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KILIMA 101 Junio 2014
Queridos amigos:
El que está acostumbrado a concebir los ejércitos al estilo europeo, puede extrañarse de que después de
tantos años de enfrentamientos entre el ejército nacional y los diferentes grupos armados que combaten al
Este del país, no hayan terminado las guerras de una vez para siempre y el gobierno se enfrente únicamente
con los problemas clásicos de todos los países: el paro, las mejoras en la sanidad y en la enseñanza, la
mejora de las infraestructuras, etc.
Desde que alcanzó la independencia en el año 1960 hasta hoy, creo que el país nunca ha gozado de una paz
verdadera en todo el territorio. Siempre se tenía que enfrentar a focos de descontentos que hacían la guerra
por su cuenta, en lugares montañosos y de difícil acceso, y sobrevivían gracias a las vituallas que les
proporcionaban los moradores de los poblados vecinos que preferían ofrecer parte de sus bienes que poner
en peligro su integridad física y más aún, la de sus mujeres e hijas.
El gobierno ha intentado muchas veces formar un ejército capaz de hacer frente a todos los enemigos que
pudieran surgir tanto dentro como fuera del país. Pero muchas veces sus procedimientos no eran muy
correctos y a todos nos ha tocado sufrir las consecuencias. El centro de formación lo tenían ubicado cerca de
nuestra parroquia. No podían hacer el reclamo en los pueblos vecinos porque si los jóvenes no se
encontraban a gusto iban a escapar con facilidad, se esconderían en los poblados del interior y no los
volverían a encontrar. Prefirieron llenar el campamento con jóvenes traídos de poblados que se encontraban
muy alejados para evitar el peligro de fugas. Su táctica era siempre la misma.
Llegaban a un poblado y se paraban a sus afueras para que la población no sintiera miedo de su presencia. A
la salida de las clases, los soldados rodeaban a los alumnos, escogían a los que les perecía más idóneos para
la formación militar, los cargaban sobre sus camiones y desaparecían. Y así actuaban en dos o tres sitios y
cuando ya contaban con un número suficiente para comenzar un nuevo año de formación, los metían a todos
en el tren y después de varios días de viaje llegaban a nuestra zona, hambrientos, sin conocer nuestra lengua
y obedeciendo como corderitos a los gritos de los militares que los conducían al campamento en el que
permanecerían cuatro o cinco meses durante el período de internamiento, siguiendo las enseñanzas de los
instructores que pasaban por el centro, ya fueran israelitas, belgas, sudafricanos, o de cualquier otra
nacionalidad que habían sido contratados por el gobierno, puesto que no tenía demasiada confianza en los
instructores nativos.
La vida en el campamento era muy sacrificada. La comida bastante escasa, los ejercicios muy duros, el
ambiente desagradable. Los jóvenes no pensaban sino en escaparse para poner fin a este calvario continuo
que mordía en sus carnes e iban perdiendo kilos a medida en la que transcurrían los días. No se les
presentaban muchas alternativas para mejorar su situación. Si protestaban, la reacción no se hacía esperar: el
calabozo, los latigazos, o … algo más grave e irreparable.
Algunos, aprovechaban sus horas libres para “visitar” las huertas de los alrededores y ayudar a sus
propietarios en las labores de cosecha, de forma que los verdaderos propietarios se encontraban con que
“otros” habían llevado a cabo el trabajo de recoger el maíz o las alubias de sus campos.
Como era de suponer, esas sorpresas eran muy mal aceptadas por los que habían gastados sus ahorros en la
compra de abonos y habían sentido el ardor de los rayos solares sobre sus espaldas mientras trabajaban con
la azada, con la esperanza de que aunque ganaran unos salarios reducidos, el campo les proporcionaría el
alimento suficiente para que no les faltara la comida en sus casas.
Los instructores no se encargaban de la disciplina de los reclutas sino de los ejercicios militares. Los de la
intendencia se arreglaban con los responsables del campamento para hacer negocios con los alimentos que
recibían de Kinshasa y hacer que éstos aparecieran en los mercadillos donde la gente los compraba, pero el
dinero iba a parar a los bolsillos de los coroneles que estaban al cargo de los que vivían en el campamento.
Lo cual había creado un gran malestar entre todos los reclutas y ese malestar creó también el mismo estado
de ánimo entre nuestra feligresía que veían esfumarse sus planes de futuro al ver sus campos devastados por
grupos uniformados ante los que no se podía poner resistencia porque los enfrentamientos eran muchas
veces mortales.
Otros, que aún conservaban algunos principios morales, sentían una verdadera repulsa a vaciar los campos
de los agricultores, a enfrentarse con ellos en duras peleas que ocasionaban heridos y muertos y decidieron
hacer lo posible por escaparse. La aventura no era fácil. Antes de asentarse en el campamento les habían
despojado de todos sus documentos de identidad y no se podía viajar sin poder acreditar su identidad porque
podían caer en algunos de los muchos controles que tenían que sortear para llegar a sus lejanos poblados.
Todo joven que era apresado sin documentación era enviado de vuelta al campamento y las vejaciones que
tenía que sufrir eran tan duras que no les quedaban ganas de repetir la hazaña.
Dos de estos jóvenes llamaron a nuestra puerta. Nos contaron su odisea. Venían de una región que está a
unos 1.500 km de distancia. Estaban estudiando tranquilamente en su pueblo hasta que un día llegó el
ejército por aquellos lugares y cogió a los estudiantes a quienes los enroló por la fuerza. Nos pedían
protección, ropa, comida, algo de dinero para comprar lo necesario para su aseo, un lugar en el que
esconderse, y lo suplicaban con tanta insistencia que nos dio pena cerrar las puertas o comunicar a sus
superiores la presencia de estos reclutas.
Tenía bastante buena relación con el que en aquel momento realizaba las funciones de alcalde, y le comenté
confidencialmente lo que nos estaba pasando. Tampoco él estaba de acuerdo con la forma de actuar de los
militares y me prometió su ayuda para regularizar la situación de nuestros huéspedes y encontrar la forma de
enviarlos a su poblado de origen.
Se puso en contacto con los diferentes servicios del estado y al cabo de unos días me comunicó que poseía
unos carnets de identidad vírgenes, pero que para rellenarlos necesitaba las fotos de los reclutas sobre los
que tenía que estampar el sello de la alcaldía. Mientras tanto, ya les había conseguido ropa y unas bolsas de
propaganda que podían servirles como maletas. Se sacaron las fotos y estuvieron listos para camuflarse entre
los demás viajeros y emprender el regreso a sus hogares.
A pesar de que ya estaban listos para marcharse, quedaban otros obstáculos que salvar. En Likasi podían ser
reconocidos por sus antiguos compañeros de armas o por el servicio de vigilancia que controlaba todas las
carreteras, estaciones, etc., en busca de fugitivos. Así es que en lugar de acercarnos a la estación, los llevé
unos 20 Km más adelante para que cogieran el tren en otro punto en el que había menos controles y podrían
subir al tren sin dificultad. Les había preparado unos buenos bocadillos, les di un poco de dinero para hacer
frente a cualquier eventualidad ya que el viaje duraría unos tres días si la locomotora funcionara sin
averiarse y me quedé en la sala de espera, un poco nervioso, impaciente, esperando que llegara el tren y les
viera subir a los reclutas a un vagón. Iban contentos, sin poder disimular su alegría pero también con
mucho miedo ya que acababan solamente de comenzar una nueva aventura en la que no sabían cómo
podrían terminar.
Marchó el tren con ellos, y también yo respiré a pleno pulmón al librarme de un peso que me hubiera
acarreado un gran disgusto si los militares descubrieran que estaba ayudando a escapar a los descontentos de
su campamento. Al término de la operación, tuve que volver a la alcaldía para agradecer al alcalde por su
colaboración y para que éste agradeciera también a los que habían suministrado los carnets de identidad que
nos ayudaron a crear una nueva identidad a los jóvenes que escondíamos en casa. Y como todo
agradecimiento se traduce en dinero, le dejé una cantidad para que lo repartiera entre todos los que habían
contribuido a la operación, pero de lo que no estoy seguro es de si lo hizo como le dije o se le olvidó el
repartirlo y se quedó con todo.
Los jóvenes marcharon. Me hubiera gustado recibir alguna noticia de su parte. Espero que llegaran a su
destino. Es muy difícil comunicarse si no se cuenta con algún amigo o familiar que viaja a ese punto porque
Correos no funciona y es inútil escribir y mandar una carta que no va a llegar a ninguna parte.
Cuando los reclutas terminan su formación son enviados directamente al frente, ya que todo el Este del país
está carcomido por grupos rebeldes que le complican la vida al Presidente, pero con tan mala fortuna, que la
mayor parte de los que son conducidos al frente van aprovechando la oscuridad de la noche o la escasa
velocidad con la que avanza el tren, para ir saltando del mismo, escondiéndose en la selva, de forma que no
llega a destino sino la décima parte de los que salieron de Likasi. Esta es la información que recibo de los
mismos militares. Lo cual les obliga a recomenzar la formación de otro grupo para formar un verdadero
ejército, y así van pasando los años, y como las costumbres no cambian, los reclutas se quejan de hambre y
van a calmar el gusanillo en las huertas de nuestros feligreses.
Pero los que ya llevan muchos años sirviendo en el ejército, se quejan de que no les llega la paga o de que es
totalmente insuficiente y no pueden alimentar a su familia, con lo cual, tampoco se arriesgan demasiado y
las guerras continúan, esperando que los soldados de la ONU terminen con los enfrentamientos, pero
tampoco éstos quieren arriesgarse demasiado en una guerra que no les incumbe.
Hay muchos militares nativos que visten el uniforme desde hace muchos años, que van al campo de batalla
acompañados por sus familias y como sus mujeres e hijos no pueden acercarse al frente de batalla, se quedan
en los poblados cercanos donde se alimentan de lo que encuentran en las chozas de sus habitantes. Los sacos
de maíz van “adelgazando”, las calabazas van disminuyendo de número, las gallinas pasan a mejor vida, las
cabras van a parar al mercado y no se puede protestar por estos atropellos, porque los mismos generales
aconsejan a la población que mantengan una buena relación con los militares, que alimenten a los bravos
soldados que se están sacrificando por alcanzar la paz en el país. Durante el día están en el frente y por la
noche van a reunirse con sus familiares mientras un retén permanece alerta por si hay que hacer frente a
algún ataque sorpresa.
Lo que resulta desconcertante, incomprensible, es que muchas veces el ejército está haciendo retroceder a
alguno de estos grupos rebeldes y reciben una orden desde Kinshasa de que se retiren de la zona de
operaciones, dejándoles en paz a los que están atacando, con lo cual vuelven a recuperar los territorios
perdidos. Según cuentan, hay gente interesada en que el caos continúe porque están haciendo grandes
negocios con los minerales que extraen de la zona de conflicto y que luego achacan a Rwanda y Uganda de
ser los que están esquilmando el país. Los militares están desanimados, porque en vez de recibir
condecoraciones por los éxitos en las batallas, reciben amenazas de sanciones por desobedecer a sus
superiores.
La corrupción desanima también a la tropa, porque hay generales que se quedan con la exigua paga de los
soldados que están peleándose en el frente y porque los coroneles y otros mandos venden las armas y
municiones al enemigo. No hace mucho, fue depuesto de sus funciones el general jefe de las fuerzas
terrestres por practicar esta costumbre, pero parece que hay otros muchos que actúan de la misma manera.
Incluso dicen que más de un ministro está implicado en el negocio de minerales. En estas condiciones,
¿Cómo y cuándo se puede terminar con la guerra y con los grupos armados que operan libremente en el este
del país?. Dicen que hay al menos 40 movimientos diferentes que hacen la vida difícil a los que habitan en
esa zona y a los que tiene que enfrentarse el ejército para que venciéndolos, la paz pueda reinar en el país. Y
todos cometen las mismas salvajadas, incluso el ejército nacional: robos, asesinatos, violaciones, captura de
niños que serán enviados al frente, muertes… dicen que ya son más de cinco millones de víctimas. ¿Hasta
cuándo seguiremos aumentando esta cifra?
Cuando sus superiores no se quedan con su paga, un soldado recibe 46 € al mes y un coronel 68 €. De ahí la
necesidad de hacerse con todo lo que puedan cuando van de batalla. Todo es considerado como botín de
guerra y no es apreciado como robo, por eso, nunca serán castigados y actúan con total impunidad.
Un abrazo.
Xabier

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Kilima 101 - Junio 2014

  • 1. KILIMA 101 Junio 2014 Queridos amigos: El que está acostumbrado a concebir los ejércitos al estilo europeo, puede extrañarse de que después de tantos años de enfrentamientos entre el ejército nacional y los diferentes grupos armados que combaten al Este del país, no hayan terminado las guerras de una vez para siempre y el gobierno se enfrente únicamente con los problemas clásicos de todos los países: el paro, las mejoras en la sanidad y en la enseñanza, la mejora de las infraestructuras, etc. Desde que alcanzó la independencia en el año 1960 hasta hoy, creo que el país nunca ha gozado de una paz verdadera en todo el territorio. Siempre se tenía que enfrentar a focos de descontentos que hacían la guerra por su cuenta, en lugares montañosos y de difícil acceso, y sobrevivían gracias a las vituallas que les proporcionaban los moradores de los poblados vecinos que preferían ofrecer parte de sus bienes que poner en peligro su integridad física y más aún, la de sus mujeres e hijas. El gobierno ha intentado muchas veces formar un ejército capaz de hacer frente a todos los enemigos que pudieran surgir tanto dentro como fuera del país. Pero muchas veces sus procedimientos no eran muy correctos y a todos nos ha tocado sufrir las consecuencias. El centro de formación lo tenían ubicado cerca de nuestra parroquia. No podían hacer el reclamo en los pueblos vecinos porque si los jóvenes no se encontraban a gusto iban a escapar con facilidad, se esconderían en los poblados del interior y no los volverían a encontrar. Prefirieron llenar el campamento con jóvenes traídos de poblados que se encontraban muy alejados para evitar el peligro de fugas. Su táctica era siempre la misma. Llegaban a un poblado y se paraban a sus afueras para que la población no sintiera miedo de su presencia. A la salida de las clases, los soldados rodeaban a los alumnos, escogían a los que les perecía más idóneos para la formación militar, los cargaban sobre sus camiones y desaparecían. Y así actuaban en dos o tres sitios y cuando ya contaban con un número suficiente para comenzar un nuevo año de formación, los metían a todos en el tren y después de varios días de viaje llegaban a nuestra zona, hambrientos, sin conocer nuestra lengua y obedeciendo como corderitos a los gritos de los militares que los conducían al campamento en el que permanecerían cuatro o cinco meses durante el período de internamiento, siguiendo las enseñanzas de los instructores que pasaban por el centro, ya fueran israelitas, belgas, sudafricanos, o de cualquier otra nacionalidad que habían sido contratados por el gobierno, puesto que no tenía demasiada confianza en los instructores nativos. La vida en el campamento era muy sacrificada. La comida bastante escasa, los ejercicios muy duros, el ambiente desagradable. Los jóvenes no pensaban sino en escaparse para poner fin a este calvario continuo que mordía en sus carnes e iban perdiendo kilos a medida en la que transcurrían los días. No se les presentaban muchas alternativas para mejorar su situación. Si protestaban, la reacción no se hacía esperar: el calabozo, los latigazos, o … algo más grave e irreparable. Algunos, aprovechaban sus horas libres para “visitar” las huertas de los alrededores y ayudar a sus propietarios en las labores de cosecha, de forma que los verdaderos propietarios se encontraban con que “otros” habían llevado a cabo el trabajo de recoger el maíz o las alubias de sus campos. Como era de suponer, esas sorpresas eran muy mal aceptadas por los que habían gastados sus ahorros en la compra de abonos y habían sentido el ardor de los rayos solares sobre sus espaldas mientras trabajaban con la azada, con la esperanza de que aunque ganaran unos salarios reducidos, el campo les proporcionaría el alimento suficiente para que no les faltara la comida en sus casas. Los instructores no se encargaban de la disciplina de los reclutas sino de los ejercicios militares. Los de la intendencia se arreglaban con los responsables del campamento para hacer negocios con los alimentos que recibían de Kinshasa y hacer que éstos aparecieran en los mercadillos donde la gente los compraba, pero el dinero iba a parar a los bolsillos de los coroneles que estaban al cargo de los que vivían en el campamento. Lo cual había creado un gran malestar entre todos los reclutas y ese malestar creó también el mismo estado de ánimo entre nuestra feligresía que veían esfumarse sus planes de futuro al ver sus campos devastados por grupos uniformados ante los que no se podía poner resistencia porque los enfrentamientos eran muchas veces mortales. Otros, que aún conservaban algunos principios morales, sentían una verdadera repulsa a vaciar los campos de los agricultores, a enfrentarse con ellos en duras peleas que ocasionaban heridos y muertos y decidieron hacer lo posible por escaparse. La aventura no era fácil. Antes de asentarse en el campamento les habían despojado de todos sus documentos de identidad y no se podía viajar sin poder acreditar su identidad porque podían caer en algunos de los muchos controles que tenían que sortear para llegar a sus lejanos poblados.
  • 2. Todo joven que era apresado sin documentación era enviado de vuelta al campamento y las vejaciones que tenía que sufrir eran tan duras que no les quedaban ganas de repetir la hazaña. Dos de estos jóvenes llamaron a nuestra puerta. Nos contaron su odisea. Venían de una región que está a unos 1.500 km de distancia. Estaban estudiando tranquilamente en su pueblo hasta que un día llegó el ejército por aquellos lugares y cogió a los estudiantes a quienes los enroló por la fuerza. Nos pedían protección, ropa, comida, algo de dinero para comprar lo necesario para su aseo, un lugar en el que esconderse, y lo suplicaban con tanta insistencia que nos dio pena cerrar las puertas o comunicar a sus superiores la presencia de estos reclutas. Tenía bastante buena relación con el que en aquel momento realizaba las funciones de alcalde, y le comenté confidencialmente lo que nos estaba pasando. Tampoco él estaba de acuerdo con la forma de actuar de los militares y me prometió su ayuda para regularizar la situación de nuestros huéspedes y encontrar la forma de enviarlos a su poblado de origen. Se puso en contacto con los diferentes servicios del estado y al cabo de unos días me comunicó que poseía unos carnets de identidad vírgenes, pero que para rellenarlos necesitaba las fotos de los reclutas sobre los que tenía que estampar el sello de la alcaldía. Mientras tanto, ya les había conseguido ropa y unas bolsas de propaganda que podían servirles como maletas. Se sacaron las fotos y estuvieron listos para camuflarse entre los demás viajeros y emprender el regreso a sus hogares. A pesar de que ya estaban listos para marcharse, quedaban otros obstáculos que salvar. En Likasi podían ser reconocidos por sus antiguos compañeros de armas o por el servicio de vigilancia que controlaba todas las carreteras, estaciones, etc., en busca de fugitivos. Así es que en lugar de acercarnos a la estación, los llevé unos 20 Km más adelante para que cogieran el tren en otro punto en el que había menos controles y podrían subir al tren sin dificultad. Les había preparado unos buenos bocadillos, les di un poco de dinero para hacer frente a cualquier eventualidad ya que el viaje duraría unos tres días si la locomotora funcionara sin averiarse y me quedé en la sala de espera, un poco nervioso, impaciente, esperando que llegara el tren y les viera subir a los reclutas a un vagón. Iban contentos, sin poder disimular su alegría pero también con mucho miedo ya que acababan solamente de comenzar una nueva aventura en la que no sabían cómo podrían terminar. Marchó el tren con ellos, y también yo respiré a pleno pulmón al librarme de un peso que me hubiera acarreado un gran disgusto si los militares descubrieran que estaba ayudando a escapar a los descontentos de su campamento. Al término de la operación, tuve que volver a la alcaldía para agradecer al alcalde por su colaboración y para que éste agradeciera también a los que habían suministrado los carnets de identidad que nos ayudaron a crear una nueva identidad a los jóvenes que escondíamos en casa. Y como todo agradecimiento se traduce en dinero, le dejé una cantidad para que lo repartiera entre todos los que habían contribuido a la operación, pero de lo que no estoy seguro es de si lo hizo como le dije o se le olvidó el repartirlo y se quedó con todo. Los jóvenes marcharon. Me hubiera gustado recibir alguna noticia de su parte. Espero que llegaran a su destino. Es muy difícil comunicarse si no se cuenta con algún amigo o familiar que viaja a ese punto porque Correos no funciona y es inútil escribir y mandar una carta que no va a llegar a ninguna parte. Cuando los reclutas terminan su formación son enviados directamente al frente, ya que todo el Este del país está carcomido por grupos rebeldes que le complican la vida al Presidente, pero con tan mala fortuna, que la mayor parte de los que son conducidos al frente van aprovechando la oscuridad de la noche o la escasa velocidad con la que avanza el tren, para ir saltando del mismo, escondiéndose en la selva, de forma que no llega a destino sino la décima parte de los que salieron de Likasi. Esta es la información que recibo de los mismos militares. Lo cual les obliga a recomenzar la formación de otro grupo para formar un verdadero ejército, y así van pasando los años, y como las costumbres no cambian, los reclutas se quejan de hambre y van a calmar el gusanillo en las huertas de nuestros feligreses. Pero los que ya llevan muchos años sirviendo en el ejército, se quejan de que no les llega la paga o de que es totalmente insuficiente y no pueden alimentar a su familia, con lo cual, tampoco se arriesgan demasiado y las guerras continúan, esperando que los soldados de la ONU terminen con los enfrentamientos, pero tampoco éstos quieren arriesgarse demasiado en una guerra que no les incumbe. Hay muchos militares nativos que visten el uniforme desde hace muchos años, que van al campo de batalla acompañados por sus familias y como sus mujeres e hijos no pueden acercarse al frente de batalla, se quedan en los poblados cercanos donde se alimentan de lo que encuentran en las chozas de sus habitantes. Los sacos de maíz van “adelgazando”, las calabazas van disminuyendo de número, las gallinas pasan a mejor vida, las cabras van a parar al mercado y no se puede protestar por estos atropellos, porque los mismos generales
  • 3. aconsejan a la población que mantengan una buena relación con los militares, que alimenten a los bravos soldados que se están sacrificando por alcanzar la paz en el país. Durante el día están en el frente y por la noche van a reunirse con sus familiares mientras un retén permanece alerta por si hay que hacer frente a algún ataque sorpresa. Lo que resulta desconcertante, incomprensible, es que muchas veces el ejército está haciendo retroceder a alguno de estos grupos rebeldes y reciben una orden desde Kinshasa de que se retiren de la zona de operaciones, dejándoles en paz a los que están atacando, con lo cual vuelven a recuperar los territorios perdidos. Según cuentan, hay gente interesada en que el caos continúe porque están haciendo grandes negocios con los minerales que extraen de la zona de conflicto y que luego achacan a Rwanda y Uganda de ser los que están esquilmando el país. Los militares están desanimados, porque en vez de recibir condecoraciones por los éxitos en las batallas, reciben amenazas de sanciones por desobedecer a sus superiores. La corrupción desanima también a la tropa, porque hay generales que se quedan con la exigua paga de los soldados que están peleándose en el frente y porque los coroneles y otros mandos venden las armas y municiones al enemigo. No hace mucho, fue depuesto de sus funciones el general jefe de las fuerzas terrestres por practicar esta costumbre, pero parece que hay otros muchos que actúan de la misma manera. Incluso dicen que más de un ministro está implicado en el negocio de minerales. En estas condiciones, ¿Cómo y cuándo se puede terminar con la guerra y con los grupos armados que operan libremente en el este del país?. Dicen que hay al menos 40 movimientos diferentes que hacen la vida difícil a los que habitan en esa zona y a los que tiene que enfrentarse el ejército para que venciéndolos, la paz pueda reinar en el país. Y todos cometen las mismas salvajadas, incluso el ejército nacional: robos, asesinatos, violaciones, captura de niños que serán enviados al frente, muertes… dicen que ya son más de cinco millones de víctimas. ¿Hasta cuándo seguiremos aumentando esta cifra? Cuando sus superiores no se quedan con su paga, un soldado recibe 46 € al mes y un coronel 68 €. De ahí la necesidad de hacerse con todo lo que puedan cuando van de batalla. Todo es considerado como botín de guerra y no es apreciado como robo, por eso, nunca serán castigados y actúan con total impunidad. Un abrazo. Xabier