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Lectio Divina
Dom. XIX T.O. San Juan (6, 44-51)
Jesús dijo a la gente: Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que
me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Toda persona busca
satisfacer una necesidad básica a través de su trabajo; saciar el hambre
es una acción de cada día. Jesús se identifica con la imagen del pan,
muchas veces compartido en nuestra mesa, pero es un pan muy
especial, distinto al que degustaron algunas generaciones de Israel en el
desierto: que "comieron el maná y murieron". El pan bajado del cielo
nos ofrece Vida eterna y el que coma de este pan, no morirá.
El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos a nosotros, sino que nos asimila. Él nos
hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón.
La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de
inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de
Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello
que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos
hechos para Dios y sólo Él sacia plenamente nuestra vida.
Este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado
ahora «para la vida del mundo» (Jn 6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir,
está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa.
Seguimiento:
44. Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió, no lo atrae; y Yo lo resucitaré en el
último día.
45. Está escrito en los profetas: "Serán todos enseñados por Dios". Todo el que escuchó al Padre y
ha aprendido, viene a Mí.
46. No es que alguien haya visto al Padre, sino Aquel que viene de Dios, Ese ha visto al Padre.
47. En verdad, en verdad, os digo, el que cree tiene vida eterna.
48. Yo soy el pan de vida.
49. Los padres vuestros comieron en el desierto el maná y murieron.
50. He aquí el pan, el que baja del cielo para que uno coma de él y no muera.
51. Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por
lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo".
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LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
De aquí en adelante, los líderes judíos empezaron a discutir con Jesús. Murmuraban: "Este Jesús
¿no es el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice que bajó del
cielo?" (Jn 6,42).
Ellos pensaban conocer las cosas de Dios. En realidad, no las conocían. Si fuesen realmente
abiertos y fieles a Dios, sentirían dentro de sí el impulso de Dios que los atraería a Jesús y
reconocerían que Él venía de Dios, ‘Porque estaba escrito en los Profetas: ¡Todos serán
instruidos por Dios'. Todo aquel que escucha al Padre y recibe su instrucción viene a mí”.
En la celebración de la pascua, los judíos recordaban el pan del desierto. El verdadero sentido de
la Pascua no es recordar el maná caído del cielo, sino aceptar a Jesús como el nuevo Pan de Vida y
seguir el camino que él nos enseñó.
No se trata de comer la carne del cordero pascual, sino de comer la carne de Jesús, para que no
perezca aquel que la come, sino que tenga ¡vida eterna!
Jesús terminó diciendo: "Yo soy el pan de vida bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá
para siempre. Y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo."
En vez del maná y en vez del cordero pascual, somos convidados a comer el nuevo maná y el
nuevo cordero pascual que es Jesús mismo que se entregó en la Cruz por la vida de todos.
La multiplicación de los panes aconteció cerca de Pascua (Jn 6,4). La fiesta de pascua era la
memoria del Éxodo, la liberación del pueblo de las garras del faraón.
Todo el episodio narrado en el capítulo 6 del evangelio de Juan tiene un paralelo en los episodios
relacionados con la fiesta de pascua, tanto con la liberación de Egipto como con la caminada del
pueblo en el desierto en busca de la tierra prometida.
El Discurso del Pan de Vida, hecho en la sinagoga de Cafarnaún, está relacionado con el capítulo
16 del libro del Éxodo que habla del Maná. Merece la pena leer todo este capítulo 16 del Éxodo.
Al comprender las dificultades del pueblo en el desierto, podemos comprender mejor las
enseñanzas de Jesús en el capítulo 6 de San Juan.
Cuando Jesús habla de “un alimento que perece” (Jn 6,27), Él está recordando el maná que se
llenaba de gusanos y se pudría (Ex 16,20). Cuando los judíos “murmuraban” (Jn 6,41), hacían lo
mismo que los israelitas en el desierto, cuando dudaban de la presencia de Dios en medio de ellos
durante la travesía. (Es 16,2; 17,3; Núm 11,1). La falta de alimentos hacía que la gente dudara de
Dios y empezara a murmurar contra Moisés y contra Dios.
Aquí también los judíos dudaron de la presencia de Dios en Jesús de Nazaret y empezaron a
murmurar (Jn 6,41-42).
Jesús se había presentado como el “Pan de Vida” (6,35) y también había dicho claramente que su
tarea era “dar vida”, la vida que el Padre le había dado a Él..
El evangelista hace notar que los oyentes de la catequesis no comprendieron que el término
“pan” era sinónimo de “Palabra” identificada con Jesús, de la cual la “escucha” se convertía en
invitación a la cena, en asimilación, en nutrición, en vida y en resurrección.
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Por lo tanto, en Juan 6,41-51, la bellísima expresión “Pan de la Vida”, significa ante todo “Palabra
que hay que acoger (=creer) y encarnar (=comer)”, el verdadero sentido del “Pan de vida es ser
alimento de todos los que lo están necesitando”.
Los términos de este pasaje, nos muestran que la Eucaristía -“Pan vivo bajado del cielo”- acogida
en el hoy de nuestra fe, nos coloca de manera permanente frente a la gran riqueza de la persona
de Jesús y de la totalidad de su obra en el mundo.
MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Jesús utiliza dos imágenes cotidianas, y al mismo tiempo fuertes, para expresar lo que sucede en
el encuentro vivo con Él: “No pasará hambre y . nunca tendrá sed”. En Jesús la vida encuentra
una nueva satisfacción porque Él es la repuesta a lo que está en el fondo de todas las búsquedas.
¿Qué hacemos cuando tenemos hambre? Buscamos cómo saciarla y ¿Y si tenemos sed?
Bebemos; el agua o los líquidos nos la calman. La dinámica de la fe también nos lleva a hacer
lo posible por calmar el hambre y la sed de Dios que llevamos dentro.
La vida deja de ser un “sobrevivir”, y aún más, un vegetar, o un campo de batalla indeseable,
donde nos derrotan las soledades y las frustraciones, para convertirse en una aventura llena
de emoción y de paz cuando estamos con Dios.
Cuando se conoce a Jesús y, por medio de él, a Dios, el hambre termina. El corazón inquieto
encuentra su reposo, el corazón hambriento se halla colmado en sus más profundos deseos.
La frase sobre el hambre y la sed que se sacian definitivamente, nos muestra el toque de
eternidad que tiene el momento presente. Cada instante de nuestra existencia es
verdaderamente vida si está lleno de Dios. ¿Lo pensamos? ¿Cómo aprovechamos el día a día?
En la comunión con Jesús, nuestra vida está segura más allá de la muerte. El último día,
cuando lleguemos al puerto, cuando el presente histórico termine, no caeremos en el vacío,
porque la muerte no es carencia, hambre y sed de vida, sino plenitud, porque –en última
instancia, – la vida está en Dios (Cfr. Juan 1,4).
El evangelio ha dejado claro que la comunión con Dios sólo es posible por medio de Jesús y por
eso Él es “pan” imprescindible para la vida en Dios. Sin Él nunca habría sido posible y aparte de Él
sigue siendo imposible, de ahí que haya que entrar en relación con Jesús, pero no cualquier tipo
de relación
¿Cómo podremos lograr entrar en relación con Dios? ¿Qué ha hecho Jesús para ayudarnos a
crecer en su amistad?
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“Venir” a Jesús es lo mismo que “creer” en Jesús. Con estos términos se está describiendo la fe
como una dinámica relacional, como un acudir a Él mediante sucesivos acercamientos. A Jesús lo
vemos cara a cara en la Santa Escritura, en la Eucaristía, en los hermanos, pero el “creer” es más
que verlo: hay que acercarse a él, hay que dar el paso de la fe, esto es, hacerlo amigo, estrechar las
relaciones como en una gran cena con Él, porque “venir a Él” es aceptar su invitación.
¿Qué es para mí tener fe en Jesús? ¿Nos preocupa crecer en amistad con Él? ¿Cómo y
cuándo me acerco a Él? ¿Qué significa para mí y para los míos la Eucaristía? Si “creer” en
Jesús es más que verlo, cómo es mi fe en Él, y a qué me lleva?
La vida que Jesús ofrece es directamente proporcional a la relación con Él. La dinámica de la fe es
similar a la de la búsqueda del alimento. Los horizontes del corazón se abren en la medida en que
se ahonda la intimidad con el Señor.
¿En qué momentos de mi vida he sentido más hambre de Dios? ¿Cómo la pude saciar?
¿Cómo ayudar a tantos hermanos que están hambrientos de la vida que Dios nos ofrece para
seguir adelante a pesar de las dificultades?
ORAMOS nuestra vida desde este texto
Padre Bueno, que estemos muy atentos a saciar nuestra hambre de infinito no con cosas que hoy
son y mañana se acaban, sino buscando a tu Hijo, que quiso hacerse nuestro alimento para
saciarnos de verdad
Que no miremos a Cristo Jesús a distancia, que nos aproximemos a Él
porque ha hecho todo lo que podía hacer para acercarse a nosotros. Es el
mejor de nuestros amigos y nos acoge en la calidez de su amor. Nos ha
amado tanto que no quiso vivir sin nosotros e ideó como estar en
comunión con todos sus hermanos.
Que nuestra vida se fundamente en Él, nuestro ser arranque y crezca en un impulso de libertad y
de amor para con Él, y que gocemos en su compañía, compartiendo con los que nos rodean la
alega de vivir en comunión contigo y con nuestros hermanos. ¡Así sea!