1. DESÓRDENES
ESPECÍFICOS DEL
APRENDIZAJE.
Muchas veces cuando se oye hablar de bajo rendimiento académico o incluso de
fracaso escolar, que no es lo mismo, se especula por los padres que las causas se
hallan en el programa educativo, en el papel de los docentes, en la masificación de
las aulas, entre otras manifestaciones, pero se olvida que hay otra serie de
factores, inherentes al estudiante, que influyen o determinan dicho rendimiento
académico.
Es preciso diferenciar el Bajo Rendimiento Escolar, de los Desórdenes del Desarrollo
para el Aprendizaje. El primero puede obedecer a factores académicos o escolares,
que se avivan en la escuela, o a factores psicológicos como falta de adaptación del
niño al medio escolar, la mala relación con maestros o compañeros, a falta de
motivación, a trastornos emocionales o incluso a enfermedades sistémicas. Por el
contrario, Los desórdenes específicos del aprendizaje, se deben a la falta de
desarrollo de algunas de las habilidades básicas para el aprendizaje, como son la
dislexia, la disgrafía y la discalculia. Por tanto, diferenciar uno y otro evento,
requiere una evaluación especializada por neuropsicología infantil, la que provoca
un diagnóstico preciso, sin el cual es imposible iniciar tratamiento alguno, debido a
que las baterías de pruebas que se aplican, permiten la información para la
elaboración de un programa particularmente dirigido a corregir los mecanismos que
producen en ese determinado menor, las dificultades del aprendizaje, lográndose
de esta manera una atención estrictamente personalizada de acuerdo a las
necesidades de aquel.
Es bien importante resaltar que un desorden del aprendizaje no equivale a un
retardo intelectual o a una enfermedad mental, puesto que los niños con
desórdenes del aprendizaje son inteligentes y no adolecen de ningún retardo ni
déficit mental.
De igual forma conviene aclarar que las dificultades de aprendizaje no son de
origen psicológico ni son trastornos psicológicos primarios,- aunque si tenga una
repercusión en la psiquis- pues lo que ocurre es que estos niños, siendo
inteligentes, se percatan de sus dificultades, pero sin lograr comprender la razón de
los mismos, provocando baja autoestima, inseguridad y ansiedad, exhibido esto
como una reacción a la dificultad de aprendizaje, y que suelen ser interpretadas por
padres y maestros como “problemas de conducta”, y que generan desórdenes
secundarios manifiestos en el evadir las tareas por temor al fracaso, incumplimiento
de deberes, ausencia de motivación, usualmente calificada por padres o maestros
como desorden, holgazanería, irresponsabilidad o indisciplina.
Pero todo ello es reversible en cuanto el niño empieza a mejorar su rendimiento
escolar y aleja su fracaso escolar.
2. De similar importancia es advertir que la existencia de un problema de aprendizaje
no es sinónimo de daño cerebral y por el contrario se trata más bien de un
problema de carácter biológico, genético, en el que hay una desorganización
neuronal con falta de desarrollo la que se llama “inmadurez” y que no es otra cosa
que una diferencia genética, como lo es ser zurdo o pecoso, y que está muy lejos
de ser una enfermedad. Por consiguiente, las dificultades del aprendizaje no son
una enfermedad, si no una diferencia genética.
Así mismo, el carácter genético de la deficiencia no lo hace irrecuperable, toda vez
que las dificultades del aprendizaje tienen la posibilidad de ser un cien por ciento
resueltas y posibilitar una vida plenamente normal, lo que sí requiere es poner en
actividad las áreas del cerebro que están inmaduras con los ejercicios necesarios
para cada niño, logrando así que las células del cerebro encargadas de la atención o
de la memoria, por ejemplo, se reorganicen, gracias al entrenamiento mencionado.
Cuanto antes se inicie el tratamiento, mejor, y luego, con el cerebro en condiciones
óptimas, el niño podrá tener un entrenamiento para su nivelación escolar, lo cual es
mucho más eficaz y aconsejable que contratar una maestra particular, porque
aunque ésta ayudará transitoriamente, no se logrará la recuperación real del niño,
quien continuará con la deficiencia, más aún, la enmascarará, siendo inevitable un
posterior fracaso escolar.
Al existir desórdenes específicos del aprendizaje, éstos sólo son superables con el
previo diagnóstico neuropsicológico a cada menor, con el cual se diseñe y aplique
un programa de intervención orientado a la corrección de los muy particulares
aspectos relacionados con la habilidades básicas para el aprendizaje identificados
en el mismo, lo que incluso permitirá predecir los problemas de esa naturaleza que
surgirán en un futuro próximo, a menos que se haga la adecuada intervención
neuropsicológica.
Por tanto, abordar todo lo anterior desde una perspectiva adecuada, demanda la
concurrencia de las disciplinas psicológica y neuropsicológica infantil, donde además
se oriente a la familia y a la institución escolar, incluidos obviamente los maestros,
en cómo manejar la dificultad del menor en los ambientes familiar, social y escolar.
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