1. VIÑETAS ARGENTINAS-VERMOUTH
En los acontecimientos sociales de todo tipo se estila, al menos en la Argentina (aunque ahora mucho menos), en algún
momento y siempre entre comidas, hacer honor a un buen Vermouth. Un “vermú”, si usted prefiere. Brillante idea de
las tertulias de amigos de la que no se conoce su origen, seguramente latino, pero si su destino, que no es otro que estar
juntos compartiendo un “Vermouth con platitos”, como se solía decir. Es como que todo cambia si se hace con un
Vermouth de por medio. Todo parece más fácil, hasta más natural. La amistad, la pausa, la alegría y alguna declaración
de amor también. No es lo mismo solo que, aunque sea, mal acompañado. Todo tiene arreglo, incluida la soledad.
“¡Che vení, vamos a tomar un vermucito!” Si son dos o pocos y no tiene mucho protocolo el encuentro y por lo general
es ocasional, conviene usar el diminutivo “vermucito”, que bajo ningún aspecto, le resta dignidad al acontecimiento.
También resuena en nuestra memoria colectiva, la voz de alguna “patrona” ofreciendo “¿un vermucito, Juan Carlos?”,
algún domingo tipo once de la mañana en la casa de los amigos. Siempre invocando por el nombre de pila (bautismal),
no por el sobrenombre, lo que le confiere más respeto al visitante y al marido visitado por personas “importantes”. Los
amigos siempre son “importantes” y las “patronas” argentinas amantes de sus maridos saben darle, muy
inteligentemente, el lugar que se merecen. Y siempre aparece algún “platito” de acompañamiento, un “tente en pie”
diría mi vieja. Había, igual que ahora, vermouth caros y otros más económicos, pero que se defendían muy bien. Entre
estos, uno de los más usados era el Vermouth “El Globo”. Marca que llegó, a las boqueadas, hasta los primeros años de
la década del setenta. Bodegas “El Globo” desde la década del `30, pertenecía al millonario inglés Lucio Ryan, nacido
en Cádiz cuando era colonia inglesa, pero sus orígenes son de la segunda mitad del siglo diecinueve. Llegó a moler, en
origen, entre 15 y 17 millones de kilos de uva. Desarrolló varias “segundas” marcas de Vermouth, Marsala, Jerez,
Oporto y Moscato. Bebidas que eran profusamente consumidas por los “barrios”, sobre todo en ocasiones especiales,
navidades y fiestas en general. En nuestra ciudad tuvo su sucursal que estaba ubicada en gran parte de la manzana
comprendida entre las calles Santiago, Alvear, Güemes y Rivadavia. De chico solía ir con el viejo, que era proveedor
de la industria vitivinícola y lo conoció a Don Ryan. Su administración, delante de la fraccionadora, era una vieja
casona muy bien cuidada y con mucha madera lustrada, que daba por Rivadavia y que supo tener su época de
esplendor. Por los setenta entró en la pendiente final y el desguace. Durante años de litigio, esta propiedad estuvo
abandonada y fue un importante hospedaje de ratas y gatos “okupas”. Hoy tiene allí los talleres un diario rosarino que
compite esforzadamente con este medio. Como no podía ser de otra manera, las Unidades Básicas tenían entre sus
principalísimos acontecimientos el “vermouth”. Es más, nunca faltaba un entusiasta que en tiempos inactivos proponía:
“¿Che, y si organizamos un vermouth?” Unidades Básicas o Comités, es igual. Debemos declarar que somos de los
que sostienen decididamente, que la argentinidad se expresa por igual en absolutamente todas las fracciones políticas.
Se solían preparar ollas grandes con unos cuantos litros de “El Globo” con agua y mucho hielo. Se servía bien frío. Si
había un poco más de dinerillo, se lo tomaba puro con soda de sifón metálico. Pero siempre había muchos “platitos”:
papas con perejil, cazuelitas de salchichas y mondongo, albondiguitas, alguna empanadita, saladitos y lo que hubiese y
tuviese pinta de “picadita”. Un proveedor nato de este tipo de acontecimientos en la zona sur, era el famoso Emiliano
Pérez de la Tablada. Activista peronista de toda la vida, era una referencia ineludible en el barrio de la “dieciocho”, hoy
dieciséis. Eran memorables sus “liebres” preparadas por él personalmente. Supo haber épocas con un notable descenso
de la población “felina” por toda la zona. Coincidiendo notablemente con esta situación, aparecía Emiliano
alimentando a más de un pasado de hambre. Es necesario aclarar que es una carne muy rica, si está preparada como
corresponde, y también ¡si no te enterás! Como ese escándalo mediático de hace unos años que nos intentó colocar, a
los rosarinos, injustamente, en el peor sitio del “ranking” de la predación urbana. Esa fue una infidencia deshonesta,
pero también develadora de las habilidades populares para sortear la malaria y que no son solo de ahora. Se era, se es,
pobre, en esas barriadas, pero muy dignos. Y el pobre cada vez que puede, se divierte y la pasa bien con los amigos y
compañeros, como corresponde. Todos los integrantes laburaban para el acontecimiento y ayudaban con lo que podían.
Se “mangueaba” a los negocios amigos del barrio, de por sí bastantes humildes. Obviamente, todo el mundo se ponía
las mejores pilchas para el acontecimiento, que por lo general era lejos de los fríos. Para eso estaban y están los locros,
pero eso es otra historia. Si se cobraba una moneda, era para las siempre alicaídas “finanzas” de la básica. En un
vermouth entrañable en una básica de calle Necochea casi 24 de Setiembre, tuvo su momento de sonrisas y miradas
cómplices cuando una de las señoras, compañera de la comisión directiva, Porota Ludueña para ser más precisos,
apareció con una bandeja cubierta por un repasador inmaculado y dijo, “¡¡Don Emiliano Pérez nos manda este
“conejito”, para colaborar con el Vermouth!!” ¡ÉXITOS PARA TODOS Y ADELANTE CON LOS FAROLES!