su experiencia con Dios según formas cualitativamente –no sólo
cuantitativamente– diferentes a lo largo de su vida. Es posible así reconocer cinco
formas cualitativamente diferentes de juicio religioso, estructuradas como un todo:
su sucesión sigue una invariante lógica del desarrollo, sin saltos en el orden de esta-
dios. Además, el paso de un estadio a otro sólo es posible si se da un proceso de
crisis en el que la estructura anterior pasa por un proceso de desequilibrio y de rees-
tructuración posterior:
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- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                 28

  1. HETERONOMÍA RELIGIOSA (Deus ex machina). Se entiende a Dios como alguien activo,
     como interviniendo directamente en el mundo. El ser humano se concibe como reactivo
     ante Dios.
  2. DO UT DES. (‘te doy para que me des’). Se ve todavía a Dios como un ser siempre exter-
     no y todopoderoso que puede castigar o premiar. Sin embargo, puede ser influenciado
     por las buenas obras, las promesas y los votos. Los seres humanos pueden ejercer una
     influencia profiláctica.
  3. EGO AUTÓNOMO Y DE LA AUTO-RESPONSABILIDAD (deísmo). Es conscientemente reducida
     la influencia de Dios. La trascendencia de Dios y su inmanencia están separadas entre
     sí. El ser humano es autónomo, responsable de su propia vida y de las tareas seculares.
     Dios –si se acepta su existencia– tiene su propio dominio de responsabilidad.
  4. AUTONOMÍA MEDIADA Y EL PLAN DE SALVACIÓN. El Dios trascendente se concilia con la in-
     manencia, como fundamento del ser. Aparecen formas múltiples de religiosidad en las
     que se acepta un plan divino que dirige todo a un buen fin. El compromiso social se
     vuelve una forma religiosa de vida.
  5. ORIENTACIÓN A LA RELIGIOSIDAD INTERSUBJETIVA Y AUTÓNOMA: LA RELIGIOSIDAD UNIVERSAL
     E INCONDICIONAL. El razonamiento religioso del individuo despliega una compleja y equi-
     librada coordinación de todas las dimensiones religiosas. La religión es más un modelo
     activo que un concepto de seguridad. La persona se siente siempre referida incondicio-
     nalmente a Dios.
    La evolución religiosa puede recorrer muy diversos caminos. Por lo demás, lo
que hasta ahora se ha explorado presenta muchas lagunas y es poco seguro, puesto
que apenas existen estudios longitudinales que abarquen el curso de una vida.
Además, las investigaciones transversales por edades llevadas a cabo hasta ahora se
han limitado en su mayor parte a algunos aspectos concretos (por ejemplo: el con-
cepto de Dios, las ideas sobre la oración o la comprensión de textos bíblicos). Con
todo, podemos reunir una serie de principios básicos provisionales que ayuden a
entender las características del comportamiento religioso de una persona según la
evolución de su biografía.
II. B. 1.- De 0 a 2 años
En un primer momento de la vida del niño no se dan las condiciones para que la
religiosidad se haga manifiesta. Sin embargo, poco a poco, con las experiencias
afectivas de la primera infancia, el desarrollo de la inteligencia, las conductas imitati-
vas..., el niño se va abriendo al mundo de lo religioso.
     Si bien todos los autores son unánimes en señalar esa ausencia de comporta-
miento religioso, no lo son tanto sobre el comienzo de la existencia de la religiosidad
propiamente dicha. Mientras unos autores se inclinan por colocarla en el momento
mismo en que hacen su aparición los primeros gestos religiosos, otros lo sitúan en
torno a los 7-8 años, con la llegada del uso de razón, e incluso más tarde. En reali-
dad, el niño carece de actividad intelectual y volitiva, ambas necesarias para que
haya un verdadero acto religioso; sin embargo, toma actitudes semejantes a las que
son propias del adulto religioso. Se podría decir que, aunque el niño no está en
condiciones de ser religioso, sí hay en él una disposición para la religiosidad.
     En el fondo, lo que está en juego es el concepto mismo de religiosidad. Mientras
que unos consideran como tal las primeras conductas religiosas, para otros no se
dan las condiciones necesarias hasta que existe una actitud mínimamente conscien-
te, no sólo imitativa. En cualquier caso, la etapa de 0 a 2 años, aunque en ella no se
dan ni siquiera los primeros signos de religiosidad, es crucial para la futura religiosi-
dad del niño, porque se urden las estructuras básicas de su personalidad:
                                                                    II. Psico-pedagogía religiosa
- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                    29


•   Hay un rápido desarrollo en su coordinación motora, lo que le permite pasar de respuestas
    simplemente reflejas a conductas intencionales cada vez más complejas.
•   Su inteligencia, que se encuentra en el periodo denominado por Piaget ‘sensomotriz’, articu-
    la la comprensión de los elementos básicos de la realidad. El paso de respuestas reflejas a
    otras en las que existe una incipiente intencionalidad permite descubrir un progresivo avance
    en su comprensión de la realidad, en la que ya diferencia entre él y lo otro, entre él y el mun-
    do. Éste es un ajuste práctico de la inteligencia previo a la aparición de la capacidad simbóli-
    ca que dará paso a la etapa posterior. Para Piaget es una etapa fundamentalmente egocéntrica,
    en la que el niño es el centro, y todo avance en su comprensión de la realidad está en función
    de la distinción y consistencia del mundo como algo distinto, con existencia autónoma y ma-
    nipulable.
•   Esta comprensión de lo otro como una realidad distinta lleva a que en torno a los nueve me-
    ses se establezca una relación de apego con su cuidador principal, que ya es concebido como
    alguien distinto, y que será la base de toda relación afectiva futura con los demás y lugar de
    aprendizaje de su propia autoestima. Así, la creación del vínculo está en el fundamento de
    toda relación afectiva con uno mismo, con los otros y, en consecuencia, con Dios.
II. B. 2.- De 2 a 6 años
II.B.2.a. Referencias generales
    La adquisición del lenguaje marca la frontera con la etapa anterior. Su utiliza-
    ción supone que el niño es capaz de representarse la realidad por medio de con-
    ceptos y símbolos, lo que le da una capacidad intelectual que supera la etapa
    sensomotriz. Esta etapa de la inteligencia (‘preoperacional’ según Piaget), se ca-
    racteriza por su egocentrismo, si bien más moderado que en la etapa anterior. El
    niño hace las primeras tentativas desorganizadas de adentrarse en el mundo de
    los símbolos proyectando sobre la realidad objetiva sus propios sentimientos y
    deseos. En esta etapa se comprende la realidad desde una visión animista: los se-
    res inanimados de la creación son realidades con vida propia y con intenciones
    benéficas o maléficas respecto a él mismo; y artificialista: todo funciona mecáni-
    camente como un gran juguete o escenario que alguien hace funcionar.
    Pero no sólo es un momento de cambio en el desarrollo de la inteligencia, sino
    también de su personalidad. Si en la etapa anterior el cuidador jugaba un papel
    fundamental, primordialmente en la relación afectiva, en ésta se amplía el círculo
    de sus relaciones. Otras figuras (padre, hermanos, familia cercana...) irán en-
    trando en sus relaciones y modelarán la afectividad del niño. Cuando en el clima
    afectivo en el que el niño vive las relaciones son sanas y gratificantes, cuando los
    adultos transmiten actitudes de felicidad ante el mundo que les rodea, viven y
    son capaces de facilitar una capacidad de sorpresa y admiración, fomentan y se
    alegran de la capacidad creativa del niño..., a éste le resultará más fácil el desa-
    rrollo de estas cualidades. Por el contrario, en un clima hostil, en el que los adul-
    tos transmiten sentimientos negativos, reprimen toda investigación, búsqueda o
    asombro, le será mucho más difícil conseguir un desarrollo armónico equilibrado.
    Es, también, la etapa en la que el psicoanálisis sitúa la adquisición de algunos
    aspectos personales importantes para el futuro desarrollo. El proceso de socializa-
    ción supone la progresiva introyección de las normas sociales y morales, y, con
    ello, el nacimiento de la culpabilidad. Es el momento en el que los sentimientos
    ambivalentes hacia los padres desencadenan el complejo de Edipo y su progresi-
    va resolución.
                                                                          II. Psico-pedagogía religiosa
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II.B.2.b. La religiosidad
En cuanto a la religiosidad, en esta etapa aparecen las primeras conductas religiosas
(besar una imagen, repetir alguna oración sencilla, etc.), que progresivamente irán
desarrollándose y haciéndose más maduras. Se puede señalar al menos dos mo-
mentos o sub-etapas:
•   De los 2 a los 3’5 años aproximadamente. Aparecen referencias a algunos signos y símbo-
    los religiosos (en la tradición cristiana: la cruz, las imágenes de Jesús o la Virgen...), así co-
    mo las primeras conductas religiosas: algunas oraciones sencillas aprendidas de memoria,
    signarse, etc. En la aparición de estas conductas juega un papel importante la imitación de los
    adultos con los que el niño convive, sus actitudes y la educación religiosa que éstos le apor-
    tan. En esta imitación existe gran influencia afectiva, puesto que se imita a los que se quiere.
    Algunos autores ven en estas primeras conductas el nacimiento de la religiosidad infantil, pe-
    ro parece más correcta la postura de los que afirman que, al faltar las condiciones necesarias
    para suscitarla (capacidad de adquirir un concepto mínimamente claro sobre Dios y por lo
    tanto de establecer con Él alguna relación personal), no existe propiamente tal, sino única-
    mente conductas religiosas recibidas de los adultos y de la autoridad que éstos aportan, lo que
    les hace tener un carácter marcadamente imitativo, verbalístico y ritualista. En estas edades
    los principales centros de interés son los padres; el niño tiene poca conciencia de Dios y de la
    oración.
•   Entre los 3’5 y los 6 años. En esta segunda sub-etapa se articula la primera noción de Dios,
    que el niño concibe en términos familiares: como un anciano, un padre o un niño dotado de
    poderes mágicos. Conceptualmente, Dios tiene tres connotaciones vitales: Dios es Todopode-
    roso, Dios es Bueno, Dios es Padre. En esta etapa se dan, por tanto, de forma incipiente los
    primeros signos de la futura religiosidad. La oración es considerada como la demanda de al-
    guna intervención mágica.
♦ Aunque antes de los dos años y medio el niño ya asocia el nombre de Jesús a las
  cruces y reconoce su presencia o ausencia en su casa o en la de otros, no siem-
  pre distingue la persona de Jesús de la cruz o de otros objetos con los que le
  identifica. Sólo a partir de los dos años y medio comienza una diferenciación
  progresiva de Jesús como una persona determinada, lo que es favorecido por
  tres elementos: el uso de su nombre referido a representaciones distintas, la de-
  signación de lugares propios donde él vive (la iglesia) y la referencia a actividades
  que realiza o a sentimientos que experimenta. Entre los 3 y los 4’5 años el niño
  llega generalmente a admitir dos cosas referentes a Jesús o Dios-Padre (las dos
  personas se confunden): vive en el cielo con los santos y con los muertos y de allí
  desciende para realizar actividades específicas, como hacer el bien o estar presen-
  te en casa o en la iglesia. Después de los 4’5 años esta representación espacio-
  temporal de lo divino se conceptualiza más y más. El niño, que aún se mueve en-
  tre las etapas preoperacional y la lógica concreta, se representa generalmente a
  Dios con rasgos humanos: como el Niño Jesús, un anciano, un rico, un su-
  perhombre, un rey, etc..., que desarrolla su vida y su actividad como cualquier
  otro adulto.
♦ Pero, además de esta concepción antropomórfica de Dios, el niño, en el final de
  la etapa, en torno a los 5 años, comienza un periodo, que se prolongará hasta los
  11 años, en el que articula por primera vez el concepto de Dios. En este
  periodo comienza a desarrollar los primeros conceptos diferenciados sobre Dios
  como autor de la Creación (concepto que alcanza aún de forma confusa, pues es
  relativamente frecuente que se represente a Dios como el sol, la luna, etc., no

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- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                              31


  porque reconozca a Dios en sus obras, sino porque lo identifica con ellas). Esta
  primera cosmovisión religiosa no sólo se genera por medio de las actitudes reli-
  giosas que los adultos tienen y el niño observa, sino, también, por la preocupa-
  ción de aquellos de abrir al niño a la dimensión trascendente. Aunque faltan es-
  tudios sobre el tema, la experiencia parece demostrar que aquellos niños que han
  recibido en la infancia una iniciación a la apertura del Misterio y a la oración, se
  encuentran más capacitados para desarrollar esta actitud que aquellos que, aun-
  que han vivido entre adultos que la poseían, no se habían preocupado de abrir a
  ella a sus hijos por falta de tiempo o por respeto a su libertad (dejemos que,
  cuando sea mayor, decida él).
♦ En la segunda parte de esta etapa se da el paso de las conductas imitativas a la
  articulación del sentimiento religioso aún incipiente. Para ello juega un papel
  importante, no sólo el desarrollo intelectual y la capacidad de la articulación de
  un concepto de Dios, sino también y principalmente las figuras paternas, tanto la
  relación con la madre y la estructuración del lazo afectivo con ella, como la figura
  paterna, la seguridad que aporta su presencia, la introyección de las normas bá-
  sicas que le transmite, y, finalmente, la pérdida de la omnipotencia que represen-
  taba en las edades anteriores.
♦ El niño entre los 3 y 4 años proyecta sobre sus padres la idea de omnipoten-
  cia, que le aporta un sentimiento de seguridad, pero que a su vez le dificulta la
  articulación de la idea de Dios como alguien diferente a los adultos que conoce.
  Jesús y Dios son concebidos como hombres poderosos, pero no más que otro
  adulto. Incluso, en algunos niños a los que se ha presentado insistentemente a
  Dios, puede aparecer un cierto rechazo, puesto que poderoso sólo es su papá.
  Será en torno a los 5 años cuando algunos hechos concretos, como descubrir
  que su padre no está en dos sitios al mismo tiempo, no lo sabe todo, etc., le
  hagan descubrir las limitaciones de sus padres. Es el principio de la pérdida de su
  omnipotencia y del comienzo de la toma de conciencia de la diversidad radical
  de Dios respecto a los padres, primero de la madre y posteriormente del padre.
  Este proceso de pérdida de la omnipotencia paterna, unido a su crecimiento inte-
  lectual, le permite un cambio fundamental en la concepción de Dios y la adquisi-
  ción de sus atributos. Es la primera crisis del niño, o la edad del cambio (6-7
  años). A partir de ahora, los niños aún afirmarán que los padres saben y pueden
  mucho, aunque la madre es siempre mucho menos importante que el padre, pe-
  ro en ningún caso ya que lo puedan o lo sepan todo. Esta crisis no desemboca ni
  necesaria ni exclusivamente en la afirmación de Dios ni en la articulación de una
  relación personal con Él, sino que en ella juegan un papel importante los agentes
  socializadores (el ambiente familiar y las influencias de la educación).
♦ El niño entre los 3 y 6 años se encuentra en la etapa preoperacional, en la que
  vive su relación con la realidad desde su concepción animista. Dios, el mundo
  y sus relaciones mutuas se expresan por medio de un lenguaje de fábula. En es-
  tas edades concibe y experimenta a Dios de forma semejante a los personajes de
  un cuento de hadas. Tiene un cierto temor reverencial. Se deleita con los relatos
  de la Historia Sagrada, sobre todo en lo que puedan tener de milagrosos y fan-
  tásticos, aunque hay muchos contenidos que no entiende claramente y que
  adapta a su concepción de Dios.

                                                               II. Psico-pedagogía religiosa
- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                               32


♦ Entre las conductas religiosas de esta edad destaca la oración. En un primer
  momento, el niño posee una noción imprecisa y confusa sobre la oración y su
  función; son fórmulas aprendidas de los adultos y repetidas miméticamente que
  se comprenden poco y que hacen referencia a Dios y al mundo religioso, teñido
  todo ello de un halo mágico y fantástico. Pero algunas veces aparece la oración o
  las conversaciones espontáneas, por ejemplo con imágenes, que nos aportan da-
  tos muy interesantes sobre la evolución de su religiosidad.
♦ En cuanto a la socialización religiosa, el niño en estas edades se fía de tal
  manera de los adultos que acepta todo lo que se le enseña sin preguntas ni co-
  mentarios, pero esta aceptación se encuentra basada en la autoridad de los adul-
  tos más que en su comprensión, por eso las expresiones espontáneas del niño
  permiten descubrir que éste traduce las enseñanzas sobre Dios, el cielo, etc., a su
  concepción particular en términos que le son familiares.
II. B. 3.- De 7 a 11 años
II.B.3.a. Referencias generales
    La incorporación a la escuela y sus tareas y el cambio de comprensión de la
    realidad, más objetiva y operativa, marcan el final de la etapa anterior para dar
    paso a ésta, que terminará con la llegada de la pubertad. La escuela amplía su
    horizonte de relaciones. Por una parte, los adultos con los que se relaciona ya no
    son únicamente los miembros de la familia con su amor incondicional, sino que
    aparecen otros adultos en su vida que le aportan nuevos datos sobre el mundo
    que le rodea y le exigen desarrollar un trabajo.
    Esta etapa, en lo que al desarrollo de la inteligencia se refiere, es denominada
    por Piaget de las ‘operaciones concretas’. La percepción que tiene el niño acerca
    del mundo circundante adquiere lentamente estabilidad y coherencia. El niño
    por primera vez comienza a parecer racional y adaptado a las situaciones. Razo-
    na y transforma la realidad aumentando en objetividad, si bien opera y razona a
    partir de los objetos concretos que manipula y de lo que de ellos le resulta más
    significativo, para, poco a poco, articular su comprensión del volumen, la perma-
    nencia de la materia, la causalidad... y, finalmente, articular una serie de estructu-
    ras cognoscitivas, conceptos más universales a partir de su capacidad de agrupar
    individualidades con características semejantes.
    Su inteligencia vive en está etapa una transformación importante que le permite
    comprender más objetivamente la realidad, mientras que sus pulsiones internas
    aparecen mucho más serenas que en la etapa anterior, hasta el punto de que es
    denominada por el psicoanálisis freudiano como etapa de latencia. El niño, si se
    encuentra bien adaptado familiarmente, vive momentos de tranquilidad per-
    sonal que le permiten abrirse sin miedo a nuevas relaciones interpersonales y le
    motivan en su deseo de conocer e investigar.
    Es el tiempo de la productividad. Por otro lado, la escuela le sitúa entre iguales
    con los que tiene que relacionarse. El juego, las reglas sociales, la competencia
    por el triunfo y la atención de los adultos, los compañeros de juegos, la amistad,
    la pandilla que comienza a articularse, etc., van a moldear su personalidad y su
    capacidad de socialización de una forma nueva.


                                                                  II. Psico-pedagogía religiosa
- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                    33


II.B.3.b. Religiosidad
♦ Entre los 7 y los 10 años, el desarrollo de la inteligencia y la información recibida
    en la escuela y la catequesis hacen que el niño pueda ampliar sus conocimientos
    religiosos y articularlos formando un todo coherente, pero esta articulación es
    personal, porque, si bien los niños hacen algunas preguntas sobre Dios, en gene-
    ral intentan resolver ellos mismos sus dudas. Y lo hacen mediante la asimilación
    de datos externos y la acomodación de éstos a los propios esquemas mentales.
♦ Los niños de 7-11 años se encuentran situados en los estadios 1-2 del esquema
    indicado más arriba (página 28).
   •   En el primer estadio se concibe a Dios como todopoderoso, interviniendo directamente en
       el mundo y en el destino de los individuos. Se le concede un poder absoluto: puede pro-
       teger o destruir, enviar algo beneficioso o perjudicial, distribuye la salud o la enfermedad.
       A menudo, se supone que Dios hizo todas las cosas, incluso las montañas o los grandes
       edificios, y causa todos los acontecimientos. Además de este artificialismo, los niños en
       este estadio muestran a menudo una representación antropomórfica de Dios. La voluntad
       de Dios debe cumplirse siempre; si no, rompe la relación, y Dios castiga a los desobe-
       dientes. Por otro lado, las oportunidades del individuo de influir en Dios son mínimas.
   •   En el estadio 2 se evidencia una transformación estructural en un cambio dramático con
       respecto a la concepción de la relación entre el individuo y Dios. Este estadio puede en-
       tenderse mejor con el refrán latino do ut des. En este estadio, el individuo está convenci-
       do de que la voluntad y el humor de Dios pueden ser influenciados por las oraciones, por
       las obras buenas y por la adhesión a las normas y costumbres religiosas. Si uno se pre-
       ocupa de Dios y pasa las pruebas que le envía, Él actuará como un padre, amando o mi-
       mando, y el individuo será feliz, estará sano y tendrá éxito. Pero, ¿qué pasará si la buena
       conducta no es premiada (o viceversa), si la persona justa sufre mientras Dios no mueve
       un dedo y guarda silencio? A la larga, estas experiencias no son compatibles con la orien-
       tación del estadio 2, pero eso ya forma parte de la duda...
♦ Si nos detenemos sobre la concepción que los niños tienen de Dios a estas eda-
  des nos encontramos con que el niño intenta representarse a Dios y lo hace an-
  tropomórficamente. Pero, consciente de la insuficiencia de esta concepción, in-
  tenta trascenderlo, y para ello introduce elementos simbólicos: Dios tiene una
  barba tan larga que no tiene igual, está sentado sobre un trono rodeado de ánge-
  les, flota sobre las nubes del cielo, etc. Estos elementos simbólicos se multiplican
  muy rápidamente entre los 8 y los 11 años, con un avance más claro en las ni-
  ñas. El universo participa también de una visión artificialista y es dividido en dos
  niveles: arriba (el cielo, morada de Dios) y abajo (la tierra, en la que vivimos los
  hombres). En la superación de la concepción antropomórfica de Dios y artificia-
  lista del universo influyen, además de los esquemas mentales propios, la asimila-
  ción de los datos externos aportados por la educación.
♦ Además, los niños avanzan en la comprensión de los atributos de Dios. Esta
  comprensión se consigue en un proceso lento y gradual. El orden en que se inte-
  gran es: primero la omnisciencia (6-7 años), posteriormente la omnipotencia (7-8
  años), luego la omnipresencia (10-11 años). Más que omnipresencia podría de-
  signarse como omnivisión (Dios está en el cielo y desde allí lo ve todo, pero no
  está en todas partes). A los 10-11 años la omnipotencia y la omnisciencia están
  asimiladas.
♦ En nuestra cultura y en estas edades, las representaciones de Jesús (vida pública,
  muerte) son más numerosas que las representaciones de Dios; es una etapa en la
                                                                          II. Psico-pedagogía religiosa
- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                34


    que crece el cristocentrismo. Por su parte, Dios es el creador, que rige los fe-
    nómenos naturales, que se preocupa de la alimentación y del vestido...; es el
    creador del mundo, el que lo conserva, el providente. A los 9-10 años, los niños
    generalmente aceptan sin crítica el punto de vista bíblico de que Dios creó el
    mundo. También, en muchos casos, se identifica a Dios con el juez y el garante
    del orden moral.
♦   Se denomina a esta etapa (7-11 años) como atributiva: en ella el niño tiende a
    construirse un concepto de Dios a partir de los atributos recibidos en la catequesis
    y en la escuela. Estos atributos son: objetivos (grandeza, omnisciencia, omnipre-
    sencia, espiritualidad...), subjetivos (bondad, justicia) y afectivos (fuerza, belleza).
    Los últimos, los afectivos, son los principales agentes de articulación y unificación
    del nuevo concepto de Dios. Dicho de otra forma: será la relación afectiva la que
    permita articular el concepto de Dios. El aspecto emocional del desarrollo religio-
    so tiene una importancia igual al cognitivo y que ambos aspectos deben estudiar-
    se juntamente.
♦   En lo que se refiere a la experiencia religiosa de los niños, los datos de los dis-
    tintos estudios señalan su existencia, pero parece que no es tan espontánea en
    estas edades como cabría esperarse. Los niños hablan fácilmente de Dios si los
    adultos introducen el tema religioso, pero tienen una cierta dificultad para hablar
    espontáneamente de Él. Por otra parte, un ambiente negativo –en el que se
    habla de Dios como causante del mal– y el silencio sobre Dios retrasan el en-
    cuentro del niño con Dios; pero un ambiente religioso de indiferencia, que lleva a
    crear una idea vaga de Dios sin implicaciones en la vida, es más difícil de superar
    incluso que el ambiente negativo.
♦   En cuanto a la relación entre la articulación afectiva de la imagen de Dios y las
    figuras de los adultos, principalmente de los padres, en los niños entre 6 y 11
    años de uno y otro sexo la imagen de Dios se asemeja más a la imagen del padre
    que a la de la madre, semejanza que se hace estadísticamente más significativa
    en los niños de 9-10 años, si bien la semejanza Madre-Dios es mayor para las ni-
    ñas que para los niños. Las correlaciones son bajas si se pone en relación Dios
    con el amigo. La mayoría de los sujetos tienen una imagen sustancialmente posi-
    tiva de Dios que puede deberse a una asimilación nocionística o a la proyección
    de la imagen latente del padre. Esta imagen positiva de Dios se debe más a la
    atribución de la función protectora. En los casos de carencias afectivas importan-
    tes, los niños tienen una imagen de Dios menos positiva (menos activo y podero-
    so) que otros niños más normalizados afectiva y familiarmente.
♦   A partir de los 6 años el contenido de las oraciones se centra principalmente en
    la gratificación de sus deseos. Cuando reza es para pedir sus propios intereses; si
    no los recibe, es que este Dios no sirve. Será posteriormente, y gracias a una
    educación religiosa adecuada, cuando pasará a una oración de acción de gra-
    cias. Entre los 7 y los 9 años, la oración expresa una relación y tiene un conteni-
    do concreto en función de ciertas actividades, generalmente de petición o de ac-
    ción de gracias. Alrededor de los 9 ó 10 años, y cada vez con más fuerza, la ora-
    ción se convierte en una especie de conversación privada con Dios, que com-
    prende ciertos temas de los que no se habla a otras personas, y en las que apare-
    cen preocupaciones morales. Su contenido tiene elementos más altruistas y
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  humanitarios, evolucionando así hacia un tipo de oración más personal. Esta
  evolución de la oración permite descubrir el paso de una relación más neutral
  afectivamente hablando, unida a determinados tiempos del día o de la semana, a
  otra con mayor carga de afecto y más espontánea, normalmente más unida a las
  circunstancias negativas de la vida.
♦ Todas las investigaciones que han estudiado la influencia de los padres en el pro-
  ceso de socialización religiosa convergen en una sola conclusión: los padres,
  especialmente las madres, juegan un papel sumamente importante en la religio-
  sidad de sus hijos, tanto en la infancia como en la adolescencia o en la primera
  juventud, pero esa influencia a veces puede ser más indirecta que directa, puesto
  que los padres son en alguna medida quienes controlan otras influencias (la asis-
  tencia o no a la iglesia, el tipo de colegio al que asisten, etc.). Los estudios han
  encontrado que la asistencia de los padres a la iglesia es el factor más importante.
  Pero no se debe perder de vista que la socialización puede tener dos direcciones,
  y los hijos también pueden afectar las actitudes y la religiosidad de sus padres al
  plantearse éstos la educación que les van a dar o al participar en escuelas de pa-
  dres, grupos de catequistas, etc.
♦ En cuanto a la Iglesia, en los primeros años de esta etapa el niño comienza a
  descubrir la institución religiosa y en su transcurso se adapta progresivamente a
  la religión institucional y a la enseñanza religiosa recibida. Si sus padres partici-
  pan en una parroquia, comienza a identificarse con su dinamismo organizativo.
♦ Sobre el papel que juega la enseñanza religiosa escolar, varios estudios seña-
  lan la influencia de la escuela en la adquisición de los conceptos sobre Dios. Los
  niños de todas las edades con enseñanza religiosa escolar hacen referencia más
  frecuente a Dios y han asimilado mejor los conceptos sobre Él que los que care-
  cen de ella. Los niños mejor escolarizados parecen asimilar mejor las nociones re-
  ligiosas, pero esta mejor escolarización no les lleva a un encuentro personal. Así,
  aunque no se puede establecer exactamente que la variable instrucción sea to-
  talmente responsable de las diferencias, sí se puede afirmar con toda seguridad
  que es corresponsable. La hipótesis de que la instrucción religiosa sistemática en
  la escuela influye sobre el aspecto cognitivo de la imagen de Dios es acertada,
  pero no se encuentra que exista influencia sobre su aspecto afectivo.
II. B. 4.- La adolescencia
II.B.4.a. Referencias generales
Normalmente, en Psicología, se entiende por ‘adolescencia’ la etapa que abarca des-
de el final de la infancia hasta el principio de la etapa adulta, pero esta definición
resulta en la práctica muy imprecisa: ¿dónde termina la niñez y dónde comienza la
edad adulta? ¿Existe realmente esta etapa de la adolescencia?
    A principios del siglo XX se hablaba de una etapa tormentosa de transición.
    Freud describe la adolescencia como la etapa del despertar de la genitalidad tras
    el periodo de latencia. Su hija, Ana Freud, sacará las consecuencias que este
    despertar de la genitalidad genera: la carga de angustia que supone el empuje de
    la sexualidad influye poderosamente en la estructuración del carácter; en esta es-
    tructuración juegan un papel fundamental algunos mecanismos de defensa como
    son la represión, la sublimación, etc.
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- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                   36


    Frente a estos autores, que conciben la adolescencia en relación con el desarrollo
    biológico, y, por lo tanto, como una etapa presente en todas las culturas, los es-
    tudios de antropología comparada señalan la influencia social y cultural no sólo
    en las características de la etapa, sino en su duración e incluso en su misma exis-
    tencia. ¿No será esta etapa el producto de una sociedad que alarga en demasía el
    tiempo de formación de sus miembros, generando en ellos una serie de contra-
    dicciones que en otras culturas no existen en absoluto?
    Probablemente debamos inclinarnos por una postura de síntesis en la que ten-
    gamos en cuenta ambos elementos, para lo cual resulta útil el siguiente concepto:
    el logro de identidad. Éste será el eje desde el que articularemos la descripción de
    la evolución religiosa del adolescente.
     La identidad es, fundamentalmente, una percepción interna de la propia reali-
dad, en la que el sujeto se vivencia como un yo integrado y pacificado o como un
yo confuso o incoherente, pero en todo caso –a no ser que exista una patología pro-
funda– como un yo en continuidad consigo mismo. El adolescente puede percibir
cambios bruscos en su cuerpo y en su personalidad, pero siente que es la misma
persona de ayer, aunque lo sea de forma muy distinta. Gracias a este auto-concepto,
la persona se percibe a sí misma como un yo distinto a los otros y en diálogo con
ellos.
     La identidad tiene un carácter relacional: supone un reconocimiento mutuo en-
tre el sujeto y la sociedad; ésta invita al sujeto a ser, y a ser de una determinada for-
ma, y él se percibe respondiendo a esas expectativas. Es más: el grupo social tiene
también su propia identidad, que se proyecta sobre el individuo moldeándolo,
transmitiéndole las actitudes y los valores del grupo (pandillas, por ejemplo).
     Para llegar al logro de la identidad hay elementos que configuran la persona-
lidad del adolescente y que le han sido dados o ha adquirido a lo largo de su infan-
cia, elementos que ahora ha de asumir personal y críticamente: la misma existencia,
la corporalidad, el sexo, la raza, la afectividad, la familia, la educación, la clase so-
cial, etc. Otros, por el contrario, es ahora el momento de elegirlos: la profesión, el
estado de vida, el credo, los ideales, la escala de valores, etc... La integración y la
articulación de todos ellos formando un todo coherente y equilibrado supondrán el
logro de identidad, que no se alcanza fácilmente: en su consecución se dan muchas
veces posturas y actitudes de evitación.
     Los principales factores que influyen en el cambio de la personalidad del adoles-
cente pueden ser enumerados como sigue:
      •   Cambios fisiológicos desencadenados con la llegada de la pubertad, con las implica-
          ciones psicológicas que conllevan.
      •   Adquisición de la lógica formal, que se alcanza entre los 11-15 años y que supone una
          organización nueva y definitiva de la comprensión de la realidad. El adolescente pue-
          de enfrentarse no sólo a la realidad que se presenta ante él, sino a enunciados abstrac-
          tos, proposiciones, etc.
      •   Maduración personal, que en esta etapa del desarrollo tiene que ver con el logro de
          identidad personal y de auto-concepto.
      •   El proceso de socialización, que se concreta en la afiliación y la conciencia de perte-
          nencia grupal (pandilla) y la apertura al otro sexo.


                                                                        II. Psico-pedagogía religiosa
- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                  37


     ¿Qué edades abarca, por tanto, la adolescencia? Como inicio, podemos señalar
la llegada de la pubertad, con la que biológicamente termina la infancia (en torno a
los 12 años) y comienza la adolescencia. El final estaría marcado por la entrada en
la edad adulta, que se caracteriza por el logro de autonomía respecto a los adultos
de los que se dependía anteriormente. En los jóvenes, esta autonomía se concreta
en el logro de independencia económica, la capacidad de tomar decisiones estables
y la constitución de un hogar propio. Con todo, el final cronológico de la adolescen-
cia no supone necesariamente el logro de identidad personal. Podemos señalar cua-
tro situaciones al respecto:
      •   Logro de identidad: tras una crisis, ahora manifiesta decisión y sentido.
      •   Hipoteca: la persona ha tomado decisiones, pero, en lugar de soportar una crisis de
          identidad, ha aceptado planes de otras personas.
      •   Confusión de identidad: Rechazo sistemático de la toma de cualquier compromiso.
      •   Moratoria: todavía en crisis, espera a mañana para la toma de decisiones.
     Una mirada a nuestro entorno social nos permite caer en la cuenta de que no
sólo no está muchas veces en manos propias el logro total de independencia (dificul-
tades laborales, carestía de la vivienda...), sino que las diferencias de expectativas en
los distintos estratos sociales hace que la adolescencia no tenga la misma duración
en ellas. Mientras que en determinados ámbitos sociales podemos encontrar jóvenes
ya emancipados de sus mayores a los 18-20 años, en otros la etapa se prolonga has-
ta los 25 y más. No debemos, con todo, responsabilizar de la prolongación de esta
etapa únicamente a los aspectos sociales, sino que debemos tener también en cuen-
ta las diferencias individuales (rasgos de personalidad, historia personal concreta,
influencias familiares, etc.).
     Todos estos factores son la base personal sobre la que el adolescente va a articu-
lar su religiosidad, primero juvenil y posteriormente adulta, y que van a influir nota-
blemente en ella.
II.B.4.b. Religiosidad
♦ Para Piaget, a partir de la preadolescencia comienza un cambio cualitativo en la
    inteligencia (operaciones formales: 11-13 años), lo cual permite al adolescente ar-
    ticular su comprensión de la realidad de una forma nueva. A partir de esta edad
    va a ser capaz de abstraer conceptos y operar con ellos. Esta capacidad supo-
    ne un giro copernicano en su comprensión de lo religioso. El adolescente alcanza
    el desarrollo intelectual suficiente para asimilar las nociones religiosas y purificar-
    las de los restos infantiles de etapas anteriores. Puede acercarse a la comprensión
    del misterio último de su existencia, del cosmos, del mal... de una forma nueva.
    El gran misterio de Dios (su existencia, su ser mismo) puede ser abordado perso-
    nalmente gracias a esta nueva capacidad. El cambio encuentra una diferencia
    clara significativa entre los estudiantes de enseñanza secundaria y los de profe-
    sional a favor de los primeros, debido probablemente al hecho de que éstos tie-
    nen una capacidad de abstracción mayor que los de enseñanza profesional.
    Además, las muchachas muestran mayor desarrollo mental que ellos.
♦ La presentación de la descripción del concepto de Dios, de su articulación y su
    contenido, se puede considerar como paradigma del resto de los conceptos reli-
    giosos (como cielo, eternidad, iglesia, etc.) y modelo de la estructuración de la re-
    ligiosidad. Dios ya no tiene por qué ser el personaje bondadoso o terrible repre-
                                                                     II. Psico-pedagogía religiosa
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  sentado durante la niñez con caracteres infantiles y mágicos. Ahora su dimensión
  espiritual adquiere progresivamente toda su trascendencia, sin abandonar su cer-
  canía ni su relación interpersonal. La mayoría de los preadolescentes son capaces
  de representar a Dios por medio de símbolos recibidos de la cultura ambiente o
  elaborados personalmente: Dios está en todas partes, está en nuestro corazón, es
  invisible...
♦ Respecto a los estados de juicio religioso presentados más arriba (pagina 28),
  el estadio segundo aún es mayoritario en los adolescentes de 14-15 años, mien-
  tras que el estadio tercero sólo lo es a partir de los 17 años. Este estadio tercero
  se caracteriza porque, en él, el razonamiento puede determinarse como deísta: se
  concibe a Dios como un ser aparte y fuera del mundo; se abandona la idea de
  un Dios encargado de todos los detalles de la existencia humana y de la naturale-
  za; más bien se supone que Dios tiene un reino particular de acción distinto de
  las acciones del individuo y de la sociedad.
♦ Paralelamente a la evolución de la capacidad intelectual de abstracción, que
  permite una concepción menos antropomórfica y más espiritualizada de Dios,
  existe en los 11-14 años un proceso de maduración personal y de relaciones in-
  tersubjetivas que les permite concebir a Dios cada vez más como una persona,
  como alguien, si bien como un alguien distinto. Pero esto basta para que exista
  una relación intersubjetiva madura con Dios: cabe señalar, además, la im-
  portancia del papel que juega la familia y probablemente el ambiente. Es más
  frecuente la presencia de una concepción infantil de Dios entre aquellos que per-
  tenecen a familias más religiosas que entre la población general. Una posible ex-
  plicación de este hecho es que, al existir menos posibilidad de confrontación, el
  proceso de articulación personal es más lento. Otra, que, al haber recibido una
  educación religiosa con elementos mágicos y pueriles y con contenidos no razo-
  nados sino memorizados, el proceso de maduración se retrase perviviendo du-
  rante más tiempo restos de concepciones infantiles sobre Dios. Esta segunda cau-
  sa, que sin duda se da en algunos casos, explica fenómenos de reacción y recha-
  zo posteriores frecuentes en algunos ateísmos y agnosticismos propios de muchos
  de los educados en colegios religiosos, familias cristianas, etc.
♦ En cuanto al contenido mismo del concepto de Dios, aparecen tres grandes con-
  cepciones claramente diferenciadas sobre Dios:
   •   El Dios de la creación: Dios es concebido como el creador del mundo, la causa primera,
       el que cuida de mantener el orden cósmico... Generalmente aparece como un ser lejano
       con el que se tiene poca o ninguna relación personal o, a lo más, en los casos de peligro o
       dificultad. Esta concepción de Dios suele tener muy poca o ninguna implicación ética en
       la vida del sujeto. Todo lo más, es el origen y garante de un orden moral reflejado en su
       presentación como juez.
   •   El Dios del hombre: se trata de Alguien con el que el adolescente se relaciona personal-
       mente, que participa de sus experiencias y da sentido a su vida. Dado que la adolescencia
       muchas veces es vivida como un tiempo de incomprensión por parte de los adultos y de
       los mismos compañeros, en los adolescentes aparece una tendencia a sublimar en esta
       concepción de Dios sus propias necesidades afectivas. A diferencia de la categoría ante-
       rior, los que participan de esta concepción suelen tener una relación personal, aunque ésta
       no siempre supone una exigencia ética, puesto que en algunos casos es una relación más
       de búsqueda de refugio y comprensión que de exigencia y crecimiento personal.

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   •   El Dios de la revelación de Jesucristo: aparecen explícitamente formulados los rasgos
       específicos del Dios cristiano. Un análisis más detallado de esta categoría permite descu-
       brir en sus respuestas concepciones y actitudes muy diferentes más allá de las palabras
       utilizadas. Mientras en unos casos aparecen nada más que formulaciones superficiales
       aprendidas en la enseñanza religiosa, en otros se manifiesta una auténtica experiencia
       personal del Dios revelado en Jesucristo.
   •   Es posible hablar de otras dos concepciones minoritarias: el antropomorfismo (Dios con
       figura humana, con características muy infantiles, únicamente descriptivas y con niveles
       de simbolización muy pobre y convencional) y el ateísmo.
♦ Las nuevas capacidades intelectuales de las que goza el adolescente no sólo le
  permiten una evolución en su comprensión de Dios y en la pluralidad de formas
  de articular el concepto que de él tiene, sino que le abocan a una toma de pos-
  tura ante la afirmación o no de su existencia. Y lo que ocurre referido a Dios
  ocurre de igual forma en el resto de los conceptos religiosos: la pervivencia más
  allá de la muerte, el papel de la Iglesia... ¿Cuál es el proceso que se da hasta que
  el adolescente se identifica y confiesa o no como creyente, o hasta que se sitúa
  en actitudes de indiferencia o agnosticismo?
  En la infancia éstas eran cuestiones superfluas. El niño participaba de las convic-
  ciones de sus mayores y de su entorno, de la familia y de la educación recibida.
  Con la llegada de la adolescencia, provisto de un mayor desarrollo intelectual e
  influido por la toma de conciencia de la existencia de opciones y posturas distin-
  tas y muchas veces contrapuestas en el mundo que le rodea (el grupo de amigos
  y el ambiente social), se ve forzado a tomar postura ante cuestiones para las que
  muchas veces su capacidad intelectual o su educación no le han preparado sufi-
  cientemente. Es el tiempo del nacimiento de la duda y en algunos casos de su re-
  solución.
  En nuestro entorno cultural, ya en torno a los 11 años aparecen signos de crítica
  y de ruptura de las creencias, aunque la mayoría de las veces sea de forma vela-
  da o inconsciente, y pueden impedir o dificultar la articulación de un concepto
  adulto de Dios. El hecho es que las preguntas y dudas sobre temas religiosos son
  comunes en la adolescencia. Estas dudas presentan una doble tipología:
   •   La integración del pensamiento religioso y el científico. En su mayoría, los adolescentes
       no tienen una idea precisa ni personalizada sobre Dios, sino que lo describen en términos
       aprendidos. Además, esta concepción recibida se encuentra muchas veces en contradic-
       ción o al margen de otros saberes con los que no ha dialogado suficientemente en su edu-
       cación. A los 12-13 años, con el desarrollo del pensamiento abstracto, hay un peligro de
       que los pensamientos teológico y científico se separen entre sí. Muchos jóvenes perma-
       necen en un nivel muy infantil en el pensamiento religioso, que contradice el punto de
       vista científico. Para superar esta situación, algunos adolescentes evitan la contradicción
       separando los mundos religioso y científico, mientras que otros tachan a la religión de in-
       genua y acientífica. Estas dificultades aparecerán antes cuanto mayor es su capacidad in-
       telectual y cuanto más plural y más interesante es el ambiente en el que desarrolla su edu-
       cación. Un ambiente con mentalidad más restringida y conservadora hará que la duda
       tenga una menor incidencia.
   •   La integración de las vivencias religiosas en el conjunto de la personalidad. Íntimamente
       relacionadas con la anterior, estas dudas son debidas a aspectos más afectivos y persona-
       les. Entre ellos destaca la vivencia de la lejanía o la ausencia de Dios: ¿por qué estás tan le-
       jos? ¿Por qué te llamo y no respondes? ¿Para qué llamarle si nunca he sentido su presencia?


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     El adolescente se ve abocado a dar una determinada orientación a su vida y tie-
ne, también, necesidad de tomar postura, no sólo teórica sino existencial, ante lo
religioso. Es su primera –y probablemente definitiva– articulación de fe, hecha a par-
tir de lo recibido y de lo experimentado en la infancia. Este proceso de articulación y
de toma de postura personal se encuadra en un contexto más amplio: el proceso de
crisis y cambio personal, la maduración general de la personalidad de la adolescen-
cia o búsqueda de identidad.
     En este proceso existen algunas características comunes: la toma de conciencia
de la disfuncionalidad de la religiosidad infantil, que no responde a la nueva situa-
ción; el contraste con el pluralismo cultural, que hace que se ponga en crítica lo
aprendido y aparezca la duda; el ritualismo infantil, que pasará por la crítica de si es
expresión de unas vivencias o únicamente ritualismo. En algunos casos aparece un
idealismo utópico en el que los chicos sienten la llamada a un exclusivismo religioso
y a una coherencia radical a partir de la cual ponen en crítica al resto de los creyen-
tes, a los que se tacha de rutinarios e incoherentes, pero este radicalismo choca a su
vez con sus incoherencias morales, lo que les crea no pocas dificultades.
II. B. 5.- Conclusiones
A la hora de justificar la evolución y los cambios progresivos en la comprensión de la
experiencia religiosa de una persona, no es posible hablar unilateralmente:
          Las teorías endogénicas hablan de fases de maduración constitutivamente programa-
          das, prácticamente matemáticas, que discurrirían del mismo modo en todas las cultu-
          ras, dado que dependen en gran medida de las diversas socializaciones religiosas.
          Las teorías exogénicas atribuyen todos los cambios a las influencias del entorno so-
          cial, prestando poca atención al hecho de que las modificaciones religiosas aparecen
          siempre vinculadas a la disposición y la iniciativa personales.
          Puesto que el desarrollo religioso está condicionado, a la vez, por la edad y por la so-
          cialización (el niño acepta, sin entenderlas, muchas de las cosas que oye y observa;
          luego va comprendiendo cada vez más, en virtud de sus propios esfuerzos mentales),
          esta evolución parece responder al paradigma de las teorías constructivistas. Dicho
          desarrollo es el resultado de un proceso de construcción en virtud del cual el adoles-
          cente va edificando y corrigiendo activamente, a lo largo de etapas de creciente com-
          plejidad, los esquemas a través de los cuales interpreta el medio ambiente y actúa so-
          bre él.
          Tal vez la explicación más convincente sea la de las teorías interaccionistas, admi-
          tiendo una doble acción recíproca: por un lado, interactúan mutuamente la persona y
          el entorno social, de modo que no en todas partes es igual el desarrollo religioso de
          las personas, sino que depende de las ofertas de solución y de los influjos de cada cul-
          tura y cada socialización, aunque puede discurrir también por cauces individuales y
          parcialmente innovadores. Por otro lado, interaccionan también entre sí las emociones
          y los conocimientos.


    En definitiva: la religiosidad personalmente vivida y entendida aparecerá siem-
pre que se den los necesarios presupuestos cognitivos para llegar a concebir la exis-
tencia de algo sobrehumano:
1. La competencia lógica conceptual. La tendencia a concepciones religiosas artificiales,
   antropomórficas, finalistas y acríticas, retrocede a medida que se avanza en la edad, para-
   lelamente al desarrollo formal, aunque siga dependiendo también en buena parte de la
   educación y de la emoción. Ésta es una condición necesaria, pero no suficiente, tanto para

                                                                        II. Psico-pedagogía religiosa
- PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN -                                  41

   el inicio como para la evolución del pensamiento, de las vivencias y del comportamiento re-
   ligioso. Por mucho que la reflexión filosófica sobre un origen último del hombre y sobre la
   validez del bien y del deber no dependientes del arbitrio humano pueda satisfacer el afán
   de saber y configure un motivo cognitivo autónomo, este pensamiento y sus correspondien-
   tes vivencias y conductas religiosas sólo pueden desplegarse de una manera digna de
   mención si se cumplen las otras dos condiciones.
2. La segunda condición de la evolución de la religiosidad es la influencia de la cultura y de
   la socialización religiosa. Sin las ofertas de solución, los símbolos, los estímulos de los
   ejemplos, las confirmaciones y los reforzamientos del entorno..., el pensamiento conceptual
   no es capaz de superar el nivel rudimentario, se ignoran muchas posibles soluciones y las
   vivencias y las conductas religiosas se reducen a una disposición a la reacción que se limita
   a situaciones concretas y es poco constante. Muchos adultos adquieren en su campo pro-
   fesional un considerable nivel de pensamiento formal crítico, mientras que a sus concepcio-
   nes religiosas parece poder aplicárseles esta sospecha: posiblemente en ningún otro cam-
   po de la personalidad persisten tantos residuos infantiles como en las actitudes religiosas
   de los adultos. Se puede ser especialista altamente cualificado y analfabeto en religión.
3. La tercera de las condiciones, el enraizamiento del desarrollo religioso en motivos no cog-
   nitivos, explica que esta evolución registre enormes variaciones no sólo culturales, sino
   también interindividuales. Estos motivos no cognitivos permiten comprender asimismo por
   qué la evolución religiosa puede estar vinculada no sólo a una insistencia en el pensamien-
   to complejo condicionado por las cogniciones, sino también a una disminución (o una re-
   gresión) del mismo, y por qué puede discurrir tanto bajo la forma de una modificación paula-
   tina como de un cambio súbito (en el caso, por ejemplo, de las conversiones o de las apos-
   tasías). Podrían evitarse algunas simplificaciones excesivas no poco frecuentes si, en vez
   de preguntarse por el desarrollo de la religiosidad, se investigara bajo qué condiciones evo-
   lucionan los motivos concretos que la determinan.




                                                                       II. Psico-pedagogía religiosa

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Psicopedagogía Relgiosa

  • 1. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 25 II/ PSICO-PEDAGOGÍA RELIGIOSA II.A/ LA PEDAGOGÍA DE DIOS, FUENTE Y MODELO DE LA PEDAGOGÍA DE FE 26 II. A. 1.- LA PEDAGOGÍA DE DIOS ..................................................................................................26 II. A. 2.- LA PEDAGOGÍA DE CRISTO..............................................................................................27 II.B/ LA EVOLUCIÓN RELIGIOSA Y MORAL DEL NIÑO 27 II. B. 1.- DE 0 A 2 AÑOS ...................................................................................................................28 II. B. 2.- DE 2 A 6 AÑOS ...................................................................................................................29 II.B.2.A. REFERENCIAS GENERALES ....................................................................................29 II.B.2.B. LA RELIGIOSIDAD..................................................................................................30 II. B. 3.- DE 7 A 11 AÑOS .................................................................................................................32 II.B.3.A. REFERENCIAS GENERALES ....................................................................................32 II.B.3.B. RELIGIOSIDAD.......................................................................................................33 II. B. 4.- LA ADOLESCENCIA ...........................................................................................................35 II.B.4.A. REFERENCIAS GENERALES ....................................................................................35 II.B.4.B. RELIGIOSIDAD.......................................................................................................37 II. B. 5.- CONCLUSIONES ................................................................................................................40 II. Psico-pedagogía religiosa
  • 2. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 26 II.A/ LA PEDAGOGÍA DE DIOS, FUENTE Y MODELO DE LA PEDAGOGÍA DE FE La expresión ‘pedagogía de Dios’ es utilizada por el CONCILIO VATICANO II (DV 15: pædagogiam divinam). Será posteriormente el Directorio General para la Catequesis (SANTA SEDE: CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, 15-agosto-1997) el documento que dedique un espacio extenso (tercera parte: la pedagogía de la fe) a describir la peda- gogía de la fe inspirada en la pedagogía divina. Se trata de la forma de proceder de Dios para con las criaturas, su estilo educativo. Tiene unas características particulares que permanecen a lo largo de la historia: no es un método o un conjunto de normas y actividades, sino una forma de relación con las personas, de educación, en el sen- tido etimológico del término, que acompaña al discípulo en su proceso de crecimien- to personal (educare: criar, cuidar, alimentar) ayudándole a extraer lo mejor de sí (ex-ducere). La enseñanza de la Religión Católica tiene como referencia, modelo y fuente el modo de ser y de proceder de Dios. En el ejercicio de su docencia, el profesor de Religión Católica ha de servirse de las aportaciones de las Ciencias de la Educación (por su identidad profesional), im- pregnándolas de la pedagogía divina (por su identidad eclesial). En este sentido, la pedagogía de Dios deberá iluminar todo el currículo a la hora de actuar en el aula (objetivos, contenidos, criterios de evaluación, métodos, actividades que se realicen. II. A. 1.- La pedagogía de Dios En analogía con las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada tiempo, la Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un Padre misericordioso, un Maestro, un Sabio que toma a su cargo a la persona –individuo y comunidad– en las condiciones en que se encuentra y la hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transfor- ma los acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría, adaptán- dose a las diversas edades y situaciones de vida. • En su actuar, Dios toma la iniciativa, en cuanto que siempre se acerca como una oferta de amor para el hombre, y lo hace teniendo en cuenta a la persona (preo- cupaciones, circunstancias, relación con los otros, entorno...). Así nos lo muestra Jesucristo cuando se dirige a las personas eligiendo las imágenes y parábolas que pueden comprender el labrador, el pescador, el centurión... No quiere enseñar la cultura del entorno: se sirve de ella para presentarse a sí mismo y su mensaje. • Toda la Historia de la Salvación, la Revelación en sí misma, es progresiva. La progresividad es una característica fundamental del actuar divino y requisito in- dispensable para que pueda realizarse el aprendizaje, que tiene en cuenta los procesos y el desarrollo propios del ser humano. Acercarnos al conocimiento de la verdad de una manera progresiva exige tomar en cuenta varios aspectos en el desarrollo de los contenidos teológicos de la fe cristiana: conocer el sentido de la doctrina que se enseña y explicarla progresivamente teniendo en cuenta los pro- cesos y progresos del alumno, y respondiendo a características de su propio ser personal y de la cultura del entorno. En las circunstancias actuales, los alumnos posiblemente tienen conocimientos previos erróneos acerca de la Religión Católi- ca (o no los tienen en absoluto), aprendidos en su ambiente laicista o en los me- dios de comunicación. En tales casos, el maestro está llamado a ayudarles a de- construir prejuicios y modificar criterios (Mt 5,22.28.32...). II. Psico-pedagogía religiosa
  • 3. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 27 • El rasgo más significativo de la Pedagogía de Dios manifestada en Jesús es, sin duda, el de la relación interpersonal entre Dios, que busca al hombre, y el Hom- bre, que busca el sentido de su vida. II. A. 2.- La pedagogía de Cristo A partir de las palabras, signos y obras de Jesús, los discípulos tuvieron la experien- cia directa de los rasgos fundamentales de la pedagogía de Dios manifestada en Cristo, consignados después en los evangelios. La reflexión acerca de los episodios de encuentros narrados en los Evangelios es un instrumento muy útil para compren- der esta pedagogía. Entre otras, se podrían enumerar las siguientes cualidades: • La acogida incondicional del otro, en especial del pobre y del pequeño, que conlleva actitu- des como el respeto, la actitud de servicio, la condescendencia. • El anuncio genuino del Reino de Dios como buena noticia de la verdad y de la misericordia de Dios Padre. La pedagogía de Dios no rebaja el contenido y la fuerza de la verdad, sino que prepara al destinatario para que pueda recibirla. • Un estilo de relaciones humanas cuyo fundamento es el amor tierno y fuerte que libera del mal y promueve la vida. • La invitación apremiante a un modo de vivir sostenido por la fe en Dios, la esperanza en el Reino y la caridad hacia el prójimo. • El empleo de todos los recursos propios de la comunicación interpersonal (palabra, silencio, metáfora, imagen, ejemplo…). • El exquisito respeto por la libertad personal. II.B/ LA EVOLUCIÓN RELIGIOSA Y MORAL DEL NIÑO Desde la óptica de la psicología del desarrollo evolutivo de la persona, la primera cuestión que se plantea es la posibilidad de una modificación de la religiosidad a lo largo de la vida según una lógica biográfica. Si la respuesta fuera radicalmente posi- tiva, podría suscitar la esperanza de poder predecir con exactitud –desde la cuna al sepulcro– en qué fase se encuentra en un momento dado la experiencia y el pensa- miento religioso de una persona; en cierto modo, sería deseable que la psicología del desarrollo religioso proporcionara conclusiones fiables para pronunciar la pala- bra justa en el momento adecuado. Pero no es posible satisfacer tales expectativas... Una teoría plausible del desarrollo religioso señala los estadios de cómo cada in- dividuo relaciona su experiencia con Dios según formas cualitativamente –no sólo cuantitativamente– diferentes a lo largo de su vida. Es posible así reconocer cinco formas cualitativamente diferentes de juicio religioso, estructuradas como un todo: su sucesión sigue una invariante lógica del desarrollo, sin saltos en el orden de esta- dios. Además, el paso de un estadio a otro sólo es posible si se da un proceso de crisis en el que la estructura anterior pasa por un proceso de desequilibrio y de rees- tructuración posterior: II. Psico-pedagogía religiosa
  • 4. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 28 1. HETERONOMÍA RELIGIOSA (Deus ex machina). Se entiende a Dios como alguien activo, como interviniendo directamente en el mundo. El ser humano se concibe como reactivo ante Dios. 2. DO UT DES. (‘te doy para que me des’). Se ve todavía a Dios como un ser siempre exter- no y todopoderoso que puede castigar o premiar. Sin embargo, puede ser influenciado por las buenas obras, las promesas y los votos. Los seres humanos pueden ejercer una influencia profiláctica. 3. EGO AUTÓNOMO Y DE LA AUTO-RESPONSABILIDAD (deísmo). Es conscientemente reducida la influencia de Dios. La trascendencia de Dios y su inmanencia están separadas entre sí. El ser humano es autónomo, responsable de su propia vida y de las tareas seculares. Dios –si se acepta su existencia– tiene su propio dominio de responsabilidad. 4. AUTONOMÍA MEDIADA Y EL PLAN DE SALVACIÓN. El Dios trascendente se concilia con la in- manencia, como fundamento del ser. Aparecen formas múltiples de religiosidad en las que se acepta un plan divino que dirige todo a un buen fin. El compromiso social se vuelve una forma religiosa de vida. 5. ORIENTACIÓN A LA RELIGIOSIDAD INTERSUBJETIVA Y AUTÓNOMA: LA RELIGIOSIDAD UNIVERSAL E INCONDICIONAL. El razonamiento religioso del individuo despliega una compleja y equi- librada coordinación de todas las dimensiones religiosas. La religión es más un modelo activo que un concepto de seguridad. La persona se siente siempre referida incondicio- nalmente a Dios. La evolución religiosa puede recorrer muy diversos caminos. Por lo demás, lo que hasta ahora se ha explorado presenta muchas lagunas y es poco seguro, puesto que apenas existen estudios longitudinales que abarquen el curso de una vida. Además, las investigaciones transversales por edades llevadas a cabo hasta ahora se han limitado en su mayor parte a algunos aspectos concretos (por ejemplo: el con- cepto de Dios, las ideas sobre la oración o la comprensión de textos bíblicos). Con todo, podemos reunir una serie de principios básicos provisionales que ayuden a entender las características del comportamiento religioso de una persona según la evolución de su biografía. II. B. 1.- De 0 a 2 años En un primer momento de la vida del niño no se dan las condiciones para que la religiosidad se haga manifiesta. Sin embargo, poco a poco, con las experiencias afectivas de la primera infancia, el desarrollo de la inteligencia, las conductas imitati- vas..., el niño se va abriendo al mundo de lo religioso. Si bien todos los autores son unánimes en señalar esa ausencia de comporta- miento religioso, no lo son tanto sobre el comienzo de la existencia de la religiosidad propiamente dicha. Mientras unos autores se inclinan por colocarla en el momento mismo en que hacen su aparición los primeros gestos religiosos, otros lo sitúan en torno a los 7-8 años, con la llegada del uso de razón, e incluso más tarde. En reali- dad, el niño carece de actividad intelectual y volitiva, ambas necesarias para que haya un verdadero acto religioso; sin embargo, toma actitudes semejantes a las que son propias del adulto religioso. Se podría decir que, aunque el niño no está en condiciones de ser religioso, sí hay en él una disposición para la religiosidad. En el fondo, lo que está en juego es el concepto mismo de religiosidad. Mientras que unos consideran como tal las primeras conductas religiosas, para otros no se dan las condiciones necesarias hasta que existe una actitud mínimamente conscien- te, no sólo imitativa. En cualquier caso, la etapa de 0 a 2 años, aunque en ella no se dan ni siquiera los primeros signos de religiosidad, es crucial para la futura religiosi- dad del niño, porque se urden las estructuras básicas de su personalidad: II. Psico-pedagogía religiosa
  • 5. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 29 • Hay un rápido desarrollo en su coordinación motora, lo que le permite pasar de respuestas simplemente reflejas a conductas intencionales cada vez más complejas. • Su inteligencia, que se encuentra en el periodo denominado por Piaget ‘sensomotriz’, articu- la la comprensión de los elementos básicos de la realidad. El paso de respuestas reflejas a otras en las que existe una incipiente intencionalidad permite descubrir un progresivo avance en su comprensión de la realidad, en la que ya diferencia entre él y lo otro, entre él y el mun- do. Éste es un ajuste práctico de la inteligencia previo a la aparición de la capacidad simbóli- ca que dará paso a la etapa posterior. Para Piaget es una etapa fundamentalmente egocéntrica, en la que el niño es el centro, y todo avance en su comprensión de la realidad está en función de la distinción y consistencia del mundo como algo distinto, con existencia autónoma y ma- nipulable. • Esta comprensión de lo otro como una realidad distinta lleva a que en torno a los nueve me- ses se establezca una relación de apego con su cuidador principal, que ya es concebido como alguien distinto, y que será la base de toda relación afectiva futura con los demás y lugar de aprendizaje de su propia autoestima. Así, la creación del vínculo está en el fundamento de toda relación afectiva con uno mismo, con los otros y, en consecuencia, con Dios. II. B. 2.- De 2 a 6 años II.B.2.a. Referencias generales La adquisición del lenguaje marca la frontera con la etapa anterior. Su utiliza- ción supone que el niño es capaz de representarse la realidad por medio de con- ceptos y símbolos, lo que le da una capacidad intelectual que supera la etapa sensomotriz. Esta etapa de la inteligencia (‘preoperacional’ según Piaget), se ca- racteriza por su egocentrismo, si bien más moderado que en la etapa anterior. El niño hace las primeras tentativas desorganizadas de adentrarse en el mundo de los símbolos proyectando sobre la realidad objetiva sus propios sentimientos y deseos. En esta etapa se comprende la realidad desde una visión animista: los se- res inanimados de la creación son realidades con vida propia y con intenciones benéficas o maléficas respecto a él mismo; y artificialista: todo funciona mecáni- camente como un gran juguete o escenario que alguien hace funcionar. Pero no sólo es un momento de cambio en el desarrollo de la inteligencia, sino también de su personalidad. Si en la etapa anterior el cuidador jugaba un papel fundamental, primordialmente en la relación afectiva, en ésta se amplía el círculo de sus relaciones. Otras figuras (padre, hermanos, familia cercana...) irán en- trando en sus relaciones y modelarán la afectividad del niño. Cuando en el clima afectivo en el que el niño vive las relaciones son sanas y gratificantes, cuando los adultos transmiten actitudes de felicidad ante el mundo que les rodea, viven y son capaces de facilitar una capacidad de sorpresa y admiración, fomentan y se alegran de la capacidad creativa del niño..., a éste le resultará más fácil el desa- rrollo de estas cualidades. Por el contrario, en un clima hostil, en el que los adul- tos transmiten sentimientos negativos, reprimen toda investigación, búsqueda o asombro, le será mucho más difícil conseguir un desarrollo armónico equilibrado. Es, también, la etapa en la que el psicoanálisis sitúa la adquisición de algunos aspectos personales importantes para el futuro desarrollo. El proceso de socializa- ción supone la progresiva introyección de las normas sociales y morales, y, con ello, el nacimiento de la culpabilidad. Es el momento en el que los sentimientos ambivalentes hacia los padres desencadenan el complejo de Edipo y su progresi- va resolución. II. Psico-pedagogía religiosa
  • 6. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 30 II.B.2.b. La religiosidad En cuanto a la religiosidad, en esta etapa aparecen las primeras conductas religiosas (besar una imagen, repetir alguna oración sencilla, etc.), que progresivamente irán desarrollándose y haciéndose más maduras. Se puede señalar al menos dos mo- mentos o sub-etapas: • De los 2 a los 3’5 años aproximadamente. Aparecen referencias a algunos signos y símbo- los religiosos (en la tradición cristiana: la cruz, las imágenes de Jesús o la Virgen...), así co- mo las primeras conductas religiosas: algunas oraciones sencillas aprendidas de memoria, signarse, etc. En la aparición de estas conductas juega un papel importante la imitación de los adultos con los que el niño convive, sus actitudes y la educación religiosa que éstos le apor- tan. En esta imitación existe gran influencia afectiva, puesto que se imita a los que se quiere. Algunos autores ven en estas primeras conductas el nacimiento de la religiosidad infantil, pe- ro parece más correcta la postura de los que afirman que, al faltar las condiciones necesarias para suscitarla (capacidad de adquirir un concepto mínimamente claro sobre Dios y por lo tanto de establecer con Él alguna relación personal), no existe propiamente tal, sino única- mente conductas religiosas recibidas de los adultos y de la autoridad que éstos aportan, lo que les hace tener un carácter marcadamente imitativo, verbalístico y ritualista. En estas edades los principales centros de interés son los padres; el niño tiene poca conciencia de Dios y de la oración. • Entre los 3’5 y los 6 años. En esta segunda sub-etapa se articula la primera noción de Dios, que el niño concibe en términos familiares: como un anciano, un padre o un niño dotado de poderes mágicos. Conceptualmente, Dios tiene tres connotaciones vitales: Dios es Todopode- roso, Dios es Bueno, Dios es Padre. En esta etapa se dan, por tanto, de forma incipiente los primeros signos de la futura religiosidad. La oración es considerada como la demanda de al- guna intervención mágica. ♦ Aunque antes de los dos años y medio el niño ya asocia el nombre de Jesús a las cruces y reconoce su presencia o ausencia en su casa o en la de otros, no siem- pre distingue la persona de Jesús de la cruz o de otros objetos con los que le identifica. Sólo a partir de los dos años y medio comienza una diferenciación progresiva de Jesús como una persona determinada, lo que es favorecido por tres elementos: el uso de su nombre referido a representaciones distintas, la de- signación de lugares propios donde él vive (la iglesia) y la referencia a actividades que realiza o a sentimientos que experimenta. Entre los 3 y los 4’5 años el niño llega generalmente a admitir dos cosas referentes a Jesús o Dios-Padre (las dos personas se confunden): vive en el cielo con los santos y con los muertos y de allí desciende para realizar actividades específicas, como hacer el bien o estar presen- te en casa o en la iglesia. Después de los 4’5 años esta representación espacio- temporal de lo divino se conceptualiza más y más. El niño, que aún se mueve en- tre las etapas preoperacional y la lógica concreta, se representa generalmente a Dios con rasgos humanos: como el Niño Jesús, un anciano, un rico, un su- perhombre, un rey, etc..., que desarrolla su vida y su actividad como cualquier otro adulto. ♦ Pero, además de esta concepción antropomórfica de Dios, el niño, en el final de la etapa, en torno a los 5 años, comienza un periodo, que se prolongará hasta los 11 años, en el que articula por primera vez el concepto de Dios. En este periodo comienza a desarrollar los primeros conceptos diferenciados sobre Dios como autor de la Creación (concepto que alcanza aún de forma confusa, pues es relativamente frecuente que se represente a Dios como el sol, la luna, etc., no II. Psico-pedagogía religiosa
  • 7. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 31 porque reconozca a Dios en sus obras, sino porque lo identifica con ellas). Esta primera cosmovisión religiosa no sólo se genera por medio de las actitudes reli- giosas que los adultos tienen y el niño observa, sino, también, por la preocupa- ción de aquellos de abrir al niño a la dimensión trascendente. Aunque faltan es- tudios sobre el tema, la experiencia parece demostrar que aquellos niños que han recibido en la infancia una iniciación a la apertura del Misterio y a la oración, se encuentran más capacitados para desarrollar esta actitud que aquellos que, aun- que han vivido entre adultos que la poseían, no se habían preocupado de abrir a ella a sus hijos por falta de tiempo o por respeto a su libertad (dejemos que, cuando sea mayor, decida él). ♦ En la segunda parte de esta etapa se da el paso de las conductas imitativas a la articulación del sentimiento religioso aún incipiente. Para ello juega un papel importante, no sólo el desarrollo intelectual y la capacidad de la articulación de un concepto de Dios, sino también y principalmente las figuras paternas, tanto la relación con la madre y la estructuración del lazo afectivo con ella, como la figura paterna, la seguridad que aporta su presencia, la introyección de las normas bá- sicas que le transmite, y, finalmente, la pérdida de la omnipotencia que represen- taba en las edades anteriores. ♦ El niño entre los 3 y 4 años proyecta sobre sus padres la idea de omnipoten- cia, que le aporta un sentimiento de seguridad, pero que a su vez le dificulta la articulación de la idea de Dios como alguien diferente a los adultos que conoce. Jesús y Dios son concebidos como hombres poderosos, pero no más que otro adulto. Incluso, en algunos niños a los que se ha presentado insistentemente a Dios, puede aparecer un cierto rechazo, puesto que poderoso sólo es su papá. Será en torno a los 5 años cuando algunos hechos concretos, como descubrir que su padre no está en dos sitios al mismo tiempo, no lo sabe todo, etc., le hagan descubrir las limitaciones de sus padres. Es el principio de la pérdida de su omnipotencia y del comienzo de la toma de conciencia de la diversidad radical de Dios respecto a los padres, primero de la madre y posteriormente del padre. Este proceso de pérdida de la omnipotencia paterna, unido a su crecimiento inte- lectual, le permite un cambio fundamental en la concepción de Dios y la adquisi- ción de sus atributos. Es la primera crisis del niño, o la edad del cambio (6-7 años). A partir de ahora, los niños aún afirmarán que los padres saben y pueden mucho, aunque la madre es siempre mucho menos importante que el padre, pe- ro en ningún caso ya que lo puedan o lo sepan todo. Esta crisis no desemboca ni necesaria ni exclusivamente en la afirmación de Dios ni en la articulación de una relación personal con Él, sino que en ella juegan un papel importante los agentes socializadores (el ambiente familiar y las influencias de la educación). ♦ El niño entre los 3 y 6 años se encuentra en la etapa preoperacional, en la que vive su relación con la realidad desde su concepción animista. Dios, el mundo y sus relaciones mutuas se expresan por medio de un lenguaje de fábula. En es- tas edades concibe y experimenta a Dios de forma semejante a los personajes de un cuento de hadas. Tiene un cierto temor reverencial. Se deleita con los relatos de la Historia Sagrada, sobre todo en lo que puedan tener de milagrosos y fan- tásticos, aunque hay muchos contenidos que no entiende claramente y que adapta a su concepción de Dios. II. Psico-pedagogía religiosa
  • 8. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 32 ♦ Entre las conductas religiosas de esta edad destaca la oración. En un primer momento, el niño posee una noción imprecisa y confusa sobre la oración y su función; son fórmulas aprendidas de los adultos y repetidas miméticamente que se comprenden poco y que hacen referencia a Dios y al mundo religioso, teñido todo ello de un halo mágico y fantástico. Pero algunas veces aparece la oración o las conversaciones espontáneas, por ejemplo con imágenes, que nos aportan da- tos muy interesantes sobre la evolución de su religiosidad. ♦ En cuanto a la socialización religiosa, el niño en estas edades se fía de tal manera de los adultos que acepta todo lo que se le enseña sin preguntas ni co- mentarios, pero esta aceptación se encuentra basada en la autoridad de los adul- tos más que en su comprensión, por eso las expresiones espontáneas del niño permiten descubrir que éste traduce las enseñanzas sobre Dios, el cielo, etc., a su concepción particular en términos que le son familiares. II. B. 3.- De 7 a 11 años II.B.3.a. Referencias generales La incorporación a la escuela y sus tareas y el cambio de comprensión de la realidad, más objetiva y operativa, marcan el final de la etapa anterior para dar paso a ésta, que terminará con la llegada de la pubertad. La escuela amplía su horizonte de relaciones. Por una parte, los adultos con los que se relaciona ya no son únicamente los miembros de la familia con su amor incondicional, sino que aparecen otros adultos en su vida que le aportan nuevos datos sobre el mundo que le rodea y le exigen desarrollar un trabajo. Esta etapa, en lo que al desarrollo de la inteligencia se refiere, es denominada por Piaget de las ‘operaciones concretas’. La percepción que tiene el niño acerca del mundo circundante adquiere lentamente estabilidad y coherencia. El niño por primera vez comienza a parecer racional y adaptado a las situaciones. Razo- na y transforma la realidad aumentando en objetividad, si bien opera y razona a partir de los objetos concretos que manipula y de lo que de ellos le resulta más significativo, para, poco a poco, articular su comprensión del volumen, la perma- nencia de la materia, la causalidad... y, finalmente, articular una serie de estructu- ras cognoscitivas, conceptos más universales a partir de su capacidad de agrupar individualidades con características semejantes. Su inteligencia vive en está etapa una transformación importante que le permite comprender más objetivamente la realidad, mientras que sus pulsiones internas aparecen mucho más serenas que en la etapa anterior, hasta el punto de que es denominada por el psicoanálisis freudiano como etapa de latencia. El niño, si se encuentra bien adaptado familiarmente, vive momentos de tranquilidad per- sonal que le permiten abrirse sin miedo a nuevas relaciones interpersonales y le motivan en su deseo de conocer e investigar. Es el tiempo de la productividad. Por otro lado, la escuela le sitúa entre iguales con los que tiene que relacionarse. El juego, las reglas sociales, la competencia por el triunfo y la atención de los adultos, los compañeros de juegos, la amistad, la pandilla que comienza a articularse, etc., van a moldear su personalidad y su capacidad de socialización de una forma nueva. II. Psico-pedagogía religiosa
  • 9. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 33 II.B.3.b. Religiosidad ♦ Entre los 7 y los 10 años, el desarrollo de la inteligencia y la información recibida en la escuela y la catequesis hacen que el niño pueda ampliar sus conocimientos religiosos y articularlos formando un todo coherente, pero esta articulación es personal, porque, si bien los niños hacen algunas preguntas sobre Dios, en gene- ral intentan resolver ellos mismos sus dudas. Y lo hacen mediante la asimilación de datos externos y la acomodación de éstos a los propios esquemas mentales. ♦ Los niños de 7-11 años se encuentran situados en los estadios 1-2 del esquema indicado más arriba (página 28). • En el primer estadio se concibe a Dios como todopoderoso, interviniendo directamente en el mundo y en el destino de los individuos. Se le concede un poder absoluto: puede pro- teger o destruir, enviar algo beneficioso o perjudicial, distribuye la salud o la enfermedad. A menudo, se supone que Dios hizo todas las cosas, incluso las montañas o los grandes edificios, y causa todos los acontecimientos. Además de este artificialismo, los niños en este estadio muestran a menudo una representación antropomórfica de Dios. La voluntad de Dios debe cumplirse siempre; si no, rompe la relación, y Dios castiga a los desobe- dientes. Por otro lado, las oportunidades del individuo de influir en Dios son mínimas. • En el estadio 2 se evidencia una transformación estructural en un cambio dramático con respecto a la concepción de la relación entre el individuo y Dios. Este estadio puede en- tenderse mejor con el refrán latino do ut des. En este estadio, el individuo está convenci- do de que la voluntad y el humor de Dios pueden ser influenciados por las oraciones, por las obras buenas y por la adhesión a las normas y costumbres religiosas. Si uno se pre- ocupa de Dios y pasa las pruebas que le envía, Él actuará como un padre, amando o mi- mando, y el individuo será feliz, estará sano y tendrá éxito. Pero, ¿qué pasará si la buena conducta no es premiada (o viceversa), si la persona justa sufre mientras Dios no mueve un dedo y guarda silencio? A la larga, estas experiencias no son compatibles con la orien- tación del estadio 2, pero eso ya forma parte de la duda... ♦ Si nos detenemos sobre la concepción que los niños tienen de Dios a estas eda- des nos encontramos con que el niño intenta representarse a Dios y lo hace an- tropomórficamente. Pero, consciente de la insuficiencia de esta concepción, in- tenta trascenderlo, y para ello introduce elementos simbólicos: Dios tiene una barba tan larga que no tiene igual, está sentado sobre un trono rodeado de ánge- les, flota sobre las nubes del cielo, etc. Estos elementos simbólicos se multiplican muy rápidamente entre los 8 y los 11 años, con un avance más claro en las ni- ñas. El universo participa también de una visión artificialista y es dividido en dos niveles: arriba (el cielo, morada de Dios) y abajo (la tierra, en la que vivimos los hombres). En la superación de la concepción antropomórfica de Dios y artificia- lista del universo influyen, además de los esquemas mentales propios, la asimila- ción de los datos externos aportados por la educación. ♦ Además, los niños avanzan en la comprensión de los atributos de Dios. Esta comprensión se consigue en un proceso lento y gradual. El orden en que se inte- gran es: primero la omnisciencia (6-7 años), posteriormente la omnipotencia (7-8 años), luego la omnipresencia (10-11 años). Más que omnipresencia podría de- signarse como omnivisión (Dios está en el cielo y desde allí lo ve todo, pero no está en todas partes). A los 10-11 años la omnipotencia y la omnisciencia están asimiladas. ♦ En nuestra cultura y en estas edades, las representaciones de Jesús (vida pública, muerte) son más numerosas que las representaciones de Dios; es una etapa en la II. Psico-pedagogía religiosa
  • 10. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 34 que crece el cristocentrismo. Por su parte, Dios es el creador, que rige los fe- nómenos naturales, que se preocupa de la alimentación y del vestido...; es el creador del mundo, el que lo conserva, el providente. A los 9-10 años, los niños generalmente aceptan sin crítica el punto de vista bíblico de que Dios creó el mundo. También, en muchos casos, se identifica a Dios con el juez y el garante del orden moral. ♦ Se denomina a esta etapa (7-11 años) como atributiva: en ella el niño tiende a construirse un concepto de Dios a partir de los atributos recibidos en la catequesis y en la escuela. Estos atributos son: objetivos (grandeza, omnisciencia, omnipre- sencia, espiritualidad...), subjetivos (bondad, justicia) y afectivos (fuerza, belleza). Los últimos, los afectivos, son los principales agentes de articulación y unificación del nuevo concepto de Dios. Dicho de otra forma: será la relación afectiva la que permita articular el concepto de Dios. El aspecto emocional del desarrollo religio- so tiene una importancia igual al cognitivo y que ambos aspectos deben estudiar- se juntamente. ♦ En lo que se refiere a la experiencia religiosa de los niños, los datos de los dis- tintos estudios señalan su existencia, pero parece que no es tan espontánea en estas edades como cabría esperarse. Los niños hablan fácilmente de Dios si los adultos introducen el tema religioso, pero tienen una cierta dificultad para hablar espontáneamente de Él. Por otra parte, un ambiente negativo –en el que se habla de Dios como causante del mal– y el silencio sobre Dios retrasan el en- cuentro del niño con Dios; pero un ambiente religioso de indiferencia, que lleva a crear una idea vaga de Dios sin implicaciones en la vida, es más difícil de superar incluso que el ambiente negativo. ♦ En cuanto a la relación entre la articulación afectiva de la imagen de Dios y las figuras de los adultos, principalmente de los padres, en los niños entre 6 y 11 años de uno y otro sexo la imagen de Dios se asemeja más a la imagen del padre que a la de la madre, semejanza que se hace estadísticamente más significativa en los niños de 9-10 años, si bien la semejanza Madre-Dios es mayor para las ni- ñas que para los niños. Las correlaciones son bajas si se pone en relación Dios con el amigo. La mayoría de los sujetos tienen una imagen sustancialmente posi- tiva de Dios que puede deberse a una asimilación nocionística o a la proyección de la imagen latente del padre. Esta imagen positiva de Dios se debe más a la atribución de la función protectora. En los casos de carencias afectivas importan- tes, los niños tienen una imagen de Dios menos positiva (menos activo y podero- so) que otros niños más normalizados afectiva y familiarmente. ♦ A partir de los 6 años el contenido de las oraciones se centra principalmente en la gratificación de sus deseos. Cuando reza es para pedir sus propios intereses; si no los recibe, es que este Dios no sirve. Será posteriormente, y gracias a una educación religiosa adecuada, cuando pasará a una oración de acción de gra- cias. Entre los 7 y los 9 años, la oración expresa una relación y tiene un conteni- do concreto en función de ciertas actividades, generalmente de petición o de ac- ción de gracias. Alrededor de los 9 ó 10 años, y cada vez con más fuerza, la ora- ción se convierte en una especie de conversación privada con Dios, que com- prende ciertos temas de los que no se habla a otras personas, y en las que apare- cen preocupaciones morales. Su contenido tiene elementos más altruistas y II. Psico-pedagogía religiosa
  • 11. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 35 humanitarios, evolucionando así hacia un tipo de oración más personal. Esta evolución de la oración permite descubrir el paso de una relación más neutral afectivamente hablando, unida a determinados tiempos del día o de la semana, a otra con mayor carga de afecto y más espontánea, normalmente más unida a las circunstancias negativas de la vida. ♦ Todas las investigaciones que han estudiado la influencia de los padres en el pro- ceso de socialización religiosa convergen en una sola conclusión: los padres, especialmente las madres, juegan un papel sumamente importante en la religio- sidad de sus hijos, tanto en la infancia como en la adolescencia o en la primera juventud, pero esa influencia a veces puede ser más indirecta que directa, puesto que los padres son en alguna medida quienes controlan otras influencias (la asis- tencia o no a la iglesia, el tipo de colegio al que asisten, etc.). Los estudios han encontrado que la asistencia de los padres a la iglesia es el factor más importante. Pero no se debe perder de vista que la socialización puede tener dos direcciones, y los hijos también pueden afectar las actitudes y la religiosidad de sus padres al plantearse éstos la educación que les van a dar o al participar en escuelas de pa- dres, grupos de catequistas, etc. ♦ En cuanto a la Iglesia, en los primeros años de esta etapa el niño comienza a descubrir la institución religiosa y en su transcurso se adapta progresivamente a la religión institucional y a la enseñanza religiosa recibida. Si sus padres partici- pan en una parroquia, comienza a identificarse con su dinamismo organizativo. ♦ Sobre el papel que juega la enseñanza religiosa escolar, varios estudios seña- lan la influencia de la escuela en la adquisición de los conceptos sobre Dios. Los niños de todas las edades con enseñanza religiosa escolar hacen referencia más frecuente a Dios y han asimilado mejor los conceptos sobre Él que los que care- cen de ella. Los niños mejor escolarizados parecen asimilar mejor las nociones re- ligiosas, pero esta mejor escolarización no les lleva a un encuentro personal. Así, aunque no se puede establecer exactamente que la variable instrucción sea to- talmente responsable de las diferencias, sí se puede afirmar con toda seguridad que es corresponsable. La hipótesis de que la instrucción religiosa sistemática en la escuela influye sobre el aspecto cognitivo de la imagen de Dios es acertada, pero no se encuentra que exista influencia sobre su aspecto afectivo. II. B. 4.- La adolescencia II.B.4.a. Referencias generales Normalmente, en Psicología, se entiende por ‘adolescencia’ la etapa que abarca des- de el final de la infancia hasta el principio de la etapa adulta, pero esta definición resulta en la práctica muy imprecisa: ¿dónde termina la niñez y dónde comienza la edad adulta? ¿Existe realmente esta etapa de la adolescencia? A principios del siglo XX se hablaba de una etapa tormentosa de transición. Freud describe la adolescencia como la etapa del despertar de la genitalidad tras el periodo de latencia. Su hija, Ana Freud, sacará las consecuencias que este despertar de la genitalidad genera: la carga de angustia que supone el empuje de la sexualidad influye poderosamente en la estructuración del carácter; en esta es- tructuración juegan un papel fundamental algunos mecanismos de defensa como son la represión, la sublimación, etc. II. Psico-pedagogía religiosa
  • 12. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 36 Frente a estos autores, que conciben la adolescencia en relación con el desarrollo biológico, y, por lo tanto, como una etapa presente en todas las culturas, los es- tudios de antropología comparada señalan la influencia social y cultural no sólo en las características de la etapa, sino en su duración e incluso en su misma exis- tencia. ¿No será esta etapa el producto de una sociedad que alarga en demasía el tiempo de formación de sus miembros, generando en ellos una serie de contra- dicciones que en otras culturas no existen en absoluto? Probablemente debamos inclinarnos por una postura de síntesis en la que ten- gamos en cuenta ambos elementos, para lo cual resulta útil el siguiente concepto: el logro de identidad. Éste será el eje desde el que articularemos la descripción de la evolución religiosa del adolescente. La identidad es, fundamentalmente, una percepción interna de la propia reali- dad, en la que el sujeto se vivencia como un yo integrado y pacificado o como un yo confuso o incoherente, pero en todo caso –a no ser que exista una patología pro- funda– como un yo en continuidad consigo mismo. El adolescente puede percibir cambios bruscos en su cuerpo y en su personalidad, pero siente que es la misma persona de ayer, aunque lo sea de forma muy distinta. Gracias a este auto-concepto, la persona se percibe a sí misma como un yo distinto a los otros y en diálogo con ellos. La identidad tiene un carácter relacional: supone un reconocimiento mutuo en- tre el sujeto y la sociedad; ésta invita al sujeto a ser, y a ser de una determinada for- ma, y él se percibe respondiendo a esas expectativas. Es más: el grupo social tiene también su propia identidad, que se proyecta sobre el individuo moldeándolo, transmitiéndole las actitudes y los valores del grupo (pandillas, por ejemplo). Para llegar al logro de la identidad hay elementos que configuran la persona- lidad del adolescente y que le han sido dados o ha adquirido a lo largo de su infan- cia, elementos que ahora ha de asumir personal y críticamente: la misma existencia, la corporalidad, el sexo, la raza, la afectividad, la familia, la educación, la clase so- cial, etc. Otros, por el contrario, es ahora el momento de elegirlos: la profesión, el estado de vida, el credo, los ideales, la escala de valores, etc... La integración y la articulación de todos ellos formando un todo coherente y equilibrado supondrán el logro de identidad, que no se alcanza fácilmente: en su consecución se dan muchas veces posturas y actitudes de evitación. Los principales factores que influyen en el cambio de la personalidad del adoles- cente pueden ser enumerados como sigue: • Cambios fisiológicos desencadenados con la llegada de la pubertad, con las implica- ciones psicológicas que conllevan. • Adquisición de la lógica formal, que se alcanza entre los 11-15 años y que supone una organización nueva y definitiva de la comprensión de la realidad. El adolescente pue- de enfrentarse no sólo a la realidad que se presenta ante él, sino a enunciados abstrac- tos, proposiciones, etc. • Maduración personal, que en esta etapa del desarrollo tiene que ver con el logro de identidad personal y de auto-concepto. • El proceso de socialización, que se concreta en la afiliación y la conciencia de perte- nencia grupal (pandilla) y la apertura al otro sexo. II. Psico-pedagogía religiosa
  • 13. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 37 ¿Qué edades abarca, por tanto, la adolescencia? Como inicio, podemos señalar la llegada de la pubertad, con la que biológicamente termina la infancia (en torno a los 12 años) y comienza la adolescencia. El final estaría marcado por la entrada en la edad adulta, que se caracteriza por el logro de autonomía respecto a los adultos de los que se dependía anteriormente. En los jóvenes, esta autonomía se concreta en el logro de independencia económica, la capacidad de tomar decisiones estables y la constitución de un hogar propio. Con todo, el final cronológico de la adolescen- cia no supone necesariamente el logro de identidad personal. Podemos señalar cua- tro situaciones al respecto: • Logro de identidad: tras una crisis, ahora manifiesta decisión y sentido. • Hipoteca: la persona ha tomado decisiones, pero, en lugar de soportar una crisis de identidad, ha aceptado planes de otras personas. • Confusión de identidad: Rechazo sistemático de la toma de cualquier compromiso. • Moratoria: todavía en crisis, espera a mañana para la toma de decisiones. Una mirada a nuestro entorno social nos permite caer en la cuenta de que no sólo no está muchas veces en manos propias el logro total de independencia (dificul- tades laborales, carestía de la vivienda...), sino que las diferencias de expectativas en los distintos estratos sociales hace que la adolescencia no tenga la misma duración en ellas. Mientras que en determinados ámbitos sociales podemos encontrar jóvenes ya emancipados de sus mayores a los 18-20 años, en otros la etapa se prolonga has- ta los 25 y más. No debemos, con todo, responsabilizar de la prolongación de esta etapa únicamente a los aspectos sociales, sino que debemos tener también en cuen- ta las diferencias individuales (rasgos de personalidad, historia personal concreta, influencias familiares, etc.). Todos estos factores son la base personal sobre la que el adolescente va a articu- lar su religiosidad, primero juvenil y posteriormente adulta, y que van a influir nota- blemente en ella. II.B.4.b. Religiosidad ♦ Para Piaget, a partir de la preadolescencia comienza un cambio cualitativo en la inteligencia (operaciones formales: 11-13 años), lo cual permite al adolescente ar- ticular su comprensión de la realidad de una forma nueva. A partir de esta edad va a ser capaz de abstraer conceptos y operar con ellos. Esta capacidad supo- ne un giro copernicano en su comprensión de lo religioso. El adolescente alcanza el desarrollo intelectual suficiente para asimilar las nociones religiosas y purificar- las de los restos infantiles de etapas anteriores. Puede acercarse a la comprensión del misterio último de su existencia, del cosmos, del mal... de una forma nueva. El gran misterio de Dios (su existencia, su ser mismo) puede ser abordado perso- nalmente gracias a esta nueva capacidad. El cambio encuentra una diferencia clara significativa entre los estudiantes de enseñanza secundaria y los de profe- sional a favor de los primeros, debido probablemente al hecho de que éstos tie- nen una capacidad de abstracción mayor que los de enseñanza profesional. Además, las muchachas muestran mayor desarrollo mental que ellos. ♦ La presentación de la descripción del concepto de Dios, de su articulación y su contenido, se puede considerar como paradigma del resto de los conceptos reli- giosos (como cielo, eternidad, iglesia, etc.) y modelo de la estructuración de la re- ligiosidad. Dios ya no tiene por qué ser el personaje bondadoso o terrible repre- II. Psico-pedagogía religiosa
  • 14. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 38 sentado durante la niñez con caracteres infantiles y mágicos. Ahora su dimensión espiritual adquiere progresivamente toda su trascendencia, sin abandonar su cer- canía ni su relación interpersonal. La mayoría de los preadolescentes son capaces de representar a Dios por medio de símbolos recibidos de la cultura ambiente o elaborados personalmente: Dios está en todas partes, está en nuestro corazón, es invisible... ♦ Respecto a los estados de juicio religioso presentados más arriba (pagina 28), el estadio segundo aún es mayoritario en los adolescentes de 14-15 años, mien- tras que el estadio tercero sólo lo es a partir de los 17 años. Este estadio tercero se caracteriza porque, en él, el razonamiento puede determinarse como deísta: se concibe a Dios como un ser aparte y fuera del mundo; se abandona la idea de un Dios encargado de todos los detalles de la existencia humana y de la naturale- za; más bien se supone que Dios tiene un reino particular de acción distinto de las acciones del individuo y de la sociedad. ♦ Paralelamente a la evolución de la capacidad intelectual de abstracción, que permite una concepción menos antropomórfica y más espiritualizada de Dios, existe en los 11-14 años un proceso de maduración personal y de relaciones in- tersubjetivas que les permite concebir a Dios cada vez más como una persona, como alguien, si bien como un alguien distinto. Pero esto basta para que exista una relación intersubjetiva madura con Dios: cabe señalar, además, la im- portancia del papel que juega la familia y probablemente el ambiente. Es más frecuente la presencia de una concepción infantil de Dios entre aquellos que per- tenecen a familias más religiosas que entre la población general. Una posible ex- plicación de este hecho es que, al existir menos posibilidad de confrontación, el proceso de articulación personal es más lento. Otra, que, al haber recibido una educación religiosa con elementos mágicos y pueriles y con contenidos no razo- nados sino memorizados, el proceso de maduración se retrase perviviendo du- rante más tiempo restos de concepciones infantiles sobre Dios. Esta segunda cau- sa, que sin duda se da en algunos casos, explica fenómenos de reacción y recha- zo posteriores frecuentes en algunos ateísmos y agnosticismos propios de muchos de los educados en colegios religiosos, familias cristianas, etc. ♦ En cuanto al contenido mismo del concepto de Dios, aparecen tres grandes con- cepciones claramente diferenciadas sobre Dios: • El Dios de la creación: Dios es concebido como el creador del mundo, la causa primera, el que cuida de mantener el orden cósmico... Generalmente aparece como un ser lejano con el que se tiene poca o ninguna relación personal o, a lo más, en los casos de peligro o dificultad. Esta concepción de Dios suele tener muy poca o ninguna implicación ética en la vida del sujeto. Todo lo más, es el origen y garante de un orden moral reflejado en su presentación como juez. • El Dios del hombre: se trata de Alguien con el que el adolescente se relaciona personal- mente, que participa de sus experiencias y da sentido a su vida. Dado que la adolescencia muchas veces es vivida como un tiempo de incomprensión por parte de los adultos y de los mismos compañeros, en los adolescentes aparece una tendencia a sublimar en esta concepción de Dios sus propias necesidades afectivas. A diferencia de la categoría ante- rior, los que participan de esta concepción suelen tener una relación personal, aunque ésta no siempre supone una exigencia ética, puesto que en algunos casos es una relación más de búsqueda de refugio y comprensión que de exigencia y crecimiento personal. II. Psico-pedagogía religiosa
  • 15. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 39 • El Dios de la revelación de Jesucristo: aparecen explícitamente formulados los rasgos específicos del Dios cristiano. Un análisis más detallado de esta categoría permite descu- brir en sus respuestas concepciones y actitudes muy diferentes más allá de las palabras utilizadas. Mientras en unos casos aparecen nada más que formulaciones superficiales aprendidas en la enseñanza religiosa, en otros se manifiesta una auténtica experiencia personal del Dios revelado en Jesucristo. • Es posible hablar de otras dos concepciones minoritarias: el antropomorfismo (Dios con figura humana, con características muy infantiles, únicamente descriptivas y con niveles de simbolización muy pobre y convencional) y el ateísmo. ♦ Las nuevas capacidades intelectuales de las que goza el adolescente no sólo le permiten una evolución en su comprensión de Dios y en la pluralidad de formas de articular el concepto que de él tiene, sino que le abocan a una toma de pos- tura ante la afirmación o no de su existencia. Y lo que ocurre referido a Dios ocurre de igual forma en el resto de los conceptos religiosos: la pervivencia más allá de la muerte, el papel de la Iglesia... ¿Cuál es el proceso que se da hasta que el adolescente se identifica y confiesa o no como creyente, o hasta que se sitúa en actitudes de indiferencia o agnosticismo? En la infancia éstas eran cuestiones superfluas. El niño participaba de las convic- ciones de sus mayores y de su entorno, de la familia y de la educación recibida. Con la llegada de la adolescencia, provisto de un mayor desarrollo intelectual e influido por la toma de conciencia de la existencia de opciones y posturas distin- tas y muchas veces contrapuestas en el mundo que le rodea (el grupo de amigos y el ambiente social), se ve forzado a tomar postura ante cuestiones para las que muchas veces su capacidad intelectual o su educación no le han preparado sufi- cientemente. Es el tiempo del nacimiento de la duda y en algunos casos de su re- solución. En nuestro entorno cultural, ya en torno a los 11 años aparecen signos de crítica y de ruptura de las creencias, aunque la mayoría de las veces sea de forma vela- da o inconsciente, y pueden impedir o dificultar la articulación de un concepto adulto de Dios. El hecho es que las preguntas y dudas sobre temas religiosos son comunes en la adolescencia. Estas dudas presentan una doble tipología: • La integración del pensamiento religioso y el científico. En su mayoría, los adolescentes no tienen una idea precisa ni personalizada sobre Dios, sino que lo describen en términos aprendidos. Además, esta concepción recibida se encuentra muchas veces en contradic- ción o al margen de otros saberes con los que no ha dialogado suficientemente en su edu- cación. A los 12-13 años, con el desarrollo del pensamiento abstracto, hay un peligro de que los pensamientos teológico y científico se separen entre sí. Muchos jóvenes perma- necen en un nivel muy infantil en el pensamiento religioso, que contradice el punto de vista científico. Para superar esta situación, algunos adolescentes evitan la contradicción separando los mundos religioso y científico, mientras que otros tachan a la religión de in- genua y acientífica. Estas dificultades aparecerán antes cuanto mayor es su capacidad in- telectual y cuanto más plural y más interesante es el ambiente en el que desarrolla su edu- cación. Un ambiente con mentalidad más restringida y conservadora hará que la duda tenga una menor incidencia. • La integración de las vivencias religiosas en el conjunto de la personalidad. Íntimamente relacionadas con la anterior, estas dudas son debidas a aspectos más afectivos y persona- les. Entre ellos destaca la vivencia de la lejanía o la ausencia de Dios: ¿por qué estás tan le- jos? ¿Por qué te llamo y no respondes? ¿Para qué llamarle si nunca he sentido su presencia? II. Psico-pedagogía religiosa
  • 16. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 40 El adolescente se ve abocado a dar una determinada orientación a su vida y tie- ne, también, necesidad de tomar postura, no sólo teórica sino existencial, ante lo religioso. Es su primera –y probablemente definitiva– articulación de fe, hecha a par- tir de lo recibido y de lo experimentado en la infancia. Este proceso de articulación y de toma de postura personal se encuadra en un contexto más amplio: el proceso de crisis y cambio personal, la maduración general de la personalidad de la adolescen- cia o búsqueda de identidad. En este proceso existen algunas características comunes: la toma de conciencia de la disfuncionalidad de la religiosidad infantil, que no responde a la nueva situa- ción; el contraste con el pluralismo cultural, que hace que se ponga en crítica lo aprendido y aparezca la duda; el ritualismo infantil, que pasará por la crítica de si es expresión de unas vivencias o únicamente ritualismo. En algunos casos aparece un idealismo utópico en el que los chicos sienten la llamada a un exclusivismo religioso y a una coherencia radical a partir de la cual ponen en crítica al resto de los creyen- tes, a los que se tacha de rutinarios e incoherentes, pero este radicalismo choca a su vez con sus incoherencias morales, lo que les crea no pocas dificultades. II. B. 5.- Conclusiones A la hora de justificar la evolución y los cambios progresivos en la comprensión de la experiencia religiosa de una persona, no es posible hablar unilateralmente: Las teorías endogénicas hablan de fases de maduración constitutivamente programa- das, prácticamente matemáticas, que discurrirían del mismo modo en todas las cultu- ras, dado que dependen en gran medida de las diversas socializaciones religiosas. Las teorías exogénicas atribuyen todos los cambios a las influencias del entorno so- cial, prestando poca atención al hecho de que las modificaciones religiosas aparecen siempre vinculadas a la disposición y la iniciativa personales. Puesto que el desarrollo religioso está condicionado, a la vez, por la edad y por la so- cialización (el niño acepta, sin entenderlas, muchas de las cosas que oye y observa; luego va comprendiendo cada vez más, en virtud de sus propios esfuerzos mentales), esta evolución parece responder al paradigma de las teorías constructivistas. Dicho desarrollo es el resultado de un proceso de construcción en virtud del cual el adoles- cente va edificando y corrigiendo activamente, a lo largo de etapas de creciente com- plejidad, los esquemas a través de los cuales interpreta el medio ambiente y actúa so- bre él. Tal vez la explicación más convincente sea la de las teorías interaccionistas, admi- tiendo una doble acción recíproca: por un lado, interactúan mutuamente la persona y el entorno social, de modo que no en todas partes es igual el desarrollo religioso de las personas, sino que depende de las ofertas de solución y de los influjos de cada cul- tura y cada socialización, aunque puede discurrir también por cauces individuales y parcialmente innovadores. Por otro lado, interaccionan también entre sí las emociones y los conocimientos. En definitiva: la religiosidad personalmente vivida y entendida aparecerá siem- pre que se den los necesarios presupuestos cognitivos para llegar a concebir la exis- tencia de algo sobrehumano: 1. La competencia lógica conceptual. La tendencia a concepciones religiosas artificiales, antropomórficas, finalistas y acríticas, retrocede a medida que se avanza en la edad, para- lelamente al desarrollo formal, aunque siga dependiendo también en buena parte de la educación y de la emoción. Ésta es una condición necesaria, pero no suficiente, tanto para II. Psico-pedagogía religiosa
  • 17. - PEDAGOGÍA DE LA RELIGIÓN - 41 el inicio como para la evolución del pensamiento, de las vivencias y del comportamiento re- ligioso. Por mucho que la reflexión filosófica sobre un origen último del hombre y sobre la validez del bien y del deber no dependientes del arbitrio humano pueda satisfacer el afán de saber y configure un motivo cognitivo autónomo, este pensamiento y sus correspondien- tes vivencias y conductas religiosas sólo pueden desplegarse de una manera digna de mención si se cumplen las otras dos condiciones. 2. La segunda condición de la evolución de la religiosidad es la influencia de la cultura y de la socialización religiosa. Sin las ofertas de solución, los símbolos, los estímulos de los ejemplos, las confirmaciones y los reforzamientos del entorno..., el pensamiento conceptual no es capaz de superar el nivel rudimentario, se ignoran muchas posibles soluciones y las vivencias y las conductas religiosas se reducen a una disposición a la reacción que se limita a situaciones concretas y es poco constante. Muchos adultos adquieren en su campo pro- fesional un considerable nivel de pensamiento formal crítico, mientras que a sus concepcio- nes religiosas parece poder aplicárseles esta sospecha: posiblemente en ningún otro cam- po de la personalidad persisten tantos residuos infantiles como en las actitudes religiosas de los adultos. Se puede ser especialista altamente cualificado y analfabeto en religión. 3. La tercera de las condiciones, el enraizamiento del desarrollo religioso en motivos no cog- nitivos, explica que esta evolución registre enormes variaciones no sólo culturales, sino también interindividuales. Estos motivos no cognitivos permiten comprender asimismo por qué la evolución religiosa puede estar vinculada no sólo a una insistencia en el pensamien- to complejo condicionado por las cogniciones, sino también a una disminución (o una re- gresión) del mismo, y por qué puede discurrir tanto bajo la forma de una modificación paula- tina como de un cambio súbito (en el caso, por ejemplo, de las conversiones o de las apos- tasías). Podrían evitarse algunas simplificaciones excesivas no poco frecuentes si, en vez de preguntarse por el desarrollo de la religiosidad, se investigara bajo qué condiciones evo- lucionan los motivos concretos que la determinan. II. Psico-pedagogía religiosa