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ELEMENTOS
DE LA
HISTORIA DE LA IGLESIA
Una historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Últimos Días desde el nacimiento de José Smith hasta
la época actual, con capítulos preliminares sobre
la antigüedad del evangelio y la apostasía
por
Joseph Fielding Smith
Tercera edición
Publicado por

LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANTOS DE LOS
ÚLTIMOS DÍAS
Salt Lake City, Utah
1978
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1
PROLOGO
Desde hace tiempo se ha hecho sentir la necesidad de una historia de la Iglesia en un
tomo, que se pudiera utilizar como lectura general y al mismo tiempo sen-ir de texto de
estudio a los quórumes del sacerdocio, las escuelas de la Iglesia y las organizaciones
auxiliares. En la preparación de esta obra se ha dado cuidadosa consideración a todos estos
requisitos, y como en el título—Elementos de la Historia de la Iglesia—queda indicado, se han
seleccionado los importantes v esenciales temas históricos y doctrinales, v en tanto que fue
posible, se dispusieron en orden cronológico. Se han intercalado en la relación principal de la
historia las doctrinas y revelaciones dadas al profeta José Smith, en tal forma que se espera
resulte interesante, y a la vez instructivo, tanto para el que lee de ligero como para el
estudiante esmerado. Además, se ha preparado la obra con el deseo de que el arreglo de la
materia haga nacer en el lector un afán de seguir investigando y estudiando otras v más
extensas historias, particularmente la Historia Documental de la Iglesia, en seis tomos, que
comprende el período de la vida del profeta José Smith.
Es imposible detallar en un solo tomo todos los acontecimientos importantes de la historia
de la Iglesia. Sin embargo, esta obra emprende su misión con la esperanza de que realice en
forma completa el propósito para el cual se escribe.
Extiendo mi sincero agradecimiento al élder John A. Widtsoe del Consejo de los Doce por
su inestimable ayuda en la preparación del manuscrito. También deseo manifestar mis gracias
más sinceras a los élderes Edward H. Anderson, J. M. Sjodahl, Andrew Jenson, August
William Lund y otros que con tan buena voluntad y disposición ayudaron en la preparación de
la obra.
Joseph Fielding Smith

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TABLA DE MATERIAS
Capílulo

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PARTE I Introducción: El evangelio en tiempos antiguos y medievales
La Antigüedad del Evangelio
La Apostasía
La Revolución Protestante
PARTE II La inauguración de la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos
La Necesidad de una Restauración
El Linaje de José Smith
La Niñez de José Smith
La Visión
La Visita de Moroni
José Recibe los Anales —Restauración del Sacerdocio
Los Testigos del Libro de Mormón
Revelación Sobre la Doctrina v el Gobierno de la Iglesia
La Organización de la Iglesia
Comienza el Ministerio Publico de la Iglesia
El Ministerio Público de la Iglesia (II)
PARTE III La etapa de Ohio y Misurí
La Iglesia se Traslada de Nueva York a Ohio
La Tierra de Sión es Consagrada
El Libro de Mandamientos - La Visión de las Glorias -Ultrajes en Hiram
Organización de la Primera Presidencia — Revelaciones Importantes
La Expulsión del Condado de Jackson
El Sacerdocio Patriarcal — El Campo de Sión
Selección de los Doce y de los Setenta - Dedicación del Templo de Kirtland
El Condado de Clay Rechaza a los Miembros—Apostasía y Tristeza
La Presidencia se Traslada a Misurí—Excomunión de Oliverio Cowdery y Otros
Dificultades en Misurí—El Gobernador Boggs y su Orden de Exterminio
Las Persecuciones de los Miembros
La Expulsión de Misurí
PARTE IV El período de Nauvoo
La Fundación de Nauvoo
La Obra Misional en el Extranjero
Se Apela a Washington — Persecuciones Adicionales Desde Misurí
El Templo de Nauvoo y sus Ordenanzas — Otros Acontecimientos Importantes
José Smith Acusado de Complicidad en el Atentado Contra Boggs
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295.
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Desarrollo Doctrinal y Profecías
Tercer Intento de Misurí de Aprehender a José Smith
Candidatura de José Smith a la Presidencia de la Nación— La Conspiración de Nauvoo
El Martirio
La Sucesión de los Doce Apóstoles — Preparativos para Salir de Nauvoo
PARTE V El establecimiento en las Montanas Rocosas
El Éxodo de Nauvoo
El Batallón Mormón
Los Pioneros
En "La Tierra Prometida"
Organización de la Presidencia y Actividades de la Iglesia —1847-1849
Actividades de la Iglesia—1850-1857
"La Guerra de Utah"
La Matanza en Mountain Meadows
El Ejército en Utah
Un Período de Contiendas y Rencores
La Misión del Gobernador Shaffer v el Juez McKean
Colonización y Progreso de la Iglesia
PARTE VI Desarrollo reciente
El Segundo Período de Presidencia Apostólica
La Administración del Presidente John Taylor
La Administración del Presidente Wilfórd Woodruff
La Administración del Presidente Lorenzo Snow.
La Administración del Presidente Joseph F. Smith
La Administración de! Presidente Heber J. Grant
George Albert Smith — Octavo Presidente de la Iglesia
David Omán McKay—Noveno Presidente de la Iglesia
Joseph Fielding Smith—Décimo Presidente de la Iglesia
Harold B. Lee—Undécimo Presidente de la Iglesia
Spencer Woollev Kimball—Duodécimo Presidente de la Iglesia.
APÉNDICE
Las Organizaciones Auxiliares de la Iglesia
Autoridades Generales de la Iglesia
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ELEMENTOS DE LA
HISTORIA DE LA IGLESIA
PARTE I
Introducción: El evangelio en tiempos antiguos y medievales

CAPITULO 1
LA ANTIGÜEDAD DEL EVANGELIO
El evangelio es más antiguo que la Ley.—Desde el tiempo del éxodo de Egipto hasta el
advenimiento de Jesucristo, los israelitas vivieron subordinados a las leyes dadas a Moisés.
Muchos creen que la primera vez que el gran plan de salvación estuvo entre los hombres fue
cuando el Salvador reemplazó esas leyes con el evangelio; pero éste es mucho más antiguo
que la ley de Moisés, ya que existió antes de la fundación del mundo. Sus principios son
eternos, y se dieron a conocer a los espíritus de los hombres en la preexistencia, el día en que
se escogió a Jesucristo para ser el "Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo".
(Apo. 13:8) En la vida espiritual se hicieron todos los preparativos necesarios para poblar esta
tierra con seres mortales. Allí se decidió que Adán viniese a este mundo para ser el progenitor
de la raza humana.
La caída del hombre y su redención.—A fin de que Adán y su posteridad pudiesen
obtener la experiencia que sólo en en el estado mortal se puede lograr, fue necesario que
infringiera la ley que lo regia en el Jardín de Edén, y de ese modo someterse él mismo y su
posteridad a la muerte. A fin de ganar una exaltación el hombre debe adquirir experiencia y
ejercer su libre al-bedrío. Entonces, conociendo el bien, así como el mal, y obedeciendo la
voluntad del Padre, recibirá un galardón por las buenas obras que haya hecho en la carne. La
caída del hombre trajo la tentación, el pecado y la muerte. Fue esencial, por tanto, que se
proveyese un Redentor, cuya expiación por la caída diera a todos los hombres, pese a su
creencia, raza o color, el derecho de levantarse en la resurrección de los muertos para ser
juzgados según sus obras. "Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un
hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en
Cristo todos serán vivificados." (I Cor. 15:21, 22)
La salvación individual le fue enseñada a Adán.—La salvación individual requiere que
el hombre se arrepienta y acepte la plenitud del evangelio, si quiere ganar la exaltación en el
reino de Dios. Después de su expulsión del Jardín de Edén se le enseñó a Adán este plan de
salvación. Fue bautizado en el agua para la remisión de sus pecados en el nombre del
Unigénito del Padre, v recibió el Espíritu Santo. A él y a su esposa, Eva, se dió el
mandamiento de enseñar el evangelio a sus hijos, para que ellos también fuesen santificados
de todo pecado y gozaran de las palabras de vida eterna en este mundo, y de vida eterna en el
mundo venidero, sí, gloria inmortal. (Moisés, capítulo 6)
Obedeciendo este mandamiento, Adán y Eva hicieron saber todas estas cosas a sus hijos e
hijas. Así se enseñó el evangelio en el principio, y fue declarado de una generación a otra.
Adán recibió el santo sacerdocio, el cual también se confirió a los patriarcas que lo sucedieron.
Fueron "predicadores de justicia; v hablaban, profetizaban y exhortaban a todos los hombres,
en todas partes a arrepentirse; y se enseñaba la fe a los hijos de los hombres". (Moisés 6:23)
Se rechazó el evangelio en los días de Noé.— En los días de Noé, el evangelio fue
rechazado umversalmente, salvo por Noe y su familia inmediata—ocho almas en total. Noé
5
había trabajado ardua y diligentemente, tratando de inculcar el arrepentimiento en la
humanidad, pero sin éxito, "porque toda carne se había corrompido según su manera sobre la
tierra".(Moisés 8:29) Después de la destrucción de los inicuos en el diluvio. Noé y los
patriarcas posteriores continuaron la enseñanza del evangelio, pero generalmente sin ser
aceptado. Por su fidelidad. Melquisedec. rey de Salem, llegó a ser un gran sumo sacerdote, y
el pueblo de la Iglesia en su época lo honró, dando su nombre al "Santo Sacerdocio según el
Orden del Hijo de Dios . . . por respeto o reverencia al nombre del Ser Supremo". (Doc. y Con.
107:4) Abraham recibió el sacerdocio de manos de Melquisedec, y a éste, como siervo
debidamente autorizado del Señor, aquél pagó diezmos de todo lo que poseía. (Gen 14:20)
El convenio con Abraham.—También a Abraham se le enseñó el evangelio, v el Señor
pactó con él que por medio de él y su posteridad todas las naciones de la tierra serían bendecidas. (Gen. 22:18) Este mismo evangelio fue declarado a los hijos de Israel en su verdad
sencilla; pero se mostraron indignos de recibirlo en su plenitud a causa de su larga
permanencia en Egipto, donde se habían imbuido de las costumbres, tradiciones y teología de
los egipcios, y por lo tanto "no les aprovechó el oir la palabra, por no ir acompañada de fe en
los que la oyeron' . (Heb. 4:2) El Señor intentó establecer la plenitud de su evangelio v
autoridad entre ellos, v Moisés claramente se lo enseñó y procuró santificar al pueblo, "a fin
de que pudieran ver la cara de Dios: mas ellos endurecieron sus corazones, y no pudieron
aguantar su presencia: por tanto, el Señor en su ira. porque su ira se había encendido en su
contra, juró que mientras estuviesen en el desierto no entrarían en su reposo, el cual reposo es
la plenitud de su gloria". (Doc. v Con. 84:23. 24)
El sacerdocio mayor y la ley carnal.—Se hizo necesario, pues, que el Señor tomara a
Moisés de entre ellos, y con él el sacerdocio mayor; pero dejó que continuara el sacerdocio
menor, el cual posee las llaves del ministerio de ángeles y del evangelio preparatorio: la fe, el
arrepentimiento y el bautismo para la remisión de pecados. A esto añadió la ley carnal,
conocida como la ley de Moisés, la cual se dió, según nos informa el apóstol Pablo, como un
ayo, a fin de prepararlos para recibir la plenitud del evangelio cuando fuese restaurado por
Jesucristo.
Desde el tiempo en que entraron en la tierra prometida hasta la venida del Hijo de Dios,
los israelitas vivieron bajo la ley de Moisés, la cual imponía sobre ellos severas y rígidas
restricciones por haberse negado a recibir la plenitud del evangelio cuando les fue ofrecido en
el desierto. La venida del Salvador tuvo por objeto completar y cumplir los fines de esta ley,
de la cual dijo que ni una jota ni una tilde perecería hasta que todo se cumpliese.
La Dispensación del Meridiano de los Tiempos.—Al ejercer su ministerio entre los
judíos, en la Dispensación del Meridiano de los Tiempos, el Salvador restauró el evangelio
con el sacerdocio mayor. Llamó y ordenó a Doce Apóstoles, y les dió el poder, antes de su
ascensión al cielo, para completar la organización de la Iglesia, y los comisionó para que
llevaran el mensaje de salvación divina a todo el mundo. Al restaurar lo que se había quitado,
abrogó la ley carnal que fue puesta en lugar de la ley mayor, porque había cumplido el objeto
de su institución.
La comisión de los Apóstoles.—Obedeciendo la comisión que jesús les dió de llevar el
mensaje del evangelio a todo el mundo y predicarlo a toda criatura, los Apóstoles dieron
principio a su ministerio activo el día de Pentecostés, predicando con poder y convenciendo a
muchas almas. Al crecer la obra del ministerio, y destacándose la necesidad de otros ayudantes
para desempeñar la obra, se llamó y ordenó divinamente a ciertos hombres para determinados
puestos en la Iglesia. El Señor mismo había llamado y ordenado, además de los Doce, a los
Setenta, a quienes envió por toda Judea con el mensaje de la verdad. Volvieron de ese viaje
misional con mucho regocijo, porque aun los demonios se les sujetaban. Las Escrituras no
6
revelan si el Señor personalmente nombró y ordenó otros oficiales. Es indisputable, sin
embargo, el hecho de que dió poder a los Doce Apóstoles para poner en orden todas las cosas
pertenecientes a la Iglesia. Aprendemos que bajo su dirección y ministerio, y al grado que se
organizaban ramas y la obra del ministerio lo requería, llamaban sumos sacerdotes,
evangelistas (patriarcas), élderes, obispos, diáconos, presbíteros, pastores y maestros para el
servicio de la Iglesia. De esta manera se efectuó la organización en los días de los apóstoles.
La Iglesia también fue favorecida con dones y bendiciones divinos del Espíritu del Señor en
aquellos primeros días, tal como sucedió durante el ministerio del Salvador. Hubo en la Iglesia
muchos profetas que, por el don del Espíritu Santo, hicieron numerosas predicciones notables.
Nombramientos esenciales en la iglesia.—Todos estos puestos son esenciales en la
Iglesia para el progreso de los miembros, y no pueden ser descartados con impunidad. El
apóstol Pablo dijo que el Señor mismo "constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo". No iban a permanecer en la Iglesia
meramente durante su establecimiento, o por un corto plazo mientras se iniciaba la obra, y
entonces ser reemplazados con otros oficiales. Los hombres recibían estos nombramientos por
ordenación "para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo". (Efe. 4:12, 13) Claro es, entonces, que mientras haya imperfección entre
los miembros de la Iglesia, en cuanto a doctrina, conocimiento o amor, todavía no han llegado
a "la medida de la estatura de la plenitud de Cristo".
Todos estos oficiales son necesarios y no pueden en justicia ser quitados, porque el Señor
nunca tuvo tal intención. El escritor de la Epístola a los Efesios también compara estos
oficiales a las varias partes del cuerpo humano y dice: "De quien— refiriéndose a Cristo—
todo el cuerpo bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan
mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor". (Efe. 4:16)
Este mismo Apóstol también compara los dones espirituales al cuerpo físico, declarando
que todos son esenciales en la Iglesia, así como cada uno de los miembros del cuerpo es
necesario, y un miembro no puede decir a otro: "No tengo necesidad de ti", porque todos son
indispensables para el provecho de todos los hombres.
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CAPITULO 2
LA APOSTASIA
El cuerpo de la Iglesia es destruido.—No obstante el hecho de que los primeros oficiales de la
Iglesia tuvieron el santo sacerdocio y ejercieron los dones espirituales que habían de permanecer "hasta
que todos lleguemos a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo", se efectuó
un cambio grande y terrible que destruyó por completo el cuerpo perfecto de la Iglesia. En su lugar
surgió una organización extraña que finalmente logró el dominio sobre la tierra y rigió los destinos de
los hombres, no con amor sincero, sino con sangre, nefandos crímenes y mano de hierro.
Se predijo la apostasía.—Muchos de los profetas de la antigüedad, así como los Apóstoles de
nuestro Señor, habían predicho el surgimiento de este poder. Aun el Salvador, al instruir a sus
discípulos acerca de las señales de los tiempos, indicó que tal cosa habría de suceder. Siete siglos antes
del nacimiento de Cristo, Isaías predijo que iba a llegar el día en que la tierra se contaminaría bajo sus
moradores, porque traspasarían las leyes, cambiarían las ordenanzas y quebrantarían el pacto
sempiterno. Es evidente que esto iba a suceder en días posteriores, y no en la época en que Israel
estuvo sometido a la ley, porque la ley de Moisés no fue un pacto sempiterno. Esta profecía iba a tener
su cumplimiento cuando la tierra, viciada por la iniquidad y corrupción de sus habitantes, fuera
purificada por fuego y pocos escaparían. (Isa. 24:1-6)
Las profecías de Isaías y Amos.—Hablando de este acontecimiento, Isaías dice: "Porque Jehová
derramó sobre vosotros espíritu de sueño, y cerró los ojos de vuestros profetas, y puso velo sobre las
cabezas de vuestros videntes." (Isa. 29:10) Poco antes, Amos también había anunciado un tiempo
venidero en que el Señor enviaría hambre a la tierra, "no hambre de pan, ni sed de agua—dijo él—
sino de oir la palabra de Jehová". (Amos 8: 11, 12)
La visión de Daniel.—Daniel vio en visión la ruina de la Iglesia establecida por el Salvador en el
Meridiano de los Tiempos. En su visión de las cuatro bestias—representación de los reinos que
Nabucodonosor había soñado—Daniel vio un cuerno o poder que se levantaba entre los diez que
habían sucedido al Imperio Romano, "y parecía más grande que sus compañeros". Este cuerno tenía
ojos y boca, y hablaba grandezas contra el Altísimo, y venció a otros tres reinos. Este mismo poder
hizo "guerra contra los santos" y los venció; y por medio de conflictos continuos y el uso de la fuerza,
"a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley". Esta fuerza blasfema
iba a reinar hasta la venida del Anciano de días, cuando serán dados el reino y dominio "al pueblo de
los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno". (Dan. 7:7-28)
La apostasía comenzó en los días de los Apóstoles.—Antes que terminara el ministerio de los
Apóstoles, los hombres comenzaron a apartarse de la fe. Cuando se despedía de los élderes o ancianos
de Efeso, que habían llegado a Mileto para acompañarlo, S. Pablo rogó encarecidamente que cuidaran
el rebaño "para apacentar la iglesia del Señor", porque, dijo él: "Yo sé que después de mi partida
entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se
levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos." (Hech. 20:29, 30)
También advirtió a los santos de Tesalónica que no se dejaran engañar en cuanto a la segunda venida
del Hijo de Dios, "porque no vendrá—les escribió—sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el
hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios,
o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios".
(II Tes. 2:3, 4)
Las predicciones de S. Pablo.—Los miembros de la Iglesia en Galacia empezaron, desde
temprano, a desviarse de la fe. Timoteo recibió una amonestación de S. Pablo, en la cual se le advirtió
que llegarían tiempos peligrosos en los últimos días, y que habría "hombres amadores de sí mismos,
avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto
natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores,
impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios; que tendrán apariencia de piedad,
pero negarán la eficacia de ella". Además, le dijo que "vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana
doctrina, sino que teniendo comezón de oir, se amontonarán maestros conforme a sus propias
8
concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas". (II Tim. 3:2-5; 4:3, 4)
La profecía de S. Pedro.—Por el espíritu de profecía también este Apóstol dió testimonio de la
apostasía, cuando escribió a los santos: "Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá
entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al
Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus
disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado". (II Pedro 2:1, 2) Entonces, para grabar en sus pensamientos el hecho de que los profetas antes de él también habían anunciado
aquellos terribles sucesos, les dijo: "Para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas
por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles; sabiendo
primero esto, que en los postreros días, vendrán burladores, andando según sus propias
concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que
los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación." (Ibid.,
3:2-4)
El "misterio de la iniquidad."—Como ya se ha dicho, Pablo declaró a los Tesalonicenses que ya
estaba obrando "el misterio de la iniquidad", y anunció a Timoteo: "Me abandonaron todos los que
están en Asia." Aparentemente había tenido algunas disputas con ciertos conversos de Asia, pues
escribe a Timoteo con mucho sentimiento que algunos de sus compañeros lo habían abandonado para
predicar doctrinas contrarias al evangelio de Jesucristo. Cuando trató de corregir aquella maldad, tuvo
que hacerlo solo, pues añade: "En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me
desampararon". (II Tim. 4:16)
Decadencia de los dones espirituales.—No mucho después que dejaron de existir los Apóstoles,
cesaron de manifestarse en la Iglesia los dones espirituales. La decadencia de estas bendiciones tan
estrechamente relacionadas con la Iglesia de Cristo, dió lugar a la creencia, tan popular aun en estos
días, de que no debían continuar, pues se habían instituido en la Iglesia incipiente sólo para facilitar su
establecimiento, después de lo cual ya no se necesitarían.
Además, cesaron las revelaciones y comunicaciones celestiales y no hubo más visiones porque el
pueblo cerró los ojos. Esta condición también prohijó la creencia universal, que el mundo tiene aun
hasta la fecha, de que el canon de las Escrituras está completo y que no ha de haber más, a pesar de que
el Señor ha declarado por sus siervos que la revelación deberá continuar.
Cambios en el gobierno de la Iglesia.—También fueron alterados los oficios del sacerdocio,
porque aquellos a quienes se predicó el evangelio no quisieron sufrir la sana doctrina, sino que
"teniendo comezón de oir", se amontonaron maestros conforme a sus concupiscencias, "hombres
corruptos de entendimiento, reprobos en cuanto a la fe".
La Iglesia deja de existir entre los hombres.—Con el tiempo, en lugar de apóstoles y profetas,
apareció un orden eclesiástico muy diferente del que el Señor instituyó. La Iglesia que el Redentor
estableció fue quitada de la tierra por motívo de la continua persecución y apostasia, y no quedó más
que una forma muerta de la Iglesia verdadera. La gran organización eclesiástica que se levantó y
aparentó ser la Iglesia de Cristo, surgió gradualmente. No se efectuó en un día el cambio completo de
la verdad al error. Comenzó durante el primer siglo y continuó en los años subsiguientes, hasta que la
Iglesia que se estableció en los días de los apóstoles dejó de existir entre el pueblo. Sin la orientación
de hombres inspirados que pudieran comunicarse con Dios, el cambio fue inevitable.
El desarrollo de la Iglesia de Roma.—A principios del cuarto siglo este gran poder religioso se
convirtió, bajo el Emperador Constantino, en la religión del estado en todo el Imperio Romano. Desde
esa época empezó a extenderse su dominio, y dentro de poco tiempo llegó a ser el poder religioso
dominante en el mundo civilizado, así conocido. Cambió "los tiempos y la ley", y los sencillos
principios de la fe cristiana fueron engalanados, al grado de casi no poderse reconocer, con la pompa y
ritos místicos que se adoptaron del culto pagano. Los sacerdotes y pontífices que oficiaban en estas
ceremonias dejaron de seguir las sencillas costumbres de los humildes pescadores de Galilea, antes
vestidos espléndida y suntuosamente y con mitras en la cabeza, desempeñaban sus distintos puestos
con orgullo y ceremonias místicas que impresionaban y asombraban a la gente humilde.
Cambios en la doctrina de la Iglesia.—La doctrina correcta que Jesucristo enseñó tocante a la
9
Trinidad fue convertida en un misterio. Se alteró la ordenanza del bautismo, y en lugar de la inmersión
en el agua para la remisión de los pecados, se estableció la práctica de verter un poco de agua sobre la
cabeza. El rocío de niños pequeños, impropiamente llamado bautismo—práctica que constituye "una
burla a los ojos de Dios, porque se niegan las misericordias de Cristo y el poder de su Santo
Espíritu"—llegó a convertirse en costumbre fija y universal. También se introdujeron cambios en la
administración del sacramento de la Cena del Señor, y se propagó la doctrina de que el pan y el vino se
convierten en la real carne y sangre de nuestro Redentor crucificado por medio de la
transubstanciación. Les fue prohibido casarse a los que se dedicaban al ministerio y se efectuaron
muchos otros cambios, que no hay necesidad de mencionar aquí, en los principios del evangelio, en las
funciones del sacerdocio y en la adoración del Señor.
El poder temporal del Papa.—Roma se convirtió en la capital de este poderío eclesiástico, y su
cabeza fue el obispo o papa, como después lo llamaron. Al grado que aumentó su dominio, no sólo
exigió el señorío en asuntos religiosos, sino también en los civiles. Durante el apogeo de su gloria
gobernó casi todo el mundo conocido. Por su poder se nombraban reyes y por su poder eran
destronados. Si no se postraban sumisamente ante la autoridad del papa, llegaban a sentir el peso de su
mano poderosa.
Frederick Seebohm dice en su Era of the Protestant Revo-lution: "Los reyes no se consideraban
seguros en sus tronos en tanto que no recibían la aprobación de la Iglesia. Por otra parte, el clero
reclamaba para sí la inmunidad contra el enjuiciamiento por las leyes criminales del país en que vivía.
Contendía para conservar sus propias leyes y sus propios tribunales eclesiásticos, para lo cual recibía la
autoridad directa de Roma; y la apelación final no se dirigía a la corona, sino al papa."
"Para establecer una acusación contra un obispo—escribe Motley en su Rise of the Dutch
Republic—se requerían setenta y dos testigos; contra un diácono, veintisiete; contra un dignatario
inferior, siete; mientras que dos bastaban para condenar a un laico." (Temo 1, página 60)
El poder del clero.—Aparte del clero, eran bien pocos los que tenían la educación suficiente para
leer y escribir; por tanto, los sacerdotes eran los abogados, estadistas, embajadores, instructores y
primeros ministros de las naciones. Todos los hombres cultos hablaban y escribían latín, que era la
lengua de Roma. Se dice que durante varios siglos, si un hombre, declarado culpable de un crimen en
Inglaterra, demostraba que sabía leer o escribir, podía exigir las ventajas de ser juzgado ante un
tribunal eclesiástico, que, "debido a los abusos, significaba que quedaría absuelto del castigo de la ley
criminal del país".
No sólo ocupaban los sacerdotes estos importantes puestos, en los cuales podían ejercer mucha
influencia y dirigir poderosamente los destinos de las naciones, sino que muchos de ellos se volvieron
avaros en extremo y "adivinaron por dinero". Juan de Valdez, hermano del secretario del Rey Carlos V,
escribió de aquella época: "Veo que difícilmente conseguimos algo de los ministros de Cristo, sino por
dinero: Para los bautismos, dinero; para los matrimonios dinero; para obispar, dinero; para la confesión
dinero; ¡ni siquiera la extremaunción sin dinero! No tañen las campanas sin dinero; no hay sepelios en
la iglesia sin dinero; parece, pues, que el paraíso queda fuera del alcance de los que no tienen dinero. El
rico es sepultado dentro de la iglesia, el pobre afuera. El rico puede casarse con su pariente cercano; el
pobre no, aunque se esté muriendo de amor por ella. El rico puede comer carne durante la Cuaresma; el
pobre no, aunque el pescado sea mucho más caro. El rico fácilmente consigue grandes indulgencias; el
pobre ninguna, porque le falta dinero para comprarlas." (Era of the Protestant Revolution, página 60)
Aparte de todo esto, imponían tributos de varias clases a la gente y recibían diezmos de todo lo
que producía la tierra, y la décima parte de los terrenos y del sueldo del obrero. Motley escribe: "No
contentos, además, con sus tierras y diezmos, el clero perpetuamente imponía nuevas cargas sobre el
campesino. Se cobraban impuestos sobre los arados, las hoces, los caballos y bueyes, toda la
herramienta del agricultor, para beneficiar a los que sin trabajar sólo recogían en sus graneros."
La venta de indulgencias.—Algunos de estos príncipes eclesiásticos se llenaron a tal grado del
espíritu de la avaricia, que promulgaron la blasfema doctrina de perdonar pecados mediante la venta de
indulgencias. La Iglesia de Roma dice que estas iniquidades fueron cometidas por individuos que
tergiversaron sus doctrinas sobre la penitencia y el perdón de los pecados. La indulgencia era, según
sus enseñanzas, "un perdón usualmente concedido por el papa, mediante el cual se eximía al pecador
10
contrito de parte o de todo el castigo que permanecía en él aun después que era absuelto. El perdón, por
tanto, no perdonaba la culpa del pecador, porque ésta necesariamente tendría que ser quitada antes de
concederse la indulgencia; sólo quitaba o mitigaba los castigos que aun el pecador perdonado, sin la
indulgencia, habría tenido que padecer en el purgatorio".
Como quiera que sea, la venta de indulgencias en varias partes de Europa fue, para aquellos que la
sancionaron, el medio de acumular grandes fortunas. No había crimen que no pudiera perdonarse, si el
que buscaba el perdón podía pagar el precio. Se dmdieron y repartieron los varios países para la
recaudación de estos ingresos, según nos informa el historiador John Lathrop Motley, que escribe:
En todo pueblo y aldea (de los Países Bajos) se publicaba al precio del día lo que se ofrecía en
venta. El perdón de Dios por pecados ya cometidos o a punto de ser cometidos era anunciado de
conformidad con una tarifa graduada. De manera que el envenenamiento, por ejemplo, quedaba
absuelto por once ducados, más seis libras tornesas. La absolución del incesto costaba treinta y seis
libras y tres ducados. El juramento en falso se podía perdonar por siete libras y tres carlines. El perdón
por el asesinato, si no era por envenenamiento, costaba menos. Aun el parricida podía comprar el
perdón ante el tribunal de Dios por un ducado, cuatro libras y cuatro carlines. En el año 1448 Enrique
de Mountfort compró la absolución de este crimen por el precio ya citado. ¿Causa admiración que un
siglo o más de esta clase de abusos haya producido un Lutero? ¿Fue anormal que la gente humilde,
amante de la Iglesia antigua, prefiriera verla purgada de tales abusos blasfemos, que saber que la
cúpula de la catedral de San Pedro se elevaba un poco más hacia las nubes con la ayuda de estos
ingresos recibidos por perdonar crímenes? . . . Los Países Bajos, como las demás naciones, han sido
divididos y repartidos para la colección de estos ingresos papales. Gran parte del dinero queda en
manos de los viles recaudadores. A los católicos sinceros que aman y respetan la religión antigua, les
causa horror y repugnancia el espectáculo que ven por todos lados. Los criminales compran el paraíso
con dinero que los monjes derrochan en garitos, tabernas y prostíbulos; y para los que han estudiado
sus Testamentos, todo esto parece ser un plan de salvación muy distinto del que promulgó Cristo.
Evidentemente ha habido una desviación del sistema de los antiguos apóstoles. Las almas inocentes y
conservativas están sumamente confusas; pero todas estas infamias finalmente hicieron surgir a un
gigante para que contendiera con esa maldad gigantesca.
Así fue como se cumplieron las profecías de las Escrituras, y como violó las leves un poder que se
levantó "contra todo lo que se llama Dios", y en ese sagrado nombre habló "palabras contra el
Altísmo".

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CAPITULO 3
LA REVOLUCIÓN PROTESTANTE
La Edad Media. —No conforme con tener dominio absoluto en los asuntos espirituales y
temporales del pueblo, este reino papal también intentó ejercer su autoridad en las conciencias de los
hombres. Particularmente fue así durante la Edad Media, cuando este poder alcanzó el cénit de su
gloria. El ejercicio de esta autoridad continuó aun después del día en que empezó a vislumbrar la luz de
la libertad religiosa en la época conocida como el Renacimiento. Antes de este Renacimiento, como ya
hemos visto, el idioma de las ciencias era el latín. La gente dependía de sus sacerdotes para toda
instrucción científica así como religiosa. Por razón de que el clero se hizo cargo de los pocos
ejemplares que existían de la Biblia, el pueblo común no tenía las Escrituras; y en vista de que no podía
leer ni escribir, y sólo en contados casos entender el latín, nada le habría aprovechado aun cuando
hubiese tenido la Biblia en sus manos. Ante tal situación, no debe causar asombro que los pueblos
pobres de estos países europeos, crédulos y llenos de temor supersticioso, hayan aceptado casi todo lo
que estos sacerdotes poco escrupulosos les daban a conocer en cuanto a doctrina o hechos.
El Renacimiento.—Tampoco debe causar sorpresa que los sacerdotes hayan tratado de emplear la
fuerza y la coerción, durante el Renacimiento, para restringir las oportunidades que tenía el pueblo de
obtener la luz y la verdad. Era este conocimiento mayor que tenían los sacerdotes, y su efectuación de
ceremonias místicas, lo que intimidaba al pueblo y le permitía al clero tenerlo subyugado con las
cadenas de la ignorancia y la superstición. La ignorancia probó ser un instrumento útil en las manos de
los sacerdotes, y por este medio ahormaban las masas a su antojo. El aumento del conocimiento entre
la gente, ayudado por los descubrimientos e invenciones de los tiempos iba a cambiar todo esto; porque
el pueblo no estaría tan dispuesto a aceptar todo viento de doctrina sin alguna reflexión mental y el
deseo de saber el porqué de las cosas. Además, este Renacimiento significaba el fin de muchas
prácticas y doctrinas blasfemas que se propagaban en el nombre de Jesucristo, tales como el uso de la
fuerza para dominar la conciencia del hombre, y la venta de indulgencias para el perdón de los
pecados; y si no el fin, por lo menos una notable modificación de tan perverso sistema.
Las primeras traducciones de la Biblia.—Es evidente que este poder eclesiástico dominante
comprendió que el esclarecimiento provocaría una revolución contra su autoridad. Por tal motivo se
redactaron leves severas para poner en vigor los edictos y reglamentos de la iglesia de Roma. Durante
la "Reforma"—y aun antes—se hicieron varias traducciones de la Biblia a los idiomas de la gente
común. La Biblia de Wiclef apareció en 1380, y a ésta siguieron otras traducciones en fechas
posteriores, tanto en inglés como en otras lenguas. Al principio se intentó destruir estas copias que eran
preparadas sin la autoridad o sanción de la Iglesia Católica. Sin embargo, la invención de la imprenta
en el siglo quince dió un ímpetu asombroso a la causa de la libertad religiosa, y se pudieron distribuir
Biblias por todo Europa. Antes de la imprenta, una Biblia costaba quinientas coronas, y los ejemplares
que existían se hallaban en manos del clero, que los protegía con celo extraordinario. Con la ayuda de
la imprenta el precio de las Biblias bajó hasta cinco coronas, y por este medio el pueblo tuvo el
privilegio de no sólo escuchar las Escrituras en su propia lengua, sino también obtener el
entendimiento para poder leerlas ellos mismos.
Se prohibe la lectura de las Escrituras.—Muchos años antes de la "Reforma" un cronista inglés,
Henry Kneighton, expresó el entonces corriente concepto tocante al estudio de las Escrituras, cuando
censuró la lectura general de la Biblia con esta queja: "No sea que la joya de la Iglesia, hasta
ahora propiedad exclusiva del clero y de los teólogos, se generalice entre los laicos." El arzobispo
Arundel de Inglaterra expidió el decreto de que "no se debe leer ninguna parte de las Escrituras en
inglés, ni en público ni privadamente, ni en lo futuro deberá ser traducida, so pena de excomunión
mayor". En Cambridge se prohibió la traducción que Erasmo había hecho del Nuevo Testamento, y el
vicario de Crovden proclamó desde el pulpito: "Debemos desarraigar la imprenta antes que la imprenta
nos desarraigue a nosotros." Durante el remado de Enrique VIII estaba prohibido, por decreto
parlamentario, la lectura de la Biblia por parte de la gente común o aquellos que no pertenecieran a la
clase privilegiada; y en Inglaterra, así como en Holanda y otras partes de Europa, perecieron hombres
en la hoguera por tener en su posesión aun fragmentos de las Escrituras.
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Contra aquellos que eran considerados negligentes en cuanto a sus deberes en la iglesia, o herejes
con respecto a la doctrina, se expedieron edictos que les vedaban congregarse en reuniones privadas
para adorar; y esto ocurrió en varias partes de Europa. Toda lectura de las Escrituras, toda discusión
sobre la fe, los sacramentos, la autoridad papal u otros asuntos religiosos, dentro de la propia casa de
una persona, quedó prohibida bajo "pena de muerte ; y estos edictos no eran palabras vanas. Los
monjes, mejor habilitados para quemar reformadores que discutir con ellos, continuamente alimentaban
la hoguera con combustible humano. El patíbulo era el silogismo más conclusivo, y se usaba en toda
ocasión." (The Rise of the Dutch Republic, por Motley)
La Inquisición.—Prosiguiendo el funesto relato de las condiciones que existían en los Países
Bajos y otras tierras bajo el dominio español, el autor ya citado dice; "Carlos V introdujo y organizó
una institución papal que, junto con los horribles Carteles' , por él inventados, llegó a ser una
inquisición secreta más cruel aun que la de España. . . . Nunca se permitió que adoleciera de languidez
la ejecución del sistema. El número de holándeses que murieron quemados, ahorcados, degollados o
enterrados vivos, ora por edicto real, o por la ofensa de leer las Escrituras, mirar de soslayo a una
imagen grabada o de burlarse- de la presencia real y verdadera del cuerpo y sangre de Cristo en una
oblea, llegó a cien mil, según autoridades distinguidas, y nadie ha calculado el número de víctimas en
menos de cincuenta mil."
La alborada de una época mejor.—No podían continuar para siempre las condiciones
anteriores. La alborada de una época mejor empezó a vislumbrar entre las naciones. El Espíritu del
Señor estaba obrando en los hombres, y se iniciaron los preparativos para introducir, en una época
posterior, el evangelio restablecido, en el mundo. Se hizo necesario que fuesen deshechas las cadenas
de la superstición, temor e ignorancia que tan completamente subyugaban al mundo—a fin de que los
hombres pudieran ejercer su libre albedrío—antes que pudiera aparecer la plenitud de la luz del
evangelio. No sólo hubo progreso en el arte de la imprenta, sino que en todos los ámbitos y en todas
partes de Europa hubo un renacimiento en las ciencias y descubrimientos. No quedó limitado a un país
o un pueblo, sino que toda Europa empezó a vivir de nuevo. El descubrimiento del telescopio, la ley de
gravitación, la invención de la pólvora y muchas otras cosas maravillosas, estaban causando una
revolución en los pensamientos de los hombres.
La misión de Colón.—Con el descubrimiento de la brújula aumentó la intrepidez de los
navegantes, y éstos gradualmente fueron extendiendo sus exploraciones hasta descubrir la manera de
llegar a la India, doblando el Cabo de Buena Esperanza. A fines del siglo quince prevalecía la creencia
de que la tierra era plana, y que solamente por el lado superior estaba habitada. Allende las playas de
los países entonces conocidos, se creía que había una espesa cortina de obscuridad y nieblas, y el mar
que se extendía más allá de los límites conocidos solía ser llamado el "Mar de Tinieblas". También se
decía que en la inmensidad de ese océano, tenían sus guaridas enormes dragones, y que un hombre
jamás volvería, si por desventura llegaba hasta allá. Los marineros no se habían atrevido a apartarse
mucho de las costas; pero poco antes del fin de ese siglo hubo un navegante más osado que sus
compañeros, el cual se propuso atravesar el gran mar. Después de mucho rogar y solicitar, tratando de
interesar en la empresa a alguien que tuviera los recursos necesarios, por fin logró su objeto y efectuó
el notable acontecimiento. Con ello realizó los descubrimientos que el Señor en su sabiduría optó por
retener de las naciones del Este durante los siglos, hasta que en su propio y debido tiempo permitió que
fuesen revelados. El Espíritu del Señor obró en Colón y éste cruzó las aguas, cumpliendo las profecías
de un vidente que vivió sobre este continente quinientos años antes del nacimiento de Cristo.
La "Reforma."—Todas estas cosas desempeñaron un papel fundamental en el establecimiento de
la libertad individual y religiosa, e indudablemente la agencia de mayor trascendencia en esto fue la
"Reforma", así llamada, que de hecho resultó ser una revolución contra el dominio de la iglesia de
Roma, y los grandes hombres de fuerza intelectual empezaron a deshacer la servidumbre del mundo
religioso. Esta rebelión contra el dominio de Roma ocurrió casi simultáneamente en varias naciones.
En Inglaterra, los Países Escandinavos, Francia, Suiza, Holanda y Alemania surgieron muchos
"reformadores" a fines del siglo quince y durante el dieciséis. Al principio su único deseo era corregir
las maldades que había en la Iglesia Católica, pero fracasando en ello, muchos se rebelaron
manifiestamente y establecieron sus propias iglesias independientes.
13
Martín Lutero.—'El principal de estos "reformadores" fue Martín Lutero de Alemania, pues hizo
más que cualquier otra persona para librar al pueblo del yugo de servidumbre que le había impuesto el
papado. Le ayudaron príncipes muy poderosos, pero en esa época no existía en Alemania la unión del
pueblo o la centralización de poder que había en Inglaterra bajo Enrique VIII, o en Suecia bajo
Gustavo Vasa. Por consiguiente, la tarea de Lutero fue pesada; pero él noblemente se consagró a su
propósito hasta el fin.
La revolución protestante fue un paso preparatorio.—Sin embargo, no tocó a estos
reformadores la misión de establecer la Iglesia de Cristo, porque el tiempo no era propicio; y se reservó
este acontecimiento importante para otra generación. Fueron llamados para ser precursores de ese gran
día, y lograron mucho en preparar el mundo para la introducción de la Dispensación del Cumplimiento
de los Tiempos. No los llamó el Señor a su gran obra por medio de una manifestación celestial, o la
visita de un ángel, o una comunicación directa como en la antigüedad; ni hubo entre ellos quien
afirmase haber sido llamado de esta manera. No obstante, el Espíritu del Señor obró en ellos y los
inspiró a luchar contra las abominaciones y prácticas que en aquella época se perpetraban en nombre
de la religión. Por lo menos así fue con la mayor parte de ellos. Lo que motivó a Enrique VIII de
Inglaterra fue el interés personal; sin embargo, el Señor lo hizo redundar en beneficio de la libertad
religiosa. Al principio, Enrique se opuso con todo vigor a la rebelión de Lutero y de otros, aun al grado
de escribir en defensa del papa de Roma, servicio que le granjeó la bendición papal y el título de
"Defensor de la Fe". Más tarde, cuando entraron en conflicto sus propios intereses y las normas de la
Iglesia Católica, y vio que de ninguna manera iba a prevalecer, entonces se rebeló y fue excomulgado
por el papa. Para defenderse estableció una iglesia independiente, hoy conocida como la Iglesia
Anglicana, de la cual él se hizo el jefe. Recibió el apoyo del Parlamento y del pueblo, y así nació en
Inglaterra su gran iglesia del estado.
Desacuerdo entre los "reformadores."—Es de lamentarse que todos estos "reformadores" no
pudieron concordar entre sí al establecer su libertad religiosa. Constantemente se hallaban en un
estado de agitación, contendiendo uno con otro sobre puntos de doctrina, de lo cual resultó mucho
rencor y el establecimiento de varias sectas contendientes. Por otra parte, ellos mismos, no obstante las
muchas persecuciones que habían padecido, no supieron aprender la lección de que la tolerancia es un
principio fundamental de la libertad. Por no haber entendido esta importante lección, los perseguidos,
en muchos casos se tornaban en perseguidores; y cuando llegaban a ser los más fuertes se mostraban
tan intolerantes hacia aquellos con quienes no concordaban, como sus enemigos lo habían sido con
ellos.
América, país de libertad.—Con todo, se habían plantado las semillas de la tolerancia, aunque se
desarrollaron lentamente. La tolerancia era asunto de educación, y por consiguiente, creció
paulatinamente en lugar de dar fruto en el acto. No fue sino hasta después del derramamiento de mucha
sangre en Europa, y particularmente en América durante la guerra de independencia, que el pueblo
finalmente llegó a comprender esta verdad. Se hizo necesario plantar esta semilla en un terreno nuevo,
un país escogido sobre todos los demás. En América, la libertad y la tolerancia religiosa se convirtieron
en parte fundamental del sistema del gobierno norteamericano. La nación llegó a ser un refugio para
los afligidos, los perseguidos y oprimidos de otras naciones; porque esta tierra quedó consagrada a la
libertad por la efusión de sangre.
Las grandes almas que encabezaron la revolución protestante son dignas de todo encomio.
Ayudaron a facilitar el establecimiento de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a
principios del siglo diecinueve, como preparación para la segunda venida del Hijo de Dios. Los
honramos por todo el bien que lograron, y recibirán su galardón, eme será grande. No fueron
restauradores; sino más bien se les envió a preparar el camino delante de uno que iba a venir con una
misión de restauración y poder sempiterno.

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PARTE II
LA INAUGURACIÓN DE LA DISPENSACIÓN DEL
CUMPLIMIENTO DE LOS TIEMPOS
CAPITULO 4
LA NECESIDAD DE UNA RESTAURACIÓN
La obra maravillosa.—Consumada la obra de la revolución protestante, y habiéndose plantado en
tierras americanas la semilla de la libertad religiosa, se aproximaba la hora para la restauración del
evangelio. Dentro de poco habría de cumplirse la promesa del Salvador, de que el evangelio del reino sería
predicado en todo el mundo por testimonio, y que de nuevo se establecería sobre la tierra la Iglesia de
Jesucristo. Estaba para manifestarse "el prodigio grande y espantoso" que Isaías predijo aparecería en los
últimos días para confundir la prudencia del que se considerara sabio según el mundo.
La razón y las Escrituras apoyan la creencia en una restauración.—Concuerda con la razón así como
con las Escrituras creer que el Señor enviará a un mensajero para preparar el camino delante de El, antes de
venir en juicio para iniciar su reinado de mil años; y no es sino justo que el pueblo sea amonestado y tenga
el privilegio de arrepentirse v de recibir la remisión de sus pecados mediante la predicación del evangelio,
así como la oportunidad de pertenecer a la Iglesia de Cristo. "Porque ciertamente el Señor Jehová no hará
nada—dice Amos—hasta que revele el secreto a sus siervos los profetas."
Se han de cumplir las profecías antiguas.—Muchos de los antiguos profetas habían anunciado que se
abrirían los cielos y que de nuevo se revelaría al hombre el evangelio eterno, antes de la segunda venida del
Señor. También se predijo, como acontecimientos de los postreros tiempos, la visita de mensajeros
celestiales y el derramamiento del Espíritu del Señor, cuando los hijos e hijas de Israel profetizarían, los
ancianos soñarían sueños y los jóvenes verían visiones.
Daniel vió nuestro día.—Mientras se hallaba exilado en la corte del gran rey de Babilonia, Daniel vió
en visión nuestros días y la obra del establecimiento del reino, el cual iba a ser dado a los santos del
Altísimo para que lo poseyeran "eternamente, y para siempre"; y al interpretar el sueño de Nabucodonosor,
acerca de la imagen de tan imponente aspecto, confirmó este acontecimiento, que se iba a efectuar en los
últimos días, en la época en que tuvieran dominio los reinos representados por los dedos de los pies de la
estatua. En ese tiempo el Dios del cielo iba a levantar "un reino que no será jamás destruido, ni será el reino
dejado a otro pueblo".
La visión de Juan.—Asimismo, Juan el Teólogo vió la ocasión en que las buenas nuevas serían
declaradas por un ángel que volaría por en medio del cielo, con "el evangelio eterno para predicarlo a los
moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle
gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las
fuentes de las aguas." También esto acontecería en los últimos días, cuando la gente se apartara de las
enseñanzas del Señor y hubiera necesidad de llamarla al arrepentimiento; porque después de este ángel
vendría otro, diciendo: "Ha caído, ha caído Babilonia"; pero antes de caer, sería amonestada y tendría
oportunidad de arrepentirse.
José Smith fue llamado divinamente.—Se hizo necesario, pues, que alguien fuese escogido e
investido con poder del Padre para restablecer la Iglesia de Jesucristo sobre la tierra.b Cuando el Señor
eligió al representante que habría de encabezar este "prodigio grande y espantoso", que estaba a punto de
aparecer entre los hijos de los hombres, no llamó a uno versado en la sabiduría y tradiciones del mundo. Los
caminos de Dios no son como los caminos del hombre, ni sus pensamientos como los pensamientos
humanos. Uno que hubiese sido educado según la sabiduría del mundo habría tenido que desaprender
muchas de las tradiciones y filosofías de los hombres. En su infinita sabiduría, el Señor escogió a un niño
inexperto, un jovencito de catorce años de edad, a quien reveló la plenitud del evangelio que el mundo no
quería recibir a causa de la incredulidad. Después de años de orientación celestial—porque fue instruido por
medio de mensajeros enviados de la presencia del Señor—este joven, José Smith, quedó preparado para
dirigir la obra de la restauración del evangelio y la edificación del reino de Dios.

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CAPITULO 5
EL LINAJE DE JOSÉ SMITH 1638-1805
Los antepasados de José Smith.— José Smith nació en Sharon, Condado de Windsor, Estado de
Vermont el 23 de diciembre de 1805. Fue el tercer varón y cuarto hijo de José Smith y Lucy Mack,
padres de una familia de diez hijos. Sus padres eran de la robusta estirpe de la Nueva Inglaterra,
honrados, temerosos de Dios, industriosos, pero pobres en bienes materiales. Por su lado paterno, José
Smith descendía de Robert Smith, que emigró de Inglaterra en 1638. No existe información respecto
del linaje de Robert Smith, ni se ha sabido hasta hoy de qué parte de Inglaterra vino, sino que en su
juventud fue a Boston, Lincolnshire, y de allí a Londres, donde partió para América. Desembarcó en
Boston, Estado de Massachusetts, y se trasladó a la parte de Rowley, Condado de Essex, que más tarde
llegó a ser el municipio de Boxford. Posteriormente compró allí un terreno, parte del cual quedaba
dentro de los límites del municipio de Topsfield. Contrajo matrimonio con la señorita Mary French y
fueron padres de diez hijos. Los vecinos de Robert lo conocían como un hombre pacífico y modesto,
interesado en el desarrollo de la colonia. Mediante su industria pudo lograr algunas comodidades para
su familia, la cual se crió de conformidad con las enseñanzas religiosas que en aquellos tiempos
prevalecían, pero eso sí, estrictamente de acuerdo con su conocimiento de las Escrituras.
Servicio patriótico de Samuel Smith.—Samuel, hijo de Robert Smith y Mary French, nació el 26
de enero de 1666. Contrajo matrimonio con Rebeca Curtís, hija de John Curtís, prominente ciudadano
de Topsfield. A la muerte de su padre, Samuel se trasladó a Topsfield donde llegó a ser persona de
alguna influencia en la comunidad, y sus conciudadanos lo honraron confiándole varias posiciones de
responsabilidad. Tuvo nueve hijos, uno de los cuales también se llamó Samuel, el cual nació el 26 de
enero de 1714, y llegó a ser uno de los ciudadanos más prominentes de Topsfield. Dedicó la mayor
parte de su vida sirviendo al público. Pasó por los días tempestuosos de la revolución norteamericana,
y portó las armas en defensa de las libertades del pueblo. Algunas de las muchas posiciones que ocupó
fueron: En 1760, miembro del gran jurado; en 1779, superintendente de caminos; en 1779, 1780, 1783,
1784, y 1785, miembro del comité de seguridad; desde 1771 hasta 1777, y en 1781 y 1782. tasador y
director de empresas locales en Topsfield; en 1758-60, 1762, 1764, 1766-73, 1777-80 y 1782-83,
presidente de la asamblea municipal; en 1764-70, 1772, 1777-78 y 1781, representante en la Corte
General (Cámara de Diputados); secretario municipal en 1774, 1776, y 1777; delegado al Congreso
Provincial de Concord, celebrado el 11 de octubre de 1774; por segunda vez el 19 de enero de 1775, y
en 1773 presidente del comité sobre el té del Distrito de Topsfield.
Recibió el grado de capitán durante su servicio en la milicia de Massachusetts. Se casó con
Priscilla Gould, hija de Zacheus Gould de Topsfield, y tuvieron cinco hijos, dos niños y tres niñas. La
madre murió poco después de dar a luz a su último hijo, y entonces Samuel se casó con una prima de
su primera esposa que tenía el mismo nombre que la anterior. El 14 de noviembre de 1785 murió
Samuel Smith dejando propiedades por valor de más de 544 libras esterlinas. El Gazette de Salem,
fechado el 22 de noviembre de 1785, se refirió a él en la siguiente manera:
DEFUNCIONES.—El lunes 14 de los corrientes falleció D. Samuel Smith en Topsfield. Su amable
y digno carácter que manifestaba tan palpablemente así en público como en privado, dejará gratos
recuerdos de él. Por varios años representó la ciudad ante la Corte General, donde fue estimado como
hombre íntegro y sincero. Su disposición servicial entre aquellos con quienes más estrechamente se
asoció descollaba eminentemente. Era un amigo sincero de las libertades de su país y vigoroso
defensor de la doctrina del cristianismo. Bendita sea la memoria del justo.
Asael Smith, abuelo de José Smith.—Asael Smith fue el segundo varón y último niño de la
familia de Samuel, hijo. Nació en Topsfield el 7 de marzo de 1744. Como ya se ha dicho, su madre
murió poco después de su nacimiento. Pasó su juventud en Topsfield. y el 12 de febrero de 1767 tomó
por esposa a Mary Dutv, de Windham, Estado de New Hampshire. Más tarde se trasladó a ese lugar, y
de allí se mudó a Dunbarton y luego a Derryfield, hoy la ciudad de Manchester. Durante la revolución
siguió el ejemplo de su ilustre padre y se dió de alta en las fuerzas coloniales. Después de la muerte de
su padre, ocurrida en 1785, volvió a Topsfield y se estableció en la propiedad de la familia. Vivió en la
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antigua casa que se hallaba a unos dos o tres kilómetros al norte del pueblo, y allí nacieron varios de
sus hijos, entre ellos José, padre del profeta José Smith.
Asael era un hombre de conceptos muy liberales, más avanzados que cualesquiera de los de su
tiempo. Algunos de sus hijos eran miembros de la Iglesia Congregacional, pero aunque él favorecía las
enseñanzas de los universalistas, se conservó apartado de todas las sectas porque no podía reconciliar
su interpretación de las Escrituras con los muchos credos contrarios que existían. Defendía
enérgicamente la verdad de que todos los hombres debían gozar de una libertad religiosa completa e
igual. En sus opiniones era explícito y franco, y se expresaba sin temor de las opiniones dominantes de
sus vecinos. Tenía cierta habilidad para escribir, y los miembros de la familia aún guardan algunos
valiosos conceptos que dejó escritos. Varios años antes de su muerte escribió una carta dirigida a su
familia, en la cual se hallan consejos que aun los padres e hijos de esta época podrían seguir
benéficamente. Se manifestará de un modo mejor el carácter de este hombre, y se revelará su notable fe
en Jesucristo, leyendo el siguiente extracto del documento de referencia:
Consejos de Asael Smith a su familia. — "Primeramente a ti, mi querida esposa—escribió—con
todo el poder y fuerza que hay en mí, te doy las gracias por tu cariño y fidelidad; y ruego a Dios, que es
el esposo de la viuda, que te cuide y no te desampare o te abandone, ni permita que te apartes de El o
de sus caminos. Pon tu confianza entera en El solamente; jamás ha desatendido ni desatenderá al que
ponga su confianza en El ... Y ahora, mis queridos hijos, voy a abriros mi corazón y a hablar
primeramente de la inmortalidad de vuestras almas. No menospreciéis esta cosa; el alma es inmortal, y
tendréis que responder a una Majestad Infinita: y ya que vais a pasar por la vida y la muerte, sed serios
en esta cosa. Sean formales todos vuestros tratos con Dios: cuando penséis en El, cuando de El habléis,
cuando le oréis o en alguna otra manera os dirijáis a esa gran Majestad, hacedlo sinceramente. No
juguéis con su nombre o sus atributos, ni lo pongáis por testigo de lo que no fuere la verdad absoluta, y
ni aun así sino cuando lo exijan la sana razón o consideración seria. En cuanto a religión, no deseo
señalaros ningún camino particular; pero quisiera que primeramente escudriñaseis las Escrituras y
consultaseis la razón para ver si éstas (que para mí son los dos testigos que apoyan al Dios de toda la
tierra) no son suficientes para convenceros de que la religión es un tema necesario . . .
"Al público: Alabad a Dios por vivir en una tierra de libertad, y portaos obediente y
concienzudamente hacia la autoridad bajo la cual vivís. Reconoced la providencia de Dios en la
preparación de la Constitución Federal, y sean para vosotros la unión y el orden como joyas preciosas."
Profecía de Asael Smith.—En la primavera de 1791 se mudó de Topsfield a Tunbridge, Estado
de Vermont, donde vivió varios años. Cuando envejeció y empezó a decaer su salud, se trasladó a
Stockholm donde vivió con su hijo Silas. Allí murió el 31 de octubre de 1830 a la edad de 86 años. Fue
un hombre alto, bien proporcionado y de fuerza extraordinaria. A veces venía sobre él el espíritu de
inspiración, y en una ocasión se expresó de esta manera: "Ha llegado a mi alma el presentimiento de
que uno de mis descendientes promulgará una obra que sacudirá el mundo de la fe religiosa." Tal vez
no esperaba vivir hasta ver ese día, pero alcanzó a verlo. El primer verano, después de la organización
de la Iglesia, lo visitaron su hijo José y su nieto, Don Carlos Smith, y le obsequiaron un ejemplar del
Libro de Mormón. Ya para entonces su salud estaba muy delicada, pero diligentemente leyó el libro, o
la mayor parte de él, y declaró estar convencido de que era de origen divino la obra de su nieto, José
Smith. No pudo bautizarse debido a su condición física, y murió poco después de esta visita. Más
tarde, su esposa, Mary Duty Smith, se mudó a Kirtland donde falleció en 1836, firme en la fe del evangelio restaurado.
Juan Mack de Connecticut.—Por su línea materna, José Smith descendía de John Mack, que
nació en Inverness, Escocia, el 6 de marzo de 1653. Emigró a América hacia el año 1669 y se
estableció primeramente en Salisbury, Estado de Massachu-setts. Se casó con Sara Bagley, hija de
Orlando Bagley, y se trasladó a Lyme, Estado de Connecticut, donde nacieron ocho o más de los doce
hijos que tuvieron, y fue el fundador de la familia Mack de Connecticut. Murió el 24 de febrero de
1721. Ebenezer, hijo de John Mack nació en Lyme, Estado de Connecticut, el 8 de diciembre de 1697.
Fue un hombre muy frugal y supo granjearse el respeto v estimación del pueblo de Lyme. donde actuó
como ministro de la Segunda Iglesia Con-gregacional durante algunos años. Contrajo matrimonio con
Hannah. hija de Aarón Huntly, respetable ciudadano de Lyme. Por un tiempo Ebenezer Mack tuvo
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algunos bienes y propiedades y "se granjeó la atención v respeto que siempre se brinda a los que viven
en buenas circunstancias v siguen hábitos de estricta moralidad". Sin embargo, sobrevinieron algunos
reveses y en sus últimos años quedó pobre. Fue padre de nueve hijos.
Abuelos maternos de José Smith.—Salomón, hijo de Ebenezer Mack, nació el 26 de septiembre
de 1735 en Lyme, Estado de Connecticut. A la edad de veintiún años ofreció sus servicios a su país
bajo el mando del capitán Henry, en el regimiento del coronel Whiting. Después de algunos años de
servicio militar— en el curso del cual su vida fue milagrosamente preservada, a pesar de que tomó
parte en varios combates sangrientos—fue licenciado honorablemente en Crown Point, en la primavera
de 1759. Ese mismo año conoció a una joven profesora, Lydia Gates, hija de Nathan Gates, rico
hacendado de East Haddam, Estado de Connecticut. Poco después de conocerse se casaron, y en 1761
Salomón y su esposa se trasladaron a Marlow, donde establecieron su residencia en un sitio
despoblado. No había más que cuatro familias alrededor de ellos en una extensión de 60 kilómetros.
Allí fue donde supo apreciar las excelentes virtudes de su esposa. "En vista de que los niños no podían
ir a la escuela-escribió—ella se hizo cargo de su educación y cumplió con los deberes de una profesora
como sólo una madre puede hacerlo. Preceptos, acompañados de ejemplos, dejaron impresiones inolvidables en sus tiernos pensamientos. Además de la educación ordinaria que ella les impartía, solía
juntarlos al amanecer y al atardecer para enseñarles a orar, y mientras tanto les hacía ver la necesidad
de amarse el uno al otro, así como de sentir devoción hacia Aquel que los había creado."
De esta manera quedaron inculcados en sus hijos las virtudes morales así como la fe en su
Redentor.
Servicio patriótico de Salomón Mack.—En 1776, Salomón Mack se dió de alta en el ejército
norteamericano. Por un tiempo estuvo con el ejército, pero más tarde formó parte de la marina. Con sus
dos hijos, Jason y Stephen, tomó parte en una expedición de corso al mando del capitán Havens.
Tuvieron algunas aventuras emocionantes en extremo, pero escaparon con muy poco daño. Su servicio
militar duró en total unos cuatro años. Cuando fue licenciado, se mudó a Gilsum, Estado de New
Hampshire, para establecerse allí. Debido a las campañas tan rigurosas de las dos guerras en que había
prestado sus servicios, decayó su salud y padeció mucho durante sus últimos años. Su hijo Stephen se
trasladó a Vermont y más tarde a Detroit, donde se dedicó a los negocios mercantiles y fue uno de los
fundadores de esa ciudad. Durante la guerra de 1812 Stephen de nuevo prestó sus servicios a su país.
Fue capitán durante el sitio de Detroit, y cuando su superior le mandó que rindiera la plaza, se negó a
obedecer la orden. Haciendo pedazos su espada, la arrojó en el lago diciendo que nunca aceptaría tan
vergonzoso acto mientras corriera por sus venas la sangre americana.
Tal era el carácter de los antepasados de José Smith.

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CAPITULO 6
LA NIÑEZ DE JOSÉ SMITH 1805-1820
Nacimiento de José Smith el Profeta.—José Smith, hijo de Asael, nació en Topsfield el 12 de
julio de 1781. A fines del siglo dieciocho estaba viviendo en Tunbridge, Estado de Vermont, donde
tenía una buena granja y se dedicaba al cultivo de la tierra. Fue allí donde conoció a Lucy Mack, hija
de Salomón Mack, y a la cual más tarde tomó por esposa. Lucy había ido a visitar a su hermano
Stephen, que por esa época vivía en Tunbridge. Después de su matrimonio, José Smith siguió viviendo
en el mismo lugar seis años más. En 1802 alquiló sus tierras y se trasladó a Randolph para dedicarse a
los negocios mercantiles. Más tarde vendió su granja en Tunbridge y se mudó a Royalton, v luego a
Sharon, donde nació su hijo José, el 23 de diciembre de 1805. En 1811 los Smith se trasladaron de Vermont a New Hampshire, donde proyectaron establecerse "y empezaron a ver con gozo y satisfacción"
que la prosperidad coronaba sus esfuerzos. Igual que la mayor parte de los padres, estaban deseosos de
dar algunas comodidades a sus hijos, junto con las ventajas de una educación. Sobre este anhelo la
madre escribe:
Las primeras aflicciones de los Smith.—"En vista de que los niños no habían tenido mucha
oportunidad de ir a la escuela, empezamos a hacer los arreglos para atender a este importante deber.
Colocamos a Hyrum, nuestro segundo hijo, en una academia en Hanover: y mandamos a una escuela
próxima a los demás que tenían la edad suficiente. Mientras tanto, mi esposo y yo estábamos haciendo
cuanto esfuerzo nuestras habilidades nos permitían por el futuro bienestar y ventaja de la familia, y
vimos que fue grandemente bendecido nuestro empeño."
Sin embargo, se malograron todos estos proyectos, porque una epidemia de tifo azotó el país, y
todos los hijos de los Smith cayeron gravemente enfermos. Sofronia, la hija mayor, estuvo mucho
tiempo a punto de morir, y sólo la Providencia Divina, invocada por medio de la oración, la salvó. José
pudo reponerse de la fiebre, después de estar enfermo dos semanas, pero le quedó un agudo dolor en el
hombro. Al principio se creía que era a consecuencia de alguna tercedura, pero más tarde se descubrió
que provenía de otras causas. Se le había formado una bolsa de pus que se hizo necesario abrir. Su
madre describe en esta manera vivida sus sufrimientos:
Grave aflicción de ]osé Smith. — "En cuanto la llaga se hubo vaciado, cesó el dolor en esa parte
y le bajó como rayo (según él lo describió) por todo el costado hasta el tuétano del hueso de la pierna,
que no tardó en agravarse. Cuando esto sucedió, mi pobre hijo exclamó en su desesperación: '¡Ay,
papá, me duele tanto que no sé cómo podré aguantarlo!'
"Pronto empezó a hinchársele la pierna, y siguió padeciendo los más terribles dolores dos semanas
más. En esos días yo lo llevaba en brazos la mayor parte del tiempo para calmar sus dolores hasta
donde fuera posible. Como resultado de ello, yo misma me puse muy enferma, porque mi naturaleza no
pudo soportar la angustia mental y el agotamiento físico.
La ternura de Hyrum Smith. — "Hyrum, en quien abundaban la ternura y el cariño, pidió
permiso para tomar mi lugar; y como era un joven bueno y constante, se lo permitimos. A fin de
facilitarle la tarea, acostamos a José sobre una cama baja, y Hyrum se sentaba al lado de su hermano,
casi día y noche, oprimiendo entre sus manos la parte dolorida de la pierna para que éste pudiera
soportar las punzadas, tan severas que apenas podía aguantarlas.
Se recurre a la ayuda médica.— "Al fin de tres semanas nos pareció prudente llamar de nuevo al
cirujano. Cuando llegó, le hizo una incisión de veinte centímetros en el frente de la pierna, entre la
rodilla y el tobillo, lo cual le alivió el dolor en gran manera, y el enfermo se sintió muy bien; pero
cuando la herida empezó a cerrar, nuevamente le volvió el dolor con la fuerza de antes. "Regresó el
médico, y en esta ocasión amplió la cortada, llegando hasta el hueso. Por segunda vez empezó a cerrar
la
herida, pero al grado que iba sanando, también comenzó a inflamarse; y así continuó la hinchazón
hasta que nos pareció prudente consultar a varios médicos, los cuales decidieron, después de una
conferencia, que no les quedaba más remedio que amputarle la pierna.
Se llega a un acuerdo. — "Poco después de haber tomado esta determinación, llegaron a la casa y
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los recibimos en un cuarto donde José no pudiera oír. Habiéndose sentado, les pregunté: Señores ¿qué
pueden hacer ustedes para curarle la pierna a mi hijo?' Me contestaron: No podemos hacer nada; ya le
hemos abierto la pierna hasta el hueso y la hallamos tan infectada que no hay manera de curarla. Urge
la amputación para salvarle la vida.'
"Sentí como si me hubiera herido un rayo. Me dirigí al cirujano principal: 'Dr. Stone, ¿no puede
usted hacer un intento más? ¿No podría usted cortar alrededor del hueso y quitar la parte infectada para
ver si tal vez sana la parte buena, y de esta manera salvarle la pierna? Usted no puede, no debe cortarle
la pierna sin que lo intente una vez más. No le permitiré entrar en el cuarto hasta que usted me lo
prometa.'
"Después de consultar entre sí unos minutos consintieron en atender a mi súplica, y entonces
fueron a ver a mi hijo sufriente. Uno de los médicos, al acercarse a donde estaba acostado dijo:
"—Hemos venido otra vez.
"—Sí—respondió José—ya lo veo; pero no han venido para cortarme la pierna, ¿verdad?
"—No; tu madre nos ha rogado que hagamos un esfuerzo más, y a eso hemos venido.
"El cirujano principal, después de un momento de conversación, mandó que se trajera una cuerda
para atar a José a la cama, pero éste se opuso. El doctor, sin embargo, insistió en que tendría que ser
atado. Entonces José contestó con mucha determinación:
"—No, doctor, no me dejaré atar, porque puedo aguantar la operación mucho mejor si estoy libre.
"—Entonces, ¿quieres beber un poco de aguardiente?—le preguntó el doctor.
"—No—respondió José—ni una gota.
"—Entonces bebe un poco de vino; tienes que tomar algo o no podrás soportar la grave operación
que vamos a tener que practicar.
" — ¡No!—exclamó José.—No beberé ni una gota de licor ni me dejaré atar; pero le diré lo que
voy a hacer. Le diré a mi padre que se siente en la cama y me sostenga en sus brazos; entonces haré lo
que sea necesario para que me saquen el hueso.
"Dirigiéndose a mí, dijo:
"—Mamá, quiero que usted salga del cuarto porque sé que no puede aguantar verme sufrir tanto;
papá lo puede soportar, pero usted me ha cargado y me ha cuidado tanto que ya no tiene fuerzas.
Mirándome de lleno en la cara, con los ojos bañados de lágrimas, añadió:
"—Mamá, prométame que no se quedará. El Señor me ayudará, y sé que podré soportarlo.
"Obedecí su ruego, y después de colocar algunas sábanas dobladas debajo de su pierna enferma,
me alejé alguna distancia de la casa para no poder oír.
La operación.—"Para empezar la operación, los médicos le taladraron el hueso de la pierna,
primero por el lado donde estaba enfermo y entonces por el lado contrario. En seguida lo quebraron
con unas pinzas, y de esta manera le sacaron algunos pedazos grandes del hueso. Cuando le quebraron
el primer pedazo, José gritó tan fuertemente, que no pude aguantar y corrí a él.
Cuando entré en el cuarto, gritó: '¡Mamá, vuélvase, vuélvase! No quiero que entre.
soportarlo si usted se va . . .'

Trataré de

"Inmediatamente me hicieron salir del cuarto y no me dejaron entrar otra vez hasta que hubieron
terminado la operación. Después que acabaron, pusieron a José sobre una cama limpia, quitaron todas
las manchas de sangre que había en el cuarto y alzaron los instrumentos que habían usado en la
operación; sólo entonces se me permitió entrar otra vez.
Es sanado.—"José inmediatamente empezó a sanar, y desde ese momento siguió mejorando hasta
que recuperó su fuerza y salud. Habiéndose restaurado lo suficiente para viajar, fue a visitar a su tío en
Salem, con la esperanza de que el aire del mar le hiciera bien, y en esto no salió contrariado."
El traslado a Nueva York.— Todo un año tuvo la familia que contender con enfermedades
continuas; y esto, junto con tres años consecutivos de malas cosechas, los dejó en circunstancias
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críticas. Tanto se desanimaron, que resolvieron trasladarse al clima más moderado y región más fértil
de la parte occidental de Nueva York, donde tendrían mejor oportunidad para recuperarse de sus
pérdidas. En cuanto pudieron hacer los arreglos y liquidar sus deudas, José Smith y su familia se
mudaron a Pal-myra, Estado de Nueva York, a unos 480 kilómetros de su antigua casa en New
Hampshire. Los miembros de la familia entonces consultaron entre sí el curso que habían de seguir.
Por último se determinó comprar unas cuarenta hectáreas de tierra, como a tres kilómetros al sur de
Palmyra. Debe tenerse presente que la parte occidental de Nueva York se hallaba mayormente despoblada en ese tiempo. Los estados de Ohío, Michigan e Illinois, estaban casi sin explorar; y del otro lado
del gran río Misisipí había tierras que apenas si se conocían. Más de diez años después, el Señor,
refiriéndose a Misurí en una revelación dada a José Smith, dijo que se hallaba en las "fronteras de los
lamanitas".
Se compra una casa.—Cuando se trasladaron a Palmyra, dos de los jóvenes, Alvin y Hyrum,
prestaron mucha ayuda en la construcción de la nueva casa. Junto con su padre empezaron a desmontar
las tierras recientemente adquiridas, porque estaban cubiertas de árboles. Esta condición generalmente
prevalecía en aquella parte del país hace cien años. Durante el primer año desmontaron unas doce
hectáreas—en sí una tarea bastante grande—además de trabajar a jornal de cuando en cuando, según se
les presentaba la oportunidad, a fin de tener con qué pagar sus obligaciones. De manera que el primer
año pudieron hacer casi todo el primer pago del terreno, que durante ese tiempo no estaba en condición
de ser cultivado. La madre, con su infatigable industria, se dedicó a la tarea de ayudar a suministrar las
necesidades de la casa, y logró buen éxito, vendiendo manteles de goma pintados a mano, para lo cual
era muy diestra.
Se mudan a Manchester.—A los cuatro años de haber llegado a Palmyra, los Smith se
trasladaron a sus tierras, donde construyeron una casa de troncos de cuatro cuartos, a la que más tarde
añadieron otras piezas para dormir. Fue mientras vivían en esta casa que José recibió sus gloriosas
visiones. Se había proyectado la construcción de una casa más amplia bajo la dirección de Alvin, el
hijo mayor, que tenía el deseo de ver a sus padres en un hogar cómodo. Había expresado la esperanza
de preparar un cuarto donde pudieran sentarse su padre y madre con toda comodidad, y no permitir que
trabajaran tanto como hasta entonces lo habían hecho. Fue en realidad un pensamiento y deseo nobles,
pues sus padres efectivamente habían trabajado y se habían afanado mucho en medio de las tribulaciones y aflicciones que los llevó a la pobreza.
La muerte de Alvin Smith.—Alvin no vivió para realizar su proyecto ni para ver el
cumplimiento de sus sueños. En el otoño de 1824 se erigió la armazón para la casa nueva y se
consiguió el material necesario para completarla; pero en noviembre de ese año, Alvin cayó enfermo y
murió el día 19 del mes a los veintisiete años de edad. Vivió para enterarse de la visita del Padre y del
Hijo, y la aparición de Moroni, y se convenció de que aquellas cosas eran ciertas. Murió orando por su
hermano menor, José, y le aconsejó que fuera fiel a la gran obra que le había sido confiada. Se dice que
Alvin fue un "joven de singular bondad y disposición, benigno y amable".
La mano de la providencia.—Aunque difíciles de sobrellevar, las muchas adversidades de los
Smith redundaron, mediante la providencia del Señor, en beneficio para ellos. Si hubiesen permanecido
en Vermont o New Hampshire, quizá los fines del Señor no se habrían realizado tan cabalmente. Tenía
una obra grande para el joven José, y fue menester que la familia se mudara al sitio donde se habría de
efectuar. Por tanto, la mano del Señor los condujo por el valle de la tribulación al lugar que les había
preparado.

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CAPITULO 7
LA VISION 1820
La propia historia de José Smith.—Jamás se ha relatado la maravillosa visión del Padre y
del Hijo concedida a José Smith, en una forma tan eficaz y clara como él mismo lo ha hecho. Por
tanto, se repite aquí con la sencillez completa con que él la narró.
"Durante el segundo año de nuestra residencia en Mán-chester, surgió en la región donde
vivíamos una agitación extraordinaria sobre el tema de la religión. Empezó entre los metodistas,
pero pronto se generalizó entre todas las sectas de la comarca. En verdad, parecía repercutir en
toda la región, y grandes multitudes se unían a los diferentes partidos religiosos, ocasionando no
poca agitación y división entre la gente; pues unos gritaban: '¡He aquí!' y otros; '¡He allí!' Unos
contendían a favor de la fe metodista, otros a favor de la presbiteriana y otros a favor de la
bautista. Porque a pesar del gran amor expresado por los conversos de estas distintas creencias al
tiempo de su conversión, y del gran celo manifestado por los clérigos respectivos, que activamene
suscitaban y fomentaban este cuadro singular de sentimientos religiosos—a fin de lograr convertir
a todos, como se complacían en decir, pese a la secta que fuere— sin embargo, cuando los
convertidos empezaron a dividirse, unos con este partido y otros con aquél, se vio que los
supuestos buenos sentimientos, tanto de los sacerdotes como de los prosélitos, eran más fingidos
que verdaderos; porque siguió una escena de gran confusión y malos sentimientos—sacerdote contendiendo con sacerdote, y prosélito con prosélito—de modo que toda esa buena voluntad del uno
para con el otro, si alguna vez la abrigaron, ahora se perdió completamente en una lucha de
palabras y contienda de opiniones.
"Para entonces yo había entrado en los quince años. La familia de mi padre se convirtió a la fe
presbiteriana; y cuatro de ellos ingresaron a esa iglesia, a saber, mi madre Lucy, mis hermanos
Hyrum y Samuel Hárrison, y mi hermana Sofronia.
Una época de agitación religiosa.—"Durante estos días de tanta agitación, invadieron mi
mente una seria reflexión y gran inquietud; pero no obstante la intensidad de mis sentimientos, que
a menudo eran punzantes, me conservé apartado de todos estos grupos, aunque concurría a sus
respectivas juntas cada vez que la ocasión me lo permitía. Con el transcurso del tiempo llegué a
favorecer un tanto la secta metodista, y sentí cierto deseo de unirme a ella, pero eran tan grandes la
confusión y contención entre las diferentes denominaciones, que era imposible que una persona
tan joven como yo, y sin ninguna experiencia en cuanto a los hombres y las cosas, llegase a una
determinación precisa sobre quién tendría razón y quién no. Tan grande e incesante eran el clamor
y alboroto, que a veces mi mente se agitaba en extremo. Los presbiterianos estaban decididamente
en contra de los bautistas y los metodistas, y se valían de toda la fuerza, tanto del razonamiento así
como de la sofistería, para demostrar los errores de éstos, o cuando menos, hacer creer a la gente
que estaban en error. Por otra parte, los bautistas y metodistas, a su vez, se afanaban con el mismo
celo para establecer sus propias doctrinas y refutar las demás.
Se pone a prueba la promesa de Santiago. — "En medio de esta guerra de palabras y
tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacerr ¿Cuál de todos estos
partidos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré
saberlo? Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las contiendas de estos
partidos religiosos, un día estaba leyendo la Epístola de Santiago, primer capítulo y quinto
versículo, que dice: Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a
todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que
éste en esta ocasión el mío. Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón.
Lo medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era
yo; porque no sabía qué hacer, y a menos que pudiera obtener mayor conocimiento del que hasta
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entonces tenía, jamás llegaría a saber; porque los maestros religiosos de las diferentes sectas
interpretaban los mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto, que destruía toda
esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia. Finalmente llegué a la conclusión de que
tendría que permanecer en tinieblas y confusión, o, de lo contrario, hacer lo que Santiago
aconsejaba, esto es, recurrir a Dios. Al fin tomé la determinación de pedir a Dios, habiendo
decidido que si El daba sabiduría a quienes carecían de ella, y la impartía abundantemente y sin
reprochar, yo podría intentarlo. Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir a
Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue en la mañana de un día hermoso y despejado, a
principios de la primavera de 1820. Era la primera vez en mi vida que hacía tal intento, porque en
medio de toda mi ansiedad, hasta ahora no había procurado orar vocalmente.
La visión.—"Después de apartarme al lugar que previamente había designado, mirando a mi
derredor y encontrándome solo, me arrodillé y empecé a elevar a Dios los deseos de mi corazón.
Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que completamente me
dominó, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude
hablar. Una espesa niebla se formó alrededor de mí, y por un tiempo me pareció que estaba
destinado a una destrucción repentina.
"Mas esforzándome con todo mi aliento para pedirle a Dios que me librara del poder de este
enemigo que se había apoderado de mí, y en el momento preciso en que estaba para hundirme en
la desesperación y entregarme a la destrucción'—no a una ruina imaginaria, sino al poder de un ser
efectivo del mundo invisible que ejercía esta fuerza tan asombrosa como yo nunca había sentido
en ningún otro ser—precisamente en este momento de tan grande alarma vi una columna de luz
más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; v esta luz gradualmente descendió hasta
descansar sobre mí.
"No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar la luz
sobre mí, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción.
Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: '¡Este es mi Hijo
Amado: Escúchalo!'
"Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a
fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado lo suficiente para poder hablar,
pregunté a los Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la
verdadera, y a cuál debería unirme. Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque todas
estaban en error; y el Personaje que me habló dijo que todos sus credos eran una abominación a su
vista; que todos aquellos profesores se habían pervertido; que 'con sus labios me honran pero su
corazón está lejos de mí; enseñan como doctrinas mandamientos de hombres, teniendo apariencia
de piedad, mas negando la eficacia de ella'. De nuevo me mandó que no me afiliara con ninguna
de ellas; y muchas otras cosas me dijo que no puedo escribir en esta ocasión. Cuando otra vez
volví en mí, me encontré de espaldas mirando hacia el cielo.
"Al retirarse la luz, me quedé sin fuerzas, pero poco después, habiéndome recobrado hasta
cierto punto, volví a casa. Al apoyarme sobre la mesilla de la chimenea, mi madre me preguntó si
algo me pasaba. Yo le contesté: 'Pierda cuidado, todo está bien; estoy en bastante buena
condición'. Entonces le dije: 'He sabido a satisfacción mía que el presbiterianismo no es
verdadero.'
Oposición sectaria. — "Parece que desde los años más tiernos de mi vida el adversario sabía
que yo estaba destinado a perturbar y molestar su reino; de lo contrario, ¿por qué habían de
combinarse en mi contra los poderes de las tinieblas? ¿Cuál era el motivo de la oposición y
persecución que se desató contra mí casi desde mi infancia?
"A los pocos días de haber visto esta visión, me encontré por casualidad en compañía de uno
de los ministros metodistas, uno muy activo en la ya mencionada agitación religiosa, y hablando
con él de asuntos religiosos, aproveché la oportunidad para relatarle la visión que había visto. Su
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conducta me sorprendió grandemente; no sólo trató mi narración livianamente, sino con mucho
desprecio, diciendo que todo aquello era del diablo; que no había tales cosas como visiones y
revelaciones en esos días; que todo eso había cesado con los apóstoles, y que no volvería a haber
más.
"Sin embargo, no tardé en descubrir que mi relato había despertado mucho prejuicio en contra
de mí entre los profesores de religión, y fue la causa de una fuerte persecución, cada vez mayor; y
aunque no era yo sino un muchacho desconocido, apenas entre los catorce y quince años de edad,
y tal mi posición en la vida que no era un joven de importancia alguna en el mundo, sin embargo,
los hombres en altas posiciones se fijaban en mí lo suficiente para agitar el sentimiento público en
mi contra y provocar con ello una amarga persecución; y esto fue general entre todas las sectas:
todas se unieron para perseguirme.
Reflexiones de José Smith.—"En aquel tiempo me fue motivo de seria reflexión, v
frecuentemente lo ha sido desde entonces; cuán extraño que un muchacho desconocido de poco
más de catorce años, v además, uno que estaba bajo la necesidad de ganarse un escaso sostén con
su trabajo diario, fuese considerado persona de importancia suficiente para llamar la atención de
los grandes personajes de las sectas más populares del día; v a tal grado, que suscitaba en ellos un
espíritu de la más rencorosa persecución y vilipendio. Pero extraño o no, así aconteció; y a
menudo fue motivo de mucha tristeza para mí. Sin embargo, no por esto dejaba de ser un hecho el
que yo hubiera visto una visión. He pensado desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando
presentó su defensa ante el rey Agripa y refirió la visión en la que vio una luz y oyó una voz. Mas
con todo, fueron pocos los que lo creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba
loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión.
Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese
hecho; y aunque lo persiguieran hasta la muerte, aún así, sabía, y sabría hasta su último aliento,
que había visto una luz así como oído una voz que le habló; y el mundo entero no iba a poder
hacerlo pensar o creer lo contrario.
"Así era conmigo. Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos
Personajes, los cuales en realidad me hablaron; v aunque se me odiaba y perseguía por decir que
había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me censuraban, y
decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por
qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para
oponerme a Dios? ¿o por qué quiere el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque
había visto una visión; yo lo sabía y comprendía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría
hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación.
"Mi mente ya estaba satisfecha en lo que concernía al mundo sectario: que mi deber era no
unirme con ninguno de ellos, sino permanecer como estaba hasta que se me dieran más instrucciones. Había descubierto que el testimonio de Santiago es cierto: que si el hombre carece de
sabiduría, puede pedirla a Dios y obtenerla sin reproche."
El gran honor de José Smith.—No existe ningún relato en la historia o la revelación, de que
en alguna ocasión anterior, el Padre y el Hijo le hayan aparecido en su gloria a un ser mortal.
Sumamente maravilloso fue el honor que se confirió a este humilde joven. Grande fue su fe; tan
grande así, que, como el hermano de Jared, pudo penetrar el velo y ver la gloria de estos Seres
santos, cuya gloria reposó sobre él. Si no le hubiera hecho sombra este poder, no habría podido
resistir su presencia, porque su fulgor era mucho mayor que el del sol al mediodía. Por tanto, no
fue por el poder del ojo natural que él vio esta gran Visión, sino con la ayuda de los ojos del
espíritu. El hombre natural, sin la gracia salvadora del poder del Señor, no puede ver su presencia
de esta manera, porque sería consumido. José Smith, mediante el poder del Señor, pudo ver la
presencia del Gran Creador y su Hijo Glorificado, porque se dignaron honrarlo con su presencia y
conversar con él.
Los cielos ya no están sellados.—Los cielos cesaron de ser como de bronce. El hombre ya
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no estaría obligado a tropezar y palpar a obscuras por más tiempo. Se dió a conocer la salvación, y
las buenas nuevas iban a ser proclamadas, como con el son de potente trompeta, hasta los extremos
de la tierra. Se aproximaba el fin del reinado de Satanás, y en breve iba a proclamarse el mensaje a
toda nación, tribu, lengua y pueblo.
El mundo rechaza la visión.—Con razón pudo regocijarse José Smith. ¡Ahora poseía un
conocimiento mayor que todos los profesores y ministros del mundo! Era natural su deseo de que
otros compartieran su gozo, de comunicarles su maravillosa información. ¡Se la proclamaría con
gozo; pues ciertamente se alegrarían de recibirla y se regocijarían con él! Pero lo esperaba una
gran desilusión, porque unánimemente se rechazó su mensaje. Sólo los miembros de su familia
quisieron creer. Los hombres instruidos lo trataron con desprecio, aunque no era sino un jovencito.
Lo avergonzaron y se burlaron de él, y en lugar de ser recibido con el espíritu de amor y gratitud
por haber revelado aquel glorioso mensaje de verdad, tuvo que contender con el espíritu del
desprecio y el rencor. Con tristeza aprendió a guardar silencio y a esperar la luz adicional e
inspiración que se le habían prometido. Aunque todo el mundo se burlaba y sus amigos anteriores
lo ridiculizaban, él sabía que había visto la visión. Había un Amigo a quien él ahora podía recurrir
y derramar su alma con la humilde esperanza de recibir ánimo y ayuda. ¿Qué importaba que todo
el mundo se burlara, si el Hijo del Hombre escuchaba su humilde ruego?
No es extraño que se haya rechazado el mensaje.—Sin embargo, al reflexionarlo, no nos
parece raro que el mundo haya rechazado este mensaje de luz y verdad, porque el Señor dijo
muchos siglos antes: "Los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran
malas." Y en lo que respecta a los sacerdotes, ¿no estaban en peligro sus artificios? El mensaje
comunicado por el Dios de los cielos al joven vidente era decisivo en extremo. Se había
declarado, en lenguaje fácil de entender, que los credos de los hombres no concordaban con su
evangelio. No era un mensaje muy agradable para los ministros religiosos del día. Además, la
visión había desquiciado las tradiciones de los tiempos, y de una manera enfática impugnaba y
refutaba las doctrinas que se predicaban en las iglesias. El mundo enseñaba y creía que el canon de
las Escrituras estaba completo; que no habría, ni podía haber más revelación; que las visitas de
ángeles habían cesado con los primeros padres cristianos y que tales cosas habían dejado de ser
para siempre jamás. También se enseñaba la doctrina de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
eran seres incomprensibles, sin cuerpo, partes o pasiones. La revelación del Padre y del Hijo, en
calidad de personas separadas, cada cual con un cuerpo tangible a semejanza del cuerpo del
hombre, significaba el exterminio de esta doctrina, así como de la doctrina de los cielos sellados.
El mundo sostenía que no debía esperarse la perfección en la religión o en la organización de la
Iglesia de Cristo, sino que los hombres debían guiarse por su propia razón humana para interpretar
la palabra del Señor declarada en las Escrituras.
Atrevida denuncia de las falsas doctrinas.—La intrépida denuncia de todas estas
enseñanzas y tradiciones tergiversadas, aunque expresada con sencillez confiada por un humilde
joven de catorce años de edad, ciertamente no iba a ser motivo de gozo v tranquilidad para
aquellos que creían en sus antiguas tradiciones y las amaban con el alma. No obstante, tenían que
comunicarse las nuevas, porque en el mundo había miles de almas honradas que en igual manera
estaban rogando que nuevamente fuese restaurada la luz del evangelio eterno y volviera a
proclamarse por testimonio el mensaje de salvación para que llegara el fin de la injusticia.

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25
CAPITULO 8
LA VISITA DE MORONI 1823-1827
La vida de José Smith entre 1820 y 1823. — "Seguí con mis ocupaciones comunes de la vida—
dice el Profeta en su historia—hasta el veintiuno de septiembre de mil ochocientos veintitrés, sufriendo
continuamente severa persecución de manos de toda clase de individuos, tanto religiosos como
irreligiosos, por motivo de que yo seguía afirmando que había visto una visión.
"Durante el tiempo que transcurrió entre la ocasión en que vi la visión y el año mil ochocientos
veintitrés—habiéndoseme prohibido unirme a las sectas religiosas del día, cualquiera que fuese,
teniendo pocos años, y perseguido por aquellos que debieron haber sido mis amigos y haberme tratado
con bondad; y si me creían deludido, haber procurado de una manera propia v cariñosa rescatarme—
me vi suieto a toda especie de tentaciones: v. juntándome con toda clase de personas, frecuentemente
cometía muchas imprudencias y manifestaba las debilidades de la juventud v las flaquezas de la
naturaleza humana, lo cual, me da pena decirlo, me condujo a diversas tentaciones, ofensivas a la vista
de Dios. Esta confesión no es motivo para que se me juzgue culpable de cometer pecados graves o
malos, porque jamás hubo en mi naturaleza tal disposición. Pero sí fui culpable de levedad, y en
ocasiones me asociaba con compañeros joviales, etc., cosa que no correspondía con la conducta que
había de guardar uno que había sido llamado de Dios como yo. Mas esto no será muy extraño para el
que se acuerde de mi juventud y conozca mi jovial temperamento natural.
"Como consecuencia de estas cosas, solía sentirme censurado a causa de mis debilidades e
imperfecciones. De modo que en la noche del va mencionado día veintiuno de septiembre, después de
haberme retirado a mi cama, me puse a orar, pidiéndole a Dios Todopoderoso perdón de todos mis
pecados e imprudencias; y también una manifestación, para saber de mi condición y posición ante El;
porque tenía la más completa confianza de obtener una manifestación divina, como previamente la
había tenido.
La aparición de Moroni. — "Encontrándome así en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía
una luz en mi cuarto, y que siguió aumentando hasta que la pieza quedó más iluminada que al
mediodía; cuando repentinamente se apareció un personaje al lado de mi cama, de pie en el aire,
porque sus pies no tocaban el suelo. Llevaba puesta una túnica suelta de una blancura exquisita. Era
una blancura que excedía cuanta cosa terrenal jamás había visto yo; ni creo que exista objeto alguno en
el mundo que pudiera presentar tan extraordinario brillo y blancura. Sus manos estaban desnudas, y
también sus brazos, un poco más arriba de las muñecas; y en igual manera los pies, así como las
piernas, poco más arriba de los tobillos. También tenía descubiertos la cabeza y el cuello, y pude darme
cuenta de que no llevaba puesta más ropa que esta túnica, porque estaba abierta de tal manera que
podía verle el pecho. No sólo tenía su túnica esta blancura singular, sino que toda su persona brillaba
más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo relámpago. El cuarto estaba sumamente
iluminado, pero no con la brillantez que había en torno de su persona. Cuando lo vi por primera vez,
tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí.
Es revelado el Libro de Mormón. — "Me llamó por mi nombre, y me dijo que era un mensajero
enviado de la presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía una obra para mí, y que entre
todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría mi nombre para bien y mal, o que se iba a hablar bien o
mal de mí entre todo pueblo.
"Dijo que se hallaba depositado un libro, escrito sobre planchas de oro, el cual daba una relación
de los antiguos habitantes de este continente, así como del origen de su procedencia. También declaró
que en él se encerraba la plenitud del evangelio eterno cual el Salvador lo había comunicado a los
antiguos habitantes. Asimismo, que junto con las planchas estaban depositadas dos piedras en aros de
plata, las cuales, aseguradas a un pectoral, formaban lo que se llamaba el Urim y Tumim; que la
posesión y uso de estas piedras era lo que constituía a los videntes de los días antiguos o anteriores, y
que Dios las había preparado para la tradución del libro.
Moroni cita a los antiguos profetas.—"Después de decirme estas cosas, empezó a repetir las
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Elementos de la historia de la iglesia joseph fielding smith

  • 2. ELEMENTOS DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA Una historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde el nacimiento de José Smith hasta la época actual, con capítulos preliminares sobre la antigüedad del evangelio y la apostasía por Joseph Fielding Smith Tercera edición Publicado por LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS Salt Lake City, Utah 1978 http://bibliotecasud.blogspot.com/ 1
  • 3. PROLOGO Desde hace tiempo se ha hecho sentir la necesidad de una historia de la Iglesia en un tomo, que se pudiera utilizar como lectura general y al mismo tiempo sen-ir de texto de estudio a los quórumes del sacerdocio, las escuelas de la Iglesia y las organizaciones auxiliares. En la preparación de esta obra se ha dado cuidadosa consideración a todos estos requisitos, y como en el título—Elementos de la Historia de la Iglesia—queda indicado, se han seleccionado los importantes v esenciales temas históricos y doctrinales, v en tanto que fue posible, se dispusieron en orden cronológico. Se han intercalado en la relación principal de la historia las doctrinas y revelaciones dadas al profeta José Smith, en tal forma que se espera resulte interesante, y a la vez instructivo, tanto para el que lee de ligero como para el estudiante esmerado. Además, se ha preparado la obra con el deseo de que el arreglo de la materia haga nacer en el lector un afán de seguir investigando y estudiando otras v más extensas historias, particularmente la Historia Documental de la Iglesia, en seis tomos, que comprende el período de la vida del profeta José Smith. Es imposible detallar en un solo tomo todos los acontecimientos importantes de la historia de la Iglesia. Sin embargo, esta obra emprende su misión con la esperanza de que realice en forma completa el propósito para el cual se escribe. Extiendo mi sincero agradecimiento al élder John A. Widtsoe del Consejo de los Doce por su inestimable ayuda en la preparación del manuscrito. También deseo manifestar mis gracias más sinceras a los élderes Edward H. Anderson, J. M. Sjodahl, Andrew Jenson, August William Lund y otros que con tan buena voluntad y disposición ayudaron en la preparación de la obra. Joseph Fielding Smith 2
  • 4. TABLA DE MATERIAS Capílulo 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. Página 5. 5 8. 12. 15. 15. 16. 19. 22. 26. 30. 35. 39. 42. 44. 49. 53. 53. 57. 60. 64. 67. 72. 77. 82. 87. 92. 99. 106. 111. 111. 116. 122. 129. 136. PARTE I Introducción: El evangelio en tiempos antiguos y medievales La Antigüedad del Evangelio La Apostasía La Revolución Protestante PARTE II La inauguración de la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos La Necesidad de una Restauración El Linaje de José Smith La Niñez de José Smith La Visión La Visita de Moroni José Recibe los Anales —Restauración del Sacerdocio Los Testigos del Libro de Mormón Revelación Sobre la Doctrina v el Gobierno de la Iglesia La Organización de la Iglesia Comienza el Ministerio Publico de la Iglesia El Ministerio Público de la Iglesia (II) PARTE III La etapa de Ohio y Misurí La Iglesia se Traslada de Nueva York a Ohio La Tierra de Sión es Consagrada El Libro de Mandamientos - La Visión de las Glorias -Ultrajes en Hiram Organización de la Primera Presidencia — Revelaciones Importantes La Expulsión del Condado de Jackson El Sacerdocio Patriarcal — El Campo de Sión Selección de los Doce y de los Setenta - Dedicación del Templo de Kirtland El Condado de Clay Rechaza a los Miembros—Apostasía y Tristeza La Presidencia se Traslada a Misurí—Excomunión de Oliverio Cowdery y Otros Dificultades en Misurí—El Gobernador Boggs y su Orden de Exterminio Las Persecuciones de los Miembros La Expulsión de Misurí PARTE IV El período de Nauvoo La Fundación de Nauvoo La Obra Misional en el Extranjero Se Apela a Washington — Persecuciones Adicionales Desde Misurí El Templo de Nauvoo y sus Ordenanzas — Otros Acontecimientos Importantes José Smith Acusado de Complicidad en el Atentado Contra Boggs 3
  • 5. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. 59. 142. 147. 151. 157. 164. 171. 171. 179. 184. 190 195. 201. 208. 215. 218. 223. 231. 237. 241. 241. 246. 253. 258. 261. 267. 274. 277. 282. 287. 291. 295. 295. 303. Desarrollo Doctrinal y Profecías Tercer Intento de Misurí de Aprehender a José Smith Candidatura de José Smith a la Presidencia de la Nación— La Conspiración de Nauvoo El Martirio La Sucesión de los Doce Apóstoles — Preparativos para Salir de Nauvoo PARTE V El establecimiento en las Montanas Rocosas El Éxodo de Nauvoo El Batallón Mormón Los Pioneros En "La Tierra Prometida" Organización de la Presidencia y Actividades de la Iglesia —1847-1849 Actividades de la Iglesia—1850-1857 "La Guerra de Utah" La Matanza en Mountain Meadows El Ejército en Utah Un Período de Contiendas y Rencores La Misión del Gobernador Shaffer v el Juez McKean Colonización y Progreso de la Iglesia PARTE VI Desarrollo reciente El Segundo Período de Presidencia Apostólica La Administración del Presidente John Taylor La Administración del Presidente Wilfórd Woodruff La Administración del Presidente Lorenzo Snow. La Administración del Presidente Joseph F. Smith La Administración de! Presidente Heber J. Grant George Albert Smith — Octavo Presidente de la Iglesia David Omán McKay—Noveno Presidente de la Iglesia Joseph Fielding Smith—Décimo Presidente de la Iglesia Harold B. Lee—Undécimo Presidente de la Iglesia Spencer Woollev Kimball—Duodécimo Presidente de la Iglesia. APÉNDICE Las Organizaciones Auxiliares de la Iglesia Autoridades Generales de la Iglesia http://bibliotecasud.blogspot.com/ 4
  • 6. ELEMENTOS DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA PARTE I Introducción: El evangelio en tiempos antiguos y medievales CAPITULO 1 LA ANTIGÜEDAD DEL EVANGELIO El evangelio es más antiguo que la Ley.—Desde el tiempo del éxodo de Egipto hasta el advenimiento de Jesucristo, los israelitas vivieron subordinados a las leyes dadas a Moisés. Muchos creen que la primera vez que el gran plan de salvación estuvo entre los hombres fue cuando el Salvador reemplazó esas leyes con el evangelio; pero éste es mucho más antiguo que la ley de Moisés, ya que existió antes de la fundación del mundo. Sus principios son eternos, y se dieron a conocer a los espíritus de los hombres en la preexistencia, el día en que se escogió a Jesucristo para ser el "Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo". (Apo. 13:8) En la vida espiritual se hicieron todos los preparativos necesarios para poblar esta tierra con seres mortales. Allí se decidió que Adán viniese a este mundo para ser el progenitor de la raza humana. La caída del hombre y su redención.—A fin de que Adán y su posteridad pudiesen obtener la experiencia que sólo en en el estado mortal se puede lograr, fue necesario que infringiera la ley que lo regia en el Jardín de Edén, y de ese modo someterse él mismo y su posteridad a la muerte. A fin de ganar una exaltación el hombre debe adquirir experiencia y ejercer su libre al-bedrío. Entonces, conociendo el bien, así como el mal, y obedeciendo la voluntad del Padre, recibirá un galardón por las buenas obras que haya hecho en la carne. La caída del hombre trajo la tentación, el pecado y la muerte. Fue esencial, por tanto, que se proveyese un Redentor, cuya expiación por la caída diera a todos los hombres, pese a su creencia, raza o color, el derecho de levantarse en la resurrección de los muertos para ser juzgados según sus obras. "Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados." (I Cor. 15:21, 22) La salvación individual le fue enseñada a Adán.—La salvación individual requiere que el hombre se arrepienta y acepte la plenitud del evangelio, si quiere ganar la exaltación en el reino de Dios. Después de su expulsión del Jardín de Edén se le enseñó a Adán este plan de salvación. Fue bautizado en el agua para la remisión de sus pecados en el nombre del Unigénito del Padre, v recibió el Espíritu Santo. A él y a su esposa, Eva, se dió el mandamiento de enseñar el evangelio a sus hijos, para que ellos también fuesen santificados de todo pecado y gozaran de las palabras de vida eterna en este mundo, y de vida eterna en el mundo venidero, sí, gloria inmortal. (Moisés, capítulo 6) Obedeciendo este mandamiento, Adán y Eva hicieron saber todas estas cosas a sus hijos e hijas. Así se enseñó el evangelio en el principio, y fue declarado de una generación a otra. Adán recibió el santo sacerdocio, el cual también se confirió a los patriarcas que lo sucedieron. Fueron "predicadores de justicia; v hablaban, profetizaban y exhortaban a todos los hombres, en todas partes a arrepentirse; y se enseñaba la fe a los hijos de los hombres". (Moisés 6:23) Se rechazó el evangelio en los días de Noé.— En los días de Noé, el evangelio fue rechazado umversalmente, salvo por Noe y su familia inmediata—ocho almas en total. Noé 5
  • 7. había trabajado ardua y diligentemente, tratando de inculcar el arrepentimiento en la humanidad, pero sin éxito, "porque toda carne se había corrompido según su manera sobre la tierra".(Moisés 8:29) Después de la destrucción de los inicuos en el diluvio. Noé y los patriarcas posteriores continuaron la enseñanza del evangelio, pero generalmente sin ser aceptado. Por su fidelidad. Melquisedec. rey de Salem, llegó a ser un gran sumo sacerdote, y el pueblo de la Iglesia en su época lo honró, dando su nombre al "Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios . . . por respeto o reverencia al nombre del Ser Supremo". (Doc. y Con. 107:4) Abraham recibió el sacerdocio de manos de Melquisedec, y a éste, como siervo debidamente autorizado del Señor, aquél pagó diezmos de todo lo que poseía. (Gen 14:20) El convenio con Abraham.—También a Abraham se le enseñó el evangelio, v el Señor pactó con él que por medio de él y su posteridad todas las naciones de la tierra serían bendecidas. (Gen. 22:18) Este mismo evangelio fue declarado a los hijos de Israel en su verdad sencilla; pero se mostraron indignos de recibirlo en su plenitud a causa de su larga permanencia en Egipto, donde se habían imbuido de las costumbres, tradiciones y teología de los egipcios, y por lo tanto "no les aprovechó el oir la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron' . (Heb. 4:2) El Señor intentó establecer la plenitud de su evangelio v autoridad entre ellos, v Moisés claramente se lo enseñó y procuró santificar al pueblo, "a fin de que pudieran ver la cara de Dios: mas ellos endurecieron sus corazones, y no pudieron aguantar su presencia: por tanto, el Señor en su ira. porque su ira se había encendido en su contra, juró que mientras estuviesen en el desierto no entrarían en su reposo, el cual reposo es la plenitud de su gloria". (Doc. v Con. 84:23. 24) El sacerdocio mayor y la ley carnal.—Se hizo necesario, pues, que el Señor tomara a Moisés de entre ellos, y con él el sacerdocio mayor; pero dejó que continuara el sacerdocio menor, el cual posee las llaves del ministerio de ángeles y del evangelio preparatorio: la fe, el arrepentimiento y el bautismo para la remisión de pecados. A esto añadió la ley carnal, conocida como la ley de Moisés, la cual se dió, según nos informa el apóstol Pablo, como un ayo, a fin de prepararlos para recibir la plenitud del evangelio cuando fuese restaurado por Jesucristo. Desde el tiempo en que entraron en la tierra prometida hasta la venida del Hijo de Dios, los israelitas vivieron bajo la ley de Moisés, la cual imponía sobre ellos severas y rígidas restricciones por haberse negado a recibir la plenitud del evangelio cuando les fue ofrecido en el desierto. La venida del Salvador tuvo por objeto completar y cumplir los fines de esta ley, de la cual dijo que ni una jota ni una tilde perecería hasta que todo se cumpliese. La Dispensación del Meridiano de los Tiempos.—Al ejercer su ministerio entre los judíos, en la Dispensación del Meridiano de los Tiempos, el Salvador restauró el evangelio con el sacerdocio mayor. Llamó y ordenó a Doce Apóstoles, y les dió el poder, antes de su ascensión al cielo, para completar la organización de la Iglesia, y los comisionó para que llevaran el mensaje de salvación divina a todo el mundo. Al restaurar lo que se había quitado, abrogó la ley carnal que fue puesta en lugar de la ley mayor, porque había cumplido el objeto de su institución. La comisión de los Apóstoles.—Obedeciendo la comisión que jesús les dió de llevar el mensaje del evangelio a todo el mundo y predicarlo a toda criatura, los Apóstoles dieron principio a su ministerio activo el día de Pentecostés, predicando con poder y convenciendo a muchas almas. Al crecer la obra del ministerio, y destacándose la necesidad de otros ayudantes para desempeñar la obra, se llamó y ordenó divinamente a ciertos hombres para determinados puestos en la Iglesia. El Señor mismo había llamado y ordenado, además de los Doce, a los Setenta, a quienes envió por toda Judea con el mensaje de la verdad. Volvieron de ese viaje misional con mucho regocijo, porque aun los demonios se les sujetaban. Las Escrituras no 6
  • 8. revelan si el Señor personalmente nombró y ordenó otros oficiales. Es indisputable, sin embargo, el hecho de que dió poder a los Doce Apóstoles para poner en orden todas las cosas pertenecientes a la Iglesia. Aprendemos que bajo su dirección y ministerio, y al grado que se organizaban ramas y la obra del ministerio lo requería, llamaban sumos sacerdotes, evangelistas (patriarcas), élderes, obispos, diáconos, presbíteros, pastores y maestros para el servicio de la Iglesia. De esta manera se efectuó la organización en los días de los apóstoles. La Iglesia también fue favorecida con dones y bendiciones divinos del Espíritu del Señor en aquellos primeros días, tal como sucedió durante el ministerio del Salvador. Hubo en la Iglesia muchos profetas que, por el don del Espíritu Santo, hicieron numerosas predicciones notables. Nombramientos esenciales en la iglesia.—Todos estos puestos son esenciales en la Iglesia para el progreso de los miembros, y no pueden ser descartados con impunidad. El apóstol Pablo dijo que el Señor mismo "constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo". No iban a permanecer en la Iglesia meramente durante su establecimiento, o por un corto plazo mientras se iniciaba la obra, y entonces ser reemplazados con otros oficiales. Los hombres recibían estos nombramientos por ordenación "para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo". (Efe. 4:12, 13) Claro es, entonces, que mientras haya imperfección entre los miembros de la Iglesia, en cuanto a doctrina, conocimiento o amor, todavía no han llegado a "la medida de la estatura de la plenitud de Cristo". Todos estos oficiales son necesarios y no pueden en justicia ser quitados, porque el Señor nunca tuvo tal intención. El escritor de la Epístola a los Efesios también compara estos oficiales a las varias partes del cuerpo humano y dice: "De quien— refiriéndose a Cristo— todo el cuerpo bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor". (Efe. 4:16) Este mismo Apóstol también compara los dones espirituales al cuerpo físico, declarando que todos son esenciales en la Iglesia, así como cada uno de los miembros del cuerpo es necesario, y un miembro no puede decir a otro: "No tengo necesidad de ti", porque todos son indispensables para el provecho de todos los hombres. http://bibliotecasud.blogspot.com/ 7
  • 9. CAPITULO 2 LA APOSTASIA El cuerpo de la Iglesia es destruido.—No obstante el hecho de que los primeros oficiales de la Iglesia tuvieron el santo sacerdocio y ejercieron los dones espirituales que habían de permanecer "hasta que todos lleguemos a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo", se efectuó un cambio grande y terrible que destruyó por completo el cuerpo perfecto de la Iglesia. En su lugar surgió una organización extraña que finalmente logró el dominio sobre la tierra y rigió los destinos de los hombres, no con amor sincero, sino con sangre, nefandos crímenes y mano de hierro. Se predijo la apostasía.—Muchos de los profetas de la antigüedad, así como los Apóstoles de nuestro Señor, habían predicho el surgimiento de este poder. Aun el Salvador, al instruir a sus discípulos acerca de las señales de los tiempos, indicó que tal cosa habría de suceder. Siete siglos antes del nacimiento de Cristo, Isaías predijo que iba a llegar el día en que la tierra se contaminaría bajo sus moradores, porque traspasarían las leyes, cambiarían las ordenanzas y quebrantarían el pacto sempiterno. Es evidente que esto iba a suceder en días posteriores, y no en la época en que Israel estuvo sometido a la ley, porque la ley de Moisés no fue un pacto sempiterno. Esta profecía iba a tener su cumplimiento cuando la tierra, viciada por la iniquidad y corrupción de sus habitantes, fuera purificada por fuego y pocos escaparían. (Isa. 24:1-6) Las profecías de Isaías y Amos.—Hablando de este acontecimiento, Isaías dice: "Porque Jehová derramó sobre vosotros espíritu de sueño, y cerró los ojos de vuestros profetas, y puso velo sobre las cabezas de vuestros videntes." (Isa. 29:10) Poco antes, Amos también había anunciado un tiempo venidero en que el Señor enviaría hambre a la tierra, "no hambre de pan, ni sed de agua—dijo él— sino de oir la palabra de Jehová". (Amos 8: 11, 12) La visión de Daniel.—Daniel vio en visión la ruina de la Iglesia establecida por el Salvador en el Meridiano de los Tiempos. En su visión de las cuatro bestias—representación de los reinos que Nabucodonosor había soñado—Daniel vio un cuerno o poder que se levantaba entre los diez que habían sucedido al Imperio Romano, "y parecía más grande que sus compañeros". Este cuerno tenía ojos y boca, y hablaba grandezas contra el Altísimo, y venció a otros tres reinos. Este mismo poder hizo "guerra contra los santos" y los venció; y por medio de conflictos continuos y el uso de la fuerza, "a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley". Esta fuerza blasfema iba a reinar hasta la venida del Anciano de días, cuando serán dados el reino y dominio "al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno". (Dan. 7:7-28) La apostasía comenzó en los días de los Apóstoles.—Antes que terminara el ministerio de los Apóstoles, los hombres comenzaron a apartarse de la fe. Cuando se despedía de los élderes o ancianos de Efeso, que habían llegado a Mileto para acompañarlo, S. Pablo rogó encarecidamente que cuidaran el rebaño "para apacentar la iglesia del Señor", porque, dijo él: "Yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos." (Hech. 20:29, 30) También advirtió a los santos de Tesalónica que no se dejaran engañar en cuanto a la segunda venida del Hijo de Dios, "porque no vendrá—les escribió—sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios, o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios". (II Tes. 2:3, 4) Las predicciones de S. Pablo.—Los miembros de la Iglesia en Galacia empezaron, desde temprano, a desviarse de la fe. Timoteo recibió una amonestación de S. Pablo, en la cual se le advirtió que llegarían tiempos peligrosos en los últimos días, y que habría "hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios; que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella". Además, le dijo que "vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oir, se amontonarán maestros conforme a sus propias 8
  • 10. concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas". (II Tim. 3:2-5; 4:3, 4) La profecía de S. Pedro.—Por el espíritu de profecía también este Apóstol dió testimonio de la apostasía, cuando escribió a los santos: "Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado". (II Pedro 2:1, 2) Entonces, para grabar en sus pensamientos el hecho de que los profetas antes de él también habían anunciado aquellos terribles sucesos, les dijo: "Para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles; sabiendo primero esto, que en los postreros días, vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación." (Ibid., 3:2-4) El "misterio de la iniquidad."—Como ya se ha dicho, Pablo declaró a los Tesalonicenses que ya estaba obrando "el misterio de la iniquidad", y anunció a Timoteo: "Me abandonaron todos los que están en Asia." Aparentemente había tenido algunas disputas con ciertos conversos de Asia, pues escribe a Timoteo con mucho sentimiento que algunos de sus compañeros lo habían abandonado para predicar doctrinas contrarias al evangelio de Jesucristo. Cuando trató de corregir aquella maldad, tuvo que hacerlo solo, pues añade: "En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon". (II Tim. 4:16) Decadencia de los dones espirituales.—No mucho después que dejaron de existir los Apóstoles, cesaron de manifestarse en la Iglesia los dones espirituales. La decadencia de estas bendiciones tan estrechamente relacionadas con la Iglesia de Cristo, dió lugar a la creencia, tan popular aun en estos días, de que no debían continuar, pues se habían instituido en la Iglesia incipiente sólo para facilitar su establecimiento, después de lo cual ya no se necesitarían. Además, cesaron las revelaciones y comunicaciones celestiales y no hubo más visiones porque el pueblo cerró los ojos. Esta condición también prohijó la creencia universal, que el mundo tiene aun hasta la fecha, de que el canon de las Escrituras está completo y que no ha de haber más, a pesar de que el Señor ha declarado por sus siervos que la revelación deberá continuar. Cambios en el gobierno de la Iglesia.—También fueron alterados los oficios del sacerdocio, porque aquellos a quienes se predicó el evangelio no quisieron sufrir la sana doctrina, sino que "teniendo comezón de oir", se amontonaron maestros conforme a sus concupiscencias, "hombres corruptos de entendimiento, reprobos en cuanto a la fe". La Iglesia deja de existir entre los hombres.—Con el tiempo, en lugar de apóstoles y profetas, apareció un orden eclesiástico muy diferente del que el Señor instituyó. La Iglesia que el Redentor estableció fue quitada de la tierra por motívo de la continua persecución y apostasia, y no quedó más que una forma muerta de la Iglesia verdadera. La gran organización eclesiástica que se levantó y aparentó ser la Iglesia de Cristo, surgió gradualmente. No se efectuó en un día el cambio completo de la verdad al error. Comenzó durante el primer siglo y continuó en los años subsiguientes, hasta que la Iglesia que se estableció en los días de los apóstoles dejó de existir entre el pueblo. Sin la orientación de hombres inspirados que pudieran comunicarse con Dios, el cambio fue inevitable. El desarrollo de la Iglesia de Roma.—A principios del cuarto siglo este gran poder religioso se convirtió, bajo el Emperador Constantino, en la religión del estado en todo el Imperio Romano. Desde esa época empezó a extenderse su dominio, y dentro de poco tiempo llegó a ser el poder religioso dominante en el mundo civilizado, así conocido. Cambió "los tiempos y la ley", y los sencillos principios de la fe cristiana fueron engalanados, al grado de casi no poderse reconocer, con la pompa y ritos místicos que se adoptaron del culto pagano. Los sacerdotes y pontífices que oficiaban en estas ceremonias dejaron de seguir las sencillas costumbres de los humildes pescadores de Galilea, antes vestidos espléndida y suntuosamente y con mitras en la cabeza, desempeñaban sus distintos puestos con orgullo y ceremonias místicas que impresionaban y asombraban a la gente humilde. Cambios en la doctrina de la Iglesia.—La doctrina correcta que Jesucristo enseñó tocante a la 9
  • 11. Trinidad fue convertida en un misterio. Se alteró la ordenanza del bautismo, y en lugar de la inmersión en el agua para la remisión de los pecados, se estableció la práctica de verter un poco de agua sobre la cabeza. El rocío de niños pequeños, impropiamente llamado bautismo—práctica que constituye "una burla a los ojos de Dios, porque se niegan las misericordias de Cristo y el poder de su Santo Espíritu"—llegó a convertirse en costumbre fija y universal. También se introdujeron cambios en la administración del sacramento de la Cena del Señor, y se propagó la doctrina de que el pan y el vino se convierten en la real carne y sangre de nuestro Redentor crucificado por medio de la transubstanciación. Les fue prohibido casarse a los que se dedicaban al ministerio y se efectuaron muchos otros cambios, que no hay necesidad de mencionar aquí, en los principios del evangelio, en las funciones del sacerdocio y en la adoración del Señor. El poder temporal del Papa.—Roma se convirtió en la capital de este poderío eclesiástico, y su cabeza fue el obispo o papa, como después lo llamaron. Al grado que aumentó su dominio, no sólo exigió el señorío en asuntos religiosos, sino también en los civiles. Durante el apogeo de su gloria gobernó casi todo el mundo conocido. Por su poder se nombraban reyes y por su poder eran destronados. Si no se postraban sumisamente ante la autoridad del papa, llegaban a sentir el peso de su mano poderosa. Frederick Seebohm dice en su Era of the Protestant Revo-lution: "Los reyes no se consideraban seguros en sus tronos en tanto que no recibían la aprobación de la Iglesia. Por otra parte, el clero reclamaba para sí la inmunidad contra el enjuiciamiento por las leyes criminales del país en que vivía. Contendía para conservar sus propias leyes y sus propios tribunales eclesiásticos, para lo cual recibía la autoridad directa de Roma; y la apelación final no se dirigía a la corona, sino al papa." "Para establecer una acusación contra un obispo—escribe Motley en su Rise of the Dutch Republic—se requerían setenta y dos testigos; contra un diácono, veintisiete; contra un dignatario inferior, siete; mientras que dos bastaban para condenar a un laico." (Temo 1, página 60) El poder del clero.—Aparte del clero, eran bien pocos los que tenían la educación suficiente para leer y escribir; por tanto, los sacerdotes eran los abogados, estadistas, embajadores, instructores y primeros ministros de las naciones. Todos los hombres cultos hablaban y escribían latín, que era la lengua de Roma. Se dice que durante varios siglos, si un hombre, declarado culpable de un crimen en Inglaterra, demostraba que sabía leer o escribir, podía exigir las ventajas de ser juzgado ante un tribunal eclesiástico, que, "debido a los abusos, significaba que quedaría absuelto del castigo de la ley criminal del país". No sólo ocupaban los sacerdotes estos importantes puestos, en los cuales podían ejercer mucha influencia y dirigir poderosamente los destinos de las naciones, sino que muchos de ellos se volvieron avaros en extremo y "adivinaron por dinero". Juan de Valdez, hermano del secretario del Rey Carlos V, escribió de aquella época: "Veo que difícilmente conseguimos algo de los ministros de Cristo, sino por dinero: Para los bautismos, dinero; para los matrimonios dinero; para obispar, dinero; para la confesión dinero; ¡ni siquiera la extremaunción sin dinero! No tañen las campanas sin dinero; no hay sepelios en la iglesia sin dinero; parece, pues, que el paraíso queda fuera del alcance de los que no tienen dinero. El rico es sepultado dentro de la iglesia, el pobre afuera. El rico puede casarse con su pariente cercano; el pobre no, aunque se esté muriendo de amor por ella. El rico puede comer carne durante la Cuaresma; el pobre no, aunque el pescado sea mucho más caro. El rico fácilmente consigue grandes indulgencias; el pobre ninguna, porque le falta dinero para comprarlas." (Era of the Protestant Revolution, página 60) Aparte de todo esto, imponían tributos de varias clases a la gente y recibían diezmos de todo lo que producía la tierra, y la décima parte de los terrenos y del sueldo del obrero. Motley escribe: "No contentos, además, con sus tierras y diezmos, el clero perpetuamente imponía nuevas cargas sobre el campesino. Se cobraban impuestos sobre los arados, las hoces, los caballos y bueyes, toda la herramienta del agricultor, para beneficiar a los que sin trabajar sólo recogían en sus graneros." La venta de indulgencias.—Algunos de estos príncipes eclesiásticos se llenaron a tal grado del espíritu de la avaricia, que promulgaron la blasfema doctrina de perdonar pecados mediante la venta de indulgencias. La Iglesia de Roma dice que estas iniquidades fueron cometidas por individuos que tergiversaron sus doctrinas sobre la penitencia y el perdón de los pecados. La indulgencia era, según sus enseñanzas, "un perdón usualmente concedido por el papa, mediante el cual se eximía al pecador 10
  • 12. contrito de parte o de todo el castigo que permanecía en él aun después que era absuelto. El perdón, por tanto, no perdonaba la culpa del pecador, porque ésta necesariamente tendría que ser quitada antes de concederse la indulgencia; sólo quitaba o mitigaba los castigos que aun el pecador perdonado, sin la indulgencia, habría tenido que padecer en el purgatorio". Como quiera que sea, la venta de indulgencias en varias partes de Europa fue, para aquellos que la sancionaron, el medio de acumular grandes fortunas. No había crimen que no pudiera perdonarse, si el que buscaba el perdón podía pagar el precio. Se dmdieron y repartieron los varios países para la recaudación de estos ingresos, según nos informa el historiador John Lathrop Motley, que escribe: En todo pueblo y aldea (de los Países Bajos) se publicaba al precio del día lo que se ofrecía en venta. El perdón de Dios por pecados ya cometidos o a punto de ser cometidos era anunciado de conformidad con una tarifa graduada. De manera que el envenenamiento, por ejemplo, quedaba absuelto por once ducados, más seis libras tornesas. La absolución del incesto costaba treinta y seis libras y tres ducados. El juramento en falso se podía perdonar por siete libras y tres carlines. El perdón por el asesinato, si no era por envenenamiento, costaba menos. Aun el parricida podía comprar el perdón ante el tribunal de Dios por un ducado, cuatro libras y cuatro carlines. En el año 1448 Enrique de Mountfort compró la absolución de este crimen por el precio ya citado. ¿Causa admiración que un siglo o más de esta clase de abusos haya producido un Lutero? ¿Fue anormal que la gente humilde, amante de la Iglesia antigua, prefiriera verla purgada de tales abusos blasfemos, que saber que la cúpula de la catedral de San Pedro se elevaba un poco más hacia las nubes con la ayuda de estos ingresos recibidos por perdonar crímenes? . . . Los Países Bajos, como las demás naciones, han sido divididos y repartidos para la colección de estos ingresos papales. Gran parte del dinero queda en manos de los viles recaudadores. A los católicos sinceros que aman y respetan la religión antigua, les causa horror y repugnancia el espectáculo que ven por todos lados. Los criminales compran el paraíso con dinero que los monjes derrochan en garitos, tabernas y prostíbulos; y para los que han estudiado sus Testamentos, todo esto parece ser un plan de salvación muy distinto del que promulgó Cristo. Evidentemente ha habido una desviación del sistema de los antiguos apóstoles. Las almas inocentes y conservativas están sumamente confusas; pero todas estas infamias finalmente hicieron surgir a un gigante para que contendiera con esa maldad gigantesca. Así fue como se cumplieron las profecías de las Escrituras, y como violó las leves un poder que se levantó "contra todo lo que se llama Dios", y en ese sagrado nombre habló "palabras contra el Altísmo". http://bibliotecasud.blogspot.com/ 11
  • 13. CAPITULO 3 LA REVOLUCIÓN PROTESTANTE La Edad Media. —No conforme con tener dominio absoluto en los asuntos espirituales y temporales del pueblo, este reino papal también intentó ejercer su autoridad en las conciencias de los hombres. Particularmente fue así durante la Edad Media, cuando este poder alcanzó el cénit de su gloria. El ejercicio de esta autoridad continuó aun después del día en que empezó a vislumbrar la luz de la libertad religiosa en la época conocida como el Renacimiento. Antes de este Renacimiento, como ya hemos visto, el idioma de las ciencias era el latín. La gente dependía de sus sacerdotes para toda instrucción científica así como religiosa. Por razón de que el clero se hizo cargo de los pocos ejemplares que existían de la Biblia, el pueblo común no tenía las Escrituras; y en vista de que no podía leer ni escribir, y sólo en contados casos entender el latín, nada le habría aprovechado aun cuando hubiese tenido la Biblia en sus manos. Ante tal situación, no debe causar asombro que los pueblos pobres de estos países europeos, crédulos y llenos de temor supersticioso, hayan aceptado casi todo lo que estos sacerdotes poco escrupulosos les daban a conocer en cuanto a doctrina o hechos. El Renacimiento.—Tampoco debe causar sorpresa que los sacerdotes hayan tratado de emplear la fuerza y la coerción, durante el Renacimiento, para restringir las oportunidades que tenía el pueblo de obtener la luz y la verdad. Era este conocimiento mayor que tenían los sacerdotes, y su efectuación de ceremonias místicas, lo que intimidaba al pueblo y le permitía al clero tenerlo subyugado con las cadenas de la ignorancia y la superstición. La ignorancia probó ser un instrumento útil en las manos de los sacerdotes, y por este medio ahormaban las masas a su antojo. El aumento del conocimiento entre la gente, ayudado por los descubrimientos e invenciones de los tiempos iba a cambiar todo esto; porque el pueblo no estaría tan dispuesto a aceptar todo viento de doctrina sin alguna reflexión mental y el deseo de saber el porqué de las cosas. Además, este Renacimiento significaba el fin de muchas prácticas y doctrinas blasfemas que se propagaban en el nombre de Jesucristo, tales como el uso de la fuerza para dominar la conciencia del hombre, y la venta de indulgencias para el perdón de los pecados; y si no el fin, por lo menos una notable modificación de tan perverso sistema. Las primeras traducciones de la Biblia.—Es evidente que este poder eclesiástico dominante comprendió que el esclarecimiento provocaría una revolución contra su autoridad. Por tal motivo se redactaron leves severas para poner en vigor los edictos y reglamentos de la iglesia de Roma. Durante la "Reforma"—y aun antes—se hicieron varias traducciones de la Biblia a los idiomas de la gente común. La Biblia de Wiclef apareció en 1380, y a ésta siguieron otras traducciones en fechas posteriores, tanto en inglés como en otras lenguas. Al principio se intentó destruir estas copias que eran preparadas sin la autoridad o sanción de la Iglesia Católica. Sin embargo, la invención de la imprenta en el siglo quince dió un ímpetu asombroso a la causa de la libertad religiosa, y se pudieron distribuir Biblias por todo Europa. Antes de la imprenta, una Biblia costaba quinientas coronas, y los ejemplares que existían se hallaban en manos del clero, que los protegía con celo extraordinario. Con la ayuda de la imprenta el precio de las Biblias bajó hasta cinco coronas, y por este medio el pueblo tuvo el privilegio de no sólo escuchar las Escrituras en su propia lengua, sino también obtener el entendimiento para poder leerlas ellos mismos. Se prohibe la lectura de las Escrituras.—Muchos años antes de la "Reforma" un cronista inglés, Henry Kneighton, expresó el entonces corriente concepto tocante al estudio de las Escrituras, cuando censuró la lectura general de la Biblia con esta queja: "No sea que la joya de la Iglesia, hasta ahora propiedad exclusiva del clero y de los teólogos, se generalice entre los laicos." El arzobispo Arundel de Inglaterra expidió el decreto de que "no se debe leer ninguna parte de las Escrituras en inglés, ni en público ni privadamente, ni en lo futuro deberá ser traducida, so pena de excomunión mayor". En Cambridge se prohibió la traducción que Erasmo había hecho del Nuevo Testamento, y el vicario de Crovden proclamó desde el pulpito: "Debemos desarraigar la imprenta antes que la imprenta nos desarraigue a nosotros." Durante el remado de Enrique VIII estaba prohibido, por decreto parlamentario, la lectura de la Biblia por parte de la gente común o aquellos que no pertenecieran a la clase privilegiada; y en Inglaterra, así como en Holanda y otras partes de Europa, perecieron hombres en la hoguera por tener en su posesión aun fragmentos de las Escrituras. 12
  • 14. Contra aquellos que eran considerados negligentes en cuanto a sus deberes en la iglesia, o herejes con respecto a la doctrina, se expedieron edictos que les vedaban congregarse en reuniones privadas para adorar; y esto ocurrió en varias partes de Europa. Toda lectura de las Escrituras, toda discusión sobre la fe, los sacramentos, la autoridad papal u otros asuntos religiosos, dentro de la propia casa de una persona, quedó prohibida bajo "pena de muerte ; y estos edictos no eran palabras vanas. Los monjes, mejor habilitados para quemar reformadores que discutir con ellos, continuamente alimentaban la hoguera con combustible humano. El patíbulo era el silogismo más conclusivo, y se usaba en toda ocasión." (The Rise of the Dutch Republic, por Motley) La Inquisición.—Prosiguiendo el funesto relato de las condiciones que existían en los Países Bajos y otras tierras bajo el dominio español, el autor ya citado dice; "Carlos V introdujo y organizó una institución papal que, junto con los horribles Carteles' , por él inventados, llegó a ser una inquisición secreta más cruel aun que la de España. . . . Nunca se permitió que adoleciera de languidez la ejecución del sistema. El número de holándeses que murieron quemados, ahorcados, degollados o enterrados vivos, ora por edicto real, o por la ofensa de leer las Escrituras, mirar de soslayo a una imagen grabada o de burlarse- de la presencia real y verdadera del cuerpo y sangre de Cristo en una oblea, llegó a cien mil, según autoridades distinguidas, y nadie ha calculado el número de víctimas en menos de cincuenta mil." La alborada de una época mejor.—No podían continuar para siempre las condiciones anteriores. La alborada de una época mejor empezó a vislumbrar entre las naciones. El Espíritu del Señor estaba obrando en los hombres, y se iniciaron los preparativos para introducir, en una época posterior, el evangelio restablecido, en el mundo. Se hizo necesario que fuesen deshechas las cadenas de la superstición, temor e ignorancia que tan completamente subyugaban al mundo—a fin de que los hombres pudieran ejercer su libre albedrío—antes que pudiera aparecer la plenitud de la luz del evangelio. No sólo hubo progreso en el arte de la imprenta, sino que en todos los ámbitos y en todas partes de Europa hubo un renacimiento en las ciencias y descubrimientos. No quedó limitado a un país o un pueblo, sino que toda Europa empezó a vivir de nuevo. El descubrimiento del telescopio, la ley de gravitación, la invención de la pólvora y muchas otras cosas maravillosas, estaban causando una revolución en los pensamientos de los hombres. La misión de Colón.—Con el descubrimiento de la brújula aumentó la intrepidez de los navegantes, y éstos gradualmente fueron extendiendo sus exploraciones hasta descubrir la manera de llegar a la India, doblando el Cabo de Buena Esperanza. A fines del siglo quince prevalecía la creencia de que la tierra era plana, y que solamente por el lado superior estaba habitada. Allende las playas de los países entonces conocidos, se creía que había una espesa cortina de obscuridad y nieblas, y el mar que se extendía más allá de los límites conocidos solía ser llamado el "Mar de Tinieblas". También se decía que en la inmensidad de ese océano, tenían sus guaridas enormes dragones, y que un hombre jamás volvería, si por desventura llegaba hasta allá. Los marineros no se habían atrevido a apartarse mucho de las costas; pero poco antes del fin de ese siglo hubo un navegante más osado que sus compañeros, el cual se propuso atravesar el gran mar. Después de mucho rogar y solicitar, tratando de interesar en la empresa a alguien que tuviera los recursos necesarios, por fin logró su objeto y efectuó el notable acontecimiento. Con ello realizó los descubrimientos que el Señor en su sabiduría optó por retener de las naciones del Este durante los siglos, hasta que en su propio y debido tiempo permitió que fuesen revelados. El Espíritu del Señor obró en Colón y éste cruzó las aguas, cumpliendo las profecías de un vidente que vivió sobre este continente quinientos años antes del nacimiento de Cristo. La "Reforma."—Todas estas cosas desempeñaron un papel fundamental en el establecimiento de la libertad individual y religiosa, e indudablemente la agencia de mayor trascendencia en esto fue la "Reforma", así llamada, que de hecho resultó ser una revolución contra el dominio de la iglesia de Roma, y los grandes hombres de fuerza intelectual empezaron a deshacer la servidumbre del mundo religioso. Esta rebelión contra el dominio de Roma ocurrió casi simultáneamente en varias naciones. En Inglaterra, los Países Escandinavos, Francia, Suiza, Holanda y Alemania surgieron muchos "reformadores" a fines del siglo quince y durante el dieciséis. Al principio su único deseo era corregir las maldades que había en la Iglesia Católica, pero fracasando en ello, muchos se rebelaron manifiestamente y establecieron sus propias iglesias independientes. 13
  • 15. Martín Lutero.—'El principal de estos "reformadores" fue Martín Lutero de Alemania, pues hizo más que cualquier otra persona para librar al pueblo del yugo de servidumbre que le había impuesto el papado. Le ayudaron príncipes muy poderosos, pero en esa época no existía en Alemania la unión del pueblo o la centralización de poder que había en Inglaterra bajo Enrique VIII, o en Suecia bajo Gustavo Vasa. Por consiguiente, la tarea de Lutero fue pesada; pero él noblemente se consagró a su propósito hasta el fin. La revolución protestante fue un paso preparatorio.—Sin embargo, no tocó a estos reformadores la misión de establecer la Iglesia de Cristo, porque el tiempo no era propicio; y se reservó este acontecimiento importante para otra generación. Fueron llamados para ser precursores de ese gran día, y lograron mucho en preparar el mundo para la introducción de la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos. No los llamó el Señor a su gran obra por medio de una manifestación celestial, o la visita de un ángel, o una comunicación directa como en la antigüedad; ni hubo entre ellos quien afirmase haber sido llamado de esta manera. No obstante, el Espíritu del Señor obró en ellos y los inspiró a luchar contra las abominaciones y prácticas que en aquella época se perpetraban en nombre de la religión. Por lo menos así fue con la mayor parte de ellos. Lo que motivó a Enrique VIII de Inglaterra fue el interés personal; sin embargo, el Señor lo hizo redundar en beneficio de la libertad religiosa. Al principio, Enrique se opuso con todo vigor a la rebelión de Lutero y de otros, aun al grado de escribir en defensa del papa de Roma, servicio que le granjeó la bendición papal y el título de "Defensor de la Fe". Más tarde, cuando entraron en conflicto sus propios intereses y las normas de la Iglesia Católica, y vio que de ninguna manera iba a prevalecer, entonces se rebeló y fue excomulgado por el papa. Para defenderse estableció una iglesia independiente, hoy conocida como la Iglesia Anglicana, de la cual él se hizo el jefe. Recibió el apoyo del Parlamento y del pueblo, y así nació en Inglaterra su gran iglesia del estado. Desacuerdo entre los "reformadores."—Es de lamentarse que todos estos "reformadores" no pudieron concordar entre sí al establecer su libertad religiosa. Constantemente se hallaban en un estado de agitación, contendiendo uno con otro sobre puntos de doctrina, de lo cual resultó mucho rencor y el establecimiento de varias sectas contendientes. Por otra parte, ellos mismos, no obstante las muchas persecuciones que habían padecido, no supieron aprender la lección de que la tolerancia es un principio fundamental de la libertad. Por no haber entendido esta importante lección, los perseguidos, en muchos casos se tornaban en perseguidores; y cuando llegaban a ser los más fuertes se mostraban tan intolerantes hacia aquellos con quienes no concordaban, como sus enemigos lo habían sido con ellos. América, país de libertad.—Con todo, se habían plantado las semillas de la tolerancia, aunque se desarrollaron lentamente. La tolerancia era asunto de educación, y por consiguiente, creció paulatinamente en lugar de dar fruto en el acto. No fue sino hasta después del derramamiento de mucha sangre en Europa, y particularmente en América durante la guerra de independencia, que el pueblo finalmente llegó a comprender esta verdad. Se hizo necesario plantar esta semilla en un terreno nuevo, un país escogido sobre todos los demás. En América, la libertad y la tolerancia religiosa se convirtieron en parte fundamental del sistema del gobierno norteamericano. La nación llegó a ser un refugio para los afligidos, los perseguidos y oprimidos de otras naciones; porque esta tierra quedó consagrada a la libertad por la efusión de sangre. Las grandes almas que encabezaron la revolución protestante son dignas de todo encomio. Ayudaron a facilitar el establecimiento de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a principios del siglo diecinueve, como preparación para la segunda venida del Hijo de Dios. Los honramos por todo el bien que lograron, y recibirán su galardón, eme será grande. No fueron restauradores; sino más bien se les envió a preparar el camino delante de uno que iba a venir con una misión de restauración y poder sempiterno. http://bibliotecasud.blogspot.com/ 14
  • 16. PARTE II LA INAUGURACIÓN DE LA DISPENSACIÓN DEL CUMPLIMIENTO DE LOS TIEMPOS CAPITULO 4 LA NECESIDAD DE UNA RESTAURACIÓN La obra maravillosa.—Consumada la obra de la revolución protestante, y habiéndose plantado en tierras americanas la semilla de la libertad religiosa, se aproximaba la hora para la restauración del evangelio. Dentro de poco habría de cumplirse la promesa del Salvador, de que el evangelio del reino sería predicado en todo el mundo por testimonio, y que de nuevo se establecería sobre la tierra la Iglesia de Jesucristo. Estaba para manifestarse "el prodigio grande y espantoso" que Isaías predijo aparecería en los últimos días para confundir la prudencia del que se considerara sabio según el mundo. La razón y las Escrituras apoyan la creencia en una restauración.—Concuerda con la razón así como con las Escrituras creer que el Señor enviará a un mensajero para preparar el camino delante de El, antes de venir en juicio para iniciar su reinado de mil años; y no es sino justo que el pueblo sea amonestado y tenga el privilegio de arrepentirse v de recibir la remisión de sus pecados mediante la predicación del evangelio, así como la oportunidad de pertenecer a la Iglesia de Cristo. "Porque ciertamente el Señor Jehová no hará nada—dice Amos—hasta que revele el secreto a sus siervos los profetas." Se han de cumplir las profecías antiguas.—Muchos de los antiguos profetas habían anunciado que se abrirían los cielos y que de nuevo se revelaría al hombre el evangelio eterno, antes de la segunda venida del Señor. También se predijo, como acontecimientos de los postreros tiempos, la visita de mensajeros celestiales y el derramamiento del Espíritu del Señor, cuando los hijos e hijas de Israel profetizarían, los ancianos soñarían sueños y los jóvenes verían visiones. Daniel vió nuestro día.—Mientras se hallaba exilado en la corte del gran rey de Babilonia, Daniel vió en visión nuestros días y la obra del establecimiento del reino, el cual iba a ser dado a los santos del Altísimo para que lo poseyeran "eternamente, y para siempre"; y al interpretar el sueño de Nabucodonosor, acerca de la imagen de tan imponente aspecto, confirmó este acontecimiento, que se iba a efectuar en los últimos días, en la época en que tuvieran dominio los reinos representados por los dedos de los pies de la estatua. En ese tiempo el Dios del cielo iba a levantar "un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo". La visión de Juan.—Asimismo, Juan el Teólogo vió la ocasión en que las buenas nuevas serían declaradas por un ángel que volaría por en medio del cielo, con "el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas." También esto acontecería en los últimos días, cuando la gente se apartara de las enseñanzas del Señor y hubiera necesidad de llamarla al arrepentimiento; porque después de este ángel vendría otro, diciendo: "Ha caído, ha caído Babilonia"; pero antes de caer, sería amonestada y tendría oportunidad de arrepentirse. José Smith fue llamado divinamente.—Se hizo necesario, pues, que alguien fuese escogido e investido con poder del Padre para restablecer la Iglesia de Jesucristo sobre la tierra.b Cuando el Señor eligió al representante que habría de encabezar este "prodigio grande y espantoso", que estaba a punto de aparecer entre los hijos de los hombres, no llamó a uno versado en la sabiduría y tradiciones del mundo. Los caminos de Dios no son como los caminos del hombre, ni sus pensamientos como los pensamientos humanos. Uno que hubiese sido educado según la sabiduría del mundo habría tenido que desaprender muchas de las tradiciones y filosofías de los hombres. En su infinita sabiduría, el Señor escogió a un niño inexperto, un jovencito de catorce años de edad, a quien reveló la plenitud del evangelio que el mundo no quería recibir a causa de la incredulidad. Después de años de orientación celestial—porque fue instruido por medio de mensajeros enviados de la presencia del Señor—este joven, José Smith, quedó preparado para dirigir la obra de la restauración del evangelio y la edificación del reino de Dios. http://bibliotecasud.blogspot.com/ 15
  • 17. CAPITULO 5 EL LINAJE DE JOSÉ SMITH 1638-1805 Los antepasados de José Smith.— José Smith nació en Sharon, Condado de Windsor, Estado de Vermont el 23 de diciembre de 1805. Fue el tercer varón y cuarto hijo de José Smith y Lucy Mack, padres de una familia de diez hijos. Sus padres eran de la robusta estirpe de la Nueva Inglaterra, honrados, temerosos de Dios, industriosos, pero pobres en bienes materiales. Por su lado paterno, José Smith descendía de Robert Smith, que emigró de Inglaterra en 1638. No existe información respecto del linaje de Robert Smith, ni se ha sabido hasta hoy de qué parte de Inglaterra vino, sino que en su juventud fue a Boston, Lincolnshire, y de allí a Londres, donde partió para América. Desembarcó en Boston, Estado de Massachusetts, y se trasladó a la parte de Rowley, Condado de Essex, que más tarde llegó a ser el municipio de Boxford. Posteriormente compró allí un terreno, parte del cual quedaba dentro de los límites del municipio de Topsfield. Contrajo matrimonio con la señorita Mary French y fueron padres de diez hijos. Los vecinos de Robert lo conocían como un hombre pacífico y modesto, interesado en el desarrollo de la colonia. Mediante su industria pudo lograr algunas comodidades para su familia, la cual se crió de conformidad con las enseñanzas religiosas que en aquellos tiempos prevalecían, pero eso sí, estrictamente de acuerdo con su conocimiento de las Escrituras. Servicio patriótico de Samuel Smith.—Samuel, hijo de Robert Smith y Mary French, nació el 26 de enero de 1666. Contrajo matrimonio con Rebeca Curtís, hija de John Curtís, prominente ciudadano de Topsfield. A la muerte de su padre, Samuel se trasladó a Topsfield donde llegó a ser persona de alguna influencia en la comunidad, y sus conciudadanos lo honraron confiándole varias posiciones de responsabilidad. Tuvo nueve hijos, uno de los cuales también se llamó Samuel, el cual nació el 26 de enero de 1714, y llegó a ser uno de los ciudadanos más prominentes de Topsfield. Dedicó la mayor parte de su vida sirviendo al público. Pasó por los días tempestuosos de la revolución norteamericana, y portó las armas en defensa de las libertades del pueblo. Algunas de las muchas posiciones que ocupó fueron: En 1760, miembro del gran jurado; en 1779, superintendente de caminos; en 1779, 1780, 1783, 1784, y 1785, miembro del comité de seguridad; desde 1771 hasta 1777, y en 1781 y 1782. tasador y director de empresas locales en Topsfield; en 1758-60, 1762, 1764, 1766-73, 1777-80 y 1782-83, presidente de la asamblea municipal; en 1764-70, 1772, 1777-78 y 1781, representante en la Corte General (Cámara de Diputados); secretario municipal en 1774, 1776, y 1777; delegado al Congreso Provincial de Concord, celebrado el 11 de octubre de 1774; por segunda vez el 19 de enero de 1775, y en 1773 presidente del comité sobre el té del Distrito de Topsfield. Recibió el grado de capitán durante su servicio en la milicia de Massachusetts. Se casó con Priscilla Gould, hija de Zacheus Gould de Topsfield, y tuvieron cinco hijos, dos niños y tres niñas. La madre murió poco después de dar a luz a su último hijo, y entonces Samuel se casó con una prima de su primera esposa que tenía el mismo nombre que la anterior. El 14 de noviembre de 1785 murió Samuel Smith dejando propiedades por valor de más de 544 libras esterlinas. El Gazette de Salem, fechado el 22 de noviembre de 1785, se refirió a él en la siguiente manera: DEFUNCIONES.—El lunes 14 de los corrientes falleció D. Samuel Smith en Topsfield. Su amable y digno carácter que manifestaba tan palpablemente así en público como en privado, dejará gratos recuerdos de él. Por varios años representó la ciudad ante la Corte General, donde fue estimado como hombre íntegro y sincero. Su disposición servicial entre aquellos con quienes más estrechamente se asoció descollaba eminentemente. Era un amigo sincero de las libertades de su país y vigoroso defensor de la doctrina del cristianismo. Bendita sea la memoria del justo. Asael Smith, abuelo de José Smith.—Asael Smith fue el segundo varón y último niño de la familia de Samuel, hijo. Nació en Topsfield el 7 de marzo de 1744. Como ya se ha dicho, su madre murió poco después de su nacimiento. Pasó su juventud en Topsfield. y el 12 de febrero de 1767 tomó por esposa a Mary Dutv, de Windham, Estado de New Hampshire. Más tarde se trasladó a ese lugar, y de allí se mudó a Dunbarton y luego a Derryfield, hoy la ciudad de Manchester. Durante la revolución siguió el ejemplo de su ilustre padre y se dió de alta en las fuerzas coloniales. Después de la muerte de su padre, ocurrida en 1785, volvió a Topsfield y se estableció en la propiedad de la familia. Vivió en la 16
  • 18. antigua casa que se hallaba a unos dos o tres kilómetros al norte del pueblo, y allí nacieron varios de sus hijos, entre ellos José, padre del profeta José Smith. Asael era un hombre de conceptos muy liberales, más avanzados que cualesquiera de los de su tiempo. Algunos de sus hijos eran miembros de la Iglesia Congregacional, pero aunque él favorecía las enseñanzas de los universalistas, se conservó apartado de todas las sectas porque no podía reconciliar su interpretación de las Escrituras con los muchos credos contrarios que existían. Defendía enérgicamente la verdad de que todos los hombres debían gozar de una libertad religiosa completa e igual. En sus opiniones era explícito y franco, y se expresaba sin temor de las opiniones dominantes de sus vecinos. Tenía cierta habilidad para escribir, y los miembros de la familia aún guardan algunos valiosos conceptos que dejó escritos. Varios años antes de su muerte escribió una carta dirigida a su familia, en la cual se hallan consejos que aun los padres e hijos de esta época podrían seguir benéficamente. Se manifestará de un modo mejor el carácter de este hombre, y se revelará su notable fe en Jesucristo, leyendo el siguiente extracto del documento de referencia: Consejos de Asael Smith a su familia. — "Primeramente a ti, mi querida esposa—escribió—con todo el poder y fuerza que hay en mí, te doy las gracias por tu cariño y fidelidad; y ruego a Dios, que es el esposo de la viuda, que te cuide y no te desampare o te abandone, ni permita que te apartes de El o de sus caminos. Pon tu confianza entera en El solamente; jamás ha desatendido ni desatenderá al que ponga su confianza en El ... Y ahora, mis queridos hijos, voy a abriros mi corazón y a hablar primeramente de la inmortalidad de vuestras almas. No menospreciéis esta cosa; el alma es inmortal, y tendréis que responder a una Majestad Infinita: y ya que vais a pasar por la vida y la muerte, sed serios en esta cosa. Sean formales todos vuestros tratos con Dios: cuando penséis en El, cuando de El habléis, cuando le oréis o en alguna otra manera os dirijáis a esa gran Majestad, hacedlo sinceramente. No juguéis con su nombre o sus atributos, ni lo pongáis por testigo de lo que no fuere la verdad absoluta, y ni aun así sino cuando lo exijan la sana razón o consideración seria. En cuanto a religión, no deseo señalaros ningún camino particular; pero quisiera que primeramente escudriñaseis las Escrituras y consultaseis la razón para ver si éstas (que para mí son los dos testigos que apoyan al Dios de toda la tierra) no son suficientes para convenceros de que la religión es un tema necesario . . . "Al público: Alabad a Dios por vivir en una tierra de libertad, y portaos obediente y concienzudamente hacia la autoridad bajo la cual vivís. Reconoced la providencia de Dios en la preparación de la Constitución Federal, y sean para vosotros la unión y el orden como joyas preciosas." Profecía de Asael Smith.—En la primavera de 1791 se mudó de Topsfield a Tunbridge, Estado de Vermont, donde vivió varios años. Cuando envejeció y empezó a decaer su salud, se trasladó a Stockholm donde vivió con su hijo Silas. Allí murió el 31 de octubre de 1830 a la edad de 86 años. Fue un hombre alto, bien proporcionado y de fuerza extraordinaria. A veces venía sobre él el espíritu de inspiración, y en una ocasión se expresó de esta manera: "Ha llegado a mi alma el presentimiento de que uno de mis descendientes promulgará una obra que sacudirá el mundo de la fe religiosa." Tal vez no esperaba vivir hasta ver ese día, pero alcanzó a verlo. El primer verano, después de la organización de la Iglesia, lo visitaron su hijo José y su nieto, Don Carlos Smith, y le obsequiaron un ejemplar del Libro de Mormón. Ya para entonces su salud estaba muy delicada, pero diligentemente leyó el libro, o la mayor parte de él, y declaró estar convencido de que era de origen divino la obra de su nieto, José Smith. No pudo bautizarse debido a su condición física, y murió poco después de esta visita. Más tarde, su esposa, Mary Duty Smith, se mudó a Kirtland donde falleció en 1836, firme en la fe del evangelio restaurado. Juan Mack de Connecticut.—Por su línea materna, José Smith descendía de John Mack, que nació en Inverness, Escocia, el 6 de marzo de 1653. Emigró a América hacia el año 1669 y se estableció primeramente en Salisbury, Estado de Massachu-setts. Se casó con Sara Bagley, hija de Orlando Bagley, y se trasladó a Lyme, Estado de Connecticut, donde nacieron ocho o más de los doce hijos que tuvieron, y fue el fundador de la familia Mack de Connecticut. Murió el 24 de febrero de 1721. Ebenezer, hijo de John Mack nació en Lyme, Estado de Connecticut, el 8 de diciembre de 1697. Fue un hombre muy frugal y supo granjearse el respeto v estimación del pueblo de Lyme. donde actuó como ministro de la Segunda Iglesia Con-gregacional durante algunos años. Contrajo matrimonio con Hannah. hija de Aarón Huntly, respetable ciudadano de Lyme. Por un tiempo Ebenezer Mack tuvo 17
  • 19. algunos bienes y propiedades y "se granjeó la atención v respeto que siempre se brinda a los que viven en buenas circunstancias v siguen hábitos de estricta moralidad". Sin embargo, sobrevinieron algunos reveses y en sus últimos años quedó pobre. Fue padre de nueve hijos. Abuelos maternos de José Smith.—Salomón, hijo de Ebenezer Mack, nació el 26 de septiembre de 1735 en Lyme, Estado de Connecticut. A la edad de veintiún años ofreció sus servicios a su país bajo el mando del capitán Henry, en el regimiento del coronel Whiting. Después de algunos años de servicio militar— en el curso del cual su vida fue milagrosamente preservada, a pesar de que tomó parte en varios combates sangrientos—fue licenciado honorablemente en Crown Point, en la primavera de 1759. Ese mismo año conoció a una joven profesora, Lydia Gates, hija de Nathan Gates, rico hacendado de East Haddam, Estado de Connecticut. Poco después de conocerse se casaron, y en 1761 Salomón y su esposa se trasladaron a Marlow, donde establecieron su residencia en un sitio despoblado. No había más que cuatro familias alrededor de ellos en una extensión de 60 kilómetros. Allí fue donde supo apreciar las excelentes virtudes de su esposa. "En vista de que los niños no podían ir a la escuela-escribió—ella se hizo cargo de su educación y cumplió con los deberes de una profesora como sólo una madre puede hacerlo. Preceptos, acompañados de ejemplos, dejaron impresiones inolvidables en sus tiernos pensamientos. Además de la educación ordinaria que ella les impartía, solía juntarlos al amanecer y al atardecer para enseñarles a orar, y mientras tanto les hacía ver la necesidad de amarse el uno al otro, así como de sentir devoción hacia Aquel que los había creado." De esta manera quedaron inculcados en sus hijos las virtudes morales así como la fe en su Redentor. Servicio patriótico de Salomón Mack.—En 1776, Salomón Mack se dió de alta en el ejército norteamericano. Por un tiempo estuvo con el ejército, pero más tarde formó parte de la marina. Con sus dos hijos, Jason y Stephen, tomó parte en una expedición de corso al mando del capitán Havens. Tuvieron algunas aventuras emocionantes en extremo, pero escaparon con muy poco daño. Su servicio militar duró en total unos cuatro años. Cuando fue licenciado, se mudó a Gilsum, Estado de New Hampshire, para establecerse allí. Debido a las campañas tan rigurosas de las dos guerras en que había prestado sus servicios, decayó su salud y padeció mucho durante sus últimos años. Su hijo Stephen se trasladó a Vermont y más tarde a Detroit, donde se dedicó a los negocios mercantiles y fue uno de los fundadores de esa ciudad. Durante la guerra de 1812 Stephen de nuevo prestó sus servicios a su país. Fue capitán durante el sitio de Detroit, y cuando su superior le mandó que rindiera la plaza, se negó a obedecer la orden. Haciendo pedazos su espada, la arrojó en el lago diciendo que nunca aceptaría tan vergonzoso acto mientras corriera por sus venas la sangre americana. Tal era el carácter de los antepasados de José Smith. http://bibliotecasud.blogspot.com/ 18
  • 20. CAPITULO 6 LA NIÑEZ DE JOSÉ SMITH 1805-1820 Nacimiento de José Smith el Profeta.—José Smith, hijo de Asael, nació en Topsfield el 12 de julio de 1781. A fines del siglo dieciocho estaba viviendo en Tunbridge, Estado de Vermont, donde tenía una buena granja y se dedicaba al cultivo de la tierra. Fue allí donde conoció a Lucy Mack, hija de Salomón Mack, y a la cual más tarde tomó por esposa. Lucy había ido a visitar a su hermano Stephen, que por esa época vivía en Tunbridge. Después de su matrimonio, José Smith siguió viviendo en el mismo lugar seis años más. En 1802 alquiló sus tierras y se trasladó a Randolph para dedicarse a los negocios mercantiles. Más tarde vendió su granja en Tunbridge y se mudó a Royalton, v luego a Sharon, donde nació su hijo José, el 23 de diciembre de 1805. En 1811 los Smith se trasladaron de Vermont a New Hampshire, donde proyectaron establecerse "y empezaron a ver con gozo y satisfacción" que la prosperidad coronaba sus esfuerzos. Igual que la mayor parte de los padres, estaban deseosos de dar algunas comodidades a sus hijos, junto con las ventajas de una educación. Sobre este anhelo la madre escribe: Las primeras aflicciones de los Smith.—"En vista de que los niños no habían tenido mucha oportunidad de ir a la escuela, empezamos a hacer los arreglos para atender a este importante deber. Colocamos a Hyrum, nuestro segundo hijo, en una academia en Hanover: y mandamos a una escuela próxima a los demás que tenían la edad suficiente. Mientras tanto, mi esposo y yo estábamos haciendo cuanto esfuerzo nuestras habilidades nos permitían por el futuro bienestar y ventaja de la familia, y vimos que fue grandemente bendecido nuestro empeño." Sin embargo, se malograron todos estos proyectos, porque una epidemia de tifo azotó el país, y todos los hijos de los Smith cayeron gravemente enfermos. Sofronia, la hija mayor, estuvo mucho tiempo a punto de morir, y sólo la Providencia Divina, invocada por medio de la oración, la salvó. José pudo reponerse de la fiebre, después de estar enfermo dos semanas, pero le quedó un agudo dolor en el hombro. Al principio se creía que era a consecuencia de alguna tercedura, pero más tarde se descubrió que provenía de otras causas. Se le había formado una bolsa de pus que se hizo necesario abrir. Su madre describe en esta manera vivida sus sufrimientos: Grave aflicción de ]osé Smith. — "En cuanto la llaga se hubo vaciado, cesó el dolor en esa parte y le bajó como rayo (según él lo describió) por todo el costado hasta el tuétano del hueso de la pierna, que no tardó en agravarse. Cuando esto sucedió, mi pobre hijo exclamó en su desesperación: '¡Ay, papá, me duele tanto que no sé cómo podré aguantarlo!' "Pronto empezó a hinchársele la pierna, y siguió padeciendo los más terribles dolores dos semanas más. En esos días yo lo llevaba en brazos la mayor parte del tiempo para calmar sus dolores hasta donde fuera posible. Como resultado de ello, yo misma me puse muy enferma, porque mi naturaleza no pudo soportar la angustia mental y el agotamiento físico. La ternura de Hyrum Smith. — "Hyrum, en quien abundaban la ternura y el cariño, pidió permiso para tomar mi lugar; y como era un joven bueno y constante, se lo permitimos. A fin de facilitarle la tarea, acostamos a José sobre una cama baja, y Hyrum se sentaba al lado de su hermano, casi día y noche, oprimiendo entre sus manos la parte dolorida de la pierna para que éste pudiera soportar las punzadas, tan severas que apenas podía aguantarlas. Se recurre a la ayuda médica.— "Al fin de tres semanas nos pareció prudente llamar de nuevo al cirujano. Cuando llegó, le hizo una incisión de veinte centímetros en el frente de la pierna, entre la rodilla y el tobillo, lo cual le alivió el dolor en gran manera, y el enfermo se sintió muy bien; pero cuando la herida empezó a cerrar, nuevamente le volvió el dolor con la fuerza de antes. "Regresó el médico, y en esta ocasión amplió la cortada, llegando hasta el hueso. Por segunda vez empezó a cerrar la herida, pero al grado que iba sanando, también comenzó a inflamarse; y así continuó la hinchazón hasta que nos pareció prudente consultar a varios médicos, los cuales decidieron, después de una conferencia, que no les quedaba más remedio que amputarle la pierna. Se llega a un acuerdo. — "Poco después de haber tomado esta determinación, llegaron a la casa y 19
  • 21. los recibimos en un cuarto donde José no pudiera oír. Habiéndose sentado, les pregunté: Señores ¿qué pueden hacer ustedes para curarle la pierna a mi hijo?' Me contestaron: No podemos hacer nada; ya le hemos abierto la pierna hasta el hueso y la hallamos tan infectada que no hay manera de curarla. Urge la amputación para salvarle la vida.' "Sentí como si me hubiera herido un rayo. Me dirigí al cirujano principal: 'Dr. Stone, ¿no puede usted hacer un intento más? ¿No podría usted cortar alrededor del hueso y quitar la parte infectada para ver si tal vez sana la parte buena, y de esta manera salvarle la pierna? Usted no puede, no debe cortarle la pierna sin que lo intente una vez más. No le permitiré entrar en el cuarto hasta que usted me lo prometa.' "Después de consultar entre sí unos minutos consintieron en atender a mi súplica, y entonces fueron a ver a mi hijo sufriente. Uno de los médicos, al acercarse a donde estaba acostado dijo: "—Hemos venido otra vez. "—Sí—respondió José—ya lo veo; pero no han venido para cortarme la pierna, ¿verdad? "—No; tu madre nos ha rogado que hagamos un esfuerzo más, y a eso hemos venido. "El cirujano principal, después de un momento de conversación, mandó que se trajera una cuerda para atar a José a la cama, pero éste se opuso. El doctor, sin embargo, insistió en que tendría que ser atado. Entonces José contestó con mucha determinación: "—No, doctor, no me dejaré atar, porque puedo aguantar la operación mucho mejor si estoy libre. "—Entonces, ¿quieres beber un poco de aguardiente?—le preguntó el doctor. "—No—respondió José—ni una gota. "—Entonces bebe un poco de vino; tienes que tomar algo o no podrás soportar la grave operación que vamos a tener que practicar. " — ¡No!—exclamó José.—No beberé ni una gota de licor ni me dejaré atar; pero le diré lo que voy a hacer. Le diré a mi padre que se siente en la cama y me sostenga en sus brazos; entonces haré lo que sea necesario para que me saquen el hueso. "Dirigiéndose a mí, dijo: "—Mamá, quiero que usted salga del cuarto porque sé que no puede aguantar verme sufrir tanto; papá lo puede soportar, pero usted me ha cargado y me ha cuidado tanto que ya no tiene fuerzas. Mirándome de lleno en la cara, con los ojos bañados de lágrimas, añadió: "—Mamá, prométame que no se quedará. El Señor me ayudará, y sé que podré soportarlo. "Obedecí su ruego, y después de colocar algunas sábanas dobladas debajo de su pierna enferma, me alejé alguna distancia de la casa para no poder oír. La operación.—"Para empezar la operación, los médicos le taladraron el hueso de la pierna, primero por el lado donde estaba enfermo y entonces por el lado contrario. En seguida lo quebraron con unas pinzas, y de esta manera le sacaron algunos pedazos grandes del hueso. Cuando le quebraron el primer pedazo, José gritó tan fuertemente, que no pude aguantar y corrí a él. Cuando entré en el cuarto, gritó: '¡Mamá, vuélvase, vuélvase! No quiero que entre. soportarlo si usted se va . . .' Trataré de "Inmediatamente me hicieron salir del cuarto y no me dejaron entrar otra vez hasta que hubieron terminado la operación. Después que acabaron, pusieron a José sobre una cama limpia, quitaron todas las manchas de sangre que había en el cuarto y alzaron los instrumentos que habían usado en la operación; sólo entonces se me permitió entrar otra vez. Es sanado.—"José inmediatamente empezó a sanar, y desde ese momento siguió mejorando hasta que recuperó su fuerza y salud. Habiéndose restaurado lo suficiente para viajar, fue a visitar a su tío en Salem, con la esperanza de que el aire del mar le hiciera bien, y en esto no salió contrariado." El traslado a Nueva York.— Todo un año tuvo la familia que contender con enfermedades continuas; y esto, junto con tres años consecutivos de malas cosechas, los dejó en circunstancias 20
  • 22. críticas. Tanto se desanimaron, que resolvieron trasladarse al clima más moderado y región más fértil de la parte occidental de Nueva York, donde tendrían mejor oportunidad para recuperarse de sus pérdidas. En cuanto pudieron hacer los arreglos y liquidar sus deudas, José Smith y su familia se mudaron a Pal-myra, Estado de Nueva York, a unos 480 kilómetros de su antigua casa en New Hampshire. Los miembros de la familia entonces consultaron entre sí el curso que habían de seguir. Por último se determinó comprar unas cuarenta hectáreas de tierra, como a tres kilómetros al sur de Palmyra. Debe tenerse presente que la parte occidental de Nueva York se hallaba mayormente despoblada en ese tiempo. Los estados de Ohío, Michigan e Illinois, estaban casi sin explorar; y del otro lado del gran río Misisipí había tierras que apenas si se conocían. Más de diez años después, el Señor, refiriéndose a Misurí en una revelación dada a José Smith, dijo que se hallaba en las "fronteras de los lamanitas". Se compra una casa.—Cuando se trasladaron a Palmyra, dos de los jóvenes, Alvin y Hyrum, prestaron mucha ayuda en la construcción de la nueva casa. Junto con su padre empezaron a desmontar las tierras recientemente adquiridas, porque estaban cubiertas de árboles. Esta condición generalmente prevalecía en aquella parte del país hace cien años. Durante el primer año desmontaron unas doce hectáreas—en sí una tarea bastante grande—además de trabajar a jornal de cuando en cuando, según se les presentaba la oportunidad, a fin de tener con qué pagar sus obligaciones. De manera que el primer año pudieron hacer casi todo el primer pago del terreno, que durante ese tiempo no estaba en condición de ser cultivado. La madre, con su infatigable industria, se dedicó a la tarea de ayudar a suministrar las necesidades de la casa, y logró buen éxito, vendiendo manteles de goma pintados a mano, para lo cual era muy diestra. Se mudan a Manchester.—A los cuatro años de haber llegado a Palmyra, los Smith se trasladaron a sus tierras, donde construyeron una casa de troncos de cuatro cuartos, a la que más tarde añadieron otras piezas para dormir. Fue mientras vivían en esta casa que José recibió sus gloriosas visiones. Se había proyectado la construcción de una casa más amplia bajo la dirección de Alvin, el hijo mayor, que tenía el deseo de ver a sus padres en un hogar cómodo. Había expresado la esperanza de preparar un cuarto donde pudieran sentarse su padre y madre con toda comodidad, y no permitir que trabajaran tanto como hasta entonces lo habían hecho. Fue en realidad un pensamiento y deseo nobles, pues sus padres efectivamente habían trabajado y se habían afanado mucho en medio de las tribulaciones y aflicciones que los llevó a la pobreza. La muerte de Alvin Smith.—Alvin no vivió para realizar su proyecto ni para ver el cumplimiento de sus sueños. En el otoño de 1824 se erigió la armazón para la casa nueva y se consiguió el material necesario para completarla; pero en noviembre de ese año, Alvin cayó enfermo y murió el día 19 del mes a los veintisiete años de edad. Vivió para enterarse de la visita del Padre y del Hijo, y la aparición de Moroni, y se convenció de que aquellas cosas eran ciertas. Murió orando por su hermano menor, José, y le aconsejó que fuera fiel a la gran obra que le había sido confiada. Se dice que Alvin fue un "joven de singular bondad y disposición, benigno y amable". La mano de la providencia.—Aunque difíciles de sobrellevar, las muchas adversidades de los Smith redundaron, mediante la providencia del Señor, en beneficio para ellos. Si hubiesen permanecido en Vermont o New Hampshire, quizá los fines del Señor no se habrían realizado tan cabalmente. Tenía una obra grande para el joven José, y fue menester que la familia se mudara al sitio donde se habría de efectuar. Por tanto, la mano del Señor los condujo por el valle de la tribulación al lugar que les había preparado. http://bibliotecasud.blogspot.com/ 21
  • 23. CAPITULO 7 LA VISION 1820 La propia historia de José Smith.—Jamás se ha relatado la maravillosa visión del Padre y del Hijo concedida a José Smith, en una forma tan eficaz y clara como él mismo lo ha hecho. Por tanto, se repite aquí con la sencillez completa con que él la narró. "Durante el segundo año de nuestra residencia en Mán-chester, surgió en la región donde vivíamos una agitación extraordinaria sobre el tema de la religión. Empezó entre los metodistas, pero pronto se generalizó entre todas las sectas de la comarca. En verdad, parecía repercutir en toda la región, y grandes multitudes se unían a los diferentes partidos religiosos, ocasionando no poca agitación y división entre la gente; pues unos gritaban: '¡He aquí!' y otros; '¡He allí!' Unos contendían a favor de la fe metodista, otros a favor de la presbiteriana y otros a favor de la bautista. Porque a pesar del gran amor expresado por los conversos de estas distintas creencias al tiempo de su conversión, y del gran celo manifestado por los clérigos respectivos, que activamene suscitaban y fomentaban este cuadro singular de sentimientos religiosos—a fin de lograr convertir a todos, como se complacían en decir, pese a la secta que fuere— sin embargo, cuando los convertidos empezaron a dividirse, unos con este partido y otros con aquél, se vio que los supuestos buenos sentimientos, tanto de los sacerdotes como de los prosélitos, eran más fingidos que verdaderos; porque siguió una escena de gran confusión y malos sentimientos—sacerdote contendiendo con sacerdote, y prosélito con prosélito—de modo que toda esa buena voluntad del uno para con el otro, si alguna vez la abrigaron, ahora se perdió completamente en una lucha de palabras y contienda de opiniones. "Para entonces yo había entrado en los quince años. La familia de mi padre se convirtió a la fe presbiteriana; y cuatro de ellos ingresaron a esa iglesia, a saber, mi madre Lucy, mis hermanos Hyrum y Samuel Hárrison, y mi hermana Sofronia. Una época de agitación religiosa.—"Durante estos días de tanta agitación, invadieron mi mente una seria reflexión y gran inquietud; pero no obstante la intensidad de mis sentimientos, que a menudo eran punzantes, me conservé apartado de todos estos grupos, aunque concurría a sus respectivas juntas cada vez que la ocasión me lo permitía. Con el transcurso del tiempo llegué a favorecer un tanto la secta metodista, y sentí cierto deseo de unirme a ella, pero eran tan grandes la confusión y contención entre las diferentes denominaciones, que era imposible que una persona tan joven como yo, y sin ninguna experiencia en cuanto a los hombres y las cosas, llegase a una determinación precisa sobre quién tendría razón y quién no. Tan grande e incesante eran el clamor y alboroto, que a veces mi mente se agitaba en extremo. Los presbiterianos estaban decididamente en contra de los bautistas y los metodistas, y se valían de toda la fuerza, tanto del razonamiento así como de la sofistería, para demostrar los errores de éstos, o cuando menos, hacer creer a la gente que estaban en error. Por otra parte, los bautistas y metodistas, a su vez, se afanaban con el mismo celo para establecer sus propias doctrinas y refutar las demás. Se pone a prueba la promesa de Santiago. — "En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacerr ¿Cuál de todos estos partidos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo? Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las contiendas de estos partidos religiosos, un día estaba leyendo la Epístola de Santiago, primer capítulo y quinto versículo, que dice: Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que éste en esta ocasión el mío. Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de Dios, esa persona era yo; porque no sabía qué hacer, y a menos que pudiera obtener mayor conocimiento del que hasta 22
  • 24. entonces tenía, jamás llegaría a saber; porque los maestros religiosos de las diferentes sectas interpretaban los mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto, que destruía toda esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia. Finalmente llegué a la conclusión de que tendría que permanecer en tinieblas y confusión, o, de lo contrario, hacer lo que Santiago aconsejaba, esto es, recurrir a Dios. Al fin tomé la determinación de pedir a Dios, habiendo decidido que si El daba sabiduría a quienes carecían de ella, y la impartía abundantemente y sin reprochar, yo podría intentarlo. Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir a Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue en la mañana de un día hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820. Era la primera vez en mi vida que hacía tal intento, porque en medio de toda mi ansiedad, hasta ahora no había procurado orar vocalmente. La visión.—"Después de apartarme al lugar que previamente había designado, mirando a mi derredor y encontrándome solo, me arrodillé y empecé a elevar a Dios los deseos de mi corazón. Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que completamente me dominó, y surtió tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude hablar. Una espesa niebla se formó alrededor de mí, y por un tiempo me pareció que estaba destinado a una destrucción repentina. "Mas esforzándome con todo mi aliento para pedirle a Dios que me librara del poder de este enemigo que se había apoderado de mí, y en el momento preciso en que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la destrucción'—no a una ruina imaginaria, sino al poder de un ser efectivo del mundo invisible que ejercía esta fuerza tan asombrosa como yo nunca había sentido en ningún otro ser—precisamente en este momento de tan grande alarma vi una columna de luz más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; v esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí. "No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar la luz sobre mí, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: '¡Este es mi Hijo Amado: Escúchalo!' "Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado lo suficiente para poder hablar, pregunté a los Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera, y a cuál debería unirme. Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque todas estaban en error; y el Personaje que me habló dijo que todos sus credos eran una abominación a su vista; que todos aquellos profesores se habían pervertido; que 'con sus labios me honran pero su corazón está lejos de mí; enseñan como doctrinas mandamientos de hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella'. De nuevo me mandó que no me afiliara con ninguna de ellas; y muchas otras cosas me dijo que no puedo escribir en esta ocasión. Cuando otra vez volví en mí, me encontré de espaldas mirando hacia el cielo. "Al retirarse la luz, me quedé sin fuerzas, pero poco después, habiéndome recobrado hasta cierto punto, volví a casa. Al apoyarme sobre la mesilla de la chimenea, mi madre me preguntó si algo me pasaba. Yo le contesté: 'Pierda cuidado, todo está bien; estoy en bastante buena condición'. Entonces le dije: 'He sabido a satisfacción mía que el presbiterianismo no es verdadero.' Oposición sectaria. — "Parece que desde los años más tiernos de mi vida el adversario sabía que yo estaba destinado a perturbar y molestar su reino; de lo contrario, ¿por qué habían de combinarse en mi contra los poderes de las tinieblas? ¿Cuál era el motivo de la oposición y persecución que se desató contra mí casi desde mi infancia? "A los pocos días de haber visto esta visión, me encontré por casualidad en compañía de uno de los ministros metodistas, uno muy activo en la ya mencionada agitación religiosa, y hablando con él de asuntos religiosos, aproveché la oportunidad para relatarle la visión que había visto. Su 23
  • 25. conducta me sorprendió grandemente; no sólo trató mi narración livianamente, sino con mucho desprecio, diciendo que todo aquello era del diablo; que no había tales cosas como visiones y revelaciones en esos días; que todo eso había cesado con los apóstoles, y que no volvería a haber más. "Sin embargo, no tardé en descubrir que mi relato había despertado mucho prejuicio en contra de mí entre los profesores de religión, y fue la causa de una fuerte persecución, cada vez mayor; y aunque no era yo sino un muchacho desconocido, apenas entre los catorce y quince años de edad, y tal mi posición en la vida que no era un joven de importancia alguna en el mundo, sin embargo, los hombres en altas posiciones se fijaban en mí lo suficiente para agitar el sentimiento público en mi contra y provocar con ello una amarga persecución; y esto fue general entre todas las sectas: todas se unieron para perseguirme. Reflexiones de José Smith.—"En aquel tiempo me fue motivo de seria reflexión, v frecuentemente lo ha sido desde entonces; cuán extraño que un muchacho desconocido de poco más de catorce años, v además, uno que estaba bajo la necesidad de ganarse un escaso sostén con su trabajo diario, fuese considerado persona de importancia suficiente para llamar la atención de los grandes personajes de las sectas más populares del día; v a tal grado, que suscitaba en ellos un espíritu de la más rencorosa persecución y vilipendio. Pero extraño o no, así aconteció; y a menudo fue motivo de mucha tristeza para mí. Sin embargo, no por esto dejaba de ser un hecho el que yo hubiera visto una visión. He pensado desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando presentó su defensa ante el rey Agripa y refirió la visión en la que vio una luz y oyó una voz. Mas con todo, fueron pocos los que lo creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese hecho; y aunque lo persiguieran hasta la muerte, aún así, sabía, y sabría hasta su último aliento, que había visto una luz así como oído una voz que le habló; y el mundo entero no iba a poder hacerlo pensar o creer lo contrario. "Así era conmigo. Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; v aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me censuraban, y decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios? ¿o por qué quiere el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía y comprendía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación. "Mi mente ya estaba satisfecha en lo que concernía al mundo sectario: que mi deber era no unirme con ninguno de ellos, sino permanecer como estaba hasta que se me dieran más instrucciones. Había descubierto que el testimonio de Santiago es cierto: que si el hombre carece de sabiduría, puede pedirla a Dios y obtenerla sin reproche." El gran honor de José Smith.—No existe ningún relato en la historia o la revelación, de que en alguna ocasión anterior, el Padre y el Hijo le hayan aparecido en su gloria a un ser mortal. Sumamente maravilloso fue el honor que se confirió a este humilde joven. Grande fue su fe; tan grande así, que, como el hermano de Jared, pudo penetrar el velo y ver la gloria de estos Seres santos, cuya gloria reposó sobre él. Si no le hubiera hecho sombra este poder, no habría podido resistir su presencia, porque su fulgor era mucho mayor que el del sol al mediodía. Por tanto, no fue por el poder del ojo natural que él vio esta gran Visión, sino con la ayuda de los ojos del espíritu. El hombre natural, sin la gracia salvadora del poder del Señor, no puede ver su presencia de esta manera, porque sería consumido. José Smith, mediante el poder del Señor, pudo ver la presencia del Gran Creador y su Hijo Glorificado, porque se dignaron honrarlo con su presencia y conversar con él. Los cielos ya no están sellados.—Los cielos cesaron de ser como de bronce. El hombre ya 24
  • 26. no estaría obligado a tropezar y palpar a obscuras por más tiempo. Se dió a conocer la salvación, y las buenas nuevas iban a ser proclamadas, como con el son de potente trompeta, hasta los extremos de la tierra. Se aproximaba el fin del reinado de Satanás, y en breve iba a proclamarse el mensaje a toda nación, tribu, lengua y pueblo. El mundo rechaza la visión.—Con razón pudo regocijarse José Smith. ¡Ahora poseía un conocimiento mayor que todos los profesores y ministros del mundo! Era natural su deseo de que otros compartieran su gozo, de comunicarles su maravillosa información. ¡Se la proclamaría con gozo; pues ciertamente se alegrarían de recibirla y se regocijarían con él! Pero lo esperaba una gran desilusión, porque unánimemente se rechazó su mensaje. Sólo los miembros de su familia quisieron creer. Los hombres instruidos lo trataron con desprecio, aunque no era sino un jovencito. Lo avergonzaron y se burlaron de él, y en lugar de ser recibido con el espíritu de amor y gratitud por haber revelado aquel glorioso mensaje de verdad, tuvo que contender con el espíritu del desprecio y el rencor. Con tristeza aprendió a guardar silencio y a esperar la luz adicional e inspiración que se le habían prometido. Aunque todo el mundo se burlaba y sus amigos anteriores lo ridiculizaban, él sabía que había visto la visión. Había un Amigo a quien él ahora podía recurrir y derramar su alma con la humilde esperanza de recibir ánimo y ayuda. ¿Qué importaba que todo el mundo se burlara, si el Hijo del Hombre escuchaba su humilde ruego? No es extraño que se haya rechazado el mensaje.—Sin embargo, al reflexionarlo, no nos parece raro que el mundo haya rechazado este mensaje de luz y verdad, porque el Señor dijo muchos siglos antes: "Los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas." Y en lo que respecta a los sacerdotes, ¿no estaban en peligro sus artificios? El mensaje comunicado por el Dios de los cielos al joven vidente era decisivo en extremo. Se había declarado, en lenguaje fácil de entender, que los credos de los hombres no concordaban con su evangelio. No era un mensaje muy agradable para los ministros religiosos del día. Además, la visión había desquiciado las tradiciones de los tiempos, y de una manera enfática impugnaba y refutaba las doctrinas que se predicaban en las iglesias. El mundo enseñaba y creía que el canon de las Escrituras estaba completo; que no habría, ni podía haber más revelación; que las visitas de ángeles habían cesado con los primeros padres cristianos y que tales cosas habían dejado de ser para siempre jamás. También se enseñaba la doctrina de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran seres incomprensibles, sin cuerpo, partes o pasiones. La revelación del Padre y del Hijo, en calidad de personas separadas, cada cual con un cuerpo tangible a semejanza del cuerpo del hombre, significaba el exterminio de esta doctrina, así como de la doctrina de los cielos sellados. El mundo sostenía que no debía esperarse la perfección en la religión o en la organización de la Iglesia de Cristo, sino que los hombres debían guiarse por su propia razón humana para interpretar la palabra del Señor declarada en las Escrituras. Atrevida denuncia de las falsas doctrinas.—La intrépida denuncia de todas estas enseñanzas y tradiciones tergiversadas, aunque expresada con sencillez confiada por un humilde joven de catorce años de edad, ciertamente no iba a ser motivo de gozo v tranquilidad para aquellos que creían en sus antiguas tradiciones y las amaban con el alma. No obstante, tenían que comunicarse las nuevas, porque en el mundo había miles de almas honradas que en igual manera estaban rogando que nuevamente fuese restaurada la luz del evangelio eterno y volviera a proclamarse por testimonio el mensaje de salvación para que llegara el fin de la injusticia. http://bibliotecasud.blogspot.com/ 25
  • 27. CAPITULO 8 LA VISITA DE MORONI 1823-1827 La vida de José Smith entre 1820 y 1823. — "Seguí con mis ocupaciones comunes de la vida— dice el Profeta en su historia—hasta el veintiuno de septiembre de mil ochocientos veintitrés, sufriendo continuamente severa persecución de manos de toda clase de individuos, tanto religiosos como irreligiosos, por motivo de que yo seguía afirmando que había visto una visión. "Durante el tiempo que transcurrió entre la ocasión en que vi la visión y el año mil ochocientos veintitrés—habiéndoseme prohibido unirme a las sectas religiosas del día, cualquiera que fuese, teniendo pocos años, y perseguido por aquellos que debieron haber sido mis amigos y haberme tratado con bondad; y si me creían deludido, haber procurado de una manera propia v cariñosa rescatarme— me vi suieto a toda especie de tentaciones: v. juntándome con toda clase de personas, frecuentemente cometía muchas imprudencias y manifestaba las debilidades de la juventud v las flaquezas de la naturaleza humana, lo cual, me da pena decirlo, me condujo a diversas tentaciones, ofensivas a la vista de Dios. Esta confesión no es motivo para que se me juzgue culpable de cometer pecados graves o malos, porque jamás hubo en mi naturaleza tal disposición. Pero sí fui culpable de levedad, y en ocasiones me asociaba con compañeros joviales, etc., cosa que no correspondía con la conducta que había de guardar uno que había sido llamado de Dios como yo. Mas esto no será muy extraño para el que se acuerde de mi juventud y conozca mi jovial temperamento natural. "Como consecuencia de estas cosas, solía sentirme censurado a causa de mis debilidades e imperfecciones. De modo que en la noche del va mencionado día veintiuno de septiembre, después de haberme retirado a mi cama, me puse a orar, pidiéndole a Dios Todopoderoso perdón de todos mis pecados e imprudencias; y también una manifestación, para saber de mi condición y posición ante El; porque tenía la más completa confianza de obtener una manifestación divina, como previamente la había tenido. La aparición de Moroni. — "Encontrándome así en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía una luz en mi cuarto, y que siguió aumentando hasta que la pieza quedó más iluminada que al mediodía; cuando repentinamente se apareció un personaje al lado de mi cama, de pie en el aire, porque sus pies no tocaban el suelo. Llevaba puesta una túnica suelta de una blancura exquisita. Era una blancura que excedía cuanta cosa terrenal jamás había visto yo; ni creo que exista objeto alguno en el mundo que pudiera presentar tan extraordinario brillo y blancura. Sus manos estaban desnudas, y también sus brazos, un poco más arriba de las muñecas; y en igual manera los pies, así como las piernas, poco más arriba de los tobillos. También tenía descubiertos la cabeza y el cuello, y pude darme cuenta de que no llevaba puesta más ropa que esta túnica, porque estaba abierta de tal manera que podía verle el pecho. No sólo tenía su túnica esta blancura singular, sino que toda su persona brillaba más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo relámpago. El cuarto estaba sumamente iluminado, pero no con la brillantez que había en torno de su persona. Cuando lo vi por primera vez, tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí. Es revelado el Libro de Mormón. — "Me llamó por mi nombre, y me dijo que era un mensajero enviado de la presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía una obra para mí, y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría mi nombre para bien y mal, o que se iba a hablar bien o mal de mí entre todo pueblo. "Dijo que se hallaba depositado un libro, escrito sobre planchas de oro, el cual daba una relación de los antiguos habitantes de este continente, así como del origen de su procedencia. También declaró que en él se encerraba la plenitud del evangelio eterno cual el Salvador lo había comunicado a los antiguos habitantes. Asimismo, que junto con las planchas estaban depositadas dos piedras en aros de plata, las cuales, aseguradas a un pectoral, formaban lo que se llamaba el Urim y Tumim; que la posesión y uso de estas piedras era lo que constituía a los videntes de los días antiguos o anteriores, y que Dios las había preparado para la tradución del libro. Moroni cita a los antiguos profetas.—"Después de decirme estas cosas, empezó a repetir las 26