2. Minutos que parecen océanos y el reloj se ha convertido en un inmenso pozo de mierda que se
va llenando poco a poco de desesperación. La humedad de la habitación en penumbra crea una
atmósfera irrespirable, casi agónica, el sudor va ahogando el tejido del que está hecho mi
camiseta creando manchas oscuras, lagos en mi espalda y bajo mis axilas.
El niño ha dejado de llorar tras su mordaza, ahora está quietecito, atado en la silla con cuerdas
de tender la ropa y con los ojos vendados para evitar que me reconozca a mí o a cualquiera de
mis compañeros, los cuales han ido a buscar el dinero del rescate hace a penas una hora y cuarto,
deberían estar al llegar o...
...me tiembla el pulso sólo de pensarlo, en mi estómago se crea un vacío enorme tan sólo de
imaginar aquello en lo que me veré obligado a hacer, asesinar a ese preso inocente si dentro de
media hora no han regresado Mario y Lucía con el dinero... o si no me llaman desde una cabina
significará que han sido capturados por la pasma o por la mafia y entonces tendré que volarle la
cabeza al hijo de Don Lucio, ese cerdo millonario propietario de todos los clubs de putas de la
ciudad.
Empiezo a toser esputando la escoria que llena mis pulmones, incluso se me ocurre irme a dar
una vuelta para tomar el aire, pero tengo que estar en esa habitación lúgubre vigilando al niño, no
puedo dejarlo ni un segundo a solas... en casi todas las películas que he visto el rehén escapa por
un despiste absurdo de su captor y no quiero ser yo el que cometa ese error. Oigo los pájaros
cantar haciendo la competencia a las carreteras alrededor del hotel abandonado en el que
estamos, creo que en la habitación de al lado unas palomas han hecho un nido, oigo a las crías
pidiendo comida incesantemente.
Abro el cajón de la cómoda que hay al lado de la butaca en la que estoy sentado con un temblor
inconsciente en la pierna derecha. Veo esa pequeña fábrica de horror, ese camino de sentido
único: una pistola cargada, una puta magnum con silenciador llena de ira, fría, es como si leyera
3. mis pensamientos, es como si supiera que si no hago lo que Mario dijo en caso de que les
atrapaban los polis o los hombres de Don Lucio me delatará y mi cabeza tendrá un precio muy
bajo, quizás solamente la dosis de los yonkis del barrio pobre. Deseo en silencio que llame
pronto alguno de mis compañeros, no quiero desparramar los sesos del pobre crío, bastante ha
sufrido ya, se le nota en el tiritar de su cuerpecito.
El tiempo pasa y ya faltan veinte minutos para convertirme en asesino si esos dos no han
vuelto, mierda, en qué hora me embarqué a este pozo sin fondo, para Mario y Lucía todo esto
tiene un sentido trascendental. Para ellos dos significa una venganza fría contra Don Lucio ya
que él mandó matar a su hermano por no sé qué puto asunto de drogas y cobros, Lucía nunca me
lo llegó a explicar del todo, siempre le dolió mucho esa pérdida, quizás demasiado... hasta el
punto de planear el secuestro de un menor. Pero yo... ¿Qué buscaba participando en este crimen?
¿Qué mierdas hago aquí? Y mi cerebro me responde de inmediato: Avaricia. Hacerme rico
rápido, vivir del cuento... y de paso demostrar a Lucía que soy un hombre valiente, pero la
contradicción es que no me atreví a decirle que no cuando me explicó el plan... todo parecía tan
fácil sobre el papel, pero dentro de esta habitación el mundo es un infierno. De lejos oigo el
rumor del tráfico y el respirar entrecortado del niño. Lucía y yo siempre hemos tenido mucha
confianza, supongo que es lo que tiene ser amigos desde la infancia aunque siempre he querido
ser algo más, pero mi voz nunca ha dicho las palabras correctas.
Toda esta mierda me supera, a veces siento que el que está amordazado y con los ojos
vendados soy yo, incluso por mi mente aparece el destello de suicidarme después de matar a ese
niñito de cinco años, o mejor aún, llamar a la poli, liberar al niño y luego matarme... pero no
tengo cojones para pegarme un tiro, sé que antes mancharía el suelo con sangre infantil.
Miro el móvil y ni una llamada, nada, no falta la cobertura y ya sólo quedan quince minutos
que parecen agua que fluye por un desagüe. Dos millones de euros en Suiza tendría que ser
nuestro botín, el precio que le habíamos puesto a ese imberbe heredero de un imperio y algo aun
más importante, habíamos hecho vulnerable al hombre más poderoso de la ciudad, al hombre
más peligroso.
Vomito sobre el suelo de esa habitación oscura y maloliente, el niño comienza a sollozar de
nuevo y un olor a orina explica la procedencia de la mancha que hay en los pantalones del
uniforme escolar.
Piso sin querer mi vómito, miro el sol que se cuela entre los bordes de las gruesas cortinas, veo
el polvo flotar en el ambiente como un astronauta muerto en el espacio, inmensa tumba eterna. El
corazón que ya no siento mío se estremece al recordar que tengo que mirar el reloj, la cuenta
atrás está finalizando, todo empieza a perder el poco sentido que tenía y maldigo mil veces al
mundo.
4. El minutero dicta que es hora de matar y mi alma dice que es hora de morir. No debo tener
misericordia, esos dos estarán ahora en una comisaría o estarán siendo torturados por amantes
del pegamento para que den un nombre y una dirección. Debo ser rápido, cruel e inteligente y
nada de eso está en mi interior, mis brazos pesan toneladas y mis piernas parecen de papel.
Trago saliva. Apunto con el cañón del silenciador a la cabeza del chiquillo que empieza a
temblar como si la muerte le susurrara cosas feas al oído. Intento acercarme al máximo de la
puerta para que cuando apriete el puto gatillo pueda huir lo antes posible de este nido infectado
por el egoísmo y la devastación de ser humano, si existe el infierno lo llevo ahora mismo dentro,
haciéndome temblar y logrando que unas cuantas lágrimas caigan al vacío. Vuelvo a mirar el
reloj, hace cinco minutos que debería de haber disparado, vuelvo a tragar saliva o ácido o
aguarrás, me giro para sentir que la liberación está cerca viendo la puerta por la cual
desapareceré para siempre siendo el asesino de un niño. Sé que nada volverá a ser igual, nunca
más. Quizás Mario y Lucía lo estén pasando mucho peor, quizás les estén arrancando la piel a
tiras, quemando los pezones, defecando en sus rostros o amputándoles algún miembro mientras
están conscientes... pensar todo eso me consuela y es algo que me sorprende.
Apunto lo mejor posible a la cabeza del pequeño que sigue tiritando, mi índice nota el suave
metal del gatillo, cuando empiezo a ejercer presión sobre él ¡¡¡oigo unas llaves abriendo la puerta
de la habitación!!! y súbitamente se abre dejándome ver a Mario y a mi querida Lucía, con una
bolsa de deporte totalmente llena de algo, un segundo después de que la puerta me haya
golpeado fuertemente en el codo haciéndome accionar el percutor del arma que sostiene ese
brazo, la cual dispara una bala ciega que impacta contra el estómago del niño que estaría
gritando de dolor si el pedazo de tela que hay atado alrededor de su boca no se lo impidiera, su
sangre moja la moqueta, todo es negro, Mario me golpea pero no lo noto, Lucía me grita pero no
la entiendo. Ya nada importa...
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