La sexualidad en occidente ha estado condicionado por los prejuicios de la tradición judeocristiana, que sólo admitió su ejercicio en parejas heterosexuales casadas y con propósitos reproductivos. Limitando las maravillosoas posibilidades de esta experiencia humana por excelencia lúdica y creativa que trasciende lo meramente biológico
1. Herencia de Occidente
Russell explica que “El cristianismo y particularmente San Pablo introdujo una idea
del matrimonio enteramente nueva: que éste existe en primer lugar no para la
procreación sino para prevenir el pecado de fornicación” (1976, p. 26). Basándose
en la I carta a los Corintios, Russell manifiesta que para San Pablo el matrimonio
no tiene propósitos nobles, tales como la procreación o la posibilidad de expresión
de amor de esposos, llegando a considerarlo un estorbo para alcanzar la
salvación; el propósito del matrimonio, de acuerdo con San Pablo, era prevenir el
pecado y en torno a ello organizó su ética sexual, que de paso se convirtió en la
ética de la tradición católica, teniendo en cuenta la influencia de su ideología en
los Padres de la iglesia, como Agustín, Tomás de Aquino o el mismo Orígenes,
quien decidió castrarse siguiendo las indicaciones de San Pablo respecto a que si
un órgano del cuerpo llevaba al pecado debería ser amputado.
No es fácil entender el origen de la erotofobia de San Pablo. Sin embargo, Russell
piensa que quizá se desarrolló en el intento por diferenciar al cristianismo de los
mandatos del judaísmo formulando una moral incluso más rigurosa que la que
guardaban los judíos más ortodoxos. El antiguo testamento prohibía el adulterio
por constituir una ofensa a la propiedad privada de otro hombre, no era un pecado
sexual. En el nuevo testamento aparece un fuerte rechazo al coito incluso en el
matrimonio, siendo grave ofensa si ocurre fuera de él; de esta manera las
relaciones extramatrimoniales pasaron a ser la trasgresión a un orden
sobrenatural, que aleja a los hombres del cielo.
La erotofobia de la tradición católica fomentó ideas bastante absurdas respecto al
cuidado del cuerpo, ideas que llevaron a rechazar normas higiénicas como el
baño, puesto que consideraban que la limpieza del cuerpo y de las vestiduras eran
una invitación al pecado, hasta el punto de considerar santo a quien dejaba de
bañarse,
2. Una famosa virgen, llamada Silvia, aunque había cumplido sesenta años y
pese a que sus enfermedades eran consecuencia de sus hábitos, se negó
resueltamente a lavarse parte alguna de su cuerpo excepto los dedos.
Santa Eufrasia ingresó en un convento de 130 monjas que nunca se
lavaban los pies y que temblaban ante la sola mención del baño (Lecky,
citado en Russell, 1976, p. 29).
El catolicismo promovió entre sus creyentes la continencia matrimonial, práctica
que animaba a los esposos a tener el menor número de coitos posibles. El
seguimiento estricto a este mandato también produjo no pocos santos:
San Nilo, cuando ya había tenido dos hijos, fue poseído del anhelo
ascético predominantemente y consiguió persuadir a su mujer, después de
muchas lagrimas, de que consintiese en la separación. San Amón, la
noche de su boda, presentó a su novia los males del estado matrimonial y
su arenga resultó tal que ambos decidieron separarse inmediatamente.
Santa Melania tuvo que trabajar larga y activamente para que su esposo
consintiese en permitirle abandonar su lecho (Lecky, citado en Russell,
1976, p. 29).
La erotofobia de la tradición católica, además de desarrollar un rechazo abierto a
cualquier tipo de contacto sexual así sea dentro del matrimonio, incapacitó para la
felicidad en la vida matrimonial. Esta ideología condujo a que las relaciones
sexuales dentro del matrimonio fueran rudas, torpes, cargadas de agresividad, de
culpa y de vergüenza; en palabras de Russell: “El arte de amar fue olvidado y el
matrimonio se embruteció” (1976, p. 29).
En el concilio I de Letrán (1123) el papa Calixto II dictó el primer decreto que
obligaba el celibato a los sacerdotes, prohibición que atendía más a razones
económicas y de mantenimiento de la autoridad, que a razones de orden doctrinal.
El celibato obligatorio “sirve fundamentalmente para crear, mantener y potenciar la
3. sumisión, el servilismo y la dependencia del clero respecto de la jerarquía”
(Rodríguez, 1995, p. 109). Amén de servir a propósitos económicos, un hombre
solo, sin herederos, gasta menos y permite consolidar el poder económico de la
iglesia que a su muerte le heredará. Desafortunadamente esta prohibición
irracional conduce a su violación y ocultamiento, que a su vez lleva a cometer
delitos como chantajes o asesinatos.
La moral sexual de Occidente se fundamentó en la ideología religiosa, que impone
la renuncia a la capacidad de pensar. El sólo cuestionar la fe o la norma pone a la
persona en calidad de pecador, el poder se mantiene a través del miedo. La moral
debe fundamentarse en argumentos racionales y sostenibles, la moral cristiana
dice que es malo matar, igualmente que es malo no santificar las fiestas, pero
alguno podría concluir que si no es malo trabajar en domingo no es tan malo
matar.
El cristiano medieval pensaba que el incesto, la homosexualidad o incluso
el placer heterosexual inocente eran peligrosos y pecaminosos. El
protestante rígido creía que eran peligrosos e insalubres. El racionalista y
el médico del siglo XIX opinaban que eran insalubres y que provocaban
imbecilidad, cáncer y acné (Comfort, 1970, p. 16).
La salud ha sido un campo propicio para realizar de manera sutil o encubierta, un
alto grado de intimidación, manipulación o, si se quiere, de control social. Antes se
podía señalar de forma inéquivoca a la iglesia, hoy no es fácil determinar en
manos de quién está el poder, y quizá esta sea una estrategia para mantenerlo. Lo
que sí es claro, es que son intereses económicos los que están tras la invención
de los problemas sexuales.
En la introducción al libro La vida sexual del clero, Victoria Camps expresa que
unos imperativos morales exigentes, que apuntan a la santidad, no tienen en
cuenta la advertencia freudiana: “los deberes irrealizables sólo sirven para
4. producir patologías, individuos infelices y enfermos” (1995, p. 15). Con los más
nobles propósitos, pero sin tener un conocimiento aceptable de la naturaleza
humana, se termina generando gran malestar psicológico y problemas orgánicos.
En el siglo XVII y parte del siglo XVIII la medicina se impregnó del espíritu de la
Ilustración y desarrolló un sentido racionalista, pero a finales del siglo XVIII y en el
siglo XIX se presentó un fenómeno de vuelta atrás, y desde entonces los médicos
se destacan por sus posiciones conservadoras y moralistas. La invención de la
píldora, la inseminación artificial, el aborto, la liberación femenina, los cambios en
las costumbres sexuales, contaron con la fuerte oposición de las más prestantes
sociedades médicas.
No es fácil entender por qué el médico es, entre otros profesionales, el más
tradicionalista.
La eventual liberación de la medicina respecto de la carga implícita en la
propagación de la virtud empezó desde afuera, desde la antropología y la
psiquiatría, desde los estudios orientales de Burton y desde la rebelión de
Havelock Ellis contra la infelicidad, desde el feminismo y el racionalismo
(Comfort, 1970, p. 22).
Los psiquiatras von Krafft Ebing, Albert Moll, Iwan Bloch, Magnus Hirschfeld,
Auguste Forel, Sigmund Freud, se interesaron inicialmente por el conocimiento
sexológico, sin embargo, esta particularidad influyó para que el comportamiento
sexual se estudiara con cierto sesgo patologicista, e incluso cargado de ideología
moral tradicional. Fueron las investigaciones de Alfred Kinsey, entomólogo
norteamericano, las que dieron lugar al nacimiento de una sexología científica.
En medicina, pero en especial en el área de la sexualidad, se observa la tendencia
a exagerar los motivos de preocupación. Erróneamente los médicos han creído
que el miedo puede modificar comportamientos, que, o bien, producen
5. enfermedad, o agravan los procesos existentes... no haga esto, no coma aquello
que se va a morir; se amenaza con enfermedades incurables, con secuelas
irreversibles, o con daños permanentes que sí es posible que ocurran, pero la
pedagogía hace mucho demostró que el miedo es ineficaz para educar o modificar
comportamientos; desafortunadamente ésta es otra acusación que cabe a la
profesión médica, la poca interacción con otras disciplinas.
La culpa y la vergüenza que rodearon la sexualidad en la tradición religiosa
encontraron su contrapartida en la medicina; el agotamiento físico y los peligros
para la salud eran y aún siguen siendo para muchas personas, motivo de gran
preocupación. En 1621 aparece un panfleto titulado Onania, su autor era un astuto
charlatán interesado en vender una preparación que ofrecía curar los efectos del
autoerotismo, y que se valía de los testimonios de personas temerosas que pedían
su consejo. Los médicos, entre ellos algunos tan destacados como Tissot,
prestigioso profesor de medicina y asesor del Papa en materia de control de
epidemias, aceptó tales afirmaciones y publicó en 1758, Onanismo: tratado sobre
los trastornos que produce la masturbación. Weise, en 1792, escribió los signos
certeros de la masturbación:
… si volvemos los ojos hacia los licenciosos masturbadores veremos que
tienen fauces magras y semblante pálido, con corvas endebles y piernas
desprovistas de pantorrillas, y que sus facultades reproductivas están
debilitadas cuando no destruidas en la flor de la edad; son bufones para
los demás y un tormento para sí mismos (citado en Comfort, 1970, p. 87).
Los médicos emprendieron una cruzada antimasturbatoria, de la cual existe amplia
documentación en los textos médicos de la época, como lo atestigua Foucault, en
Los anormales. Aunque en esta época aparecen posiciones contrarias e incluso
burlescas, fueron totalmente desatendidas. Voltaire, escribió “¿Qué uso debemos
dar al precioso fluido que la naturaleza nos ha concedido para multiplicar la raza?
6. Desparramadlo y os matará… almacenadlo y os matará igualmente…” (citado en
Comfort, 1970, p. 89).
La irracionalidad llegó a tal punto que en 1858 el doctor Isaac Baker Brown,
presidente de la Medical Society of London, introdujo la clitoridectomía,
argumentando la necesidad de combatir la masturbación femenina, que asociaba
con la epilepsia y la histeria. Los sacerdotes aconsejaban a sus feligreses
someterse a la circuncisión.
Ya entrando al siglo XX la observación y recopilación de materiales realizada por
médicos más sensatos trajeron cordura a la paranoia desatada en décadas
anteriores. Las investigaciones de Kinsey fueron definitivas para este cambio, y ya
en 1953 se pudo leer respecto a la masturbación en el libro de la pediatra Rodha
Kellogg (citada en Comfort, 1970), que es un acto normal y saludable para
personas de cualquier edad.
La intimidación médica no se limitó a la masturbación; la anticoncepción y la
sexualidad en la adolescencia también fueron rodeadas de temores. Se
promueven los métodos naturales; los otros métodos anticonceptivos que ofrecen
mayor seguridad y permiten mayor disfrute son indicados con advertencias.
Incluso hoy algunos médicos poco informados advierten de las consecuencias de
su uso, no sin exagerar la posibilidad de presentación de reacciones adversas.
La educación sexual está encaminada a mostrar las consecuencias nocivas del
ejercicio sexual, lo cual genera en los jóvenes ansiedades y disfunciones
sexuales, pero esto, lejos de desestimular el impulso sexual, conduce a que se
viva en condiciones poco propicias, las cuales a su vez provocan lo que se
advierte, cerrando el círculo de la intimidación con el cual la sociedad a través de
médicos y otros profesionales de la salud logra mantener la moral sexual.
Fragmento trabajo de maestría de Adriana Arcila Rivera (sin publicar)