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IV Trimestre de 2011
                          El evangelio en Gálatas


                       Notas de Elena G. de White


                                Lección 7
                            12 de Noviembre de 2011




                   El camino a la fe
Sábado 5 de noviembre
La ley y el evangelio van de la mano; se complementan el uno al otro.
La ley, sin la fe en el evangelio de Cristo no puede salvar al transgre-
sor. El evangelio, sin la ley, no es eficaz ni poderoso. La ley y el evan-
gelio forman un todo perfecto. El Señor Jesús coloca el fundamento
del edificio con aclamaciones de "Gracia, gracia a ella". El es el autor
y consumador de nuestra fe; alfa y omega; principio y fin; el primero
y el último. Cuando se combinan el evangelio de Cristo con la ley de
Dios, producen el amor y la fe no fingida (Ellen G. White 1888
Materials, p. 783).
La santa ley de Dios es breve y al mismo tiempo abarcante, pues es
fácilmente comprendida y recordada; y sin embargo es una expresión
de la voluntad de Dios. Su extensión se resume en las siguientes pa-
labras: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas... Amarás a tu
prójimo como a ti mismo". "Haz esto y vivirás". "Por tanto, guardar-
éis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre,
vivirá en ellos. Yo Jehová" (Comentario bíblico adventista,
tomo 6, p. 1095).

Domingo 6 de noviembre:
La ley y la promesa
Si el transgresor fuera tratado de acuerdo con la letra de este pacto,
en ese caso no habría esperanza para la raza caída, pues todos han
                          Recursos Escuela Sabática ©
pecado y están destituidos de la gloria de Dios. La raza caída de Adán
no puede contemplar en la letra de este pacto otra cosa sino el minis-
terio de muerte, y la muerte será la retribución de todo el que procu-
re vanamente idear una justicia propia que cumpla las demandas de
la ley. Dios se ha comprometido mediante su Palabra a ejecutar el
castigo de la ley sobre todos los transgresores. Los seres humanos
cometen pecados vez tras vez, y sin embargo no parecen creer que
deben sufrir el castigo por quebrantar la ley. Presentan sus buenas
intenciones delante del Señor y ruegan por su misericordia. Pero la
única esperanza de los hijos e hijas de Adán es aceptar la justicia de
Cristo, dejar de pecar, y abandonar toda esperanza de salvación por
su propia justicia. El Señor no puede salvar a nadie por sus buenas
obras.
En el evangelio de Jesucristo, ese evangelio que los ángeles presen-
taron como "buenas nuevas de gran gozo", se revelan las condiciones
de la salvación. La ley se mantiene con su fuerza y pureza originales;
ni una jota ni un tilde habrían de ser alterados o dejados de lado,
porque la ley es una transcripción del carácter de Dios. Pero el Señor
hizo un pacto de gracia mediante el cual su misericordia alcanza al
ser humano caído, y es tan amplio y poderoso que puede elevar a las
almas arruinadas por el pecado y darles gloria, honra e inmortalidad.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas ten-
ga vida eterna" (S. Juan 3:16). Alrededor del trono de Dios está el ar-
co iris de la promesa, un símbolo del compromiso de Dios de recibir
a cada pecador que abandona la idea de llegar a la vida eterna por
medio de su propia justicia, y acepta al Redentor del mundo y su jus-
ticia; lo acepta como su Salvador personal sabiendo que es capaz de
mantenerlo sin caída. Sin Cristo, no tenemos esperanza de heredar la
vida eterna.
La provisión hecha para la salvación de los seres humanos mediante
la justicia imputada de Cristo no descarta la ley ni sus santos precep-
tos; él vino a exaltar la ley, a engrandecerla y mostrar su carácter in-
mutable. La gloria del evangelio de gracia mediante la justicia impu-
tada de Cristo, no brinda otro camino de salvación que no sea el
cumplimiento de la ley mediante Cristo, el divino sustituto. En la an-
tigua dispensación, los creyentes se salvaban mediante la misma gra-
cia de Cristo; gracia que el evangelio nos presenta como único medio
de salvación para nosotros. Es la misma gracia provista en el pacto
abrahámico (Signs of the Times, 5 de septiembre, 1892).
                         Recursos Escuela Sabática ©
Lunes 7 de noviembre:
"Confinados bajo la ley"
Al transgredir la ley, el ser humano perdió su justicia; pero "de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna"
(Juan 3:16). Mediante la justicia de Cristo, nuestro sustituto y ga-
rantía, se hace aceptable nuestra obediencia a los mandamientos de
Dios. Cristo revisitó su divinidad con humanidad, y como humano
resistió las tentaciones del apetito, la ambición y el amor al mundo.
De esa manera, y mediante su justicia imputada, hace que el ser
humano pueda guardar los mandamientos, llegue a participar de la
naturaleza divina, sea completo en él y camine en la luz.
Pero cuando la luz llega a un alma que ha sido ignorante acerca de las
demandas de la ley y el transgresor rechaza caminar en la luz, enton-
ces es culpable delante de Dios y cae en apostasía. Cuando permite
que el pecado tenga dominio sobre él, también cae sobre él la penali-
dad de la ley. Su corazón carnal lo coloca en enemistad contra Dios y
no se sujeta a su ley. En cambio acepta las insinuaciones del enemi-
go, se coloca del lado del hombre de pecado y exalta a Satanás por
encima de Dios. Al rechazar la luz, se alista en las filas del gran após-
tata y lucha junto a la confederación satánica.
Fue necesario que Cristo tomara nuestra naturaleza para probar que
las declaraciones de Satanás eran falsas. El apóstata declaraba que
era imposible que los seres humanos pudieran guardar los manda-
mientos ordenados en los concilios celestiales. Por lo tanto Cristo vi-
no en forma humana para demostrar a los ángeles, a los mundos no
caídos y a la raza humana, que la humanidad puede ser pura y santa
si depende y coopera con las agencias divinas. Al participar de la na-
turaleza divina puede cumplir con las demandas de la santa ley. Está
escrito que Cristo "puede también salvar perpetuamente a los que
por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.
Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin man-
cha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos"
(Hebreos 7:25, 26) (Signs of the Times, 18 de junio, 1894).
Aceptar la expiación que Cristo ha hecho es el fundamento de la ver-
dadera fe. A los que se arrepienten y confiesan sus pecados, el Espíri-
tu Santo, autor de toda santificación, les dará gracia para hablar pa-
labras tiernas y respetuosas. Los que se miran por largo tiempo en el

                         Recursos Escuela Sabática ©
espejo divino, no solo verán su falta de semejanza con el manso y
humilde Salvador, sino recibirán fortaleza para vencer y para coope-
rar con Cristo en la obra de traer las tendencias heredadas y cultiva-
das hacia el mal, bajo el control de la voluntad divina, a fin de que el
pecado no tenga dominio sobre ellos. Al mirar a Jesús, el autor y
consumador de la fe, serán transformados a su semejanza y crecerán
hasta alcanzar la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo
(Signs of the Times, 2 de octubre, 1901).

Martes 8 de noviembre:
La ley como nuestro "ayo"
Pero aquellos a quienes les habían sido confiados los oráculos de
Dios para que pudieran ser fieles expositores de las Escrituras, re-
chazaron y negaron al Maestro enviado del cielo. Cristo vio que su
espíritu y principios eran totalmente contrarios a las Escrituras. Vio
que la Palabra de Dios había sido mal interpretada y mal aplicada.
Vio cuán difícil sería instruir a la gente para que leyera correctamen-
te las Escrituras, debido a que sus maestros se las leían a la luz de su
juicio pervertido...
El pueblo judío podría haberse arrepentido si así lo hubiera querido,
pero sus integrantes estaban vestidos con la ropa de su justicia pro-
pia. Sostenían ser los descendientes de Abraham y consideraban co-
mo propia toda promesa hecha a Israel. Pero el Israel de Dios está
formado por aquellos que se convierten, no por los que son descen-
dientes de Abraham. "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué
aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, cier-
tamente, que les ha sido confiada la Palabra de Dios" (Romanos 3:1,
2). "Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión
la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo
es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en
la letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios"
(Romanos 2:28, 29) (Alza tus ojos, p. 78).
Dios escogió a Israel para que revelase su carácter a los hombres. De-
seaba que fuesen como manantiales de salvación en el mundo. Se les
encomendaron los oráculos del cielo, la revelación de la voluntad de
Dios. En los primeros días de Israel, las naciones del mundo, por
causa de sus prácticas corruptas, habían perdido el conocimiento de
Dios. Una vez le habían conocido; pero por cuanto "no le glorificaron
como a Dios, ni dieron gracias; antes se desvanecieron en sus discur-
                          Recursos Escuela Sabática ©
sos... el necio corazón de ellos fue entenebrecido" (Romanos 1:21).
Sin embargo, en su misericordia, Dios no las borró de la existencia.
Se proponía darles una oportunidad de volver a conocerle por medio
de su pueblo escogido. Mediante las enseñanzas del servicio de los
sacrificios, Cristo había de ser levantado ante todas las naciones, y
cuantos le miraran vivirían. Cristo era el fundamento de la economía
judía. Todo el sistema de los tipos y símbolos era una profecía com-
pacta del evangelio, una presentación en la cual estaban resumidas
las promesas de la redención (Los hechos de los apóstoles, p.
12).
A la nación judía, el pueblo elegido de Dios, se la rodeó de toda ven-
taja temporal y espiritual. Dios mismo obró por ellos multiplicán-
dolos en Egipto, librándolos de la esclavitud y llevándolos a Canaán,
la tierra prometida. Se le habían confiado los oráculos divinos, los
que además de ser una muralla de protección alrededor de ellos, deb-
ían compartirlos con las demás naciones de la tierra para mostrar
que la ley del reino de Dios es santa, justa y buena. Al obedecerla, es-
tarían bajo el control de su Creador y Redentor, quien los haría un
pueblo puro y sabio, cuyo gozo sería hacer justicia, amar misericor-
dia y caminar humildemente ante su Dios.
Los israelitas nunca debían dejar de lado la instrucción dada a ellos
por Cristo mismo desde la columna de nube. Dios había declarado
que si vivían dentro de los principios puros y generosos de su ley, él
los honraría ante el mundo. "Guarda sus estatutos y sus mandamien-
tos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos
después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu
Dios te da para siempre" (Deuteronomio 4:40).
Las ventajas y privilegios especiales que habían gozado, los hacía más
responsables que cualquier otro pueblo. Al ser leales, piadosos, fieles
en entregar los diezmos y las ofrendas y en ofrecer un servicio consa-
grado, reconocerían la soberanía de Dios y testificarían con palabras
y acciones que los favores concedidos a ellos los hacían mejores indi-
viduos. Serían una luz para las naciones idólatras que los rodeaban,
mostrándoles al verdadero Dios y la gloria de su carácter (The
Youth 's Instructor, 23 de abril, 1903).




                         Recursos Escuela Sabática ©
Miércoles 9 de noviembre:
La ley como nuestra guía
La ley de los Diez Mandamientos no debe ser considerada tanto des-
de el punto de vista de las prohibiciones como desde el punto de vista
de la misericordia. Sus prohibiciones son la garantía segura de la feli-
cidad mediante la obediencia. Cuando se recibe en Cristo logra en
nosotros la pureza de carácter que nos proporcionará gozo a través
de los siglos eternos. Para el obediente es un muro de protección.
Contemplamos en ella la bondad de Dios, quien, al revelar a los hom-
bres los inmutables principios de justicia, trata de escudarlos contra
los males resultantes de la transgresión.
No debemos considerar a Dios como quien está a la espera para cas-
tigar al pecador por su pecado. El pecador se acarrea su propio casti-
go. Sus propios actos ponen en movimiento una serie de circunstan-
cias que producen un resultado ineludible. Cada acto de transgresión
se refleja sobre el pecador, produce en él un cambio de carácter, y
hace más fácil que peque otra vez. Los hombres se separan de Dios al
preferir el pecado, se aíslan del canal de bendiciones, y el resultado
seguro es la ruina y la muerte.
La ley es una expresión del propósito de Dios. Cuando la recibimos
en Cristo, se convierte en nuestro propósito y nos eleva por encima
del poder de los deseos y las tendencias naturales, por encima de las
tentaciones que conducen al pecado (Comentario bíblico adven-
tista, tomo 6, p. 1085).
En la transgresión de la ley, no hay seguridad ni reposo ni justi-
ficación. El hombre no puede esperar permanecer inocente delante
de Dios y en paz con él mediante los méritos de Cristo, mientras con-
tinúe en pecado. Debe cesar de transgredir y llegar a ser leal y fiel.
Cuando el pecador examina el gran espejo moral, ve sus defectos de
carácter. Se ve a sí mismo tal como es, manchado, contaminado y
condenado. Pero sabe que la ley no puede, en ninguna forma, quitar
la culpa ni perdonar al transgresor. Debe ir más allá. La ley no es sino
el ayo para llevarlo a Cristo. Debe contemplar a su Salvador que lleva
los pecados. Y cuando Cristo se le revela en la cruz del Calvario, mu-
riendo bajo el peso de los pecados de todo el mundo, el Espíritu San-
to le muestra la actitud de Dios hacia todos los que se arrepienten de
sus transgresiones. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que
ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se

                         Recursos Escuela Sabática ©
pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16) (Mensajes selectos,
tomo 1, pp. 250, 251).

Jueves 10 de noviembre:
La ley y el creyente (Gálatas 3:25)
Cuando Cristo estuvo en la tierra, en lugar de quitarle fuerza a los
mandamientos o remover una jota o un tilde de la ley, mostró por
precepto y por ejemplo cuán amplios son sus principios; cuánto más
extensos que lo que los escribas y fariseos enseñaban. Cuando Jesús
enseñaba a la gente los principios de la piedad práctica, los escribas y
fariseos pensaban que él rebajaba los principios del Antiguo Testa-
mento. Cristo leyó sus pensamientos como en un libro abierto y re-
probó su justicia propia. Les declaró a sus discípulos: "Porque os di-
go que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fari-
seos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 5:20). "No penséis
que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para
abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que
pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, has-
ta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que que-
brante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los
hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas
cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el
reino de los cielos (Mateo 5:17-19) (Review and Herald, 16 de
noviembre, 1886).
La ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún reme-
dio. Mientras promete vida al que obedece, declara que la muerte es
lo que le toca al transgresor. Solo el evangelio de Cristo puede librar-
le de la condenación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse
ante Dios cuya ley transgredió, y tener fe en Cristo y en su sacrificio
expiatorio. Así obtiene "remisión de los pecados cometidos ante-
riormente", y se hace partícipe de la naturaleza divina. Es un hijo de
Dios, pues ha recibido el espíritu de adopción, por el cual exclama:
"¡Abba, Padre!"
¿Está entonces libre para violar la ley de Dios? El apóstol Pablo dice:
"¿Abrogamos pues la ley por medio de la fe? ¡No por cierto! antes
bien, hacemos estable la ley". "Nosotros que morimos al pecado,
¿cómo podremos vivir ya en él?" Y San Juan dice también: "Este es el
amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamien-
tos no son gravosos" (Romanos 3:31; 6:2; 1 Juan 5:3, V. M.). En el
                          Recursos Escuela Sabática ©
nuevo nacimiento el corazón viene a quedar en armonía con Dios, al
estarlo con su ley. Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pe-
cador, entonces ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la san-
tidad, de la transgresión y rebelión a la obediencia y a la lealtad.
Terminó su antigua vida de separación con Dios; y comenzó la nueva
vida de reconciliación, fe y amor. Entonces "la justicia que requiere la
ley" se cumplirá "en nosotros, los que no andamos según la carne, si-
no según el espíritu" (Romanos 8:4, V.M.). Y el lenguaje del alma
será: "¡Cuánto amo yo tu ley! todo el día es ella mi meditación" (Sal-
mo 119:97) (El conflicto de los siglos, pp. 521, 522).




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  • 1. IV Trimestre de 2011 El evangelio en Gálatas Notas de Elena G. de White Lección 7 12 de Noviembre de 2011 El camino a la fe Sábado 5 de noviembre La ley y el evangelio van de la mano; se complementan el uno al otro. La ley, sin la fe en el evangelio de Cristo no puede salvar al transgre- sor. El evangelio, sin la ley, no es eficaz ni poderoso. La ley y el evan- gelio forman un todo perfecto. El Señor Jesús coloca el fundamento del edificio con aclamaciones de "Gracia, gracia a ella". El es el autor y consumador de nuestra fe; alfa y omega; principio y fin; el primero y el último. Cuando se combinan el evangelio de Cristo con la ley de Dios, producen el amor y la fe no fingida (Ellen G. White 1888 Materials, p. 783). La santa ley de Dios es breve y al mismo tiempo abarcante, pues es fácilmente comprendida y recordada; y sin embargo es una expresión de la voluntad de Dios. Su extensión se resume en las siguientes pa- labras: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas... Amarás a tu prójimo como a ti mismo". "Haz esto y vivirás". "Por tanto, guardar- éis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová" (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1095). Domingo 6 de noviembre: La ley y la promesa Si el transgresor fuera tratado de acuerdo con la letra de este pacto, en ese caso no habría esperanza para la raza caída, pues todos han Recursos Escuela Sabática ©
  • 2. pecado y están destituidos de la gloria de Dios. La raza caída de Adán no puede contemplar en la letra de este pacto otra cosa sino el minis- terio de muerte, y la muerte será la retribución de todo el que procu- re vanamente idear una justicia propia que cumpla las demandas de la ley. Dios se ha comprometido mediante su Palabra a ejecutar el castigo de la ley sobre todos los transgresores. Los seres humanos cometen pecados vez tras vez, y sin embargo no parecen creer que deben sufrir el castigo por quebrantar la ley. Presentan sus buenas intenciones delante del Señor y ruegan por su misericordia. Pero la única esperanza de los hijos e hijas de Adán es aceptar la justicia de Cristo, dejar de pecar, y abandonar toda esperanza de salvación por su propia justicia. El Señor no puede salvar a nadie por sus buenas obras. En el evangelio de Jesucristo, ese evangelio que los ángeles presen- taron como "buenas nuevas de gran gozo", se revelan las condiciones de la salvación. La ley se mantiene con su fuerza y pureza originales; ni una jota ni un tilde habrían de ser alterados o dejados de lado, porque la ley es una transcripción del carácter de Dios. Pero el Señor hizo un pacto de gracia mediante el cual su misericordia alcanza al ser humano caído, y es tan amplio y poderoso que puede elevar a las almas arruinadas por el pecado y darles gloria, honra e inmortalidad. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas ten- ga vida eterna" (S. Juan 3:16). Alrededor del trono de Dios está el ar- co iris de la promesa, un símbolo del compromiso de Dios de recibir a cada pecador que abandona la idea de llegar a la vida eterna por medio de su propia justicia, y acepta al Redentor del mundo y su jus- ticia; lo acepta como su Salvador personal sabiendo que es capaz de mantenerlo sin caída. Sin Cristo, no tenemos esperanza de heredar la vida eterna. La provisión hecha para la salvación de los seres humanos mediante la justicia imputada de Cristo no descarta la ley ni sus santos precep- tos; él vino a exaltar la ley, a engrandecerla y mostrar su carácter in- mutable. La gloria del evangelio de gracia mediante la justicia impu- tada de Cristo, no brinda otro camino de salvación que no sea el cumplimiento de la ley mediante Cristo, el divino sustituto. En la an- tigua dispensación, los creyentes se salvaban mediante la misma gra- cia de Cristo; gracia que el evangelio nos presenta como único medio de salvación para nosotros. Es la misma gracia provista en el pacto abrahámico (Signs of the Times, 5 de septiembre, 1892). Recursos Escuela Sabática ©
  • 3. Lunes 7 de noviembre: "Confinados bajo la ley" Al transgredir la ley, el ser humano perdió su justicia; pero "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Mediante la justicia de Cristo, nuestro sustituto y ga- rantía, se hace aceptable nuestra obediencia a los mandamientos de Dios. Cristo revisitó su divinidad con humanidad, y como humano resistió las tentaciones del apetito, la ambición y el amor al mundo. De esa manera, y mediante su justicia imputada, hace que el ser humano pueda guardar los mandamientos, llegue a participar de la naturaleza divina, sea completo en él y camine en la luz. Pero cuando la luz llega a un alma que ha sido ignorante acerca de las demandas de la ley y el transgresor rechaza caminar en la luz, enton- ces es culpable delante de Dios y cae en apostasía. Cuando permite que el pecado tenga dominio sobre él, también cae sobre él la penali- dad de la ley. Su corazón carnal lo coloca en enemistad contra Dios y no se sujeta a su ley. En cambio acepta las insinuaciones del enemi- go, se coloca del lado del hombre de pecado y exalta a Satanás por encima de Dios. Al rechazar la luz, se alista en las filas del gran após- tata y lucha junto a la confederación satánica. Fue necesario que Cristo tomara nuestra naturaleza para probar que las declaraciones de Satanás eran falsas. El apóstata declaraba que era imposible que los seres humanos pudieran guardar los manda- mientos ordenados en los concilios celestiales. Por lo tanto Cristo vi- no en forma humana para demostrar a los ángeles, a los mundos no caídos y a la raza humana, que la humanidad puede ser pura y santa si depende y coopera con las agencias divinas. Al participar de la na- turaleza divina puede cumplir con las demandas de la santa ley. Está escrito que Cristo "puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin man- cha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos" (Hebreos 7:25, 26) (Signs of the Times, 18 de junio, 1894). Aceptar la expiación que Cristo ha hecho es el fundamento de la ver- dadera fe. A los que se arrepienten y confiesan sus pecados, el Espíri- tu Santo, autor de toda santificación, les dará gracia para hablar pa- labras tiernas y respetuosas. Los que se miran por largo tiempo en el Recursos Escuela Sabática ©
  • 4. espejo divino, no solo verán su falta de semejanza con el manso y humilde Salvador, sino recibirán fortaleza para vencer y para coope- rar con Cristo en la obra de traer las tendencias heredadas y cultiva- das hacia el mal, bajo el control de la voluntad divina, a fin de que el pecado no tenga dominio sobre ellos. Al mirar a Jesús, el autor y consumador de la fe, serán transformados a su semejanza y crecerán hasta alcanzar la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo (Signs of the Times, 2 de octubre, 1901). Martes 8 de noviembre: La ley como nuestro "ayo" Pero aquellos a quienes les habían sido confiados los oráculos de Dios para que pudieran ser fieles expositores de las Escrituras, re- chazaron y negaron al Maestro enviado del cielo. Cristo vio que su espíritu y principios eran totalmente contrarios a las Escrituras. Vio que la Palabra de Dios había sido mal interpretada y mal aplicada. Vio cuán difícil sería instruir a la gente para que leyera correctamen- te las Escrituras, debido a que sus maestros se las leían a la luz de su juicio pervertido... El pueblo judío podría haberse arrepentido si así lo hubiera querido, pero sus integrantes estaban vestidos con la ropa de su justicia pro- pia. Sostenían ser los descendientes de Abraham y consideraban co- mo propia toda promesa hecha a Israel. Pero el Israel de Dios está formado por aquellos que se convierten, no por los que son descen- dientes de Abraham. "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, cier- tamente, que les ha sido confiada la Palabra de Dios" (Romanos 3:1, 2). "Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en la letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios" (Romanos 2:28, 29) (Alza tus ojos, p. 78). Dios escogió a Israel para que revelase su carácter a los hombres. De- seaba que fuesen como manantiales de salvación en el mundo. Se les encomendaron los oráculos del cielo, la revelación de la voluntad de Dios. En los primeros días de Israel, las naciones del mundo, por causa de sus prácticas corruptas, habían perdido el conocimiento de Dios. Una vez le habían conocido; pero por cuanto "no le glorificaron como a Dios, ni dieron gracias; antes se desvanecieron en sus discur- Recursos Escuela Sabática ©
  • 5. sos... el necio corazón de ellos fue entenebrecido" (Romanos 1:21). Sin embargo, en su misericordia, Dios no las borró de la existencia. Se proponía darles una oportunidad de volver a conocerle por medio de su pueblo escogido. Mediante las enseñanzas del servicio de los sacrificios, Cristo había de ser levantado ante todas las naciones, y cuantos le miraran vivirían. Cristo era el fundamento de la economía judía. Todo el sistema de los tipos y símbolos era una profecía com- pacta del evangelio, una presentación en la cual estaban resumidas las promesas de la redención (Los hechos de los apóstoles, p. 12). A la nación judía, el pueblo elegido de Dios, se la rodeó de toda ven- taja temporal y espiritual. Dios mismo obró por ellos multiplicán- dolos en Egipto, librándolos de la esclavitud y llevándolos a Canaán, la tierra prometida. Se le habían confiado los oráculos divinos, los que además de ser una muralla de protección alrededor de ellos, deb- ían compartirlos con las demás naciones de la tierra para mostrar que la ley del reino de Dios es santa, justa y buena. Al obedecerla, es- tarían bajo el control de su Creador y Redentor, quien los haría un pueblo puro y sabio, cuyo gozo sería hacer justicia, amar misericor- dia y caminar humildemente ante su Dios. Los israelitas nunca debían dejar de lado la instrucción dada a ellos por Cristo mismo desde la columna de nube. Dios había declarado que si vivían dentro de los principios puros y generosos de su ley, él los honraría ante el mundo. "Guarda sus estatutos y sus mandamien- tos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu Dios te da para siempre" (Deuteronomio 4:40). Las ventajas y privilegios especiales que habían gozado, los hacía más responsables que cualquier otro pueblo. Al ser leales, piadosos, fieles en entregar los diezmos y las ofrendas y en ofrecer un servicio consa- grado, reconocerían la soberanía de Dios y testificarían con palabras y acciones que los favores concedidos a ellos los hacían mejores indi- viduos. Serían una luz para las naciones idólatras que los rodeaban, mostrándoles al verdadero Dios y la gloria de su carácter (The Youth 's Instructor, 23 de abril, 1903). Recursos Escuela Sabática ©
  • 6. Miércoles 9 de noviembre: La ley como nuestra guía La ley de los Diez Mandamientos no debe ser considerada tanto des- de el punto de vista de las prohibiciones como desde el punto de vista de la misericordia. Sus prohibiciones son la garantía segura de la feli- cidad mediante la obediencia. Cuando se recibe en Cristo logra en nosotros la pureza de carácter que nos proporcionará gozo a través de los siglos eternos. Para el obediente es un muro de protección. Contemplamos en ella la bondad de Dios, quien, al revelar a los hom- bres los inmutables principios de justicia, trata de escudarlos contra los males resultantes de la transgresión. No debemos considerar a Dios como quien está a la espera para cas- tigar al pecador por su pecado. El pecador se acarrea su propio casti- go. Sus propios actos ponen en movimiento una serie de circunstan- cias que producen un resultado ineludible. Cada acto de transgresión se refleja sobre el pecador, produce en él un cambio de carácter, y hace más fácil que peque otra vez. Los hombres se separan de Dios al preferir el pecado, se aíslan del canal de bendiciones, y el resultado seguro es la ruina y la muerte. La ley es una expresión del propósito de Dios. Cuando la recibimos en Cristo, se convierte en nuestro propósito y nos eleva por encima del poder de los deseos y las tendencias naturales, por encima de las tentaciones que conducen al pecado (Comentario bíblico adven- tista, tomo 6, p. 1085). En la transgresión de la ley, no hay seguridad ni reposo ni justi- ficación. El hombre no puede esperar permanecer inocente delante de Dios y en paz con él mediante los méritos de Cristo, mientras con- tinúe en pecado. Debe cesar de transgredir y llegar a ser leal y fiel. Cuando el pecador examina el gran espejo moral, ve sus defectos de carácter. Se ve a sí mismo tal como es, manchado, contaminado y condenado. Pero sabe que la ley no puede, en ninguna forma, quitar la culpa ni perdonar al transgresor. Debe ir más allá. La ley no es sino el ayo para llevarlo a Cristo. Debe contemplar a su Salvador que lleva los pecados. Y cuando Cristo se le revela en la cruz del Calvario, mu- riendo bajo el peso de los pecados de todo el mundo, el Espíritu San- to le muestra la actitud de Dios hacia todos los que se arrepienten de sus transgresiones. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se Recursos Escuela Sabática ©
  • 7. pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 250, 251). Jueves 10 de noviembre: La ley y el creyente (Gálatas 3:25) Cuando Cristo estuvo en la tierra, en lugar de quitarle fuerza a los mandamientos o remover una jota o un tilde de la ley, mostró por precepto y por ejemplo cuán amplios son sus principios; cuánto más extensos que lo que los escribas y fariseos enseñaban. Cuando Jesús enseñaba a la gente los principios de la piedad práctica, los escribas y fariseos pensaban que él rebajaba los principios del Antiguo Testa- mento. Cristo leyó sus pensamientos como en un libro abierto y re- probó su justicia propia. Les declaró a sus discípulos: "Porque os di- go que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fari- seos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 5:20). "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, has- ta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que que- brante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos (Mateo 5:17-19) (Review and Herald, 16 de noviembre, 1886). La ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún reme- dio. Mientras promete vida al que obedece, declara que la muerte es lo que le toca al transgresor. Solo el evangelio de Cristo puede librar- le de la condenación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante Dios cuya ley transgredió, y tener fe en Cristo y en su sacrificio expiatorio. Así obtiene "remisión de los pecados cometidos ante- riormente", y se hace partícipe de la naturaleza divina. Es un hijo de Dios, pues ha recibido el espíritu de adopción, por el cual exclama: "¡Abba, Padre!" ¿Está entonces libre para violar la ley de Dios? El apóstol Pablo dice: "¿Abrogamos pues la ley por medio de la fe? ¡No por cierto! antes bien, hacemos estable la ley". "Nosotros que morimos al pecado, ¿cómo podremos vivir ya en él?" Y San Juan dice también: "Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamien- tos no son gravosos" (Romanos 3:31; 6:2; 1 Juan 5:3, V. M.). En el Recursos Escuela Sabática ©
  • 8. nuevo nacimiento el corazón viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo con su ley. Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pe- cador, entonces ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la san- tidad, de la transgresión y rebelión a la obediencia y a la lealtad. Terminó su antigua vida de separación con Dios; y comenzó la nueva vida de reconciliación, fe y amor. Entonces "la justicia que requiere la ley" se cumplirá "en nosotros, los que no andamos según la carne, si- no según el espíritu" (Romanos 8:4, V.M.). Y el lenguaje del alma será: "¡Cuánto amo yo tu ley! todo el día es ella mi meditación" (Sal- mo 119:97) (El conflicto de los siglos, pp. 521, 522). Material provisto por RECURSOS ESCUELA SABATICA © http://ar.groups.yahoo.com/group/Comentarios_EscuelaSabatica http://groups.google.com.ar/group/escuela-sabatica?hl=es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática Recursos Escuela Sabática ©