Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba
creciendo en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.
Lc 2, 48-52
No es fácil hablar de la familia.
Pero es necesario recordar
que la familia pertenece
al “ patrimonio de la humanidad”
con más razón
que las ciudades históricas,
las reservas forestales
o los lagos más hermosos.
Tener familias sanas y unidas
sería hasta una inversión económica
para nuestra sociedad.
Sería cínico quedarse en este aspecto,
pero alguna vez abría que recordárselo
a los que organizan nuestra vida.
Las lecturas bíblicas
de este domingo nos desvelan
lo que permanece
para siempre.
“ El que honra a su padre
expía sus pecados….
Al que honra a su madre
el Señor le escucha”
( Eclo 3, 3-17)
Los tiempos han cambiado,
pero el respeto sigue siendo la prueba y el fruto
del amor.
Y el amor, no el egoísmo,
ha de ser la base de la comunidad familiar.
La liturgia de la fiesta no olvida el toque peculiar
que hace cristiana a una familia.
Jesús es adolescente y sube al Templo con sus padres.
El niño perdido y finalmente encontrado,
habla con un tono que manifiesta su dignidad.
El pequeño se revela como un gran Maestro.
Frente a los
padres de la tierra,
se refiere a Dios como
a su Padre.
Y su casa no es el
taller de cada día sino
la casa de oración.
Buscar al hijo amado es
deber impostergable,
pero hay otra búsqueda
religiosa que no se puede
olvidar.
Ante la sabiduría que
habla por la boca del hijo,
resalta el no saber
y no entender
de los que viven a su lado.
El hijo que se muestra tan cercano a lo divino,
se comporta como humano y crece cada día como todos.
José Román Flecha Andrés
Palabra del Señor, Salamanca , Editorial.Secretariado Trinitario,2007
Presentación: Antonia Castro Panero