Miercoles 6 de
Marzo de 2002
Año 4 No. 949
Involucran a Sor Juana en "relaciones
sospechosas"
Gilberto Rendón/I
Ya basta de la crítica ñoña tradicional que llega incluso a llamar casi santa a Sor Juana Inés de la
Cruz, dice la académica y escritora Margarita Peña, quien añade que desde noviembre pasado:
Antonio Alatorre (experto sorjuanista) ha dado pie a una nueva forma de estudiar a la monja
jerónima, a la luz de sus sentimientos amorosos, ya no disimulados ni alambicados ni
adulterados, interpretando su producción amorosa en razón a su amor a la virreina, lo cual nos va
a dar la verdadera dimensión de Sor Juana.
Estudiosa de las biografías de monjas, Margarita Peña, una de las fundadoras de unomásuno y
colaboradora del suplemento cultural sábado, encontró hace tres meses un sermón que habla de
la monja clarisa Sor Agustina de San Diego y de su amor platónico por Sor Juana, razón por la
cual fue condenada por sus superiores y vivió purgando una penitencia que duró más de 44 años,
hasta su muerte.
Al hallazgo de este sermón, que pronunció el padre Ildefonso Mariano del Río, en 1727, a un año
de la muerte de Sor Agustina, vienen a sumarse tres documentos oficiales de los padres
Alejandro Álvarez Carranza, De Ita y Parra y Ramírez del Castillo, quienes fueron elegidos por
la Santa Inquisición para calificar el sermón biográfico de la monja al cual se terminó
censurando por su relación epistolar ilícita sospechosa con Sor Juana, más que por los milagros y
revelaciones que se decía ocurrieron a la monja y se esgrimían como principales objetos del
rechazo.
Antes de hablar de dichos documentos de censura, Margarita Peña recuerda que el sermón
biográfico de la madre –que pertenecía al Convento de Santa Clara de la ciudad de Puebla de Los
Ángeles– comenzaba por una penitencia de 33 viernes (uno por cada año con que contaba) que le
había impuesto su confesor, ante el disgusto de sus superiores, por la correspondencia que
mantenía con Sor Juana Inés de la Cruz con quien había pactado baldíos amores de por fe y por
el afán de conocimiento con que la propia monja jerónima le había influido, lo cual la iglesia
consideraba una forma de soberbia.
El último viernes de penitencia –refiere Peña– una compañera le avisa que tiene visita y es la
comitiva de Don Isidro de Sariñana, obispo de Oaxaca que le traía encargos de parte de Sor
Juana que, según el biógrafo, eran regalos, prendas de afecto y un retrato.
La académica refiere que de acuerdo con el sermón del padre Del Río, Sor Agustina
entusiasmada olvidó su penitencia, salió corriendo pero antes se le ocurre pasar por el coro y
persignarse frente al Cristo del Sepulcro, y al hacerlo éste la toma del brazo y le dice 'a dónde vas
Agustina, no quieras saber más de lo que sabes’.
La monja se queda helada, paralizada, y decide no recoger nada, despiden a la comitiva e
inmediatamente se mete en una especie de sótano donde entra en una crisis de terror. Se oye
cómo los demonios la arrastraban y golpeaban y para rematar su propio ángel le quiebra una
pierna para que así se enderezara.
Tras comentar que por supuesto estos últimos hechos de carácter fantasiosos formaban parte de
estas crónicas del masoquismo femenino que hacían merecedoras a las personas de la gloria
eterna, pues obviamente no eran santos o demonios quienes torturaban a la monja sino
probablemente sus propios superiores o compañeras del convento, Margarita Peña relató que tras
esta experiencia, la vida de Sor Agustina cambia para siempre entrega todas sus llaves y
pertenencias y se queda a vivir en dicho cuartito al que llamaban la cocinilla, para hacer
penitencia el resto de sus días: 44 años y 10 meses.
Según la investigación de la académica, la madre vive desde entonces arrepentida de su relación
con Sor Juana y su deseo de saber. Esto demuestra que de alguna manera las monjas de la época
leían a Sor Juana y a muchas les fascinaba intelectualmente, al punto de querer ser también
eruditas, pero por otro lado provocaba también sentimientos amorosos. Con Sor Agustina habían
pactado, dice el padre, 'baldíos amores', estériles, inútiles, entre dos féminas.
De acuerdo con el sermón, durante su encierro de por vida a partir de los 33 años, Sor Agustina
de San Diego continúa por la senda de lo prodigioso y fantástico, relata todas sus visiones de
milagros y amistad con los santos. Va estableciendo un mundo propio de fantasía alucinatoria
donde su familia viene siendo personaje de la divinidad, y combinado con sus penitencias de
hambre, sed y la famosa disciplina de sangre, cae en la esquizofrenia.
El padre Ildefonso Mariano del Río, su último confesor, cae en una especie de admiración por
ella y después de que muere la madre, el 18 de marzo de 1726, a los 77 años, éste pronuncia
dicho sermón, de 60 páginas, el 20 de febrero de 1727. Un año después sale publicado y entonces
es recogido por la Inquisición y entregado a tres calificadores o censores, los padres antes
mencionados.
De estas tres censuras, halladas recientemente por Margarita de la Peña, dos se refieren a las
relaciones sospechosas de ambas monjas, y, al tratarse de documentos oficiales confirman en
gran medida la historia que el padre Del Río ofreciera en su sermón.
El padre Ramírez del Castillo sólo censura los milagros y revelaciones de los que dice 'son
inverosímiles, no sirven más que de publicidad para la muchedumbre del vulgo y para la
presunta santidad de una mujer que no debe ser considerada santa'. Y lo va analizando a la luz de
la teología y los capítulos del Concilio de Trento, y sobre el relato del padre dice que es ilusorio,
ridículo, negatorio e inconsecuente, pero no alude al pasaje de Sor Juana, pese a que va
analizando párrafo por párrafo el sermón.
Peña refiere que en cambio De Ita y Parra sí se refiere a la relación de las monjas, aunque
primero impugna la calificación de Ramírez del Castillo lo cual nos deja ver las pugnas y
rivalidades que había entre ellos. Dice que los milagros están en todas las biografías de monjas
de la época y si se ha de recoger (prohibir) una, se tiene que hacer lo mismo con todas. Lo que le
parece mal son los dichos del autor del sermón, los cuales dice son dignos de revisarse porque
son ofensivos a los santos, la virgen, dios, etcétera.
Y en el momento de hablar del párrafo relativo a Sor Juana, dice que 'esto mueve al escándalo
porque no está bien que las personas religiosas se traten de esa manera' y recomienda que eso se
censure en el sermón porque no era correcto que se hablara de 'personas religiosas empleadas en
amores baldíos' y tampoco que un obispo, a través de su familia hiciera el papel de alcahuete
entre ellas.
Álvarez Carranza –añade la estudiosa– también dice en un momento dado que eso está mal, que
no se puede admitir todo esto de los 'baldíos amores', que es algo que no se debe decir, y que
ignora por qué lo haya dicho el biógrafo, 'porque es totalmente indebido que la gente dedicada a
la religión hable de estas situaciones'.
Me parece, dice Margarita Peña, con mi mentalidad de gente del siglo XXI, que el pretexto para
censurar los dos sermones no fueron precisamente todas esas proposiciones o dichos del autor, o
bien los milagros que contaba la madre, a la que incluso Álvarez Carranza calificó de frívola
porque se dedicaba a inventar cosas.
Tengo la sensación de que toda esa faramalla barroca oculta el verdadero sentido de las censuras
y pasa nada más por encima de la verdadera causa. Se trataba de un sermón que propagaba el
hecho de que dos monjas transgredieran incluso votos religiosos que ordenaban no amar más al
conocimiento que a Dios y que el renglón de los baldíos amores les escocía a estas personas.
El hecho de que se recordara aquel incidente de Sor Agustina –de olvidarse de una penitencia por
correr tras las noticias de Sor Juana, lo cual provocó el supuesto reproche del Cristo del
Sepulcro, que debió haber sido su confesor de entonces–, que la llevó a autoinmolarse al ponerse
una disciplina de 44 años, motivada, por la crisis que le produce el repudio de la comunidad a su
amor, amistad o amistad amorosa con Sor Juana Inés de la Cruz, que por otra cosa, fue la causa
verdadera de la censura, sostiene la investigadora.
Además esta descalificación sirvió para que no se llevara a cabo la publicación de la biografía,
amplia y detallada de Sor Agustina, por parte del padre Del Río, como era su intención, afirmó
Peña.
Eso lo sabemos porque hubo licencias para que el padre Ildefonso Mariano pronunciara e
imprimiera el sermón y fueron dadas por cuatro religiosos, un padre jesuita, un fraile mercedario
y otros dos, quienes en un momento dado dicen que tiene que continuar con su biografía (de la
madre) como es su intención. Entonces en el Santo Oficio piensan en eso y lo paran en seco,
censuran su escrito para que ya no escriba esa biografía completa, dice la escritora.
***