2. HISTORIA
En 1987 volvió a la luz un gran señor del
norte del Peru, un gobernante ilustre
venerado por su pueblo, un poderoso
hombre ataviado con prendas de oro y
joyas de piedras semi-preciosas (más
de 400 en total). Refinado. Enterrado
con toda su corte y hasta con su
perro, en una ceremonia
fastuosa, esplendorosa, evidentemente
fue un hombre que tuvo mucho poder.
Su hallazgo se lo debemos al
arqueólogo peruano Walter Alva.
3. Señor de Sipán se lo ha rebautizado, y compite en riquezas con los más grandes soberanos del mundo antiguo. Su origen: Mochica, un pueblo que se asentó
en el Valle de Lambayeque, y que basó su organización política en la guerra y la religión, guerreros y sacerdotes compartieron la conducción de su pueblo.
Un pueblo plagado de brujos, en la zona todavía hay chamanes muy respetados por los lugareños y que aprendieron su arte de sus ancestros más
remotos, un pueblo de finos artesanos que plasmó su idiosincrasia en sus huacos, su sexualidad, su gastronomía, su desarrollo científico, su medicina, sus ritos.
Los restos de los Mochicas en el Valle de Lambayeque aún se están estudiando, el valle todavía tiene mucho para mostrar al mundo.
En febrero de 1987 cuando el doctor Walter Alva, el arqueólogo Luis Chero, y su equipo se decidieron a excavar en la zona de Sipán, al norte de Perú , en la
región de Lambayeque. Al poco de comenzar las excavaciones los hallazgos fueron realmente sorprendentes pues encontraron en una tumba el esqueleto
de un guerrero con los pies cortados. En los tiempos a los que pertenecía ese guerrero aquéllo era el símbolo de vigilancia perpetua, de modo que parecía
que algo más debía haber escondido y que seguramente sería lo que ese guerrero vigilaba.
Justo debajo de aquel guerrero, a unos metros más de profundidad estaba lo que eternamente debía permanecer oculto: una cámara subterránea de 25
metros cuadrados. Cuando se quitó las vigas que sellaban la cámara, la sorpresa fue mayúscula. Seguramente uno de los mayores descubrimientos
arqueológicos del siglo XX. La historia del antiguo Perú mostrada a los ojos del doctor Walter Alva. Era el mes de julio de ese mismo año, 1987. Era un
conjunto perfecto, sorprendentemente simétrico, y de unas riquezas incalculables. En su centro destacaba la pequeña figura de un señor cubierto de joyas
entre las que destacaba un disco de 92 milímetros de diámetro hecho de turquesas, coral y lapizlázuli y rodeado de esferas de oro puro. La vestimenta del
señor también lucía turquesas y una corona de oro. Los huecos de los ojos se habían llenado con dos réplicas de sus ojos en oro. El mentón estaba protegido
por una máscara, igualmente en oro, y la nariz por una nariguera del mismo metal precioso. El pecho tenía once pectorales con conchas de
colores, brazaletes con turquesas, un lingote de oro en su mano derecha (el Sol) y uno de plata en la izquierda (la Luna). A su lado un cetro rematado en
una pirámide de oro, y finalmente un collar con 71 esferas de oro. Pero el mayor tesoro encontrado fue una diadema de 62 cms. de ancho y 42 de
alto, cómo no, de oro.
Pero el Señor de Sipán no estaba sólo. A su lado se encontraron los esqueletos de dos soldados, también cubiertos de oro y turquesas, que se encargaban
de protegerlo en la vida eterna. Además, había dos mujeres que probablemente serían sus esposas, otra mujer más y un niño, y un perro. En todo el
enterramiento aparecieron cientos de obetos con piedras preciosas, metales como oro y plata y cerámicas valiosas. Pero aún así, la gran riqueza de este
descubrimiento no fueron sus tesoros, sino descubrir su Historia, su pasado, y conocer de primera mano el auténtico pasado del Perú norteño, sus raíces y
cultura, la de los mochiques o moches a quien pertenecía el Señor de Sipán.