1. Las Esperas
o la identidad deseada
– I –
La pulsión
Esperar tiene la misma estructura que Desear: ambos aprecian una
ausencia, ambos ambicionan una presencia. Es un juego de cardinalidad,
de distancia: se trata de un Encuentro.
Quizás la pregunta más pertinente, o la que más se ajusta a esta estruc-
tura sea «¿qué buscamos en lo-esperado, en lo-deseado?»
– II –
La Identidad
Esperamos que lo que acontezca durante el tiempo de espera se ajuste a
esa realidad que sentimos necesidad, y tenemos la emoción reprimida
de, en cuanto surja, «es lo que Esperaba». Como si con lo-que nos hemos
encontrado nuestra vida se agrandara, se fortaleciera, se aumentara, se
distanciara de lo ordinario. Y realmente es triste que la respuesta a
aquella pregunta no la encontremos así «¿aquello que buscas, que espe-
ras, que deseas, no se encuentra en lo que tienes, en lo que está inme-
diato en tu vida?»; pregunta más fácil de responder que la primera. En
este video ocurre un encuentro entre dos posturas: una trascedente (el
juicio de la vida-después; tras la muerte lo que hay es mejor y aporta
mayor felicidad; casi que disuelve la iniciativa de lograr ser feliz en el
tiempo presente con lo que hay en éste: proclama la Felicidad-plena en
el más-allá) y otra inmanente (en la vida presente la felicidad se encuentra
en lo que se tiene, que es justo lo que puedes disfrutar sin demora, sin
tiempo de espera; no puedes vivir/sentir lo que hay después de este
tiempo presente y por ello es absurdo reducir la potencia de lo que ya se
encuentra cerca de ti).
Ciertamente, si nos despojáramos de la acción de acumular esperas-
logradas (desvalorar casi instantáneamente aquello que se estuvo desean-
do y de lo que ya se dispone) y nos dedicásemos a lo-que-está-ahí nos en-
riqueceríamos más, nos sentiríamos más reforzados y obtendríamos
mejores emociones y mejores recuerdos. El tiempo de espera impide
poder disfrutar y valorar con acierto la potencia individual de aquello
2. que ya forma parte de nuestra vida y que, por supuesto, la intensificaría.
Pienso que una persona, cuya vida transcurre en un estado de Espera,
desplaza el valor real de lo que ya se encuentra en nuestra vida al do-
mesticar, por la rutina metódica de aquel Desear-constantemente, los afectos
que aquello produce. Lo terrible de tal situación: la persona ha olvidado
que justo lo que está ya en su vida es lo que conforma su identidad. Se
trata de la lógica de las relaciones: lo que nos define son nuestras afini-
dades, nuestras inclinaciones, no solamente lo que se tiene o de lo que se
puede disfrutar ya, sino, particularmente, lo que nos diferencia en nues-
tro desear, esos espectros ausentes que dicen de nuestras vinculaciones. Y
esto, sin duda, es lo más importante de la vida: las acciones.
– III –
Los Afectos
Quizás lo más interesante de la Espera, o del Deseo, es que es un flujo al
que le hemos sumado una imagen, pensemos: ¿hay «algo» que desees, o
esperes, que no comporte una forma, una imagen: un rostro, una escena,
un conjunto o un emplazamiento?
Decía Spinoza que la Felicidad es aquello que nos ayuda a crecer como
personas, extendiéndonos como potencias activas, accionadas por afec-
tos. ¿Para qué, entonces, desplazar lo que se tiene, lo que se puede dis-
frutar, lo que se puede emplear desde ya sin demora? ¿Para qué conti-
nuar proyectando un flujo de deseo: «necesito esto», «ojalá aquello» si
desplaza nuestra atención y aprovechamiento de lo que ya disponemos?
El problema de la Espera, o Deseo, es que nuestra Educación/Cultura
no nos ha educado sobre ello: Deleuze decía, si no recuerdo mal, que
«no deseamos algo: deseamos desear». Nuestro tiempo(-de-deseo) po-
dría medirse bajo la fórmula «querer disfrutar más de lo ausente que de
lo presente», entonces ¿para qué deseamos lo que alcanzamos si lo deva-
luamos en el momento en que es presente? Alcanzaríamos más felicidad
si el deseo se centrara en lo presente, en lo que ya-está, más que en lo-
que-no-está; nos apartaríamos de ese bucle infinito y absurdo de des-
valoración.
Lo anterior no resta el desear, el esperar, es decir: no suprime que nece-
sitemos deseos para crecer, para aumentarnos; más bien, se centra en
que si hemos logrado aquello que hemos deseado hay que valorarlo. Llegará un
momento en el que habrá que separarse y tomar distancia nuevamente:
3. bien porque aquello ya desarrolló su función y no puede aportar más,
bien porque no sabemos como emplear su potencia, bien porque ya no
sucede la afinidad con la que nos afectó.
Desear, Esperar, siempre deberían de ser acciones desde las que expan-
dirnos, crecer, desarrollarnos; Desear, Esperar, trazan movimientos de
abandono y de acogida ajustando nuestra identidad, nuestra diferencia.
Como un territorio de valores, de afectos.
– IV –
Dos signos del Error de esperar/desear
«[1]De lo único que me arrepiento es de no haber disfrutado in-
tensamente esos momentos […][2] Y de esta forma, la vida pasa
ante tus ojos esperando al tren de la felicidad que nunca llega.»
La Señora, en el corto Las Esperas
Claro, cuánta razón tiene la Señora. [1]Aquellos momentos no son más
que las esperas, los deseos, ocurriendo, propiciando que, justamente,
esos momentos pudieran acontecer. Cuando aquello que se ha espera-
do, que se ha deseado intensamente, lo único que debería desencade-
narse en nuestro interior es un júbilo tan inmenso como la propia fuerza
o voluntad de deseo que nos empujara a sentir un gozo pleno con lo-
deseado, lo-esperado. ¿Para qué, en ese preciso instante en el que el
momento de lo deseado se desarrolla, activamos el flujo de desear? ¿Pa-
ra que apreciar una ausencia en vez de aprovechar al máximo lo que
está ocurriendo gracias a lo que habíamos deseado?
[2]El tren de la felicidad jamás va a llegar. La felicidad, como el sistema
ferroviario, tiene su razón de ser en su ir-y-venir, no en una razón está-
tica, de permanencia, de quedarse. Un tren es un vector de movimiento
que va desplazándose por un sistema de railes en el que se han estable-
cido estaciones de destino, en las que se mantiene durante un breve
tiempo. Si proyectamos la metáfora ordenadamente advertimos lo si-
guiente: el Sistema de railes es la propia vida, con una ruta diferente al
resto de sistemas particulares/individuales; las Estaciones podríamos
concebirlas como los momentos de felicidad; el Tren es justo el vector
de espera y de deseo, porque para alcanzar cada una de las estaciones se
debe de pasar por las anteriores y eso supone un tiempo, y cuando se ha
llegado a la Estación que representa la Espera actual el Deseo se mani-
fiesta intensivamente.
4. Por ello el tren de la felicidad jamás va a llegar, porque no se desea éste:
no se quiere un único momento de felicidad estática puesto que sólo
sería proporcionado por un Deseo, y ocurre, al contrario, que alberga-
mos y necesitamos muchos Deseos que nos reporten diferentes y múlti-
ples intensidades y momentos de Felicidad. Además, pensemos que si la
Felicidad se manifestara a tiempo completo la vulgarizaríamos al do-
mesticarla como rutina.