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El primer trabajo sobre el bocio exoftálmico publicado
en Cuba
El bocio exoftálmico es una enfermedad endocrina, caracterizada por la hipertrofia de la
glándula tiroides con protrusión o proyección anormal del globo del ojo, acompañada de
anemia e hiperfuncionamiento cardíaco. Entre sus síntomas más visibles se encuentran
el temblor, la irritabilidad mental, la debilidad muscular y los trastornos orgánicos en
general. Se considera que este padecimiento es consecuencia de una actividad tiroidea
excesiva.1

La referencia bibliográfica más antigua que se conoce acerca de esta afección se
remonta a la cultura egipcia, pues en el Papiro de Ebers, escrito hacia 1550 a.n.e. con un
texto de 22 líneas y 108 columnas,2,3 se hizo una descripción del bocio y hasta se
recomendó como posible tratamiento la resección quirúrgica, o la ingestión de sales de
un determinado lugar del Bajo Egipto.4 Esto demuestra no solo que el mal era ya
conocido en la época de los faraones, sino también que desde entonces se sugerían
procedimientos para enfrentarlo.

Otro documento histórico donde se describió la mencionada enfermedad fue la obra de
André Du Laurens [Laurentius] (1558-1609) titulada De mirabili strumas sanadi,
publicada en París en 1609,5 a la que siguieron en orden cronológico algunas más
durante los siglos XVII y XVIII y el primer cuarto del XIX hasta que, en 1825, Caleb
Hillier Parry (1755-1822) hizo la que se considera la reseña clásica del bocio
exoftálmico.6 Diez años después Robert James Graves (1797-1853) publicó la que por
muchas personas se tiene como la primera descripción exacta del mal7 y en 1840 Carl
Adolph von Basedow (1799-1854) dio a la luz un extenso artículo acerca de los
resultados de sus investigaciones en relación con el modo de tratarlo.8 La trascendencia
de la labor de los tres últimos autores mencionados ha determinado que el bocio
exoftálmico se identifique indistintamente como enfermedad de Parry, de Graves o de
Basedow.

Si bien la primera publicación en la isla de Cuba de un trabajo sobre un padecimiento de
las glándulas endocrinas tuvo lugar el 12 de mayo de 1813, fecha en la que el célebre
sabio habanero, el doctor Tomás Chacón (1764-1849) hizo público en el Diario del
Gobierno de La Habana un artículo sobre hermafroditismo en un marinero,9 no fue
hasta transcurridos algunos años de la segunda mitad del siglo XIX que apareció el
primer trabajo científico en relación con el bocio exoftálmico, el cual fue dado a
conocer por el célebre médico cubano Carlos J. Finlay Barrés (1833-1915) en la sesión
celebrada el 8 de febrero de 1863 en la sede de la Academia de Ciencias Médicas,
Físicas y Naturales de La Habana.

Finlay puso a la consideración de sus colegas académicos en la fecha antes indicada su
comunicado sobre el trastorno, que luego se publicó con el mismo título en el primer
número de los Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La
Habana,10 revista surgida en agosto de 1864 como órgano oficial de esa corporación y
que se mantuvo durante casi un siglo divulgando principalmente las contribuciones de
los miembros de la Academia, además de las de otras personalidades de las ciencias, y
que ha sido hasta ahora la más trascendental y la de más larga vida entre todas las
revistas   científicas   cubanas     (su    último   número      salió   en     1958).
Finlay dio inicio a su comunicado sobre el bocio exoftálmico con mención al interés
que habían suscitado en Europa las discusiones de la Academia de París respecto a la
entonces extraña enfermedad, lo que le sirvió de motivación para recoger los apuntes de
un caso, el primero detectado en Cuba, ocurrido en la ciudad de Matanzas en diciembre
de 1862. En su intervención hizo el sabio una exhaustiva descripción de los síntomas de
la paciente objeto de sus observaciones, una partera de 37 años llamada Inés Sosa,
coincidentes todos con los descritos por Parry,6 Graves7 y Basedow.8 La paciente
acudió a su consulta el 1ro. de diciembre de 1862 y refirió sufrir de histeria. Según la
anamnesis, Inés había gozado de buena salud, con menstruaciones normales y sin
síntomas de histeria hasta 1858. Ese año, y sin causa aparente, experimentó por primera
vez palpitaciones que le producían mucha disnea con sensación de constricción en el
pecho y que se continuaron produciendo por paroxismos cada vez más agudos hasta la
fecha de la consulta. Desde el primer año se hizo muy nerviosa e impresionable y, al
cabo de algunos meses, notó hinchazón en el cuello que se siguió desarrollando hasta el
verano de 1862. En los últimos dos años experimentó trastornos en las menstruaciones,
las cuales eran escasas y su duración reducida a dos días en lugar de los cinco que antes
duraba. Inés bajó de peso y, poco tiempo antes de asistir a la consulta, observó que su
ojo izquierdo era más saliente que el derecho y que durante los paroxismos de
palpitaciones se le abultaban ambos ojos y sentía como si le fuera a brotar sangre por
esa parte. La vista se conservaba buena, aunque algo présbita y se cansaba con facilidad.
Padecía además de cefalalgias muy frecuentes; los pies se le hinchaban y no podía
descansar sobre el lado izquierdo por las palpitaciones que esa posición le producía.
Todos estos síntomas progresaban con alternativas de crecimientos y remisiones. Sólo
el tumor del cuello comenzó a disminuir desde septiembre, según la paciente, por el uso
de la zarzaparrilla de Bristol, si bien aseguraba que, a la vez que se reducía el tumor, los
otros                      síntomas                       se                     agravaban.

Inés, de la raza negra, nunca había concebido a pesar de sus muchos deseos de ser
madre. Con estos antecedentes, Finlay procedió a la ejecución del examen físico, en el
cual pudo detectar la pupila del ojo izquierdo más dilatada que la del derecho. Observó
además que cuando la enferma fijaba la vista hacia delante, el párpado inferior izquierdo
no llegaba sino hasta el borde de la córnea, mientras que del lado opuesto el párpado
cubría cerca de un milímetro de la córnea transparente. El globo ocular izquierdo era
también más duro que el derecho. Cuando cerraba los ojos, los párpados del lado
izquierdo se hallaban visiblemente más abultados que los del lado derecho, aunque la
vista era igual en ambos ojos. En el examen practicado con el oftalmoscopio, Finlay
notó que en la retina y los vasos del ojo izquierdo predominaba la coloración oscura que
le da la coroides sobrecargada, como es la regla en la raza negra; mientras en la pupila
del nervio óptico los vasos presentaban una encorvadura, tal como si estuviese la pupila
convexa hacia delante, pero normal tanto en su coloración como en sus dimensiones.

La hinchazón en el cuello era muy visible por la hipertrofia del cuerpo tiroides, cuya
forma se conservaba casi normal, pero exagerada en sus dimensiones. El lóbulo
izquierdo era mayor que el derecho, pues mientras el primero medía desde la clavícula
89 milímetros de altura y 82 en su mayor anchura, el segundo medía 82 milímetros de
alto por 57 de ancho. El istmo, un poco inclinado hacia la izquierda, medía 15
milímetros transversalmente y 25 verticalmente. Ambos lóbulos transmitían pulsaciones
isócronas con la del corazón y por medio de la auscultación dejaban percibir dos ruidos
acompañados de un soplo variable en intensidad y a veces con una vibración musical.
El corazón latía con violencia y sus latidos se percibían hasta debajo de la sexta costilla
y a 2 ½ pulgadas del borde del esternón. Los ruidos se captaban con fuerza,
acompañado el primero con un soplo después de la sístole del corazón. La enferma dijo
que durante los paroxismos su vestido se hallaba visiblemente levantado por las
palpitaciones y entonces sentía mucha opresión y constricción en el pecho y en el
cuello; respiraba con dificultad, los ojos y la cara se le abultaban; ella se alarmaba
mucho de su estado y a veces sangraba un poco por la nariz. Estos paroxismos eran muy
frecuentes y en ocasiones duraban muchas horas, con cortos intervalos de descanso. El
pulso era débil y la frecuencia de los latidos era a veces de 100 por minuto. Todos los
síntomas adquirían mayor intensidad hacia las fechas de la menstruación; con
frecuencia padecía de dolores en los hombros y en el pecho, y se le hinchaban los pies y
las                                                                               piernas.

La orina, examinada el 5 de diciembre, era clara y sin depósito alguno; con una
gravedad específica de 1 014 sin exceso de fosfatos ni trazas de albúmina. El apetito y
la digestión eran normales, con independencia de que en ocasiones la enferma
experimentaba              latidos            en              el            epigastrio.

Para Finlay el diagnóstico de este caso no dejaba lugar para la duda, de acuerdo con el
cuadro sintomático, de que se trataba de bocio exoftálmico. Por ello sometió a la
enferma al tratamiento a base de yoduro de potasio por vía oral y de pomada de yoduro
de plomo aplicada sobre el tumor del cuello. Estos medicamentos aumentaron las
palpitaciones, pero el ilustre médico, en lugar de interrumpir su uso, comenzó a
administrar junto con ellos, primero un miligramo diario de digitalina y luego dos, con
el         fin         de          evitar        sus          efectos         adversos.

Con este procedimiento y las precauciones higiénicas necesarias, se fueron mejorando
los síntomas con tal rapidez que a las tres semanas la mayor altura del tumor del cuello
se había reducido de 82 milímetros a 62 en el lóbulo izquierdo, con disminución
proporcional de la circunferencia total del cuello; las pulsaciones del tumor eran menos
fuertes y no presentaban ya ningún ruido de soplo a la auscultación; los latidos del
corazón eran menos violentos y más regulares y con el estetoscopio se notaba un soplo
apenas perceptible; el pulso radian era de 88 golpes por minuto; los ojos se movían con
más regularidad y el izquierdo parecía un poco menos saliente; el edema de los pies
había desaparecido a los pocos días de comenzado el tratamiento; no había paroxismo
fuerte de palpitaciones en los últimos 15 días, ni cefalalgias ni dolores en los hombros;
la orina era clara y abundante, la enferma se sentía más sosegada y podía dormir sobre
el lado izquierdo sin experimentar palpitaciones ni sofocación.

Finlay hizo un pormenorizado recuento del examen y de las pruebas que practicó a la
enferma, así como de los signos que halló, con los que llegó a la conclusión de que,
efectivamente, se trataba de un caso de bocio exoftálmico. Asimismo, brindó una
información detallada acerca de la estrategia terapéutica que puso en práctica y de los
favorables resultados que obtuvo a las tres semanas de su aplicación. Finalmente dedicó
una gran parte del texto al análisis y discusión de los resultados, sobre la base del
pronóstico de la evolución de la enfermedad observada por sus colegas de Europa. En
esa discusión fundamentó y defendió su criterio de clasificar el mal entre las neurosis
del nervio gran simpático, a partir de los fenómenos por él observados tales como la
dilatación de los vasos y la elevación de la temperatura del cuello y de la cara; las
palpitaciones del corazón; la prominencia del globo ocular y la dilatación de las pupilas.
Otra circunstancia que alegó para defender su posición acerca del origen nervioso del
trastorno fue la posibilidad de curación de la dilatación hipertrófica del corazón.

Con este interesante bosquejo del bocio exoftálmico hizo Finlay un importante aporte al
conocimiento de la enfermedad en Cuba, por cuanto llamó la atención de sus
compatriotas en relación con su existencia en el territorio nacional y puso sobre aviso la
necesidad de su estudio, ya no como un objeto de mera curiosidad, sino como una
exigencia             impuesta             por               aquellos            tiempos.

Se conoce que con su genial descubrimiento del agente transmisor de la fiebre amarilla,
el doctor Finlay abrió un nuevo capítulo en la patología tropical, es decir, el de la teoría
metaxénica de la transmisión de enfermedades por vectores biológicos, con
independencia de que contribuyó también de modo considerable al desarrollo de
disciplinas tales como la Entomología y la Virología. También se sabe que el científico
cubano consagró la mayor parte de su vida al estudio de esta enfermedad y que, por lo
tanto, la abordó en un gran porcentaje de su amplia producción científica.11 Sin
embargo, un examen detenido de su bibliografía activa demuestra que a su abundante
obra sobre la fiebre amarilla, ascendente a una cifra aproximada de 200 documentos
procesados desde el punto de vista editorial, se agregan más de 60 en los que trató
acerca de otros aspectos. Sobresalen entre ellos los relativos a las enfermedades de la
visión, pues fue la Oftalmología la especialidad con la que dio inicio a su ejercicio
profesional; al cólera y a cuestiones de salud pública, pues desde mayo de 1902 hasta
diciembre       de      1908      fue     Jefe      de      la      Sanidad        Cubana.

Otras dolencias humanas objeto de sus investigaciones fueron la filariasis (corresponde
a él también el mérito de haber descubierto la existencia de este mal en Cuba), la
malaria, el tétanos infantil, el cáncer, la lepra, el beriberi, la corea, el absceso hepático y
la tuberculosis, por sólo citar algunas. Procede además poner de relieve que dedicó parte
de sus esfuerzos al estudio de la patología vegetal, fundamentalmente a las afecciones
de      los      cocoteros,        y      animal,       sobre        todo      al     muermo.

De ahí que, a la prioridad que con justicia le corresponde como descubridor del agente
transmisor de la fiebre amarilla, que lo ha hecho merecedor de ocupar para la posteridad
un lugar en el selecto grupo de los benefactores de la humanidad, se agregan otras
importantes contribuciones al bienestar de sus semejantes, algunas de las cuales
constituyen también primicias de la medicina cubana, entre ellas, la que motiva este
comentario.

Ese comunicado, expuesto por el sabio cubano en febrero de 1863, tiene además, desde
el punto de vista bibliográfico, la doble significación de haber sido el primer trabajo de
carácter científico que de él se publicó y el primer artículo sobre bocio exoftálmico que
vio la luz en una revista científica editada en el archipiélago cubano.

En ocasión del aniversario 170 de su natalicio, se ha redactado este modesto artículo de
corte histórico para honrar su memoria con la divulgación de una faceta poco conocida
de su fecunda vida científica.


                                                         Lic. José Antonio López Espinosa
                                                      Universidad Virtual de Salud de Cuba
Referencias bibliogràficas

1. Diccionario terminológico de Ciencias Médicas. T1. La Habana: Editorial Científico-
Técnica; 1984: 146. (Edición Revolucionaria).

2. Grapow H. Grundriss der Medizin del Älten Ägypter. Berlin: Akademie Verlag;
1962;1954-1963.

3. Maul S, Westendorf W. Primeras teorías médicas entre la magia y la razón. En:
Schott H. Crónica de la Medicina. T1. 2 ed. Barcelona: Plaza & Janés;1994. p. 26-29.

4. Amaro Méndez S. Bocio. En: Breve historia de la Endocrinología. La Habana:
Editorial Cientí-fico-Técnica; 1975. p. 67-73.

5. Du Laurens A. De mirabili strumas sanadi. Parisiis: M. Orry, 1609.

6. Parry CH. Enlargement of the thyroid gland in connection with enlargement or
palpitation of the heart. Collections from medical writings of C H Parry. T2. London;
1825: p. 3-29.

7. Graves RJ. Palpitation of the heart with enlargement of the thyroid gland. Lond Med
Sur J 1835;7:516-517.

8. Basedow CA. Exophthalmos durch Hypertrophie des Zellgewebes in der
Augenhöhle. Wchschr Ges Heilk 1840;6:197-220.

9. Romay Chacón T. Descripción de un hermafrodita. Diario del Gobierno de la Habana
1813; 7(1017):1-3.

10. Finlay CJ. Bocio exoftálmico. Observación. An Acad Cien Fis Nat Habana
1864;1:21-27.

11. López Sánchez J. Finlay. El hombre y la verdad científica. La Habana: Editorial
Científico-Técnica; 1987: 477-489.

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Bocio oftalmico

  • 1. El primer trabajo sobre el bocio exoftálmico publicado en Cuba El bocio exoftálmico es una enfermedad endocrina, caracterizada por la hipertrofia de la glándula tiroides con protrusión o proyección anormal del globo del ojo, acompañada de anemia e hiperfuncionamiento cardíaco. Entre sus síntomas más visibles se encuentran el temblor, la irritabilidad mental, la debilidad muscular y los trastornos orgánicos en general. Se considera que este padecimiento es consecuencia de una actividad tiroidea excesiva.1 La referencia bibliográfica más antigua que se conoce acerca de esta afección se remonta a la cultura egipcia, pues en el Papiro de Ebers, escrito hacia 1550 a.n.e. con un texto de 22 líneas y 108 columnas,2,3 se hizo una descripción del bocio y hasta se recomendó como posible tratamiento la resección quirúrgica, o la ingestión de sales de un determinado lugar del Bajo Egipto.4 Esto demuestra no solo que el mal era ya conocido en la época de los faraones, sino también que desde entonces se sugerían procedimientos para enfrentarlo. Otro documento histórico donde se describió la mencionada enfermedad fue la obra de André Du Laurens [Laurentius] (1558-1609) titulada De mirabili strumas sanadi, publicada en París en 1609,5 a la que siguieron en orden cronológico algunas más durante los siglos XVII y XVIII y el primer cuarto del XIX hasta que, en 1825, Caleb Hillier Parry (1755-1822) hizo la que se considera la reseña clásica del bocio exoftálmico.6 Diez años después Robert James Graves (1797-1853) publicó la que por muchas personas se tiene como la primera descripción exacta del mal7 y en 1840 Carl Adolph von Basedow (1799-1854) dio a la luz un extenso artículo acerca de los resultados de sus investigaciones en relación con el modo de tratarlo.8 La trascendencia de la labor de los tres últimos autores mencionados ha determinado que el bocio exoftálmico se identifique indistintamente como enfermedad de Parry, de Graves o de Basedow. Si bien la primera publicación en la isla de Cuba de un trabajo sobre un padecimiento de las glándulas endocrinas tuvo lugar el 12 de mayo de 1813, fecha en la que el célebre sabio habanero, el doctor Tomás Chacón (1764-1849) hizo público en el Diario del Gobierno de La Habana un artículo sobre hermafroditismo en un marinero,9 no fue hasta transcurridos algunos años de la segunda mitad del siglo XIX que apareció el primer trabajo científico en relación con el bocio exoftálmico, el cual fue dado a conocer por el célebre médico cubano Carlos J. Finlay Barrés (1833-1915) en la sesión celebrada el 8 de febrero de 1863 en la sede de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Finlay puso a la consideración de sus colegas académicos en la fecha antes indicada su comunicado sobre el trastorno, que luego se publicó con el mismo título en el primer número de los Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana,10 revista surgida en agosto de 1864 como órgano oficial de esa corporación y que se mantuvo durante casi un siglo divulgando principalmente las contribuciones de los miembros de la Academia, además de las de otras personalidades de las ciencias, y que ha sido hasta ahora la más trascendental y la de más larga vida entre todas las revistas científicas cubanas (su último número salió en 1958).
  • 2. Finlay dio inicio a su comunicado sobre el bocio exoftálmico con mención al interés que habían suscitado en Europa las discusiones de la Academia de París respecto a la entonces extraña enfermedad, lo que le sirvió de motivación para recoger los apuntes de un caso, el primero detectado en Cuba, ocurrido en la ciudad de Matanzas en diciembre de 1862. En su intervención hizo el sabio una exhaustiva descripción de los síntomas de la paciente objeto de sus observaciones, una partera de 37 años llamada Inés Sosa, coincidentes todos con los descritos por Parry,6 Graves7 y Basedow.8 La paciente acudió a su consulta el 1ro. de diciembre de 1862 y refirió sufrir de histeria. Según la anamnesis, Inés había gozado de buena salud, con menstruaciones normales y sin síntomas de histeria hasta 1858. Ese año, y sin causa aparente, experimentó por primera vez palpitaciones que le producían mucha disnea con sensación de constricción en el pecho y que se continuaron produciendo por paroxismos cada vez más agudos hasta la fecha de la consulta. Desde el primer año se hizo muy nerviosa e impresionable y, al cabo de algunos meses, notó hinchazón en el cuello que se siguió desarrollando hasta el verano de 1862. En los últimos dos años experimentó trastornos en las menstruaciones, las cuales eran escasas y su duración reducida a dos días en lugar de los cinco que antes duraba. Inés bajó de peso y, poco tiempo antes de asistir a la consulta, observó que su ojo izquierdo era más saliente que el derecho y que durante los paroxismos de palpitaciones se le abultaban ambos ojos y sentía como si le fuera a brotar sangre por esa parte. La vista se conservaba buena, aunque algo présbita y se cansaba con facilidad. Padecía además de cefalalgias muy frecuentes; los pies se le hinchaban y no podía descansar sobre el lado izquierdo por las palpitaciones que esa posición le producía. Todos estos síntomas progresaban con alternativas de crecimientos y remisiones. Sólo el tumor del cuello comenzó a disminuir desde septiembre, según la paciente, por el uso de la zarzaparrilla de Bristol, si bien aseguraba que, a la vez que se reducía el tumor, los otros síntomas se agravaban. Inés, de la raza negra, nunca había concebido a pesar de sus muchos deseos de ser madre. Con estos antecedentes, Finlay procedió a la ejecución del examen físico, en el cual pudo detectar la pupila del ojo izquierdo más dilatada que la del derecho. Observó además que cuando la enferma fijaba la vista hacia delante, el párpado inferior izquierdo no llegaba sino hasta el borde de la córnea, mientras que del lado opuesto el párpado cubría cerca de un milímetro de la córnea transparente. El globo ocular izquierdo era también más duro que el derecho. Cuando cerraba los ojos, los párpados del lado izquierdo se hallaban visiblemente más abultados que los del lado derecho, aunque la vista era igual en ambos ojos. En el examen practicado con el oftalmoscopio, Finlay notó que en la retina y los vasos del ojo izquierdo predominaba la coloración oscura que le da la coroides sobrecargada, como es la regla en la raza negra; mientras en la pupila del nervio óptico los vasos presentaban una encorvadura, tal como si estuviese la pupila convexa hacia delante, pero normal tanto en su coloración como en sus dimensiones. La hinchazón en el cuello era muy visible por la hipertrofia del cuerpo tiroides, cuya forma se conservaba casi normal, pero exagerada en sus dimensiones. El lóbulo izquierdo era mayor que el derecho, pues mientras el primero medía desde la clavícula 89 milímetros de altura y 82 en su mayor anchura, el segundo medía 82 milímetros de alto por 57 de ancho. El istmo, un poco inclinado hacia la izquierda, medía 15 milímetros transversalmente y 25 verticalmente. Ambos lóbulos transmitían pulsaciones isócronas con la del corazón y por medio de la auscultación dejaban percibir dos ruidos acompañados de un soplo variable en intensidad y a veces con una vibración musical.
  • 3. El corazón latía con violencia y sus latidos se percibían hasta debajo de la sexta costilla y a 2 ½ pulgadas del borde del esternón. Los ruidos se captaban con fuerza, acompañado el primero con un soplo después de la sístole del corazón. La enferma dijo que durante los paroxismos su vestido se hallaba visiblemente levantado por las palpitaciones y entonces sentía mucha opresión y constricción en el pecho y en el cuello; respiraba con dificultad, los ojos y la cara se le abultaban; ella se alarmaba mucho de su estado y a veces sangraba un poco por la nariz. Estos paroxismos eran muy frecuentes y en ocasiones duraban muchas horas, con cortos intervalos de descanso. El pulso era débil y la frecuencia de los latidos era a veces de 100 por minuto. Todos los síntomas adquirían mayor intensidad hacia las fechas de la menstruación; con frecuencia padecía de dolores en los hombros y en el pecho, y se le hinchaban los pies y las piernas. La orina, examinada el 5 de diciembre, era clara y sin depósito alguno; con una gravedad específica de 1 014 sin exceso de fosfatos ni trazas de albúmina. El apetito y la digestión eran normales, con independencia de que en ocasiones la enferma experimentaba latidos en el epigastrio. Para Finlay el diagnóstico de este caso no dejaba lugar para la duda, de acuerdo con el cuadro sintomático, de que se trataba de bocio exoftálmico. Por ello sometió a la enferma al tratamiento a base de yoduro de potasio por vía oral y de pomada de yoduro de plomo aplicada sobre el tumor del cuello. Estos medicamentos aumentaron las palpitaciones, pero el ilustre médico, en lugar de interrumpir su uso, comenzó a administrar junto con ellos, primero un miligramo diario de digitalina y luego dos, con el fin de evitar sus efectos adversos. Con este procedimiento y las precauciones higiénicas necesarias, se fueron mejorando los síntomas con tal rapidez que a las tres semanas la mayor altura del tumor del cuello se había reducido de 82 milímetros a 62 en el lóbulo izquierdo, con disminución proporcional de la circunferencia total del cuello; las pulsaciones del tumor eran menos fuertes y no presentaban ya ningún ruido de soplo a la auscultación; los latidos del corazón eran menos violentos y más regulares y con el estetoscopio se notaba un soplo apenas perceptible; el pulso radian era de 88 golpes por minuto; los ojos se movían con más regularidad y el izquierdo parecía un poco menos saliente; el edema de los pies había desaparecido a los pocos días de comenzado el tratamiento; no había paroxismo fuerte de palpitaciones en los últimos 15 días, ni cefalalgias ni dolores en los hombros; la orina era clara y abundante, la enferma se sentía más sosegada y podía dormir sobre el lado izquierdo sin experimentar palpitaciones ni sofocación. Finlay hizo un pormenorizado recuento del examen y de las pruebas que practicó a la enferma, así como de los signos que halló, con los que llegó a la conclusión de que, efectivamente, se trataba de un caso de bocio exoftálmico. Asimismo, brindó una información detallada acerca de la estrategia terapéutica que puso en práctica y de los favorables resultados que obtuvo a las tres semanas de su aplicación. Finalmente dedicó una gran parte del texto al análisis y discusión de los resultados, sobre la base del pronóstico de la evolución de la enfermedad observada por sus colegas de Europa. En esa discusión fundamentó y defendió su criterio de clasificar el mal entre las neurosis del nervio gran simpático, a partir de los fenómenos por él observados tales como la dilatación de los vasos y la elevación de la temperatura del cuello y de la cara; las palpitaciones del corazón; la prominencia del globo ocular y la dilatación de las pupilas.
  • 4. Otra circunstancia que alegó para defender su posición acerca del origen nervioso del trastorno fue la posibilidad de curación de la dilatación hipertrófica del corazón. Con este interesante bosquejo del bocio exoftálmico hizo Finlay un importante aporte al conocimiento de la enfermedad en Cuba, por cuanto llamó la atención de sus compatriotas en relación con su existencia en el territorio nacional y puso sobre aviso la necesidad de su estudio, ya no como un objeto de mera curiosidad, sino como una exigencia impuesta por aquellos tiempos. Se conoce que con su genial descubrimiento del agente transmisor de la fiebre amarilla, el doctor Finlay abrió un nuevo capítulo en la patología tropical, es decir, el de la teoría metaxénica de la transmisión de enfermedades por vectores biológicos, con independencia de que contribuyó también de modo considerable al desarrollo de disciplinas tales como la Entomología y la Virología. También se sabe que el científico cubano consagró la mayor parte de su vida al estudio de esta enfermedad y que, por lo tanto, la abordó en un gran porcentaje de su amplia producción científica.11 Sin embargo, un examen detenido de su bibliografía activa demuestra que a su abundante obra sobre la fiebre amarilla, ascendente a una cifra aproximada de 200 documentos procesados desde el punto de vista editorial, se agregan más de 60 en los que trató acerca de otros aspectos. Sobresalen entre ellos los relativos a las enfermedades de la visión, pues fue la Oftalmología la especialidad con la que dio inicio a su ejercicio profesional; al cólera y a cuestiones de salud pública, pues desde mayo de 1902 hasta diciembre de 1908 fue Jefe de la Sanidad Cubana. Otras dolencias humanas objeto de sus investigaciones fueron la filariasis (corresponde a él también el mérito de haber descubierto la existencia de este mal en Cuba), la malaria, el tétanos infantil, el cáncer, la lepra, el beriberi, la corea, el absceso hepático y la tuberculosis, por sólo citar algunas. Procede además poner de relieve que dedicó parte de sus esfuerzos al estudio de la patología vegetal, fundamentalmente a las afecciones de los cocoteros, y animal, sobre todo al muermo. De ahí que, a la prioridad que con justicia le corresponde como descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla, que lo ha hecho merecedor de ocupar para la posteridad un lugar en el selecto grupo de los benefactores de la humanidad, se agregan otras importantes contribuciones al bienestar de sus semejantes, algunas de las cuales constituyen también primicias de la medicina cubana, entre ellas, la que motiva este comentario. Ese comunicado, expuesto por el sabio cubano en febrero de 1863, tiene además, desde el punto de vista bibliográfico, la doble significación de haber sido el primer trabajo de carácter científico que de él se publicó y el primer artículo sobre bocio exoftálmico que vio la luz en una revista científica editada en el archipiélago cubano. En ocasión del aniversario 170 de su natalicio, se ha redactado este modesto artículo de corte histórico para honrar su memoria con la divulgación de una faceta poco conocida de su fecunda vida científica. Lic. José Antonio López Espinosa Universidad Virtual de Salud de Cuba
  • 5. Referencias bibliogràficas 1. Diccionario terminológico de Ciencias Médicas. T1. La Habana: Editorial Científico- Técnica; 1984: 146. (Edición Revolucionaria). 2. Grapow H. Grundriss der Medizin del Älten Ägypter. Berlin: Akademie Verlag; 1962;1954-1963. 3. Maul S, Westendorf W. Primeras teorías médicas entre la magia y la razón. En: Schott H. Crónica de la Medicina. T1. 2 ed. Barcelona: Plaza & Janés;1994. p. 26-29. 4. Amaro Méndez S. Bocio. En: Breve historia de la Endocrinología. La Habana: Editorial Cientí-fico-Técnica; 1975. p. 67-73. 5. Du Laurens A. De mirabili strumas sanadi. Parisiis: M. Orry, 1609. 6. Parry CH. Enlargement of the thyroid gland in connection with enlargement or palpitation of the heart. Collections from medical writings of C H Parry. T2. London; 1825: p. 3-29. 7. Graves RJ. Palpitation of the heart with enlargement of the thyroid gland. Lond Med Sur J 1835;7:516-517. 8. Basedow CA. Exophthalmos durch Hypertrophie des Zellgewebes in der Augenhöhle. Wchschr Ges Heilk 1840;6:197-220. 9. Romay Chacón T. Descripción de un hermafrodita. Diario del Gobierno de la Habana 1813; 7(1017):1-3. 10. Finlay CJ. Bocio exoftálmico. Observación. An Acad Cien Fis Nat Habana 1864;1:21-27. 11. López Sánchez J. Finlay. El hombre y la verdad científica. La Habana: Editorial Científico-Técnica; 1987: 477-489.