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Lectio Divina, Corpus Christi, Ciclo ‘A’
“Este es el pan bajado del cielo”
Como bien entendieron sus oyentes judíos, Jesús, tras exigir fe en su
palabra, se presenta como verdadero alimento: asegura la vida a su
comensal. El realismo del lenguaje de Jesús choca, también hoy con la
incomprensión; sigue siendo actual la objeción de los judíos. Y sin
embargo, repite Jesús, no hay otra posibilidad de vivir más allá de la
muerte que la de alimentarse de Él. Como el maná, su origen es Dios: a diferencia del maná,
no alimenta para la muerte. Jesús está hablando a personas que han pasado hambre y que
se han visto milagrosamente alimentadas por Él; más que al milagro, que como el hambre
siempre puede repetirse, quiere ligar a sí la audiencia. Lo importante no es sustentase de un
prodigio aislado, sino de quien es capaz de realizarlo de nuevo. Pero lo que exige, tomarle
como alimento, es demasiado como para ser creíble; el problema es que quien crea posible
poder pasarse sin alimentarse de Cristo queda condenado a morir para siempre. La
advertencia está hecha, lo mismo que la promesa. Quien objeta la lógica de Jesús, se
expone a sucumbir de inanición: la muerte definitiva es su porvenir.
SEGUIMIENTO
51. Jesús añadió: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que coma de este pan, vivirá
eternamente; y el pan que yo daré, es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo”.
52. Los judíos discutían entre sí y diciendo: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su
carne?”
53. Jesús les respondió: “Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del Hombre, y no
beben su sangre, no tendrán vida en ustedes.
54. Y el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el
último día.
55. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
56. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
57. A mí me envió el Padre que tiene vida y yo vivo por el Padre; de la misma manera el
que me come vivirá por mí.
58. Este es el pan bajado del cielo; que no es como el que comieron sus padres y murieron;
el que coma de este pan vivirá eternamente”.
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LEER: entender lo que dice el texto fijándonos cómo lo dice
Tras satisfacer el hambre de la
muchedumbre (6, 1-16), Jesús se ocupa,
en un largo discurso (6, 25-71), de saciar
el alma de sus oyentes; ofrece primero, su
palabra, después, su persona, a quienes
antes había dado solo pan.
El signo fue realizado en el monte, junto al
lago (6, 1-3); el discurso, en Cafarnaún,
en la sinagoga (6, 24-59); dos escenarios
diversos, con los mismos protagonistas:
Jesús, la muchedumbre, los discípulos.
El breve pasaje, que pertenece a la
segunda parte del discurso del evangelio
de Jn 6, 48-58 tiene a los judíos como
destinatarios. Está bien enmarcado: El que
come este pan vivirá para siempre: (6,
51.58). Intentando obviar cualquier mal
entendido que pudiera surgir de haberse
presentado no ya como el que da alimento
sino como quien lo es, Jesús repite que
hay que comerle y beberle.
Como es habitual en Juan, Jesús no
resuelve, ni siquiera aclara, la cuestión;
reitera su afirmación y la expande,
llevando el escándalo al paroxismo: comer
y beber tienen como función mantenerse
en vida. Es la comida y a bebida lo que
pone la dificultad, pues habrá que comer la
carne y beber la sangre del Hijo del
Hombre para tener vida; esa es la forma
concreta de acoger al Jesús que se da.
Jesús cumple la función de dar vida
porque saciar el hambre y la sed de vida
de forma auténtica: es verdadera comida y
verdadera bebida. (6, 52-55). Y las sacia
en cuanto ser humano, frágil y mortal:
carne y sangre para aludir, precisamente,
a la humanidad de Jesús.
Emerge así, un nuevo –inaudito- dato en el
diálogo de la revelación: de creer en Él, en
su palabra, hay que pasar a alimentarse de
Él, de su carne (6, 51c). El modo de
hacerse como Cristo, es ahora tan
concreto como insólito: no basta con creer
en Él, habrá que alimentarse de Él.
La vida que el cuerpo comido de Jesús
proporciona no es transitoria, como fue el
caso de los israelitas en el desierto (6, 58).
Quien come el Cuerpo de Cristo,
permanece en Jesús, en su vida (6, 56; cf
8, 31; 15, 4-9.10); en lugar de asimilarlo
como alimento, quien lo come lo habita; la
separación entre comida y comensal
desaparece.
La permanencia recíproca entre el Padre y
el Hijo es el modelo, y la posibilidad
misma, de la relación entre el Hijo y el
creyente. La vida es el nexo que une a los
tres: el Padre, fuente de vida, su Apóstol
viviente, y el creyente que, alimentado de
Él, vivirá. No se exige, pues, una simple
adhesión espiritual: la fe que se pide al
creyente no es un asentimiento mental ni
inclinación sentimental; es la unión íntima,
la asunción corporal, la asociación por
apropiación, la adhesión permanente.
El cristiano, no es un mero creyente, es un
comensal de Cristo. El Israel que,
alimentado en el desierto con pan del cielo,
murió, no es la comunidad de comensales
de Cristo.
La Eucaristía, plenitud de la vida
sacramental no es el alimento de los
perfectos, sino un generoso remedio y
alimento para los débiles (Cfr. EG 47).
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MEDITAR: Aplico lo que dice el texto a mi vida
Corpus Christi recuerda la decisión de Dios que, encarnándose en Jesús, se nos hizo
alimento y, en cuanto tal, permanente sustento y fuerza vital.
Ante tamaña e inexplicable opción, ¿qué otra cosa hacer si no admirar y callar, sentirse
agradecido y hacerse comensal? El texto evangélico viene en nuestra ayuda para dar
contenido a nuestra adoración común del Dios eucarístico, pan para nuestras hambres y
bebida para nuestra sed.
¿Qué significa para mí alimentarme de Cristo, pan de vida y qué consecuencias tiene la
comunión que hago cada vez que participo en la Eucaristía?
Ante nuestras necesidades vitales, los hombres nos solemos preocupar, nos ponemos a
trabajar. Y a pesar de nuestros mejores esfuerzos, no está a nuestro alcance el procurarnos
todo aquello que asegura un día, un momento más a nuestra vida. Tenemos más
necesidades de las que logramos satisfacer: nuestras hambres son más muchas; nuestro
corazón desea más de cuanto nuestras manos alcanzan; nuestras necesidades espirituales o
materiales son superiores a nuestra capacidad de colmarlas.
Seguimos sintiendo hambre, aunque nos alimentamos todos los días; no dejamos de beber y
seguimos sintiendo sed. Esta curiosa forma de ser, ha obligado a Dios a hacerse nuestro
alimento y la bebida por excelencia.
¿Cuáles son nuestras necesidades y cómo las satisfacemos?
En el evangelio, Jesús se nos presenta como pan vivo, que asegura no solo mantenernos en
vida, alejando la muerte, sino también nos da una vida en plenitud. Nuestra nostalgia, el
deseo profundo de vernos un día por fin satisfechos, la necesidad de calmar el hambre y la
sed para siempre, encuentran respuesta en el empeño que Dios puso en ser la solución a
nuestras urgencias más vitales: Él es hoy nuestro alimento y mañana será nuestra vida. Esta
es nuestra esperanza, porque tal es su promesa.
¿Pienso en su promesa y en su fidelidad que es nuestra seguridad y que nos asegura
alcanzar la felicidad que anhelamos?
En el Desierto, donde todo falta, valoramos más tener qué comer y qué beber, y es ahí
donde crecen nuestras esperanzas.
Dios es sensible a nuestras carencias; se deja impresionar por nuestras deficiencias.
Creer en Él, significa estar seguro que nuestras hambres no nos devorarán; que no nos
anegaremos en nuestras debilidades, que ni siquiera la muerte nos privará de la vida.
Los israelitas nos enseñan a buscar a Dios en nuestro desierto, a presentarle con toda
confianza lo que anhelamos, a pedirle que nos sacie, como solo Él puede y sabe hacerlo.
¿Por qué ahora que no pasamos tanta hambre de pan, sufrimos hambre espiritual?
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¿Qué nos ha hecho creer que podemos vivir sin Dios, sin el Pan de vida? ¿Qué relación
hay entre el materialismo consumista y la pobreza espiritual?
Ese es el drama de nuestra sociedad, una sociedad que ya no es cristiana, y un corazón que
se ha llenado de tantos bienes, que no le da espacio al BIEN POR EXCELENCIA. Creerse
libre, sin Dios, hartos de pan, nos vaciamos de Dios; satisfechos de nosotros mismos, no
sentimos la necesidad de alimentar y satisfacer nuestra hambre espiritual, la que de verdad
nos satisface.
Dios puede estar dejando insatisfecho al hombre postmoderno porque él ha decidido no
buscarlo, no saciarse de su don. Jesús se hizo pan para nuestra hambre y bebida para
nuestra sed; Él no se propone colmar nuestra hambre de pan ni apagar la sed de agua,
porque no es un pan más que llevarse a la boca: “no solo de pan vive en hombre, sino de
todo lo que sale de la boca de Dios”. Vivir para hacer el querer de Dios significaría vivir
satisfechos, saciados nuestros mejores y mayores deseos; si la sacia con sus proyectos
personales puede sucumbir sin sentir y caer en la fatalidad. Las cosas nunca suplen a Dios,
el Señor de la Vida.
Jesús se hizo pan para nuestra hambre y bebida para nuestra sed; Él no se propone
colmar nuestra hambre de pan ni apagar la sed de agua, porque no es un pan más que
podemos llevarnos a la boca: “No solo de pan vive en hombre, sino de todo lo que sale
de la boca de Dios”.
No tengamos miedo a padecer necesidad, si éste es el camino para recuperar a Dios:
volvámonos a Cristo urgidos por nuestras carencias, evidentes o invisibles, materiales o
espirituales. No tenemos nada que temer de un Dios que se ha hecho sustento para
nuestra debilidad y apoyo de nuestra flaqueza; ni debemos temer a nuestra hambre, si
nos obliga a poner en Dios nuestro alimento verdadero.
¿Por qué hemos perdido la ilusión por alimentarnos de Dios? ¿Cómo podemos ayudar a
nuestros seres queridos a vivir en comunión contigo?
ORAMOS nuestra vida desde este texto
Padre Dios, gracias porque Tú satisfaces nuestra ansia de Ti y
nuestras necesidades más profundas. Haz que de verdad te
convirtamos en nuestro sustento; que mientras llegue el momento en
que Él alimentes nuestra vida para siempre, nos llenemos de tu
Palabra, del Cuerpo y de la Sangre de tu Hijo y de la fuerza que nos da ser una comunidad
que cree en Ti.
Que al partir el pan, comulgamos contigo y con nuestro prójimo; que esta realidad, humano
divina, nos haga capaces de convivir con quienes se acercan a tu mesa. Que no nos
vayamos a descansar ensimismados, aislados ni frustrados por nuestra falta de amor.
Acercarnos a Cristo, tu Hijo Amado nos haga más cercanos a nuestros hermanos y esta
cercanía nos comprometa, haciendo nuestro mundo más habitable, más justo y solidario.
¡Así sea!